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Observando la red como usuaria y emisora de contenido pienso y escribo este artículo proponiendo convertir el tejido en una oportunidad.
Redes, porque no, también para elevar cierta vibración en el planeta-hogar que habitamos y hacerlo mejor, más aireado, confortable, generoso y posible.
Observando la red como usuaria y emisora de contenido pienso y escribo este artículo proponiendo convertir el tejido en una oportunidad.
Redes, porque no, también para elevar cierta vibración en el planeta-hogar que habitamos y hacerlo mejor, más aireado, confortable, generoso y posible.
Observando la red como usuaria y emisora de contenido pienso y escribo este artículo proponiendo convertir el tejido en una oportunidad.
Redes, porque no, también para elevar cierta vibración en el planeta-hogar que habitamos y hacerlo mejor, más aireado, confortable, generoso y posible.
Sabemos que la palabra amor huele a bolero, a libros de poca
monta, a novela mexicana, a chicle globo pegado en el sofá. Vayamos más allá a ver qué hay en este término manoseado, idealizado, repetido por doquier.
El término a-mor significa en su raíz, ausencia de muerte: A (sin)
mor (muerte). Es decir, ésta palabra de bésame mucho y novela rosa donde ella y él triunfan sobre la hipocresía recortando sus siluetas sobre el horizonte mientras cocinan perdices que comerán felices, tiene su origen en la noción humanamente impensable del final. El amor es porque es a su vez y simultáneamente, la muerte. Parece nacer como un generoso contrapeso que la vida otorga para poder seguirle el ritmo a pesar de saber que nos espera un futuro de abono para jardines y menú para gusanos.
La muerte es, a nuestra biología, –siempre pujante, lista para la
adquisición y el placer que nos lleve a la conserva de lo que sabemos corrupto– esa mancha oscura que aterroriza y por la que pasaremos dejando la tarjeta de crédito, esté como esté, en la mesa de luz sin clave habilitada para el otro barrio.
Somos cambio desde la gestación, danza que paradójicamente
avanza hacia el misterio inmóvil que nos borrará del mapa. Y es ahí cuando el amor deja de ser un bolero (o es también un bolero, porque no) para ser energía que aglutina, agua que limpia, calor necesario para reinventar el camino que a simple vista y sin amor es baldío de preguntas inútiles. Venimos sin nombre y es el amor, la mirada que devuelve el espejo, el nombre que bautiza, es el amor en cualquiera de sus múltiples máscaras, lo que permite la reescritura de tantas biografías reiniciando una y otra vez su pulso repetido e irrepetible.
Cuando el amor, en cualquiera de su formas (cuidado,
reconocimiento, palabra, mirada, escucha, comida o juguete) se retira, el trayecto vital muestra su lado más áspero: el vértigo de sabernos finitos, limitados, destinados al olvido.
La noción que tengo sobre este asunto no es únicamente teórica.
La experiencia cercana a morir y el inmenso dolor (físico y no físico) que trae un cáncer, una ceguera ya curada y el infernal tratamiento quimioterápico de hace 20 años, me dieron la oportunidad de comprobar de manera palpable y cotidiana, el poder del amor. La inmensa importancia de la solidaridad humana, la capacidad innata de la gente por amar me sorprendía, aplacaba incluso el miedo instintivo a la muerte, calmaba el grito silenciado de un infierno que se llevaba pelo, placer, certezas, dinero, vista, hambre y juventud. Desde una cama hospitalaria podía ver, a veces con morfina y otras sin, una dimensión que estando sana pasaba por alto: mucha gente unida vocacional o anímicamente para evitar el sufrimiento de otro que es distinto pero es igual.
Solo el amor me devolvió al mundo. El amor vestido de humor,
placer, erotismo, belleza, sabor. Todo lo bello de este mundo fue cerrando la herida abismal de lo innombrable. Los otros que me querían fueron devolviéndome o inventándome un nombre. Los amigos, familiares, incluso algunos otros ya muertos colaboraron en la reconstrucción entregando su memoria sin saberlo: artistas, poetas, pintores, filósofos, médicos, curanderos. El mundo renacía, estaba y estaría para siempre, hecho de otros. El cáncer se había llevado mi casa entera y me había devuelto a la orilla de la conmoción con la sangre regalada. Andaría por el mundo nueva, hecha de glóbulos que habían vivido en otros cuerpos, oxígeno rojo ardiendo antes en venas separadas de las mías, el líquido nutriente que podía transfundirse e incorporarse, había sido donado de un brazo hacia mi cuerpo agonizante y yo había vuelto al mundo hija de otros, de muchos cuyo nombre desconocía y desconozco, gente que sin saber a quién o sabiéndolo, había dejado de lado su isla de piel y sentándose con el puño cerrado se había dejado pinchar una vena para darme su sangre. El otro soy yo, me dije y un muro cayó para siempre en el centro invisible de la mujer que regresaba. La tecnología, que en los últimos años ha avanzado a paso de gigante, (no vamos a entrar en los detalles de cómo y con qué) también está funcionando de termómetro para medir cuánto amor circula. Vamos a detener el ojo en las redes sociales, en la comunicación instantánea, en la posibilidad de hacer pagos y comentarios on line, sin esfuerzo, a golpe de clic tocamos el alma de otro, atravesamos su cuerpo mental, podemos variar su forma de estar en el mundo ese día, en ese momento. A base de clic podemos aumentar su autoestima, hacerlo sangrar o donarle un pedacito de cielo en nuestra parcela personal.
El artículo que escribo en este caso, observa un detalle que ya
ocurría sin adelantos pero que la tecnología de punta pone en triste evidencia, voy al grano: en el plano emocional seguimos siendo cavernícolas. Al alcance tenemos la vida entera y la dejamos escapar en frivolidades que entretienen pero no contienen. Tenemos y pedimos democracia, libertades, oportunidades, pero todavía relegamos el amor a sus niveles más baratos. Ponemos demasiada energía en la captura, biológicamente comprensible, el cuerpo responde desesperándose ante la falta de oxigeno y su instinto lo dispone a la captura y/o la rapiña de todo lo que garantice subsistir: energía, alimento, objetos. El cuerpo, por decirlo de alguna forma, tiende al almacenamiento como defensa contra la conciencia que tenemos de su disolución. Pero más allá de este acto reflejo de almacenar, de inspirar y poseer, existe su polo opuesto: soltar, exhalar, repartir, renunciar, adelgazar la despensa, colocar el grano y la semilla en la casa de enfrente, para que nuestra pupila observe el paisaje con la experiencia estética de la perspectiva sin la necesidad de “llevárselo” a casa. Perdemos de vista el amor y este toma sus formas más bajas, se desfigura en la hipocresía, se convierte el pobre en derroche de estupidez bajo la forma de constantes repetitivas, confunde deseo con pornografía y acumula yoes enormes que agigantan sus células diciendo: yo sí, tú no. El cuerpo busca perpetuar para sí una imagen de poder mientras el espíritu busca elevarse por encima de las diferencias, ser sangre compartida. Y la red de redes que es el invento revolucionario con el cual entramos definitivamente en el siglo 21, se convierte en una red para pescar o ser pescado, para ganar protagonismo, dinero, fama, luz, seguidores, listas. Y otra vez es puro cuerpo que deja pasar la oportunidad del espíritu para ser parte del gran vínculo humano que la red podría propiciar si dejáramos de atrapar identidad desvirtuando su perfume potencial. Pierde por decirlo de algún modo, su función más profunda, su magnitud amorosa, su inmensa posibilidad: la de ensanchar la felicidad humana, la de hacer que la energía emocional recorra todas las esquinas de la estructura de la “red” humana, fortaleciendo los tramos de menor fuerza y aliviando el peso donde la red es excesivamente sólida y tal vez por eso, muy rígida.
La falta de práctica en amor puede observarse en un
comportamiento mayoritario que se repite: hay falta de generosidad en la red. Ella parece existir para que nos lancemos sobre su función más elemental, la de enredar (cualquiera que haya intentado desenredar una red puede imaginarse una tarea desquiciante) atrapar, comprar, disfrutar, entretener. Suele darse un rápido apropiamiento de aquello que se nos ofrece gratis (humor, lectura, poesía, redes, imágenes, juegos, regalos cine, música, etc.) y hay poca devolución por lo que se recibe de los que hacen música, literatura, pintura, propuestas solidarias de donaciones o ideas novedosas para dar voz a los que no la tienen. La falta de amor también se nota en la poca o nula iniciativa que hay en las empresas que tienen éxito on line y no dedican ni un céntimo de lo que ganan a proyectos que mejoren el planeta. Un ejemplo son los casinos on line, donde se juega mucho dinero y amén de haber estado mucho tiempo bajo una a- legalidad que los dejaba libres de impuestos, no se ha visto nunca un anuncio en el que se dedique un mínimo de aquel negocio a financiar proyectos solidarios. Esto no es nuevo, desgraciadamente, pero una parte enorme del globo no tiene acceso a comida y agua. Repito: comida y agua. Un vaso de agua y un sándwich de queso. En áfrica hay zonas en las que las mujeres cocinan piedras a sus hijitos para que el cerebro calme la ansiedad y crean que serán alimentados, mientras tanto, a la vuelta de la esquina del globo, un señor se juega dos mil euros desde su castillo en NYC sabiendo que si los pierde, no comerá piedras ni beberá barro. ¿Dónde está la red? Es posible que de esos dos mil euros, el 1 por ciento vaya a la aldea africana a base de clic. Ese movimiento multiplicado y repetido suplantaría piedras por pan y la red cumpliría una parte esencial en la vida humana. Pero el casino (léase cualquier empresa de éxito on line) abre su boca y traga cualquier cosa menos una piedra.
Reflexiono ante esto y por escrito porque comienzo a creer en la
necesidad de dar un paso: amarnos más (con o sin bolero-Corín Tellado o Sai Baba) Amarnos más es probar soltar un poco el exceso de mi propio almacén y hacerlo circular (como la sangre) en otras vidas, otros cuerpos, otras memorias, otros talentos, otros. Otro que no sea yo. Es tomarse el trabajo de buscar dónde se felicita al autor de una obra desconocida que nos ha modificado el día o el momento y que por la rapidez voraz con la que vamos por ahí somos incapaces de parar y decir: esto que me emociona lo hizo alguien que existe detrás de su pantalla, y entregar la crítica, el comentario o la emoción que produjo. Acariciar a otro, devolver el placer o el afecto (de afectar) que nos produjo su acción, su obra o su receta, expuesta ahí de piernas abiertas para que se la folle el mundo porque es la única forma de encontrarse en el espejo de su universo privado con la posibilidad de ser re-conocido, mirado, nombrado en su originalidad y producción. Es jugar on line millones de dólares al día, y estar éticamente obligado a exigir que una parte de ese exceso brutal se lo lleve a la boca la infancia pobre y no solo el casino de neón. Es ecologizar la emoción, caminar y dejar de correr, abrazar de vez en cuando al otro que somos.
La red en su forma masiva de medio de comunicación, se
alimenta prácticamente siempre de los mismos, muchas veces sin ponerlos a prueba, sin saber si el que ya montó el circo y está ya encumbrado, es tan genial y es verdaderamente tan creativo porque sigue siéndolo o porque lo avala el pasado. Hacer amorosa la red es gastar menos y donar más, es devolver la palabra cuando alguien se pasa horas entregándola, aplaudir cuando alguien se anima a compartir lo que le ha costado años de aprendizaje, es buscar a quién regalarle lo que a nosotros ya no nos seduce o sí nos seduce pero nos engorda al divino botón, es mirar y ver cómo está la balanza, qué he recibido y devolver energía convertida en justicia con un comentario, una donación, un mínimo de detenerse para ser el amor y no la muerte.
Ella, la muerte, llegará y será eterna. Ya tiene mucho espacio
entre nosotros, es el amor el que no vive más de 100 años porque (también) es biología. Para terminar diré que hace unos días me encontré con las dos caras de esta historia en mi propia vida cibernética y si bien ya venía pensando en escribir sobre este asunto, lo ocurrido me permitió adelantar la idea:
Por un lado y debido a una serie de libros auto publicados on
line, envié un mail a diferentes amigos (muchos de ellos económicamente muy pudientes) no para que lo compraran–la mayoría están gratis on line–, sino para que me re-conocieran, supieran que mientras ellos van al banco, a su despacho, a sus vidas muchas de ellas sólidamente estructuradas, yo escribo, diseño, y busco una forma de estar en el mundo que se parezca a mí. Mi gran amiga de la adolescencia con quién creí que seguía a la distancia la sacralidad del vínculo, no responde ni siquiera con un beso a mis años de lucha, escritura y búsqueda. Ni un solo beso para coronar mi trabajo cuando yo he pasado horas de mi vida alentando sus posibilidades profesionales y curando sus heridas de millonaria soledad. Detesto el maldito dolor y el resentimiento que estos asuntos me producen, ojalá no los sintiera, pero ahí están, dando vueltas por mi sistema.
Paralelo a esto, otro amigo de la adolescencia con quién había
contactado siempre a través de la redes, me envió unas palabras cálidas, atentas y verdaderamente cercanas preocupándose de verdad por mi situación, abriendo su agenda para ayudarme a conseguir un empleo y poniendo a mi disposición varios contactos que podían serme útiles a pesar de saber, sobre todo a través de mi escritura, que mi forma de ver el mundo poco tiene que ver con su vida profesional de bancos, créditos y viajes al extranjero. Mi red personal sufrió en un solo día la visita inesperada del amor y de la muerte con diferencia de horas. Y doy fe que para estar aquí, levantarse todos los días y hacerle frente al mundo, salvo que estemos muy enfermos o seamos francamente sádicos, es mucho mejor la opción del amor. La opción que abre y entrega energía devuelve al que entrega y al que recibe. La muerte en su forma de avaricia y retención permanente, no parece hacer feliz a casi nadie.
Habrá quien diga, bueno, pero si no me gusta lo que veo o lo que
leo o lo que tengo que hacer o pedir, yo soy libre. Sí, ya sabemos que lo que sobra en la red es libertad para ser y dejar de ser en menos de dos segundos. Sobra la libertad para dar de baja o de alta servicios, personas y esperanzas. No estoy queriendo convertir la red en una iglesia donde debemos amarnos todos y aplaudirnos mutuamente entregando la limosna al pobre que está en la puerta. Estoy diciendo que cuando algo nos conmueve artística, humana o mentalmente, seamos parte de la parte que devuelve, no solo de la que se acerca al fuego cuando está listo el pollo.
Iría más lejos en la estructura de la red y aplicaría la posibilidad
de comenzar a dar algo de lo que sobra o de lo que no nos hace falta en la vida, a los que no tienen con qué: ropa, un espacio donde pintar, un plato de comida, un par de botas o un pasaje a su patria para ver a los amigos. Ya no se trata de bondad porque sí, porque queda bien creer que mañana es navidad, es porque la red, además de propagar información puede ser útil para querernos, para hacernos más felices, para darle espacio a la emoción, ese pegamento que nos arregla el día, que es capaz de envolvernos en un abrazo ante el invierno solitario de saber, nos guste o no, que todos los días se muere un poco y hacia allá vamos, día a día nos acercamos más a la vejez y el antídoto para hacer frente a esa mancha negra que no hay clic que la maquille, es el amor. Y en el acto amoroso, siempre hay otro, ese que soy y que no soy yo.
Entonces, probemos ir un poco menos voraces por ahí, y antes
de abrir toda la boca para que nos entre todo el centro comercial a nosotros solos, investiguemos en la aquella infancia cuando creíamos en hadas, duendes, tal vez podemos dejar de comprar 10 camisas y 20 collares, podemos comprar solo 5 camisas y 8 collares y el resto invertirlo en una hamburguesa para el que está afuera cagándose de frío, en un juguete para el chiquito que me mira pasar como si fuera la diosa de un Olimpo que jamás habitará, o simplemente no gastarlo, no quemarlo, no masticarlo todo a velocidad crucero.
Pienso mientras escribo que ésta es la diferencia entre
pornografía y erotismo, ese espacio que queda en suspenso, oculto en la escena, sin dármelo y tragármelo, sin producírmelo como placer abrillantado y único para mí, sino que corta el vuelo de la rapiña y suelta su danza para que otro tome el testigo de vivir.
Si algo te gusta, agradécelo, coméntalo, si tienes 20 para gastar,
gasta 18 y entrega 2. Si vas a ganar 30 millones (si estás leyendo esto no estás por ganar 30 millones) reparte y mejora el mundo. No solo tu jardín, prueba poner una flor en el patio de enfrente que también lo mirarás cuando pases por ahí. También tus ojos verán la flor ajena y propia de tu vecino que es solo tu anónimo vecino y eres un poco tú, un poco yo. La red se irá haciendo plástica, elástica, cómoda de habitar y servirá como herramienta para la felicidad. Es decir, será profundamente útil.