En esta ponencia nos interesa compartir nuestra experiencia como integrantes de un espacio
desde el cual nos proponemos trazar puentes entre el arte, las ciencias sociales y la filosofía.
Formamos parte de un grupo conformado por mujeres estudiantes y graduadas en
Antropología, Filosofía, Psicología, Biología, Danza Contemporánea, Danza Teatro, Expresión
Corporal y Canto que compartimos el hecho de haber pasado por la Universidad y al mismo tiempo
habernos dedicado al estudio y práctica de una o varias de las mencionadas disciplinas artísticas. Nos
fuimos encontrando en una búsqueda compartida, guiada por el deseo de conocer/nos y la certeza de
que una sola de esas vías no alcanzaba y todas por separado tampoco. Fue por ello que nos
propusimos generar un espacio concreto en el cual poder tematizar los cruces y conexiones que
veníamos transitando individualmente entre las ciencias sociales y el arte: un espacio donde la
investigación, la creación y la experiencia no estuvieran separadas. Un espacio para reflexionar sobre
el cuerpo, pero también, para crear nuevas maneras de decir con nuestro cuerpo-voz, y de ese modo
construir puentes, que posibiliten la tarea de investigar desde y sobre la experiencia, de estetizar el
conocimiento y de reflexionar acerca del arte.
Ya hace más de dos años que comenzamos a reunirnos como Grupo de Estudio sobre Cuerpo.
En este tiempo hemos compartido lecturas y discusiones, hemos realizado trabajo de campo, hemos
escrito juntas, hemos entrando en diálogo con otros grupos con intereses afines y, hace unos meses
estamos empezando a bailar juntas. A la luz de esta experiencia, nos interesa reflexionar acerca de
las posibilidades que brindan los cruces entre el lenguaje del arte y la investigación en ciencias
sociales, el modo en que la ciencia y el arte, el cuerpo y la antropología, la experiencia y el
conocimiento pueden integrarse en una trama productiva y creadora.
La experiencia personal, y en este caso la experiencia artística, siempre se ve inevitablemente
imbricada en el trabajo académico. La articulación entre ambos mundos se nos aparece como punto
desde el cual partir, como disparador y como mediatriz de nuestras prácticas/reflexiones, porque de
todos modos, portamos el hábito de analizar y reflexionar aún fuera del ámbito académico, y no deja
de ser así cuando nos encontramos en el ámbito artístico; pero también portamos nuestras
experiencias corporales y estéticas cuando hacemos investigación.
Por otra parte, esta articulación se ve potenciada en el trabajo grupal interdisciplinario. El
hecho de tener distintas experiencias, formaciones y trayectorias tanto académicas como artísticas,
nos obliga constantemente a debatir, confrontar, discutir, repensar y redefinir nuestras prácticas y
nuestros modos de pensarlas y abordarlas para poder trabajar juntas.
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Ahora bien, más allá de este posicionamiento teórico-filosófico que nos cohesiona como
grupo más allá de las disciplinas de las que provenga cada una ¿de qué otros modos nuestras
experiencias en relación al arte han influido en nuestras prácticas como antropólogas?
En primer lugar, creemos que nuestras trayectorias por la danza y el canto fueron el
disparador que despertó nuestra curiosidad y nuestro deseo de abordar, desde la antropología, objetos
de estudio tales como el cuerpo, la voz y la danza, que son temas relativamente nuevos o que aún se
están legitimando como áreas de estudio dignas de interés dentro de las ciencias sociales. El cuerpo,
por ejemplo, fue considerado hasta hace pocas décadas como un objeto de estudio perteneciente de
manera casi exclusiva al dominio de la biología; recién a partir de las décadas del `70 y `80 comienza
a ser reconocido como una construcción sociocultural y a instalarse como objeto de estudio dentro
del campo de las ciencias sociales. La danza, por su parte, si bien ha sido estudiada, en algunos
casos, por la antropología tradicional como un elemento más dentro de las culturas que se describían,
ha sido un tema escasamente abordado y valorizado tanto desde las ciencias sociales como desde la
filosofía. Por otra parte, mientras los primeros estudios antropológicos estuvieron dedicados casi
exclusivamente a las danzas de “otras” sociedades, las producciones teóricas realizadas dentro del
campo de la danza, tendieron a ocuparse casi exclusivamente de estudios sobre coreógrafos,
bailarines y repertorios. Recién partir de los años `90 comienza a producirse un reconocimiento cada
vez mayor de la relevancia de la danza como práctica social, al mismo tiempo que desde el campo de
la danza se ha puesto más atención a los aportes de la antropología, dando lugar a estudios enfocados
en el rol que cumplen, en la producción de la danza, los factores culturales. En lo que respecta al
estudio de la voz, y a pesar de que el campo de la antropología del cuerpo se construyó a partir de
una visión crítica al binarismo mente-cuerpo, en torno a la voz, pareciera permanecer cierta visión
dualista. La voz suele ser entendida como algo separado del cuerpo, o simplemente ignorada como
algo propio de lo corporal. Por ser vehículo fonémico de lenguaje, por su dimensión significante,
simbólica o estética, la voz ha sido analizada bajo la lupa de semiólogos, filósofos y psicoanalistas,
viéndola en general como un objeto analítico abstracto (Derrida, 1985). Nos interesa pensar a la voz
como un nodo de articulación mente/cuerpo/lenguaje/pensamiento, y al canto como campo
privilegiado para el análisis de la corporalidad, en tanto práctica (Magri, 2009).
La gran mayoría de los estudios antropológicos sobre la danza, el cuerpo, (y los pocos
trabajos sobre la voz), han sido realizados por mujeres que en su mayoría, además de antropólogas
fueron o son bailarinas (en el caso de la voz, por cantantes, performers, o cantantes-bailarinas). Esto
es particularmente notable entre las pioneras de la antropología de la danza, pero aún hoy, en un
momento en el que este campo de estudios se encuentra ya más delineado, es frecuente que quienes
nos encontramos en jornadas, congresos u otras reuniones, presentando trabajos acerca del cuerpo en
la danza, o de la voz en relación al cuerpo y al movimiento, seamos, a la vez que investigadores,
participes del campo que estudiamos.
En segundo lugar, creemos que nuestras trayectorias en relación al arte, impulsan en nosotras
la búsqueda de nuevos caminos metodológicos en los que la experiencia y la investigación no se
encuentren divorciadas y donde la subjetividad y la corporalidad del investigador sean herramientas
fundamentales a la hora de investigar.
El tema de la subjetividad ha estado presente en los debates metodológicos desde los orígenes
de la antropología. Desde estos primeros momentos, se ha tematizado acerca de la inevitable huella
personal que deja el investigador en el conocimiento que produce y durante mucho tiempo, el sesgo
inevitable de la subjetividad del investigador en su obra fue visto como un problema, como algo que
debía ser borrado o controlado en pos de una mayor objetividad. A partir de los años `70, en
consonancia con el debilitamiento del paradigma científico positivista, surge la pregunta acerca de si
la tan aclamada objetividad es posible y aún deseable. Ésto posibilita una valoración positiva de la
subjetividad y las emociones del investigador, que dejarán de ser una mancha, algo que contamina
para convertirse en un material que aporta a la investigación y la enriquece, llegando a ser además de
algo necesario y deseable, lo único posible.
El primer acuerdo metodológico que tuvimos como grupo fue en relación a este punto. Lejos
de intentar mantener distancia o dejarlas de lado, nuestras experiencias, nuestras emociones, nuestras
subjetividades serían el punto de partida desde el cual nos acercaríamos a cualquier fenómeno que
nos propusiéramos estudiar. En este sentido, y dado que en todos los casos nos estábamos
proponiendo abordar prácticas sociales de las cuales formábamos parte, nos sentimos fuertemente
identificadas con una propuesta de abordaje denominada “autoetnografía”: una estrategia
subjetivista, interpretativa y comprensivista, basada en la premisa de que el único modo posible de
comprender los fenómenos humanos es ponerlos en relación con la propia experiencia vital del
investigador.
Con respecto al lugar del cuerpo en la investigación adherimos a la propuesta de Nick
Crossley, quien tras reconocer que todo conocimiento del mundo y de uno mismo tiene una
implicación corporal, propone dar un lugar central al cuerpo actuante del investigador o la
investigadora. Partiendo de que el cuerpo no es sólo algo sobre lo que se actúa sino que también es
sujeto productor de acción, Crossley propone que las ciencias sociales no se detengan en el estudio
del cuerpo, sino que avancen hacia la inclusión de estudios desde el cuerpo; es decir, que el cuerpo
no sólo sea sujeto objeto de investigación, sino herramienta y sujeto de conocimiento. Creemos que
las sensaciones y vivencias corporales que pueden ocurrir al poner el cuerpo en la práctica que nos
proponemos estudiar son una fuente de información que se puede volver crucial para comprender las
sensaciones, vivencias y experiencias de otros sujetos que realizan dicha práctica y serán nuestros
interlocutores en otros momentos de la investigación.
De este modo, creemos que nuestras trayectorias por el arte han influido en dos sentidos
fundamentales en nuestro camino como antropólogas: en primer lugar, volviendo visibles nuevos
temas, y formas de problematizarlos, despertando intereses y búsquedas que, de otro modo, tal vez
no hubiéramos realizado; y, en segundo lugar, explorando nuevos caminos metodológicos, algunos
de ellos, relativamente heterodoxos aún para las metodologías menos conservadoras dentro de las
ciencias sociales; caminos que no sólo nos permitieran abordar esos temas que deseábamos estudiar
sino que, fundamentalmente, nos permitieran hacerlo del único modo en el que para nosotras tiene
sentido, es decir, involucrando nuestras emociones, sensaciones, deseos y afectos en cada momento
del proceso de investigar.
En este tiempo además de reflexionar sobre el cuerpo, la voz y el arte desde la antropología,
sentimos la necesidad de investigar desde el cuerpo y la voz, para poder empezar a performatizar esta
búsqueda, generando un espacio para esta exploración.
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Nuestra intención de construir puentes que vinculen el arte y las ciencias, en particular la
antropología, no tiene como finalidad la traducción de un lenguaje al otro, tarea que sería tan
imposible como ingenua, sino acercar ambos mundos, buscando generar un diálogo entre ellos. Cada
lenguaje tiene sus características propias, su especificidad, que lo hace intraducible e irreductible a
otro, y en ello radica justamente su valor. Si pretendiéramos transformar el discurso científico en
discurso o hecho artístico, o a la inversa, traducir la experiencia artística en discurso científico,
inevitablemente perderíamos lo propio de cada lenguaje, lo que cada uno tiene como aporte original
y propio. No es esa nuestra intención. Nos interesa vincular el arte y la antropología de modo tal que
se interpelen mutuamente. No para traducirse, sino para generar una apertura, en tanto las nuevas
preguntas que una puede hacerle a la otra vayan corriendo sus límites y redefiniendo sus fronteras.
La pregunta inicial que como grupo le hicimos a la antropología, la pregunta por el cuerpo,
cuerpo-voz, se nos hizo visible a raíz de nuestra experiencia en el arte, y en particular en las artes del
movimiento y el canto, donde el cuerpo tiene una importancia primordial, y es habitual su
tematización. Pero a su vez, las respuestas que fuimos encontrando en la antropología para esta
pregunta originaria, nos llevaron a redefinir la forma de pensar/experienciar nuestros cuerpos en la
danza y el canto y a deconstruir los marcos de referencia con los cuales veníamos trabajando.
Finalmente, creemos que hay otra manera en el que el arte se hace presente en nuestra forma
de hacer antropología y es en los modos en los que pensamos y usamos el lenguaje. Se nos aparece
como utopía un lenguaje que pueda decir más allá de lo conceptual, celebrando su potencia poiética
para, en palabras de Artaud “…emplearlo de modo nuevo, excepcional y desacostumbrado, es
devolverle la capacidad de producir un estremecimiento físico, es dividirlo y distribuirlo activamente
en el espacio, es usar las entonaciones de una manera absolutamente concreta y restituirles el poder
de desgarrar y de manifestar realmente algo, es volverse contra el lenguaje y sus fuentes bajamente
utilitarias, contra sus orígenes de bestia acosada es, en fin, considerar al lenguaje como forma de
encantamiento.” (2005)
Referencias bibliográficas
• Wacquant, Loïc (2006) [2000] Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador.
Avellaneda: Siglo XXI Editores.