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Entre la competencia y la fraternidad

Lic. Matías Muñoz


(Artículo publicado en la Revista Creciendo en Familia, Nro, 12, 2009,
Prosed, Universidad Católica Argentina)

La llegada del segundo hijo instaura el vínculo fraterno en la vida


familiar. La fratria tiene en la dinámica familiar una identidad propia ya que es
un tipo de relación diferente a la paterno filial o a la de pareja. ¿En qué se
caracteriza este vínculo especial? ¿Qué implica tener un hermano? Al hacer
referencia a un amigo muy querido decimos: “Es como un hermano”. ¿Qué
experiencias y sentimientos de la relación con nuestros hermanos utilizamos
para construir esta analogía?
Al nacer un hermano, comienza el largo aprendizaje de compartir la
vida con un par, con un otro semejante y diferente a uno mismo. Alguien con
quien se comparte la misma generación, con sus usos, costumbres, formas de
pensar y sentir el mundo y con quien también se mantienen significativas
diferencias en el estilo de personalidad.
Comienza una relación que mantendrá una continuidad a lo largo del
tiempo y también sufrirá transformaciones. Cada relación entre dos o más
hermanos se verá influenciada por los aconteceres de la vida familiar y por las
actitudes que los padres tengan para con el sistema de hermanos. Pensar en la
relación entre los hermanos implica también pensar en las funciones
parentales. Los padres con sus actitudes, palabras y decisiones pueden
favorecer u obstaculizar el vínculo entre los hermanos. Recorreré algunos
ejemplos a lo largo del artículo.
La relación fraterna implica una fuerte ambivalencia, una tensión que la
dinamiza y que incluye, por un lado, fuertes sentimientos de lealtad fraterna y,
por otro, cierta cuota de rivalidad y competencia. Una relación sana entre
hermanos supone ambas. Una fraternidad que acerca, une y genera
compañerismo, sin ser simbiótica y una competencia, no violenta, que surge
como una necesaria búsqueda de mantener las diferencias individuales.
La fraternidad
Un hermano puede implicar o no la misma sangre. Tanto los hermanos
co sanguíneos como los adoptivos o los que se constituyen como resultado de
la creación de una familia ensamblada, van construyendo y haciendo sólido el
vínculo gracias a diferentes factores: una historia en común, un espacio
compartido y un afecto especial que se va profundizando con el devenir de la
historia familiar. Al instalarse el sentimiento de lealtad se percibe entre
muchos hermanos un fuerte nivel de compromiso, de protección y cuidado
ante momentos de adversidad. Un profundo sentimiento de unidad.
A partir de la infancia y en la adolescencia se entretejen experiencias
compartidas que van construyendo este vínculo profundo, intenso y complejo.
En la infancia los juegos en común fraternizan y, yendo más particularmente a
la adolescencia (etapa de fuertes cuestionamientos a los padres y a las figuras
de autoridad), el vínculo fraterno está preservado de esa rebeldía. Al no
vivenciarse a los hermanos como figuras de autoridad, el adolescente puede
mantener con ellos mayor cercanía. Cuando es poca la diferencia de edad
comparten el mismo grupo de amigos y surgen conversaciones a puertas
cerradas que muestran una intimidad fraterna. Cuando la diferencia de edad es
mayor, un hermano adolescente se encuentra con la posibilidad de cuidar a sus
hermanos menores descubriendo en él aspectos protectores que desconocía.
Durante la adolescencia también se van notando las mayores afinidades
entre algunos hermanos y podemos ir evaluando el tipo de comunicación que
se va estableciendo entre nuestros hijos. Cada hijo irá eligiendo con cuáles de
sus hermanos conversar y con cuáles mantener acuerdos tácitos de
convivencia. La adolescencia y previamente la infancia son las etapas en las
que los padres pueden mostrar y enseñar la riqueza de la conversación como
herramienta para lograr acercamientos y para resolver conflictos. Algunos
hijos usarán este valioso recurso y otros optarán por mantener esa intimidad
que va más allá de las palabras y que se da por la cotidianeidad compartida.
Como en toda relación, el diálogo profundiza el vínculo; cuando surge la
posibilidad de la palabra se expanden las posibilidades relacionales y los
hermanos se van descubriendo mutuamente en su singularidad.
La rivalidad
Tanto en la infancia como en la adolescencia surge entre los hermanos
la rivalidad. Se presenta en forma de peleas cotidianas que muchas veces
preocupan a los padres. ¿Intervenimos o los dejamos solos?, se preguntan ante
estas situaciones. En una pelea cada hermano defenderá su postura para
fortalecerse y para diferenciarse del otro. Las situaciones de rivalidad son
oportunidades que podremos aprovechar como experiencias de aprendizaje.
Podemos mostrar lo valioso del diálogo para expresar la postura personal y
como vía para llegar a algunos acuerdos. Es importante que el sistema fraterno
intente solucionar el conflicto por sus propios medios, y que los padres sólo
muestren vías posibles de solución. Sólo cuando surja la violencia, el sentido
común nos indicará intervenir muy activamente para poner límites al acto
violento, que a diferencia de la sana rivalidad, busca anular y descalificar al
otro.
La rivalidad fraterna cotidiana se da frente a la mirada de los padres y
muchas veces son los hijos los que los buscan como jueces para que den un
veredicto. Se compite así sanamente entre los hermanos por el amor o la
aprobación de los padres. Pero cuando se tiende a responsabilizar o
culpabilizar siempre al mismo hijo por el conflicto, se generará en él una
vivencia de injusticia y de celos que puede perpetuar la rivalidad entre
hermanos; ese hijo probablemente apostará más fuerte en la competencia para
intentar conseguir la aprobación buscada. En las familias en las que los
hermanos sienten que uno de los hijos está claramente puesto en el lugar del
ideal, del hijo deseado y “perfecto”, se recrudecen los conflictos por
competencia entre los hermanos. Atacarán o tomarán exagerada distancia del
hijo ejemplar para defender la propia singularidad. Al notar esta situación los
padres podrán intervenir acercándose al hijo que se siente disminuido para
valorizarlo explícitamente en su forma de ser.
Cuando los padres valoran y reconocen las diferencias, cuando los hijos se
sienten reconocidos como personas individuales, y los roles están claramente
diferenciados, nadie compite en extremo por ocupar ningún lugar. Los hijos se
sienten valorados como únicos e irrepetibles, como personas con identidad
propia que en nada tienen que emular a otro para ser aceptado. Cuando los
hijos se sienten descubiertos por sus padres en su subjetividad, probablemente
mantendrán entre sí la competencia en niveles esperables. Así en la familia se
respeta la identidad personal de cada hijo, dándole a cada uno un espacio
propio y, al mismo tiempo, se favorece el espacio entre los hermanos como un
grupo con identidad. Enrique Arranz Freijo, (psicólogo español, investigador
de las relaciones fraternas), sostiene que este “status fraterno diferenciador”
fortalece la autoestima y una sana autonomía (1989).
Ayudará entonces al fortalecimiento de la fratria y a cada hijo en
particular que los padres respeten a los hermanos como un sistema con
identidad, o sea que ambos padres puedan tolerar y favorecer que entre los
hermanos circulen sentimientos, deseos, ideas y acciones que les pertenezcan.
Los padres deberíamos tolerar y respetar esa fuerte intimidad fraterna.
Sembrar el terreno fértil para que crezca la posibilidad del intercambio
emocional. Todas estas experiencias infantiles y adolescentes de la fratria
servirán de mayor o menor sustento para que el vínculo tome diferentes
formas en la adultez. La historia familiar dará su veredicto final y mostrará
diferentes niveles de profundidad que la relación fraterna tomará cuando los
hijos se independicen de la casa de los padres.
Gracias a la historia en común y a padres que favorezcan los vínculos,
el afecto entre los hermanos se profundiza con el tiempo. Será así como los
hermanos pueden convertirse en buenos compañeros de ruta. Serán los
hermanos una fuerte red de sostén tanto para enfrentar las complejidades de la
vida cotidiana como para disfrutar de los acontecimientos felices que el futuro
les entregue.
Recuadro aparte: ¿Un hermano educa?

Si bien es complejo responder esta pregunta me interesa detenerme en la


realidad de aquellas familias en las que los padres están en pleno ejercicio de
sus funciones parentales y se observa que los hijos mayores desempeñan roles
de educación sobre sus hermanos menores. Ponen límites, se hacen
responsables de horarios de sus hermanos o de su rendimiento escolar, los
educan en los afectos, etc. Son hermanos padres. Los padres les asignan de
forma tácita o explícita el rol de educadores. ¿Ocupan estos hijos una función
o un lugar que alguien deja vacio? ¿Qué rol paterno o materno está debilitado
para que un hijo ocupe ese lugar? Sin duda la pareja parental puede revertir
esta situación volviendo a ocupar sus lugares y roles. Al liberar a los
hermanos mayores de las tareas de educación, serán para los hermanos
menores una posible figura de identificación, alguien para imitar, un soporte
afectivo, posible consejero y un buen compañero de momentos de disfrute y
alegría. Podrán también ser buenos cuidadores y protectores en algunas
situaciones, pero no tendrán a su cargo la difícil tarea de educar.
Recuadro aparte: ¿Cómo podemos favorecer las relaciones fraternas de
nuestros hijos?

 Fomentando en la infancia los momentos de juego en común y


experiencias de solidaridad mutua. Que puedan aprender a
pedirse ayuda en situaciones de la vida diaria.
 Favoreciendo la expresión de las emociones entre los hermanos.
 Educando en la empatía, ayudando a que puedan ponerse en lugar
del otro para intentar comprender sus emociones, estados de
ánimo y formas de pensar.
 Interviniendo en algunas peleas para ayudarlos a dialogar.
Mostrándoles la riqueza de la conversación como forma de llegar
a acuerdos respetando las diferencias.
 Evitando responsabilizar siempre al mismo hijo como causante de
los conflictos.
 Reconociendo explícitamente las distintas fortalezas de todos los
hermanos y evitando las comparaciones.
 Relatando experiencias personales con los propios hermanos en
los que se transmita la fraternidad como un valor y como una red
de sostén.
 Conversando con el hijo mayor en caso en que intuyamos haberlo
involucrado en las tareas de educación de sus hermanos menores
para constatar si fue esto un peso para él.

Lic. Matías Muñoz


Psicólogo clínico
Profesor universitario (Uca)
matiasmunozQhotmail.com

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