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HISTORIA AMBIENTAL Y LA MODIFICACIÓN DE LOS PAISAJES

AGRÍCOLAS: IMPLICACIONES PARA LA CONSERVACIÓN DE LA


BIODIVERSIDAD Y EL DESARROLLO EN VENEZUELA

Chiara Berlingeri
Investigadora Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA), estado Trujillo.

Los paisajes son entidades dinámicas que cambian constantemente a lo largo del tiempo y
del espacio, en función de los procesos naturales y su relación de la sociedad. Dentro de
los factores naturales que determinan el paisaje potencial se incluyen la geomorfología, el
suelo, el clima, la hidrología, la vegetación y la fauna; mientras que las actividades
humanas son las que mayormente interactúan con los procesos naturales para producir los
patrones reales. Estos fenómenos resultan de las actividades culturales, religiosas,
sociales, políticas y económicas que se suceden en el tiempo (Forman, 2006).

La modificación del paisaje agrícola ha obedecido principalmente al clima, a la evolución


de los sistemas agrícolas, al desarrollo de la economía y a los cambios sociales que han
ocurrido en el proceso de coevolución de las sociedades, desde los sistemas de cazadores
– recolectores a los completamente agrícolas e industrializados. Estos procesos de
transformación a lo largo del tiempo han sido relativamente lentos, tal como el
surgimiento de la agricultura, o rápidos, como la intensificación de ésta en el siglo
pasado. Además, las diferencias surgidas entre las sociedades durante la evolución han
sido muy variables, dependiendo de los factores ambientales, ecológicos, culturales,
religiosos, sociales y económicos particulares de cada zona. De esta forma, en la
actualidad existen comunidades que dependen para su subsistencia de distintos modelos
de caza, recolección y sistemas tradicionales de cultivo, a la par del sistema de agricultura
intensiva dominante a nivel mundial, cuyo objetivo principal es el mercado.

El conocimiento de la historia ambiental es importante para la toma de decisiones a


futuro y para la planificación de un desarrollo sustentable. En este ensayo se pretende
hacer un análisis preliminar sobre cómo puede haber influido la ecología y la historia
ambiental en la modelación del paisaje y la evolución de las sociedades, tomando como
ejemplo específico a Europa y Venezuela.

En el momento del contacto europeo con los pobladores de América, los indígenas
basaban su subsistencia en diversas estrategias. Había indios que vivían principalmente
de la pesca en las zonas costeras, de la recolección de productos vegetales y de la caza de
animales. También practicaban desde incipientes hasta sofisticadas formas de agricultura,
intercambiaban productos y tenían distintas formas de organización social. Con el arribo
de los conquistadores europeos se inició un proceso de dominación, colonización y
organización de un nuevo orden económico y social que provocó modificaciones
profundas en el paisaje. Se impuso un modelo agrícola basado en especies vegetales y
animales foráneas y un sistema de producción intensivo, cuyo objetivo principal era la
exportación.

¿A qué se debían las diferencias tecnológicas y en la agricultura entre las sociedades


europeas y americanas que hicieron posible la dominación?. ¿Se trataba realmente de una
superioridad europea o de diferencias provocadas por una adaptación a las condiciones
del medio?.

Bellisario (2006) discute el argumento presentado por Jared Diamond, el cual atribuye las
diferencias entre los niveles de desarrollo de las culturas del mundo a factores
geográficos y ambientales decisivos. Las sociedades que desarrollaron más
tempranamente un sistema eficiente de producción de alimentos (agricultura) se
desarrollaron más rápidamente. La capacidad de mantener una mayor población y el
surgimiento de una organización social para la producción hizo que se desarrollaran
también otras áreas como la tecnológica, gobiernos, religión y artes. El surgimiento
temprano de la agricultura en Eurasia y su rápida extensión, al parecer, fue el producto de
la presencia de una gran cantidad de especies vegetales anuales y animales
domesticables, de las condiciones ecológicas propias del ambiente mediterráneo y
templado y de la relativa uniformidad geográfica con pocas barreras físicas. También
Harlan (1992), apoya esta hipótesis desde el punto de vista ecológico, al argumentar que
los ambientes más propicios para el inicio de la domesticación y la agricultura son los
que presentan estaciones secas prolongadas, bien sea de clima templado (como el
mediterráneo) o tropical (sabana y bosque seco tropical). No obstante, el mismo autor
añade que es probable que la domesticación y la agricultura hayan surgido en diferentes
áreas del mundo en forma casi simultánea y por una multitud de razones. Un escenario
probable es que poblaciones de cazadores – recolectores comenzaron a cultivar una o
unas pocas especies determinadas, quizás por diversión, conveniencia o creencias.

Los estudios etnográficos realizados en sociedades no agrícolas, así como las evidencias
arqueológicas, permiten inferir que las sociedades cazadoras - recolectoras antiguas
tenían conocimiento suficiente acerca de los ciclos de vida de las plantas, manejaban la
vegetación y el paisaje para favorecer las especies deseadas o hacer el espacio más
confortable, estaban familiarizados con las especies, sus usos y los tratamientos previos
antes de utilizarlas. Es decir, tenían suficiente conocimiento y realizaban prácticas
similares a las poblaciones agrícolas. La única diferencia entre los cazadores –
recolectores y la agricultura es la cantidad de población capaz de mantener (capacidad de
carga). Sin embargo, no parece probable que el incremento poblacional haya ocasionado
el surgimiento de la agricultura. Los cazadores – recolectores tenían estrategias para
controlar el tamaño de la población y no hay evidencias de que el ser humano estuvo
forzado a cultivar por una disminución en la dieta o hambrunas (Harlan, 1992). No
obstante, no se puede descartar que la presión poblacional haya sido en algunos casos la
causante del inicio de la domesticación.

De acuerdo a lo anteriormente planteado, es probable que en las regiones donde


evolucionó primero la agricultura tal y como la conocemos, fue donde había la necesidad
y las condiciones ecológicas para hacerlo. Desde ese punto de vista, el modelo de
subsistencia predominante en América al momento del arribo de los conquistadores, en
lugar de ser considerado inferior, debe ser interpretado como un modo de vida adaptado a
las condiciones ambientales, ya que los aborígenes para satisfacer sus necesidades
contaban con abundantes recursos y sólo debían cultivar unas pocas especies y tener para
ello la tecnología y organización social útil.
A la época hispánica en Venezuela, le suceden múltiples procesos de guerras,
caudillismos, dictaduras, explotación petrolera, inmigraciones y otros elementos, cada
uno con una influencia directa e indirecta sobre el paisaje. Más recientemente (hacia la
mitad del siglo XX) factores económicos, de mercado y políticos, propiciados muchos de
ellos por los entes de poder de los países ricos, han provocado la industrialización de la
agricultura, la migración de la población desde las áreas rurales hacía los centros urbanos,
y el abandono de prácticas tradicionales de cultivo; todo ello con implicaciones en la
conservación de la biodiversidad.

En este sentido, la innovación tecnológica puede ser considerada como uno de los
principales promotores de cambio del paisaje. Frecuentemente, la tecnología moderna
incrementa la base económica, la calidad de vida y el crecimiento de la población. Sin
embargo, conduce a crecimientos poblacionales superiores a la capacidad de carga del
ecosistema y a una degradación del mismo producto de la deforestación, sobrepastoreo,
erosión del suelo, pérdida de biodiversidad y contaminación ambiental.

Las políticas a nivel mundial muy comúnmente favorecen esquemas de “desarrollo”


basados en la simplificación de la naturaleza y monocultivos con gran cantidad de
insumos. Este modelo contrapone el desarrollo y la conservación de la biodiversidad, esta
última necesaria para el mantenimiento de los servicios que los ecosistemas prestan a la
agricultura y la humanidad en general. Si bien es cierto que la expansión e intensificación
de la agricultura durante el siglo XX contribuyó a la disminución de la pobreza y
mejoramiento de la seguridad alimentaria (especialmente en los países desarrollados), es
evidente que estos beneficios se desarrollaron en detrimento del ambiente, y en el caso de
los países en vía de desarrollo aumentó las diferencias de clases sociales.

En Venezuela, el siglo XX ha estado lleno de desaciertos políticos que han provocado el


atraso, el abandono de los campos y el predominio del monocultivo intensivo. Por
ejemplo, la política de sustitución de importaciones que se caracterizó por un proceso de
industrialización protegido por el estado basado principalmente en materia prima
“importada”, provocó el desarrollo de agroindustrias conectadas con actividades
agropecuarias intensivas (Pino et al., 1992).

¿Quién decide o influye en las políticas de un país que determinan el “desarrollo” o “anti-
desarrollo” del mismo?. Esta interrogante seguramente no tiene una única respuesta, ya
que son muchos los factores involucrados en cada caso particular, pero valdría la pena
preguntarse a quién han favorecido finalmente.

IMPLICACIONES ECOLOGICAS E HISTORIA AMBIENTAL EN LA


CONSERVACIÓN DE LA BIODIVERSIDAD Y DESARROLLO AGRÍCOLA

Hemos visto que la agricultura de subsistencia no es lo suficientemente productiva para


mantener a una población mundial creciente; también se ha hecho referencia a los
impactos negativos de la agricultura industrializada sobre los servicios ambientales que
sustentan a los agroecosistemas y a la especie humana. En base a lo anterior, está claro
que el mayor desafío mundial es generar una nueva concepción de producción y
desarrollo basado en el manejo sustentable de los ecosistemas, a la vez que se conservan
y restauran sus funciones. La tendencia mundial es hacia la multifuncionalidad de los
ecosistemas y paisajes agrícolas.

Las actividades humanas afectan y son afectadas por la degradación de los ecosistemas y
la pérdida de biodiversidad (Robertson y Swinton, 2005; Dale y Polasky, 2007). Aunque
el deterioro de los recursos ha comenzado a generar una conciencia sobre la necesidad de
una manera diferente de hacer las cosas, cambiar la tendencia de las sociedades agrícolas
es difícil con las fuerzas económicas y de poder actuales. Para ello se debe partir por el
reconocimiento generalizado de que la agricultura necesita de la naturaleza para mantener
su equilibrio a través de una amplia escala de espacio y tiempo. Visto de este modo, las
actividades agro-productivas, la conservación de la biodiversidad y la prestación de otros
servicios a la humanidad se complementan y favorecen.
Algunos procesos o funciones de los agroecosistemas importantes para la agricultura y
que son afectados por la simplificación del paisaje y la disminución de la diversidad
biológica son: la productividad primaria, la polinización, el control natural de plagas y
enfermedades, la regulación de especies invasoras y la dispersión de semillas para la
recuperación de tierras en barbecho, entre otras. La erosión de los suelos, el ciclaje de
nutrientes, los ciclos biogeoquímicos, el ciclo hidrológico, la calidad del agua, la
temperatura y la calidad del aire también afectan a la productividad y sostenibilidad de la
agricultura. El flujo de genes entre especies de cultivo y parientes silvestres relacionados
permite la ampliación de la base genética de las poblaciones, lo que a largo plazo
determina la adaptabilidad de las especies a las condiciones ambientales, sociales y de
mercado cambiantes. En fin, la resiliencia del agroecosistema va a depender de que exista
la biodiversidad suficiente para soportar todos los procesos anteriores y que dicha
diversidad tenga una distribución o estructura que permita la interacción entre los
componentes (Turner, 1989; Bengtsson et al., 2003; Robertson y Swinton, 2005; Dale y
Polasky, 2007).

Los niveles de regulación de los procesos operan a varias escalas temporales, espaciales y
niveles de organización (genes, genotipos, especies, poblaciones, comunidades,
ecosistemas, geosistema), y están basados en una compleja red de interacciones directas e
indirectas influenciadas por los niveles de biodiversidad y las condiciones ambientales
particulares de cada localidad. Debido a que no está claro cómo las unidades de
organización interactúan en el ecosistema bajo distintas condiciones ambientales y los
niveles críticos de biodiversidad necesarios para mantener el equilibrio (Balvanera et al.,
2006), las estrategias de conservación y restauración de los agroecosistemas deben imitar
los mecanismos naturales de los ecosistemas que permiten su adaptabilidad. Esto quiere
decir que las estrategias deben ser preventivas y no reactivas, basadas en la conservación
de los ecosistemas, hábitats y procesos en lugar de especies particulares. Al conservar los
tres primeros se conservan las especies.

Aunque el objetivo debe ser mantener los procesos del agroecosistema, es más fácil
incidir y medir los patrones que los determinan. La opción es entonces incrementar la
diversidad en el espacio y tiempo del agroecosistema imitando en lo posible la estructura
natural a nivel de paisaje, ecosistemas, comunidades y poblaciones.

Las interacciones específicas con el ambiente abiótico determinarán en primera instancia


la Productividad Primaria Neta (PPN) de la vegetación potencial de una zona geográfica.
El ecosistema se adapta a las condiciones específicas de un lugar a través de los
mecanismos de acumulación y conservación de nutrientes (Montagnini y Jordan, 2002).
Esto inicialmente determina la estructura, diversidad y funcionamiento del ecosistema.
Un primer indicador de sustentabilidad podría ser la distribución de los recursos en el
sistema agrícola. Lo anterior se puede ejemplificar con las diferencias en la productividad
y diversidad de la vegetación natural de las zonas tropicales y templadas; de allí se
deduce que en las regiones tropicales los cultivos de ciclo intermedio o permanente y los
sistemas agroforestales son los de mayor eficiencia en la captación de energía solar,
mantenimiento del ciclo cerrado de nutrientes y conservación del suelo. No es casual que
los cultivos de ciclo permanente predominan en la zona tropical (Monfreda et al., 2008).

Otro factor interesante de la productividad primaria en relación con la latitud es en


general la mayor diversidad biológica de los ecosistemas tropicales. En función de esto,
la agricultura tropical, más que en cualquier otra región del planeta, debe estar basada en
prácticas que propicien la mayor biodiversidad posible, a fin de conservar los procesos
que mantienen la sostenibilidad del agroecosistema. En este sentido, sería interesante
comprobar si el modelo de producción intensivo desligado de la naturaleza ha tenido
peores consecuencias en los trópicos.

De acuerdo a las diferencias ambientales y ecológicas mencionadas, se hace evidente que


no debería existir un único modelo de producción a nivel mundial, tal como ocurre en la
actualidad. También se puede inferir que el modelo intensivo en los países tropicales ha
probablemente generado más problemas que beneficios.

Sin embargo, no se trata de que en las zonas tropicales no se cultiven especies de ciclo
corto, o que las especies perennes no sean importantes en las zonas templadas. Como se
dijo antes, las condiciones ecológicas y sociales son tan variadas y particulares de cada
región que no es posible un modelo general. Además, lo que se busca es la
heterogeneidad del paisaje agrícola en el espacio y tiempo. La heterogeneidad es la que
permite el desarrollo de mecanismos de adaptación para mantener la sostenibilidad en el
tiempo (Forman, 2006).

En base a las consideraciones anteriores, se debería conservar una proporción elevada de


la diversidad autóctona en el agroecosistema (proporcional a la diversidad natural),
promoviendo el grupo funcional más eficiente para la captación de energía, acumulación
de nutrientes y mantenimiento de las funciones del ecosistema. Es además con estas
especies con que se pueden obtener ventajas comparativas en un mercado globalizado.

A nivel de paisaje, se debe favorecer una estructura heterogénea, a través del


mantenimiento de diversos tipos y tamaños de hábitats que conserven suficiente
diversidad y la conectividad necesaria entre ellos para garantizar los flujos que sostienen
los procesos del agroecosistema. Las alternativas de manejo son muchas, pero las mismas
dependerán de las condiciones ambientales, sociales y económicas de cada lugar. Por
ejemplo, en zonas con mayor diversidad natural, la propia matriz agrícola podría ser
heterogénea y funcionar como conectivo de grandes áreas naturales, mientras que en
zonas donde predomine el monocultivo las alternativas para generar diversidad y
conectividad a nivel de paisaje podrían ser los corredores biológicos, árboles aislados en
medio del cultivo, lotes en barbecho con distintas etapas de sucesión, las cercas vivas,
entre otras.

A nivel de ecosistemas y comunidades las prácticas agrícolas deben propiciar la


diversidad espacial o temporal. Ejemplos de éstas son la reducción del uso de
agroquímicos, la rotación de cultivos, los sistemas agroforestales y cultivos múltiples, la
incorporación de restos de cosecha, abonos verdes, coberturas y la labranza mínima.
A nivel de poblaciones o especies un buen indicador es el uso de varias variedades de un
mismo cultivo, la cantidad de cultivos asociados con parientes silvestres y el número de
variedades tradicionales locales usadas.
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