{f.} | paleography
¨(De paleo- ´antiguo´ y -grafía ´escritura´); sust. f.
1. Ciencia que estudia las inscripciones y los textos antiguos para interpretarl
os y determinar su origen, autor y otra serie de características físicas: la paleogr
afía es una disciplina auxiliar de gran ayuda tanto para historiadores como filólogo
s.
à
[Historia y Filología]
Aunque la Paleografía nace y se desarrolla como disciplina auxiliar de historiador
es y filólogos en el siglo XVIII, detectamos un interés diverso por problemas paleog
ráficos en otros momentos históricos: no pueden tildarse de paleográficas las pesquisa
s que llevaron a que el círculo de intelectuales de Carlomagno recuperase la elega
nte escritura romana por medio de la letra carolina o carolingia; en cambio, sí me
recen ese calificativo los desvelos de los grandes humanistas italianos y europe
os del Trecento y Quattrocento, en su esfuerzo por leer los códices supuestamente
clásicos (en realidad, eran carolingios) y por interpretar las impenetrables inscr
ipciones en monumentos y monedas. De hecho, la Epigrafía y la Numismática se desarro
llaron gracias a los humanistas y se constituyeron como disciplinas ancilares mu
cho antes de que la Paleografía ocupase el lugar que hoy tiene; de hecho, con el l
ibro impreso ven la luz los primeros repertorios de Epigrafía, Numismática y, en men
or medida, Paleografía.
El primer paleógrafo fue el clérigo francés Jean Mabillon, autor de un De re diplomati
ca que vio la luz en 1681; para textos griegos, el primer trabajo de esta índole f
ue el del también francés Bernard de Montfaucon, autor de una Palaeographia Graeca e
n 1708. El siglo XVIII fue decisivo para el desarrollo de distintas disciplinas
científicas y humanísticas y animó la constitución de los primeros grandes centros de tr
abajo erudito, como academias y sociedades de diverso signo; ahí, en sus bibliotec
as y archivos, se acumularon rimeros de legajos, documentos y libros con los que
había que trabajar y que debían ser editados de un modo generalizado. Los primeros
manuales paleográficos claramente sistematizados, con una historia de las escritur
as nacionales y láminas para el contraste, son de esa época; con ellos, se sentarán la
s bases para los modernos estudios de Paleografía, que se beneficiarán del impulso q
ue el positivismo decimonónico dio a tales investigaciones.
La Paleografía es compañera de otras disciplinas auxiliares, como la Diplomática (que
estudia la preparación y confección de los documentos, aunque para la escuela france
sa ésta sea una disciplinal que aglutina a todas las demás relativas al estudio de l
os textos antiguos), la Sigilografía (que se ocupa de los sellos en los documentos
), la Palimpsestología (que sólo se encarga de los palimpsestos o codices rescripti,
en que el texto previo se ha borrado para escribir otro distinto), la Codicología
(que atiende al libro manuscrito, su encuadernación, la confección de sus cuadernos
, el pautado, etc.), la Papirología (interesada tan sólo en este soporte de escritur
a), etc.
En los estudios paleográficos, no sólo debe atenderse tan sólo a la propia escritura s
ino que también se presta atención, aunque no sea su objeto de estudio primordial, a
los elementos que la generan (penna, calamus o incluso stylus) y el soporte de
copia: un buen paleógrafo no lo es sino tiene una sólida formación en Codicología (para
unas nociones fundamentales, véase códice) o, en general, en Diplomática. El paleógrafo
debe tener en cuenta todas las aportaciones que se hagan desde éstos y otros ámbitos
para ayudarse en la datación de los documentos (en realidad, los estudios de Cron
ología constituyen una rama autónoma de las investigaciones histórico-filológicas, como
se desprende de las entradas cronología y calendario), determinación de amanuenses y
en otros menesteres.
Aunque la escritura puede adoptar formas muy diversas de acuerdo con el código o l
engua correspondientes (véase escritura), cuando no se indica expresamente (hay pa
leografía griega, árabe o hebrea, por ejemplo), la Paleografía se ocupa de escritos co
n alfabeto latino; a veces, el término se extiende naturalmente sobre los caracter
es griegos sin ningún aviso, para recoger no sólo el periodo papiráceo (la época del pap
iro, en manuscritos griegos, alcanza hasta el siglo IV de nuestra era) sino tamb
ién el membranáceo (la época del pergamino arranca a comienzos del siglo IV). La letra
puede escribirse mayúscula o minúscula, para libros (hablamos, entonces, de letra l
ibraria) o para documentos, redonda o cursiva (según se levante o no la pluma al e
scribir cada signo o bien éstos se enlacen o encadenen). Por regla general, aunque
no siempre, la Epigrafía trabaja con escrituras en letras mayúsculas y redondas (qu
adrata); en Paleografía, es norma la tendencia general a la cursividad.
Ante una escasez que es carencia casi absoluta de testimonios de época clásica, el p
unto de partida obligado es el de los códices en letra uncial o la posterior semiu
ncial, asociadas con la nueva romana: ambas formas ocupan los siglos de transición
entre la Antigüedad y el Medievo (siglos IV-V); de la semi-uncial parten las letr
as de las que hoy nos servimos. Tras la hecatombe del mundo antiguo, las escritu
ras nacionales o regionales (en España, la escritura nacional correspondiente es l
a visigótica) se enseñorearon del panorama hasta que el círculo cultural de Carlomagno
se lanzó a recuperar los clásicos latinos y, con ellos, la antigua escritura que lo
s transmitía. La expansión de la letra carolina fue progresiva, desde el siglo IX ha
sta el siglo XII, en que aún quedaban vestigios de las escrituras nacionales en la
s zonas más alejadas de la Romania.
En el siglo XII, la letra carolina evolucionó hacia la gótica, que es la forma de es
critura más característica del Medievo; su formación y desarrollo no se entienden sin
apelar a los grandes centros culturales, estudios generales y universidades, des
arrollados extraordinariamente a partir de esa centuria. La letra gótica tiene uno
s rasgos característicos según avanzamos desde el siglo XII hasta el siglo XV: en Es
paña, de la gótica francesa característica del siglo XIII, se va a la letra de albalae
s del siglo XIV hasta desembocar en las cursivas y cortesanas características del
siglo XV y hasta en las procesales de las cancillerías que, en el Siglo de Oro, fu
sionarían a su modo la gótica con la humanística.
Por esos años, desde Italia se estaba experimentando una gran transformación debida
al estudio de los viejos códices carolingios: el abandono de la gótica y el nacimien
to de la humanística, una escritura que en el siglo XV dominaba toda Italia (la im
prenta italiana más madrugadora se servía ya de unos caracteres humanísticos que triun
farían por todas partes gracias a modelos tan elegantes como el de Aldo Manuzio) y
que, desde ese momento hasta comienzos del siglo XVI, acabaría por imponerse en t
oda Europa. De hecho, la letra que hoy escribimos, por personal que sea, deriva
directamente de esta escritura humanística.
Los historiadores y los filólogos, en su trabajo cotidiano con los documentos anti
guos, han comprobado hasta qué punto es importante dominar el sistema de abreviatu
ras generales (comunes para una nación y, por lo general, para toda Europa dentro
de una escritura determinada) o especiales (específicas de un individuo, de un gru
po de copistas o, lo que es más común, de una profesión o ciencia concretas, como la f
armacéutica, con sus signos para dracmas, escrúpulos y otras medidas). El sistema de
abreviaturas desarrollado en el mundo antiguo se heredó en parte, pero también se o
lvidó en esa misma medida, de ahí la dificultad y a veces imposibilidad de leer las
inscripciones epigráficas hasta el siglo XV. Para el conjunto de Europa, el primer
útil a que debe acudirse tanto para escritura en latín como para textos vernáculos es
el libro de A. Cappelli, Lexicon Abbreviaturarum, con numerosas ediciones desde
1912; para España, hay ahora unas Abreviaturas españolas preparadas por el Prof. Ri
esco Terrero.
Temas relacionados
Epigrafía.
Numismática.
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EPIGRAFÍA
{f.} | epigraphy.
¨{f.} Ciencia cuyo objeto es estudiar e interpretar las inscripciones. Comprende e
l conjunto de reglas necesarias para descifrar, traducir, explicar y deducir de
ellas las enseñanzas filológicas e históricas que encierran los escritos en materiales
duros. Es una de las ciencias auxiliares necesarias para el historiador junto a
la Paleología.
à
Epigrafía.
Primera fase.
La primera corresponde a las manifestaciones más primitivas, cuando la cultura esc
rita comienza a desarrollarse e imponerse en la vida cotidiana, siendo la epigra
fía de carácter sacro la que primero se desarrolla: calendarios ligados al ciclo del
tiempo, la salida y puesta del sol, las estaciones climáticas o la comunicación del
hombre con las divinidades, como demuestran las primeras inscripciones del mund
o oriental, los obeliscos egipcios, las aras sagradas y los templos. Es en esta
fase, que al menos se prolonga hasta el siglo III a.C., cuando las inscripciones
fúnebres están aún de forma mayoritaria en hipogeos -como los etruscos-, y se relacio
nan con el acceso a ciertos rituales. En esta época la epigrafía va desarrollándose y
difundiéndose, pero aún no impone su presencia, característica de la segunda fase.
Monumento conmemorativo.
Segunda fase.
Ésta es la llamada ?revolución cultural?, representativa del mundo clásico, especialme
nte del romano. La primera aportación es el aumento de leyes, decretos y normativa
s, así como de censos de ciudadanos y, en general, de listas públicas de todo tipo,
que se exponían en las tablillas de los edificios y foros para su difusión entre la
población. Lógicamente este incremento va íntimamente ligado a la expansión territorial
de Roma, de ahí su gradual extensión espacio-temporal. La segunda contribución, el des
arrollo de las inscripciones sepulcrales, probablemente sea el elemento más caract
erizador de esta etapa, ya que da lugar a la aparición de la literatura en este ti
po de soporte. En las tumbas y mausoleos, se encuentran tanto mensajes personale
s y directos, como grandes elogios (especialmente, los que encargaban las grande
s familias senatoriales y aristocráticas de la Urbe), a cuyo amparo surgieron las
inscripciones honoríficas que ensalzaban a los personajes públicos. Literatura y epi
grafía se interrelacionan estrechamente en esta época: la epigrafía reviste caracteres
literarios en los poemas elegíacos de los epitafios y, a su vez, la literatura as
ume expresiones características de las inscripciones -fórmulas que, conocidas por to
dos, son reutilizadas por los autores literarios-. En esta etapa, también se siste
matiza y desarrolla la norma de filiación característica de los nombres romanos, la
cual perdurará hasta la transformación del mundo antiguo, en la que se simplifica.
Inscripción funeraria.
Esta fase, con naturales evoluciones, se continúa hasta la llamada ?tercera edad d
e la epigrafía? que puede situarse en el siglo III d.C., o finales del II.
Tercera fase.
La irrupción del cristianismo, primero como religión en expansión, unas veces tolerada
y otras perseguida, y después como religión oficial a partir de Constantino (el edi
cto de Milán que reconoce la religión católica es del 313), introduce nuevas concepcio
nes epigráficas: el formulario cristiano, característico de las inscripciones sepulc
rales, y el elogio fúnebre de las de tono literario, que ya no se realiza para gra
ndes personajes públicos o militares, sino para heroes cristianos, cargos eclesiásti
cos, papas, etc.
La citada transformación del mundo antiguo, sobre todo después de la crisis del sigl
o III d.C., produce un empobrecimiento de las áreas urbanas y un cambio en su traz
ado. El desplazamiento hacia los suburbios llevó a que las inscripciones públicas fu
eran colocadas en las iglesias o en lugares más recoletos, y se abandonaran como l
ugares de emplazamiento los tradicionales foros, cuya gran monumentalidad había qu
edado obsoleta y sin su función primitiva de espacio para los espectáculos públicos.
También en esta época hay una crisis económica, lo que llevó a la reutilización de aras pa
ganas con inscripciones antiguas para grabar otras nuevas. Además el cambio de la
escritura, el avance de las nuevas formas cursivas, utilizadas en los códices, y e
l diseño más simple de los campos epigráficos de las nuevas inscripciones, modifican s
ustancialmente el tipo de escritura. Esta fase, con evoluciones progresivas, aba
rca toda la Antigüedad Tardía y Edad Media; sin embargo, a pesar de que sus formas y
motivaciones han cambiado, su función social permanece vigente durante todos esto
s siglos.
Cuarta fase.
En el mundo moderno y contemporáneo la práctica epigráfica ha continuado, al margen de
la comprensión real del texto por parte de la gente que lo ve.
Es incuestionable que la tremenda revitalización del mundo clásico durante el Renaci
miento trajo consigo no sólo la recuperación de textos clásicos, manuscritos, inscripc
iones, objetos hallados en excavaciones arqueológicas, recuperación de monumentos, e
tc., sino también la emulación del mundo clásico como símbolo de perfección y como modelo
cultural. Dentro de esta corriente fue práctica común la producción de inscripciones d
e todo tipo, realizadas según los modelos clásicos. Solían ser en latín, generalmente, a
unque también en lenguas vernáculas. Estas cartelas y lastras se colocaban en los mo
numentos públicos para su difusión. También en los mausoleos se volvieron a escribir p
reciosos epitafios en latín que, a pesar de no ser entendidos por la mayoría de la g
ente, pues sólo unos pocos letrados humanistas conocían las lenguas clásicas, no por e
llo dejaban de emitir un mensaje supratextual a los demás. Puede decirse incluso q
ue los mensajes epigráficos formaban parte fundamental en la arquitectura efímera, t
an representativa de la imagen del poder durante el Renacimiento y el Barroco, c
onstruida para entradas triunfales de reyes, actos solemnes o cortejos fúnebres.
La epigrafía ha ido evolucionando con el tiempo, aunque no por ello ha perdido su
función de ser instrumento de comunicación entre los diferentes emisores posibles y
los receptores anónimos. Por eso siguen realizándose inscripciones sobre edificios púb
licos, en paredes, en iglesias, etc. Es bien sabido, por ejemplo, la utilización c
on fines propagandísticos que regímenes autoritarios de la Europa del siglo XX han h
echo de la epigrafía latina, por ejemplo en Alemania, Italia o España. Pero también se
utiliza en regímenes democráticos, buscando la solemnidad y el prestigio que una im
agen visual de una inscripción latina confiere a un edificio o a una exposición. En
cualquier caso, la imagen visual que trasmite sigue plenamente vigente, con inde
pendencia de la lengua en que se escriba. Un paseo por cualquier ciudad, pueblo
o localidad actual corrobora la cantidad de mensajes que reclaman continuamente
al viandante: desde una perfecta inscripción anunciando el nombre del edificio públi
co en los dinteles de las puertas, a las placas conmemorativas en bronce consign
ando el personaje que ha vivido o desarrollado su arte en una casa; o desde la i
nscripción honorífica en la basa de una escultura, hasta los grafitos de múltiples col
ores -éstos pueden ser un simple nombre, una consigna política, o expresar deseos pe
rsonales, bromas, etc.-, que dejan los ?grafiteros? en las paredes y muros. En o
tros casos, ha habido una evolución hacia nuevos soportes y técnicas con la incorpor
ación de la imprenta, la reproducción fotográfica o los medios eléctricos como medio par
a lanzar mensajes. Así, se usan rótulos luminosos, grandes vallas publicitarias o imág
enes acompañando al texto para llamar la atención del público.
A propósito de esto, posiblemente un ejemplo clarificador de la específica función de
la epigrafía sea el que la ?moderna? epigrafía, sobre nuevos soportes, puede ofrecer
: el anuncio publicitario en una valla destinada a tal fin en las calles de cual
quier ciudad -un auténtico mensaje epigráfico-. Frente a este anuncio que va dirigid
o a un destinatario colectivo y heterogéneo, está el que se incluye, por ejemplo, en
una página de un periódico, que va destinado a un lector individual.
El estudio de la inscripción
Al igual que las inscripciones ofrecen información de primera mano para el estudio
de la historia política, social, religiosa, arqueológica, paleográfica, filológica, top
ográfica, etc., la epigrafía debe servirse de ellas para la interpretación completa de
un texto o epígrafe.
Análisis externo
La primera cuestión a considerar es su contexto arqueológico e histórico para determin
ar su función. Muchas inscripciones (tituli en el mundo romano) depositadas en mus
eos proceden de excavaciones de las que se conoce su origen, otras se conservan
in situ en los edificios o monumentos que han pervivido y algunas, hoy en día perd
idas, han sido transmitidas a través de copias antiguas en la tradición de manuscrit
os epigráficos, por lo que no es difícil establecer el contexto que permite conocer
a qué estaba destinada. En esta línea, también hay que averiguar si se trata de una re
utilización o no y, por supuesto, si es verdadera o falsa, certeza que vendrá determ
inada por el análisis de todos los demás factores.
Análisis de la escritura.
El cuarto nivel es el análisis de la escritura. Sirviéndose, por tanto, del estudio
de la misma, se ha de determinar si se trata de escrituras capitales, monumental
es, rústicas o actuarias; o si, por el contrario, es una escritura minúscula, cursiv
a antigua, o de tipo uncial, semiuncial, cursiva nueva, etc. El análisis paleográfic
o del texto es uno de los factores fundamentales para establecer la datación de la
inscripción. Junto al tipo o forma de las letras, es imprescindible -siempre que
exista la pieza- el análisis de la forma de trazado, del ductus seguido, etc. Una
vez ?descifrada? la escritura y establecida su tipología, hay que interpretar las
abreviaturas y, especialmente en el caso de inscripciones tardías, los nexos y lig
aduras posibles entre las letras, si están embutidas o no, etc. Otro elemento impo
rtante son los posibles signos formales de separación de palabras y/o letras: sign
os de interpunción, marcas formales indicadoras de abreviaturas y decoraciones sup
lementarias.
Análisis interno
La gran variedad de inscripciones, tanto en la forma como en el contenido, dific
ulta el establecimiento de una clasificación sistemática, pues es imposible abarcar
todos los testimonios epigráficos en general, aunque sólo incluyéramos los de ámbito gre
co-latino.
En muchas ocasiones, las clasificaciones establecidas por las grandes coleccione
s o por estudios monográficos suelen combinar diversos criterios. Esto se debe, fu
ndamentalmente, a que la inscripción es un todo integral y existe una estrecha rel
ación entre el soporte y el texto en él contenido. Pero no siempre hay una correspon
dencia unívoca: un sarcófago siempre contendrá una inscripción sepulcral, pero ésta puede
ser un simple epitafio o, por el contrario, un elogio fúnebre o un poema elegíaco; u
na lastra, en cambio, es el soporte más comúnmente utilizado para diversos tipos de
contenidos (votivos, honoríficos y sepulcrales). Algunas clasificaciones generales
establecen un primera distinción entre inscripciones de carácter público, privado, sa
grado -es decir, por su contenido-, y otras tratan de definir los tipos de sopor
tes. Una clasificación orientativa, según el contenido, que puede dar cuenta de los
epígrafes latinos y griegos, podría ser la siguiente (basada en la de Calderini):
1) Inscripciones de carácter literario. Métricas.
2) Inscripciones de carácter sacro:
a) leyes.
b) listas de sacerdotes, actas y fastos de colegios sacerdotales, calendarios.
c) dedicatorias.
d) consultas y respuestas de oráculos.
e) tablillas de defixión, láminas órficas.
3) Inscripciones de contenido jurídico
A) Griegas:
a) tratados internacionales.
b) leyes.
c) decretos del senado, pueblo y otros.
e) edictos, cartas, testamentos de reyes o magistrados.
B) Latinas:
a) leyes (datae, rogatae, senatus consulta...).
b) diplomas militares.
c) documentos de magistrados.
d) leyes municipales, colonias, decretos de patronato y leyes de asambleas provi
nciales.
4) Catálogos y documentos administrativos: catálogos, listas, fastos, actas oficales
, de organizaciones profesionales, colegios, etc.
5) Inscripciones edilicias:
a) en edificios públicos o de utilidad pública.
b) miliarios, itinerarios, cipos.
6) Inscripciones honoríficas, elogios.
7) Inscripciones sepulcrales.
8) Documentos de colegios profesionales.
9) Negotia.
10) Graffiti.
11) Instrumenta (publica, domestica): inscripciones en vasijas, ánforas, lingotes
de metal, monedas, armas, objetos domésticos (broches, anillos, etc).
Sin embargo, hay que tener en cuenta que en una clasificación como ésta hay cierta m
ezcla de elementos, dada la complejidad de los testimonios. Así, por ejemplo, much
as de las inscripciones métricas y literarias son elogios fúnebres y, por tanto, ins
cripciones sepulcrales; o algunos tipos como los incluidos en 8 y 9, incluso los
clasificados como leyes y documentos jurídicos, son promulgados habitualmente en
bronce o piedra, pero, a partir de la existencia del códice como vehículo de escritu
ra universal en la Antigüedad Tardía, las leyes, decretos o normativas de cualquier
tipo cambiarán de ámbito de difusión y pasarán a ser promulgadas en libros de leyes (de
ahí, precisamente, la dificultad de establecer una línea divisoria clara entre epigr
afía y paleografía, en cuanto a los diferentes soportes y tipos de escritura, según se
ha comentado). Por otra parte, algunos tipos como 10 y 11 se identifican por el
soporte, aunque éste es elegido respondiendo al contenido del texto, pues cuentan
con una temática peculiar propia.
El estudio lingüístico del texto aporta información fundamental sobre la lengua del mo
mento, especialmente, en sus diferentes tipos (lenguaje jurídico, religiosos, técnic
o, etc.). Las inscripciones ofrecen datos sobre las vacilaciones en la notación gráf
ica, vulgarismos, arcaísmos y otras particularidades lingüísticas; además de la informac
ión literaria que comportan las inscripciones poéticas y de tono literario, denomina
das Carmina (latina) epigraphica.
El siguiente nivel corresponde ya al estudio íntegro de los aspectos que este cont
enido revela. De este modo, se examina el sistema de filiación y de nombres, pues és
tos no sólo reflejan aspectos onomásticos o valoraciones de antropónimos y topónimos, si
no sociales en cuanto al establecimiento de cargos civiles y militares de los pe
rsonajes, el llamado cursus honorum. También muestran aspectos históricos, culturale
s, etc., bien contenidos en el propio texto, bien deducibles de él. En este sentid
o, es fundamental contar con la información obtenida del análisis externo.
Puede deducirse de lo expuesto cómo la inscripción ofrece en sí misma un importante ma
terial para el estudio de la cultura.
Bibliografía
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CALDERINI, A. Epigrafia (Turín: 1974).
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DI STEFANO MANZELLA, I. Mestiere di epigrafista. Guida alla schedatura del mater
iale epigrafico lapideo (Roma: 1987).
SUSINI, G.C. EpigrafÍa romana (Roma: 1982).
SUSINI, G.C. "La scrittura e le pietre" en Storia di Roma. L?età tardoantica II. (
AA.VV.) (Turín: 1993).
I. Velázquez.
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{f.} | Heraldry
¨(De heráldico); sust. f.
1. Conjunto de conocimientos relacionados con los escudos nobiliarios, y arte de
describirlos: su interés por la heráldica le llevó a descubrir la ascendencia noble d
e su familia.
Sinónimos
Armería, nobleza.
à
(1) [Historia]
La heráldica es el arte de los heraldos, oficiales al servicio de reyes y grandes
señores durante la Edad Media que estaban encargados, entre otras cosas, de identi
ficar a los personajes según sus escudos de armas. También puede definirse la heráldic
a como el conjunto de normas que regulan el uso de esas armas.
Incluso desde el punto de vista del arte mudéjar, en España, con su sistemática de rep
etición de motivos ornamentales, es muy útil el escudo para dar esa vertiente decora
tiva a telas, vidrieras, pinturas murales, paramentos palaciegos, etc.
Otro factor que está en el origen de la heráldica es el de la necesidad de validar y
autentificar los documentos expedidos por magnates, instituciones públicas y reli
giosas, concejos, cancillerías, etc. La utilización de sellos de cera colgantes de l
os documentos por hilos de seda, y la estampación en esos sellos del escudo de qui
en otorga el documento hace que se establezcan desde ese momento muchos escudos
originales.
El elemento diferenciador del escudo frente a otros rangos de la jerarquía es el u
so de aquél por individuos que pueden transmitirlo a sus herederos; es, precisamen
te, ese signo de algo "personal" que se transforma en "familiar" lo que hace rea
lmente que se desarrolle la heráldica.
Inicios de la heráldica
En España, las primeras muestras heráldicas se encuentran en monumentos y documentos
en torno a la primera mitad del siglo XII. Alfonso VII en Castilla y Ramón Bereng
uer IV, conde de Barcelona, en Aragón, son los primeros magnates en usarlos. En lo
s capiteles del claustro de la catedral de Tudela aparecen unos guerreros que po
rtan largos escudos jaquelados, con bandas y fajas, expresión de utilización del ele
mento y de sus figuras más primitivas. Alfonso VII el Emperador fue quien comenzó a
utilizar un león como emblema personal. Y en esta época surgen en los enterramientos
del monasterio de las Huelgas, en Burgos, múltiples escudos con águilas y leones ar
ropando los cuerpos del infante Fernando y la reina Sancha, muerta en 1179.
A finales del siglo XIII puede considerarse que el sistema heráldico está constituid
o definitivamente. Ya se había utilizado el repertorio completo de esmaltes (color
es y metales) y piezas clásicas. El carácter personal y hereditario de las armerías es
taba afianzado totalmente, y se consideraba que su uso no estaba restringido a n
inguna clase social, pues no existían diferencias de estructura o composición entre
las armas de los nobles y las de los pecheros.
El crecimiento de la heráldica continúa en los siglos XIV y XV, pero se produce cier
ta transformación en este momento. Se abandona el uso de los escudos en el combate
, en el que el elemento distintivo es la bandera, y sólo se usan los blasones como
elementos identificativos en las justas, torneos y pasos honrosos. Se añade al ca
ballero un elemento sobre el casco: la cimera, generalmente utilizando un animal
espantable, como león, dragón, dromedario, etc., para asustar al caballo del contri
ncante. Su elección como elemento "cimero" del escudo hace que las armerías se perso
nalicen aún más.
Otro elemento fundamental del escudo son los esmaltes con los que se pinta. Esta
s coloraciones cubren tanto el campo del escudo como las piezas y figuras en él co
locadas, y existen dos grupos: los metales y los colores. En el idioma heráldico sól
o cabe utilizar dos metales (oro y plata) y cuatro colores: el sable (negro), el
gules (rojo), el azur (azul) y el sinople (verde). Estos esmaltes deben poseer
gran intensidad cromática y representarse de forma plana, nítida y uniforme, sin som
bras ni matizaciones. Es esencial según el lenguaje heráldico no poner metal sobre m
etal ni color sobre color: ello obedece en esencia a conseguir una mejor visibil
idad de las formas y figuras del emblema. A veces se usan figuras "en su color",
como castillos, edificios o personajes. A raíz de la expansión por la Europa del si
glo XV de las ideas caballerescas y cortesanas, en muchos tratados, relatos y di
squisiciones seudohistóricas que incluían descripciones de armerías se atribuían a los e
smaltes valores representativos de determinadas virtudes, de piedras preciosas,
de planetas y astros, etcétera. Eran interpretaciones que nacían de la mentalidad ba
jomedieval, pero que la crítica actual desecha como meras elaboraciones literarias
y huecas.
Según la forma en que se divide, el escudo recibe varios calificativos: acuartelad
o, el que está dividido en cuatro partes o cuarteles por una cruz; burelado, el qu
e tiene cinco fajas o bandas horizontales de color y otras cinco de metal; calza
do, el que está dividido por las líneas que parten de los ángulos superiores del jefe
(parte superior) y van a converger en la punta; cortado, el que está dividido hori
zontalmente en dos partes iguales; cortinado (o mantelado), el que está partido po
r dos líneas verticales entre el jefe y los cantones de la punta; enclavado, el qu
e está dividido en dos partes, una de las cuales monta sobre la otra; fajado, el q
ue tiene tres bandas horizontales de color y tres de metal; partido en banda (o
por banda); raso, el que no tiene adornos o timbres; tajado, el que está dividido
por una línea diagonal que baja de izquierda a derecha; tronchado, el que está divid
ido por una línea diagonal que baja de derecha a izquierda; vergeteado, que está div
idido en diez o más bandas verticales o palos.
También deben mencionarse los forros como un elemento de cubrición del campo, de sus
piezas y figuras. Son la representación estilizada de determinadas pieles emplead
as en el adorno de vestiduras ricas y lujosas: son los armiños y veros. Figuradame
nte, los armiños representan el pelaje invernal de dicho animal y se dibujan como
manchas negras que imitan las colas del animal, puestas a intervalos regulares s
obre fondo blanco. Los veros simbolizan la piel de la ardilla o de la marta cibe
lina, que tiene el lomo gris azulado y el vientre blanco, y se colocan en series
de cuatro o cinco figuras semejantes a campanas que se encajan invertidas unas
en otras, combinando los colores blanco y azul.
La heráldica en la actualidad
Aunque no es posible decir que la heráldica viva hoy un momento de esplendor, ni s
iquiera de renacimiento, sí que es evidente que es una materia muy comúnmente utiliz
ada, y que su conocimiento, aunque sea superficial, conviene a cualquier persona
culta. Muchas personas poseen y utilizan sus escudos legítimos en cartas, tarjeta
s, estandartes. Los Ayuntamientos españoles, poco a poco, van adoptando sus emblem
as heráldicos, y aunque muchos los tienen ya perfectamente descritos desde la remo
ta Edad Media, otros los crean hoy como un elemento diferenciador y definitorio
de un lugar concreto. El interés científico, como auténtica ciencia auxiliar de la his
toria, hace del estudio de la heráldica también un paso imprescindible para alcanzar
un conocimiento exacto de muchos temas de ámbito humanista.
Pero ocurre también que el hecho de ser utilizada la heráldica por muchas personas,
con variedad de formaciones y multiplicidad de intenciones, a veces no legítimas,
supone una tergiversación de su significado, y un cúmulo de errores que a muchos pue
den confundir. Existen además un importante número de prejuicios, fuertemente arraig
ados, que son inconsistentes y conviene desde aquí ayudar a erradicar. Es por ello
que se debe insistir en las siguientes ideas:
- La heráldica no sirve para la vanagloria de un grupo privilegiado; se trata fund
amentalmente de una ciencia auxiliar de la Historia.
- Las armas no son signo de nobleza excepto en muy contados casos. Actualmente e
n la legitimación de un título no se contempla la posesión de escudos.
- Todo el mundo tiene derecho a ostentar emblemas heráldicos, siempre que respeten
en su estructura las costumbres heráldicas y la legislación de uso vigente en la ac
tualidad.
- Las armerías no corresponden a apellidos, sino a linajes, y así las armas de dos p
ersonas que llevan el mismo apellido, pueden ser diferentes, y viceversa.
- No existe un valor simbólico ni para los esmaltes ni para las figuras heráldicas,
excepto en la literaria imaginación de algunos autores.
Hoy en día, en España, existen tres formas de obtener armas propias: por concesión rea
l, por herencia o por propia y personal atribución. La primera es muy restringida
y escasa, pero las otras dos son más fácilmente alcanzables. En cualquier caso, y a
pesar de la relación legislativa sobre estos temas en la actualidad, debe tenerse
clara conciencia de que los escudos de armas son emblemas de identificación y de p
ropiedad personales, y por ello no pueden usarse por otro que no sea el titular
o los autorizados por él.
Si alguien desea -lo cual es posible-, realizarse un escudo de armas para utiliz
arlo como de su propiedad, debe tener en cuenta algunas normas elementales, que
las hagan ser correctas y que reúnan esa corrección en los ámbitos técnico y legal.
Bajo el punto de vista técnico, la regla de oro de la heráldica, vigente desde los o
rígenes es la de no tomar las armas de otro. Y, por supuesto, seguir en su formación
, composición y descripción, las correctas reglas de la ciencia del blasón, que resumi
das se han expuesto en párrafos anteriores. En líneas generales, en toda composición h
eráldica debe buscarse la sencillez, la claridad y la visibilidad, alejándose de la
complicación que estuvo tan de moda en la época barroca; con pocas figuras, escaso u
so de la figura humana y de los colores naturales y búsqueda siempre de la estiliz
ación se obtendrán escudos de gran calidad plástica. No se deben olvidar los elementos
de la vida moderna que, debidamente estilizados y con colores apropiados, tiene
n perfecta cabida en el actual sistema heráldico (tan de uso cotidiano era en el s
iglo XIV una rueda de molino como hoy lo es un ordenador). En cualquier caso, y
para asegurarse de que todo es correcto, lo mejor es investigar sobre libros de
heráldica, y consultar con algún especialista que tenga acreditados conocimientos de
la materia.
Desde el punto de vista legal, cualesquiera armas que se creen, tanto desde el p
unto de vista personal como institucional, deben ser legalizadas para su uso públi
co e impedir así la apropiación indebida. Hoy en día, la legislación vigente es diferent
e para cada comunidad autónoma. En algunas, como la de Castilla y León, existe todavía
la figura del Cronista de Armas, experto que examina todas las peticiones y dic
tamina acerca de la posibilidad de su autorización, que siempre queda reservada al
poder ejecutivo, generalmente en el área de la Justicia.
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GENEALOGÍA
La heráldica en la actualidad
Aunque no es posible decir que la heráldica viva hoy un momento de esplendor, ni s
iquiera de renacimiento, sí que es evidente que es una materia muy comúnmente utiliz
ada, y que su conocimiento, aunque sea superficial, conviene a cualquier persona
culta. Muchas personas poseen y utilizan sus escudos legítimos en cartas, tarjeta
s, estandartes. Los Ayuntamientos españoles, poco a poco, van adoptando sus emblem
as heráldicos, y aunque muchos los tienen ya perfectamente descritos desde la remo
ta Edad Media, otros los crean hoy como un elemento diferenciador y definitorio
de un lugar concreto. El interés científico, como auténtica ciencia auxiliar de la his
toria, hace del estudio de la heráldica también un paso imprescindible para alcanzar
un conocimiento exacto de muchos temas de ámbito humanista.
Pero ocurre también que el hecho de ser utilizada la heráldica por muchas personas,
con variedad de formaciones y multiplicidad de intenciones, a veces no legítimas,
supone una tergiversación de su significado, y un cúmulo de errores que a muchos pue
den confundir. Existen además un importante número de prejuicios, fuertemente arraig
ados, que son inconsistentes y conviene desde aquí ayudar a erradicar. Es por ello
que se debe insistir en las siguientes ideas:
- La heráldica no sirve para la vanagloria de un grupo privilegiado; se trata fund
amentalmente de una ciencia auxiliar de la Historia.
- Las armas no son signo de nobleza excepto en muy contados casos. Actualmente e
n la legitimación de un título no se contempla la posesión de escudos.
- Todo el mundo tiene derecho a ostentar emblemas heráldicos, siempre que respeten
en su estructura las costumbres heráldicas y la legislación de uso vigente en la ac
tualidad.
- Las armerías no corresponden a apellidos, sino a linajes, y así las armas de dos p
ersonas que llevan el mismo apellido, pueden ser diferentes, y viceversa.
- No existe un valor simbólico ni para los esmaltes ni para las figuras heráldicas,
excepto en la literaria imaginación de algunos autores.
Hoy en día, en España, existen tres formas de obtener armas propias: por concesión rea
l, por herencia o por propia y personal atribución. La primera es muy restringida
y escasa, pero las otras dos son más fácilmente alcanzables. En cualquier caso, y a
pesar de la relación legislativa sobre estos temas en la actualidad, debe tenerse
clara conciencia de que los escudos de armas son emblemas de identificación y de p
ropiedad personales, y por ello no pueden usarse por otro que no sea el titular
o los autorizados por él.
Si alguien desea -lo cual es posible-, realizarse un escudo de armas para utiliz
arlo como de su propiedad, debe tener en cuenta algunas normas elementales, que
las hagan ser correctas y que reúnan esa corrección en los ámbitos técnico y legal.
Bajo el punto de vista técnico, la regla de oro de la heráldica, vigente desde los o
rígenes es la de no tomar las armas de otro. Y, por supuesto, seguir en su formación
, composición y descripción, las correctas reglas de la ciencia del blasón, que resumi
das se han expuesto en párrafos anteriores. En líneas generales, en toda composición h
eráldica debe buscarse la sencillez, la claridad y la visibilidad, alejándose de la
complicación que estuvo tan de moda en la época barroca; con pocas figuras, escaso u
so de la figura humana y de los colores naturales y búsqueda siempre de la estiliz
ación se obtendrán escudos de gran calidad plástica. No se deben olvidar los elementos
de la vida moderna que, debidamente estilizados y con colores apropiados, tiene
n perfecta cabida en el actual sistema heráldico (tan de uso cotidiano era en el s
iglo XIV una rueda de molino como hoy lo es un ordenador). En cualquier caso, y
para asegurarse de que todo es correcto, lo mejor es investigar sobre libros de
heráldica, y consultar con algún especialista que tenga acreditados conocimientos de
la materia.
Desde el punto de vista legal, cualesquiera armas que se creen, tanto desde el p
unto de vista personal como institucional, deben ser legalizadas para su uso públi
co e impedir así la apropiación indebida. Hoy en día, la legislación vigente es diferent
e para cada comunidad autónoma. En algunas, como la de Castilla y León, existe todavía
la figura del Cronista de Armas, experto que examina todas las peticiones y dic
tamina acerca de la posibilidad de su autorización, que siempre queda reservada al
poder ejecutivo, generalmente en el área de la Justicia.
(2)[Literatura e Historia] Genealogía
Historia de una familia, linaje o gens plasmada en un escrito de índole diversa (e
jecutoria, texto histórico o poema de tipo heroico, por lo común) o en un árbol genealóg
ico; en cualquiera de sus formas, la genealogía se remonta al ascendiente más lejano
para alcanzar hasta los miembros más recientes de la familia. La Genealogía se cons
tituyó en disciplina independiente a finales del Medievo y se desarrolló sobre todo
en sociedades fuertemente marcadas por un espíritu de casta o clase (así, abundaron
los genealogistas en los años de aplicación de los Estatutos de Limpieza de Sangre);
en cualquier caso, estas investigaciones cuajaron en el mundo jurídico en general
, dada su utilidad para determinar los derechos de herencia o sucesión.
Posteriormente, los principios de la ciencia genealógica se aplicaron a distintas
tradiciones, como vemos en el caso de la Genealogía de la Biblia (con descendiente
s neotestamentarios e incluso veterotestamentarios, tanto en el mundo judío como e
n el cristiano), en la Genealogía del Corán (con los numerosos descendientes del Pro
feta, que pueden rastrearse hasta el presente) o en la Genealogia deorum gentili
um, obra redactada por Boccaccio que atiende a las complejas relaciones familiar
es de los dioses del panteón clásico (que varían, de hecho, en los distintos manuales
sobre mitología). Por extensión, se habla de estudios genealógicos para hacer referenc
ia a la fijación de la familia o pedigree de animales de compañía (perros y gatos, por
lo común) o caballos.
Además de la memoria de los antepasados vivos, la genealogía de una familia se ha ve
nido trazando a partir de registros escritos, parroquiales o municipales; con to
do, es a W. H. R. Rivers, etnógrafo inglés, a quien se considera el padre de la mode
rna Genealogía, ciencia auxiliar de las investigaciones histórico-sociológicas. Desde
el siglo XIX hasta hoy, el interés por el progreso en los estudios genealógicos ha s
ido extraordinario, pues a cualquier individuo, en algún momento de su vida y con
independencia de sus raíces, le interesa determinar cuál ha sido el pasado de su fam
ilia; a ese respecto, los humildes se enorgullecen cuando consiguen localizar cu
alquier antepasado de cierto relieve; por su parte, las familias linajudas suele
n sacar a relucir sus ilustres apellidos, si es que no atienden en especial a al
gún antepasado verdaderamente conspicuo. A este respecto, el caso extremo -más propi
o de las oficinas de detectives que de los genealogistas- es el de quienes desco
nocen incluso el nombre de sus progenitores y arden en deseos de determinar sus
orígenes.
Este sentimiento natural del hombre a lo largo de los siglos ha dado en excesos
y ha animado las falsas genealogías que se plasman en escritos históricos o en poema
s de tinte épico como la propia Eneida virgiliana, que hace que Octavio Augusto de
rive directamente del linaje de Eneas. La creación, o simple sugerencia, de vínculos
familiares inexistentes es común en otros muchos escritos literarios; por otra pa
rte, esta asociación tampoco es ajena al universo de las artes plásticas, mucho más el
ocuentes y directas a este respecto. Como quiera que sea, sólo en el siglo XV come
nzaron a abundar por toda Europa los escritos genealógicos, incorporados a los tra
tados de nobleza y a los armoriales; una centuria más tarde, esta literatura será es
pecialmente rica, con un largo número de tratados impresos, abundantes ejecutorias
de hidalguía (generalmente copiadas a mano en letra gótica y sobre pergamino, a pes
ar de ver la luz en siglos posteriores al Medievo) e infinitas pesquisas genealógi
cas.
El siglo XVII, no obstante, fue el que asistió al verdadero desarrollo de la Genea
logía como disciplina erudita, con notables avances en el conjunto de Europa; en E
spaña, ésa es la centuria de los tratados de Álvaro Pérez de Haro, José Pellicer y, sobre
todo, de los monumentales estudios de Luis de Salazar y Castro, cuyos documentos
pasarían años más tarde a formar parte del Archivo y Biblioteca de la Real Academia d
e la Historia. Desde el siglo XVIII, los estudios genealógicos en España se vieron f
acilitados por la normalización en la transmisión de los apellidos, que se ha manten
ido hasta nuestros días. El siglo XX, por fin, vio extenderse las pesquisas genealóg
icas en dos maneras: una básica y popular, que ha dado en el negocio del estudio d
e los apellidos y su posterior plasmación en los escudos heráldicos que correspondan
; otra más compleja y ambiciosa, que ha llegado a constituir grandes bases de dato
s en el mundo judío (necesarios para localizar a miembros de una misma familia dis
persos tras la Shoah u Holocausto) o en la comunidad de los mormones.
Bibliografía
Los viejos manuales de genealogía de distintas naciones europeas se reúnen en la ben
emérita entrada que, sobre la materia, ofrece la Enciclopedia Espasa Universal. En
tre los títulos posteriores, hay que citar a Francisco Fernández de Bethencourt, His
toria genealógica y heráldica de la monarquía española (1897-1920), y a Alberto y Arturo
García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americano
s (1920 y ss.); con todo, la relación de títulos es muy larga así como los útiles de los
genealogistas, que nunca se pueden limitar a la consulta de fuentes referencial
es secundarias sino que están obligados a consultar los archivos de forma directa.
Enlaces en Internet
Hay una hiperabundancia de servicios genealógicos, entre los que cabe destacar los
que a continuación se enumeran:
http://www.ancestralfindings.com/; Página de una de las principales empresas norte
americanas para el rastreo de cualquier dato genealógico.
http://www.mytrees.com/; Impresionante base de datos para llevar a cabo distinta
s pesquisas genealógicas.
http://www.elanillo.com/; Página dedicada a las pesquisas genealógicas con apellidos
españoles, de España y toda Hispanoamérica.
http://www.sephardim.com/; Página de apoyo para consultas genealógicas sobre apellid
os de judíos españoles o sefardíes.
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SIGILOGRAFÍA
f.} | sigilography
¨(Del lat. sigillum, ´sello´, y -grafía); sust. f.
1. Disciplina encargada del estudio de los sellos empleados para autorizar docum
entos: un experto en sigilografía podrá determinar la data de este documento.
Sinónimos
Esfragística.
à
(1) [Historia] Sigilografía.
Ciencia de carácter histórico cuyo objeto de estudio son los sellos como elementos d
e validación y autenticación documental en todos sus aspectos (históricos, artísticos o
jurídicos) y cualquiera que sea su época. El término proviene del latín sigillum, que ha
cía referencia a la función de cierre de los documentos secretos. También se conoce es
ta disciplina con el término ?esfragística?, que deriva del griego sgragis, que sign
ifica ´sello´.
Se trata de una disciplina de carácter eminentemente histórico, ya que en la actuali
dad los sellos han perdido su función de autenticación y validación de los documentos
oficiales.
La sigilografía sirve como ciencia auxiliar imprescindible a la diplomática y a la h
istoria y, de forma secundaria, a otras disciplinas históricas tales como la genea
logía, la heráldica, la arqueología o la historia del arte.
Bibliografía
MENÉNDEZ PIDAL DE NAVASCUÉS, F.: Apuntes de sigilografía española, Guadalajara, 1993.
RIESCO TERRER-O, A.: Introducción a la sigilografía, Madrid, 1978.
TAMAYO, A.: Archivística, diplomática y sigilografía, Madrid, 1996.
Victoria Horrillo
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DIPLOMATICA
¨(De diploma); sust. f.
1. Estudio científico de los diplomas y otros documentos, con vistas a establecer
su autenticidad o falsedad: el objeto de estudio de la diplomática son los documen
tos antiguos, generalmente manuscritos.
2. Diplomacia, ciencia de las relaciones e intereses internacionales: en el mund
o de la diplomática cualquier paso puede tener consecuencias de gran trascendencia
.
Sinónimos
Archivística, paleografía, diplomacia, política, mediación, negociación, relaciones intern
acionales, arbitraje.
à
(1) [Bibliografía] Diplomática.
Término y concepto.
Palabra derivada del griego diploma, ?doblado?, ?plegado?, que procede a su vez
del verbo diploo, ?doblar?, ?plegar?. Retengamos, no obstante, que el doblado de
los documentos antiguos se hacía en una tablilla a modo de díptico, por lo que a es
te soporte de escritura nos remiten las antiguas referencias en textos griegos y
latinos (en los que diploma, -atis conviene con diploma, -um y con duploma, -um
). En su origen, esta disciplina muestra un claro hermanamiento, y hasta una con
fusión en las fronteras que separan unas de otras, con otras disciplinas afines co
mo son la paleografía, la sigilografía, la cronología o la codicología. El término, en nue
stros días, se usa para aludir a la ciencia auxiliar de la historiografía que estudi
a los documentos antiguos de naturaleza jurídica o administrativa característicos de
cualquier archivo. En todos estos escritos, se sacrifica cualquier tipo de orig
inalidad o voluntad de estilo y se persigue precisamente lo contrario: unos rasg
os que otorgan al documento, instrumentum o documentum, la condición de tal (un de
terminado formato y un lenguaje característico) y otros que le dan validez legal (
las firmas de las personas jurídicas y de los funcionarios, los sellos y marcas de
cancillería, etc.). Lo que, en definitiva, confiere al documento su carácter es, así
pues, la suma del texto y de los correspondientes protocolos (que lo validan al
darle el necesario carácter legal).
Diametralmente opuestos a la naturaleza de tales documentos son los códices o libr
os, conservados en las bibliotecas y estudiados comúnmente por los filólogos; no obs
tante, hay documentos legales que quedan a medio término entre una y otra forma de
escritura, como comprobamos en las cartas de población o cartas pueblas, en los o
torgamientos o los fueros, con una prosa mucho más compleja y una extensión muy supe
rior. Los archivos también abundan en documentos personales que demuestran una vol
untad de estilo o artística; en estos casos, su consideración y estudio no son de la
competencia exclusiva del especialista en diplomática; a veces, ni siquiera se tr
ata de una materia necesariamente ligada a la labor de los historiadores: en tal
es casos, a menudo entran en acción los filólogos y los historiadores de la literatu
ra, pertrechados con las herramientas que aportan disciplinas tan necesarias par
a su labor como son la codicología y la paleografía. No obstante, debe recordarse qu
e los oficios del historiador y el filólogo nunca han estado tajantemente separado
s y que la diplomática acude en auxilio del segundo tanto cuando se enfrenta a doc
umentos oficiales y cancillerescos como cuando lo que tiene entre sus manos son
documentos personales o códices. Esto es debido a que la diplomática aglutina técnicas
de análisis documental de diverso signo, algunas de las cuales se han citado más ar
riba.
Historia de la disciplina.
La diplomática, como ciencia, nació con el propósito de determinar la autenticidad o f
alsedad de los documentos manuscritos; no obstante, en el presente también hay esp
ecialistas como Luciana Duranti que extienden el radio de acción de esta disciplin
a hasta el documento electrónico o informático. Por su origen, la diplomática es una c
iencia auxiliar o ancilar de la Historiografía, en el campo concreto de la archivíst
ica, aunque a ella acudan los especialistas de otras tantas especialidades; por
ello, es tradición que los Departamentos o Secciones de Paleografía y Diplomática haya
n estado ligados a las Facultades o Departamentos de Historia desde el siglo XIX
, momento en el que hay que rastrear las bases teóricas de la ciencia moderna de e
studio de los documentos antiguos.
No obstante, los fundamentos de la diplomática hemos de buscarlos en la propia Eda
d Media, aunque a ella pertenezcan mayoritariamente los materiales sobre los que
trabaja el especialista. Al respecto, es digna de recuerdo la labor de Inocenci
o III, en la transición del siglo XII al XIII, para establecer unos sólidos principi
os que permitiesen la detección de documentos fraudulentos; por esas mismas fechas
, tiene lugar un fenómeno de extraordinaria importancia: la preservación de los docu
mentos y formación de archivos, muchos de los cuales han llegado hasta nuestros días
: los reyes de Francia, los de Aragón y los de Sicilia vieron nacer sus respectivo
s archivos en ese momento. El nacimiento de la disciplina, con todo, se debe al
Humanismo, que acuñó el término diplomática y que hizo del estudio documental una de sus
herramientas de trabajo más habituales. Las aportaciones de los humanistas desde
el Quattrocento en adelante (como la refutación de la Donatio Constantini por Lore
nzo Valla, que apelaba a criterios históricos y filológicos contundentes) o los nume
rosos tratados de archivis publicados en los siglos XVI y XVIII justifican el de
sarrollo de la diplomática a lo largo del siglo XIX.
(Véase Humanismo)
Existen terrenos especialmente privilegiados para el desarrollo y aplicación de la
diplomática desde sus orígenes, como el legal y el religioso. La validación de un doc
umento podía o no mostrar el derecho de una reivindicación a un título, una propiedad
o un tributo, como se demuestra por el Becerro de las behetrías, los llamados Fals
os cronicones o la documentación relativa a los votos de Fernán González en favor de S
an Millán por la ayuda que dispensó a los cristianos en la batalla de Clavijo (votos
que se plasman en la Vida de San Millán de Gonzalo de Berceo). En el universo rel
igioso, las principales patrañas van ligadas a los relatos hagiográficos (véase Hagiog
rafía), pues las vidas de santos no sólo recibieron adherencias que nada tienen que
ver con ellas (procedentes de otras vitae, pero también de las leyendas épicas, de l
as novelas y de otras tradiciones diferentes) sino que muchas de ellas son simpl
es supercherías, como vienen mostrando el jesuita Jean Bolland y los bolandistas d
esde el siglo XVII (en concreto, desde que vieran la luz los primeros volúmenes de
las Acta Sanctorum en 1643).
No obstante, el nacimiento de la moderna ciencia de la diplomática surge, de acuer
do con la común opinión de los historiadores, con el benedictino Jean Mabillon, por
medio de su De re diplomatica libri VI (1681), que queda en clara deuda con Boll
and y sus seguidores. Aquí, Mabillon aporta los basamentos principales para varias
disciplinas: agavilla los principios filológicos o de crítica textual manejados por
los humanistas en los siglos previos; desarrolla algunas nociones codicológicas q
ue precisaban de sistematización; reúne datos y documentos que permiten ofrecer un p
rimer corpus paleográfico a los estudiosos (aunque se diga que el padre de la pale
ografía es Bernard de Montfauçon, por acuñar el término en su Palaeographia graeca, sive
de ortu et progressu literarum de 1708); acopia modelos de sellos, estudia data
ciones y atiende a otros rasgos documentales, con lo que consigue cimentar las b
ases de aquellas disciplinas auxiliares que, en suma, constituyen la esencia de
la diplomática.
A lo largo del siglo XVIII, la diplomática salió de un ámbito exclusivamente religioso
y perdió su sentido utilitario (como herramienta para el estudio de los documento
s sagrados y de las vitae) para pasar a las manos de los historiadores y los filól
ogos en su trabajo con los documentos antiguos; no obstante, los benedictinos aún
seguirían mostrando su primacía general en este terreno con los seis tomos de René Pro
sper Tassim y Charles François Toustain en el Nouveau traité de diplomatique (1750-1
765). Esta obra gozó de gran fama y hubo de facilitar el progreso científico de las
grandes corrientes histórico-filológicas centroeuropeas del siglo XIX, que en el ter
reno de la paleografía y la diplomática contó con nombres como los de Johan Friedrich
Böhmer, Julius Ficker y Theodor von Sickel. En este medio, en los centros académicos
de Alemania, Austria y, en menor medida, en Francia e Italia, nacieron no sólo la
diplomática y la paleografía sino la archivística en general.
La ciencia diplomática y su aplicación.
La diplomática trabaja sobre documentos públicos y privados, originales o traslados,
aunque en el periodo medieval tiene un campo de trabajo primordial: los documen
tos regios (legislativos, judiciales o puramente diplomáticos, así como preceptos y
privilegios, epístolas y mandatos) y eclesiásticos en general (particularmente, los
papales pero también aquellos pertenecientes a otros cargos inferiores). En todos és
tos y en otros casos, los escritorios y las cancillerías trabajaban sobre formular
ios establecidos, como descubrimos en algunas muestras que nos remiten a la cort
e de Carlomagno y sus sucesores, como las Formulae Marculfi (comienzos del siglo
VIII) o las Formulae imperiales (828-832). De todas maneras, estos modelos sólo l
ograrán extenderse gracias a las llamadas artes notariales y, más en general, en las
artes dictaminis o artes dictandi propias del Medievo (véase Retórica); muchas de e
llas no venían dispuestas como discurso teórico sino como un conjunto de patrones pa
ra redactar epístolas o documentos destinados a individuos pertenecientes a los más
variados estamentos.
Las artes nacieron con Alberico di Montecassino, en el siglo XI, y cubrieron tod
a la Edad Media, aunque los principales tratados aún siguieron gozando de fama dur
ante el primer Renacimiento; en estos tratados, se establecían unas reglas general
es concernientes al texto del documento que son de orden retórico (con las partes
del discurso adaptadas al exordio, la exposición y las fórmulas finales o de corrobo
ración), si bien es verdad que también se observaban unos principios o costumbres de
naturaleza puramente legal. Aunque estas preceptivas no suelen atender a la gra
mmatica o latín (más adelante, al vernáculo) con que se redactan los documentos, de su
estudio se deriva que los profesionales usaban un lenguaje jurídico característico,
con sus propias reglas y un metalenguaje que, por su caracterización, será objeto d
e no pocas parodias literarias (desde los goliardos medievales hasta nuestros días
).
En definitiva, el estudio de los documentos permite agruparlos de acuerdo con la
cancillería que los emite, ya sea regia, imperial, pontificia, nobiliaria o simpl
emente pública y notarial. La determinación de tales centros se deriva no sólo del sel
lo y marcas distintivas sino también del protocolo y hasta de la propia retórica de
que se sirven. Comunes son, al conjunto de los documentos, la invocación a Dios; l
a salutatio o título, con los nombres y títulos de quien escribe y del destinatario
del texto, a los que se suma el obligado saludo. A continuación, se dispone el tex
to propiamente dicho, con la promulgatio o explicación del propósito del documento y
la narratio o relación de los hechos y situaciones a que afecta, perfectamente ar
ropadas ambas por fórmulas profesionales y por figuras de orden legal. La disposit
io, en ese punto preciso, muestra la voluntad del legislador; a continuación, se a
visa a los presuntos infractores en la sanctio; al cierre, la corroboratio indic
a el alcance del documento y la forma de aplicarlo.
Sólo entonces, los documentos vienen firmados o identificados por medio de signos
de los interesados por el acto; con ellos, aparecen los testigos, cuyos nombres
se recogen por lo común dispuestos en columnas en la mayoría de los documentos medie
vales más antiguos. Justo en ese lugar irá la fecha, que podrá seguir varios modos de
datación: era cristiana, era romana, indicaciones, día del santo, referencias a vari
as fiestas sagradas, estilos diversos laicos y religiosos, etc. (véase calendario)
. Al igual que sucede con las características físicas de los documentos, con su esti
lo y con sus fórmulas, los sistemas de datación sirven también para identificar los di
stintos escritorios o cancillerías.
Características del documento.
Aunque en la Antigüedad la escritura documental apeló a otros soportes, en el Mediev
o sólo encontramos documentos en papiro (en Europa, se utilizó hasta el siglo XI en
la curia papal), en pergamino (el material más común a lo largo de la Edad Media) y
en papel (empleado rara vez en el siglo XIV y comúnmente un siglo después). La tinta
empleada comúnmente se había preparado con agallones y vitriolo de cobre. El idioma
común de los documentos fue el latín para toda Europa, aunque el vernáculo fue enseñoreán
dose de modo paulatino de las cancillerías desde el siglo XII en adelante; su cali
grafía (véanse paleografía y caligrafía) se adaptó a los varios tipos de escritura usados
desde la desintegración de la Nueva Romana; su sistema de abreviaturas respondía a d
os modelos: uno común o general, característico de la escritura europea de las disti
ntas épocas, y otro de cancillería, que a menudo presenta rasgos peculiares para cad
a centro.
Una vez preparado el documento, cabían dos posibles formatos: en forma de rollo, p
ropia del papiro, o de pliego, característica del pergamino y, por lo tanto, la más
común en la Edad Media. Una opción distinta y frecuente era la de cortar el document
o en tres partes con formas angulares y marcar cada una de ellas con la letra A,
la B o la C (no en balde, se suelen denominar "cartas partidas por ABC); ésta era
una forma magnífica de validar un documento cuando afectaba a varias partes inter
esadas. Por fin, el uso de sellos en los documentos nos remite al siglo VII en l
os casos más tempranos, aunque el uso del sello de poridad o secreto (los sigilla
membranae affixa), tanto en cera como en metal (bullae de plomo, por lo común), es
posterior: los primeros testimonios, de hecho, nos remiten a Bizancio y al sigl
o XI, si bien es verdad que por Europa sólo comenzó a extenderse su uso desde el sig
lo XII en adelante. En fin, al primitivo archivero sólo le quedaba guardar el docu
mento en uno de los registrum, regestum o cartularium dispuesto a tal efecto.
A. Gómez Moreno
Temas relacionados
Paleografía.
Sigilografía.
Cronología.
Historiografía.
Archivística.
Bibliografía