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Elementos del Conocimiento

Enrique Vega M.

En el acto de conocer intervienen diversos elementos. La historia y el desarrollo de la


Gnoseología han ido precisando el sentido de cada término usado para referirse a los
elementos del conocer. Aunque también cada filósofo y corriente filosófica le dan
diversos matices, es posible señalar lo que cada uno significa. En términos generales,
estos elementos son:

- Sujeto: Es el que conoce o cognoscente. Algunos filósofos o corrientes le


otorgan otro nombre (yo, ego puro, etc), pero conservan lo esencial: un sujeto
abstracto, que a través de sus facultades busca comprender, conocer, entender el
mundo.

- Facultades: Se llaman así las diversas capacidades que el sujeto tiene para
captar o procesar información proveniente del mundo a través de operaciones
específicas. Son la sensibilidad y la razón. A grandes rasgos, mediante la
sensibilidad el ser humano adquiere información de su entorno a través de los
sentidos (visión, tacto…). Por su parte, por medio de la razón el hombre opera
con los conceptos o ideas, ya sea produciéndolos o relacionándolos. Algunos
filósofos distinguen otras facultades o les otorgan otros nombres (conciencia,
entendimiento, etc).

- Objeto: En sentido amplio, es aquello que se conoce, a lo que se dirige el sujeto


o la conciencia. Puede ser una realidad material (una cosa), espiritual, una
situación o una persona. No se trata aquí de “cosificar” a un ser humano, sólo
que en cuanto conocido se le denomina, también, objeto.

- Fenómeno: Término que se usa a partir de la modernidad para referirse a lo


conocido. Enfatiza que e hombre conoce desde una perspectiva y difícilmente
conoce todo. Fenómeno significa “lo que aparece”, es decir, la manifestación de
una realidad a la consciencia.
Descripción del fenómeno del conocimiento

Para realizar una primera aproximación a qué es el conocer (su esencia),


seguiremos el camino de la fenomenología. Esta corriente utiliza el método
descriptivo buscando alcanzar la realidad, las cosas mismas, libres de todo
prejuicio acerca de ellas. El sentido de la expresión “pre-juicio” se refiere a
cualquier opinión respecto de una realidad, que no nazca de la misma realidad,
sino del observador. Muchas veces creemos que nuestras opiniones son verdades
evidentes para cualquier persona razonable, pero eso sólo nace de una falla de
perspectiva para ver todas las verdades posibles en torno a ese hecho. La
fenomenología busca que seamos profundamente autocríticos con nuestro
conocer cotidiano, lo que llama la actitud natural, puesto que confiar
inocentemente en nuestras opiniones nos sirve para sobrevivir , mas no para
profundizar nuestro conocimiento; menos para filosofar. De no ser por aquellos
que se atrevieron a pensar de forma distinta a la del común de los hombres (Da
Vinci, Copérnico, Galileo, Colón, Einstein, etc), seguiríamos creyendo que el sol
gira en torno a la tierra, que ésta es plana, que la luz se desplaza rectilíneamente,
etc.

Otro prejuicio reina en las ciencias y en la filosofía. En el camino de la


investigación, tendemos a ver, a cada paso, lo que ya dijeron grandes filósofos
en otro tiempo. Avanzamos, por así decirlo, bajo la sombra amenazante de las
grandes teorías anteriores. La fenomenología propone también “limpiar” la
realidad de estos prejuicios , ponerlos entre paréntesis, para enfrentarnos a la
realidad desnuda y no a interpretaciones sobre interpretaciones de la realidad. Lo
que la fenomenología pretende es volver a las cosas mismas, es decir, algo así
como volver a experimentar lo que vivenció el primer hombre que filosofó al
buscar, por primera vez, una respuesta a ese problema.

Si nos enfrentamos al conocimiento, lo primero que debemos hacer es realizar


una descripción de lo que allí ocurre, una descripción del hecho mismo del
conocimiento, sin juzgar si esto es correcto o incorrecto respecto de una regla o
norma externa, o si cumple una ley, por ejemplo, respecto de la perspectiva, o de
la agrupación, o de la mezcla de colores.

En esta descripción nos encontramos con un sujeto y un objeto frente a frente.


Es más, un sujeto es tal, porque es en relación al objeto y viceversa. Es la misma
relación que tiene un padre con un hijo: un padre es tal porque es padre de su
hijo y el hijo es tal por sus padres; no pueden sino existir como tales, el uno
respecto del otro. En tanto que apuntan uno al otro, podemos decir que hay un
nexo que los hace tender entre sí. A esto, la fenomenología lo llama
intencionalidad. Sin embargo, lo que llamamos objeto, tiene una función, por así
decirlo, pasiva, puesto que quien conoce, esquíen actúa; por tanto, podemos
caracterizar al sujeto como activo y, en cuanto tal, tendiente al objeto.

La fenomenología describe al sujeto como conciencia, o sea, como una realidad


que se caracteriza por su tendencia a otro. Expliquemos con más detalle; mucho
tiempo se identificó la conciencia con la moral, es decir, como el lugar desde
donde surgía la moralidad como regla interior. En el plano literario, se habla de
la “voz de la conciencia” y hasta se constituye en una especie de policía privado
que regula el bien o el mal actuar de un sujeto. Sin embargo, se usa en otro
sentido en el derecho, entendiendo por consciente a quien es capaz de darse
cuenta de lo que hace. De allí que, fenomenológicamente, se entenderá la
conciencia como la actividad del sujeto al aprehender un objeto. De esto deriva
la afirmación de que la conciencia es intencional, es decir, la conciencia no
existe como un recipiente en el que guardo mis experiencias y que existiría del
mismo modo, “vacío” de contenido, sino que se constituye como tal, en su
actividad como conciencia de algo; antes, no existe en modo alguno. Esto no
significa negar la existencia de un órgano capaz de actividad, que luego
llamemos consciente, sino que significa que no será consciente en tanto no
concurra al encuentro del mundo de los objetos.

La función del sujeto (ser conciencia intencional) consiste en abrirse al


encuentro del conjunto de los objetos (mundo), rompiendo su esfera natural,
para encontrarse con la esfera de los objetos.

Ahora bien, la historia de la Filosofía se puede construir a partir de ciertos


problemas claves, uno de ellos, propio de la teoría del conocimiento, está en la
siguiente pregunta ¿Es real lo conocido o sólo es apariencia?
Apariencia y realidad

Si observamos una fotografía de nuestra infancia, ¿qué vemos en ella?. Sin duda,
habría allí sólo algunos rasgos de lo que actualmente somos y quizás, ni siquiera
esos rasgos. Y, sin embargo, debemos reconocer que ese niño de la fotografía
somos nosotros mismos. Ahora bien, ¿qué es lo que prima en el ejemplo que
acabamos de señalar?: ¿lo que cambió en nosotros o lo que permaneció? ¿hay
algo que permanezca idéntico en nosotros después de tanto tiempo o nada hay en
nosotros de ese niño que fuimos? Y si así fuera, ¿por qué podemos hablar de
nosotros mismos en ese entonces y ahora? Este ejemplo nos puede ayudar a
introducirnos en la problemática del conocimiento. Observamos que hay dos
aspectos de la realidad en este ejemplo, sinteticémoslo en una expresión: “somos
lo mismo, pero no somos lo mismo”.

Una realidad la captamos por los sentidos (hemos cambiado de tamaño, color,
forma, etc.) ; otra nos la da el conocimiento intelectual de algo (a pesar del
cambio aparente, somos la misma persona). Pero, ¿qué realidad es más
importante? ¿cuál es la verdadera realidad? ¿prima el cambio o la permanencia?

La cuestión queda planteada, hay dos formas de conocer (al menos en principio):
la sensación y el intelecto. Ambas son facultades del que conoce (sujeto) y se
sirve de ellas para conocer la “realidad particular” (objeto). ¿Cuál de estas dos
formas prima sobre la otra, o no existe esa primacía? En primera instancia, la
sensación tiene mucha fuerza, puesto que corresponde a la esfera de lo tangible,
pero examinemos algunos ejemplos.
Si deseamos cruzar una calle, observamos a uno y otro lado antes de hacerlo; al
entrar a una pieza oscura tanteamos el terreno antes de ingresar, mientras
buscamos el interruptor; al comer un trozo de fruta descompuesto, lo escupimos,
sin preguntarnos acaso la sensación nos ha engañado. De estos ejemplos
podemos deducir que vivimos de acuerdo a lo que nuestros sentidos nos
informan; en ese vivir en medio de los sentidos no hay cuestionamiento de
nuestro entorno. En efecto, esto es necesario para la vida, pues de no ser así,
dudaríamos, como aquel asno melancólico que murió de hambre a la vista de
dos parvas de heno, una tan apetitosa como la otra, sin decidirse jamás por cuál
escoger. Pero en un análisis más concienzudo, nos encontramos con problemas
que se resuelven más allá de los sentidos. Enumeremos algunos:

1. En un lugar desconocido, al dar vuelta en un pasillo nos encontramos, de


pronto, con un sujeto de nuestra altura y que se sorprende al igual que
nosotros ante nuestra presencia. Un rápido análisis dirá que nos encontramos
cara a cara con un espejo. Para poder percatarnos que vimos un espejo,
debimos percatarnos de habernos vistos a nosotros mismos. La capacidad de
autoconocerse y, por ende, conocer la capacidad de repetición de los espejos,
sólo es posible por un mecanismo de reflexión. Distinta es la reacción de un
animal cualquiera, por ejemplo, un gato: su incapacidad de reflexión lo hace
percibir otro gato y, por lo general, reacciona cautelosa o agresivamente
frente a aquél.

2. Si le pedimos a una persona que imagine que alguien pasa una lima por sus
dientes o su lengua por el filo de una hoja de afeitar, es bastante probable
que reaccione con incomodidad, aunque jamás haya vivenciado una de
aquellas experiencias. Del mismo modo, sentimos apetito ante la descripción
pormenorizada de un plato o un sándwich de atractivas características. ¿Qué
tipo de conocimiento es éste? Si ahora se tratara de una descripción de una
comida con ingredientes o resultados desconocidos, ¿podríamos sentir
igual?; y si no es así, ¿por qué no?.

3. El color, la temperatura, etc. ¿son propiedades de las cosas?. Por ejemplo, la


expresión “hace frío” parecería válida en todo tiempo y lugar; sin embargo,
la percepción de un sujeto cambia si está en una u otra situación, pues no
será igual si sale de un lugar calefaccionado, o si se desplaza entre dos
espacios igualmente fríos.

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