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Destacan los desórdenes de la Fase I de la Respuesta Sexual Humana, especialmente el Deseo

Sexual Inhibido (D.S.I.); con la salvedad que, hoy en día – sorprendentemente – este se presenta
principalmente en la generación que bordea los 30 años y, más inesperadamente aún, en los
varones que tienen una pareja estable.

Tales como anafrodisia, inapetencia, penuria, apatía o anorexia sexual, deseo sexual hipoactivo o
inhibido, llegando – en su grado máximo - a la denominada aversión sexual.

Las parejas que consultan pueden llevar no sólo meses sin tener vida sexual, sino años, ya sea
conviviendo o viviendo cada uno en su respectiva casa. Señalan que, en las escasas
oportunidades en que tienen relaciones sexuales, estas son de baja calidad y no logran sentirse
conectados; por ende, se quejan de un distanciamiento emocional.

el deseo sexual ha disminuido tanto que ya ni lo experimentan, encontrándose más bien


absorbidos por otras preocupaciones.

Muchas mujeres relatan que - inicialmente - experimentaron rabia y pena; después, una profunda
sensación de abandono y de inseguridad, la cual se reflejaría en creer que ya no le gustaban a su
pareja, que estaban feas, gordas o haciendo algo mal; o bien pensaban que él tenía otra mujer o
que quizás era homosexual. Si intentaban tomar la iniciativa, fuera de sentir que lo estaba
obligando, informan que rara vez tuvieron éxito. Es así como dejan de insistir y, con el paso del
tiempo, se van resignando y el problema deja de ser gravitante.

Dado que el deseo sexual es un impulso autónomo producto de la activación de circuitos


cerebrales localizados en el sistema límbico, las emociones – en general - estarían jugando un rol
muy relevante. Mención aparte merece el estrés, el que ha sido calificado como un enemigo
primordial del funcionamiento sexual. Si bien debido a la edad de los afectados se descartarían
problemas de testosterona, el estrés puede alterar su función. En efecto, se sabe que, bajo estrés,
el organismo secreta una mayor cantidad de las hormonas cortisol y norhepinefrina, las cuales
disminuyen o bloquean el efecto positivo de la testosterona en el cerebro e impiden la activación
del deseo sexual.

Nuestros jóvenes ¡lo quieren todo y lo quieren ya!. En esta cultura de derechos, han olvidado que
la felicidad es un invento reciente y están convencidos de que la sociedad les debe el ser feliz. Por
consiguiente, se fueron suscitando demasiadas expectativas ante la relación de pareja. Suponen
que el otro debe hacerlos felices y tienen que pasarlo bien juntos constantemente. Ante cualquier
inconveniente, se preguntan si están siendo tan felices como debieran y si no habrá alguien por
ahí que los pueda hacer más felices. No están dispuestos a posponer su satisfacción, ni a
esforzarse ni sacrificarse por mejorar los problemas. Dada su escasa tolerancia a la frustración,
arrancan ante la mera posibilidad de sufrir, prefiriendo partir de cero con otra persona. Dentro de
este panorama, se entiende que inviertan muy poco tiempo en su relación de pareja, que dejen
escaso espacio para la intimidad emocional y para conversar de otros temas que no sean los
niños, los logros, las adquisiciones y, por supuesto, el trabajo.

Desde otra perspectiva, en nuestra cultura sobre-erotizada, los medios de comunicación han
ayudado a fomentar altas expectativas y exigencias, tal como la obligación implícita de vivir la
sexualidad en forma entretenida, moderna, casual, excitante, sin caer en la rutina,
experimentándola de múltiples maneras y donde es indispensable el culto al cuerpo. Los jóvenes
ahora se inclinan por practicar un sexo más bien mecanicista y pobre de sentimientos, donde la
afectividad asume un modo relativamente estereotipado y trivial, engendrándose miedo al
compromiso, a la entrega e incluso a enamorarse. Así, temen la intimidad emocional, por lo que
tienden a disociar el amor del sexo; y, no hay nada más íntimo que el sexo con amor. Algunos
varones hoy en día no logran reunir en una sola mujer su objeto de amor y de deseo. Llegan a la
consulta muy desconcertados, sin comprender por qué no experimentan deseo sexual justamente
por la mujer que aman y con la que quieren seguir dentro de una relación de pareja estable.

En cuanto a la balanza de poder, las parejas tradicionales de tipo complementarias en las que la
mujer era sumisa, fueron mutando en relaciones simétricas caracterizadas por escaladas de lucha
por el poder; y, últimamente, pareciera que retornamos al estilo complementario, aunque esta vez,
sería el varón quien está en una situación desmejorada.

Observamos a un varón agotado, tenso, desconcertado, confundido, inseguro, desvalorizado,


estresado, rabioso, deprimido, que se siente débil y sin poder.

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