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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOrvlBIA

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ANTONIO NARIÑO, ~.D~P.


~ANTAND~RY ~ULlO
ARgOL~DA
'' BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

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' ANTONIO NARIÑO, F. DE P.·
SANTANDER Y JULIO
ARBOL~DA
SELECCION SAMPER ORTEGA DE

LITERATURA COLOMBIANA

PUBLICACIONES DEL
MINISTERIO DE EDUCACION NACIONAL

1936
Editorial Minerva, S. A.
NARIl~O, SANTANDER. ARBOLEDA

En los primeros días de la república se pro-


dujeron tres grandes piezas de oratoria parla-
mentaria: la defensa de Nariño, la de Santan-
der y el discurso con que don Julio Arboleda,
como presidente del Senado, dio posesión de
la presidencia de la república al vicepresidente
MaIlarino. Aunque la segunda de estas piezas,
la defensa de Santander, fue remitida del Ex-
terior a la Cámara, puede considerarse del
género oratorio, así por su forma cuanto por
haberse escrito para ser leída ante la corpora-
ción; y como Nariño, sU autor, y Arboleda,
son de las más salientes figuras políticas del
último siglo, nos pareció que el presente va-
lumen resultaría valioso, interesante y homo ...
géneb recogiendo en él estas tres piezas, tan
diferentes de las· que se estilan ogaño en los
congresos .
.El general Antonio Nariño, precursor de la
independencia, nació en Santafé en 1765 y
murió en la Villa de Leiva en 1823. Lospri -
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meros treinta años de su vida se deslizaron


de la mejor manera que podía esperarIo un
criollo dentro de la administración colonial:
casó en 1785 con doña Magdalena Ortega:
desempeñó la alcaldía de la ciudad; tuvo gran-
des y prósperos negocios de comercio; fue te-
sorero de diezmos y encabezó un centro lite-
rario de mucho renombre en la historia de
nuestras letras. Sin embargo, al publicar el
año de 1794 «Los Derechos del Hombre~, en
la imprenta que él mismo había introdúcido
un año antes, se convierte en un calvario su
vida, y ya no encontrará la paz sino en el
sepulcro. Procesado por conspirador, se le con-
fiscan sus bienes y se le condena a diez años
de presidio en Africa. Pero logra fugarse, y
en Inglaterra y en Francia intenta obtener
recursos para independizar a su patria; al re-
gresar a Bogotá es apresado nuevamente y en
seis años de reclusión su 'salud desmejora has-
ta el punto de serIe preciso aplicarse a nego-
cios de campo, porque sólo en él tendrá posi-
bilidad de mejoría. Preso otra vez en 1809,
recobra la libertad después del 20 de julio del
año siguiente, para servir en los penosos días
del nacimiento de la república, primero como
secretario' del congreso y luego en la presiden-
cia de Cundinamarca. Le toca afrontar la in-
tentona española de reconquista; en Pasto cae
prisionero por tercera vez, y d~ra seis años
en los presidios de Guayaquil, El CaUaó, Li-
NARmo, SANTANDER, ARBOLEDA 7

ma y Cádiz. Regresa a Colombia, y aquí es,


entre los personajes de calidad. la primera
víctima del odio, dios popular de la política
entre nosotros. Por último, su vida se extin-
gue en Leiva. lejos de todo ruido; y allí, con
sublime estoicismo, aguarda la llegada de la
muerte.
Al recibir en la Academia Colombiana de
Historia a don Guillermo Hernández de Alba,
a quien debemos el conocimiento de diez años
de la existencia de Nariño que permanecían
en completa oscuridad, pretendimos señalar
la manera providencial y maravillosa como se
acompasó la vida del Precursor, a la de la re-
pública.
En verdad-dij imos entonces-los vaivenes
de la patria se acuerdan y cursan armónica-
mente con los de la existencia del Precursor,
cual si tal existencia fuese el canto o el tema
central de aquella gran sinfonía que se inicia
con la llegada de Mutis y termina con los
broncos v fortísimos compases de los cañones
del santuario.
Nunca como en .la sexta década del siglo
XVIII fueron tan claras las características de
la colonia: en el abandono del mundo y orde-
na9ión sacerdotal de don J osé de Salís culmina
el sentimiento religioso que informó todos los
. actos de nuestros pasados y que más que un
j

truto espontáneo y lozano solía ser producto


de meditaciones, de luchas entre el espíritu y
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la carne, de desengaños, de tedio en ese vivir


~modorrido, inútil, sin ambiciones y sin gloria,
que en Indias se llevaba desde que la aventura
y el Dorado murieron con las razas primi-
tivas. En don Miguel de Santisteban. a cuyo
cargo estuvo la residencia del Virrey-fraile, se
cifra el rábula malicioso que, más que a im-
partir justicia, venía a hacer méritos, exagerando
el celo y el rigor, para alegarlos cuando a la
corte se tornase. Y en la quietud inenarrable
de aquella época están mejor que nunca sin-
tetizadas la indolencia intelectual y la opaci-
dad de emoción en que vivieron, o mejor di-
cho, arrastraron sus horas, los colonos de don
Felipe, de don Fernando y de don Carlos.
Nariño es el último de los santafereños na·
cidos en la profundidad de aquella profunda
Santafé. Desde la década siguiente las prime-
ras brisas de inquietud, de curiosidad y de
estudio, habrían de rizar, aunque todavía le-
vemente, las aguas de ese mar muerto. De
modo que, por razón de nacimiento, bien po-
demos considerar a este vástago del contador
real don Vicente Nariño y de doña Catalina
Alvarez del Casal,- como un refinado producto
de la colonia.
Empero el soplo escapado de los labios de
Mutis se va tornando en brisa. en viento y
en huracán que barre las brumas de ignoran-
cia y pereza, para que verdeen y granen las
inteligencias que con mano amiga cultIvara el
NARmo, SANTANDER, ARBOLEDA . 9

gran botánico; y Santafé abandona su maras-


mo, lee y discute a los encicIopedistas, inves-
tiga, sonríe, y se anima en las tertulias lite-
rarias en cuyo centro Nariño es también el
arquetipo de aquel siglo que muere y de la
naciente inquietud.
No duran mucho, sin embargo, los incons-
cientes aleteos de una república que, sin sa-
berIo, pretendió nacer de la revuelta de los
comuneros del Socorro y de la publicación de
los «Derechos del Hombre>; como el propio
impresor, ella desmaya y casi muere durante
diez largos años en que parece esfumarse de
la historia, cual parecía esfumarse la vida del
gran bogotano..
Pero súbito resuenan otra vez y a un mis-
mo tiempo y briosamente y en nítidos acor-
des, el clamor de una nación que reclama su
independencia y el de un hombre que conquis-
ta la suya y se pone a la cabeza de su pue-
blo. Y desde ese momento hasta quedar aban-
donado en las montañas de Pasto, la vida de
la república es la suya: melodía y acompaña-
miento van ahora acompasados, sin discrepan-
cias ni disociaciones.
Con la caída del exdictador de· Cundina-
marca en manos de Aymerich empiezan los
hados a favorecer a los pacificadores y se ini-
cia para nosotros aquella larga era de pade-
cimientos, aquella ola de sangre, en campos y
banquillos, que sólo concluirá en Boyacá en
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1819, con la derrota de las tropas del rey.


Paralelamente, la existencia del Precursor en-
tra en un nuevo período de tribulación. Ni la
patria ni él pueden saber cual será suerte. Y
es curioso que, con pocos meses de diferencia,
una y otra obtengan definitivamente la li-
bertad.
Restituído Nariño, a sus lares, es con él, como
mandatario, con quien se entiende el congreso
que dicta la ley fundamental de la república; de
modo que preside el verdadero nacimiento de
Colombia que, para que nada falte en la gran-
diosa sinfonía, ha de poner en ella la única
discordancia entre el hombre y la república:
la de la ingratitud.
Finalizando el año de 1823, Bolívar salió
para el Perú a darle libertad con nuestra san-
gre; mientras Nariño, en tanto, partía para la
Villa de Leiva. Siguiendo los pasos a la tropa
libertadora iba ya el espectro de la desunión
que a poco tomaría vigor en Valencia para
culminar, como la vida del Genio Americano,
en la disgregaci6n definitiva, cuando él cum-
pliese 47 años, y 11 la Gran Colombia. Na-
riño, por su parte, llevaba también la muerte
al anca de su caballo. La melodía iba a finar
antes que los postreros trémolos del conjunto.
Pero, en todo caso, con Nariño moriría la
patria que comenzó a esbozarse cuando él
nació. La frase de Rueda Vargas es justa:
Nariño fue la patria misma.
NARIRO, SANTANDER, ARBOLEDA 11

*
•*
Con respecto al general don Francisco de
Paula Santander, extractamos a continuación
su biografía, tomándola del excelente libro
que sobre esta gran figura colombiana escribió
nuestro amigo y colega don Manuel José Fo-
rero.
Nació el Hombre de las Leyes-como le lla-
mó Bolívar después de la glorificación de
Ayacucho-el 2 de abril de 1792 en la villa
del Rosario de Cúcuta, y vino a verificar sus
estudios en la capital del Virreinato de la Nue-
va Granada trece años más tarde; en el Colegio
de San Bartolomé recibió las lecciones que le
dotaron de una instrucción general y las es-
peciales de jurisprudencia, apropiadas a sus
aptitudes y carácter, que habrían de permitir-
le servir a la futura república en su desenvol-
vimiento civil. Pero cuando los patriotas se
congregaron en la plaza mayor de Santafé el
20 de julio de 1810, y llegó a oídos del vivaz
estudiante el clamoreo de su pueblo por la
libertad, abandonó las aulas y se trasladó a
las milicias organizadas aquel día memorable,
y de las cuales no habría de faltar sino hasta
el momento en que Colombia fue libre.
« Tomó parte en las contiendas federalistas y
centralistas de la primera edad de la república;
posteriormente combatió alIado de Bolívar con-
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tra los españoles.que trataban de mantener bajo


la dependencia de España el suelo de la Nue.va
Granada; y cuando cayó en manos de Morilla
dada la superioridad de sus fuerzas y la divi-
sión política que había agrupado en dos ban-
dos a los dirigentes del gobierno emancipador,
se dirigió a las llanuras orientales con algunos
re$tos del ejército que mantuvo encendida en
aquellas regiones desiertas la antorcha de la
libertad. Santander organizó allí tropas regu-
lares que preparaba con ahinco para las futuras
acciones de guerra; más tarde estuvo de nuevo
al lado de Bolívar, que luchaba en Venezuela
por la independencia; después regresó a los
llanos de Casanare, y, de acuerdo con el Li-
bertador, se preparó para invadir a la Nueva
Granada, cuyos mejores hijos habían perecido
en el cadalso en el luctuoso período de 1816 a
1819. El 4 de junio pasó el Libertador el río
Arauca mientras su propio ejército avanzaba
a reunirse con la División de vanguardia pre-
parada por el general Santander; reunidos to-
dos sería tarea fácil verificar inmensos sacri-
ficios con aquel conjunto de hombres dispues-
tos a lograr la libertad de su patria, y obtener
el ambicionado triunfo con la posesión del
viejo Virreinato.
El 25 de julio siguiente los ejércitos enemi-
gos habrían de encontrarse en Pantano de Var-
gas; y el 7 de agosto en el Puente de Boyacá.
La acción de armas que se libró en este últi-
NARffiO, SANT ANDER, ARBOLEDA 13

mo lugar, aunque breve por su duración y


desprovista de brillo militar por sus caracte-
rísticas espéciales, fue definitiva para la liber-
tad de Colombia y ahorró para el porvenir de
ella la sangre generosa de muchos de sus hijos.
El 21 de agosto del mismo año el Libertador
ascendió a Santander a General de División,
como reconocimiento de su participación intré-
pida en la batalla de Boyacá, de su .pericia
en los combates anteriores y de sus desvelos
por preparar aquellas tropas que dieron a Co-
lombia su más puro día de gloria. Y, en aten-
.ción a la necesidad de continuar la guerra,
.designó igualmente a Santander para ejercer
el gobierno de Cundinamarca, mientras él se
dirigía a dar cuenta al Congreso de Venezuela
y a movilizar los ejércitos contra los españo-
les venidos de la Península a verificar la re-
conquista. El Congreso de Cúcuta (1821) eli-
gió Presidente de Colombia a Bolívar, y vice-
presidente a Santander; pero el primero, al
aceptar esa altísima investidura, 10 hizo con
la expresa condición de que Santander presi-
diera en realidad aquella gran república, por
considerar-escribió-que sus talentos, virtu-
des, celo y actividad ofrecen a la república
el éxito más completo en su administración.
<Tocó, pues, al general Santander dirigir los
primeros pasos de Colombia como pueblo libre,
mas no' en el sosiego de la paz sino en medio
de los azares de la guerra. No solamente aten-
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dió entonces a los afanes de la simple admi-


nistración gubernamental sino que dio a Bo-
lívar la cooperación que él necesitaba en hom-
bres y en elementos para continuar con prove-
cho la guerra de la independencia, llevándola
hasta Bolivia y el Perú. Bolívar dio público
testimonio de ello en carta del 13 de noviem-
bre de 1824, escrita en Chancay, poco después
de las grandes batallas que confirmaron y con-
solidaron la libertad de toda la América del
Sur.
<Cuando ocurrió en '\'alencia (Venezuela)
la rebelión de Páez contra el gobierno central
de Bogotá, volvió Bolívar a Colombia. En
ella prevalecía entonces el concepto de la le-
gislaeión que había venido a sustituir, debido
a la acción de Santander, a la autoridad mili-
tar y al concepto del caudillo; consideró el
Hombre de las Leyes que mientras la guerra
hizo necesario ese concepto fue oportuna su
aplicación; pero que una vez vuelta la norma-
lidad, y organizada la vida ciudadana, debían
gobernar los principios y las leyes que los
pueblos se dieran a sí mismos. Por eso, cuan-
do la Constitución Boliviana fue recomendada
a la consideración de los hombres públicos de
Colombia, Santander demostró francamente
su oposición y llevó consigo a los influentes
amigos que le acompañaban. En lo tocante a
la rebelión de Valencia debemos recordar que
Bolívar, en ejercicio de la magistratura, per-
NARffiO, SANTANDER, ARBOLEDA
don6 al jefe venezolano (uno de los más ilus-
tres de la independencia) su desacato al go-
bierno central y sustrajo de la obediencia a
Santander algunas provincias de la república.
cProclamada por Bolívar la dictadura, San-
tander manifest6 también entonces su abierta
oposici6n a ella; hizo palpable su adhesi6n a
la Constituci6n de Cúcuta y pens6 en retirarse
del país. Vino el 25 de septiembre de 1828,
fecha infausta para Colombia, en que se ar-
maron con el puñal parricida algunos de los
más tenaces enemigos·,ee la dictadura de Bo-
lívar, y, como consecuencia de ese atentado
que la Providencia frustr6, la reacci6n de un
grupo militar adicto a Bolívar hizo que los
castigos fueran enérgicos y la persecuci6n· vi-
gorosa. Santander fue aprehendido entonces
como conspirador; pero no habiéndole podido
probar el tribunal que hubiese tenido partici-
paci6n en el atentado dicho, y previa la opi-
ni6n del Consejo de Ministros, Bolívar con-
mut6 a Santander la pena capital por la de
destierro del país.
«Hallábase en Europa cuando la preponde-
rancia política de sus partidarios 10gr6 de nue-
vo el supremo influjo en el Estado. Fue ele-
gido presidente de la república por el congreso,
y volvi6 a la Nueva Granada en virtud de
ello. Dispuso de medios suficientes para go..,
bernar democráticamente un país que había
soportado ya las espinas de la dictadura, y
16 BIBLIOTECAALDEANA DE COLOMBIA

continuó entonces la tarea de formar la con-


ciencia ciudadana, tal corno lo había hecho en
1819, tal corno lo realizó desde 1821 hasta
1827 desde el sillón de los presidentes.
«Concluído su período de mando se retiró
por algunos días a la vida privada, volvió al
Congreso posteriormente, y falleció en Bogo-
tá el 6 de mayo de 1840. «Cay6 entonces la
losa sepulcral sobre sus despojos, pero la pa-
tria grabó en el mármol y el bronce su nom-
bre procero; en un soplo se extinguió su vida
fecunda, pero Colombia continúa repitiendo
las palpitaciones de su gran corazón; dijo el
último adiós a sus conciudadanos, pero el pa-
triótico acento de sus enseñanzas perdura a
través de una centuria realizando en el suelo
que ilustró con sus hechos y engrandeció con
su heroísmo, los supremos ideales de la repú-
pública .•

* **
Don Julio Arbdeda nació en la hacienda de
San Vicente de Timbiquí, en la costa del Pa-
cífico, el 9 de julio de 1817. Su familia, una
de las más castizas de la noble Popayán, po-
seía allí minas de oro, y cuando Sámano ini-
ció la reconquista del sur de la Nueva Grana-
da, hubo de refugiarse en San Vicente, pues
la mayoría de sus miembros se había distin-
NARI~O, SANT ANDER, ARBOLEDA 17

guido por sus servicios a la causa de la Inde-


pendencia.
Don ) ulio recibió los primeros conocimien-
tos de labios de sus abuelos maternos don
Manuel Antonio Pombo y doña BeatrizO'Don-
nell. En seguida acompañó a su padre a Eu-
ropa, en 1830, y en Inglaterra cursó humani-
dades, hasta obtener en la Universidad de
Londres el título de bachiller en artes. Con-
cluídos sus estudios, viajó por Francia e Italia,
antes de regresar a su patria en el año de
1838. En la Universidad del Cauca, y al mis-
mo tiempo que desempeñaba la cátedra de
literatura, estudi6 derecho civil y ciencias po-
líticas.
En la guerra civil de 1840, Arboleda tomó
las armas en contra de Obando, y bien pron-
to fue nombrado ayudante del general Herrán.
Mas como el gobierno del Ecuador había auxi-
liado con tropas al de la Nueva Granada para
debelar la rebelión de Pasto, Arboleda fue en-
viado al Ecuador a discutir con el presidente
Flores la pretensión de que para recompensar-
le sus servicios la Nueva Granada le cediera
al Ecuador una parte de las provincias de Pas-
to y Túquerres. Desempeñada su comisión
.diplomática, Arboleda regresó al país e hizo
la campaña del norte a las órdenes de Herrán
y de Mosquera. Concluída la guerra, se reti-
ró del ejército con licencia indefinida para en-
tregarse a sus negocios y a sus labores Htera-
18 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

rias, y emprendió en la gigantesca obra de su


poema Gonzalo de Oyón. En los ocho años de
paz que siguieron concurrió varias veces al con-
greso, donde pronto conquistó fama de exce-
lente orador.
En 1849, encendida de nuevo la guerra ci-
vil, Arboleda inició en Popayán la oposición
al gobierno de López, en su periódico El M i-
s6(oro; reducido a prisión, escribió en ella su
poesía Estoy en la cárcel, una de las más vehe-
mentes que hayan visto la luz en Colombia.
Don Sergio Arboleda, hermano de nuestro
poeta, logró comprar armas en Quito y allegar
allí -recursos para intentar una revolución en el
sur. Don Julio, que había podido salir de la
cárcel y pasar al Ecuador, penetró en Colom-
bia al frente de alguna tropa; pero bien pron-
to fue derrotado y hubo de emigrar al Perú,
donde permaneció, entregado al periodismo y
a la enseñanza. hasta 1853. De Lima se tras-
ladó a Nueva York, y en 1854 regresó a Bo-
gotá. Fue entonces cuando, como presidente
del Senado, dio posesión del poder ejecutivo
al vicepresidente Mallarino, leyendo la magní-
nífica pieza que reproducimos en el presente
volumen.
En la guerra de 1860 Arboleda, que se ha-
llaba en París atendiendo a la educación de
sus hijos, regresó a Colombia llamado por el
presidente Ospina, para oponerse a tvlosquera
en el Cauca. Proclamado general en jefe de
NARmo, SANTANDER, ARBOLEDA 19

las fuerzas constitucionales unidas del Cauca


y de Antioquia, se le candidatízó por parte
de los gobiernistas para la presidencia de la
república, en cambio del general Herrán, a
quien se tenía desconfianza por ser yerno de
Mosquera. Un incidente sin importancia dio
pie al presidente ecuatoriano García Moreno
para dirigirse contra la Nueva Granada; pero
Arboleda le salió al encuentro y le hizo ..¡,:>ri-
sionero. Cuando regresaba victorioso, recIbió
cerca de Popayán la noticia de haber sido de-
rrotado por los revolucionarios en Cartago el
general antioqueño Henao, su aliado; entonces
Arboleda contramarchó al sur, adelantándose
solo con sus edecanes hacia Pasto. En el cami-
no, al atravesar la montaña de Berruecos, fue
asesinado a traición, como años antes lo había
sido Sucre, el 12 de noviembre de 1862.
Aparte de sus poesías-que son su mejor
título literario-coleccionadas por don Miguel
Antonio Caro y publicadas. en Nueva York
por sus hijos, y del discurso que aquí repro-
ducimos, célebre en la oratoria colombiana,
Arboleda publicó los siguientes folletos: Julio
Arboleda a sus compañeros de armas (Popayán
1845); Los tres candidatos para la presidencia
de la Nueva Granada (Bogotá, 1845); Los J e-
suítas (1848); Visita del general Tomás CiPria-
no de M osquera a Popayán (Bogotá, 1850);
A los señores editores de La Gaceta, El Neo-
Granadino y El Conservador (1850); Al Con-
20 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBiA

greso Granadino (Popayán, 1851). Además, re-


dactó en Popayán El M is6foro, periódico del
cual existen seis números en la Biblioteca Na-
cional; aunque Laverde Amaya menciona el
número 9 como reimpreso en Bogotá.
Es muy de lamentarse que un hombre de
tan brillante numen y de tan excelente prepa-
ración como don Julio Arboleda, se hubiera
visto envuelto tan por completo, en las luchas
políticas de su tiempo, y restado así a la pro-
ducción literaria. Don José María Samper nos
refiere que, como orador parlamentario, sedu-
jo a sus contemporáneos, pues «ninguno ha-
bía sido tan incisivo y correcto, tan acadé-
micamente literario ni tan variado en su elo-
cuencia:. y pocos trataban como él los temas
tan por lo alto, en estilo vigoroso, erudito y
grandilocuente, que en ocasiones alcanzaba el
tono patético, con arrebatadora entonación.
Como poeta fue una de las más atrayentes
figuras del romanticismo en Colombia y como
hombre, su accidentada vida daría tema para
una excelente biografía novelada de las que
recientemente han puesto en boga Zweig y
Maurois.
ANTONIO NARIÑO

SU DEFENSA ANTE EL SENADO


Señores -de la cámara del senado:

Hoy me presento, señores, como reo -ante


el senado de que he sido nombrado miembro,
y acusado por el congreso que yo mismo he
instalado, y que ha hecho este nombramiento;
si los delitos de que se me acusa hubieran sido
cometidos después de la instalación del con-
greso, nada tenía de particular esta acusación;
10 que tiene de admirable es ver a dos hom-
bres que no habrían quizá nacido, cuando yo
ya padecía por la patria, haciéndome cargos
de inhabilitación para ser senador, después de
haber mandado en la república, política y mi-
litarmente en los primeros puestos sin que a
nadie le haya ocurrido hacerme tales objecio-
nes. Pero lejos de sentir este paso atrevido.
yo les doy las gracias por haberme proporcio-
nado la ocasión de poder hablar en público so-
bre unos puntos que daban pábulo a mis ene-
migos para sus murmuraciones secretas; hoy
se pondrá en claro, y deberé a estos mismos
enemigos no mi vindicación, de que jamás he
creído tener necesidad, sino el poder hablar sin
24 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

rubor de mis propias acciones, ¡Qué satisfactorio


es para mí, señores~ verme hoy, como en otro
tiempo Timoleón, acusado ante. un senado que
él había creado, acusado por dos jóvenes, acu-
sado por malversación, después de los servicios
que había hecho a la república, y el poderos
decir sus mismas palabras al principiar el jui-
cio: «oíd a mis acusadores-decía aquel gran-
de hombre-oídlos, señores, advertir que todo
ciudadano tiene derecho de acusarme, y que
en no permitido, daríais un golpe a esa mis-
ma libertad que me es tan glorioso haberos
dado».
Tres son los cargos que se me hacen, como
lo acabáis de oir:
l. o De malversación en la tesorería de diez-
mos, ahora treinta años;
2. o De traidor a la patria, habiéndome en-
tregado voluntariamente en Pasto al enemigo,
cuando iba mandando de general en jefe la ex-
pedición del Sur el año de 14;,
3.o De no tener el tiempo de residencia en
Colombia, que previene la cOhstitución, por
haber estad9 'ausente por mi gusto, y no por
causa de la:';república, .
No comenzaré, señores, a satisfacer estos
cargos implorando, como se hace comúnmente,
vuestra clemencia y la compasión que natu-
ralmente reclama todo hombre desgraciado;
no, señores, me degradaría si después de ha-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 25

ber pasado toda mi vida trabajando para que


se viera entre nosotros establecido el imperio
de las leyes, viniera ahora al fin de mi carre-
ra a solicitar que se violasen en mi favor.
Justicia severa y recta es la que imploro en
el momento en que se va a abrir a los ojos
del mundo entero el primer cuerpo de la na-
ción, y el primer juicio que se presenta. Que
la hacha de la ley descargue sobre mi cabeza,
si he faltado alguna vez a los deberes de un
hombre de bien, a lo qÚe debo a esta patria
querida, d a mis conciudadanos. Que la indig-
nación pública venga tras la justicia a con-
fundirme, si en el curso de toda mi vida se
encontrase una sola acción que desdiga de la
pureza de mi acreditado patriotismo. Tampo-
co vendrán en mi socorro documentos que se
pueden conseguir con el dinero, el favor y la
autoridad; los que- os presentaré están escritos
entre el cielo y la tierra, a la vista de toda
la república, en el corazón de cuantos me han
conocido, exceptuando sólo un cortísimo nú-
mero de individuos del congreso que no veían,
porque lés tenía cuenta no ver. Así mi vindi-
cación sólo se reducirá a recordaras compen-
diosamente la historia 'de los pasajes que se
me acusan, acompañada de los documentos
que, entonces existían y de algunas reflexiones
nacidas de ellos mismos. Seguiré el mismo
orden . en que se ha propuesto la acusación.
26 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

En el año de 1789 fui nombrado tesorero


general de diezmos,· por el virrey Lemus, con-
tra el dictamen y voluntad de los canónigos,
porque estaba en posesión de este nombramien-
to, dando una fianza de sólo ocho mil pesos,
que era la misma que habían dado todos mis
antecesores. Como el cabildo eclesiástico esta-
ba en posesión de hacer este nombramiento,
ocurrió al rey, y en el año de 1791, vino ga-
nado el recurso por el cabildo, facultándolo,
además, para que pudiera nombrar de tesore-
ro a uno de los de su cuerpo. Inmédiatamen-
te se mandó dar cuenta, y entregar el em-
pleo al canónigo doctor don Agustín de Alar-
cón. En el término de veinte días, rendí mis
cuentas, que subieron a cerca de medio millón
de pesos, y enttegué lo que, según ellas, re-
sultaba haber en caja. Se me dio mi finiquito,
y el canónigo Alarcón siguió, interinamente
despachando la tesorería.
Llegado el tiempo de las elecciones me pre-
senté, ofreciendo cuarenta mil pesos de fianza
efectiva, y además cuatro abonadores que res-
pondiesen de cuanto entrase en mi poder. Se
me admitió la propuesta y fui nuevamente
nombrado por el arzobispo, deán y cabildo.
Seguí despachándola sin ninguna falta has-
ta el 29 de agosto de 1794, en que a las diez
de la mañana se me apareci6 en mi casa el
oidor d011 Joaquín Mosquera, con tropa, y me
intim6 arresto, dejándome en ella con un cen-
ANTONIO NARIRO - SU DEFENSA 21

tiRela de vista, y a las órdenes de un oficial.


El mismo día, por la tarde, se comenzó el
embargo de mis bienes, y a las siete de la no-
che fui conducido con la misma tropa al cuar-
tel de caballería, en donde se me encerró sin
comunicación, que duró por el espado de dos
meses, sin oir hablar de otra cosa que oe car-
gos de insurrección, de presos, y de delitos de
lesa majestad.
A los dos meses se me anunció por el juez
que me había resultado un alcance en la te-
sorería de ochenta o noventa mil pesos, y que
al otro día vendría uno de los abonadores pa·
ra que en su compañía <hiciera una manifes-
tación de mis bienes>, Se hizo, en efecto, y
es la que corre a la frente de uno de los cua-
dernos del concurso, <que pasa de ciento vein-
tiseis mil pesos», es decir, de cosa de cuaren-
ta mil pesos más de lo que se .decía que era
el alcance que se había hecho sin intervención
mía.
En las vísperas de mi prisión, cuando toda
la ciudad estaba consternada con motivo de
las prisiones que habían comenzado por unos
pasquines que se habían puesto en ausencia
del virrey, hice sacar de mi casa unos bauli-
tos llenos de libros prohibidos, por temor de
que fuesen a hacer algún registro, pues el de
que me prendieran jamás me ocurrió, por no
tener parte ni relaciones con los pasquineros,
que ya estaban presos. Estos baúles pesados,
28 BIBLIOTEOA ALDEANA DE COLOMBIA

y sacados de noche de mi casa, dieron moti-


vo a la maledicencia y a la adulación para
que se dijese que estaban llenos de onzas de
oro, y aunque al fin parecieron los baúles y
los libros, que después de mi prisión se ha-
bían llevado por uno de mis hermanos a en-
terrar en casa de la señora Mariana González
y de allí a la hacienda de Serrezuela, de don-
de se trajeron a la Capuchina, la idea de la
extracción de dinero permaneció en la boca de
mis enemigos, o más bien en la de los que
querían por estos medios manifestar su fideli-
dad al rey.
Se siguieron las dos causas de impresión de
los Derechos del Hombre y del concurso de mis
bienes para cubrir el alcance; y como la idea
era hacerme sospechoso a toda costa, se ma-
nejó de tal modo esta última, que a pesar de
mis continuas reclamaciones que se ven en los
autos, y «del allanamiento del arzobispo y ve-
nerable cabildo con los fiadores concediéndo-
les plazos para que pagasen con el producto
de mis bienes, al fin se les ejecutó para hacer
la cosa más ruidosa, y darme odiosidad con
úna porci6n de familias, a quienes con razón
o sin ella, debía dolerles verse despojar de sus
intereses para pagar una fianza que jamás
habían pensado tener que lastar. 1-.....
La tesorería de diezmos no está en el caso
de los demás empleos de administración de
rentas. A mí no se me pasaba casa. caías.
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 29

faltas, ni moneda falsa; no se hacía tanteo


cada año ni nunca; presentaba mi libro de
entradas y los libramientos que había pagado,
y por uno y otro se veía lo que quedaba en mi
poder. Mi obligación, en una palabra, era re-
cibir los enteros, pagar los libramientos y en-
tregar la tesorería cuando llegase el caso, co-
mo lo verifiqué el año de 91. El dinero en-
traba en mi poder, no en depósito, sino bajo
la fianza ilimitada que había dado, para po-
der negociar con los sobrantes, como lo ha-
bían hecho mis antecesores, con menos fianza,
y como lo hacía públicamente con conoci-
miento de todos los interesados, sin que a na-
die le pudiese ocurrir que yo pagase las ofi-
cinas, los libros, las faltas de moneda, las ca-
jas y que diese una fianza ilimitada, sólo pa-
ra percibir 850 pesos que se consumían en los
gastos enunciados. El manejo, pues, de los
caudales sobrantes, no era un abuso, una fal-
ta de confianza. ni un procedimiento que des-
mintiese mi hombría de bien; y la prueba de
este concepto público lo voy a demostrar: yo
desafío a mis acusadores a que presenten en
su favor un documento igual o que se le pa-
rezca..
El año de 91 se me manda entregar la te-
sorería al cabildo eclesiástico: es público y no-
torio a cuantos existían en esta ciudad en
aquel tiempo, que ya tenía las mismas nego-
ciaciones de comercio que el año de 94; es
30 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

igualmente notorio que en aquella época tenía


en giro más de cien mil pesos, y que a los
veinte días de habérseme mandado entregar,
rendí mis cuentas y entregué el dinero. Yo
llamo aquí la atención del senado y del públi-
co: ¿ Cuánta sería mi reputación de hombria
de bien cuando no sólo encuentro en veinte
días modo de cubrir la caja, sin alterar ni
tocar mis negociaciones, sino fiadores que des-
pués de esto respondan por mí de más de
trescientos mil pesos? Reflexionad, señores,
qué número de personas, todas pudientes, se
necesitan en una ciudad como la nuéstra pa··
ra llenar estas dos partidas en tan corto tiem-
po: los unos me auxiliaban con su dinero; los
otros, con sus fincas, para ofrecer y dar una
fianza de que no ha habido ejemplo. Y en .el
día, ¡Dios justo! ¡Dios eterno! me veo tratado
por esta misma causa de ladrón .... ¿ y por quié-
nes? .... el público los conoce mejor que yo,
y no es tiempo de distraer vuestra atención
del asunto principal.
Toda la ciudad se reunió a mi favor, v con-
tra la prevención y sentimiento del venera-
ble Deán y cabildo vuelvo a ser nombrado
tesorero por el mismo cabildo, Pasan tres años
sin que en todo este tiempo se oyera una re-
clamación de ninguno de mis fiadores, a pe-
sar de que todos sabían mis negociaciones. Llega
el día funesto de mi prisión, no por este mo-
tivo, como han dicho mis calumniadores, sino
ANTONIO NARffiO - SU DEFENSA 31

por haber publicado los sacrosantos Derechos


del Hombre; y arrastrado a un encierro, se
apodera el juez de mis papeles, «y se me for~
ma un alcance sin intervención mía», a pesar
de las disposiciones legales que previenen 10
«contrario~.
Dos meses se pasaron sin que el reverendísimo
arzobispo y venerable cabildo pensasen en pro-
veer el empleo, porque estando asegurados sus
caudales, y no habiendo dado motivo para
que se me despojase de él, sólo mi causa po-
día obligados a dar este paso. Así se verificó,
y convencidos ya de que debía continuar arres-
tado, se trató de nombrar tesorero, y por de
contado de entregar la cantidad que por las
cuentas del contador resultaba contra mí. Si
yo me hubiera hallado en el caso del año de
91, todo se habría concluído como se concluyó
entonces; pero las circunstancias eran muy di-
versas: el aspecto de un criminal en causa de
estado, mudó toda la escena en mi contra; era
preciso hablar y obrar en contra mía, o ha-
cerse sospechos() para con el gobierno y la
real audiencia; no había medio, los momentos
eran críticos, y el partido que se había de ele-
gir, fácil de adivinar; me quedé solo con un
corto número de parientes y amigos que arros-
traron el peligro, y el resto me declaró la
guerra.
Se formó el concurso a mis bienes, y todo
habríl:!-quedado concluído en muy poco tiem- .
32 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

po, si la naturaleza de mi causa no lo hubie-


ra impedido. Me hallaba encerrado, no podía
por mí mismo dar un paso en el asunto, no
sabía otra cosa que lo que el juez me traía a
la prisión para que firmara, cuando mi cabeza
estaba ocupada sólo en pensar cómo la salva-
ría. Mis fiadores, después de muchos meses de
contestaciones inútiles, insignificantes y perju-
diciales a sus intereses y a los míos, se vieron
precisados a pagar, pero se les entregaron mis
bienes, nombraron ellos mismos administrado-
res, y hasta hoy ignoro el resultado de esta
administración, ni lo que los bienes embarga-
dos produjeron.
Los señores Gómez y Azuero no deben ig-
norar la enorme diferencia que hay entre una
quiebra fraudulenta y un descubierto, que
hubiera sido momentáneo, sin las circunstan-
cias que lo acompañaron. ¿Será fallido un ne-
gociante que teniendo arreglado su comercio a
crédito, se le prende intempestivamente, se le
embargan sus bienes, se almacenan y dejan
podrir sus frutos, perder sus deudas y disipar
su caudal? Hasta hoy, señores, hay bienes
míos almacenados; hasta hoy, después de 29
años, hay deudas cobrables sin cobrar; hasta
hoy hay cantidades en depósito. sin pedirse.
¿ y seré yo culpable de que lloren estas fami-
lias que se hicieron cargo de estos bienes, de
estas deudas y de estos depósitos, cuando a
mí no me ha sido permitido hacerla? ¿ Sería
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 33

justo que aun cuando yo hubiera adquirido


nuevos fondos, les hubiera pagado, sin que me
dieran cuentas, o me entregaran lo que se me
había embargado? Pues con cuánta menos ra-
zón se me debe hacer cargo, cuando siempre
me he visto imposibilitado de hacerla, porque
padeciendo, o mandando, siempre he estado
ocupado en servicio de la patria: de esta pa-
tria contra quien hoy también se me acusa de
haber sido traidor. ?~
La exposición que aparece. en el acta que
se acaba de leer es una equivocación nacida
del transcurso de los años que han pa~ado des-
de aquel tiempo hasta el día. La fianza que
di, como se ve por la certificación del escri-
banb público, documento número 2.0, no sólo
fue de 80.000 pesos, sino ilimitada; y cons-
tando por el documento número 11, que en el
año de 98 se dio carta de lasto a mis fiado-
res, ma ¡ podía deberse cantidad alguna a diez.,
mas hasta la época de la revolución.
Los bienes embargados subían a 126.000 pe-
sos, y el alcance formado sin intervención mía,
porque estaba en un encierro, sólo llegó a
81.264 pesos 6 reales 7 y cuarto mrs. Tanto
el V. C. como mis fiadores se disputaron la
, posesión de éstos, y si los fiadores vinieron al
fin a lastar, fue por culpa suya, pues que no
sólo se les propusieron por el arzobispo y V.
C. moratorias para que fueran pagando con el
producto de mis bienes embargados, sino que
34 BIBLIOTECA ALDEANA DE COIOMBIA

se conformaban con éstos, para cubrir la caja;


y los fiadores resistieron lo uno y lo otro, co-
mo se ve en los documentos 4 y 6 ya ci-
tados.
Al tiempo de mi prisión había en Cúcuta,
en poder de don Pedro Chauveau, entre otras
partidas, la de 300 cargas de cacao, compra-
das a 21 pesos, con un año de anticipación,
para remitidas a Veracruz y que se vendieron
en CÚcuta mismo a 36 pesos 4 reales. La
cuenta con Chauveau subía a más de 15.000,
pesos. En Cartagena había 5.555 arrobas de
azúcar para remitir a España. cuyo principal
y costos hasta aquella plaza, subía a 10.164
pesos 2 y cuarto reales. En la Habana, en po-
der de don Manuel Quintanilla, había 80 chur-
las, con 9.925 libras netas de quina, que se
estaban vendiendo desde 12 hasta 13 reales
libra. Las primeras 15 churlas vendidas antes
de mi prisión, produjeron 2.785 pesos, como
se ve por el documento número 10 que pido
se lea.
A esta proporción las 80 churlas hubieran
producido 14.R63 pesos, si no se hubiera inte-
rrumpido su venta; sin contar el mayor precio
de las que se remitieron a Veracruz, de 4 rea-
les más en libra a que se vendieron. En Cá-
diz, en poder de don Manuel Corsés Díaz, ha-
bía 166 churlas, con peso neto de 26,282 libras
de quina, y en esta ciudad, además de mi
casa adornada, de las joyas y alhajas de mi
ANTONIO NARI80 - SU DEFENSA 35

mujer, de mi librería, avaluada en más de


3.000, pesos, se me debían, en sujetos abona-
dos, 41.447 pesos 5 y cuartillo reales. En las
.moratorias que el reverendo arzobispo y su
venerable cabildo propusieron a los fiadores,
la mayor cantidad que se les pidió de conta-
do, era de 16,000 pesos, y 10 demás a ido pa-
gando por meses, de a 1.000, 2.000 Y 3.000
pesos, según iban corriendo los años. Vistas
las partidas de arriba, ¿ quedará duda de que
hubieran podido cumplir con las moratorias,
sin' poner un real de su bolsillo? Y si fue cul-
pa suya y no mía el no haberlas admitido,
¿seré yo el responsable, el culpado en que des-
pués se les haya olbIigado a hacer el 1asto?
¿Se me podrá dar el honroso título de fallido,
porque teniendo en su poder los fiadores mis
bienes, los han dejado perder? Yo he pedido
muchas veces esta cuenta, yo me he presen-
tado a la Real Audiencia demandando a los
fiadores para que me la den, y paguen el so-
brante que debió resultar a mi favor, y ni aun
pude conseguir que se pagase la dote de mi
mujer, graduada con preferencia a los mismos
fiadores. ¿Qué extraño es, pues, que haya otras
deudas, como la dote de mi mujer, sin pagar-
se, si los fiadores no han querido rendir las
cuentas? ¿Sería indiferente para mí el que se
pagase o no la dote que debía entrar en mi
bolsillo? Esta es una prueba clara, indubitable
de que me ha sido imposible vencer la resis-
3«4 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tenciaJlque se me ha opuesto constantemente


a la liquidación de esta ruidosa cuenta.
Queda, pues, demostrado que el año 1791
entregué la tesorería de diezmos al venerable
Deán y cabildo, por disposición del Rey, y que
en el manejo de 482,351 pesos, o cerca de
medio millón de pesos, no me resultó ni un so-
lo real de alcance, porque pude por mí mis-
mo formar mis cuentas y entregar el em-
pleo.
Queda igualmente demostrado que en el año
de 94, aunque por la cuenta del contador de
diezmos, formada sin intervención mía, resul-
tó un alcance de 81.000 y más pesos, se
me embargaron bienes que no sólo cubrían
esta cantidad, sino que me quedaba un sobran-
te de muchos miles.
Tercero: que habiéndose los fiadores hecho
cargo no sólo de los bienes suficientes para
cubrir el alcance de la cuenta, sino del total
que subía a más de 126.000 pesos, aunque
lastaran al principio la fianza, por el mal mo-
do con que se manejó el asunto, ellos y no
yo, son los responsables a ia cantidad sobran-
te, para cubrir la dote de mi mujer, y alguna
otra pequeña deuda que resulte de mis ne-
gociaciones.
Cuarto: que siendo mis fiadores responsables
a todos los acreedores que se presentaron al
concurso de estos bienes, por haber cantidad
suficiente con qué pagados, no habiendo dado
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 37

cuenta de su producto; y no debiendo yo en


el día ni a particulares, ni al tesoro, público,
ni a la mesa capitular, de diezmos, el epíteto
de fallido que se me da es un insulto, una
calumnia de Diego Gómez, inventada para sus
fines particulares, Que se lean las certificacio-
nes de los ministros del tesoro público y del
notario y contador de diezmos,
Vosotros los acabáis de oir, señores, con do-
cumentos incontestables' no sólo no sov deudor
al tesoro público, a los diezmos, ni ~ los fia-
dores de la tesorería, sino que éstos me son
responsables del sobrante de mis bienes, des-
pués de cubierto el concurso que a ellos se
formó, por efecto de la prisión que sufrí, por
haber publicado 'los Derechos del Hombre,
Fijad ahora, ilustres senadores, vuestr~s ojos
sobre el acusado y los acusadores: fijadlos por
un momento y comparad ... ¿Qué eran Diego
Gómez y Vicente Azuero el año 94, cuando
sonaba esta ruidosa causa, que dio el primer
impulso a nuestras ideas? ¿En dónde estaban?
¿A qué clase pertenecían?. Pero no vamos
tan lejos. ¿Qué eran al principio de nuestra
transformación? ¿Quién los conocía? ¿Se ha~'
bían oído ~onar sus nombres? .. ¿Y cuáles son
sus serviCios durante estos doce años?. ¿Qué
c{l~pañas han hecho? ¿A qué riesgos se han
expuesto por salvar la patria? ¿ Cuáles han
sido los sacrificios personales o pecuniarios
que. debemos a estos dos amigos, dignos el
38 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

uno del otro?. Escuchadlos: sus nombres se


han comenzado a conocer desde el año de 1~
El día memorable de la entrada en esta ciu-
dad de las tropas libertadoras, mientras todas
las gentes corrían a las armas para auxiliarse,
para defenderse. para rechazar al enemigo,
que aun no estaba enteramente des'truído, el
señor Diego Gómez corría hacia la casa de la
Botánica, en donde estaban .los bienes secues-
trados por los españoles, forzaba y rompía las
ventanas de la pieza en que se r.abían alma-
cenado, r cargaba con los fardos que le vi-
nieron a las manos. ¿No os parece, señores,
I~ un paso brillante, un mérito para sentar-
seel:--4.,:~ongreso y obtener después una toga?
¿No da una idea clara de su patriotismo, de
su aesinterés, de su amor a la santa causa
por 'que todos se armaban y peleaban aqt.lel
día? ¿No es este benemérito ciudadano, este
valiente atleta, el que me debe llamar crimi-
nal? ., ¿y cómo no se le ha formado una cau-
sa? Que lo diga su amigo, que era presidente
de la junta de secuestros; y si no lo puede
decir, porque recíprocamente se sirven, que lo
diga el fiscal nombrado por la corte superior
de justicia, que lo denu!1ció hace ya algunos
meses, y cuyo resultado ignoramos ... ¿Y su
amigo, su digno compañero de acusación, se
empleaba con mejor éxito, sacaba mejor par-
tido de la regeneración de la patria? Sí, seño-
res: después de la presidencia de secuestros,
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 39

de que ignoro si ha dado cuenta de su con-


ducta, logró que lo nombraran juez de diez-
mos de Soatá; y en año y medio en sólo el
manejo de 35.000 pesos, se comió 24.000 ¿No
os parece que no desperdiciaba el tiempo? Y
con esta quiebra fraudulenta, este verdadero
fallido, se sienta también en el congreso, y
tiene la avilantez de tomarme en boca para im-
putarme su infamia. En el día que hablo, hoy
señores, aun no ha cubierto esta quiebra, y lo
que tiene satisfecho no creáis que ha sido to-
do del dinero de los diezmos, nó: en libra-
mientos, dados por el gobierno, con los nove-
nos de su hermano, con los sueldos -1\etenidos
de su amigo, y los suyos; con los sueldos de
unos empleos, que por temor de no conseguir-
los o de perderlos, es como se esforzaron a
calumniarme para que no me sentara en el
senado. Comparad, vuelvo a decir, las rapiñas
de estos dos hombres, con los sacrificios pe-
cuniarios que por mis cuentas y negoci~ciones
se ve que he sufrido por amor a la causa de
la libertad. Aquí véis a Gómez y a Azuero
pillando para vestirse, para figurar, para dar-
se una importancia que no se podían dar por
sus servicios; y allá me veis sacrificando por
la patria unas negociaciones que en menos de
diez años me habrían hecho un hombre millo-
nario. En sólQ..Cá:diz,' Veracruz y La Habana,
. tenía 326 churlas de quina, que, como se ha
visto por la cuenta del documento número 10,
40 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sólo 15 churlas que se habían. vendido antes


de mi prisión, produjeron 2.785 pesos, a cuya
proporción las 326 churlas dan 58.680 pesos;
y computando las que había en camino, en
esta ciudad y en contratas que aun no se han
acabado de satisfacer que pasaban de 600 chur-
las, al mismo precio, subía su importe a
108.000 pesos. que por la mayor parte se han
dejado perder. Lcl negociación de cacaos, como
se ve por la última cuenta, que corre en los
autos, de don Pedro Chauveau, aun sin remi-
tir a Veracruz, se vendieron en Cúcuta mis-
mo a 36 pesos, cuando sólo habían costado, el
año antes, a 21 pesos. ¿ Y qué diremos de la
negociación de azúcares comenzada al tiempo
que se acababa de perder la isla de Santo Do-
mingo, con la revolución de los negros, y de
donde salían todos los años dos millones de
cajas?
Aquí llegué a comprar la arroba al mismo
precio que se llegó a vender la libra en Eu-
ropa. No hablo de otras negociaciones tan
bien calculadas como éstas, porque esto basta
para que se conzoca, hasta por los más aluci-
nadas, si seré un fallido fraudulento, como
Azuero, que se come los diezmos para figurar,
a un hombre que ha sacrificado una fortuna
brillante, por amor a la libertad. Suponed, se-
ñores, que en lugar de haber establecido una
imprenta a mi costa; en lugar de haber im-
preso los Derechos del Hombre; en lugar de
ANTONIO NARIl~O - SU DEFENSA 41

haber acopiado una exquisita librería de mu-


chos miles de libros escogidos; en lugar de
haber propagado las ideas de libertad, hasta
en los escritos de mi defensa, como se verá
después, sólo hubiera pensado en mi fortuna
vparticular, en adular a los virreyes, con quie-
nes tenía amistad, y en hacer la corte a los
oidores, como mis enemigos se la han hecho
a los expedicionarios. ¿Cuál habría sido mi
caudal en los 16 años que transcurrieron has-
ta la revolución? ¿ Cuál habría sido hasta el
día? .. ¿Y porque todo lo he sacrificado por
amor a la patria, se me acusa hoy, se me in-
sulta, con estos mismos sacrificios, se me ha-
ce un crimen de haber dado lugar con la pu-
blicación de los Derechos del Hombre, a que
se confiscaran mis bienes, se hiciera pagar a
mis fiadores, se arruinara mi fortuna y se de-
jara en la mendicidad a mi familia, a mis tier-
nos hijos? En toda otra república, en otras
almas que las de Diego Gómez y Vicente
Azuero, se habría propuesto, en lugar de una
acusación, que se pagasen mis deudas del te-
soro público, vista la causa que las había oca-
sionado, y los' 29 años que después habían
transcurrido. Dudar, señores, que mis sacrifi-
cios han sido por amor a la patria, es dudar
del testimonio de vuestros propios ojos. ¿Hay
entre las personas que hoy me escucnan, hay
en esta ciudad y en toda la república una só-
la que ignore los sucesos "de estos 29 años?
42 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

¿Hay quien no sepa que la mayor parte de


ellos los he pasado encerrado en el cuartel de
caballería, de esta ciudad, en el de milicias
de Santa Marta, en el del Fijo de Cartage-
na, en las bóvedas de Bocachica, en el castillo
del Príncipe de La Habana, en Pasto, en el
Callao de Lima, y últimamente en los cala-
bozos de la cárcel de Cádiz? ¿Hay quien no
sepa que he sido conducido dos veces en par-
tida de registro a España y otra hasta Car-
tagena? Todos lo saben; pero no saben, ni
pueden saber, los sufrimientos, las hambres,
las desnudeces, las miserias que he padecido
en estos lugares de horror, por una larga se-
. rie de años. Que se levanten hoy del sepulcro
Miranda, Montúfar, el virtuoso Ordóñez, y
digan si pudieron resistir a sólo una parte de
lo que yo por tántos años he sufrido: que los
vivos y los muertos os digan si en toda la
república hay otro que os pueda presentar
una cadena de trabajos tan continuados y tan
largos como los que yo he padecido por la
patria, por esta patria por quien hoy mismo
se me está haciendo padecer, Sí. señores, hoy
estamos dando al mundo el escandaloso es-
pectáculo de un juicio, a que no se atrevió el
mismo gobierno español; él ha dicho, en tér-
minos claros, que se retenga el sobrante de
mis bienes, después de pagado el alcance a
disposición de la real audiencia; él ha creí-
do que había un sobrante y, por lo mismo,
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 43

nunca me juzgó fallido. Pero quizás mis acu-


sadores tendrán razón en el otro punto que
voy a tratar. Veámoslo.
~~l segundo cargo es el haberme entregado
voluntariamente en Pasto al enemigo, cuando
iba mandando la expedición del Sur el año de
13. Es decir, que después de 20 años de sacrifi-
cios y servicios hechos a la causa de la libertad
de mi patria, siendo presidente dictador de Cun-
dinamarca y general en jefe de esta expedi-
ción, siempre victoriosa, me dio la gana de
entregarme al furor de los pastusos y al go-
bierno español, de cuyas garras había escapa-
do milagrosamente, no una vez, sino tres oca-
siones di ferentes. ¿ Y será preciso, señores, que
yo me presente ahora cargado de documentos
para justificarme ante el senado? Es preciso
ser un Diego Gómez, un Azuero, para atre-
verse, con tanta desvergiienza a estampar, en
medio de un congreso, semejante acusación.
¿Qué era lo que yo iba a buscar a Pasto?
¿Qué servicios los que iba a presentar al go-
bierno español? ¿Conduje conmigo algÚn te-
soro, algunas personas importantes? ¿Entregué
el ejército que iba a mis órdenes? Llevaba
conmigo documentos que justificasen mi amor
y fidelidad al rey?. y si nada de esto lleva-
ba, ¿qué es lo que iba a buscar a Pasto?
Los hombres, en semejantes momentos no·
se mueven, sino por el interés, la ambición,
la gloria, o el amor a la patria. Yo pregunto
44 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

a mis acusadores: ¿cuál de estos móviles me


conducirían a Pasto voluntariamente? ¿Iría
a buscar una fortuna entre los pastusos a
quienes acababa de destruir sus ganados
para mantener mis tropas? ¿Iría tras unos
empleos superiores a los que dejaba en
el seno de mí patria? ¿O buscaría la glo-
ria de abandonarla, para hacerle la guerra y
destruir una libertad que me costaba ya
tantos años de sacrificios?. No hablemos del
último motivo, porque por cualquier lado que se
le mire, siempre resulta, o imposible, o glorioso
para mí: si el amor de la patria me obligó a ha-
cer los sacrificios que hice, y exponerme a los
riesgos a que me expuse, este paso sería un mé-
rito y no un delito; y si se cree imposible
que en tal caso me pudiese conducir este mo-
tivo, yo no hallo cuál pudiese ser el que me
conduio voluntariamente entre los enemigos.
Que lo digan mis atrevidos acusadores. ¿Sería
acaso el miedo? Pero además de que no ha-
brá un solo oficial, ni soldado que me lo pue-
da echar en cara, esto sería lo mismo que
correr hacia las llamas un hombre que tuvie-
se miedo al fuego. ¿Pues cuál fue el motivo,
se me dirá, que lo condujo a usted a Pasto?
Vosotras lo vais a oir, señores, pero no de mi
boca, sino de la de un hombre imparcial que fue
testigo de vista, que presenció lo que refiere.
Que se lea el parte que de oficio dio el ma-
yor general Cabal al Colegio Electoral de Po-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 4

payán, después de estar yo prisionero en Pas-


to, señalado con el número 13. (Se lee hasta
estas palabras: « este fue el momento en que
yo vi a nuestro general más grande y más
heroico. A todas partes atendía, sin reparar
en los peligros; recorría todas las divisiones;
animaba con su ejemplo a aquellos a quienes
la fatiga hacía ya flaquear, y puesto al fren-
te de la división del centro, ataca a la fuerza
principal del enemigo, entrando muchas veces
en sus filas, en donde le mataron el caballo.
Pero siempre impertérrito y valiente, no aflo-
ja un solo instante, continúa con la misma
impetuosidad con que había comenzado, y
consigue rechazarlo completamente».) Que se
detenga por un momento la lectura y se ob-
serven con atención estas últimas expresiones
del mayor general Cabal. Y cómo compagina-
mos el concepto de un hombre imparcial que
acaba de ser testigo ocular de 10 que dice, y
el del ilustre Diego Gómez, que en aquel mis-
mo tiempo no sabíamos dónde estaba, quién
era, ni si existía tal hombre sobre la tierra?
¿ Cómo sería que parecía grande y heroico en
medio de las balas, al que presenciaba mis
acciones; y criminal y traidor en el mismo
momento a los que estarían a 500 leguas del
enemigo? Ahora, señores, ¿recorrería las divi-
siones como dice Cabal, animaría con mi
ejemplo a los que la fatiga hacía flaquear;
entraría en las filas en donde me mataron el
46 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

caballo, continuaría impertérrito con la mis-


ma impetuosidad, hasta rechazar al enemigo,
para entregarme después voluntariamente?
¿Cabe esto en otras cabezas que las que es-
tán alucinadas por una frenética pasión: por
una ambición de mando que los atormenta y
los ciega hasta este extremo? Que prosiga la
lectura, que ella acaba de aclarar más lo que
por ahora podía yo decir. (Prosigue la lectu-
ra del parte oficial hasta \stas palabras: «Y
después de estar bien cerciorado que el gene-
ral no podía ya venir por tener al enemigo
encima, comencé a retirarme».)
Que se suspenda por otros momentos la'lec-
tura. Aquí dice Cabal: que hasta que no estu-
vo bien cerciorado de que yo no podía ya ir,
por tener al enemigo encima, no comenzó a
retirarse; esto es, que hasta que vio imposi-
ble mi retirada, no se vino con la tropa que
lo acompañaba. ¿Lo queréis más claro, seño-
res? ¿ Es esto entregarse voluntariamente al
enemigo~ o ser entregado por los que me
abandonan? ¿ Y cuándo es que me entrego?
Después que él y todos se vinieron, después
que me dejaron solo, después que no me
quedó ninguna salida. después que aguardé
tres días con sus noches la vuelta de las tro-
pas, después que no veía más puertas abier-
tas que las de la eternidad y las de Pasto,
fue cuando determiné ir a tratar con el pre-
sidente de Quito sobre una suspensión de ar-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 47

mas, porque temí lo que pudiera suceder, y


lo que hubiera sucedido infaliblemente, si no
voy a Pastq y entretengo con mis propuestas
la persecución de nuestras tropas amedrenta-
das.{ Yo conocía que debía morir en Pasto,
pero podíq morir sirviendo, y esta considera-
ción fue la" que me hizo exponerme a morir
sobre un patíbulo con utilidad, más bien que
a la sombra de unos árboles inútilmente.
¿Es esto ser criminal o haber cumplido has-
ta el último instante con mi deber? ¿Y cómo
es que el enemigo me había envuelto? Al la-
do de la artillería que encontré clavada,
aguardando la tropa que había mandado
llamar, y con sólo un puñado de hombres ha-
ciendo fuego. El general, dice poco antes el
parte, <que siempre conservaba aquella pre-
sencia de espíritu que caracteriza a las almas
grandes, no se desconcierta por esto. Trata de
sostener el honor de las armas que tantas ve-
ces habían triunfado, y se decide a hacer
frente". ¿Y cómo es que mis acusadores, que
los señores del congreso que votaron ese jui-
cio no habían visto este parte que anda im-
preSGken las Gacetas de Cundinamarca del
año de 14? y si lo habían leído, ¿cómo pudo
más la simple acusación sin documento ni
prueba de unos hombres que desde los pri-
meros pasos del congreso se habían declarado
abiertamente mis enemigos? Pero vosotros, se-
ñores, y el ilustre pueblo que nos escuchar
48 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

acabáis de oi r la pin tura del suceso escanda-


loso de Pasto, y juzgaréis por lo que dice un
testigo tan irrecusable, y a la vista de los
mismos oficiales y soldados de quienes habla.
¿Si en el sitio sobre que se me hace este ini-
cuo cargo, merecería un monumento de execra-
ción o un monumento de gloria? ¿ Si el no
haberme desconcertado, si el haber conserva-
do presencia de espíritu, si el haber tratado
de sostener con un puñado de hombres el ho-
nor de las armas que tantas veces habían
triunfado, hasta el punto de ser cortado por
los enemigos y abandonado por los míos,
merece el título de criminal con que se
me ha honrado en el acta, o el de un ciu-
dadano que todo lo ha expuesto por amor de
su patria : Vosotras, señores, váis a decirlo
para satisfacción de Diego Gómez o para su
eterna ignominia. "".
Pero su hijo, se ha dicho, que estaba a su
lado, ¿cómo pudo escapar y no pudo escapar
el padre? Es verdad, señores, que estaba a
mi lado, que jamás me desamparó, que era el
único edecán que me había quedado; y ésta
es otra de las pruebas incontestables de mi
resistencia al enemigo hasta el último instan-
te, y en que ni el amor de este hijo querido
pudo hacerme vacilar un momento de lo que
debía a mí mismo y a la p8tria. Que se lea
la postdata del mismo parte de Cabal. «El se
mantuvo siempre al lado del general, dice el
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 49

parte, y si no ha corrido la misma suerte que


él, como buen oficial y buen hijo, se
debe a una corta separación que hizo' con
el objeto de comunicarme una orden, en
cuyo intermedio fue cuando se apoderó el
enemigo de nuestro campo, y que yo lo obli-
gué (dice Cabal) a que se salvase con la tro-
pa que había reunido:.. Con lo que queda
respuesta la objeción de la venida de mi hi-
jo, sin necesidad de más documentos rJ.i re-
flexiones.
Hasta aquí habéis oído, señores, el parte
que el mayor general Cabal dio al Colegio
Electoral de Popayán. Este parte es dado por
uno de los oficiales más impávidos y valien-
tes que llevaba conmigo, por un oficial que
presenció todo 10 que dice, por un oficial de
contraria opinión a la mía, por un oficial que
nada tenía que esperar ni temer de mí, y que
hablaba delante de mil testigos oculares de lo
que dice. Este parte se imprimió y publicó des-
de el año de 14 y circuló por toda la repú-
blica. No sé si Diego Gómez, si su compañe-
ro de acusación o sus patrones, podrán pre-
sentar un documento igual en prueba de lo
que han dicho contra mí. Pero si el mayor
general Cabal, cuya memoria debe estar siem-
pre grabada en los corazones de todos los
amantes de la libertad, de todos los buenos
ciadadanos de Colombia, y su nombre escrito
entre los primeros héroes de nuestra transfor-
50 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

mación, dijo cuanto vio hasta el día 11 de


mayo de 1814, en que nos separamos; él no
pudo decir: que el día que me presenté en
Pasto, llevaba una semana sin comer ni be-
ber; que hasta el 14 lo pasé debajo de unos
matorrales aguardando la vuelta de la tropa,
a cincuenta pasos del sitio en que quedó la
artillería; que al saberse en Pasto mi llegada,
se pidió a grito entero por el pueblo mi ca-
beza; que se me encerró al momento, que se
me pusieron un par de grillos, que se dio or-
den por el presidente de Quito para que se
me pasase por las armas. El no dijo, ni
podía decir, que a mi firmeza y serenidad de-
bí el haber escapado del furor de los pastusos
y de la orden de Montes.
Yo os presentaré, señores, documentos de
una parte de lo que él no dijo, porque fue to-
do posterior a su venida. i Pero no hablo hoy
a los nueve años de estos sucesos! ¡No hablo
después de estar sometido Pasto y hecho pri-
sionero Aymerich! ¡No habrá en este ilustre
senado, en este numeroso auditorio, quién pue-
da deponer 10 que digo o contradecirlo! ....
Yo ruego a los miembros del senado y a to-
dos cuantos me escuchan, que si hay alguno
que pueda agregarse en este momento a Die-
go Gómez y contradecir lo que llevo referido,
se levante y lo diga, pues no hay quien apo-
ye ni contradiga: que se lea la carta del ge-
ANTONIO NARI~O - SU' DEFENSA 51

neral Aymerich al general Leiva, y la contes-


tación de éste en el documento número 16.
Acabáis de oir, señores, en la «Gaceta Mi-
nisterial de Cundinamarc8), del jueves 23 de
junio de 1814, número 178, que escribiendo
el general enemigo don Melchor Aymerich a
nuestro inmortal Leiva, que tenía el mando
de nuestras tropas en Popayán, le dice estas
notables palabras: «A la vista del descalabro
que ha sufrido el ejército de que es miembro
y del destino de don Antonio Nariño que
tengo eprisionero en este cuartel general>. «Si
V. S. se somete otra vez a la obediencia que
debe guardar a nuestro gobierno nacional y
me entrega las armas que hay en esa provin-
cia, yo seré pronto a protegerle, etc. > El ge-
neral Aymerich trata de seducir al general
Leyva, para que le entregue las armas y vuel-
va a la obediencia de su gobierno, y apoya
su solicitud en el descalabro del ejército y en
el destino que se me aguarda, teniéndome
prisionero en su cuartel general. ¿No parecía
más natural, más conforme con sus ideas, el
que le dijera, como Diego Gómez, Nariño se
ha entregado voluntariamente, Nariño ha abier-
to los ojos, ha conocido sus yerros, siendo
americano y habiendo sacrificado su vida en
servicio de esta causa; sígalo usted que es es-
español y que su vida la ha pasado en servi-
cio de la España? Pero Aymerich, que no es
testigo recusable, dice, en términos claros, que
52 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

«me tiene prisionero». ¿Y con qué lo desmen-


tirá Diego Gómez? ¿Cómo no se sepul ta de
verguenza al oirse desmentir por un genE;ral
enemigo? Pero el señor Diego Gómez es de
aquellos hombres a quienes no pueden salir
los colores a la cara, a quienes no se les pue~
de conocer verguenza. Sigue Aymerich y pro-
pone canje de prisioneros. ¿Cuál es la respues-
ta del virtuoso Leiva 1 Que la oigan esos vam-
piros miserables y se avergiiencen si pueden:
«añadiré, dice con fecha 28 de mayo, en cuan-
to al canje de prisioneros, que supuesto que
la equidad de V. S. lo indica, la primera pro-
posición que tengo que hacer es que, si se de-
vuelve al general Nariño, entregaré por su
rescate al coronel, teniente coronel y demás
oficiales que constan en la planilla que acom-
paño; añadiendo cualquiera otro u otros que
denominadamente desee V. S., de los que has-
ta cosa de sesenta están en mi poder;. .... ¿Có-
mo es, pues, que el general Leiva propone
canje, ofreciendo más de sesenta oficiales por
un traidor, un criminal que se había entrega-
do voluntariamente a los enemigos? Ignoraría
Leiva los moti vos de mi quedada en Pasto,
después de haber hablado ccn el ejército y
recibido comunicaciones del general enemigo?
¿ Lo ignoraba la representación nacional de
Popayán, que hace igual encargo a Leiva pa-
ra mi canje? Sólo Gómez y Azuero y sus ilus-
tres cómplices lo ignoran hasta hoy, o supo-
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 53

nen que lo ignoran para llevar su intriga al


cabo. Que eche el público una mirada sobre
sus enemigos, y a todos los verá en los pri-
meros puestos de la repÚblica; que la eche
sobre los papeles públicos, desde que dejé la
vicepresidencia, y en· todos verá ese encono;.
esa intriga, ese espíritu de partido. ese empe-
ño de deprimirme y calumniarme. Veamos si
éste era el lenguaje del año 14, cuando me
acababa de entregar voluntariamente al ene-
migo, según se expresa GÓmez. Suplico que
se lea la nota nÚmero 7 de la «Gaceta», de
23 de junio de aquel año.
Advertid, señores, que este no es el lengua-
je de la adulación y la lisonja, que sólo se
emplea con los que se hallan en los puestos;
aquí se habla de un hombre reputado ya muer-
to, de quien nada habría que esper.ar ni qué
temer; y por lo mismo debe reputarse como el
lenguaje imparcial de la posteridad. Después
de un elogio de mi conducta anterior, se leen
estas palabras:' «¿Quién verá con impavidez ..
en poder de los tiranos, sin experimentar la
más extraordinaria sensación, sin exaltarse,
sin hacer los mayores esfuerzos y sacrificios,
por rescatado y vengar su sangre inocente~,
¡mi sangre inocente, Diego Gómez, esta san-
gre que manc¡ló los campos de Pasto, estos
campos en donde me llamáis criminal con
vuestra inmunda boca. «Ingratitud sería ésta,
continúa, digna del oprobio de las naciones
54 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

civilizadas». Sólo digna, digo yo, de Diego


Gómez y de los que 10 han acompañado.
«Compatriotas, sigue, no manchemos nuestra
reputación con una nota tan fea: corramos a
las armas, desprendámonos de todos nuestros
haberes y volemos a Pasto a expiar con la
sangre de Aymerich y de sus compañeros,
cualquier agravio que se le haya hecho al ilus-
tre Nariño», ¿Qué nombre daremos, pues, a
la acusación de Diego Gómez, sostenida por
Azuero, cuando el no correr a las armas, el
no desprenderse de sus haberes, el no volar a
Pasto para vengar mi sangre inocente, se mi-
raba como una ingratitud digna de oprobio
de las naciones civilizadas, como una mancha
hecha a la reputación de nuestros compatrio-
tas? ¿Cuál será la infamia, el oprobio, que
debe caer sobre los que ahora me acusan por
este mismo suceso? ¿Los colocaremos entre los
defensores de la virtud y el mérito, o entre
los impostores, entre los inicuos calumniado-
res, que por saciar sus bajas pasiones han in-
tentado esta monstruosa acusación?
Pero quizá el lenguaje de las Gacetas no se-
rá para mis acusadores una prueba del con-
cepto general que merecía en toda la repúbli-
ca el año de 14 cuando me hallaba orisione-
ro en Pasto. Veamos si lo será el lenguaje
reunido de estas Gacetas con el del mayor ge-
neral Cabal, con el del general Leiva, con el
de los generales enemigos, con el del Colegio
ANTONIO NARI:~O - SU DEFENSA 55

Electoral de Popayán. con el del gobierno de


Cundinamarca, con el del soberano congreso
de Tunja y con el del general Bolívar desde
Caracas. Ya habéis oído, señores, una parte
de boca de Cabal, y en los oficios de Montes
y Aymerich con la contestación de Leiva;
que os lean ahora los documentos números
15, 17, 18, 19 Y 20, en los lugares que están
señalados, para no molestar vuestra atención
con lo que no es del caso ..
Entre lo que acabáis de oir, señores, es de
observarse como más notable: que en la co-
municación del secretario de gobierno con el
enviado al congreso, se dice: «En la tarde del
día de ayer se recibió por la posta un oficio
del excelentísimo señor presidente propietario
de este estado, don Antonio Nariño, incluyen-
do apertorio un pliego para el soberano con-
greso, en que propone se nombre, de acuerdo
con esta provincia, un diputado, que en unión
del que elija el presidente de Quito, ajuste
un armisticio cual convenga a las dos partes
contratantes». i.Y qué dice el cor.greso en su
acuerdo después de vistos mis pliegos? ... i. Di-
ce que no puede entrar en contestaciones con
un traidor que se ha entregado voluntariamen-
te al enemigo? No, señores, lo que dice es:
«Que habiendo tomado en consideración, en
conferencia con el enviado de Cundinamarca,
los oficios del general Nariño, prisionero en
Pasto, etc.» se me conteste de modo que el
56 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

gobierno de Cundinamarca, me reconocía por


su presidente <propietario» en 2 de agosto, y
el congreso oye mis propuestas y manda se
me conteste como a un general prisionero en
Pasto. Ellas no tuvieron efecto, no por ser
propuestas por un traidor, sino por la necedad
de la contestaci6n al presidente de Quito, en
que se le habla con impersonalidad, negándole
el tratami~nto correspondiente a su grado, co-
mo si el ser enemigo se lo quitase, y el haber
exigido unas formalidades que no eran del
caso, ni estábamos en estado de exigir. Esta
contestación impolítica, por no decir otra co-
sa, fue la que frustró el armisticio propuesto:
armisticio que nQS hubiera puesto en estado
de rehacemos, de concertar nuestras opiniones
de unificar los ánimos, de pertrecharnos, y
quizá de haber demorado la invasión de las
tropas expedicionarias e impedido sus efectos.
¿y qué dirían mis mordaces enemigos si yo
les pudiera presentar el oficio. de Montes en
que me proponía el statu quo de La Plata si
le ofrecía entregar a Popayán, y mi respuesta
negándome? Figuráos, señores, por unos· mo-
mentos, que me véis encerrado en una peque-
ñísima pieza, tendido sobre una mala cama,
cubierto con una ruana, con un par de gri-
llos en mis piernas ulceradas, sin un amigo,
sin un libro para distraerme y esperando de
hora en hora correr la suerte de Caycedo y
Macaulay, y que en este estado recibo el ofi-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 57

cio del presidente de Quito en que me hace


la propuesta. ¿Qué habrían contestado Gómez
y Azuero al oir que no sólo se les ofrecía sa-
carlos de aquel estado angustioso, sino que se
les ofrecía restituírlos a sus antiguos honores
y empleos? Pero no les hagamos el honor ni
aun de dudar lo que habrían hecho, ni aun
de traerlos a comparación en semejante mo-
mento. ¿ Qué habrían hecho, qué habrían con-
testado otros de mis enemigos que ocupan
hoy puestos más señalados? ¿Hubieran contes-
tado lo mismo? ... Yo lo dudo. Mas ya que
no puedo presentaras estos oficios, que qui-
zás después parecerán, os presentaré, a lo me-
nos, lo que en la misma situación escribí al
congreso y al gobierno de Cundinamarca: en
ellos veréis que a presencia del mismo Ayme-
rich, doy igual tratamiento al presidente de
Quito, que al presidente del congreso y al de
esta provincia; en ellos veréis el lenguaje no
de un hombre abatido, que vende los intere-
ses de la patria al temor o a sus miras per-
sonales, sino el lenguaje de un jefe que en me-
dio de los enemigos y de los sufrimientos y
peligros que lo rodean, quiere conservar la
dignidad de la república, y hace que estos
mismos enemigos la respeten. Que se lean los
dos oficios insertos en el documento número
16. y bien, señores, ¿es este el lenguaje de un
«adocenado charlatán:t, de un traidor, de un
hombre vendido a los enemigos? Que se me
58 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

presente en toda la república, en los trece


años que llevamos de contiendas con la Espa-
ña por nuestra independencia, otro ejemplar,
otro documento como el que acabáis de oir.
Pelópidas entre los Tebanos se vio en igual
situación a la mía; pero si aquel libertador de
su patria sufrió como yo, y mantuvo todo su
carácter en medio de las prisiones, él no tuvo
la desgracia de verse acusado por sus compa-
triotas por haber pasado personalmente a tra-
tar con el enemigo; aunque hubo la notable
diferencia de que aquel hombre extraordina-
rio no se vio, como yo me vi, forzado por la
necesidad. El volvió como yo ...a verse en li-
bertad, y murió peleando contra el mismo que
lo había aprisionado; como yo hubiera muer-
to peleando contra las tropas de Aymerich si
se me hubiera permitido cuando lo solicité.
Parece, señores, que no hay necesidad de
abundar de pruebas para desmentir una ca-
lumnia que a cuantas partes volvamos los ojos
en toda la república, la hallamos desmentida.
Pero no será fuera de propósito el que os re-
cuerde estas palabras de la carta del presiden-
te de Quito, don Toribio Montes, escrita a
mi mismo hijo, inserta en la <Gaceta:t núme-
ro 167 y la nota que las acompaña: «Su se-
ñor padre de usted continúa en Pasto, y co-
mo me ha representado hallarse enfermo de
las piernas, le he contestado y prevenido a
aquel general se le quiten las prisiones.» Ved
ANTONIO NARffiO - SU DEFENSA 59

aquí, dice la nota, confesado por boca del


mismo Montes, el tratamiento que el ilustre
Nariño ha recibido de él y de Aymerich:
«opresión, encierro, calabozos, grillos y cade-
nas~. íY luego se burlan mis enemigos de
mis padecimientos! j Y se burlan de mis enfer-
medades! íY se burlan de que hoy mismo es-
tén mis piernas padeciendo, con las cicatrices
de aquellos grillos, de aquellas cadenas que
me oprimían en Pasto, no seguramente por
traidor y criminal, sino por amigo de la liber-
tad y la justicia!
A la vista, señores, de cuanto he expuesto
hasta aquí, de cuanto habéis oído, ¿creéis que
esta acusación se ha intentado por la salud
de la república, o por un ardiente celo, por
un amor a las leyes? No, señores, hoy me
conducen al senado las mismas causas que me
condujeron a Pastc: la perfidia, la intriga, la
malevolencia, el interés personal de unos hom-
bres que por despreciables que sean, han he-
cho los mismos daños que el eSc!:1BLQajo de la
fábula. En Pasto, al concluir ra--campaña,por-
que ya era el último punto enemigo para lle-
gar a Quito, se me hace una traición, se me
desampara, se corta el hilo a la victoria, y
por sacrificarme se sacrifica la patria. ¡iíQué
de males van a seguirse!!! ¡¡iCuántas lágri-
mas, cuánta sangre va a derramarse!!! ¡¡¡Quéca-
lamidades va a traer a toda la república este
paso imprudente, necio, inconsiderado/!! No
60 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

hablo, señores, ante un pueblo desconocido;


hablo en medio de la república, en el centro
de la capital, a la vista de estas mismas per-<
sonas que han sufrido, que están sufriendo
aun los males que ocasionó aquel día para
siempre funesto. Yo me dirijo a vosotros y al
público que me escucha. ¿Sin la traición de
Pasto hubiera triunfado Morilla? ¿Se habrían
visto las atrocidades que por tres años conti-
nuos afligieron este desgraciado suelo? ¿Hubie-
ran Sámano y Morilla revolcádose en la sangre
de nuestros ilustres conciudadanos? No, señores,
no; siempre triunfante habría llegado a Quito,
reforzado el ejército, vuelto a la capital, y so-
segado el alucinamiento cie mis enemigos con
el testimonio de sus propios ojos; hubiéramos
sido fuertes e invencibles. Santa Marta, antes
que llegase Morilla, habría sido sometida a la
rázón, y sin <:;ste punto de apoyo, Morillo,
no habría tomado a Cartagena y esta ca-
pital habría escapado de su guadaña destruc-
tora. Y después que se sacrificó mi persona,
los intereses de la patria y se inmolaron tan-
tas inocentes víctimas por viles y ridículas
pasiones, ¿se me acusa de haber sido sacrifi-
cado quizá por algunos de los mismos que
concurrieron a aquel sacrificio? Sí, yo veo en-
tre nosotros no sólo vivos sino empleados y
acomodados, a muchos de los qÚe cooperaron
a aquella catástrofe; y Gómez y Azuero, que
en aquel tiempo ni aun sus nombres se cono-
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 61

dan, no son ahora sino los instrumentos de


que se valen, para traemos quizá nuevas ca-
lamidades. Hoy se quieren renovar por otro
estilo las escenas de Pasto: hoy por sacrificar-
me se volverá a sacrificar la patria, pues exis-
ten los mismos gérmenes, muchas de las mis-
mas personas, los mismos odios, la misma
emulación, el mismo espíritu de personalida-
des, la misma necedad y ceguera que enton-
ces nos perdió. Pero no ¡Dios supremo a cu-
ya vista no se puede ocultar el corazón del
hombre, levantad vuestro brazo omnipotente
y descargadio sobre mi cabeza, ~ntes que yo
vuelva a servir de pretexto a los enemigos de
la "patria para sus unicuas maquinaciones! ¡Pe-
rezca yo en este insta!1te, perezca mil veces,
si he de servir de pábulo para que se vuelva
a ver afligida mi adorada patria!
.í- Exhibo, señores, esta esquela de desafío del
teniente coronel José Iv1arÍa Barrionuevo en
prueba de lo que acabo de decir. Detenéos un
momento, señores, en su contenido, en su fe-
cha y en la persona que me la dirige. Entre
ocho y diez de la mañana del día 12 de fe-
brero entrego la comandancia general de ar-
mas, recibo esta esquela y veo partir a S. E.
el vicepresidente para su hacienda de Hato-
grande. Suponed, señores, que yo, menos sumi-
so a las leyes, con menos desprecio a preocupa-
ciones y con menos previsión de las consecuen-
cias de este ASESINA TO PREMEDITADO,
62 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

hubiera admitido el desafío, ¿cuáles habrían si~


do los resultados? Si mato a Barrionuevo, S. E.
vuelve, me manda arrestar, se me sigue la
causa y se me sentencia a muerte. Si Barrio-
nuevo por una casualidad me mata, estando
ausente el jefe del gobierno, ¿creéis, señores,
que mi muerte. a manos de un ingrato es-
pañol, se habría visto con indiferencia en la
ciudad? '¿Creéis que la vista de mi ensangren-
tado cadáver no habría causado ningún mo-
vimiento contra el agresor? ¿Y si Barrionue-
va' en un conflicto echa mano de la artillería
que tiene a su disposición, ¿qué hubiera sido
de esta ciudad?
Este Barrionuevo es el mismo que se que-
dó el día de la acción de «Las Cebollas~'; el
mismo que de los primeros se vino el día que me
abandonaron en Pasto, arrastrando consigo una
porción de tropa del segundo campamento; es
el mismo que me insultó el día del juicio de
los jurados; el que me ha dado mil disgustos
durante mi comandancia de armas; sí, el mis-
mo que dio de bofetadas al anciano Urizarri
en medio de la calle a las once del día; el
que ofreció de palos al mayardomo de pro-
pios de la ciudad, y el que hace su fortuna
apaleando a nuestros obreros, como lo hacía
cuando grababa el escudo de armas de su pai-
sano Sámano. ¡Y las leyes se violan, y la se-
guridad del ciudadano se atropella, y se ultra-
ja a los superiores! ¡Y Barrionuevo se pasea.
ANTONIO NARI:~·O - SU DEFENSA 63

y Barrionuevo campea en la ciudad con des-


cansoj j Y Barrionuevo se ríe y hace alarde de
la protección del gobierno! Juntad, señores, yo
os lo suplico, los procedimientos de este solo
hombre con la presente acusación de que me
estoy defendiendo, y el lenguaje de ciertos pa-
peles públicos de algún tiempo a este parte;
y juzgad si tengo razón para decir que se
quieren renovar los días funestos de Pasto,
y que por sacrificarme a mí se volverá a sa-
crificar la patria.
Permitidme ahora, señores, que en medio
de este santuario de las leyes, lea sólo las pre-
cisas palabras de la que Barrionuevo ha in-
fringido y que está en vigor entre nosotros, pa-
ra que sirva de prueba de lo que se me es-
peraba si hubiera admitido su desafío, y de
las penas en que él ha incurrido.
«PRAGMATICA SOBRE DUELOS Y DE-
SAFIOS-Por si hubiere quien se desviare de
mis justas y paternales intenciones, dice la
ley, declaro primeramente por esta inaltera-
ble ley real y pragmática, que el DESAFIO O
DUELO debe tenerse y estimarse en todos
mis reinos, por DELITO INFAME; y, en su
consecuencia de esto, mando que todos los
que desafiaren, los que admitieren el desafío,
los que intervinieren en ellos por terceros o
padrinos, los que Ilevaren carteles o papeles
con noticia de su contenido, o recados de pa..
labra para el mismo fin, PIERDAN IRRE-
64 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

MISIBLEMENTE por el mismo hecho, to-


dos LOS OFICIOS, RENTAS Y HONORES
que tuvieren, y SEAN INHABILES PARA
TENERLOS TODA SU VIDA .... v si el de-
safío o duelo LLEGARE A TENER EFEC-
TO, saliendo los desafiados O ALGUNO DE
ELLOS al campo o puesto señalado, aunque
no haya riña, muerte, ni herida, sean' sin re-
misión alguna castigados CON PENA DE
MUERTE y todos sus bienes confiscados.»
A vista de esta terminante ley, ¿ estaría yo
hoy hablando en el senado cualquiera que hu-
biera sido el resultado del desafío? ... Pero
no nos distraigamos más del asunto principal.
Examinemos el tercer punto de acusación.
El tercer cargo que se me hace es la falta de
residencia que exige la constitución por ha-
ber estado ausente, dice Diego Gómez, «por mi
gusto y no por causa de la repÚblica>.Nada más
bello señores, nada más conforme con las Hdeas
del señor Diego Gómez que este cargo. Sí, se-
ñores, él acaba de correr el velo a esta mal-
dita intriga; él os descubre las intenciones,
las miras, la razón y la justicia con que se
me han hecho los otros cargos. Por mi gusto
dejé de ser presidente dictador de Cundina-
marca; por mi gusto dejé de ser general en
jefe de los ejércitos combinados de la repÚbli-
ca; por mi gusto perdí veinte años de sacri-
ficios hechos a la libertad, las penalidades de
8 meses de marchas y el fruto de las victorias
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 65

que acababa de conseguir; por mi gusto aban-


doné mi patria, las comodidades de mi casa,
la compañía de mis amigos y mi numerosa
familia; por mi gusto desprecié el amor de los
pueblos que mandaba, para irme a sentar con
un par de grillos entre los feroces pastusos
que a cada hora pedían mi cabeza; por mi
gusto permanecí allí trece meses sufriendo to-
da suerte de privaciones y de insultos; por mi
gusto, fui transportado preso entre 200 hom-
bres hasta Guayaquil, y de allí a Lima, y de
Lima por el Cabo de Hornos, a la real cár-
cel de Cádiz; por mi gusto permanecí cuatro
años en esta cárcel, encerrado en un cuarto,
desnudo y comiendo el rancho de la enferme-
ría, sin que se me permitiese saber de mi fa-
milia. ¿No os parece, señores, que es más cla-
ro que la luz del día, que yo he estado au-
sente por mi gusto y no por causa de la re-.
pública? ¡Que no le dé al señor Diego Gómez
y a sus ilustres compañeros de acusación un
antojo semejante! iCuánto ganaría la repúbli-
ca con que tuvieran tan buen gusto! Pero no
es sólo este mi gusto depravado en que justifica
la acusación que se me hace; yo veo sentados
en este mismo senado, adonde se me niega
el asiento, a personas que no han tenido es-
te tiempo, y que no óbstante no las han creí-
do mis acusadores dignas de su censura, por-
que parece que la verdad es lo que más abo-
rrecen.
66 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

Aquí pudiera detenerme a citar algunos ejem-


plos que acabasen de comprobar que este car-
go, no sólo es ridículo, sino injusto; pero no
merece detenemos en él; todo el mundo sabe
que bajo el aspecto constitucional en todo el
curso de mi vida, no he estado una sola hora
ausente de mi patria. Un asunto más grave
va a llamar vuestra atención.
Cuando me presenté en Cúcuta como dipu-
tado por la provincia de Cartagena, y como
vicepresidente interino de la república, nom-
brado por el presidente Libertador, ya tenía
las mismas tachas que se me objetaron des-
pués para ser\ senador. Luégo que se instaló
el congreso me volvieron a nombrar vicepre-
sidente con totalidad de votos. Yo quiero aho-
ra suponer verdaderas y justas estas nulida-
des, y por consiguiente como impedimento pa-
ra obtener algún empleo en la república. El
congreso, pues, ha sido nulo como instalado
por un hombre impedido que no lo pudo ins-
talar ,y por lo mismo no tenemos constitu-
ción, ni senado adonde yo debiera sentarme;
sin que sirva la respuesta de que antes dE\ins-
talarse el congreso, no había constitución que
lo prohibiese, porque para un «criminal:., co-
mo dice el acta, para un hombre que se «en-
trega voluntariamente al enemigo~, no se ne-
cesita constitución para no admitirlo en un
empleo de tanta importancia como el de la
vicepresidencia, y la vicepresidencia en seme-
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 67

jantes momentos. No hay medio, señores. no


lo hay por más vueltas que se le quiera dar
a esta reflexión. El congreso se instaló en vir-
tud del decreto de 1.o de mayo, que, proveí
_como autorizado por el artículo 5.o del regla-
mento de convocación: se instaló con mi con-
currencia como diputado por la provincia de
Cartagena, y se instaló por el, poder ejecutivo
de la república que yo ejercía, y que era en-
tonces indispensable para su instalación; con-
que o no hubo congreso legítimo, o es preciso
declarar como el mayor atentado la acusación
hecha contra mí, que pude dad e existencia al
primer cuerpo de la república, sin que se me
pusiera ninguna objeción.
Decir que pude ser vicepresidente para ins-
talar el congreso y que no pude ser después
ni ciudadano de Colombia, es suponer que yo
he cometido crímenes después de instalado. Yo
era el mismo cuando instalé el congreso; el
mismo día que el congreso, en vista del
nombramiento hecho por el Libertador, me
confirmó y mandó continuar interinamen-
te. Era el mismo el día que salió em-
patada la votación para vicepresidente en pro-
piedad, que el día que se me eligió senador.
Conque si siempre he sido el mismo: si no
puedo ser senador, tampoco vicepresidente, y
si no pude ser vicepresidente, ¿ quedará ins-
talado el congreso? Si podía instalarse sin la
concurrencia del poder ejecutivo que yo ejer-
68 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

cía, ¿por qué no se instaló antes que yo lle-


gase? ¿Por qué se iba ya disolviendo y reti-
rándose a sus casas muchos de sus miembros?
y si el congreso fue legítimamente instalado,
¿qué responden mis acusadores'l ¿Qué respon-
den los que apoyaron esta acusación 7
Pero ya habéis visto, señores, completamen-
te desvanecidos los tres cargos que con poca re-
flexión se me han objetado para que pudiera
tener el honor de sentarme entre vosotros; ya
habéis visto comprobado con documentos in-
contestables que es falso que sea deudor al
estado; que es falso que deba a diezmos ni
debiera el año de 10, pues el año de 98 se
dio carta de lasto a los fiadores; que es falso
que mi fianza sólo alcanzara a ochenta mil
pesos cuando era ilimitada; que es falso que
deba a dichos fiadores; pues aunque lastaron,
también percibieron bienes que excedían la
cantidad del lasta; que es falso que me en-
tregara voiuntariamente al enemigo en Pasto,
y que, últimamente, es falso que haya esta-
do ausente por mi gusto y no por causa de
la república, y por consiguiente falso cuanto
contiene el acta de acusación. De esta acusa-
ción propuesta por dos hombres que, como
el incendiario del templo de Efeso, han que-
rido hacer sonar sus nombres oscuros ya que no
lo podían hacer por sus propios méritos. Si la
acusación hubiera tenido por obj eto la salud
de la república, a pesar de ser contra mí, a
ANTONIO NARIRO - SU DEFENSA 69

pesar de su notoria injusticia, yo lejos de


quejarme, me hubiera defendido tranquila-
mente y les hubiera celebrado su celo y es-
crupuloso amor a la patria. Pero cuando só-
lo los ha movido un vil y arrastrado interés
personal, unas pasiones vergonzosas y contra-
rias al sosiego y bien público, la indignación
del corazón más tranquilo no puede dejar
de manifestarse. Y si no, que nos digan estos
nuevos Eróstratos, ¿por qué habiendo en la
república, en el seno del gobierno, en la cá-
mara, en este mismo senado otros hombres a
quienes quizá con justicia se les pueden ha-
cer objeciones y cargos, sólo han desenrolla-
do su celo contra mí? ¿Sólo para mí se han
hecho las leyes? ¿Sólo para el empleo de se-
nador tienen fuerza estas objeciones? La vi-
cepresidencia de la república a quien deben
Gómez y Azuero los empleos que indignamen-
te ocupan hoy, ¿no habría merecido iguales
objeciones? Pero entonces no hubieran figura-
do en el congreso que con la vicepresidencia
instalé; entonces no habrían sido ministros de
la corte de justicia; entonces no habrían ta-
pado sus trampas y rapiñas; entonces-y ésta
es una de las pruebas demostrativas del inte-
rés personal por que han intentado esta acu-
sación :-«como vicepresidente les fui útil y
callaron, como senador les puedo perjudicar
y entonces hablan».
y a la vista de semejante escandalosa acu-
I

70 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sación comenzada por el primer congreso ge-


neral y al abrirse la primera legislatura, ¿qué
deberemos presagiar de nuestra república?
¿Qué podremos esperar para lo sucesivo si
mis acusadores triunfan o qué, sí se quedan
impunes? Por una de esas singularidades que
no están en la previsión humana, este juicio,
que a la primera vista parece de poca impor-
tancia, va a ser la piedra angular del edificio
de vuestra reputación. Hoy, señores; hoy va
a ver cada ciudadano lo que debe esperar para
la seguridad de su honor, de sus bienes, de
su persona; hoy va a ver toda la república
lo que debe esperar de vosotros para su glo-
ria. En vano, señores, dictaréis decretos y
promulgaréis leyes llenas de sabiduría; en va-
no os habréis reunido en este templo augusto
de la ley, si el público sigue viendo a Gómez
y Azuero sentados en los primeros tribunales
de justicia, y a Barrionuevo insultando impu-
nemente por las calles a los superiores. al pa-
cífico ciudadano, al honrado menestral. En va-
no serán vuestros trabajos y las justas espe-
ranzas "que en vuestra sabiduría tenemos fun-
dadas. Si vemos ejemplos semejantes en las
antiguas repúblicas, si los vemos en Roma y
Atenas, los vemos en su decadencia, en medio
de la corrupcción a que su misma opulencia
los había conducido. En el nacimiento de la
república romana vemos a Bruto sacrificando
a su mismo hijo por el amor a la justicia y
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 71

a la libertad; y en su decadencia, a Clodio,


a Catilina, a Marco Antonio sacrificando a
Cicerón por sus intereses personales. Atenas
nació bajo las espigas de Ceres, se elevó a la.
sombra de la justicia del Areópago, murió con
Milcíades, con Sócrates y Foción. ¿Qué debe-
~mos esperar, pues, de nuestra república si co-
mienza por donde las otras acabaron 1 Al prin-
cipio del reino de Tiberio, dice un céh:~brees-
critor, la complacencia, la adulación, la baje-
za, la infamia, se hicieron artes necesarias a
todos los que quisieron agradar; así todos los
moti vos que hacen obrar a los hombres, los
apartaban de la virtud, que cesó de tener
partidarios desde el momento en que comen-
zó a ser peligrosa. Si.' vosotros, señores; al
presentaros a la faz del mundo cQmo legisla-
dores, como jueces, como defensores de la li-
bertad y la virtud, no dáis, un ejemplo de la
integridad de 'Bruto, del desinterés de Foción
y de la justicia severa del tribunal de Atenas,
nuestra libertad va a morir en su nacimien-
to. Desde la hora en que triunfe el hombre
atrevido, desvergonzado, intrigante, adulador,
el reino de Tiberio empieza y el de la liber-
tad acaba,

Bogotá, 14 de mayo de 1823.


F. DE P. SANT ANDER

SU DEFENSA ANTE LA CAMARA


A los representantes del pueblo colombiano:

Honorables representantes:

Otras veces me he dirigido a vosotros des-


de el primer asiento de Colombia para pre-
sentaras el cuadro fiel de sus adelantamientos
y necesidades; hoy me dirijo desde una tierra
extranjera, para. trazaras rápidamente el de
mis persecuciones. Entonces el deber de ma-
gistrado me llevaba al santuario de la ley a re-
clamar de la sabiduría y del patriotismo de
los diputados del pueblo leyes conducentes al
bien y dicha de los colombianos; ahora el de-
recho de vindicar mi honor ultrajado me fuer-
za a presentarme delante de vosotros para re-
clamar a la justicia a que tiene derecho un
antiguo colombiano, que jamás abandonó las
banderas de la independencia, ni transigió con
sus enemigos en los días infelices de su patria.
Entonces, como ahora, yo tengo la esperanza
de que encontraré en los diputados de Co-
lombia imparcialidad y justicia para oir y
76 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

juzgar la exposición de un patriota, que tie-


ne la gloria de contar tantos días de servi-
cios a su país cuantos él cuenta de existencia
política. No pretendo ni aspiro a otra cosa
que a poner de manifiesto la injusticia con
que se me ha perseguido. Persuadido de que
he llenado mis obligaciones con fidelidad, sin
traficar vilmente con mis opiniones y deberes
sacrificando honores, amistades, tranquilidad y
fortuna, honrado con el testimonio de la opi-
nión pública, y satisfecho de que en mi larga
carrera militar y política no se me puede ta-
char de acción ninguna infame ni traidora,
estoy resignado a morir en el retiro de la
vida privada, haciendo votos por la felicidad
de mi patria.
Lejos de mí entrar en el examen del ori-
gen y progreso de los últimos ultrajes y per-
secuciones que he sufrido desde que tuve que
luchar en defensa de las leyes constituciona-
les de la república contra el criminal proyec-
to de destruírlas para fundar un poder omni-
potente, o cualquiera otra especie de gobier-
no nada análogo al espíritu del siglo y a los
sacrificios de los colombianos. Reservo a la
historia imparcial el deber de hacer este exa-
men y el de juzgarme competentemente.
A mi objeto, basta indicado, y Iimitándo-
me a hablar del último golpe que experimen-
té en 1828, después de la revolucióu de Bo-
gotá del 25 de septiembre, habiendo servido
F. DE P. SANT ANDER - SU DEFENSA 77

este suceso de pretexto para consumar mi


ruina y desahogar pasiones verdaderamente
innobles, a él sólo contraeré esta exposición y
llamaré hacia él la atención y justicia de los
representantes de mi patria. Procuraré olvi-
darme de los autores de mis persecuciones,
para no entrar en el dominio del resentimien-
to: referiré los hechos tales cuales han existi-
do, explicaré las circunstancias, señalaré las
leyes que debieron favorecerme, combatiré los
procedimientos ilegales e inicuos, y me apo-
yaré siempre en razones incontestables y en
los principios de la eterna justicia.
Toca a vosotros, honorables representantes,
pesadas imparcialmente y decidir.
Notorio es que el 25 de septiembre de 1828
estalló en Bogotá una revolución, cuyo obje-
to, según aseguraron los cómplices, era esta-
blecer la constitución de 1821, abolida por
un decreto del general Bolívar, expedido el
27 de agosto anterior, y preservar a la repú-
blica de una dictadura militar, que se creía
tanto más insoportable, cuanto que se vio que
ella favorecía un partido a expensas del que
había sido constantemente sostenedor de las
leves constitucionales.
"Desde que se notó que el restablecimiento
de la constitución de Cúcuta era el objeto del
movimiento revolucionario, y que en él habían
tomado parte algunas personas de mi amis-
tad, creyó el gobierno yo era el agente o di-
78 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

rector del plan, y se propuso hacer recaer so-


bre mí su venganza. Se procedió por tanto a
arrestarme, se me mantuvo un mes estrecha-
mente privado dp- comunicación, sin hacerme
cargo alguno, y al fin se tomó una confesión
tan rídicula y extravagante, que los anales
criminales no presentan otro ejemplar. Me re-
fiero al proceso formado contra mí. Allí es-
tán consignados los cargos que me hizo el
abogado Pareja: ellas manifiestan el punto has-
ta donde pueden llevarse el encono y el es-
píritu de partido donde no hay ninguna ga-
rantía para el honor y la vida del hombre.
Lo que se soñó alguno de los conjurados, lo
que otro habló con personas extrañas, lo que
pensaba un tercero, sirvió para reconvenirme
de haber dirigido la conjuración.
Mis más simples relaciones domésticas, mis
más indiferentes conexiones sociales, mis pa-
sos ordinarios o inocentes, hasta mi fidelidad
a la constitución quisieron convertirla en ac-
ciones criminales dirigidas a matar al Liber-
tador la noche del 25 de septiembre, y pro-
clamar nuevamente el imperio de la ley. No
era el entendimiento el que juzgaba en mi
proceso para descubrir la verdad; era el cora-
zón prevenido de hallar delito a cualquiera
costa. Ni se trataba tampoco de aclarar un
hecho. o de averiguar un crimen, sino de
arrancarme la confesión del delito para no
tener el trabajo de violar fórmulas, ni de co-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 79

honestar mi asesinato judicial. ¡Espantosa épo-


ca para un pueblo aquella en donde no hay
leyes, ni garantías y donde la voluntad del
magistrado ofendido es la ley suprema! ¡Con
muy justa razón había dicho el general Bolí-
var delante del Congreso de Cúcuta «que la
espada de un soldado no era la balanza de
Astrea de que necesitaba Colombia~.
Esto mismo que aseguro hoyadas mil le-
guas distante del teatro de tamaña iniqui-
dad, cuando una parte de Colombia juzga que
la conjuración del 25 de septiembre fue un
acto de heroico patriotismo, y cuando el alza-
miento glorioso del pueblo francés ha sancio-
nado el derecho de resistencia a mano arma-
da contra el despotismo y el perjurio, le dije
al Libertador presidente desde Bocachica en
una representación que le dirigí el 13 de di-
ciembre de 1828 en la cual me propuse refu-
tar la sentencia pronunciada por el comandan-
te general de Bogotá el día 7 de noviembre
del mismo año. Creí entonces que el Liberta-
dor prestara atención a la exposición fundada
de un colombiano, que no sólo había sido por
la voluntad nacional el segundo magistrado de la
república, que la había gobernado durante siete
años, y que contaba dieciocho de no interrum-
pidos servicios a su país, sino que tenía dere-
cho por ser hombre a ser escuchado en un ne-
gocio atañadero a su honor, su vida y su for-
80 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tuna, el honor y la gloria de Colombia, y del


mismo presidente.
Pero parece que mi voz fue despreciada, y
que los clamores de la justicia y de la equi-
dad no penetraron en el alma de quien se ha-
bía mostrado más sensible a las súplicas y
clamores de los acérrimos y encarnizados ene-
migos de la independencia Sea lo que fuere,
yo voy a emprender nuevamente el examen
de aquella célebre sentencia para refutarla
con los mismos hechos que resultaron del pro-
ceso, y comprobar a la faz del mundo, que
ella ha sido injusta, violenta e inicua, y que
por consiguiente los efectos que me ha hecho
sufrir son inicuos, violentos e injustos. Si lo-
gro esta comprobación, habré logrado el obje-
to de este memorial, y podré también decir
con orgullo «que yo he perdido todo por la
libertad, menos el honor».
Supuesto que se me creía agente principal o
cómplice de la conjuración, debió habérseme
franqueado todos los medios legítimos de de-
fenderme. Se interesaban en ello el honor del
gobierno y el del general Bolívar, y si se quie-
re también la eterna justicia. Blanco de los ul-
trajes y calumnias del partido contrario a la
constitución, desairado públicamente por el
Libertador, calumniado, y amenazado en pa-
peles públicos dictados por sus partidarios, y
amigos, fusilado en estatua en una quinta de
S. E. cerca de la capital, despojado violenta-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 81

mente de la vicepresidencia del Estado en des-


pecho del contrato sinalagmático que existía en-
tre la nación colombiana y yo, sin garantías
para mis comunicaciones epistolares. sin dere-
cho de quejarme contra mis calumniadores,
yo estaba condenado a ser víctima del parti-
do triunfante después de la precipitada conju-
ración. En vez de hacer reunir para juzgarme
un consejo de generales, se me juzgó por co-
misión especial conferida a un hombre solo,
aconsejado por un auditor sin probidad, se
omitió la confrontación de varios testigos,· en
cuyos dichos se apoyó el juez para condenar-
me como culpable, se me negó el imprescindi-
ble derecho de detenderme o de nombrar un
defensor, se despreciaron todas las pruebas
conducentes a patentizar mi inculpabilidad, se
tergiversaron las deposiciones de los testigos,
se alteraron los hechos y se aplicaron leyes
en desuso, y contrarias entre sí. Con un jui-
cio semejante, donde no se respetaron las fór-
mulas, donde no hubo jueces ni defensa, ni
imparcialidad, ni verdad, ni nada más que
deseos de consumar mi ruina, y vengarse de
mi oposición a trastornar las instituciones, se
dispuso de mi fortuna, de mi vida y de mi
honor. Más dichosos los Torres, Camachos,
Pombos, Roviras, Barayas, Caldas, Lozanos,
Gutiérrez, Cabales, Toledos, Castillos y tán-
tos otros ilustres mártires de la libertad, si-
quiera fueron oídos delante del simulacro de
82 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

consejo de guerra, que Morilla formó para


castigados de haber procurado libertar a su
patria de la arbitraria dominación del rey de
España, siquiera pudieron hablar y defenderse.
Para mí no hubo en Colombia bajo el go-
bierno del que obtuvo el título de Libertador,
sino violencias e injusticias y persecuciones.
Sentada la venganza en el trono de la jus-
ticia, revestida de un respetable manto, em-
puñando la espada con que castiga el crimen;
pero no la balanza en que pesa la inocen-
cia, y empleando su augusto lenguaje, pronun-
ció un juicio digno de ella y de las execra-
bles ideas de iniquidad. La sentencia del 7 de
noviembre pronunciada por el comandante ge-
neral de Bogotá empieza afirmando que el pro-
ceso se ha formado contra mí pcr la consPira-
ción intentada la noche del 25 de septiembre!
Por consiguiente, íos cargos por los cuales pu-
do legalmente condenarme debían resultar de
que yo fuera director, aconsejador. auxiliador
o ejecutor de la dicha conjuración. Cualquiera
otro hecho era extraño en ese particular. El
primer fundamento de esta famosa sentencia
es que yo había negado en mi declaración inda-
gatoria, y después en mi confesión, el que se
tramaba aquella conspiración. Esto en parte
es falso, y en parte ridículo, y aun ilegal. Di-
je en la declaración, que llaman indagatoria,
que el señor r lorentino Gonzá1ez había teni-
do conmigo una conversación, que me dio mo-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 83

tivo de temer una revolución, y lo repetí en


la confesión que me recibieron en 22 y 30 de
octubre, añadiendo además todos los antece-
dentes que las nuevas leyes del gobierno dic-
tatorial habían· producido, aumentando el des-
contento general. Como testigo yo no podía
hablar de lo que se había proyectado y ejecu-
tado la noche del 25 de septiembre, ya por-
que nada sabía, y ya porque estando presos
varios de los cómplices, era de ellos y no de
mí que se debía recabar lo que ilegalmente
quería saberse por mi propia confesión: Que
yo no sabía lo que iba a ej ecutarse la citada
noche, ni quienes 10 ejecutarían, es un caso
plenamente justificado con las deposiciones
de los que se confesaron conspiradores. Uno
solo hubo que asegurara lo contrario, y ape-
lo en testimonio de ello a los procesos forma-
dos entonces, que espero sean consultados pa-
ra juzgar de la verdad de esta exposición.
Que yo no debía declararme culpable aun
cuando hubiera pertenecido a los conjurados,
es un procedimiento que aconseja el derecho
natural y lo sanciona toda legislación fundada
en razón. A mí, como a cualquiera otro a quien
se supone culpable, debió habérseme hecho el
cargo con hechos comprobados, en vez de que-
rer arrancárseme la confesión de la culpa en
forzarme a ello por medios legales. No puedo
prescindir de recordar que al Divino Legisla-
dor de la ley de gracia que rehusó responder
84 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

ante el tribunal del gobernador de J udea quié-


nes eran sus discípulos, es decir sus cómplices,
no se le acriminó por esta omisión, y es bien
raro que en el tribunal de Pilatos no fuera
delito rehosar descubrir la complicidad del
supuesto crimen de sedición, y que en Colom-
bia se me juzgase delincuente porque no con-
fesé 10 que no sabía a ciencia cierta, o que
legalmente podía callar.
El segundo fundamento de la sentencia es
que de las declaraciones del comandante Silva,
del teniente López, y de los caPitanes Briceño
y Mendoza, resulta que cada uno de ellos tenía
convencimiento íntimo de que yo era el primer
agente de la conjuración, y que dirigía el plan
según lo habían asegurado González, Carujo y
Guerra. El convencimiento íntimo de una o
más personas, debe ser el efecto de hechos
evidentes, que no pueden dejar la menor du-
da en el pélfticular, de modo que si faltan es-
tos hechos no hay tal convencimiento. Los
testigos, pues, debieron manifestar los funda-
mentos que produjeron en su ánimo la per-
suación íntima de que yo fuera el agente de
la conjuración. y ellos debían ser hechos cla-
ros y positivos, no conjeturas débiles y vagas.
La sentencia ha debido expresados menuda-
mente para hacer palpable a todo el mundo la
justicia del pronunciamiento, y omitiéndolos co-
mo los ha omitido, ha dado lugar que se sospe-
che de la verdad de sus aserciones. Examinemos
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 85

las declaraciones de los mencionados testigos


para buscar las premisas de donde el juez de-
dujo la consecuencia de que resultaba de sus
dichos estar íntimamente convencidos de que
yo era el principal agente.
Silva dijo terminantemente que no sabía
que yo tuviera parte en la coníuración, pero
que lo infería porque Vargas Tejada era mi
amigo, y nos íbamos juntos a la legación de
los Estados Unidos. Este ha sido el fundamen-
to de su inferencia, no el de un convenci-
miento íntimo, ni pudiera conciliarse jamás
el estar convencido íntimamente de que yo
fuera agente del plan, con el ignorar más o
menos si yo tenía parte o no en él. Bien cla-
ro es que entre una mera conjetura más o
menos fundada y un convencimiento íntimo
hay tanta distancia, como entre el de asegu-,
rar, por ejemplo, que la luna esta habitada
de seres animados y que ella gira alrededor
de la tierra.
López también declaró que no sabía que yo
tuviera parte en el negocio: pero que como
había defendido la constitución y era amigo
de las leyes, se me tenía destinado a encargar-
me del gobierno verificada que fuera la con-
juración. Nada hay aquí de convencimiento
íntimo y ni aun de conjeturas. Si los conju-
rados me creían capaz de continuar defendien-
do las leyes me hacían justicia, y si querían
86 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

encargarme del gobierno, yo no veo. en esto


ningún delito de mi parte.
Mendoza declaró que Carujo le había ase-
gurado que el general Páez y yo teníamos par-
te en el plan, sin añadir cosa alguna respecto
de su convencimiento íntimo. Si porque se
dijo con razón o sin ella que yo conocía la
empresa, he resultado delincuente, el general
Páez también ha debido ser juzgado como yo.
La justicia es igual para todos .... , pero me
olvidaba de que en este juicio por la conjura-
ción del 25, sólo se trataba de hacer triunfar
un partido a costa de la vida y del honor del
partido contrario.
Briceño, en fin, aunque expresamente ase-
guró que no sabía positivamente que yo fue-
ra agente de la conjuración, añadió que tenía
el convencimiento íntimo de que lo que fuera
porque siempre había yo siáo el jefe áel partido
constitl~cional, y porque Guerra se lo había
asegurado.
lal es el fundamento en que el capitán Bri-
ceño apoyó lo que llama convencimiento ínti-
mo y que tanta fuerza hizo en el ánimo de
mi juez para condenarme como culpable. ¡Qué
importaba un despropósito en vez de una ra-
zón, ni una necedad en lugar de un raciocinio!
Decidida mi suerte en los consejos de la ven-
ganza, cualquiera conjetura era suficiente pa-
ra darse por comprobado mi delito. La decla-
ración de Briceño ofrece a los ojos menos
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 87

perspicaces, aunque desapasionados, una ma-


nifiesta contradicción. El diio: que habiéndo-
se propuesto en la parte que tuvieron los con-
jurados del 25, que se me diese noticia de lo
que se había acordado, él había sido uno de
los que se habían opuesto a ello, porque temió
que yo impidiera la ejecución del acuerdo.
Ahora bien, ¿podía temer mi oposición estan-
do íntimamente convencido de que yo era el
agente principal del proyecto? Concurriendo
a una reunión donde veía que se proponía
instruírme de lo que se trataba, ¿no percibía
q\le ella había tenido lugar sin el consenti-
miento del que creía agente o director del
plan ? Yo no lo comprendo, señores. Mi razón
me dicta el siguiente raciocinio: Si Briceño
estaba íntimamente convencido de que yo era
agente principal del proyecto, debió estarlo
igualmente de que la junta se haría con mi
anuencia, y no debió temer en consecuencia
que yo me opusiera a la ejecución de la em-
presa; luego si temió mi oposición, y que por
consiguiente se frustrara el golpe meditado,
no pudo ser sino porque no estaba convenci-
do íntima 'TIentede que yo lo dirigía o lo apro-
baba.
Quedan existentes ya solamente las asercio-
nes de que Guerra y Carujo habían asegura-
do a Briceño y Mendoza que yo tenía parte
en el proyecto. Si Guerra y. Carujo en sus de-
claraciones lo aseguran ta~bién, no hay duda
88 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

alguna de que los dichos de los dos primeros


testigos son concluyentes; pero si lo niegan,
entonces quedan del todo destruídos. Guerra
y Carujo declararon que yo, lejos de haber
aprobado el proyecto, había ofrecido oponer-
me a su ejecución; por consiguiente destruye-
ron lo que los antes mencionados testigos ha-
bían afirmado y me libraron del cargo de ha-
ber sido agente director, aconsejador o ejecu-
tor de la conjuración.
Resulta, por tanto, falsa y calumniosa la
aserción del segundo fundamento de la sen-
tencia, y es además injusta o ilegal, porque
se omitió la confrontación conmigo de los cua-
tro testigos Silva, López, Mendoza y Brice-
ño. Fácil me hubiera sido hacer resaltar la
verdad en el careo, y mi inculpabilidad, si se
hubiera cumplido con esta fórmula desconoci-
da sólo en los famosos y sangrientos tribuna-
les de la Inquisición.
El tercer fundamento de la sentencia con-
siste en que el coronel Guerra sostuvo en el ca-
reo haberme hablado de la conjuraci6n, a la
cual me había opuesto. Este es un hecho tergi-
versado estudiosamente contra mí. Lo que se
supone que Guerra sostuvo en el careo fue lo
que él expuso en una declaración anterior que
reformó en dicho careo, según lo hice obser-
var en mi prisión al abogado Pareja delante
de su secretario. Después que reparé que no
se habían extendido en la diligencia las mis-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 89

mas palabras del 'desgraciado Guerra, éste di-


jo en la confrontación conmigo, que de lo que
había hablado no era de una conjuración, si-
no de la probabilidad que había de que se
hiciera un bochinche (esta fue su propia ex-
presión), y que no se acordaba de que hubie-
ra nombrado a persona alguna. Bien diferen-
te de hablar de una conspiración formal a
mencionar el riesgo de un bochinche, palabra
a la cual se ha dado siempre la significación
de una cosa de poca entidad. Por otra parte,
en días de agitación, cuando a cada hora se
hacía una acta, una petición, una reunión,
un bochinche (según el lenguaje de que usá-
bamos los amigos de la constitución) para
echar abajo las leyes constitucionales, nada
tenía de extraño, ni de criminal que Guerra
en cualquier conversación amistosa relativa al
estado de nuestra patria me dijera lo que asegu-
ró haberme dicho. Pero esta exposición de
Guerra justifica más mi honrado proceder,
porque él ha añadido que yo manifesté repug-
nancia a toda especie de perturbación, que
le aconsejé se empeñase en rectificar cualquie-
ra idea que hubiera en el particular, y que
ofrecí oponerme al trastornO del orden esta-
blecido. ¿Debía hacer más sin incurrir en la
infamia de ser un bajo delator, y cuando pue-
de decirse que el proyecto de atacar al go-
bierno existente estaba sólo en embrión, y
90 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

cuando esperaba que mi oposición podía in-


fluir en desbaratado 1
, El cuarto fundamento se toma de la decla-
r~ción del comandante Carujo, aunque alte-
rando el sentido de lo que él ha dicho. En la
diligencia del careo, que es a la que el juez
ha debido atenerse, resulta que habiéndolo in-
formado Florentino González, que yo era opues-
to a todo proyecto d.e revolución, quiso cerciorar-
se de la verdad, y al efecto procuró habla r
conmigo en mi casa; que habiendo pasado a
ella, y habiéndome encontrado positivamente
opuesto a sus ideas, intentó intimidarme y
rendirme, ponderándome la obstinación de los
que habían resuelto emprender el restableci-
miento de la constitución,lo cual había llegado
al punto de estar dispuestos a ir a Soacha a
matar al general Bolívar. Esta exposición en
los términos referidos, forma un sentido muy
diferente de como se expresa la sentencia. Según
ella, Carujo me ha comunicado el proyecto
de matar al presidente-dictador como quien
lo participa a un cómplice, en vez de lo que
resulta, el que yo lo supe ~or la casualidad
de querérseme hacer variar de opinión, infor-
mándome de un hecho ya decidido y pronto
a ser fácilmente ejecutado. Y gracias me sean
dadas por esta feliz casualidad, porque júz-
guese como se quiera al general Bolívar, y re-
pruébese sin misericordia su conducta política,
yo jamás convendré en que el asesinato de
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 91

un hombre sea una acción patriótica, ,ni que


la muerte del que ha servido con gloria a la
causa de la independencia fuese meritoria ni
justificable delante de la moral pública. Yo
salvé entonces al general Bolívar de ser apu-
ña1eado en Soacha por un principio de honor
y de moralidad que me conducirá siempre a
proceder del mismo modo en cualquier caso
en que se trate de llegar a un fin santo por
medios reprobados por la moral y la razón.
- El quinto fundamento se apoya en la expo-
sición de Florentino González, testigo de mu-
cha importancia en el negocio de la conspira-
ción, y cuyos dichos es menester analizar y
meditar sin pasión. González a quien siempre
traté con muy particular amistad por sus re-
levantes cualidades, y por su fervoroso amor
a la libertad, declaró haber estado en mi c.a-
sa por consejo de Caruio a sondear mi opini6n
acerca de la conveniencia de trabajar en res-
tablecer la Constitución de 1821, y que había
oído de mi boca, que la tentativa era inopor-
tuna, perjudicial y expuesta, en cuyo concep-
to muy lejos de mezclarme, y tomar parte
en ella, estaba resuelto a oponerme a su eje-
cución, no menos que alejarme de Colombia,
decidido a no volver jamás al gobierno. Aña-
dió Gonzá1ez, que yo le había dicho en prue-
ba de la inoportunidad y riesgo del proyecto,
que no se debía intentar el restablecimiento
de la constitución sin conocer cuales eran las
92 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

reformas que ofrecía el Libertador, y sin sa-


ber si ellas contentarían o no a los pueblos;
que antes que todo era prudente sondear la
opinión pública, y contar con ella para cual-
quier variación del sistema, y que el medio
de llegar a conocerla me parecía indicado en
el restablecimiento de sociedades patrióticas
en los departamentos y provincias. Tal es la
exposición que González ha hecho en el careo
en el cual, habiendo rectificado sustancialmen-
te su primera declaración, debe fundarse cual-
. ~
qUler cargo contra mI.
Yo deduzco de la dicha .exposición las si-
guientes consecuencias: Primera: habiendo
aconsejado Caruio a González que sondeara
mi opinión acerca de la conveniencia de res-
tablecer el gobierno constitucional, yo no te-
nía conocimiento del proyecto, y por consi-
guiente, no era su director o agente. Segun-
da: habiendo calificado de inoportuno y peli-
groso el proyecto, yo no he tenido complici-
dad en su formación. Tercera: no habiendo
aprobado, yo era inculpable en la conjuración
estallada el 25 de septiembre por la cual se
me estaba juzgando. Cuarta: no habiendo for-
mado ninguna de las sociedades que indiqué
como medios, no de conspirar, sino de inda-
gar la verdadera opinión nacional, la conjura-
ción del 25 no fue efecto de ellas, y por con-
siguient.e ni de mis consejos e influencias.
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 93

Consecuencias todas favorables a mi conducta


de inculpabilidad.
La sentencia hace gran caso de mi opinión
sobre la formación de sociedades patrióticas
para estimar la opinión pública, y la califica
de crimen y de complicidad en la conspira-
ción. ¿ Cuál es la ley, pregunto yo al juez de
mi causa, que ha convertido en delito la ac-
ción de manifestar en una conversación con-
fidencial, que la reunión pacífica de los ciu-
dadanos es aparente para observar y avaluar
los sentimientos del público respecto del nue-
vo régimen establecido? ¿ Existe en Colombia
alguna ley, decreto o firmán. que convirtiera
en delito digno de pena capital lo que en to-
do gobierno liberal se estima como medio ne-
cesario para dirigir los negocios del común?
En las legislaciones que emanan del código
de la razón, no hay delito donde no hay ley ante-
rior que lo determine. Si, pues, mi indicación
a González no está determinada anteriormente
como una acción criminal, como una conspira-
ción, el cuarto fundamento de la sentencia cae
en tierra irremediablemente.
Repárese, además, que ei dicho de Gonzá-
lez es único en el proceso; que ni Guerra ni
Carujo han hecho mención de él, y que ha-
biéndose referido Carujo a González, el testi-
monio queda reducido a una sola persona.
Observación interesante para convencerse más
y más que en mi proceso no sólo han tenido
94 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

fuerza de pruebas las más necias e infunda-


das conjeturas, las palabras más insignifican-
tes, los desahogos confidenciales de la amis-
tad, sino hasta los dichos singulares. Para de-
cidir de la propiedad de un pedazo de tierra,
se necesita por lo menos de dos testigos que
estén acordes en los puntos esenciales de la
cuestión; para decidir de la suerte de un an-
tiguo general, antes magistrado de la repúbli-
ca, siempre constante y fiel patriota, defensor
de los derechos del pueblo, ha bastado el di-
cho de una sola persona, aunque ella no cali-
fique positivamente la culpabilidad del acusa-
do. Pero así debía procederse; el fin era con-
denarme de cualquier modo. La manera de
ejecutarlo era indiferente con tal que se me
ejecutase.
Montesquieu ya lo había dicho con mucha
previsión .
...El sexto fundamento es verdaderamente pe-
regrino. Que porque no hubiera día prefijado
para la conspiración, yo debía ser agente o
cómplice de ella, es la consecuencia más ab-
surda que el espíritu de partido podía dedu-
cir para satisfacer sus pasiones. Mi complici-
dad debía resultar de que yo la hubiera pro-
movido, aconsejado, dirigido, aprobado, auxi-
liado o ejecutado, tuviera o no tuviera plazo
preciso o conocido. Pero es así que ningún
testigo ha dicho que yo la promoviera, nin-
guno que yo la dirigiese, ninguno que yo la
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 95

aconsejara, y todos, por el contrario, que des-


aprobé el proyecto, que traté de frustrado, y
que ofrecí oponerme a su ejecución; luego mi
inculpabilidad es más clara que la luz, no obs-
tante que no hubiera día fijo para ejecutarlo.
Todavía hay datos en el proceso que corro-
boran la consecuencia que acabo de asentar
"jT que hubieran tenido slgún ,'alar en la con-
ciencia de jueces imparciales que buscan
la verdad desapasionadamente para absolver
al inocente y castigar al culpable. Apelo al
testimonio de González, consignado en las di-
ligencias del careo. El ha dicho que me habló
sobre el número de oficiales que había de te-
ner la legación de los Estados Unidos (que
se me había conferido) con ánimo de irse
conmigo. Primera circunstancia que debía ha-
cerme concebir que, estimándose fundadas mis
razones contra el proyecto primitivo de cons-
pirar, se abandonaba la empresa, .puesto que
deseaba salir del país uno de los que me pa-
recía ser agente de ellos. El ha declarado
también que habiendo estado conmigo en un
paseo fuera de Bogotá, seis días antes de la
cunjuración del 25 de septiembre, nada me
había hablado en el particular. Segunda cir-
cunstancia, que debía ratificarme en la idea
de que el proyecto estaba abandonado. El, en
fin, ha asegurado que, preguntado por mí po-
cos días antes de la conjuración, si todavía
insistían en el consabido proyecto, me había
96 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

respondido «que la cosa se había enfriado».


Tercera circunstancia, que debía acabar de
convencerme que ya no se pensaba en llevar
a cabo la tentati va expresada.
Estas tres aserciones me favorecen más de
lo que a primera vista parece, porque ello es
cierto, que si yo me había podido persuadir
de que el proyecto de atacar al gobierno exis-
tente se había abandonado, ya no tenía que
hacer otra cosa como ciudadano y como ge-
neral, que felicitarme de haber evitado un
golpe prematuro, inútil y peligroso aun para
la misma causa de la libertad que se quería
sostener, y de haber procurado ahorrar el de-
rramamiento de una sangre preciosa, que pu-
do ofrecerse a ias libertades colombianas con
más suceso. Supongamos que yo hubiera sido
capaz de delatar a mis compatriotas y hacer-
le este servicio a un gobierno fundado contra
mis principios y contra los sacrificios de Co-
lombia. ¿Qué era lo que debía delatarle? ¿ Un
proyecto apenas concebido y prontamente
abandonado? ¿ Un deseo de tener instituciones
en vez de dictadura? ¿Un ahinco de ser go-
bernados por leyes decretadas por los repre-
sentantes del pueblo en lugar a serIo por la
voluntad de un hombre, que en cada paso
dirigido a sostener las leyes veía una grave
ofensa a su persona, y en los que se dirigían
a destruidas una acción patriótica, meritoria
F. DE P. SANT ANDER ,- SU DEFENSA 97
,
y laudable? J uzgadlo, honorables representan-
tes. Oecididlo en el silencio de las pasiones.
_ Los seis fundamentos en que se apoya la
sentencia que acabo de examinar, no sumi-
nistran la clase de prueba que pudiera con-
vencerme del delito de que se me supone
autor o cómplice. Ellos producen al con-
¿,.. = __
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dllU 1d¿.UI1\;;;) !-'U;)ll.1 v Q;:> uc, '-11oA1;. y v llV "loA

ve ánimo de conspirar, ni de quebrantar


las leyes que se cree haber infringido. Si
hay delito donde no hay un ánimo delibe-
rado de cometer una acción reprobada por
la ley, yo soy delincuente en la conjuración
del 25 de septiembre; pero entonces es menes-
ter borrar del diccionario de la razón la cali-
ficación de una acción criminal.. Si se puede
condenar por conjeturas débiles, aisladas e in-
conexas en despecho de datos positivos y cla-
ros, yo he sufrido justamente la condenación
. que pronunció la sentencia del 7 de noviem-
bre de 1828; pero entonces es forzoso despe-
dazar los códigos fundados en el derecho na-
tural. Pretender que hay prueba suficiente
de un hecho, cuando en vez de reunirse to-
dos los motivos que persuadan de su existen-
cia, hay varios que lo ponen en duda, es que-
rer invertir el orden de las cosas y cambiar
los principios de la jurisprudencia criminal.
Cuando la claridad de todos los hechos y
todas las circunstancias de un caso nos
induce a creer que ha existido la cosa de
98 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

que se trata, entonces hay prueba completa,


y nuestro juicio se inclina a decidir en con-
secuencia; mas si queda alguna duda muy
fundada en el particular, si existen circuns-
tancias que impidan ver el hecho con evi-
dencia y certidumbre, nadie dirá con justicia
que hay pruebas suficientes para juzgar. So-
bre estos principios está fundada la legis-
lación universal como que ellos solos pue-
den garantir la vida y el honor de los
hombres en sociedad contra la arbitrariedad
y el poder. De aquí emanan las fórmu-
las protectoras delante de las cuales callan
las pasiones, triunfa ]a inocencia y sufre el
crimen su condigno castigo. Buscad ahora,
honorables representantes, en mi proceso ese
conjunto de hechos claros e incontestables
que formen la prueba de mi delito; examinad
si existieron incidentes y circunstancias, que
dejaban e!} duda la convicción del juez. y
convenid conmigo que el procedimiento eje-
cutado en Bogotá en 1828 es de lo más vio-
lento, arbitrario e injusto de que hay ejem-
plo en los anales de una vengativa persecu-
ción.
~ Pasemos a examinar los considerandos de la
misma sentencia, que son con como las razo-
nes fundamentales de mi condenación. Primer
considerando: que aunque me opuse a la revo-
luci6n, mi oposici6n fue s6lo para mientras re-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 99

sidiese en Colombia. ¿Qué es lo que el juez


pretende deducir contra mí de esta suposición?
¿No es bien claro, por el contrario, que si
ofrecí oponerme a la conjuración que estalló
el 25 de septiembre mientras estuviese en Co-
lombia, no he tenido la. menor parte en ella?
Si el juez da por cierto el ofrecimiento de
oponerme a toda conjuración, la consecuencia
que yo deduzco es más justa que la que él
ha deducido. Por otra parte cuando yo he di-
cho en una conversación familiar que mientras
residiera en Colombia 1'Y!-eopondría a toda re-
volución, he empleado una expresión sencilla
muy común, sin dar a entender por eso que
la patrocinaría después de mi salida de la re-
pública. Es tan natural fijar plazos cuando se
promete hacer o no hacer alguna cosa, que el
primero que me ocurrió fue el que va expre-
sado. Pero veo ahora que si como pudo ser
cierto, que dijera a González, mientras yo esté
en Colombia me opondré, hubiera dicho, mien-
tras resPire, me hubieran hecho cargo de que
aprobaba la revolución, y la patrocinaba des-
pués de muerto.
Asegura también la sentencia que ofrecí mis
servicios para una conjuración, y de esto for-
ma un cargo contra mí. Observo en primer
lugar que no es fácil comprender cómo se ofre-
cen servicios para una, empresa que no se
aprueba. En segundo lugar, mi oferta fue al
lCO BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

gobierno, que se estableciera en el país, en


reemplazo del que existía, y en ello estoy muy
leías de pensar que he cometido el delito de
conspirador el 25 de septiembre. Que un in-
dividuo se ofrezca a un gobierno de he-
cho establecido en su país es un de-
ber reconocido por el derecho público de
las naciones; ofrecerle sus servicios nada tie-
ne de criminal, aunque pudiera tener mucho
de deshonroso. Esta es la marcha del mundo
político; sin ella el orden público d:-saperece-
ría, y la sociedad sería un infierno. ¿ No obe-
deció el general Bolívar a Monteverde después
de la pérdida de Venezuela en 1812? ¿No le
prestó sus servicios cooperando a la prisión del
general Miranda? ¿ No han obedecido y servi-
do a Morilla mil patriotas, que no pudieron
prescindir de este penoso deber? Ciertamente
que sí, y a ninguno se ha estimado delicuen-
te. Yo sólo debía serio en la conspiración del
25 de septiembre, porque hubiese dicho en
conversación con mi amigo que el gobierno re-
publicano y constitucional que se estableciera
sobre las ruinas de la dictadura, podía estar
seguro o contar con mis servicios. Horroriza,
señores, leer las razones que el juez de mi
causa ha consignado en su sentencia del 7 de
noviembre como fundamentos legales para pro-
nunciar las penas más terribles contra mí.
Cuando se lea esto a la sombra del árbol de
F. DE P. SANTANDER' - SU DEFENSA 161

la libertad y bajo la egida de leyes protecto-


ras, costará trabajo creer que en Colombia se
ha podido proceder de un modo tan esomda-
losa, cual procedió la Audiencia de Santafé en
1810 con las ilustres víctimas de la libertad
Rasilla y Cadena, justificando con este proce-
dimiento la gloriosa revolución del 20 de ju-
lio que nos encaminó a la indepenc1enciR de
España. ,
No puedo pasar en silencio la irregularidad
de quererme hacer cómplice de un acto ejecu-
tado contra mi opinión, porque yo opinara
que pudiera llegar el caso de derribar con
justicia en lo sucesivo el régimen dictatorial. Si
se trataba de averiguar cuáles eran mis opi-
niones respecto de ]a subsistencia de tal go-
bierno, y cuáles mis pensamientos para casti-
garlos como crímenes positivos, como acciones
dirigidas a conspirar, se conven<?ráen que el
juez ha acertado a asentar sus principios y
deducir las consecuencias contra mí, pero si,
de ]0 que se trataba era de indagar si había
tenido o no parte en ]a conjuración de] 25 de
septiembre para castigar mi cooperación posi-
tiva, no sé entonces qué conexlón tuviera lo
que yo pensaba para lo futuro con lo que su-
cedió en aquella noche sin mi conocimiento.
Es bien claro, que cuando yo manifestaba a
González que era necesario conocer la verda-
dera opinión pública respecto del sistema es-
102 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tab1ecído, no tenía ánimo de que se marchase


contra ella, sino al contrario de que se obra-
se según sus deseos. Si la opinión pública apro-
baba la existencia de un gobierno ilimitado,
que ultrajaba los principios constitucionales,
y disponía a su arbitrio de Colombia, visto es
que debía sobreseerse en el proyecto de des-
truírIo; pero si la opinión pública reclamaba
una revolución contra tan monstruosa autori-
dad, entonces debía emprenderse, seguro de
que se ocupaban de una acción patriótica en
que el interés nacional estaba comprometido,
y que el bien de Colombia reclamaba impe-
riosamente. Medítese sobre la diferencia de
situaciones, y véase que 10 que en el primer
caso era una conspiración que yo desaproba-
ba. en el segundo era un derecho imprcscripti-
ble sancionado por las leyes reguladoras del
orden social y puesto en práctica por los Pe-
lópidas. Trasíbulos, Junios, Decías, Brutos,
Tells, Oranges, Washingtons y Lafayettes.
_ El segundo considerando declara que no he
cumplido con mis deberes imPidiendo la consPi-
ración, y asesinato premeditado contra el jefe
su.premo de la nación, y que he sido reo de al-
ta traición por no haber denunciado la revolu-
ción. Ciertamente que yo no impedí la conju-
ración del 25 de septiembre; pero ¿pude im-
pedirla? Si pude, y no lo hice, habrá delito;
si no pude, no tengo cargo alguno. Yo tra-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 103

té de impedir cualquiera especie de conjura-


ciones: este es un hecho confesado en la mis-
ma sentencia en los párrafos 3, 4 Y 5, de los
cargos tomados del proceso. No sabía que se
iba a efectuar el 25, ni ningún otro día de-
terminado: otro hecho reconocido en la mis-
ma sentencia. Tenía antecedentes para creer
que el proyecte se hab!a abanc1nnRnn: tercer
hecho plenamente averiguando en el careo de
González conmigo el 1.o de noviembre. Luego
no estuvo en mi mano el impedir el aconte-
cimiento del 25 como había impedido el de
Soacha; luego es falso que haya faltado a mis
deberes, si es que es un deber del ciudadano
de una república impedir la destrucción de un
orden de cosas absurdo, .introducido por me-
dios ilegítimos y destructor de los derechos y
garantías de los asociados.
Reo de alta traición he sido según el co-
mandante general de Bogotá y su ilustrado
auditor, porque no denuncié la revolución. Si
hubiera sido porque la había emprendido, acon-
sejado, auxiliado lO ejecutado, sería más disi-
mulable: pero porque no he denunciado 'un
proyecto que yo no sabía si estaba maduro,
un proyecto que tuve razones para creer aban-
donado, e s lo más estupendo que puede oírse
bajo un gobierno que se dice republicano. Y
vuelvo a preguntar a mi juez, a su auditor,
al consejo de gobierno, a todos los que ten-
104 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

gan alguna noción de legislación colombiana,


¿cuál es la ley, el decreto, u orden que decla-
ra delito de alta traición el no denunciar un
proyecto dirigido a restablecer las leyes abo~
lidas, las garantías destruídas, el orden cons-
titucional y la libertad por la cual los colom-
bianos han hecho tan costases sacrificios? ¿Si
es lo mismo conspirar contra el rey de Espa-
ña a cuya persona llaman las leyes sagrada,
inviolable, infalible, vicario de Dios en la tie-
rra, etc., que contra el jefe de un estado re·
publicano que ha tomado y ejerce una auto-
toridad desconocida en nuestras leyes funda-
mentales. y la cual está en oposición con el
fin a que los colombianos hemos consagrado
todos nuestros esfuerzos por más de veinte
años? ¿Si es idéntico faltar a los deberes pa-
ra con su patria, reuniéndose a sus enemigos,
tomand0 las armas contra ella, o destruyen-
do sus instituciones, que tratar de restabiecer
un orden de cosas en el cual la nación tenía
fundadas sus esperanzas de dicha y de liber-
tad? Reos de alta traición fueron declarados
los que en 1810 dieron impulso a la transfor
mación política de la Nueva Granada y Ve-
nezuela, y reos de alta traición los que se
opusieron a ella. Reos de alta traición los que
destruyen las instituciones establecidas por la
voluntad general, y también los que tratan
de restablecerlas después de que por medios
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA" 105

ilegítimos y violentos se han abolido. La sana


razón condena con mucha justicia este con-
tradictorio lenguaje. Si es verdad, que la
traición es lo contrario de la lealtad, yo puedo
decir delante del mundo entero, que no he si-
do traidor. Lealtad, dice un célebre escritor
inglés, es una adhesión firme y fiel a las le-
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uno es miembro. ¿Y se me puede negar, que


yo siempre he vivido adherido firme y fiel-
mente a las leyes y a la constitución de mi
país? ¿Que por esta adhesión he sido ultraja-
do, perseguido y despojado de la vicepresiden-
cia de la república?
Aparte de esto, yo no sé verdaderamente qué
es a lo que he hecho traición, aun suponien-
do que hubiera tomado parte en la conjura-
ción. Yo no ayudé a crear la dictadura; yo
no le presté obediencia voluntaria, ni fidelidad;
yo no estimé legal el nuevo régimen, o, como
lo han llamado, la regeneración de la patria;
yo no prometí sostenerlo ni defenderlo; en una
palabra, yo era respecto de él lo que éramos
los americanos respecto del gobierno de Espa-
ña, obediente pasivo por el impulso de la fuer-
za física. El abogado auditor quiso hacer re-
tumbar el ruidoso dictado de reo de alta trai-
ción para llamar· toda la execración del pue-
blo colombiano contra mí, sin cuidarse de ave-
riguar si había ley, razÓn o motivo para co-
106 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

honestarlo. Así, pues, por un epíteto tan gas-


tado en la historia de las usurpaciones, yo lle-
vo el título con que honraran los Tarquinos
a Bruto, Felipe 11 al principe de Orange, el
príncipe Mauricio a Bamelveld, Carlos 11 a
Sidney, y Fernando VII a los Torres, Cama-
cho, Ustaris, Roscios, Ascásubis, Quirogas, Mo-
rales, y al mismo general Bolívar .
.....
En el tercer considerando se me da el ca-
rácter de aconsejador y auxiliador de una re-
volución (aunque ya no de la del 25 de sep-
tiembre, de que en otra parte me supone agen-
te) por medio del establecimiento de socieda-
des republicanas. A este cargo he respondido
suficientemente en el cuerpo de este memo-
rial desenvolviendo el objeto de tales asocia-
ciones, y la legalidad del consejo. Nótese bien
que González, único testigo de las sociedades,
al declarar el objeto de ellas, usa terminante-
mente de la voz observar la opinión pública,
y no de otra alguna. Ahora bien: observar ni
es, ni ha sido nunca sinónimo de conspirar,
conjurarse o seducir, de donde se deduce,
que ni yo he pretentido hacer una revo-
lución por medio de sociedades republicanas,
ni he cometido delito en indicar que era
el modo de conocer la verdadera opinión ge-
neral nacional en circunstancias de que, supri-
mida la libertad de imprenta y privados de
medios de publicación y aun de comunicarse
f. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 107

con seguridad por los correos, no quedaba otro


recurso razonable para no dejar sacrificar im-
punentemente nuestras libertades.
Cansado el juez de buscar motivos para
condenarme, concluye la lista de los cargos
diciendo: que de lo más que resulta de au-
tos está comprobada mi criminalidad. Esta
&f...'r"rtrt.1,1" DC"t""'\~.;::\r"\lQ ci>r~a hl1pn!:l f"'\!lr~ ~c::.p~nr~r.:::J
.I.V.1 •..•. .l\.A.1U vvJ:-" •...•.
..L..L'--" .•.••.••. ....,"' .•..•.••..•• --- ••.••.- r--"'- -----'----.- -~
los alcaldes de parroquia bajo un gobierno don-
de el hombre carece de la facultad de exami-
nar la conducta de sus magistrados; pero es
indigna de un juez republicano, que va a de-
cidir de la vida y del honor de un antiguo
servidor de la patria, cuyo juicio debe ser
fundado en leyes, en hechos incuestionables,
y en razones evidentes. Bien seguro estoy de
que nada más resultaba de autos, puesto que
de lo muy poco de que pudiera servirse para
condenarme se tuvo gran .cuidado de formar
cargos alterando unas cosas, y faltando a la
verdad en otras.
Después del examen de los hechos, y del
resultado del proceso, me es forsozo examinar
las leyes que se aplicaron, y para ello os rue-
go, honorables representantes, que continuéis
prestándome vuestra atención. Nunca ella pue-
de ser inútil para el pueblo colombiano. Qui-
zá de este memorial depende que ninguno
otro hombre nacido en esta tierra ilustre su-
fra las violencias y persecuciones que yo he
108 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sufrido. Quiera el cielo haber decretado que


yo sea para siempre la última víctima de la
venganza, de la arbitrariedad y de las facul-
tades dictatoriales. La sentencia ha hecho
aplicación de tres leyes, a saber: de la orde-
nanza general del ejército, de un decreto del
poder ejecutivo, expedido en 1826, prohibien-
do las reuniones clandestinas, y de otro de-
creto del mismo poder ejecutivo, llamado vul-
garmente de conspiradores. Debo confesar mi
asombro de no ver aplicadas también las le-
yes de Partida, las de Castilla y de Indias, en .
todo lo concerniente a delitos de lesa majes-
tad, alta traición, asonada, sedición o motín.
La ordenanza general del ejército y el famo-
so decreto de conspiradores están en oposición.
La primera exije un consejo de guerra de ge-
nerales y una porción de fórmulas para juz-
gar un militar; el segundo no reconoce fórmu-
la alguna, ni más de un juez para juzgar los
delItos de conspiración. La primera señala pe-
na capital a los que emprendieren cualquier
sedición, conjuración, o indujeren a cometer
estos delitos, o que sabiéndolo no los denun-
ciaren; el segundo no tiene tal pena contra los
que saben la existencia de una conjuración.
Así, pues, la ordenanza general del ejército
fue buena para condenarme a la última pena
como militar, pero no 10 fue para juzgarme
según las fórmulas que ella establece. El de-
F. DE P. SANTANDER SU DEFENSA 109

creto de conspiradores fue aparente para juz-


garme sin fórmula, pero no para aplicarme la
pena de destierro a que únicamente podía es-
tar sujeto, no siendo yo agente ni cómplice
de la conspiración. Con estas dos leyes se hi·
zo un juego escandaloso, tomándose de ellas
solamente
__ L '
10 que l_L!_
podía r perjudicarme-r y ~ des-1
o o_ou_

\::l,¡IlallUU l,¡Ualll.V UI;:;Ula la VUl 1::\.1::11111;:;. 1 UIUU>:>I:: 1::1

decreto de conspiradores sólo para enjuiciar


y líbertarse de emplear las fórmulas protecto-
ras, que habrían arrancado la víctima de las
manos enemigas, pero se prescindió de él al
tratarse de la aplicación de la pena. Es in-
creíble este procedimiento, y lo es todavía más
cuando se observe que un decreto del Liber-
tador presidente, expedido pocos días antes
de la conspiración del 25, había declarado que
la ordenanza general del ejército sería en lo
sucesivo la única ley para juzgar los delitos
de los militares, Quedó, por tanto, abolido pa-
ra los que pertenecíamos al ejército el decre-
to de conspiradores y no se debió, por consi-
guiente, traer a cuenta semejante disposición.
Quiero corroborar todavía más y más la
irregularidad escandalosa de juzgarme por tal
decreto. El fue expedido en febrero de 1828
por el poder ejecutivo en consecuencia de la
agitación política de Venezuela y extendido a
toda Colombia después del movimiento de
Cartagena en los primeros días de marzo. En
110 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

aquella época existía todavía la constitución


de 1821, como que de ella tomó el poder eje-
cutivo las facultades extraordinarias para ex-
pedido, y cabalmente el objeto único que tu-
vo en mira fue el de conservar la misma cons-
titución y las autoridades que emanaban de
ella. El decreto ha dictado penas para casti-
gar la rebelión contra las instituciones y las
autoridades constitucionales, tratando por este
medio el gobierno de llenar el deber de man-
tener el orden público establecido por el códi-
go colombiano. Y es este mismo decreto el
que ha servido, después de abolida la consti-
tución, para juzgar y castigar a los que pre-
tendían restablecerla atacando un régimen po-
lítico de que ella jamás pudo haber hecho
mención. Monstruosidad tan disforme debe
irritar al hombre menos sensible, y mucho
más si fijando su atención en la historia de
las agitaciones de Colombia, ve todas las per-
turbaciones y motines que se han ejecutado
impunemente desde 1828 para destruir el có-
digo fundamental y derribar las autoridades
constitucionales, a despecho del decreto de
conspiradores y del que prohibió las reuniones
elandestinas.
Para reprimir y castigar las tumultuarias
reuniones de militares y de pueblos que des-
truyeron nuestras instituciones, no se hizo al-
to en que existía una ley que las prohibía y
F. DE P. SANTANDER - Sú DEFENSA 111

las condenaba; por el contrario, atacar las au-


toridades constituídas y las leyes se miró co-
mo una acción de grande patriotismo. Al
comparar esta conducta en aquella época con
los juicios dictados en octubre y noviembre
de 1828, debe repetirse la observación del pi-
rata a Alejandro: «Porque recorro los mares
con un buque soy digno de muerte: tú que
recorres el mundo con un ejército, pillándolo
y vejándolo, eres héroe».
La historia imparcial tendrá, por otra par-
te, el cuidado de declarar este contraste y de-
cir por qué razón no se aplicó el decreto de
conspiradores a los que lo infringieron, reu-
niéndose ilegalmente para trastornar y des-
truir las leyes constitucionales y crear una
dictadura; y por qué se juzgó por él con tan-
ta severidad a los que trataron de atacar un
régimen de arbitrariedad introducido por la
intriga y la violencia.
El artículo de la ordenanza del ejército pu-
do servir para condenarme si yo hubiera em-
prendido alguna sedición o rebelión o si yo
hubiera sabido positivamente que iba a eje-
cutarse: pero no estando justificado que diri-
giera o aconsejara la conjuración del 25 de
septiembre, ni que hubiera sabido ciertamen-
te que estaba pronta a ejecutarse, la fuerza
del artículo penal disminuye considerablemen-
te. La pena capital prefijada en el decreto de
112 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

conspiradores no se señala sino a los autores


de conspiraciones, y yo no he resultado ha-
berlo sido de la que produjo mi proceso y mi
condenación. En fin, el decreto del año de
1826, que prohibe las reuniones clandestinas,
menos puede comprenderme, porque no ha re-
sultado que yo asistiera a ninguna de ellas,
ni que se reunieran por mi autoridad o con-
sejo. De todo lo cual deduzco que la aplica-
ción de las tres referidas leyes, además de ha-
ber sido arbitraria y monstruosa, ha sido vio-
lenta e injusta. Basta leerla sin prevención
para convenir en esta triste verdad, y basta
recorrer el proceso y fiiarse en las razones que
llevo expuestas para persuadirse de que no
sólo se han supuesto cargos que no resul ta-
ran contra mí; se han tergiversado las decla-
raciones de los testigos, y se ha omitido ha·
cer méritos de los descargos que presenté, sino
que se echó mano de leyes diversas para proce-
der y condenarme, de leyes derogadas y en des-
uso, de leyes extemporáneas cuyo literal sen-
tido se forzó violentamente para satisfacer los
deseos de despojarme de todo lo que la patria
me había dado por mis servicios, para después
encerrarme siete meses en una fortaleza rigurosa-
mente tratado, y al fin expatriarme indefinida-
mente. ¿Puede negarse a vistade este cuadro que
la sentencia pronunciada contra mí honra los
anales criminales de los Jefferies y Sámanos?
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 113

¿ Será temeridad asegurar que en el juicio pro-


nunciado contra mí no han obrado sino el re-
sentimiento, la venganza o la rivalidad? La
atrocidad del procedimiento es más grande que
el mismo delito que se supone haber yo come-
tido. Nunca podrá ponerse en paralelo y mu-
cho menos disculparse una manera tBn inir.I1R
de proceder. La historia ha vituperado al sal-
vador de Roma 'la muerte de los conjurados
de Catilina, privándolos del derecho de apelar
al pueblo, no obstante que recibiera del sena-
do romano la facultad de castigados por vías
extraordinarias; ¿cómo no vituperar la conde-
nación de unos ciudadanos a quienes se ha
privado en la república de Colombia de todos
los medios de defenderse?
¿ Y esta es la sentencia que los cuatro mi-
nistros del consejo de gobierno calificaron de
justa en su dictamen 7 Si Morilla los hubiera
juzgado a ellos en 1816 como mis compatrio-
tas me juzgaron en 1828 sin permitírseme de-
fensa, sin carear todos los testigos, sin dejar
hablar la verdad, a buen seguro que los se-
ñores del consejo de ministros no hubieran po-
dido llegar al estado de juzgar de mi suerte
con tan poca firmeza e integridad. En los días
de Tiberio no faltó un magistrado recto que
se atreviera a hablar la verdad al tirano v
reprimiera su arbitrariedad; en los infausto"s
días de la dictadura del Libertador de Colom-
114 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

bia, no hubo entre los suyos quien arriesgara


una palabra justa para detener la venganza
exterminadora.
Prescindo de discurrir sobre la monstruosa
desigualdad a que se me ha sujetado en la
sentencia con los verdaderos autores de la
conspiración. El mundo culto ha reprobado
las leyes absurdas que castigan con pena igual
delitos o faltas diferentes. Yo, que lejos de
haber contribuído a fomentar y ejecutar la
conspiración del 25 de septiembre y a clavar
el puñal en los guardianes del dictador, me
opuse al proyecto e ignoré su tiempo y la ho-
ra de su ejecución, he sido tratado de la mis-
ma manera que los que formaron el plan, le
ganaron prosélitos y lo ejecutaron. Prescindo,
repito, de discutir en la materia y paso a
examinar las facultades que tuviese el gobier-
no para proceder de un modo tan arbitrario.
Los partidarios del régimen dictatorial sos-
tienen que todos esos juicios en que en lu-
gar de sujetarse el tribunal a las fórmulas
protectoras de la vida y del honor del ciuda-
dano, ha procedido violentamente, están auto-
rizados por el uso de facultades extraordina-
rias e ilimitadas conferidas al Libertador pre-
sidente en 1828. Yo no puedo convenir en tan
pavoroso principio destructor del orden social.
Enhorabuena que los estados, en ciertas y
muy críticas circunstancias, puedan investir a
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 115

un magistrado de toda la autoridad necesaria


para salvarse de grandes e inminentes peligros.
Enhorabuena también que las repúblicas sus-
pendan el imperio de las leyes ordinarias para
salir del riesgo positivo de perder su existen-
cia política. Pero yo niego al pueblo, cual-
quiera que sea. la facultad de investir a per-
S0113 alguna del derecho de Ji:sponer arbitra-
riamente de la vida y del honor de los asocia-
dos. Quiero conceder en gracia de los partida-
rios de la dictadura, que Calambia en 1828
estaba en absaluta necesidad de crear esa tre-
menda autaridad, saludable en otro tiempo. en
las manas de S. E. el general Balívar; que no.
existiera la constitución, que las medias em-
pleados para inducir al puebla y conferirle el
pader absaluto hubiesen sido. legales y legíti-
mos, y que el puebla hubiese padida reunirse
y deliberar en asuntos tan graves sin ningu-
na previa discusión ni urgencia. Tada la quie-
ro supaner, a gusta de los adversarias del ré-
gimen canstitucianal; tadavía, sin embargo,
asienta que el juzgar a un hombre sin fórmu-
la alguna hasta privarle del derecho de defen-
derse, y condenarle a la última pena, no. ha
padido. estar en la esfera de las facultades ex-
traardinarias del presidente de la república, y
par consiguiente ha abusado enormemente de
la can fianza de sus conciudadanas.
Siendo. el objeto con que las hambres se
116 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

reunen en sociedad el de proteger sus perso-


nas, sus propiedades, sus opiniones y su ho-
nor, el gobierno que mirara con desprecio es-
te deber faltaría absolutamente a su obieto y
debería ser considerado como tiránico, aunque
hubiese sido establecido por la voluntad de
todos. Cada sociedad es un ser colectivo de
individuos en el cual ninguno tiene el derecho
de cometer un crimen por su propia conserva-
ción. ¿Con qué sofisma, pregunta el aca-
démico Jouay, pudiera, pretenderse probar,
que el todo de la sociedad poseía lo que
no posee ninguna de sus partes? Si todo el
cuerpo social no tiene derecho de asegurar
su conservación a costa de un crimen, ¿cómo
podrá transferirse este derecho a los magistra-
dos? El gobierno, cualquiera que sea, tiene de-
recho de castigar a los culpables y de indagar
escrupulosamente quiénes son los que han co-
metido el crimen; pero el acusado también tie-
ne por su parte el derecho de que se le oigan
libremente sus descargos, de que se le admi-
tan sus pruebas y de que no se les castigue
injusta ni violentamente. En mi caso pudie-
ron a lo más haber disminuído el tiempo or-
dinario de proceder, aligerado las fórmulas,
arrestado sin necesidad de pruebas, supervigi-
lándome, y todo lo demás que contribuyera a
preservar la república de ser turbada por mi
influencia o complicidad en la conjuración; pe-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 117

ro nunca hacer alterar, la verdad, privar-


me del ejercicio del derecho natural, jamás tole-
rar que se cometieran crímenes para declararme
culpable. Ningún colombiano tenía entonces ni
tendrá en lo sucesivo este derecho. La repú-
blica carecía de él; ¿cómo, pues, se pretende
que haya podido delegarlo al presidente del
estado '1
Estos principios, que algunos llamarán ideo-
logía para burlarse de las garantías individua-
les, han reglado siempre mi conducta. Dos
veces expedí un decreto de conspiradores du-
rante mi gobierno; el primero en 1823, a tiem-
po que Morales tomó posesión de Maracaibo;
el segundo en 1825 con acuerdo y consetimien-
to del congreso en ocasión de un motín sedi-
cioso contra la independencia en un pueblo de
la provincia de Caracas. En ninguno alteré
las fórmulas substanciales de proceder, en nin-
guno me atribuí la facultad de aprobar o re-
formar las sentencias; en todo me incliné an-
te el sagrado deber de oír a los acusados y
de respetar la verdad dejando obrar libremen-
te a los tribunales.
La dictadura de 1828, ignominia del pueblo
colombiano, que yo quisiera hacer olvidar a
costa de mi sangre, en honor de mi patria,
fue más lejos de lo que debiera haber llegado
por decoro del país. Roma no tuvo jamás un
poder semejante, aun cuando el pueblo roma-
118 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

no por sus mismas leyes había autorizado la


creación de esa autoridad. Dictadura indefini-
da, que no respeta cosas ni personas, a la cual
todo está sujeto, 10 sagrado y lo profano, el
derecho natural y el positivo, la vida y el
honor de los colombianos, los pensamientos y
los desahogos de la amistad, no hubiera sido
nunca establecida en la patria de Cincinato
ni los romanos habrían abdicado ilimitadamen-
te sus derechos y su soberanía en persona al-
guna, fuera cual hubiese sido su virtud y su
amor a la justicia. Reservábase a los colom-
bianos suministrar a la historia el escándalo
de un pueblo que, habiendo combatido por la
libertad y gozado por seis años de institucio-
nes liberales y del ejercicio de sus derechos,
se deja seducir y guiar por senderos tortuo-
sos a encorvar su cuello bajo una autoridad
absoluta que, sin prooucirle un solo bien, le
ha acarreado desgracias incontables.
La sangre derramada en los días de la dic-
tadura, el luto de las familias, el encarniza-
miento de los partidos, la desunión del estado,
el ultraje de las leyes, la relajación de la mo-
ral, el descrédito de la nación, la guerra civil,
son males que Colombia llorará perpetuamen-
te. Se creyó que el violento despojo de la vice-
presidencia que yo ejercía por voluntad de la
nación, restablecería la paz interior y colmaría
de bienes a Colombia; se cohonestaron mis
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 119

persecuciones con la necesidad de mantener la


unión y la integridad nacional: se pensó que
mi destierro de la patria acallaría para siem-
pre la voz dG los oprimidos y dejaría que ellos
sufrieran contentos la pérdida de sus leyes y
de sus garantías; se esperó, en fin, que el éxi-
to podría. justificar
1__ 1_,,! 1
los inicuos
1_ .__ ~ .__~.•..
medios que se
,.....~1 ~_ t....: ...........•.•
II<:1UI<:111 I;;Ul}-'ll;;<:1UU }-'al<:1 \{UILal a ,"-,VIV1l1UIQ ;'u
constitución y su gobierno constitucional. ¡Qué
falaces son los cálculos del orgullo! Colombia
nunca ha estado tan agitada como después
del establecimiento de la dictadura; nunca han
aparecido tantas insurrecciones patrióticas co-
mo después de mi ostracismo; nunca ha estado
tan expuesta a la guerra civil como en estos
Últimos tiempos, y nunca hubo menos esperan-
za de conservar la integridad nacional que en
la época presente. Y si siquiera el despotismo
dictatorial hubiera tenido algún brillo; si si-
quiera conservara Colombia el honor que ad·
quiriera por sus heroicos esfuerzos en fundar
un gobierno liberal; pero desgraciadamente se
ha visto sustituir un· régimen militar a una
constitución liberal legítimamente sancionada
por la nación, destruídas las garantías indivi-
duales, ultrajados los principios de derecho po-
lítico, desnaturalizado el derecho representati-
vo, administrada la justicia por comisiones es-
peciales, violadas las formas protectoras del
hombre, suprimida la libertad de imprenta,
120 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sancionado el perj urio, establecidos la delación


yel espionaje, guerras emprendidas para vengar
ofensas personales, patriotas venerables deste-
rrados o destituídos, batallones disponiendo de
la suerte de! pueblo, el patriotismo insultado,
la adulación convertida en único servicio ...
No quiero continuar trazando la deshonra de
mi patria.
En fin, a despecho de una sentencia tan
inicua, yo vivo por ocultos juicios de la Pro-
videncia que sugirió al general Bolívar e! de-
ber de no consumar mi asesinato judicial. El
general Bolívar ha sido clemente, y sin dete-
nerme a indagar el móvil de su procedimien-
to, mi gratitud no será menos sincera, ni yo
negaré a S. E. el mérito de haber ahorrado a
la patria un grave crimen.
Mi antiguo respeto hacia el Libertador, el
convencimiento íntimo de sus importantes ser-
vicios y e! recuerdo de las relaciones que un
día existían entre los dos, me hacen desear
que S. E. hubiera sido antes justo que cle-
mente. Justo debió haber sido franqueándome
todos los medios de defensa, abriéndome e!
santuario de la ley para poder llegar a justi-
ficarme libremente, nombrando jueces impar-
ciales e impidiendo que se aplicaran leyes con-
trarias entre sí. Un procedimiento tan franco
para con una persona que suponía ser su ene-
migo o su rival, de quien tenía quejas reales
o imaginarias, habría sido eminentemente
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 121

honroso al general Bolívar, y si realmente hu-


biera resultado culpable, su clemencia enton-
ces hubiera realzado el triunfo de sus pasiones
y me habría impuesto eterno silencio.
Si: la justicia en tales circunstancias no sólo
habría sido un deber sino una acción heroica.
Vencer sin recursos y rodeado de obstáculos
a los enemilIOS de su oatria. no cle~e<:;np.nlr i::!-
L

más del triunfo de su causa, salvar ~;';--o~ís


-

entero de la servidumbre, hacer arbolar la ban-


dera tricolor en una inmensa extensión de te-
rritorio, son ciertamente acciones brillantes y
gloriosas, pero que otros las han ejecutado
o que pueden reproducirse. Pero vencer la pa-
sión de la venganza, sofocar el resentimiento
y el encono, ser justo pudiendo ser arbitrario,
es un triunfo sólo de la virtud, y tan singular
y tan glorioso y tan sublime que la historia
ha reservado su página más bella a la mag-
nánima generosidad de Augusto.
He concluído, honorables representantes; el
deber que me impone el honor de hacer noto-
ria la injusticia con que he sido perseguido
sólo porque no quise ser instrumento de la
servidumbre de mi patria. Las -persecuciones
que he sufrido me honran delante del mundo
liberal, y algún día la patria, libre de la in-
fluencia de las pasiones, honrará también mi
nombre. Colombia al fin levantará su voz
para juzgar su causa y calificará los servicios
patrióticos y desinteresados de sus hijos. No
)22 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

está lejos ese día; pocos años han corrido aquí


desde que el imperio y las restauraciones ha-
bían ahogado los principios de libertad y ca-
lumniado a los patriarcas de las ideas libera-
les, y ya la Francia, enarbolando su símbolo
de gloria, tributa los debidos homenajes a la
firmeza, rectitud y persecuciones de los fun-
dadores de la libertad. ¿Por qué no ha de
llegar para Colombia la época en que se le-
vanten altares donde Piar, P adilla, Córdoba,
Guerra, Zuláibar, Azuero, Silva, han derrama-
do su sangre bajo la espada de la tiranía, y
se condene al desprecio la memoria de los que
traficando con sus·deberes y violando sus pro-
mesas prestaron sus luces. sus brazos y sus
servicios para derribar el edificio a costa de
esfuerzos tan heroicos? Sí: llegará ese tiempo
de vergiienza para los abyectos de gloria y de
honor para los que posponiendo sus intereses,
su reposo, su fortuna y hasta su vida a las
libertades colombianas, fueron víctimas del
espíritu de partido, de la envidia, de la am-
bición y de la venganza. Entretanto, yo, que
tengo la gloria de contartne en el número de
las víctimas sacrificadas al poder dictatorial,
viviré en tierra extraña, pero tranquilo al con-
siderar que todos los honores y las riquezas
del mundo no son tan valiosas como el con-
suelo de vivir sin un remordimiento.

París, 4 de julio de 1830.


JULIO ARBOLEDA

DISCURSO COMO PRESIDENTE DEL


CONGRESO AL DAR POSES ION DE LA
PRESIDENCIA AL DOCTOR M. M. MA-
LLARINO
Señor presidente:
Habéis prometido servir a la república. Dios
y el honor acaban de ser invocados por vos
como testigos de este acto solemne. Yo no me
disimulo, ni quiero disimularas, lo dífícil de
las circunstancias, ni la enormidad del peso
. con que graváis vuestros hombros; y a nom-
bre de esta augusta asamblea, que tengo el
alto honor de presidir, y que representa dig-
namente a la nación granadina, acepto a un
tiempo el sacrificio del hombre y el juramen-
to del magistrado.
Espero, porque os conozco, que vuestras fuer-
zas sean adecuadas a la carga, y felicito a la
Nueva Granada, que se entrega en vuestras
manos como una virgen a quien el piloto inex-
perto entregó a las ondas, y logra ganar la
playa, maltratada pero pura, herida y exhaus-
ta, pero más digna e interesante en el traje
de la desgracia que en las galas de la prospe-'
ridad.
De esta joya de nuestro continente os hace
depositario, más que el sufragio nacional, la
126 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

Providencia, que os ha traído como por la


mano, de acontecimiento en acontecimiento
poniendo los crímenes, la guerra, los errores
del magistrado, el heroísmo de los ciudadanos,
el celo de los representantes y la prudencia
del senado, a abrir y allanar el camino por
donde habéis pasado de la vida privada al
solio: al solio vacante hoy por la desconfianza
del pueblo cuyo brazo le alcanza también cuan-
do sospecha que su púrpura cubre a los ene~
migas de libertad.
¡Raras vicisitudes las del mundo, señor pre-
sidente! Pocas vueltas ha dado el sol desde el
día triste en que, desterrados y afligidos, nos
apretábamos las manos, y suspirábamos por
las playas verdes de la Nueva Granada, tendi~
dos ambos y cavilando sobre los arenales tos-
tados y estériles de un país extraño. Hoy me
¿I • i •.•• l'
toca a mI preSIdIr la prImera y mas respeta-
ble corporación de mi patria, y señalaros a
vos, vacía, para que subáis a ocuparla, la si·
Ha de la primera magistratura .... Pero que
no os alucine este relámpago de dicha (si
dicha puede llamarse) que en es nación valien-
te y orgullosa, tan fácil es pasar del destierro
al solio, como del solio a la barra del senado.
La fortuna ha hecho girar su rueda capri-
chosa con una rapidez sorprendente, como pa-
ra lo efímero, acá en la tierra, de los triunfos,
de la vanagloria, y hasta de la misma desgra-
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 127

cia, y para enseñaras que, si son indignos de


un ánimo elevado el abatimiento y la humi-
llación en los tiempos adversos, no 10 son
menos el orgullo y la injusticia en las épocas
breves y excepcionales de nuestra prosperidad.
No nos engañemos, pues: que poco hay es-
table en el mundo: los acontecimientos de hoy
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pellados del mar borran la estela de la nave


que surca las ondas. Los actos del justo son
sólo eternos, porque cuando la memoria y la
gratitud de los hombres les niegan su asilo, la
Divinidad los acoje, los guarda y conserva.
Sed, pues, justo ante todas las cosas: recor-
dad que es mayor el mérito de serio con los
enemigos que con los amigos, para que cum-
pláis mejor con el precepto impuesto por la
Providencia a aquéllos que .elige, no para je-
fes caprichosos, sino para servidores fieles y
solícitos de sus pueblos; y por último, no as-
piréis tanto a obtener los aplausos del vulgo,
como a merecer los elogios de los sabios.
Ha sido y es en efecto demasiado común en
nuestra América cortejar la popularidad, aun
a costa de la justicia; preferir los ¡evoés! LU-
multuarios gritados para Nerón por la muche-
dumbre, a los elogios sombríos tributados a
Trajano por la filosofía; pera aquella popula-
ridad efímera que se adquiere con lisonjear
las pasiones y dejar impunes los delitos, es,
128 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

en el hombre público una prerrogativa tan es-


téril como degradante ;-edificio sin base, que
se desmorona y cae tan pronto como la are-
na movediza sobre que fue construído es em-
pujada por el primer viento; rótulo de gloria
escrito sobre pizarra frágil, que borra y hace
olvidar el contacto casual de cualquier objeto
liviano ;-planta, en fin, de vanidad, que si
puede dar algún momento de satisfacción in-
completa, no deja por toda cosecha sino
amargo zumo y espinas.
Nerón fue por algún tiempo el ídolo del
vulgo a quien adulaba y divertía, porque co-
nocía su inferioridad; y el terror de los sabios
y de los justos, cuyo mérito le estremecía co-
mo un implacable remordimiento: nadie fue
quizá más popular entre la plebe de Roma;
pero, entre los tiranos, es decir, entre los ene-
migos de la ciencia y de la propiedad (que es
lo que constituye al tirano, porque la tiranía
es la envidia erigida en autoridad); entre los
tiranos, nadie ha logrado dejar un nombre más
incontestablemente execrado en todos los cli-
mas y por todas las generaciones. Tales son
las consecuencias de aquel remedo de popula-
ridad que nace, no de un gran bien ejecutado,
sino del egoísmo infame que excita las pasio-
nes malévolas del vulgo ignorante, y sacrifica
a unos pocos vivas y aplausos pasajeros, la di-
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 129
cha de todo un pueblo y la honra, en p,l por-
venir, hasta del propió nombre.
Sí, señor vicepresidente: un bien, por pe-
queño que sea,· ejecutado con energía y cons-
tancia imperturbables, tiene siempre su méri-
to a los ojos de la humanidad; pero el oropel
de la falsa gloria, ganado con la excitación y
el desenfreno de las pasiones, por seductor que
parezca a los ojos de los necios, no produce si-
no infamia a los que le buscan y aceptan y
dolor para los pueblos que, por desgracia, se
entregan a aquellos monstruos de estupidez y
depravaci6n. ,¡
El respeto' por la virtud, la ciencia y la pro-
piedad, y el odio cordial y sincero del vicio,
son los caracteres que distinguen los ánimos
verdaderamente ilustrados y liberales. El cul-
tivo y desarrollo de la propiedad, la ciencia y
la virtud, fuentes puras e inagotables de feli-
cidad para el hombre, tomado individual y
colectivamente, ese cultivo, digo, es el cimien-
to en que han de basar el edificio de su glo-
ria los magistrados inteligentes; y no con pro-
mesas estériles y vanos discursos, sino con he-
chos palpables y resultados sensibles.
En este siglo y en este país, donde hemos
sufrido tantos y tan caros desengaños, hemos
llegado a desconfiar con razón sobrada de los
vocablos de moda: ya temblamos casi al soni-
do, antes grato y armonioso, de la palabra
130 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

LIBERTAD. Esta voz mágica, cuyo signifi-


cado real es el imperio completo de la seguri-
dad, basado en el cumplimiento de leyes claras
y fijas, cuyo influjo bienhechor se sienta des-
de la choza del labriego hasta el palacio del
poderoso; esta voz consoladora ha sido más
de una vez invocada entre nosotros, como la
divinidad del exterminio, para poner la repú-
blica a saco, entregando el honor y la propie-
dad de las familias a muchedumbres desenfre-
nadas, y erigiendo-sí, señor, es preciso decir-
lo-erigiendo el vicio y el crimen en cualida-
des que daban derecho a la magistratura ....
¿ Cómo no hemos de estremecemos j oh santa·
libertad! al escuchar tu nombre? Has sido pro-
fanada por labios tan impuros, has servido
de pasaporte a hombres tan bajos y tan viles,
has convertido tantos jardines en yermos, tan-
tos edificios en escombros, has hecho derramar
tanta sangre y tan inocente, que cuando oímos
a alguno que te invoca, nos empinamos na-
turalmente para columbrar la dictadura, que
viene de seguro atrás del pregonero con su
inevitable cortejo de crímenes, de violencias y
calamidades!
Todo anda trocado entre nosotros: el desor-·
den ha pasado del mundo físico al mundo mo-
ral. La extraña confusión que se nota en el
uso de las voces más conocidas, no es sino
la consecuencia indispensable de la confusión
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 131

en las ideas. LIámase libertad la ausencia de


la seguridad; el sosiego interno, fuente fecun-
da y pura de industria y de riqueza, se ape-
llida retroceso; el castigo legal de los delitos.
que pone a salva la vida y la propiedad de
los granadinos, se califica de humanidad; y
argúyese de progreso la anarquía de la con-
ciencia, de la legislación y de la familia. Y
siempre están las palabras en contradicción
con los 'hechos; y los labios son siempre dis-
fraz para el corazón.
Pero ya lo he dicho: la \ nación entera está
hastiada con las palabras y busca resultados.
¡lIoEnvano ostentará el magistrado su liberali-
dad con frases galanas de mentida filantropía;
que si deja atacar nuestra persona, o· violar
nuestra propiedad, o destruir nuestras escue-
las y universidades; si permite que el honor
de nuestras esposas y nuestras hijas esté a la
disposición de foraj idos estúpidos; si perdona,
o no persigue, a los delicuentes; por más que
hable y arguya, diremos, que su liberalidad es
la cosa más idéntica que hay en el mundo a
la tiranía, y nos darán fuertes y justas ten-
taciones de cambiar nuestra libertad bastarda
e insoportable, por cualquiera especie de ser-
vidumbre menos onerosa y degradante. ~
Ni se empeñen los gobernantes en persua-
dimos de que estiman y respetan la virtud;
pues si buscan asesinos para directores de la
132 BffiLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

fuerza pública; o adúlteros para encargarles


funciones de gobierno y policía; o ladrones y
jugadores para que administren los caudales
de la nación, por más que disFurran, protesten
y juren, antes merecerán el título de jefes de
bandoleros, que el de magistrados legales de
una nación cristiana y civilizada.
Ni pretendan engañamos con protestas de
equidad y justicia; pues si~en lugar de buscar
el mérito y la aptitud para que sirvan a la
república, corren en pos de los que adulan hoy,
o de los que les dieron un voto ayer, para
premiarlos con los tesoros del estado, diremos
que esos magistrados infieles se quieren más
a sí mismos que a la nación; y lejos de apre-
ciar sus frases mentirosas, detestaremos a un
tiempo en ellos, la corrupción que hace el mal
y la hipocresía que le disfraza.
No quiera, en fin, persuadimos de que ama
a su patria el hombre que, en lugar de con-
servar paz y armonía con sus vecinos, entra,
prevalido de su posición o de su influjo, en
proyectos ambiciosos, que siembren la descon-
fianza entre los pueblos limítrofes y engendren
la guerra, y arruinen la sociedad; que el ho-
nor sólo es preferible a la paz, y un hombre
semejante no será, ni podrá ser jamás, el bien-
hechor, sino el azote del pueblo que haya te-
nido la desgracia de escucharle.
Hé aquí un resumen general de mis deseos:"
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 138

1.o Sosiego interno, basado en la rígida ob-


servancia de las leyes, en el respeto escrupu-
loso de la propiedad, y en el castigo pronto e
inexorable de los delicuentes;
2. o Paz con nuestros vecinos, fundada en la
justicia de nuestros procedimientos, y en el
respeto perfecto de su propiedad, a exigir el
cuai tienen tanto derecho las naciones como
los individuos;
3.o Exclusión de las personas de malas cos-
tumbres de todos los puestos públicos, sea
cual fuere el color político a que pertenezcan,
y llamamiento a los mismos puestos de los
. hombres de bien de todos los partidos que
tengan aptitudes para desempeñarlos.
No me detendré, porque sería cansado e
importuno, en la explicación de pormenores.
Las tres grandes facciones de este progra-
ma se reducen a asegurar, por una parte, la
paz en el exterior y el sosiego en el interior
para fomentar la industria existente, y atraer
nuevos capitales al país; y, por otra parte, a
llamar todas las virtudes y todas las inteli-
gencias al servicio de la república.
Impedir que una sensibilidad bastarda, el te-
mor pueril, el cálculo egoísta, dejen impunes a
los victimarios sin hacer caso de las víctimas;
hacer lo posible para que la .sociedad no se
precipite en nuevos y funestos desórdenes que
la degraden y aniquilen, nos obliga a ser se-
134 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

veros con los delincuentes. La certidumbre del


castigo legal salva a los pueblos: la esperanza
de la impunidad perjudica a los mismos cri-
minales. Ella cierra las puertas del castigo,
abre las del delito.
El magistrado que no escarmienta a los
malhechores teme o espera algo de ellos. En
el primer caso es débil y merece el desprecio;
en el segundo es, ha sido o quiere ser, cóm-
plice del delito, y merece el odio de la nación
cuyas esperanzas burla y cuya dignidad ofende.
Tratar de que el gobierno, cuyo ejemplo es
tanto más conspicuo, no premie jamás las ma-
las costumbres, llamando a los puestos públi-
cos a hombres de dudosa o mala reputación,
es otro de los importantes objetos que debe-
mos tener en mira.
No sé si me engañe el natural afecto que
tiene el hombre al país de su nacimiento; pe-
ro me parece que el dedo del destino señala
a la Nueva Granada una carrera larga, prós-
pera y brillante: con su admirable posición
central en medio de dos océanos inmensos que
conducen al oriente el uno, y al occidente el
otro; con sus costas curvas, y ricas de bahías
sobre ambos mares; con sus selvas seculares
y pródigas en maderas de construcción; con
sus deltas entrelazados sobre una extensión
inmensa de la costa del Pacífico; con sus ríos
largos y mansos, y con la riqueza y fertilidad
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 135

fabulosa de su suelo, el ingenio e indisputable


valor de sus hijos pacientes y gallardos, la ha-
rían grande por las armas, si este fuese el si-
glo de la guerra. Pero este tiempo ha pasado
ya. La humanidad entera se encamina a la
paz. El aspecto de nuestro sosiego, la fama de
nuestra libertad y ventura, el ruido de las
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po de la industria, del comercio y de las cien-


cias, contribuirán más eficazmente al engrade-
cimiento de la república que la intervención
quijotesca en los negocios de nuestros vecinos.
Dej emos que se gobiernen como quieran: es-
tán en su derecho. No. concitemos los odios,
asegurémonos en cuanto podamos el afecto y
respeto de las demás naciones y gobiernos
del continente ....
La humanidad entera, decía, se encamina a
la paz: los medios de locomoción se multipli-
can y facilitan: las distancias se acortan: la
correspondencia y las relaciones entre los pue-
blos diversos se aumentan y aceleran en pro-
gresi6n asombrosa: las lenguas mismas, des-
pués de haberse dado la mano por medio de
las conquistas en las ciencias, que tienen un
lenguaje común, tienden a confundirse, gracias
a las exigentes necesidades del comercio, pres-
tándose palabras, modismos, frases enteras.
Bajo de este punto de vista la América va
adelante de los demás continentes. Nuestra
136 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

lengua sonora y majestuosa ha penetrado has-


ta el corazón de la gran república del Norte,
y el inglés lacónico y expresivo ya no es ex-
traño ni en las mesas altas de nuestros Andes:
el idioma del Brasil y el nuéstro son tan se-
mejantes, que hay pocos españoles que no
puedan leer a Camoens y pocos portugueses
que no entiendan a Garcilaso.
El movimiento activo del mundo, la facili-
dad creciente de las comunicaciones, la econo-
mía de los transportes, tienden, ora a equili-
brar los jornales, entre los individuos de una
misma nación v hacer entre ellos una distri-
bución más igual de la riqueza; ora a balan-
cear las ganancias de las industrias especiales
de los pueblos, haciendo más eficaces y más
útiles para todos, los poderes productivos de
las diversas porciones de la tierra, e introdu-
ciendo con la rapidez de los cambios, una di~
visión más completa en las operaciones de la
industria; no ya entre los individuos solamen-
te, sino entre las naciones, que al fin vendrán
a quedar en completa dependencia las unas
de las atras, y abolir la guerra, en toda la
extensión del globo que habitamos, como bár-
bara y contraria a las leyes que arreglan y
conservan nuestro bienestar y nuestra exis-
tencia.
La Providencia, siempre feliz en sus opera-
ciones, mientras los gobiernos y los sabios de
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 131

la tierra disputaban sobre los medios más efi-


caces de contener los progresos de la pobla-
ción y de la mendicidad, permite en su sabidu-
ría, que se descubran nuevos y sorprendentes
medios de locomoción, y después de haber pre-
parado así el camino, abre a los ojos atónitos
de Europa las entrañas de la tierra, que ocul-
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ma fácilmente hacia aquellas regiones desier-


tas, la población exuberante que afligía y de-
safiaba las inteligencias de los más insignes
economistas. El Pacífico, antes solitario, se pue-
bla de velas, y una considerable porción de
linaje humano, dejando en un extremo del
mundo, con sus parientes, su religión y su
lengua, un eslabón de la cadena destinada a
unir la humanidad, se lanza a los mares, y
los cruza en triunfo, transportando el otro es-
labón a la remota Polinesia. Y ¡oh admirable
concatenación de la industria humana, cuyos
efectos benéficos se sienten, ya' de uno, ya de
otro modo, en las regiones del globo al pare-
cer más diferentes y apartadas! Apenas se des·
cubren lbs ricos depósitos de oro en Califor-
nia y Australia, cuando todos los marineros
sienten crecer su capital; y todos los armado-
res se hallan más ricos que antes; y los car-
pinteros de ribera hacen fortuna; y los due-
ños de maderas en Noruega. y los de cáñamo
en Rusia y Polonia, y los de trigo en el ex-
138 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tremo sur de nuestra América, y los de hierro en


Suecia, y los de té en China, y millares y
millares más, todos sienten su situación bené-
ficamente afectada por el nuevo capital que
viene a animar la industria, y a aumentar el
cúmulo de la propiedad en el mundo. Y no
es ésta ni aquélla, ni la otra región la sola
beneficiada, que todas 10 son en algún gra-
do, por el 'flujo o el reflujo de la riqueza
nueva, que se extiende por la tierra buscan-
do la ganancia, como buscan los líquidos su
nivel por una ley física tan cierta como irre-
sistible.
Entre tanto los habitantes de nuestros va-
lles del Pacífico, sin saber lo que está pasan-
do en el mundo, continúan entregados, unos
al ocio, otros a los frecuentes y sangrientos
simulacros de la guerra; y aquéllos al desper-
tar de su natural indolencia, éstos, al dar
treguas a su bárbara tarea, se encuentran con
un capital doble del que poseían sin sa-
ber cómo ni por qué. El maná les llueve
del cielo como en otro tiempo al pueblo he-
breo, mientras ellos murmuran y se rebelan
contra las leyes de su Dios; y cuando talan
las sementeras, insultan las hiías e incendian
las casas de sus inofensivos vecinos, llevados
del furor que inspiran nuevas y absurdas doc-
trinas; cuando reniegan de los preceptos de
amor y de caridad impuestos por el Cristo a
JULIO ARBOLEDA DISCURSO 139

la raza humana; la Providencia les revela,


por medio de hechos claros y elocuentes,
lo torpe y nocivo de la envidia, y lo conve-
niente que es para el hombre desear y pro-
mover, para su bien propio, la dicha de sus
hermanos, por remotas y separadas que estén
las regiones' que habiten, y por incomprensi-
ble que parezca a primera vista ia benéfica
acción que eierce ]a prosperidad ajena sobre
nuestra prosperidad.
California llama a nuestras provincias del
Istmo una población cor.siderable: las nuevas
necesidades del tráfico exigen un costoso ca-
mino de hierro; el camino exige obreros y los
obreros y la población fija y transeúnte ar-
tículos. abundantes de su existencia. Entonces
Chiriquí halla, sin salir del Istmo, mercado
ventajoso y cercano .para efectos que antes en-
viaba al Chocó. El Cauca, libre de competen-
cia, se apodera exclusivamente de este mer-
cado y provee de víveres a nuestros mineros
del Pacífico. Los precios de varios productos
pecuniarios y agrícolas suben considerablemen-
te. Así, los nuevos capitales de California, la
riqueza del mundo que crece, viene a aumentar
la de muchos hombres que están ciegos de
furor en su propia tierra, destruyendo la ri-
queza, y rebelándose contra la propiedad. Las
mismas causas obran fenómenos igualmente be-
néficos en todo nuestro territorio. El aumento
140 BffiLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

de la riqueza en el mundo, aumenta el consumo


de artículos que antes no estaban al alcance
sino de unos pocos, y nuestro excelente taba-
co halla amplia salida: la necesidad de culti-
varle en mayor escala alza los precios de los
jornales de nuestros labriegos: el alza de los
jornales les da nuevos medios, y los nuevos
medios el deseo de satisfacer nuevas necesida-
des: los precios de infinitos efectos, propiedad
o producto de otras personas, suben en pro-
porción Y .... ¿pero qué imaginación bastará
para trazar y seguir en su curso intrincado y
vario los hilos de la industria, que se extien.
den sobre la tierra como una red inmensa de
alambres eléctricos, de tal modo alzados y co-
municados, que no es dable tocar uno de ellos
sin que el mal o el bien, la pérdida o la ga-
nancia, se hagan sentir más o menos intenSa-
mente en todos los ángulos de la tierra?
!Oh! cuando se piensa detenidamente en es-
tos fenómenos; cuando .se ve y se palpa que
no hay riqueza, ni ciencia, ni descubrimiento,
que no aumente en algo la felicidad de todos
los habitantes del globo; entonces se compren-
de aquella fraternidad que Dios ha querido
que haya entre. los hombres, fundada y soste-
nida por -el interés mutuo, hija de la indus-
tria que produce, del comercio que cambia,
de la virtud que ama y fomenta; entonces se
conoce cuán torpe es la envidia, cuán contra-
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 141

rio a nuestro bien el odio del bien ajeno. cuán


perjudicial para nuestra dicha el pesar de la
ajena felicidad!
y yo, señor, mientras más metido en estas
cuestiones, y mientras más me penetro de la
dificultad de dar a todas las criaturas racionales
la inteligencia e instrucción suficientes para que
,-."VV"Io_ •.•_ .....•....J .•.....•.••..•..•. = .....~_ 1_ ~ 4 _._ ••.• _ 1 ~ 1
'-'-'U'J:-" ,",UUQU ;y Q}'l ~"'11;.11 Id }JUll.t;I 1I.U:::ii:i ::;aOlUU·
ría de las leyes del cristianismo, más y más
me convenzo de la necesidad de la fe. Esta
es la virtud que ha civilizado al mundo. Si
]esucristo hubiera explicado los pasmosos re-
sultados de su doctrina, no habría habido un
solo sabio en su tiempo capaz de entender su
extraño lenguaje. El solo podía ver, en aque-
llas épocas bárbaras, a través de las tinieblas
del largo futuro lo que muy pocos alcanzan
a ver aún ahora, cuando sus preceptos han es-
tado por diez y nueve siglos modificando y
mejorando el género humano. Cuando El dijo
tened fe como un grano de mostaza y haréis
imposibles, impusó a la limitada inteligencia
del hombre la virtud única que, garantizan-
do la observancia de sus mandatos, pudiese
conducirle al término (oscuro todavía para
nosotros) de sus altos· e incomprensibles des-
tinos.
Yo no puedo concebir la prosperidad de un
pueblo republicano, de un pueblo cuyos ciu-
dadanos tengan todos parte en el gobierno, si
142 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

esos ciudadanos no son irresistiblemente impe-


lidos a la justicia por los preceptos de la fe.
Pocas palabras más y habré concluído.
La aflicción que ha sufrido la república a
consecuencia del crimen de abril, puede ser
útil para ella. Ese crimen separó la cizaña del
trigo que andaban confundidos. La sangre de
todos los buenos ha corrido mezclada, bajo el
mismo glorioso estandarte, en nuestras calles
y nuestros campos: cada partido coronó y ofre~
ció reverente su víctima en el común holo-
causto presentado al Dios de la concordia co-
mo expiación de sus antiguos errores y extra-
vías .... Por esa sangre noble y preciosa, con-
juremos a los granadinos a deponer sus re-
sentimientos en las aras de la justicia y de
la gloria nacional!
Sin embargo, puede ser, señor Vicepresiden-
te, que a pesar de la crisis favorable que ha
sufrido la repúblic.;a,después de largos y con-
vulsivos delirios, vuelva a aparecer en el cuer-
po político la fiebre que casi la ha aniquilado.
No faltan entre nosotros ambiciosos vulgares
a quienes, no pueda agradar la paz y el so-
siego porque son incompatibles con su exis-
tencia tempestuosa. Ellos espían el desorden,
como aquellas aves marinas que aguardan que
la borrasca turbe y encrespe las olas para bus-
car su sustento. Puede ser que seáis sorpren-
dido cuando menos lo esperéis. El arte de cons-
OLIO ARBOLEDA - DISCURSO 143

Jirar no es desconocido, por desgracia, entre


nosotros. Si así sucediere, contad con los hom-
bres de bien: todos tienen probado que saben
vencer por la ley y con la ley. Mas si tuvie-
reis que elegir entre el honor y la muerte, re-
cordad la confianza que el pueblo más libre
de Sur América ha hecho de vos: mostradle
que, en ia Nueva Gn:1úC::lJa, los iT1i:igistréidos
que no pueden gobernar, saben por lo menos
morir; dejad que vuestros amigos derramemos
lágrimas porque perdísteis la vida, pero no
porque perdísteis la honr~, y si no podéis dar-
nos paz, dejadnos siquiera honra y ejemplo.
INDICE

Págs.

Nariño, SantBnder, Arboleda , 5


Elocuencia:

Antonio Nariño:

Su defensa ante el Senado 21


F. de P. Santander:

Su defensa ante la Cámara 73


Julio Arboleda:

Discurso como Presidente del Congreso al


dar posesión de la presidencia al doctor Ma-
nuel María Mallarino 123
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOrvlBIA
----------------.

ANTONIO NARIÑO, ~.D~P.


~ANTAND~RY ~ULlO
ARgOL~DA
'.' BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

..
"

\~
'..J ANTONIO NARIÑO, ~. D~ P.·
~ANTAND~R Y JULIO
ARQOL~DA
SELECCION SAMPER ORTEGA DE

LITERATURA COLOMBIANA

PUBLICACIONES DEL
MINISTERIO DE EDUCACION NACIONAL

1936
Editorial Minerva, S. A.
NARIl~O, SANTANDER. ARBOLEDA

En los primeros días de la república se pro-


dujeron tres grandes piezas de oratoria parla-
mentaria: la defensa de Nariño, la de Santan-
der y el discurso con que don Julio Arboleda,
como presidente del Senado, dio posesión de
la presidencia de la república al vicepresidente
MaIlarino. Aunque la segunda de estas piezas,
la defensa de Santander, fue remitida del Ex-
terior a la Cámara, puede considerarse del
género oratorio, así por su forma cuanto por
haberse escrito para ser leída ante la corpora-
ción; y como Nariño, sU autor, y Arboleda,
son de las más salientes figuras políticas del
último siglo, nos pareció que el presente va-
lumen resultaría valioso, interesante y homo ...
géneb recogiendo en él estas tres piezas, tan
diferentes de las· que se estilan ogaño en los
congresos .
.El general Antonio Nariño, precursor de la
independencia, nació en Santafé en 1765 y
murió en la Villa de Leiva en 1823. Lospri -
6 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

meros treinta años de su vida se deslizaron


de la mejor manera que podía esperado un
criollo dentro de la administración colonial:
casó en 1785 con doña Magdalena Ortega:
desempeñó la alcaldía de la ciudad; tuvo gran-
des y prósperos negocios de comercio; fue te-
sorero de diezmos y encabezó un centro lite-
rario de mucho renombre en la historia de
nuestras letras. Sin embargo, al publicar el
año de 1794 «Los Derechos del Hombre~, en
la imprenta que él mismo había introdúcido
un año antes, se convierte en un calvario su
vida, y ya no encontrará la paz sino en el
sepulcro. Procesado por conspirador, se le con-
fiscan sus bienes y se le condena a diez años
de presidio en Afríea. Pero logra fugarse, y
en Inglaterra y en Francia intenta obtener
recursos para independizar a su patria; al re-
gresar a Bogotá es apresado nuevamente y en
seis años de reclusión su 'salud desmejora has-
ta el punto de serIe preciso aplicarse a nego-
cios de campo, porque sólo en él tendrá posi-
bilidad de mejoría. Preso otra vez en 1809,
recobra la libertad después del 20 de julio del
año siguiente, para servir en los penosos días
del nacimiento de la república, primero como
secretario' del congreso y luego en la presiden-
cia de Cundinamarca. Le toca afrontar la in-
tentona española de reconquista; en Pasto cae
prisionero por tercera vez, y d~ra seis años
en los presidios de Guayaquil, El CaUaó, Li-
NARmo, SANTANDER, ARBOLEDA 7

ma y Cádiz. Regresa a Colombia, y aquí es,


entre los personajes de calidad. la primera
víctima del odio, dios popular de la política
entre nosotros. Por último, su vida se extin-
gue en Leiva. lejos de todo ruido; y allí, con
sublime estoicismo, aguarda la llegada de la
muerte.
Al recibir en la Academia Colombiana de
Historia a don Guillermo Hernández de Alba,
a quien debemos el conocimiento de diez años
de la existencia de Nariño que permanecían
en completa oscuridad, pretendimos señalar
la manera providencial y maravillosa como se
acompasó la vida del Precursor, a la de la re-
pública.
En verdad-dij imos entonces-los vaivenes
de la patria se acuerdan y cursan armónica-
mente con los de la existencia del Precursor,
cual si tal existencia fuese el canto o el tema
central de aquella gran sinfonía que se inicia
con la llegada de Mutis y termina con los
broncos v fortísimos compases de los cañones
del santuario.
Nunca como en .la sexta década del siglo
XVIII fueron tan claras las características de
la colonia: en el abandono del mundo y orde-
na9ión sacerdotal de don J osé de Salís culmina
el sentimiento religioso que informó todos los
. actos de nuestros pasados y que más que un
j

truto espontáneo y lozano solía ser producto


de meditaciones, de luchas entre el espíritu y
8 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

la carne, de desengaños, de tedio en ese vivir


~modorrido, inútil, sin ambiciones y sin gloria,
que en Indias se llevaba desde que la aventura
y el Dorado murieron con las razas primi-
tivas. En don Miguel de Santisteban. a cuyo
cargo estuvo la residencia del Virrey-fraile, se
cifra el rábula malicioso que, más que a im-
partir justicia, venía a hacer méritos, exagerando
el celo y el rigor, para alegarlos cuando a la
corte se tornase. Y en la quietud inenarrable
de aquella época están mejor que nunca sin-
tetizadas la indolencia intelectual y la opaci-
dad de emoción en que vivieron, o mejor di-
cho, arrastraron sus horas, los colonos de don
Felipe, de don Fernando y de don Carlos.
Nariño es el último de los santafereños na·
cidos en la profundidad de aquella profunda
Santafé. Desde la década siguiente las prime-
ras brisas de inquietud, de curiosidad y de
estudio, habrían de rizar, aunque todavía le-
vemente, las aguas de ese mar muerto. De
modo que, por razón de nacimiento, bien po-
demos considerar a este vástago del contador
real don Vicente Nariño y de doña Catalina
Alvarez del Casal,- como un refinado producto
de la colonia.
Empero el soplo escapado de los labios de
Mutis se va tornando en brisa. en viento y
en huracán que barre las brumas de ignoran-
cia y pereza, para que verdeen y granen las
inteligencias que con mano amiga cultIvara el
NARmo, SANTANDER, ARBOLEDA . 9

gran botánico; y Santafé abandona su maras-


mo, lee y discute a los encicIopedistas, inves-
tiga, sonríe, y se anima en las tertulias lite-
rarias en cuyo centro Nariño es también el
arquetipo de aquel siglo que muere y de la
naciente inquietud.
No duran mucho, sin embargo, los incons-
cientes aleteos de una república que, sin sa-
berIo, pretendió nacer de la revuelta de los
comuneros del Socorro y de la publicación de
los «Derechos del Hombre>; como el propio
impresor, ella desmaya y casi muere durante
diez largos años en que parece esfumarse de
la historia, cual parecía esfumarse la vida del
gran bogotano..
Pero súbito resuenan otra vez y a un mis-
mo tiempo y briosamente y en nítidos acor-
des, el clamor de una nación que reclama su
independencia y el de un hombre que conquis-
ta la suya y se pone a la cabeza de su pue-
blo. Y desde ese momento hasta quedar aban-
donado en las montañas de Pasto, la vida de
la república es la suya: melodía y acompaña-
miento van ahora acompasados, sin discrepan-
cias ni disociaciones.
Con la caída del exdictador de· Cundina-
marca en manos de Aymerich empiezan los
hados a favorecer a los pacificadores y se ini-
cia para nosotros aquella larga era de pade-
cimientos, aquella ola de sangre, en campos y
banquillos, que sólo concluirá en Boyacá en
10 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

1819, con la derrota de las tropas del rey.


Paralelamente, la existencia del Precursor en-
tra en un nuevo período de tribulación. Ni la
patria ni él pueden saber cual será suerte. Y
es curioso que, con pocos meses de diferencia,
una y otra obtengan definitivamente la li-
bertad.
Restituído Nariño, a sus lares, es con él, como
mandatario, con quien se entiende el congreso
que dicta la ley fundamental de la república; de
modo que preside el verdadero nacimiento de
Colombia que, para que nada falte en la gran-
diosa sinfonía, ha de poner en ella la única
discordancia entre el hombre y la república:
la de la ingratitud.
Finalizando el año de 1823, Bolívar salió
para el Perú a darle libertad con nuestra san-
gre; mientras Nariño, en tanto, partía para la
Villa de Leiva. Siguiendo los pasos a la tropa
libertadora iba ya el espectro de la desunión
que a poco tomaría vigor en Valencia para
culminar, como la vida del Genio Americano,
en la disgregaci6n definitiva, cuando él cum-
pliese 47 años, y 11 la Gran Colombia. Na-
riño, por su parte, llevaba también la muerte
al anca de su caballo. La melodía iba a finar
antes que los postreros trémolos del conjunto.
Pero, en todo caso, con Nariño moriría la
patria que comenzó a esbozarse cuando él
nació. La frase de Rueda Vargas es justa:
Nariño fue la patria misma.
NARIRO, SANTANDER, ARBOLEDA 11

*
•*
Con respecto al general don Francisco de
Paula Santander, extractamos a continuación
su biografía, tomándola del excelente libro
que sobre esta gran figura colombiana escribió
nuestro amigo y colega don Manuel José Fo-
rero.
Nació el Hombre de las Leyes-como le lla-
mó Bolívar después de la glorificación de
Ayacucho-el 2 de abril de 1792 en la villa
del Rosario de Cúcuta, y vino a verificar sus
estudios en la capital del Virreinato de la Nue-
va Granada trece años más tarde; en el Colegio
de San Bartolomé recibió las lecciones que le
dotaron de una instrucción general y las es-
peciales de jurisprudencia, apropiadas a sus
aptitudes y carácter, que habrían de permitir-
le servir a la futura república en su desenvol-
vimiento civil. Pero cuando los patriotas se
congregaron en la plaza mayor de Santafé el
20 de julio de 1810, y llegó a oídos del vivaz
estudiante el clamoreo de su pueblo por la
libertad, abandonó las aulas y se trasladó a
las milicias organizadas aquel día memorable,
y de las cuales no habría de faltar sino hasta
el momento en que Colombia fue libre.
« Tomó parte en las contiendas federalistas y
centralistas de la primera edad de la república;
posteriormente combatió alIado de Bolívar con-
12 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tra los españoles.que trataban de mantener bajo


la dependencia de España el suelo de la Nue.va
Granada; y cuando cayó en manos de Morilla
dada la superioridad de sus fuerzas y la divi-
sión política que había agrupado en dos ban-
dos a los dirigentes del gobierno emancipador,
se dirigió a las llanuras orientales con algunos
re$tos del ejército que mantuvo encendida en
aquellas regiones desiertas la antorcha de la
libertad. Santander organizó allí tropas regu-
lares que preparaba con ahinco para las futuras
acciones de guerra; más tarde estuvo de nuevo
al lado de Bolívar, que luchaba en Venezuela
por la independencia; después regresó a los
llanos de Casanare, y, de acuerdo con el Li-
bertador, se preparó para invadir a la Nueva
Granada, cuyos mejores hijos habían perecido
en el cadalso en el luctuoso período de 1816 a
1819. El 4 de junio pasó el Libertador el río
Arauca mientras su propio ejército avanzaba
a reunirse con la División de vanguardia pre-
parada por el general Santander; reunidos to-
dos sería tarea fácil verificar inmensos sacri-
ficios con aquel conjunto de hombres dispues-
tos a lograr la libertad de su patria, y obtener
el ambicionado triunfo con la posesión del
viejo Virreinato.
El 25 de julio siguiente los ejércitos enemi-
gos habrían de encontrarse en Pantano de Var-
gas; y el 7 de agosto en el Puente de Boyacá.
La acción de armas que se libró en este últi-
NARffiO, SANT ANDER, ARBOLEDA 13

mo lugar, aunque breve por su duración y


desprovista de brillo militar por sus caracte-
rísticas espéciales, fue definitiva para la liber-
tad de Colombia y ahorró para el porvenir de
ella la sangre generosa de muchos de sus hijos.
El 21 de agosto del mismo año el Libertador
ascendió a Santander a General de División,
como reconocimiento de su participación intré-
pida en la batalla de Boyacá, de su .pericia
en los combates anteriores y de sus desvelos
por preparar aquellas tropas que dieron a Co-
lombia su más puro día de gloria. Y, en aten-
.ción a la necesidad de continuar la guerra,
.designó igualmente a Santander para ejercer
el gobierno de Cundinamarca, mientras él se
dirigía a dar cuenta al Congreso de Venezuela
y a movilizar los ejércitos contra los españo-
les venidos de la Península a verificar la re-
conquista. El Congreso de Cúcuta (1821) eli-
gió Presidente de Colombia a Bolívar, y vice-
presidente a Santander; pero el primero, al
aceptar esa altísima investidura, 10 hizo con
la expresa condición de que Santander presi-
diera en realidad aquella gran república, por
considerar-escribió-que sus talentos, virtu-
des, celo y actividad ofrecen a la república
el éxito más completo en su administración.
<Tocó, pues, al general Santander dirigir los
primeros pasos de Colombia como pueblo libre,
mas no' en el sosiego de la paz sino en medio
de los azares de la guerra. No solamente aten-
14 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

dió entonces a los afanes de la simple admi-


nistración gubernamental sino que dio a Bo-
lívar la cooperación que él necesitaba en hom-
bres y en elementos para continuar con prove-
cho la guerra de la independencia, llevándola
hasta Bolivia y el Perú. Bolívar dio público
testimonio de ello en carta del 13 de noviem-
bre de 1824, escrita en Chancay, poco después
de las grandes batallas que confirmaron y con-
solidaron la libertad de toda la América del
Sur.
<Cuando ocurrió en '\'alencia (Venezuela)
la rebelión de Páez contra el gobierno central
de Bogotá, volvió Bolívar a Colombia. En
ella prevalecía entonces el concepto de la le-
gislaeión que había venido a sustituir, debido
a la acción de Santander, a la autoridad mili-
tar y al concepto del caudillo; consideró el
Hombre de las Leyes que mientras la guerra
hizo necesario ese concepto fue oportuna su
aplicación; pero que una vez vuelta la norma-
lidad, y organizada la vida ciudadana, debían
gobernar los principios y las leyes que los
pueblos se dieran a sí mismos. Por eso, cuan-
do la Constitución Boliviana fue recomendada
a la consideración de los hombres públicos de
Colombia, Santander demostró francamente
su oposición y llevó consigo a los influentes
amigos que le acompañaban. En lo tocante a
la rebelión de Valencia debemos recordar que
Bolívar, en ejercicio de la magistratura, per-
NARffiO, SANTANDER, ARBOLEDA
don6 al jefe venezolano (uno de los más ilus-
tres de la independencia) su desacato al go-
bierno central y sustrajo de la obediencia a
Santander algunas provincias de la república.
cProclamada por Bolívar la dictadura, San-
tander manifest6 también entonces su abierta
oposici6n a ella; hizo palpable su adhesi6n a
la Constituci6n de Cúcuta y pens6 en retirarse
del país. Vino el 25 de septiembre de 1828,
fecha infausta para Colombia, en que se ar-
maron con el puñal parricida algunos de los
más tenaces enemigos·,ee la dictadura de Bo-
lívar, y, como consecuencia de ese atentado
que la Providencia frustr6, la reacci6n de un
grupo militar adicto a Bolívar hizo que los
castigos fueran enérgicos y la persecuci6n· vi-
gorosa. Santander fue aprehendido entonces
como conspirador; pero no habiéndole podido
probar el tribunal que hubiese tenido partici-
paci6n en el atentado dicho, y previa la opi-
ni6n del Consejo de Ministros, Bolívar con-
mut6 a Santander la pena capital por la de
destierro del país.
«Hallábase en Europa cuando la preponde-
rancia política de sus partidarios 10gr6 de nue-
vo el supremo influjo en el Estado. Fue ele-
gido presidente de la república por el congreso,
y volvi6 a la Nueva Granada en virtud de
ello. Dispuso de medios suficientes para go..,
bernar democráticamente un país que había
soportado ya las espinas de la dictadura, y
16 BIBLIOTECAALDEANA DE COLOMBIA

continuó entonces la tarea de formar la con-


ciencia ciudadana, tal corno lo había hecho en
1819, tal corno lo realizó desde 1821 hasta
1827 desde el sillón de los presidentes.
«Concluído su período de mando se retiró
por algunos días a la vida privada, volvió al
Congreso posteriormente, y falleció en Bogo-
tá el 6 de mayo de 1840. «Cay6 entonces la
losa sepulcral sobre sus despojos, pero la pa-
tria grabó en el mármol y el bronce su nom-
bre procero; en un soplo se extinguió su vida
fecunda, pero Colombia continúa repitiendo
las palpitaciones de su gran corazón; dijo el
último adiós a sus conciudadanos, pero el pa-
triótico acento de sus enseñanzas perdura a
través de una centuria realizando en el suelo
que ilustró con sus hechos y engrandeció con
su heroísmo, los supremos ideales de la repú-
pública .•

* **
Don Julio Arbdeda nació en la hacienda de
San Vicente de Timbiquí, en la costa del Pa-
cífico, el 9 de julio de 1817. Su familia, una
de las más castizas de la noble Popayán, po-
seía allí minas de oro, y cuando Sámano ini-
ció la reconquista del sur de la Nueva Grana-
da, hubo de refugiarse en San Vicente, pues
la mayoría de sus miembros se había distin-
NARI~O, SANTANDER, ARBOLEDA 17

guido por sus servicios a la causa de la Inde-


pendencia.
Don ) ulio recibió los primeros conocimien-
tos de labios de sus abuelos maternos don
Manuel Antonio Pombo y doña BeatrizO'Don-
nell. En seguida acompañó a su padre a Eu-
ropa, en 1830, y en Inglaterra cursó humani-
dades, hasta obtener en la Universidad de
Londres el título de bachiller en artes. Con-
cluídos sus estudios, viajó por Francia e Italia,
antes de regresar a su patria en el año de
1838. En la Universidad del Cauca, y al mis-
mo tiempo que desempeñaba la cátedra de
literatura, estudi6 derecho civil y ciencias po-
líticas.
En la guerra civil de 1840, Arboleda tomó
las armas en contra de Obando, y bien pron-
to fue nombrado ayudante del general Herrán.
Mas como el gobierno del Ecuador había auxi-
liado con tropas al de la Nueva Granada para
debelar la rebelión de Pasto, Arboleda fue en-
viado al Ecuador a discutir con el presidente
Flores la pretensión de que para recompensar-
le sus servicios la Nueva Granada le cediera
al Ecuador una parte de las provincias de Pas-
to y Túquerres. Desempeñada su comisión
.diplomática, Arboleda regresó al país e hizo
la campaña del norte a las órdenes de Herrán
y de Mosquera. Concluída la guerra, se reti-
ró del ejército con licencia indefinida para en-
tregarse a sus negocios y a sus labores Htera-
18 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

rias, y emprendió en la gigantesca obra de su


poema Gonzalo de Oyón. En los ocho años de
paz que siguieron concurrió varias veces al con-
greso, donde pronto conquistó fama de exce-
lente orador.
En 1849, encendida de nuevo la guerra ci-
vil, Arboleda inició en Popayán la oposición
al gobierno de López, en su periódico El M i-
s6(oro; reducido a prisión, escribió en ella su
poesía Estoy en la cárcel, una de las más vehe-
mentes que hayan visto la luz en Colombia.
Don Sergio Arboleda, hermano de nuestro
poeta, logró comprar armas en Quito y allegar
allí -recursos para intentar una revolución en el
sur. Don Julio, que había podido salir de la
cárcel y pasar al Ecuador, penetró en Colom-
bia al frente de alguna tropa; pero bien pron-
to fue derrotado y hubo de emigrar al Perú,
donde permaneció, entregado al periodismo y
a la enseñanza. hasta 1853. De Lima se tras-
ladó a Nueva York, y en 1854 regresó a Bo-
gotá. Fue entonces cuando. como presidente
del Senado, dio posesión del poder ejecutivo
al vicepresidente Mallarino, leyendo la magní-
nífica pieza que reproducimos en el presente
volumen.
En la guerra de 1860 Arboleda, que se ha-
llaba en París atendiendo a la educación de
sus hijos, regresó a Colombia llamado por el
presidente Ospina, para oponerse a Mosquera
en el Cauca. Proclamado general en jefe de
NARmo, SANTANDER, ARBOLEDA 19

las fuerzas constitucionales unidas del Cauca


y de Antioquia, se le candidatízó por parte
de los gobiernistas para la presidencia de la
república, en cambio del general Herrán, a
quien se tenía desconfianza por ser yerno de
Mosquera. Un incidente sin importancia dio
pie al presidente ecuatoriano García Moreno
para dirigirse contra la Nueva Granada; pero
Arboleda le salió al encuentro y le hizo ..¡,:>ri-
sionero. Cuando regresaba victorioso, recIbió
cerca de Popayán la noticia de haber sido de-
rrotado por los revolucionarios en Cartago el
general antioqueño Henao, su aliado; entonces
Arboleda contramarchó al sur, adelantándose
solo con sus edecanes hacia Pasto. En el cami-
no, al atravesar la montaña de Berruecos, fue
asesinado a traición, como años antes lo había
sido Sucre, el 12 de noviembre de 1862.
Aparte de sus poesías-que son su mejor
título literario-coleccionadas por don Miguel
Antonio Caro y publicadas. en Nueva York
por sus hijos, y del discurso que aquí repro-
ducimos, célebre en la oratoria colombiana,
Arboleda publicó los siguientes folletos: Julio
Arboleda a sus compañeros de armas (Popayán
1845); Los tres candidatos para la presidencia
de la Nueva Granada (Bogotá, 1845); Los J e-
suítas (1848); Visita del general Tomás CiPria-
no de M osquera a Popayán (Bogotá, 1850);
A los señores editores de La Gaceta, El Neo-
Granadino y El Conservador (1850); Al Con-
20 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBiA

greso Granadino (Popayán, 1851). Además, re-


dactó en Popayán El M is6foro, periódico del
cual existen seis números en la Biblioteca Na-
cional; aunque Laverde Amaya menciona el
número 9 como reimpreso en Bogotá.
Es muy de lamentarse que un hombre de
tan brillante numen y de tan excelente prepa-
ración como don Julio Arboleda, se hubiera
visto envuelto tan por completo, en las luchas
políticas de su tiempo, y restado así a la pro-
ducción literaria. Don José María Samper nos
refiere que, como orador parlamentario, sedu-
jo a sus contemporáneos, pues «ninguno ha-
bía sido tan incisivo y correcto, tan acadé-
micamente literario ni tan variado en su elo-
cuencia:. y pocos trataban como él los temas
tan por lo alto, en estilo vigoroso, erudito y
grandilocuente, que en ocasiones alcanzaba el
tono patético, con arrebatadora entonación.
Como poeta fue una de las más atrayentes
figuras del romanticismo en Colombia y como
hombre, su accidentada vida daría tema para
una excelente biografía novelada de las que
recientemente han puesto en boga Zweig y
Maurois.
ANTONIO NARIÑO

SU DEFENSA ANTE EL SENADO


Señores -de la cámara del senado:

Hoy me presento, señores, como reo -ante


el senado de que he sido nombrado miembro,
y acusado por el congreso que yo mismo he
instalado, y que ha hecho este nombramiento;
si los delitos de que se me acusa hubieran sido
cometidos después de la instalación del con-
greso, nada tenía de particular esta acusación;
10 que tiene de admirable es ver a dos hom-
bres que no habrían quizá nacido, cuando yo
ya padecía por la patria, haciéndome cargos
de inhabilitación para ser senador, después de
haber mandado en la república, política y mi-
litarmente en los primeros puestos sin que a
nadie le haya ocurrido hacerme tales objecio-
nes. Pero lejos de sentir este paso atrevido.
yo les doy las gracias por haberme proporcio-
nado la ocasión de poder hablar en público so-
bre unos puntos que daban pábulo a mis ene-
migos para sus murmuraciones secretas; hoy
se pondrá en claro, y deberé a estos mismos
enemigos no mi vindicación, de que jamás he
creído tener necesidad, sino el poder hablar sin
24 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

rubor de mis propias acciones, ¡Qué satisfactorio


es para mí, señores, verme hoy, como en otro
tiempo Timoleón, acusado ante. un senado que
él había creado, acusado por dos jóvenes, acu-
sado por malversación, después de los servicios
que había hecho a la república, y el poderos
decir sus mismas palabras al principiar el jui-
cio: «oíd a mis acusadores-decía aquel gran-
de hombre-oídlos, señores, advertir que todo
ciudadano tiene derecho de acusarme, y que
en no permitido, daríais un golpe a esa mis-
ma libertad que me es tan glorioso haberos
dado».
Tres son los cargos que se me hacen, como
lo acabáis de oir:
l. o De malversación en la tesorería de diez-
mos, ahora treinta años;
2. o De traidor a la patria, habiéndome en-
tregado voluntariamente en Pasto al enemigo,
cuando iba mandando de general en jefe la ex-
pedición del Sur el año de 14;,
3.o De no tener el tiempo de residencia en
Colombia, que previene la cOhstitución, por
haber estad9 'ausente por mi gusto, y no por
causa de la:';república, .
No comenzaré, señores, a satisfacer estos
cargos implorando, como se hace comúnmente,
vuestra clemencia y la compasión que natu-
ralmente reclama todo hombre desgraciado;
no, señores, me degradaría si después de ha-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 25

ber pasado toda mi vida trabajando para que


se viera entre nosotros establecido el imperio
de las leyes, viniera ahora al fin de mi carre-
ra a solicitar que se violasen en mi favor.
Justicia severa y recta es la que imploro en
el momento en que se va a abrir a los ojos
del mundo entero el primer cuerpo de la na-
ción, y el primer juicio que se presenta. Que
la hacha de la ley descargue sobre mi cabeza,
si he faltado alguna vez a los deberes de un
hombre de bien, a lo qÚe debo a esta patria
querida, d a mis conciudadanos. Que la indig-
nación pública venga tras la justicia a con-
fundirme, si en el curso de toda mi vida se
encontrase una sola acción que desdiga de la
pureza de mi acreditado patriotismo. Tampo-
co vendrán en mi socorro documentos que se
pueden conseguir con el dinero, el favor y la
autoridad; los que- os presentaré están escritos
entre el cielo y la tierra, a la vista de toda
la república, en el corazón de cuantos me han
conocido, exceptuando sólo un cortísimo nú-
mero de individuos del congreso que no veían,
porque lés tenía cuenta no ver. Así mi vindi-
cación sólo se reducirá a recordaras compen-
diosamente la historia 'de los pasajes que se
me acusan, acompañada de los documentos
que, entonces existían y de algunas reflexiones
nacidas de ellos mismos. Seguiré el mismo
orden . en que se ha propuesto la acusación.
26 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

En el año de 1789 fui nombrado tesorero


general de diezmos,· por el virrey Lemus, con-
tra el dictamen y voluntad de los canónigos,
porque estaba en posesión de este nombramien-
to, dando una fianza de sólo ocho mil pesos,
que era la misma que habían dado todos mis
antecesores. Como el cabildo eclesiástico esta-
ba en posesión de hacer este nombramiento,
ocurrió al rey, y en el año de 1791, vino ga-
nado el recurso por el cabildo, facultándolo,
además, para que pudiera nombrar de tesore-
ro a uno de los de su cuerpo. Inmédiatamen-
te se mandó dar cuenta, y entregar el em-
pleo al canónigo doctor don Agustín de Alar-
cón. En el término de veinte días, rendí mis
cuentas, que subieron a cerca de medio millón
de pesos, y enttegué lo que, según ellas, re-
sultaba haber en caja. Se me dio mi finiquito,
y el canónigo Alarcón siguió, interinamente
despachando la tesorería.
Llegado el tiempo de las elecciones me pre-
senté, ofreciendo cuarenta mil pesos de fianza
efectiva, y además cuatro abonadores que res-
pondiesen de cuanto entrase en mi poder. Se
me admitió la propuesta y fui nuevamente
nombrado por el arzobispo, deán y cabildo.
Seguí despachándola sin ninguna falta has-
ta el 29 de agosto de 1794, en que a las diez
de la mañana se me apareci6 en mi casa el
oidor d011 Joaquín Mosquera, con tropa, y me
intim6 arresto, dejándome en ella con un cen-
ANTONIO NARIRO - SU DEFENSA 21

tiRela de vista, y a las órdenes de un oficial.


El mismo día, por la tarde, se comenzó el
embargo de mis bienes, y a las siete de la no-
che fui conducido con la misma tropa al cuar-
tel de caballería, en donde se me encerró sin
comunicación, que duró por el espado de dos
meses, sin oir hablar de otra cosa que oe car-
gos de insurrección, de presos, y de delitos de
lesa majestad.
A los dos meses se me anunció por el juez
que me había resultado un alcance en la te-
sorería de ochenta o noventa mil pesos, y que
al otro día vendría uno de los abonadores pa·
ra que en su compañía <hiciera una manifes-
tación de mis bienes>, Se hizo, en efecto, y
es la que corre a la frente de uno de los cua-
dernos del concurso, <que pasa de ciento vein-
tiseis mil pesos», es decir, de cosa de cuaren-
ta mil pesos más de lo que se .decía que era
el alcance que se había hecho sin intervención
mía.
En las vísperas de mi prisión, cuando toda
la ciudad estaba consternada con motivo de
las prisiones que habían comenzado por unos
pasquines que se habían puesto en ausencia
del virrey, hice sacar de mi casa unos bauli-
tos llenos de libros prohibidos, por temor de
que fuesen a hacer algún registro, pues el de
que me prendieran jamás me ocurrió, por no
tener parte ni relaciones con los pasquineros,
que ya estaban presos. Estos baúles pesados,
28 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

y sacados de noche de mi casa, dieron moti-


vo a la maledicencia y a la adulación para
que se dijese que estaban llenos de onzas de
oro, y aunque al fin parecieron los baúles y
los libros, que después de mi prisión se ha-
bían llevado por uno de mis hermanos a en-
terrar en casa de la señora Mariana González
y de allí a la hacienda de Serrezuela, de don-
de se trajeron a la Capuchina, la idea de la
extracción de dinero permaneció en la boca de
mis enemigos, o más bien en la de los que
querían por estos medios manifestar su fideli-
dad al rey.
Se siguieron las dos causas de impresión de
los Derechos del Hombre y del concurso de mis
bienes para cubrir el alcance; y como la idea
era hacerme sospechoso a toda costa, se ma-
nejó de tal modo esta última, que a pesar de
mis continuas reclamaciones que se ven en los
autos, y «del allanamiento del arzobispo y ve-
nerable cabildo con los fiadores concediéndo-
les plazos para que pagasen con el producto
de mis bienes, al fin se les ejecutó para hacer
la cosa más ruidosa, y darme odiosidad con
úna porci6n de familias, a quienes con razón
o sin ella, debía dolerles verse despojar de sus
intereses para pagar una fianza que jamás
habían pensado tener que lastar. 1-.....
La tesorería de diezmos no está en el caso
de los demás empleos de administración de
rentas. A mí no se me pasaba casa. caías.
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 29

faltas, ni moneda falsa; no se hacía tanteo


cada año ni nunca; presentaba mi libro de
entradas y los libramientos que había pagado,
y por uno y otro se veía lo que quedaba en mi
poder. Mi obligación, en una palabra, era re-
cibir los enteros, pagar los libramientos y en-
tregar la tesorería cuando llegase el caso, co-
mo lo verifiqué el año de 91. El dinero en-
traba en mi poder, no en depósito, sino bajo
la fianza ilimitada que había dado, para po-
der negociar con los sobrantes, como lo ha-
bían hecho mis antecesores, con menos fianza,
y como lo hacía públicamente con conoci-
miento de todos los interesados, sin que a na-
die le pudiese ocurrir que yo pagase las ofi-
cinas, los libros, las faltas de moneda, las ca-
jas y que diese una fianza ilimitada, sólo pa-
ra percibir 850 pesos que se consumían en los
gastos enunciados. El manejo, pues, de los
caudales sobrantes, no era un abuso, una fal-
ta de confianza. ni un procedimiento que des-
mintiese mi hombría de bien; y la prueba de
este concepto público lo voy a demostrar: yo
desafío a mis acusadores a que presenten en
su favor un documento igual o que se le pa-
rezca..
El año de 91 se me manda entregar la te-
sorería al cabildo eclesiástico: es público y no-
torio a cuantos existían en esta ciudad en
aquel tiempo, que ya tenía las mismas nego-
ciaciones de comercio que el año de 94; es
30 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

igualmente notorio que en aquella época tenía


en giro más de cien mil pesos, y que a los
veinte días de habérseme mandado entregar,
rendí mis cuentas y entregué el dinero. Yo
llamo aquí la atención del senado y del públi-
co: ¿ Cuánta sería mi reputación de hombria
de bien cuando no sólo encuentro en veinte
días modo de cubrir la caja, sin alterar ni
tocar mis negociaciones, sino fiadores que des-
pués de esto respondan por mí de más de
trescientos mil pesos? Reflexionad, señores,
qué número de personas, todas pudientes, se
necesitan en una ciudad como la nuéstra pa··
ra llenar estas dos partidas en tan corto tiem-
po: los unos me auxiliaban con su dinero; los
otros, con sus fincas, para ofrecer y dar una
fianza de que no ha habido ejemplo. Y en .el
día, ¡Dios justo! ¡Dios eterno! me veo tratado
por esta misma causa de ladrón .... ¿ y por quié-
nes? .... el público los conoce mejor que yo,
y no es tiempo de distraer vuestra atención
del asunto principal.
Toda la ciudad se reunió a mi favor, v con-
tra la prevención y sentimiento del venera-
ble Deán y cabildo vuelvo a ser nombrado
tesorero por el mismo cabildo, Pasan tres años
sin que en todo este tiempo se oyera una re-
clamación de ninguno de mis fiadores, a pe-
sar de que todos sabían mis negociaciones. Llega
el día funesto de mi prisión, no por este mo-
tivo, como han dicho mis calumniadores, sino
ANTONIO NARffiO - SU DEFENSA 31

por haber publicado los sacrosantos Derechos


del Hombre; y arrastrado a un encierro, se
apodera el juez de mis papeles, «y se me for~
ma un alcance sin intervención mía», a pesar
de las disposiciones legales que previenen 10
«contrario~.
Dos meses se pasaron sin que el reverendísimo
arzobispo y venerable cabildo pensasen en pro-
veer el empleo, porque estando asegurados sus
caudales, y no habiendo dado motivo para
que se me despojase de él, sólo mi causa po-
día obligados a dar este paso. Así se verificó,
y convencidos ya de que debía continuar arres-
tado, se trató de nombrar tesorero, y por de
contado de entregar la cantidad que por las
cuentas del contador resultaba contra mí. Si
yo me hubiera hallado en el caso del año de
91, todo se habría concluído como se concluyó
entonces; pero las circunstancias eran muy di-
versas: el aspecto de un criminal en causa de
estado, mudó toda la escena en mi contra; era
preciso hablar y obrar en contra mía, o ha-
cerse sospechos() para con el gobierno y la
real audiencia; no había medio, los momentos
eran críticos, y el partido que se había de ele-
gir, fácil de adivinar; me quedé solo con un
corto número de parientes y amigos que arros-
traron el peligro, y el resto me declaró la
guerra.
Se formó el concurso a mis bienes, y todo
habríl:!-quedado concluído en muy poco tiem- .
32 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

po, si la naturaleza de mi causa no lo hubie-


ra impedido. Me hallaba encerrado, no podía
por mí mismo dar un paso en el asunto, no
sabía otra cosa que lo que el juez me traía a
la prisión para que firmara, cuando mi cabeza
estaba ocupada sólo en pensar cómo la salva-
ría. Mis fiadores, después de muchos meses de
contestaciones inútiles, insignificantes y perju-
diciales a sus intereses y a los míos, se vieron
precisados a pagar, pero se les entregaron mis
bienes, nombraron ellos mismos administrado-
res, y hasta hoy ignoro el resultado de esta
administración, ni lo que los bienes embarga-
dos produjeron.
Los señores Gómez y Azuero no deben ig-
norar la enorme diferencia que hay entre una
quiebra fraudulenta y un descubierto, que
hubiera sido momentáneo, sin las circunstan-
cias que lo acompañaron. ¿Será fallido un ne-
gociante que teniendo arreglado su comercio a
crédito, se le prende intempestivamente, se le
embargan sus bienes, se almacenan y dejan
podrir sus frutos, perder sus deudas y disipar
su caudal? Hasta hoy, señores, hay bienes
míos almacenados; hasta hoy, después de 29
años, hay deudas cobrables sin cobrar; hasta
hoy hay cantidades en depósito. sin pedirse.
¿ y seré yo culpable de que lloren estas fami-
lias que se hicieron cargo de estos bienes, de
estas deudas y de estos depósitos, cuando a
mí no me ha sido permitido hacerla? ¿ Sería
ANTONIO NARmO - SU DEFENSA 33

justo que aun cuando yo hubiera adquirido


nuevos fondos, les hubiera pagado, sin que me
dieran cuentas, o me entregaran lo que se me
había embargado? Pues con cuánta menos ra-
zón se me debe hacer cargo, cuando siempre
me he visto imposibilitado de hacerla, porque
padeciendo, o mandando, siempre he estado
ocupado en servicio de la patria: de esta pa-
tria contra quien hoy también se me acusa de
haber sido traidor. ?~
La exposición que aparece. en el acta que
se acaba de leer es una equivocación nacida
del transcurso de los años que han pa~ado des-
de aquel tiempo hasta el día. La fianza que
di, como se ve por la certificación del escri-
banb público, documento número 2.0, no sólo
fue de 80.000 pesos, sino ilimitada; y cons-
tando por el documento número 11, que en el
año de 98 se dio carta de lasto a mis fiado-
res, mal podía deberse cantidad alguna a diez·,
mas hasta la época de la revolución.
Los bienes embargados subían a 126.000 pe-
sos, y el alcance formado sin intervención mía,
porque estaba en un encierro, sólo llegó a
81.264 pesos 6 reales 7 y cuarto mrs. Tanto
el V. C. como mis fiadores se disputaron la
, posesión de éstos, y si los fiadores vinieron al
fin a lastar, fue por culpa suya, pues que no
sólo se les propusieron por el arzobispo y V.
C. moratorias para que fueran pagando con el
producto de mis bienes embargados, sino que
34 BIBLIOTECA ALDEANA DE COI.OMBlA

se conformaban con éstos, para cubrir la caja;


y los fiadores resistieron lo uno y lo otro, co-
mo se ve en los documentos 4 y 6 ya ci-
tados.
Al tiempo de mi prisión había en Cúcuta,
en poder de don Pedro Chauveau, entre otras
partidas, la de 300 cargas de cacao, compra-
das a 21 pesos, con un año de anticipación,
para remitidas a Veracruz y que se vendieron
en CÚC\atamismo a 36 pesos 4 reales. La
cuenta con Chauveau subía a más de 15.000,
pesos. En Cartagena había 5.555 arrobas de
azúcar para remitir a España. cuyo principal
y costos hasta aquella plaza, subía a 10.164
pesos 2 y cuarto reales. En la Habana, en po-
der de don Manuel Quintanilla, había 80 chur-
las, con 9.925 libras netas de quina, que se
estaban vendiendo desde 12 hasta 13 reales
libra. Las primeras 15 churlas vendidas antes
de mi prisión, produjeron 2.785 pesos, como
se ve por el documento número 10 que pido
se lea.
A esta proporción las 80 churlas hubieran
producido 14.R63pesos, si no se hubiera inte-
rrumpido su venta; sin contar el mayor precio
de las que se remitieron a Veracruz, de 4 rea-
les más en libra a que se vendieron. En Cá-
diz, en poder de don Manuel Corsés Díaz, ha-
bía 166 churlas, con peso neto de 26,282 libras
de quina, y en esta ciudad, además de mi
casa adornada, de las joyas y alhajas de mi
ANTONIO NARI80 - SU DEFENSA 35

mujer, de mi librería, avaluada en más de


3.000, pesos, se me debían, en sujetos abona-
dos, 41.447 pesos 5 y cuartillo reales. En las
.moratorias que el reverendo arzobispo y su
venerable cabildo propusieron a los fiadores,
la mayor cantidad que se les pidió de conta-
do, era de 16,000 pesos, y 10 demás a ido pa-
gando por meses, de a 1.000, 2.000 Y 3.000
pesos, según iban corriendo los años. Vistas
las partidas de arriba, ¿quedará duda de que
hubieran podido cumplir con las moratorias,
sin' poner un real de su bolsillo? Y si fue cul-
pa suya y no mía el no haberlas admitido,
¿seré yo el responsable, el culpado en que des-
pués se les haya olbIigado a hacer el 1asto?
¿ Se me podrá dar el honroso título de fallido,
porque teniendo en su poder los fiadores mis
bienes, los han dejado perder? Yo he pedido
muchas veces esta cuenta, yo me he presen-
tado a la Real Audiencia demandando a los
fiadores para que me la den, y paguen el so-
brante que debió resultar a mi favor, y ni aun
pude conseguir que se pagase la dote de mi
mujer, graduada con preferencia a los mismos
fiadores. ¿Qué extraño es, pues, que haya otras
deudas, como la dote de mi mujer, sin pagar-
se, si los fiadores no han querido rendir las
cuentas? ¿Sería indiferente para mí el que se
pagase o no la dote que debía entrar en mi
bolsillo? Esta es una prueba clara, indubitable
de que me ha sido imposible vencer la resis-
3«4 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tenciaJlque se me ha opuesto constantemente


a la liquidación de esta ruidosa cuenta.
Queda, pues, demostrado que el año 1791
entregué la tesorería de diezmos al venerable
Deán y cabildo, por disposición del Rey, y que
en el manejo de 482,351 pesos, o cerca de
medio millón de pesos, no me resultó ni un so-
lo real de alcance, porque pude por mí mis-
mo formar mis cuentas y entregar el em-
pleo.
Queda igualmente demostrado que en el año
de 94, aunque por la cuenta del contador de
diezmos, formada sin intervención mía, resul-
tó un alcance de 81.000 y más pesos, se
me embargaron bienes que no sólo cubrían
esta cantidad, sino que me quedaba un sobran-
te de muchos miles.
Tercero: que habiéndose los fiadores hecho
cargo no sólo de los bienes suficientes para
cubrir el alcance de la cuenta, sino del total
que subía a más de 126.000 pesos, allnque
lastaran al principio la fianza, por el mal mo-
do con que se manejó el asunto, ellos y no
yo, son los responsables a ia cantidad sobran-
te, para cubrir la dote de mi mujer, y alguna
otra pequeña deuda que resulte de mis ne-
gociaciones.
Cuarto: que siendo mis fiadores responsables
a todos los acreedores que se presentaron al
concurso de estos bienes, por haber cantidad
suficiente con qué pagados, no habiendo dado
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 37

cuenta de su producto; y no debiendo yo en


el día ni a particulares, ni al tesoro, público,
ni a la mesa capitular, de diezmos, el epíteto
de fallido que se me da es un insulto, una
calumnia de Diego Gómez, inventada para sus
fines particulares, Que se lean las certificacio-
nes de los ministros del tesoro público y del
notario y contador de diezmos,
Vosotros los acabáis de oir, señores, con do-
cumentos incontestables' no sólo no sov deudor
al tesoro público, a los diezmos, ni ~ los fia-
dores de la tesorería, sino que éstos me son
responsables del sobrante de mis bienes, des-
pués de cubierto el concurso que a ellos se
formó, por efecto de la prisión que sufrí, por
haber publicado 'los Derechos del Hombre,
Fijad ahora, ilustres senadores, vuestr~s ojos
sobre el acusado y los acusadores: fijadlos por
un momento y comparad ... ¿Qué eran Diego
Gómez y Vicente Azuero el año 94, cuando
sonaba esta ruidosa causa, que dio el primer
impulso a nuestras ideas? ¿En dónde estaban?
¿A qué clase pertenecían?. Pero no vamos
tan lejos. ¿Qué eran al principio de nuestra
transformación? ¿Quién los conocía? ¿Se ha~'
bían oído ~onar sus nombres? .. ¿Y cuáles son
sus serviCios durante estos doce años?. ¿Qué
c{l~pañas han hecho? ¿A qué riesgos se han
expuesto por salvar la patria? ¿Cuáles han
sido los sacrificios personales o pecuniarios
que. debemos a estos dos amigos, dignos el
38 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

uno del otro?. Escuchadlos: sus nombres se


han comenzado a conocer desde el año de 1~
El día memorable de la entrada en esta ciu-
dad de las tropas libertadoras, mientras todas
las gentes corrían a las armas para auxiliarse,
para defenderse. para rechazar al enemigo,
que aun no estaba enteramente des'truído, el
señor Diego Gómez corría hacia la casa de la
Botánica, en donde estaban .los bienes secues-
trados por los españoles, forzaba y rompía las
ventanas de la pieza en que se r.abían alma-
cenado, r cargaba con los fardos que le vi-
nieron a las manos. ¿No os parece, señores,
I~ un paso brillante, un mérito para sentar-
seel:--4.,:~ongreso y obtener después una toga?
¿No da una idea clara de su patriotismo, de
su aesinterés, de su amor a la santa causa
por 'que todos se armaban y peleaban aqt.lel
día? ¿No es este benemérito ciudadano, este
valiente atleta, el que me debe llamar crimi-
nal? ., ¿y cómo no se le ha formado una cau-
sa? Que lo diga su amigo, que era presidente
de la junta de secuestros; y si no lo puede
decir, porque recíprocamente se sirven, que lo
diga el fiscal nombrado por la corte superior
de justicia, que lo denu!1ció hace ya algunos
meses, y cuyo resultado ignoramos ... ¿Y su
amigo, su digno compañero de acusación, se
empleaba con mejor éxito, sacaba mejor par-
tido de la regeneración de la patria? Sí, seño-
res: después de la presidencia de secuestros,
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 39

de que ignoro si ha dado cuenta de su con-


ducta, logró que lo nombraran juez de diez-
mos de Soatá; y en año y medio en sólo el
manejo de 35.000 pesos, se comió 24.000 ¿No
os parece que no desperdiciaba el tiempo? Y
con esta quiebra fraudulenta, este verdadero
fallido, se sienta también en el congreso, y
tiene la avilantez de tomarme en boca para im-
putarme su infamia. En el día que hablo, hoy
señores, aun no ha cubierto esta quiebra, y lo
que tiene satisfecho no creáis que ha sido to-
do del dinero de los diezmos, nó: en libra-
mientos, dados por el gobierno, con los nove-
nos de su hermano, con los sueldos -1\etenidos
de su amigo, y los suyos; con los sueldos de
unos empleos, que por temor de no conseguir-
los o de perderlos, es como se esforzaron a
calumniarme para que no me sentara en el
senado. Comparad, vuelvo a decir, las rapiñas
de estos dos hombres, con los sacrificios pe-
cuniarios que por mis cuentas y negoci~ciones
se ve que he sufrido por amor a la causa de
la libertad. Aquí véis a Gómez y a Azuero
pillando para vestirse, para figurar, para dar-
se una jmportancia que no se podían dar por
sus servicios; y allá me veis sacrificando por
la patria unas negociaciones que en menos de
diez años me habrían hecho un hombre millo-
nario. En sólQ..Cá:diz,' Veracruz y La Habana,
. tenía 326 churlas de quina, que, como se ha
visto por la cuenta del documento número 10,
40 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sólo 15 churlas que se habían. vendido antes


de mi prisión, produjeron 2.785 pesos, a cuya
proporción las 326 churlas dan 58.680 pesos;
y computando las que había en camino, en
esta ciudad y en contratas que aun no se han
acabado de satisfacer que pasaban de 600 chur-
las, al mismo precio, subía su importe a
108.000 pesos. que por la mayor parte se han
dejado perder. Lcl negociación de cacaos, como
se ve por la última cuenta, que corre en los
autos, de don Pedro Chauveau, aun sin remi-
tir a Veracruz, se vendieron en Cúcuta mis-
mo a 36 pesos, cuando sólo habían costado, el
año antes, a 21 pesos. ¿ Y qué diremos de la
negociación de azúcares comenzada al tiempo
que se acababa de perder la isla de Santo Do-
mingo, con la revolución de los negros, y de
donde salían todos los años dos millones de
cajas?
Aquí llegué a comprar la arroba al mismo
precio que se llegó a vender la libra en Eu-
ropa. No hablo de otras negociaciones tan
bien calculadas como éstas, porque esto basta
para que se conzoca, hasta por los más aluci-
nadas, si seré un fallido fraudulento, como
Azuero, que se come los diezmos para figurar,
a un hombre que ha sacrificado una fortuna
brillante, por amor a la libertad. Suponed, se-
ñores, que en lugar de haber establecido una
imprenta a mi costa; en lugar de haber im-
preso los Derechos del Hombre; en lugar de
ANTONIO NARIl~O - SU DEFENSA 41

haber acopiado una exquisita librería de mu-


chos miles de libros escogidos; en lugar de
haber propagado las ideas de libertad, hasta
en los escritos de mi defensa, como se verá
después, sólo hubiera pensado en mi fortuna
vparticular, en adular a los virreyes, con quie-
nes tenía amistad, y en hacer la corte a los
oidores, como mis enemigos se la han hecho
a los expedicionarios. ¿Cuál habría sido mi
caudal en los 16 años que transcurrieron has-
ta la revolución? ¿ Cuál habría sido hasta el
día?. ¿y porque todo lo he sacrificado por
amor a la patria, se me acusa hoy, se me in-
sulta, con estos mismos sacrificios, se me ha-
ce un crimen de haber dado lugar con la pu-
blicación de los Derechos del Hombre, a que
se confiscaran mis bienes, se hiciera pagar a
mis fiadores, se arruinara mi fortuna y se de-
jara en la mendicidad a mi familia, a mis tier-
nos hijos? En toda otra república, en otras
almas que las de Diego Gómez y Vicente
Azuero, se habría propuesto, en lugar de una
acusación, que se pagasen mis deudas del te-
soro público, vista la causa que las había oca-
sionado, y los' 29 años que después habían
transcurrido. Dudar, señores, que mis sacrifi-
cios han sido por amor a la patria, es dudar
del testimonio de vuestros propios ojos. ¿Hay
entre las personas que hoy me escucnan, hay
en esta ciudad y en toda la república una só-
la que ignore los sucesos "de estos 29 años?
42 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

¿Hay quien no sepa que la mayor parte de


ellos los he pasado encerrado en el cuartel de
caballería, de esta ciudad, en el de milicias
de Santa Marta, en el del Fijo de Cartage-
na, en las bóvedas de Bocachica, en el castillo
del Príncipe de La Habana, en Pasto, en el
Callao de Lima, y últimamente en los cala-
bozos de la cárcel de Cádiz? ¿Hay quien no
sepa que he sido conducido dos veces en par-
tida de registro a España y otra hasta Car-
tagena? Todos lo saben; pero no saben, ni
pueden saber, los sufrimientos, las hambres,
las desnudeces, las miserias que he padecido
en estos lugares de horror, por una larga se-
. rie de años. Que se levanten hoy del sepulcro
Miranda, Montúfar, el virtuoso Ordóñez, y
digan si pudieron resistir a sólo una parte de
lo que yo por tántos años he sufrido: que los
vivos y los muertos os digan si en toda la
república hay otro que os pueda presentar
una cadena de trabajos tan continuados y tan
largos como los que yo he padecido por la
patria, por esta patria por quien hoy mismo
se me está haciendo padecer, Sí. señores, hoy
estamos dando al mundo el escandaloso es-
pectáculo de un juicio, a que no se atrevió el
mismo gobierno español; él ha dicho, en tér-
minos claros, que se retenga el sobrante de
mis bienes, después de pagado el alcance a
disposición de la real audiencia; él ha creí-
do que había un sobrante y, por lo mismo,
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 43

nunca me juzgó fallido. Pero quizás mis acu-


sadores tendrán razón en el otro punto que
voy a tratar. Veámoslo.
~~l segundo cargo es el haberme entregado
voluntariamente en Pasto al enemigo, cuando
iba mandando la expedición del Sur el año de
13. Es decir, que después de 20 años de sacrifi-
cios y servicios hechos a la causa de la libertad
de mi patria, siendo presidente dictador de Cun-
dinamarca y general en jefe de esta expedi-
ción, siempre victoriosa, me dio la gana de
entregarme al furor de los pastusos y al go-
bierno español, de cuyas garras había escapa-
do milagrosamente, no una vez, sino tres oca-
siones di ferentes. ¿ Y será preciso, señores, que
yo me presente ahora cargado de documentos
para justificarme ante el senado? Es preciso
ser un Diego Gómez, un Azuero, para atre-
verse, con tanta desvergiienza a estampar, en
medio de un congreso, semejante acusación.
¿Qué era lo que yo iba a buscar a Pasto?
¿Qué servicios los que iba a presentar al go-
bierno español? ¿Conduje conmigo algÚn te-
soro, algunas personas importantes? ¿Entregué
el ejército que iba a mis órdenes? Llevaba
conmigo documentos que justificasen mi amor
y fidelidad al rey?. y si nada de esto lleva-
ba, ¿qué es lo que iba a buscar a Pasto?
Los hombres, en semejantes momentos no·
se mueven, sino por el interés, la ambición,
la gloria, o el amor a la patria. Yo pregunto
44 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

a mis acusadores: ¿cuál de estos móviles me


conducirían a Pasto voluntariamente? ¿Iría
a buscar una fortuna entre los pastusos a
quienes acababa de destruir sus ganados
para mantener mis tropas? ,Iría tras unos
empleos superiores a los que dejaba en
el seno de mí patria? ¿O buscaría la glo-
ria de abandonarla, para hacerle la guerra y
destruir una libertad que me costaba ya
tantos años de sacrificios?. No hablemos del
último motivo, porque por cualquier lado que se
le mire, siempre resulta, o imposible, o glorioso
para mí: si el amor de la patria me obligó a ha-
cer los sacrificios que hice, y exponerme a los
riesgos a que me expuse, este paso sería un mé-
rito y no un delito; y si se cree imposible
que en tal caso me pudiese conducir este mo-
tivo, yo no hallo cuál pudiese ser el que me
conduio voluntariamente entre los enemigos.
Que lo digan mis atrevidos acusadores. ,Sería
acaso el miedo? Pero además de que no ha-
brá un solo oficial, ni soldado que me lo pue-
da echar en cara, esto sería lo mismo que
correr hacia las llamas un hombre que tuvie-
se miedo al fuego. ¿Pues cuál fue el motivo,
se me dirá, que lo condujo a usted a Pasto?
Vosotras lo vais a oir, señores, pero no de mi
boca, sino de la de un hombre imparcial que fue
testigo de vista, que presenció lo que refiere.
Que se lea el parte que de oficio dio el ma-
yor general Cabal al Colegio Electoral de Po-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 4

payán, después de estar yo prisionero en Pas-


to, señalado con el número 13. (Se lee hasta
estas palabras: «este fue el momento en que
yo vi a nuestro general más grande y más
heroico. A todas partes atendía, sin reparar
en los peligros; recorría todas las divisiones;
animaba con su ejemplo a aquellos a quienes
la fatiga hacía ya flaquear, y puesto al fren-
te de la división del centro, ataca a la fuerza
principal del enemigo, entrando muchas veces
en sus fijas, en donde le mataron el caballo.
Pero siempre impertérrito y valiente, no aflo-
ja un solo instante, continúa con la misma
impetuosidad con que había comenzado, y
consigue rechazarlo completamente».) Que se
detenga por un momento la lectura y se ob-
serven con atención estas últimas expresiones
del mayor general Cabal. Y cómo compagina-
mos el concepto de un hombre imparcial que
acaba de ser testigo ocular de lo que dice, y
el del ilustre Diego Gómez, que en aquel mis-
mo tiempo no sabíamos dónde estaba, quién
era, ni si existía tal hombre sobre la tierra?
¿ Cómo sería que parecía grande y heroico en
medio de las balas, al que presenciaba mis
acciones; y criminal y traidor en el mismo
momento a los que estarían a 500 leguas del
enemigo? Ahora, señores, ¿ recorrería las divi-
siones como dice Cabal, animaría con mi
ejemplo a los que la fatiga hacía flaquear;
entraría en las filas en donde me mataron el
46 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

caballo, continuaría impertérrito con la mis-


ma impetuosidad, hasta rechazar al enemigo,
para entregarme después voluntariamente?
¿Cabe esto en otras cabezas que las que es-
tán alucinadas por una frenética pasión: por
una ambición de mando que los atormenta y
los ciega hasta este extremo? Que prosiga la
lectura, que ella acaba de aclarar más lo que
por ahora podía yo decir. (Prosigue la lectu-
ra del parte oficial hasta \stas palabras: «Y
después de estar bien cerciorado que el gene-
ral no podía ya venir por tener al enemigo
encima, comencé a retirarme».)
Que se suspenda por otros momentos la'lec-
tura. Aquí dice Cabal: que hasta que no estu-
vo bien cerciorado de que yo no podía ya ir,
por tener al enemigo encima, no comenzó a
retirarse; esto es, que hasta que vio imposi-
ble mi retirada, no se vino con la tropa que
lo acompañaba. ¿Lo queréis más claro, seño-
res? ¿ Es esto entregarse voluntariamente al
enemigo~ o ser entregado por los que me
abandonan? ¿ Y cuándo es que me entrego?
Después que él y todos se vinieron, después
que me dejaron solo, después que no me
quedó ninguna salida. después que aguardé
tres días con sus noches la vuelta de las tro-
pas, después que no veía más puertas abier-
tas que las de la eternidad y las de Pasto,
fue cuando determiné ir a tratar con el pre-
sidente de Quito sobre una suspensión de ar-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 47

mas, porque temí lo que pudiera suceder, y


lo que hubiera sucedido infaliblemente, si no
voy a Pastq y entretengo con mis propuestas
la persecución de nuestras tropas amedrenta-
das.{ Yo conocía que debía morir en Pasto,
pero podí~ morir sirviendo, y esta considera-
ción fue la· que me hizo exponerme a morir
sobre un patíbulo con utilidad, más bien que
a la sombra de unos árboles inútilmente.
¿Es esto ser criminal o haber cumplido has-
ta el último instante con mi deber? ¿Y cómo
es que el enemigo me había envuelto? Al la-
do de la artillería que encontré clavada,
aguardando la tropa que había mandado
llamar, y con sólo un puñado de hombres ha-
ciendo fuego. El general, dice poco antes el
parte, <que siempre conservaba aquella pre-
sencia de espíritu que caracteriza a las almas
grandes, no se desconcierta por esto. Trata de
sostener el honor de las armas que tantas ve-
ces habían triunfado, y se decide a hacer
frente". ¿Y cómo es que mis acusadores, que
los señores del congreso que votaron ese jui-
cio no habían visto este parte que anda im-
preSG.,en las Gacetas de Cundinamarca del
año de 14? Y si lo habían leído, ¿cómo pudo
más la simple acusación sin documento ni
prueba de unos hombres que desde los pri-
meros pasos del congreso se habían declarado
abiertamente mis enemigos? Pero vosotros, se-
ñores, y el ilustre pueblo que nos escuchar
48 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

acabáis de oi r la pin tura del suceso escanda-


loso de Pasto, y juzgaréis por lo que dice un
testigo tan irrecusable, y a la vista de los
mismos oficiales y soldados de quienes habla.
¿Si en el sitio sobre que se me hace este ini-
cuo cargo, merecería un monumento de execra-
ción o un monumento de gloria? ¿ Si el no
haberme desconcertado, si el haber conserva-
do presencia de espíritu, si el haber tratado
de sostener con un puñado de hombres el ho-
nor de las armas que tantas veces habían
triunfado, hasta el punto de ser cortado por
los enemigos y abandonado por los míos,
merece el título de criminal con que se
me ha honrado en el acta, o el de un ciu-
dadano que todo lo ha expuesto por amor de
su patria : Vosotras, señores, váis a decirlo
para satisfacción de Diego Gómez o para su
eterna ignominia. "".
Pero su hijo, se ha dicho, que estaba a su
lado, ¿cómo pudo escapar y no pudo escapar
el padre? Es verdad, señores, que estaba a
mi lado, que jamás me desamparó, que era el
único edecán que me había quedado; y ésta
es otra de las pruebas incontestables de mi
resistencia al enemigo hasta el último instan-
te, y en que ni el amor de este hijo querido
pudo hacerme vacilar un momento de lo que
debía a mí mismo y a la p8tria. Que se lea
la postdata del mismo parte de Cabal. «El se
mantuvo siempre al lado del general, dice el
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 49

parte, y si no ha corrido la misma suerte que


él, como buen oficial y buen hijo, se
debe a una corta separación que hizo' con
el objeto de comunicarme una orden, en
cuyo intermedio fue cuando se apoderó el
enemigo de nuestro campo, y que yo lo obli-
gué (dice Cabal) a que se salvase con la tro-
pa que había reunido:.. Con lo que queda
respuesta la objeción de la venida de mi hi-
jo, sin necesidad de más documentos rJ.i re-
flexiones.
Hasta aquí habéis oído, señores, el parte
que el mayor general Cabal dio al Colegio
Electoral de Popayán. Este parte es dado por
uno de los oficiales más impávidos y valien-
tes que llevaba conmigo, por un oficial que
presenció todo 10 que dice, por un oficial de
contraria opinión a la mía, por un oficial que
nada tenía que esperar ni temer de mí, y que
hablaba delante de mil testigos oculares de lo
que dice. Este parte se imprimió y publicó des-
de el año de 14 y circuló por toda la repú-
blica. No sé si Diego G6mez, si su compañe-
ro de acusación o sus patrones, podrán pre-
sentar un documento igual en prueba de lo
que han dicho contra mí. Pero si el mayor
general Cabal, cuya memoria debe estar siem-
pre grabada en los cOrazones de todos los
.amantes de la libertad, de todos los buenos
ciadadanos de Colombia, y su nombre escrito
entre los primeros héroes de nuestra transfor-
50 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

mación, dijo cuanto vio hasta el día 11 de


mayo de 1814, en que nos separamos; él no
pudo decir: que el día que me presenté en
Pasto, llevaba una semana sin comer ni be-
ber; que hasta el 14 lo pasé debajo de unos
matorrales aguardando la vuelta de la tropa,
a cincuenta pasos del sitio en que quedó la
artillería; que al saberse en Pasto mi llegada,
se pidió a grito entero por el pueblo mi ca-
beza; que se me encerró al momento, que se
me pusieron un par de grillos, que se dio or-
den por el presidente de Quito para que se
me pasase por las armas. El no dijo, ni
podía decir, que a mi firmeza y serenidad de-
bí el haber escapado del furor de los pastusos
y de la orden de Montes.
Yo os presentaré, señores, documentos de
una parte de lo que él no dijo, porque fue to-
do posterior a su venida. i Pero no hablo hoy
a los nueve años de estos sucesos! ¡No hablo
después de estar sometido Pasto y hecho pri-
sionero Aymerich! ¡No habrá en este ilustre
senado, en este numeroso auditorio, quién pue-
da deponer 10 que digo o contradecirlo! ....
Yo ruego a los miembros del senado y a to-
dos cuantos me escuchan, que si hay alguno
que pueda agregarse en este momento a Die-
go Gómez y contradecir lo que llevo referido,
se levante y lo diga, pues no hay quien apo-
ye ni contradiga: que se lea la carta del ge-
ANTONIO NARI~O - SU' DEFENSA 51

neral Aymerich al general Leiva, y la contes-


tación de éste en el documento número 16.
Acabáis de oir, señores, en la «Gaceta Mi-
nisterial de Cundinamarc8), del jueves 23 de
junio de 1814, número 178, que escribiendo
el general enemigo don MeIchor Aymerich a
nuestro inmortal Leiva, que tenía el mando
de nuestras tropas en Popayán, le dice estas
notables palabras: «A la vista del descalabro
que ha sufrido el ejército de que es miembro
y del destino de don Antonio Nariño que
tengo eprisionero en este cuartel general>. «Si
V. S. se somete otra vez a la obediencia que
debe guardar a nuestro gobierno nacional y
me entrega las armas que hay en esa provin-
cia, yo seré pronto a protegerIe, etc. > El ge-
neral Aymerich trata de seducir al general
Leyva, para que le entregue las armas y vuel-
va a la obediencia de su gobierno, y apoya
su solicitud en el descalabro del ejército y en
el destino que se me aguarda, teniéndome
prisionero en su cuartel general. ¿No parecía
más natural, más conforme con sus ideas, el
que le dijera, como Diego Gómez, Nariño se
ha entregado voluntariamente, Nariño ha abier-
to los ojos, ha conocido sus yerros, siendo
americano y habiendo sacrificado su vida en
servicio de esta causa; sígalo usted que es es-
español y que su vida la ha pasado en servi-
cio de la España? Pero Aymerich, que no es
testigo recusable, dice, en términos claros, que
52 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

«me tiene prisionero». ¿Y con qué lo desmen-


tirá Diego Gómez? ¿Cómo no se sepul ta de
verguenza al oirse desmentir por un genE;ral
enemigo? Pero el señor Diego Gómez es de
aquellos hombres a quienes no pueden salir
los colores a la cara, a quienes no se les pue~
de conocer verguenza. Sigue Aymerich y pro-
pone canje de prisioneros. ¿Cuál es la respues-
ta del virtuoso Leiva 1 Que la oigan esos vam-
piros miserables y se avergiiencen si pueden:
«añadiré, dice con fecha 28 de mayo, en cuan-
to al canje de prisioneros, que supuesto que
la equidad de V. S. lo indica, la primera pro-
posición que tengo que hacer es que, si se de-
vuelve al general Nariño, entregaré por su
rescate al coronel, teniente coronel y demás
oficiales que constan en la planilla que acom-
paño; añadiendo cualquiera otro u otros que
denominadamente desee V. S., de los que has-
ta cosa de sesenta están en mi poder;. .... ¿Có-
mo es, pues, que el general Leiva propone
canje, ofreciendo más de sesenta oficiales por
un traidor, un criminal que se había entrega-
do voluntariamente a los enemigos? Ignoraría
Leiva los moti vos de mi quedada en Pasto,
después de haber hablado ccn el ejército y
recibido comunicaciones del general enemigo?
¿ Lo ignoraba la representación nacional de
Popayán, que hace igual encargo a Leiva pa-
ra mi canje? Sólo Gómez y Azuero y sus ilus-
tres cómplices lo ignoran hasta hoy, o supo-
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 53

nen que lo ignoran para llevar su intriga al


cabo. Que eche el público una mirada sobre
sus enemigos, y a todos los verá en los pri-
meros puestos de la repÚblica; que la eche
sobre los papeles públicos, desde que dejé la
vicepresidencia, y en· todos verá ese encono;.
esa intriga, ese espíritu de partido. ese empe-
ño de deprimirme y calumniarme. Veamos si
éste era el lenguaje del año 14, cuando me
acababa de entregar voluntariamente al ene-
migo, según se expresa GÓmez. Suplico que
se lea la nota nÚmero 7 de la «Gaceta», de
23 de junio de aquel año.
Advertid, señores, que este no es el lengua-
je de la adulación y la lisonja, que sólo se
emplea con los que se hallan en los puestos;
aquí se habla de un hombre reputado ya muer-
to, de quien nada habría que esper.ar ni qué
temer; y por lo mismo debe reputarse como el
lenguaje imparcial de la posteridad. Después
de un elogio de mi conducta anterior, se leen
estas palabras:' «¿Quién verá con impavidez ..
en poder de los tiranos, sin experimentar la
más extraordinaria sensación, sin exaltarse,
sin hacer los mayores esfuerzos y sacrificios,
por rescatado y vengar su sangre inocente~,
¡mi sangre inocente, Diego Gómez, esta san-
gre que manc¡ló los campos de Pasto, estos
campos en donde me llamáis criminal con
vuestra inmunda boca. «Ingratitud sería ésta,
continúa, digna del oprobio de las naciones
54 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

civilizadas». Sólo digna, digo yo, de Diego


Gómez y de los que 10 han acompañado.
«Compatriotas, sigue, no manchemos nuestra
reputación con una nota tan fea: corramos a
las armas, desprendámonos de todos nuestros
haberes y volemos a Pasto a expiar con la
sangre de Aymerich y de sus compañeros,
cualquier agravio que se le haya hecho al ilus-
tre Nariño», ¿Qué nombre daremos, pues, a
la acusación de Diego Gómez, sostenida por
Azuero, cuando el no correr a las armas, el
no desprenderse de sus haberes, el no volar a
Pasto para vengar mi sangre inocente, se mi-
raba como una ingratitud digna de oprobio
de las naciones civilizadas, como una mancha
hecha a la reputación de nuestros compatrio-
tas? ¿Cuál será la infamia, el oprobio, que
debe caer sobre los que ahora me acusan por
este mismo suceso? ¿Los colocaremos entre los
defensores de la virtud y el mérito, o entre
los impostores, entre los inicuos calumniado-
res, que por saciar sus bajas pasiones han in-
tentado esta monstruosa acusación?
Pero quizá el lenguaje de las Gacetas no se-
rá para mis acusadores una prueba del con-
cepto general que merecía en toda la repúbli-
ca el año de 14 cuando me hallaba orisione-
ro en Pasto. Veamos si lo será el lenguaje
reunido de estas Gacetas con el del mayor ge-
neral Cabal, con el del general Leiva, con el
de los generales enemigos, con el del Colegio
ANTONIO NARI:~O - SU DEFENSA 55

Electoral de Popayán. con el del gobierno de


Cundinamarca, con el del soberano congreso
de Tunja y con el del general Bolívar desde
Caracas. Ya habéis oído, señores, una parte
de boca de Cabal, y en los oficios de Montes
y Aymerich con la contestación de Leiva;
que os lean ahora los documentos números
15, 17, 18, 19 Y 20, en los lugares que están
señalados, para no molestar vuestra atención
con lo que no es del caso ..
Entre lo que acabáis de oir, señores, es de
observarse como más notable: que en la co-
municación del secretario de gobierno con el
enviado al congreso, se dice: «En la tarde del
día de ayer se recibió por la posta un oficio
del excelentísimo señor presidente propietario
de este estado, don Antonio Nariño, incluyen-
do apertorio un pliego para el soberano con-
greso, en que propone se nombre, de acuerdo
con esta provincia, un diputado, que en unión
del que elija el presidente de Quito, ajuste
un armisticio cual convenga a las dos partes
contratantes». i.Y qué dice el cor.greso en su
acuerdo después de vistos mis pliegos? ... i. Di-
ce que no puede entrar en contestaciones con
un traidor que se ha entregado voluntariamen-
te al enemigo? No, señores, lo que dice es:
«Que habiendo tomado en consideración, en
conferencia con el enviado de Cundinamarca,
los oficios del general Nariño, prisionero en
Pasto, etc.» se me conteste de modo que el
56 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

gobierno de Cundinamarca, me reconocía por


su presidente <propietario» en 2 de agosto, y
el congreso oye mis propuestas y manda se
me conteste como a un general prisionero en
Pasto. Ellas no tuvieron efecto, no por ser
propuestas por un traidor, sino por la necedad
de la contestaci6n al presidente de Quito, en
que se le habla con impersonalidad, negándole
el tratami~nto correspondiente a su grado, co-
mo si el ser enemigo se lo quitase, y el haber
exigido unas formalidades que no eran del
caso, ni estábamos en estado de exigir. Esta
contestación impolítica, por no decir otra co-
sa, fue la que frustró el armisticio propuesto:
armisticio que nQS hubiera puesto en estado
de rehacemos, de concertar nuestras opiniones
de unificar los ánimos, de pertrecharnos, y
quizá de haber demorado la invasión de las
tropas expedicionarias e impedido sus efectos.
¿y qué dirían mis mordaces enemigos si yo
les pudiera presentar el oficio. de Montes en
que me proponía el statu quo de La Plata si
le ofrecía entregar a Popayán, y mi respuesta
negándome? Figuráos, señores, por unos· mo-
mentos, que me véis encerrado en una peque-
ñísima pieza, tendido sobre una mala cama,
cubierto con una ruana, con un par de gri-
llos en mis piernas ulceradas, sin un amigo,
sin un libro para distraerme y esperando de
hora en hora correr la suerte de Caycedo y
Macaulay, y que en este estado recibo el ofi-
ANTONIO NARI~O - SU DEFENSA 57

cio del presidente de Quito en que me hace


la propuesta. ¿Qué habrían contestado Gómez
y Azuero al oir que no sólo se les ofrecía sa-
carlos de aquel estado angustioso, sino que se
les ofrecía restituírlos a sus antiguos honores
y empleos? Pero no les hagamos el honor ni
aun de dudar lo que habrían hecho, ni aun
de traerlos a comparación en semejante mo-
mento. ¿ Qué habrían hecho, qué habrían con-
testado otros de mis enemigos que ocupan
hoy puestos más señalados? ¿Hubieran contes-
tado lo mismo? ... Yo lo dudo. Mas ya que
no puedo presentaras estos oficios, que qui-
zás después parecerán, os presentaré, a lo me-
nos, lo que en la misma situación escribí al
congreso y al gobierno de Cundinamarca: en
ellos veréis que a presencia del mismo Ayme-
rich, doy igual tratamiento al presidente de
Quito, que al presidente del congreso y al de
esta provincia; en ellos veréis el lenguaje no
de un hombre abatido, que vende los intere-
ses de la patria al temor o a sus miras per-
sonales, sino el lenguaje de un jefe que en me-
dio de los enemigos y de los sufrimientos y
peligros que lo rodean, quiere conservar la
dignidad de la república, y hace que estos
mismos enemigos la respeten. Que se lean los
dos oficios insertos en el documento número
16. y bien, señores, ¿es este el lenguaje de un
«adocenado charlatán:t, de un traidor, de un
hombre vendido a los enemigos? Que se me
58 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

presente en toda la república, en los trece


años que llevamos de contiendas con la Espa-
ña por nuestra independencia, otro ejemplar,
otro documento como el que acabáis de oir.
Pelópidas entre los Tebanos se vio en igual
situación a la mía; pero si aquel libertador de
su patria sufrió como yo, y mantuvo todo su
carácter en medio de las prisiones, él no tuvo
la desgracia de verse acusado por sus compa-
triotas por haber pasado personalmente a tra-
tar con el enemigo; aunque hubo la notable
diferencia de que aquel hombre extraordina-
rio no se vio, como yo me vi, forzado por la
necesidad. El volvió como yo ...a verse en li-
bertad, y murió peleando contra el mismo que
lo había aprisionado; como yo hubiera muer-
to peleando contra las tropas de Aymerich si
se me hubiera permitido cuando lo solicité.
Parece, señores, que no hay necesidad de
abundar de pruebas para desmentir una ca-
lumnia que a cuantas partes volvamos los ojos
en toda la república, la hallamos desmentida.
Pero no será fuera de propósito el que os re-
cuerde estas palabras de la carta del presiden-
te de Quito, don Toribio Montes, escrita a
mi mismo hijo, inserta en la <Gaceta:t núme-
ro 167 y la nota que las acompaña: «Su se-
ñor padre de usted continúa en Pasto, y co-
mo me ha representado hallarse enfermo de
las piernas, le he contestado y prevenido a
aquel general se le quiten las prisiones.» Ved
ANTONIO NARffiO - SU DEFENSA 59

aquí, dice la nota, confesado por boca del


mismo Montes, el tratamiento que el ilustre
Nariño ha recibido de él y de Aymerich:
«opresión, encierro, calabozos, grillos y cade-
nas~. íY luego se burlan mis enemigos de
mis padecimientos! j Y se burlan de mis enfer-
medades! íY se burlan de que hoy mismo es-
tén mis piernas padeciendo, con las cicatrices
de aquellos grillos, de aquellas cadenas que
me oprimían en Pasto, no seguramente por
traidor y criminal, sino por amigo de la liber-
tad y la justicia!
A la vista, señores, de cuanto he expuesto
hasta aquí, de cuanto habéis oído, ¿creéis que
esta acusación se ha intentado por la salud
de la república, o por un ardiente celo, por
un amor a las leyes? No, señores, hoy me
conducen al senado las mismas causas que me
condujeron a Pastc: la perfidia, la intriga, la
malevolencia, el interés personal de unos hom-
bres que por despreciables que sean, han he-
cho los mismos daños que el eSc!:1BLQajo de la
fábula. En Pasto, al concluir ra--campaña,por-
que ya era el último punto enemigo para lle-
gar a Quito, se me hace una traición, se me
desampara, se corta el hilo a la victoria, y
por sacrificarme se sacrifica la patria. ¡iíQué
de males van a seguirse!!! ¡¡iCuántas lágri-
mas, cuánta sangre va a derramarse!!! ¡¡¡Quéca-
lamidades va a traer a toda la república este
paso imprudente, necio, inconsiderado/!! No
60 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

hablo, señores, ante un pueblo desconocido;


hablo en medio de la república, en el centro
de la capital, a la vista de estas mismas per-<
sonas que han sufrido, que están sufriendo
aun los males que ocasionó aquel día para
siempre funesto. Yo me dirijo a vosotros y al
público que me escucha. ¿Sin la traición de
Pasto hubiera triunfado Morilla? ¿Se habrían
visto las atrocidades que por tres años conti-
nuos afligieron este desgraciado suelo? ¿Hubie-
ran Sámano y Morilla revolcádose en la sangre
de nuestros ilustres conciudadanos? No, señores,
no; siempre triunfante habría llegado a Quito,
reforzado el ejército, vuelto a la capital, y so-
segado el alucinamiento cie mis enemigos con
el testimonio de sus propios ojos; hubiéramos
sido fuertes e invencibles. Santa Marta, antes
que llegase Morilla, habría sido sometida a la
rázón, y sin <:;ste punto de apoyo, Morillo,
no habría tomado a Cartagena y esta ca-
pital habría escapado de su guadaña destruc-
tora. Y después que se sacrificó mi persona,
los intereses de la patria y se inmolaron tan-
tas inocentes víctimas por viles y ridículas
pasiones, ¿se me acusa de haber sido sacrifi-
cado quizá por algunos de los mismos que
concurrieron a aquel sacrificio? Sí, yo veo en-
tre nosotros no sólo vivos sino empleados y
acomodados, a muchos de los qÚe cooperaron
a aquella catástrofe; y Gómez y Azuero, que
en aquel tiempo ni aun sus nombres se cono-
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 61

dan, no son ahora sino los instrumentos de


que se valen, para traemos quizá nuevas ca-
lamidades. Hoy se quieren renovar por otro
estilo las escenas de Pasto: hoy por sacrificar-
me se volverá a sacrificar la patria, pues exis-
ten los mismos gérmenes, muchas de las mis-
mas personas, los mismos odios, la misma
emulación, el mismo espíritu de personalida-
des, la misma necedad y ceguera que enton-
ces nos perdió. Pero no ¡Dios supremo a cu-
ya vista no se puede ocultar el corazón del
hombre, levantad vuestro brazo omnipotente
y descargadio sobre mi cabeza, ~ntes que yo
vuelva a servir de pretexto a los enemigos de
la "patria para sus unicuas maquinaciones! ¡Pe-
rezca yo en este insta!1te, perezca mil veces,
si he de servir de pábulo para que se vuelva
a ver afligida mi adorada patria!
.í- Exhibo, señores, esta esquela de desafío del
teniente coronel José Iv1arÍa Barrionuevo en
prueba de lo que acabo de decir. Detenéos un
momento, señores, en su contenido, en su fe-
cha y en la persona que me la dirige. Entre
ocho y diez de la mañana del día 12 de fe-
brero entrego la comandancia general de ar-
mas, recibo esta esquela y veo partir a S. E.
el vicepresidente para su hacienda de Hato-
grande. Suponed, señores, que yo, menos sumi-
so a las leyes, con menos desprecio a preocupa-
ciones y con menos previsión de las consecuen-
cias de este ASESINA TO PREMEDITADO,
62 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

hubiera admitido el desafío, ¿cuáles habrían si~


do los resultados? Si mato a Barrionuevo, S. E.
vuelve, me manda arrestar, se me sigue la
causa y se me sentencia a muerte. Si Barrio-
nuevo por una casualidad me mata, estando
ausente el jefe del gobierno, ¿creéis, señores,
que mi muerte. a manos de un ingrato es-
pañol, se habría visto con indiferencia en la
ciudad? '¿Creéis que la vista de mi ensangren-
tado cadáver no habría causado ningún mo-
vimiento contra el agresor? ¿Y si Barrionue-
va' en un conflicto echa mano de la artillería
que tiene a su disposición, ¿qué hubiera sido
de esta ciudad?
Este Barrionuevo es el mismo que se que-
dó el día de la acción de «Las Cebollas~'; el
mismo que de los primeros se vino el día que me
abandonaron en Pasto, arrastrando consigo una
porción de tropa del segundo campamento; es
el mismo que me insultó el día del juicio de
los jurados; el que me ha dado mil disgustos
durante mi comandancia de armas; sí, el mis-
mo que dio de bofetadas al anciano Urizarri
en medio de la calle a las once del día; el
que ofreció de palos al mayardomo de pro-
pios de la ciudad, y el que hace su fortuna
apaleando a nuestros obreros, como lo hacía
cuando grababa el escudo de armas de su pai-
sano Sámano. ¡Y las leyes se violan, y la se-
guridad del ciudadano se atropella, y se ultra-
ja a los superiores! ¡Y Barrionuevo se pasea.
ANTONIO NARI:~·O - SU DEFENSA 63

y Barrionuevo campea en la ciudad con des-


cansoj j Y Barrionuevo se ríe y hace alarde de
la protección del gobierno! Juntad, señores, yo
os lo suplico, los procedimientos de este solo
hombre con la presente acusación de que me
estoy defendiendo, y el lenguaje de ciertos pa-
peles públicos de algún tiempo a este parte;
y juzgad si tengo razón para decir que se
quieren renovar los días funestos de Pasto,
y que por sacrificarme a mí se volverá a sa-
crificar la patria.
Permitidme ahora, señores, que en medio
de este santuario de las leyes, lea sólo las pre-
cisas palabras de la que Barrionuevo ha in-
fringido y que está en vigor entre nosotros, pa-
ra que sirva de prueba de lo que se me es-
peraba si hubiera admitido su desafío, y de
las penas en que él ha incurrido.
«PRAGMATICA SOBRE DUELOS Y DE-
SAFIOS-Por si hubiere quien se desviare de
mis justas y paternales intenciones, dice la
ley, declaro primeramente por esta inaltera-
ble ley real y pragmática, que el DESAFIO O
DUELO debe tenerse y estimarse en todos
mis reinos, por DELITO INFAME; y, en su
consecuencia de esto, mando que todos los
que desafiaren, los que admitieren el desafío,
los que intervinieren en ellos por terceros o
padrinos, los que Ilevaren carteles o papeles
con noticia de su contenido, o recados de pa..
labra para el mismo fin, PIERDAN IRRE-
64 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

MISIBLEMENTE por el mismo hecho, to-


dos LOS OFICIOS, RENTAS Y HONORES
que tuvieren, y SEAN INHABILES PARA
TENERLOS TODA SU VIDA .... v si el de-
safío o duelo LLEGARE A TENER EFEC-
TO, saliendo los desafiados O ALGUNO DE
ELLOS al campo o puesto señalado, aunque
no haya riña, muerte, ni herida, sean' sin re-
misión alguna castigados CON PENA DE
MUERTE y todos sus bienes confiscados.»
A vista de esta terminante ley, ¿ estaría yo
hoy hablando en el senado cualquiera que hu-
biera sido el resultado del desafío? . " Pero
no nos distraigamos más del asunto principal.
Examinemos el tercer punto de acusación.
El tercer cargo que se me hace es la falta de
residencia que exige la constitución por ha-
ber estado ausente, dice Diego Gómez, «por mi
gusto y no por causa de la repÚblica>.Nada más
bello señores, nada más conforme con las Hdeas
del señor Diego Gómez que este cargo. Sí, se-
ñores, él acaba de correr el velo a esta mal-
dita intriga; él os descubre las intenciones,
las miras, la razón y la justicia con que se
me han hecho los otros cargos. Por mi gusto
dejé de ser presidente dictador de Cundina-
marca; por mi gusto dejé de ser general en
jefe de los ejércitos combinados de la repÚbli-
ca; por mi gusto perdí veinte años de sacri-
ficios hechos a la libertad, las penalidades de
8 meses de marchas y el fruto de las victorias
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 65

que acababa de conseguir; por mi gusto aban-


doné mi patria, las comodidades de mi casa,
la compañía de mis amigos y mi numerosa
familia; por mi gusto desprecié el amor de los
pueblos que mandaba, para irme a sentar con
un par de grillos entre los feroces pastusos
que a cada hora pedían mi cabeza; por mi
gusto permanecí allí trece meses sufriendo to-
da suerte de privaciones y de insultos; por mi
gusto, fui transportado preso entre 200 hom-
bres hasta Guayaquil, y de allí a Lima, y de
Lima por el Cabo de Hornos, a la real cár-
cel de Cádiz; por mi gusto permanecí cuatro
años en esta cárcel, encerrado en un cuarto,
desnudo y comiendo el rancho de la enferme-
ría, sin que se me permitiese saber de mi fa-
milia. ¿No os parece, señores, que es más cla-
ro que la luz del día, que yo he estado au-
sente por mi gusto y no por causa de la re-.
pública? ¡Que no le dé al señor Diego Gómez
y a sus ilustres compañeros de acusación un
antojo semejante! ¡Cuánto ganaría la repúbli-
ca con que tuvieran tan buen gusto! Pero no
es sólo este mi gusto depravado en que justifica
la acusación que se me hace; yo veo sentados
en este mismo senado, adonde se me niega
el asiento, a personas que no han tenido es-
te tiempo, y que no óbstante no las han creí-
do mis acusadores dignas de su censura, por-
que parece que la verdad es lo que más abo-
rrecen.
66 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

Aquí pudiera detenerme a citar algunos ejem-


plos que acabasen de comprobar que este car-
go, no sólo es ridículo, sino injusto; pero no
merece detenemos en él; todo el mundo sabe
que bajo el aspecto constitucional en todo el
curso de mi vida, no he estado una sola hora
ausente de mi patria. Un asunto más grave
va a llamar vuestra atención.
Cuando me presenté en Cúcuta como dipu-
tado por la provincia de Cartagena, y como
vicepresidente interino de la república, nom-
brado por el presidente Libertador, ya tenía
las mismas tachas que se me objetaron des-
pués para ser\ senador. Luégo que se instaló
el congreso me volvieron a nombrar vicepre-
sidente con totalidad de votos. Yo quiero aho-
ra suponer verdaderas y justas estas nulida-
des, y por consiguiente como impedimento pa-
ra obtener algún empleo en la república. El
congreso, pues, ha sido nulo como instalado
por un hombre impedido que no lo pudo ins-
talar ,y por lo mismo no tenemos constitu-
ci6n, ni senado adonde yo debiera sentarme;
sin que sirva la respuesta de que antes dE\ins-
talarse el congreso, no había constitución que
lo prohibiese, porque para un «criminal:., co-
mo dice el acta, para un hombre que se «en-
trega voluntariamente al enemigo~, no se ne-
cesita constitución para no admitirlo en un
empleo de tanta importancia como el de la
vicepresidencia, y la vicepresidencia en seme-
ANTONIO NARINO - SU DEFENSA 67

jantes momentos. No hay medio, señores. no


lo hay por más vueltas que se le quiera dar
a esta reflexión. El congreso se instaló en vir-
tud del decreto de 1.o de mayo, que, proveí
_como autorizado por el artículo 5.o del regla-
mento de convocación: se instaló con mi con-
currencia como diputado por la provincia de
Cartagena, y se instaló por el, poder ejecutivo
de la república que yo ejercía, y que era en-
tonces indispensable para su instalación; con-
que o no hubo congreso legítimo, o es preciso
declarar como el mavor atentado la acusación
hecha contra mí, que pude darle existencia al
primer cuerpo de la república, sin que se me
pusiera ninguna objeción.
Decir que pude ser vicepresidente para ins-
talar el congreso y que no pude ser después
ni ciudadano de Colombia, es suponer que yo
he cometido crímenes después de instalado. Yo
era el mismo cuando instalé el congreso; el
mismo día que el congreso, en vista del
nombramiento hecho por el Libertador, me
confirmó y mandó continuar interinamen-
te. Era el mismo el día que salió em-
patada la votación para vicepresidente en pro-
piedad, que el día que se me eligió senador.
Conque si siempre he sido el mismo: si no
puedo ser senador, tampoco vicepresidente, y
si no pude ser vicepresidente, ¿ quedará ins-
talado el congreso? Si podía instalarse sin la
concurrencia del poder ejecutivo que yo ejer-
68 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

cía, ¿por qué no se instaló antes que yo lle-


gase? ¿Por qué se iba ya disolviendo y reti-
rándose a sus casas muchos de sus miembros?
y si el congreso fue legítimamente instalado,
¿qué responden mis acusadores'l ¿Qué respon-
den los que apoyaron esta acusación 7
Pero ya habéis visto, señores, completamen-
te desvanecidos los tres cargos que con poca re-
flexión se me han objetado para que pudiera
tener el honor de sentarme entre vosotros; ya
habéis visto comprobado con documentos in-
contestables que es falso que sea deudor al
estado; que es falso que deba a diezmos ni
debiera el año de 10, pues el año de 98 se
dio carta de lasta a los fiadores; que es falso
que mi fianza sólo alcanzara a ochenta mil
pesos cuando era ilimitada; que es falso que
deba a dichos fiadores; pues aunque lastaron,
también percibieron bienes que excedían la
cantidad del lasta; que es falso que me en-
tregara voluntariamente al enemigo en Pasto,
y que, últimamente, es falso que haya esta-
do ausente por mi gusto y no por causa de
la república, y por consiguiente falso cuanto
contiene el acta de acusación. De esta acusa-
ción propuesta por dos hombres que, como
el incendiario del templo de Efeso, han que-
rido hacer sonar sus nombres oscuros ya que no
lo podían hacer por sus propios méritos. Si la
acusación hubiera tenido por obj eta la salud
de la república, a pesar de ser contra mí, a
ANTONIO NARIRO - SU DEFENSA 69

pesar de su notoria injusticia, yo lejos de


quejarme, me hubiera defendido tranquila-
mente y les hubiera celebrado su celo y es-
crupuloso amor a la patria. Pero cuando só-
lo los ha movido un vil y arrastrado interés
personal, unas pasiones vergonzosas y contra-
rias al sosiego y bien público, la indignación
del corazón más tranquilo no puede dejar
de manifestarse. Y si no, que nos digan estos
nuevos Eróstratos, ¿por qué habiendo en la
república, en el seno del gobierno, en la cá-
mara, en este mismo senado otros hombres a
quienes quizá con justicia se les pueden ha-
cer objeciones y cargos, sólo han desenrolla-
do su celo contra mí? ¿ Sólo para mí se han
hecho las leyes? ¿Sólo para el empleo de se-
nador tienen fuerza estas objeciones? La vi-
cepresidencia de la república a quien deben
Gómez y Azuero los empleos que indignamen-
te ocupan hoy, ¿no habría merecido iguales
objeciones? Pero entonces no hubieran figura-
do en el congreso que con la vicepresidencia
instalé; entonces no habrían sido ministros de
la corte de justicia; entonces no habrían ta-
pado sus trampas y rapiñas; entonces-y ésta
es una de las pruebas demostrativas del inte-
rés personal por que han intentado esta acu-
sación :-«como vicepresidente les fui útil y
callaron, como senador les puedo perjudicar
y entonces hablan».
y a la vista de semejante escandalosa acu-
I

70 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sación comenzada por el primer congreso ge-


neral y al abrirse la primera legislatura, ¿qué
deberemos presagiar de nuestra república?
¿Qué podremos esperar para lo sucesivo si
mis acusadores triun fan o qué, sí se quedan
impunes? Por una de esas singularidades que
no están en la previsión humana, este juicio,
que a la primera vista parece de poca impor-
tancia, va a ser la piedra angular del edificio
de vuestra reputación. Hoy, señores; hoy va
a ver cada ciudadano lo que debe esperar para
la seguridad de su honor, de sus bienes, de
su persona; hoy va a ver toda la república
lo que debe esperar de vosotros para su glo-
ria. En vano, señores, dictaréis decretos y
promulgaréis leyes llenas de sabiduría; en va-
no os habréis reunido en este templo augusto
de la ley, si el público sigue viendo a Gómez
y Azuero sentados en los primeros tribunales
de justicia, y a Barrionuevo insultando impu-
nemente por las calles a los superiores. al pa-
cífico ciudadano, al honrado menestral. En va-
no serán vuestros trabajos y las justas espe-
ranzas "que en vuestra sabiduría tenemos fun-
dadas. Si vemos ejemplos semejantes en las
antiguas repúblicas, si los vemos en Roma y
Atenas, los vemos en su decadencia, en medio
de la corrupcción a que su misma opulencia
los había conducido. En el nacimiento de la
república romana vemos a Bruto sacrificando
a su mismo hijo por el amor a la justicia y
ANTONIO NARIÑO - SU DEFENSA 71

a la libertad; y en su decadencia, a Clodio,


a Catilina, a Marco Antonio sacrificando a
Cicerón por sus intereses personales. Atenas
nació bajo las espigas de Ceres, se elevó a la.
sombra de la justicia del Areópago, murió con
Milcíades, con Sócrates y Foción. ¿Qué debe-
~mas esperar, pues, de nuestra república si co-
mienza por donde las otras acabaron 1 Al prin-
cipio del reino de Tiberio, dice un cékbre es-
critor, la complacencia, la adulación, la baje-
za, la infamia, se hicieron artes necesarias a
todos los que quisieron agradar; así todos los
moti vos que hacen obrar a los hombres, los
apartaban de la virtud, que cesó de tener
partidarios desde el momento en que comen-
zó a ser peligrosa. Si.' vosotros, señores; al
presentaras a la faz del mundo cQmo legisla-
dores, como iueces, como defensores de la li-
bertad y la virtud, no dáis, un ejemplo de la
integridad de 'Bruto, del desinterés de Foción
y de la iusticia severa del tribunal de Atenas,
nuestra libertad va a morir en su nacimien-
to. Desde la hora en que triunfe el hombre
atrevido, desvergonzado, intrigante, adulador,
el reino de Tiberio empieza y el de la liber-
tad acaba,

Bogotá, 14 de mayo de 1823.


F. DE P. SANT ANDER

SU DEFENSA ANTE LA CAMARA


A los representantes del pueblo colombiano:

Honorables representantes:

Otras veces me he dirigido a vosotros des-


de el primer asiento de Colombia para pre-
sentaras el cuadro fiel de sus adelantamientos
y necesidades; hoy me dirijo desde una tierra
extranjera, para. trazaros rápidamente el de
mis persecuciones. Entonces el deber de ma-
gistrado me llevaba al santuario de la ley a re-
clamar de la sabiduría y del patriotismo de
los diputados del pueblo leyes conducentes al
bien y dicha de los colombianos; ahora el de-
recho de vindicar mi honor ultrajado me fuer-
za a presentarme delante de vosotros para re-
clamar a la justicia a que tiene derecho un
antiguo colombiano, que jamás abandonó las
banderas de la independencia, ni transigió con
sus enemigos en los días infelices de su patria.
Entonces, como ahora, yo tengo la esperanza
de que encontraré en los diputados de Co-
lombia imparcialidad y justicia para oir y
76 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

juzgar la exposición de un patriota, que tie-


ne la gloria de contar tantos días de servi-
cios a su país cuantos él cuenta de existencia
política. No pretendo ni aspiro a otra cosa
que a poner de manifiesto la injusticia con
que se me ha perseguido. Persuadido de que
he llenado mis obligaciones con fidelidad, sin
traficar vilmente con mis opiniones y deberes
sacrificando honores, amistades, tranquilidad y
fortuna, honrado con el testimonio de la opi-
nión pública, y satisfecho de que en mi larga
carrera militar y política no se me puede ta-
char de acción ninguna infame ni traidora,
estoy resignado a morir en el retiro de la
vida privada, haciendo votos por la felicidad
de mi patria.
Lejos de mí entrar en el examen del ori-
gen y progreso de los últimos ultrajes y per-
secuciones que he sufrido desde que tuve que
luchar en defensa de las leyes constituciona-
les de la república contra el criminal proyec-
to de destruírlas para fundar un poder omni-
potente, o cualquiera otra especie de gobier-
no nada análogo al espíritu del siglo y a los
sacrificios de los colombianos. Reservo a la
historia imparcial el deber de hacer este exa-
men y el de juzgarme competentemente.
A mi objeto, basta indicado, y Iimitándo-
me a hablar del último golpe que experimen-
té en 1828, después de la revolucióu de Bo-
gotá del 25 de septiembre, habiendo servido
F. DE P. SANT ANDER - SU DEFENSA 77

este suceso de pretexto para consumar mi


ruina y desahogar pasiones verdaderamente
innobles, a él sólo contraeré esta exposición y
llamaré hacia él la atención y justicia de los
representantes de mi patria. Procuraré olvi-
darme de los autores de mis persecuciones,
para no entrar en el dominio del resentimien-
to: referiré los hechos tales cuales han existi-
do, explicaré las circunstancias, señalaré las
leyes que debieron favorecerme, combatiré los
procedimientos ilegales e inicuos, y me apo-
yaré siempre en razones incontestables y en
los principios de la eterna justicia.
Toca a vosotros, honorables representantes,
pesadas imparcialmente y decidir.
Notorio es que el 25 de septiembre de 1828
estalló en Bogotá una revolución, cuyo obje-
to, según aseguraron los cómplices, era esta-
blecer la constitución de 1821, abolida por
un decreto del general Bolívar, expedido el
27 de agosto anterior, y preservar a la repú-
blica de una dictadura militar, que se creía
tanto más insoportable, cuanto que se vio que
ella favorecía un partido a expensas del que
había sido constantemente sostenedor de las
leves constitucionales.
"Desde que se notó que el restablecimiento
de la constitución de Cúcuta era el objeto de!
movimiento revolucionario, y que en él habían
tomado parte algunas personas de mi amis-
tad, creyó e! gobierno yo era el agente o di-
78 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

rector del plan, y se propuso hacer recaer so-


bre mí su venganza. Se procedió por tanto a
arrestarme, se me mantuvo un mes estrecha-
mente privado dp- comunicación, sin hacerme
cargo alguno, y al fin se tomó una confesión
tan rídicula y extravagante, que los anales
criminales no presentan otro ejemplar. Me re-
fiero al proceso formado contra mí. Allí es-
tán consignados los cargos que me hizo el
abogado Pareja: ellas manifiestan el punto has-
ta donde pueden llevarse el encono y el es-
píritu de partido donde no hay ninguna ga-
rantía para el honor y la vida del hombre.
Lo que se soñó alguno de los conjurados, lo
que otro habló con personas extrañas, lo que
pensaba un tercero, sirvió para reconvenirme
de haber dirigido la conjuración.
Mis más simples relaciones domésticas, mis
más indiferentes conexiones sociales, mis pa-
sos ordinarios o inocentes, hasta mi fidelidad
a la constitución quisieron convertirla en ac-
ciones criminales dirigidas a matar al Liber-
tador la noche del 25 de septiembre, y pro-
clamar nuevamente el imperio de la ley. No
era el entendimiento el que juzgaba en mi
proceso para descubrir la verdad; era el cora-
zón prevenido de hallar delito a cualquiera
costa. Ni se trataba tampoco de aclarar un
hecho. o de averiguar un crimen, sino de
arrancarme la confesión del delito para no
tener el trabajo de violar fórmulas, ni de co-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 79

honestar mi asesinato judicial. ¡Espantosa épo-


ca para un pueblo aquella en donde no hay
leyes, ni garantías y donde la voluntad del
magistrado ofendido es la ley suprema! ¡Con
muy justa razón había dicho el general Bolí-
var delante del Congreso de Cúcuta «que la
espada de un soldado no era la balanza de
Astrea de que necesitaba Colombia~.
Esto mismo que aseguro hoyadas mil le-
guas distante del teatro de tamaña iniqui-
dad, cuando una parte de Colombia juzga que
la conjuración del 25 de septiembre fue un
acto de heroico patriotismo, y cuando el alza-
miento glorioso del pueblo francés ha sancio-
nado el derecho de resistencia a mano arma-
da contra el despotismo y el perjurio, le dije
al Libertador presidente desde Bocachica en
una representación que le dirigí el 13 de di-
ciembre de 1828 en la cual me propuse refu-
tar la sentencia pronunciada por el comandan-
te general de Bogotá el día 7 de noviembre
del mismo año. Creí entonces que el Liberta-
dor prestara atención a la exposición fundada
de un colombiano, que no sólo había sido por
la voluntad nacional el segundo magistrado de la
república, que la había gobernado durante siete
años, y que contaba dieciocho de no interrum-
pidos servicios a su país, sino que tenía dere-
cho por ser hombre a ser escuchado en un ne-
gocio atañadero a su honor, su vida y su for-
80 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tuna, el honor y la gloria de Colombia, y del


mismo presidente.
Pero parece que mi voz fue despreciada, y
que los clamores de la justicia y de la equi-
dad no penetraron en el alma de quien se ha-
bía mostrado más sensible a las súplicas y
clamores de los acérrimos y encarnizados ene-
migos de la independencia Sea lo que fuere,
yo voy a emprender nuevamente el examen
de aquella célebre sentencia para refutada
con los mismos hechos que resultaron del pro-
ceso, y comprobar a la faz del mundo, que
ella ha sido injusta, violenta e inicua, y que
por consiguiente los efectos que me ha hecho
sufrir son inicuos, violentos e injustos. Si lo-
gro esta comprobación, habré logrado el obje-
to de este memorial, y podré también decir
con orgullo «que yo he perdido todo por la
libertad, menos el honor».
Supuesto que se me creía agente principal o
cómplice de la conjuración, debió habérseme
franqueado todos los medios legítimos de de-
fenderme. Se interesaban en ello el honor del
gobierno y el del general Bolívar, y si se quie-
re también la eterna justicia. Blanco de los ul-
trajes y calumnias del partido contrario a la
constitución, desairado públicamente por el
Libertador, calumniado, y amenazado en pa-
peles públicos dictados por sus partidarios, y
amigos, fusilado en estatua en una quinta de
S. E. cerca de la capital, despojado violenta-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 81

mente de la vicepresidencia del Estado en des-


pecho del contrato sinalagmático que existía en-
tre la nación colombiana y yo, sin garantías
para mis comunicaciones epistolares. sin dere-
cho de quejarme contra mis calumniadores,
yo estaba condenado a ser víctima del parti-
do triunfante después de la precipitada conju-
ración. En vez de hacer reunir para juzgarme
un consejo de generales, se me juzgó por co-
misión especial conferida a un hombre solo,
aconsejado por un auditor sin probidad, se
omitió la confrontación de varios testigos,· en
cuyos dichos se apoyó el juez para condenar-
me como culpable, se me negó el imprescindi-
ble derecho de detenderme o de nombrar un
defensor, se despreciaron todas las pruebas
conducentes a patentizar mi inculpabilidad, se
tergiversaron las deposiciones de los testigos,
se alteraron los hechos y se aplicaron leyes
en desuso, y contrarias entre sí. Con un jui-
cio semejante, donde no se respetaron las fór-
mulas, donde no hubo jueces ni defensa, ni
imparcialidad, ni verdad, ni nada más que
deseos de consumar mi ruina, y vengarse de
mi oposición a trastornar las instituciones, se
dispuso de mi fortuna, de mi vida y de mi
honor. Más dichosos los Torres, Camachos,
Pombos, Roviras, Barayas, Caldas, Lozanos,
Gutiérrez, Cabales, Toledos, Castillos y tán-
tos otros ilustres mártires de la libertad, si-
quiera fueron oídos delante del simulacro de
82 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

consejo de guerra, que Morilla formó para


castigados de haber procurado libertar a su
patria de la arbitraria dominación del rey de
España, siquiera pudieron hablar y defenderse.
Para mí no hubo en Colombia bajo el go-
bierno del que obtuvo el título de Libertador,
sino violencias e injusticias y persecuciones.
Sentada la venganza en el trono de la jus-
ticia, revestida de un respetable manto, em-
puñando la espada con que castiga el crimen;
pero no la balanza en que pesa la inocen-
cia, y empleando su augusto lenguaje, pronun-
ció un juicio digno de ella y de las execra-
bles ideas de iniquidad. La sentencia del 7 de
noviembre pronunciada por el comandante ge-
neral de Bogotá empieza afirmando que el pro-
ceso se ha formado contra mí pcr la consPira-
ci6n intentada la noche del 25 de septiembre!
Por consiguiente, íos cargos por los cuales pu-
do legalmente condenarme debían resultar de
que yo fuera director, aconsejador. auxiliador
o ejecutor de la dicha conjuración. Cualquiera
otro hecho era extraño en ese particular. El
primer fundamento de esta famosa sentencia
es que yo había negado en mi declaraci6n inda-
gatoria, y después en mi confesi6n, el que se
tramaba aquella conspiración. Esto en parte
es falso, y en parte ridículo, y aun ilegal. Di-
je en la declaración, que llaman indagatoria,
que el señorr lorentino Gonzá1ez había teni-
do conmigo una conversación, que me dio mo-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 83

tivo de temer una revolución, y lo repetí en


la confesión que me recibieron en 22 y 30 de
octubre, añadiendo además todos los antece-
dentes que las nuevas leyes del gobierno dic-
tatorial habían· producido, aumentando el des-
contento general. Como testigo yo no podía
hablar de lo que se había proyectado y ejecu-
tado la noche del 25 de septiembre, ya por-
que nada sabía, y ya porque estando presos
varios de los cómplices, era de ellos y no de
mí que se debía recabar lo que ilegalmente
quería saberse por mi propia confesión: Que
yo no sabía lo que iba a ej ecutarse la citada
noche, ni quienes 10 ejecutarían, es un caso
plenamente justificado con las deposiciones
de los que se confesaron conspiradores. Uno
solo hubo que asegurara lo contrario, y ape-
lo en testimonio de ello a los procesos forma-
dos entonces, que espero sean consultados pa-
ra juzgar de la verdad de esta exposición.
Que yo no debía declararme culpable aun
cuando hubiera pertenecido a los conjurados,
es un procedimiento que aconseja el derecho
natural y lo sanciona toda legislación fundada
en razón. A mí, como a cualquiera otro a quien
se supone culpable, debió habérseme hecho el
cargo con hechos comprobados, en vez de que-
rer arrancárseme la confesión de la culpa en
forzarme a ello por medios legales. No puedo
prescindir de recordar que al Divino Legisla-
dor de la ley de gracia que rehusó responder
84 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

ante el tribunal del gobernador de J udea quié-


nes eran sus discípulos, es decir sus cómplices,
no se le acriminó por esta omisión, y es bien
raro que en el tribunal de Pilatos no fuera
delito rehusar descubrir la complicidad del
supuesto crimen de sedición, y que en Colom-
bia se me juzgase delincuente porque no con-
fesé 10 que no sabía a ciencia cierta, o que
legalmente podía callar.
El segundo fundamento de la sentencia es
que de las declaraciones del comandante Silva,
del teniente López, y de los caPitanes Briceño
y Mendoza, resulta que cada uno de ellos tenía
convencimiento íntimo de que yo era el primer
agente de la conjuración, y que dirigía el plan
según lo habían asegurado González, Carujo y
Guerra. El convencimiento íntimo de una o
más personas, debe ser el efecto de hechos
evidentes, que no pueden dejar la menor du-
da en el pnrticular, de modo que si faltan es-
tos hechos no hay tal convencimiento. Los
testigos, pues, debieron manifestar los funda-
mentos que produjeron en su ánimo la per-
suación íntima de que yo fuera el agente de
la conjuración. y ellos debían ser hechos cla-
ros y positivos, no conjeturas débiles y vagas.
La sentencia ha debido expresar!os menuda-
mente para hacer palpable a todo el mundo la
justicia del pronunciamiento, y omitiéndolos co-
mo los ha omitido, ha dado lugar que se sospe-
che de la verdad de sus aserciones. Examinemos
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 85

las declaraciones de los mencionados testigos


para buscar las premisas de donde el juez de-
dujo la consecuencia de que resultaba de sus
dichos estar íntimamente convencidos de que
yo era el principal agente.
Silva dijo terminantemente que no sabía
que yo tuviera parte en la coníuración, pero
que lo infería porque Vargas Tejada era mi
amigo, y nos íbamos juntos a la legación de
los Estados Unidos. Este ha sido el fundamen-
to de su inferencia, no el de un convenci-
miento íntimo, ni pudiera conciliarse jamás
el estar convencido íntimamente de que yo
fuera agente del plan, con el ignorar más o
menos si yo tenía parte o no en él. Bien cla-
ro es que entre una mera conjetura más o
menos fundada y un convencimiento íntimo
hay tanta distancia, como entre el de asegu-,
rar, por ejemplo, que la luna esta habitada
de seres animados y que ella gira alrededor
de la tierra.
López también declaró que no sabía que yo
tuviera parte en el negocio: pero que como
había defendido la constitución y era amigo
de las leyes, se me tenía destinado a encargar-
me del gobierno verificada que fuera la con-
juración. Nada hay aquí de convencimiento
íntimo y ni aun de conjeturas. Si los conju-
rados me creían capaz de continuar defendien-
do las leyes me hacían justicia, y si querían
86 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

encargarme del gobierno, yo no veo. en esto


ningún delito de mi parte.
Mendoza declaró que Carujo le había ase-
gurado que el general Páez y yo teníamos par-
te en el plan, sin añadir cosa alguna respecto
de su convencimiento íntimo. Si porque se
dijo con razón o sin ella que yo conocía la
empresa, he resultado delincuente, el general
Páez también ha debido ser juzgado como yo.
La justicia es igual para todos .... , pero me
olvidaba de que en este juicio por la conjura-
ción del 25, sólo se trataba de hacer triunfar
un partido a costa de la vida y del honor del
partido contrario.
Briceño, en fin, aunque expresamente ase-
guró que no sabía positivamente que yo fue-
ra agente de la conjuración, añadió que tenía
el convencimiento íntimo de que lo que fuera
porque siempre había yo siáo el jefe áel partido
constit¡;cional, y porque Guerra se lo había
asegurado.
lal es el fundamento en que el capitán Bri-
ceño apoyó lo que llama convencimiento ínti-
mo y que tanta fuerza hizo en el ánimo de
mi juez para condenarme como culpable. ¡Qué
importaba un despropósito en vez de una ra-
zón, ni una necedad en lugar de un raciocinio!
Decidida mi suerte en los consejos de la ven-
ganza, cualquiera conjetura era suficiente pa-
ra darse por comprobado mi delito. La decla-
ración de Briceño ofrece a los ojos menos
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 87

perspicaces, aunque desapasionados, una ma-


nifiesta contradicción. El diio: que habiéndo-
se propuesto en la parte que tuvieron los con-
jurados del 25, que se me diese noticia de lo
que se había acordado, él había sido uno de
los que se habían opuesto a ello, porque temió
que yo impidiera la ejecución del acuerdo.
Ahora bien, ¿podía temer mi oposición estan-
do íntimamente convencido de que yo era el
agente principal del proyecto? Concurriendo
a una reunión donde veía que se proponía
instruírme de lo que se trataba, ¿no percibía
q\le ella había tenido lugar sin el consenti-
miento del que creía agente o director del
plan? Yo no lo comprendo, señores. Mi razón
me dicta el siguiente raciocinio: Si Briceño
estaba íntimamente convencido de que yo era
agente principal del proyecto, debió estarlo
igualmente de que la junta se haría con mi
anuencia, y no debió temer en consecuencia
que yo me opusiera a la ejecución de la em-
presa; luego si temió mi oposición, y que por
consiguiente se frustrara el golpe meditado,
no pudo ser sino porque no estaba convenci-
do íntima 'TIentede que yo lo dirigía o lo apro-
baba.
Quedan existentes ya solamente las asercio-
nes de que Guerra y Carujo habían asegura-
do a Briceño y Mendoza que yo tenía parte
en el proyecto. Si Guerra y. Carujo en sus de-
claraciones lo aseguran ta~bién, no hay duda
88 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

alguna de que los dichos de los dos primeros


testigos son concluyentes; pero si lo niegan,
entonces quedan del todo destruídos. Guerra
y Carujo declararon que yo, lejos de haber
aprobado el proyecto, había ofrecido oponer-
me a su ejecución; por consiguiente destruye-
ron lo que los antes mencionados testigos ha-
bían afirmado y me libraron del cargo de ha-
ber sido agente director, aconsejador o ejecu-
tor de la conjuración.
Resulta, por tanto, falsa y calumniosa la
aserción del segundo fundamento de la sen-
tencia, y es además injusta o ilegal, porque
se omitió la confrontación conmigo de los cua-
tro testigos Silva, López, Mendoza y Brice-
ño. Fácil me hubiera sido hacer resaltar la
verdad en el careo, y mi inculpabilidad, si se
hubiera cumplido con esta fórmula desconoci-
da sólo en los famosos y sangrientos tribuna-
les de la Inquisición.
El tercer fundamento de la sentencia con-
siste en que el coronel Guerra sostuvo en el ca-
reo haberme hablado de la conjuraci6n, a la
cual me había opuesto. Este es un hecho tergi-
versado estudiosamente contra mí. Lo que se
supone que Guerra sostuvo en el careo fue lo
que él expuso en una declaración anterior que
reformó en dicho careo, según lo hice obser-
var en mi prisión al abogado Pareja delante
de su secretario. Después que reparé que no
se habían extendido en la diligencia las mis-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 89

mas palabras del 'desgraciado Guerra, éste di-


jo en la confrontación conmigo, que de lo que
había hablado no era de una conjuración, si-
no de la probabilidad que había de que se
hiciera un bochinche (esta fue su propia ex-
presión), y que no se acordaba de que hubie-
ra nombrado a persona alguna. Bien diferen-
te de hablar de una conspiración formal a
mencionar el riesgo de un bochinche, palabra
a la cual se ha dado siempre la significación
de una cosa de poca entidad. Por otra parte,
en días de agitación, cuando a cada hora se
hacía una acta, una petición, una reunión,
un bochinche (según el lenguaje de que usá-
bamos los amigos de la constitución) para
echar abajo las leyes constitucionales, nada
tenía de extraño, ni de criminal que Guerra
en cualquier conversación amistosa relativa al
estado de nuestra patria me dijera lo que asegu-
ró haberme dicho. Pero esta exposición de
Guerra justifica más mi honrado proceder,
porque él ha añadido que yo manifesté repug-
nancia a toda especie de perturbación, que
le aconsejé se empeñase en rectificar cualquie-
ra idea que hubiera en el particular, y que
ofrecí oponerme al trastornO del orden esta-
blecido. ¿Debía hacer más sin incurrir en la
infamia de ser un bajo delator, y cuando pue-
de decirse que el proyecto de atacar al go-
bierno existente estaba sólo en embrión, y
90 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

cuando esperaba que mi oposición podía in-


fluir en desbaratado 1
, El cuarto fundamento se toma de la decla-
r~ción del comandante Carujo, aunque alte-
rando el sentido de lo que él ha dicho. En la
diligencia del careo, que es a la que el juez
ha debido atenerse, resulta que habiéndolo in-
formado Florentino González, que yo era opues-
to a todo proyecto d.e revolución, quiso cerciorar-
se de la verdad, y al efecto procuró hablar
conmigo en mi casa; que habiendo pasado a
ella, y habiéndome encontrado positivamente
opuesto a sus ideas, intentó intimidarme y
rendirme, ponderándome la obstinación de los
que habían resuelto emprender el restableci-
miento de la constitución,lo cual había llegado
al punto de estar dispuestos a ir a Soacha a
matar al general Bolívar. Esta exposición en
los términos referidos, forma un sentido muy
diferente de como se expresa la sentencia. Según
ella, Carujo me ha comunicado el proyecto
de matar al presidente-dictador como quien
lo participa a un cómplice, en vez de lo que
resulta, el que yo lo supe ~or la casualidad
de querérseme hacer variar de opinión, infor-
mándome de un hecho ya decidido y pronto
a ser fácilmente ejecutado. Y gracias me sean
dadas por esta feliz casualidad, porque júz-
guese como se quiera al general Bolívar, y re-
pruébese sin misericordia su conducta política,
yo jamás convendré en que el asesinato de
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 91

un hombre sea una acción patriótica, ,ni que


la muerte del que ha servido con gloria a la
causa de la independencia fuese meritoria ni
justificable delante de la moral pública. Yo
salvé entonces al general Bolívar de ser apu-
ña1eado en Soacha por un principio de honor
y de moralidad que me conducirá siempre a
proceder del mismo modo en cualquier caso
en que se trate de llegar a un fin santo por
medios reprobados por la moral y la razón.
- El quinto fundamento se apoya en la expo-
sición de Florentino González, testigo de mu-
cha importancia en el negocio de la conspira-
ción, y cuyos dichos es menester analizar y
meditar sin pasión. González a quien siempre
traté con muy particular amistad por sus re-
levantes cualidades, y por su fervoroso amor
a la libertad, declaró haber estado en mi c.a-
sa por consejo de Caruio a sondear mi opini6n
acerca de la conveniencia de trabajar en res-
tablecer la Constitución de 1821, y que había
oído de mi boca, que la tentativa era inopor-
tuna, perjudicial y expuesta, en cuyo concep-
to muy lejos de mezclarme, y tomar parte
en ella, estaba resuelto a oponerme a su eje-
cución, no menos que alejarme de Colombia,
decidido a no volver jamás al gobierno. Aña-
dió Gonzá1ez, que yo le había dicho en prue-
ba de la inoportunidad y riesgo del proyecto,
que no se debía intentar el restablecimiento
de la constitución sin conocer cuales eran las
92 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

reformas que ofrecía el Libertador, y sin sa-


ber si ellas contentarían o no a los pueblos;
que antes que todo era prudente sondear la
opinión pública, y contar con ella para cual-
quier variación del sistema, y que el medio
de llegar a conocerla me parecía indicado en
el restablecimiento de sociedades patrióticas
en los departamentos y provincias. Tal es la
exposición que González ha hecho en el careo
en el cual, habiendo rectificado sustancialmen-
te su primera declaración, debe fundarse cual-
. ~
qUler cargo contra mI.
Yo deduzco de la dicha .exposición las si-
guientes consecuencias: Primera: habiendo
aconsejado Caruio a González que sondeara
mi opinión acerca de la conveniencia de res-
tablecer el gobierno constitucional, yo no te-
nía conocimiento del proyecto, y por consi-
guiente, no era su director o agente. Segun-
da: habiendo calificado de inoportuno y peli-
groso el proyecto, yo no he tenido complici-
dad en su formación. Tercera: no habiendo
aprobado, yo era inculpable en la conjuración
estallada el 25 de septiembre por la cual se
me estaba juzgando. Cuarta: no habiendo for-
mado ninguna de las sociedades que indiqué
como medios, no de conspirar, sino de inda-
gar la verdadera opinión nacional, la conjura-
ción del 25 no fue efecto de ellas, y por con-
siguient.e ni de mis consejos e influencias.
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 93

Consecuencias todas favorables a mi conducta


de inculpabilidad.
La sentencia hace gran caso de mi opinión
sobre la formación de sociedades patrióticas
para estimar la opinión pública, y la califica
de crimen y de complicidad en la conspira-
ción. ¿ Cuál es la ley, pregunto yo al juez de
mi causa, que ha convertido en delito la ac-
ción de manifestar en una conversación con-
fidencial, que la reunión pacífica de los ciu-
dadanos es aparente para observar y avaluar
los sentimientos del público respecto del nue-
vo régimen establecido? ¿ Existe en Colombia
alguna ley, decreto o firmán. que convirtiera
en delito digno de pena capital lo que en to-
do gobierno liberal se estima como medio ne-
cesario para dirigir los negocios del común?
En las legislaciones que emanan del código
de la razón, no hay delito donde no hay ley ante-
rior que lo determine. Si, pues, mi indicación
a González no está determinada anteriormente
como una acción criminal, como una conspira-
ción, el cuarto fundamento de la sentencia cae
en tierra irremediablemente.
Repárese, además, que el dicho de Gonzá-
lez es único en el proceso; que ni Guerra ni
Carujo han hecho mención de él, y que ha-
biéndose referido Carujo a González, el testi-
monio queda reducido a una sola persona.
Observación interesante para convencerse más
y más que en mi proceso no sólo han tenido
94 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

fuerza de pruebas las más necias e infunda-


das conjeturas, las palabras más insignifican-
tes, los desahogos confidenciales de la amis-
tad, sino hasta los dichos singulares. Para de-
cidir de la propiedad de un pedazo de tierra,
se necesita por lo menos de dos testigos que
estén acordes en los puntos esenciales de la
cuestión; para decidir de la suerte de un an-
tiguo general, antes magistrado de la repúbli-
ca, siempre constante y fiel patriota, defensor
de los derechos del pueblo, ha bastado el di-
cho de una sola persona, aunque ella no cali-
fique positivamente la culpabilidad del acusa-
do. Pero así debía procederse; el fin era con-
denarme de cualquier modo. La manera de
ejecutarlo era indiferente con tal que se me
ejecutase.
Montesquieu ya lo había dicho con mucha
previsión .
...El sexto fundamento es verdaderamente pe-
regrino. Que porque no hubiera día prefijado
para la conspiración, yo debía ser agente o
cómplice de ella, es la consecuencia más ab-
surda que el espíritu de partido podía dedu-
cir para satisfacer sus pasiones. Mi complici-
dad debía resultar de que yo la hubiera pro-
movido, aconsejado, dirigido, aprobado, auxi-
liado o ejecutado, tuviera o no tuviera plazo
preciso o conocido. Pero es así que ningún
testigo ha dicho que yo la promoviera, nin-
guno que yo la dirigiese, ninguno que yo la
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 95

aconsejara, y todos, por el contrario, que des-


aprobé el proyecto, que traté de frustrado, y
que ofrecí oponerme a su ejecución; luego mi
inculpabilidad es más clara que la luz, no obs-
tante que no hubiera día fijo para ejecutarlo.
Todavía hay datos en el proceso que corro-
boran la consecuencia que acabo de asentar
"jT que hubieran tenido slgún ,'alar en la con-
ciencia de jueces imparciales que buscan
la verdad desapasionadamente para absolver
al inocente y castigar al culpable. Apelo al
testimonio de González, consignado en las di-
ligencias del careo. El ha dicho que me habló
sobre el número de oficiales que había de te-
ner la legación de los Estados Unidos (que
se me había conferido) con ánimo de irse
conmigo. Primera circunstancia que debía ha-
cerme concebir que, estimándose fundadas mis
razones contra el proyecto primitivo de cons-
pirar, se abandonaba la empresa, .puesto que
deseaba salir del país uno de los que me pa-
recía ser agente de ellos. El ha declarado
también que habiendo estado conmigo en un
paseo fuera de Bogotá, seis días antes de la
cunjuración del 25 de septiembre, nada me
había hablado en el particular. Segunda cir-
cunstancia, que debía ratificarme en la idea
de que el proyecto estaba abandonado. El, en
fin, ha asegurado que, preguntado por mí po-
cos días antes de la conjuración, si todavía
insistían en el consabido proyecto, me había
96 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

respondido «que la cosa se había enfriado».


Tercera circunstancia, que debía acabar de
convencerme que ya no se pensaba en llevar
a cabo la tentati va expresada.
Estas tres aserciones me favorecen más de
lo que a primera vista parece, porque ello es
cierto, que si yo me había podido persuadir
de que el proyecto de atacar al gobierno exis-
tente se había abandonado, ya no tenía que
hacer otra cosa como ciudadano y como ge-
neral, que felicitarme de haber evitado un
golpe prematuro, inútil y peligroso aun para
la misma causa de la libertad que se quería
sostener, y de haber procurado ahorrar el de-
rramamiento de una sangre preciosa, que pu-
do ofrecerse a ias libertades colombianas con
más suceso. Supongamos que yo hubiera sido
capaz de delatar a mis compatriotas y hacer-
le este servicio a un gobierno fundado contra
mis principios y contra los sacrificios de Co-
lombia. ¿Qué era lo que debía delatarle? ¿ Un
proyecto apenas concebido y prontamente
abandonado? ¿ Un deseo de tener instituciones
en vez de dictadura? ¿Un ahinco de ser go-
bernados por leyes decretadas por los repre-
sentantes del pueblo en lugar a serIo por la
voluntad de un hombre, que en cada paso
dirigido a sostener las leyes veía una grave
ofensa a su persona, y en los que se dirigían
a destruidas una acción patriótica, meritoria
F. DE P. SANT ANDER ,- SU DEFENSA 97
,
y laudable? J uzgadlo, honorables representan-
tes. Oecididlo en el silencio de las pasiones.
- Los seis fundamentos en que se apoya la
sentencia que acabo de examinar, no sumi-
nistran la clase de prueba que pudiera con-
vencerme del delito de que se me supone
autor o cómplice. Ellos producen al con-
¿,.. = __
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ve ánimo de conspirar, ni de quebrantar


las leyes que se cree haber infringido. Si
hay delito donde no hay un ánimo delibe-
rado de cometer una acción reprobada por
la ley, yo soy delincuente en la conjuración
del 25 de septiembre; pero entonces es menes-
ter borrar del diccionario de la razón la cali-
ficación de una acción criminal.. Si se puede
condenar por conjeturas débiles, aisladas e in-
conexas en despecho de datos positivos y cla-
ros, yo he sufrido justamente la condenación
. que pronunció la sentencia del 7 de noviem-
bre de 1828; pero entonces es forzoso despe-
dazar los códigos fundados en el derecho na-
tural. Pretender que hay prueba suficiente
de un hecho, cuando en vez de reunirse to-
dos los motivos que persuadan de su existen-
cia, hay varios que lo ponen en duda, es que-
rer invertir el orden de las cosas y cambiar
los principios de la jurisprudencia criminal.
Cuando la claridad de todos los hechos y
todas las circunstancias de un caso nos
induce a creer que ha existido la cosa de
98 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

que se trata, entonces hay prueba completa,


y nuestro juicio se inclina a decidir en con-
secuencia; mas si queda alguna duda muy
fundada en el particular, si existen circuns-
tancias que impidan ver el hecho con evi-
dencia y certidumbre, nadie dirá con justicia
que hay pruebas suficientes para juzgar. So-
bre estos principios está fundada la legis-
lación universal como que ellos solos pue-
den garantir la vida y el honor de los
hombres en sociedad contra la arbitrariedad
y el poder. De aquí emanan las fórmu-
las protectoras delante de las cuales callan
las pasiones, triunfa ]a inocencia y sufre el
crimen su condigno castigo. Buscad ahora,
honorables representantes, en mi proceso ese
conjunto de hechos claros e incontestables
que formen la prueba de mi delito; examinad
si existieron incidentes y circunstancias, que
dejaban e!} duda la convicción del juez. y
convenid conmigo que el procedimiento eje-
cutado en Bogotá en 1828 es de lo más vio-
lento, arbitrario e injusto de que hay ejem-
plo en los anales de una vengativa persecu-
ción.
~ Pasemos a examinar los considerandos de la
misma sentencia, que son con como las razo-
nes fundamentales de mi condenación. Primer
considerando: que aunque me opuse a la revo-
luci6n, mi oposici6n fue s6lo para mientras re-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 99

sidiese en Colombia. ¿Qué es lo que el juez


pretende deducir contra mí de esta suposición?
¿No es bien claro, por el contrario, que si
ofrecí oponerme a la conjuración que estalló
el 25 de septiembre mientras estuviese en Co-
lombia, no he tenido la. menor parte en ella?
Si el juez da por cierto el ofrecimiento de
oponerme a toda conjuración, la consecuencia
que yo deduzco es más justa que la que él
ha deducido. Por otra parte cuando yo he di-
cho en una conversación familiar que mientras
residiera en Colombia 1'Y!-eopondría a toda re-
volución, he empleado una expresión sencilla
muy común, sin dar a entender por eso que
la patrocinaría después de mi salida de la re-
pública. Es tan natural fijar plazos cuando se
promete hacer o no hacer alguna cosa, que el
primero que me ocurrió fue el que va expre-
sado. Pero veo ahora que si como pudo ser
cierto, que dijera a González, mientras yo esté
en Colombia me opondré, hubiera dicho, mien-
tras resPire, me hubieran hecho cargo de que
aprobaba la revolución, y la patrocinaba des-
pués de muerto.
Asegura también la sentencia que ofrecí mis
servicios para una conjuración, y de esto for-
ma un cargo contra mí. Observo en primer
lugar que no es fácil comprender cómo se ofre-
cen servicios para una, empresa que no se
aprueba. En segundo lugar, mi oferta fue al
lCO BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

gobierno, que se estableciera en el país, en


reemplazo del que existía, y en ello estoy muy
leías de pensar que he cometido el delito de
conspirador el 25 de septiembre. Que un in-
dividuo se ofrezca a un gobierno de he-
cho establecido en su país es un de-
ber reconocido por el derecho público de
las naciones; ofrecerle sus servicios nada tie-
ne de criminal, aunque pudiera tener mucho
de deshonroso. Esta es la marcha del mundo
político; sin ella el orden público d:-saperece-
ría, y la sociedad sería un infierno. ¿ No obe-
deció el general Bolívar a Monteverde después
de la pérdida de Venezuela en 1812? ¿No le
prestó sus servicios cooperando a la prisión del
general Miranda? ¿ No han obedecido y servi-
do a Morilla mil patriotas, que no pudieron
prescindir de este penoso deber? Ciertamente
que sí, y a ninguno se ha estimado delicuen-
te. Yo sólo debía serio en la conspiración del
25 de septiembre, porque hubiese dicho en
conversación con mi amigo que el gobierno re-
publicano y constitucional que se estableciera
sobre las ruinas de la dictadura, podía estar
seguro o contar con mis servicios. Horroriza,
señores, leer las razones que el juez de mi
causa ha consignado en su sentencia del 7 de
noviembre como fundamentos legales para pro-
nunciar las penas más terribles contra mí.
Cuando se lea esto a la sombra del árbol de
F. DE P. SANTANDER' - SU DEFENSA 161

la libertad y bajo la egida de leyes protecto-


ras, costará trabajo creer que en Colombia se
ha podido proceder de un modo tan esomda-
losa, cual procedió la Audiencia de Santafé en
1810 con las ilustres víctimas de la libertad
Rasilla y Cadena, justificando con este proce-
dimiento la gloriosa revolución del 20 de ju-
lio que nos encaminó a la indepenc1enciR de
España. ,
No puedo pasar en silencio la irregularidad
de quererme hacer cómplice de un acto ejecu-
tado contra mi opinión, porque yo opinara
que pudiera llegar el caso de derribar con
justicia en lo sucesivo el régimen dictatorial. Si
se trataba de averiguar cuáles eran mis opi-
niones respecto de ]a subsistencia de tal go-
bierno, y cuáles mis pensamientos para casti-
garlos como crímenes positivos, como acciones
dirigidas a conspirar, se conven<?ráen que el
juez ha acertado a asentar sus principios y
deducir las consecuencias contra mí, pero si,
de ]0 que se trataba era de indagar si había
tenido o no parte en ]a conjuración del 25 de
septiembre para castigar mi cooperación posi-
tiva, no sé entonces qué conexlón tuviera lo
que yo pensaba para lo futuro con lo que su-
cedió en aquella noche sin mi conocimiento.
Es bien claro, que cuando yo manifestaba a
González que era necesario conocer]a verda-
dera opinión pública respecto del sistema es-
t 02 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tab1ecido, no tenía ánimo de que se marchase


contra ella, sino al contrario de que se obra-
se según sus deseos. Si la opinión pública apro-
baba la existencia de un gobierno ilimitado,
que ultrajaba los principios constitucionales,
y disponía a su arbitrio de Colombia, visto es
que debía sobreseerse en el proyecto de des-
truírIo; pero si la opinión pública reclamaba
una revolución contra tan monstruosa autori-
dad, entonces debía emprenderse, seguro de
que se ocupaban de una acción patriótica en
que el interés nacional estaba comprometido,
y que el bien de Colombia reclamaba impe-
riosamente. Medítese sobre la diferencia de
situaciones, y véase que 10 que en el primer
caso era una conspiración que yo desaproba-
ba. en el segundo era un derecho imprcscripti-
ble sancionado por las leyes reguladoras del
orden social y puesto en práctica por los Pe-
lópidas. Trasíbulos, Junios, Decios, Brutos,
Tells, Oranges, Washingtons y Lafayettes.
_ El segundo considerando declara que no he
cumplido con mis deberes impidiendo la consPi-
ración, y asesinato premeditado contra el jefe
su.premo de la nación, y que he sido reo de al-
ta traición por no haber denunciado la revolu-
ción. Ciertamente que yo no impedí la conju-
ración del 25 de septiembre; pero ¿pude im-
pedirla? Si pude, y no lo hice, habrá delito;
si no pude, no tengo cargo alguno. Yo tra-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 103

té de impedir cualquiera especie de conjura-


ciones: este es un hecho confesado en la mis-
ma sentencia en los párrafos 3, 4 Y 5, de los
cargos tomados del proceso. No sabía que se
iba a efectuar el 25, ni ningún otro día de-
terminado: otro hecho reconocido en la mis-
ma sentencia. Tenía antecedentes para creer
que el proyecte se hab!a abanc1nnRnn: tercer
hecho plenamente averiguando en el careo de
González conmigo el 1.o de noviembre. Luego
no estuvo en mi mano el impedir el aconte-
cimiento del 25 como había impedido el de
Soacha; luego es falso que haya faltado a mis
deberes, si es que es un deber del ciudadano
de una república impedir la destrucción de un
orden de cosas absurdo, .introducido por me-
dios ilegítimos y destructor de los derechos y
garantías de los asociados.
Reo de alta traición he sido según el co-
mandante general de Bogotá y su ilustrado
auditor, porque no denuncié la revolución. Si
hubiera sido porque la había emprendido, acon-
sejado, auxiliado lO ejecutado, sería más disi-
mulable: pero porque no he denunciado 'un
proyecto que yo no sabía si estaba maduro,
un proyecto que tuve razones para creer aban-
donado, e s lo más estupendo que puede oírse
bajo un gobierno que se dice republicano. Y
vuelvo a preguntar a mi juez, a su auditor,
al consejo de gobierno, a todos los que ten-
104 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

gan alguna noción de legislación colombiana,


¿cuál es la ley, el decreto, u orden que decla-
ra delito de alta traición el no denunciar un
proyecto dirigido a restablecer las leyes abo~
lidas, las garantías destruídas, el orden cons-
titucional y la libertad por la cual los colom-
bianos han hecho tan costases sacrificios? ¿Si
es lo mismo conspirar contra el rey de Espa-
ña a cuya persona llaman las leyes sagrada,
inviolable, infalible, vicario de Dios en la tie-
rra, etc., que contra el jefe de un estado re·
publicano que ha tomado y ejerce una auto-
toridad desconocida en nuestras leyes funda-
mentales. y la cual está en oposición con el
fin a que los colombianos hemos consagrado
todos nuestros esfuerzos por más de veinte
años? ¿Si es idéntico faltar a los deberes pa-
ra con su patria, reuniéndose a sus enemigos,
tomand0 las armas contra ella, o destruyen-
do sus instituciones, que tratar de restabiecer
un orden de cosas en el cual la nación tenía
fundadas sus esperanzas de dicha y de liber-
tad? Reos de alta traición fueron declarados
los que en 1810 dieron impulso a la transfor
mación política de la Nueva Granada y Ve-
nezuela, y reos de alta traición los que se
opusieron a ella. Reos de alta traición los que
destruyen las instituciones establecidas por la
voluntad general, y también los que tratan
de restablecerlas después de que por medios
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA" 105

ilegítimos y violentos se han abolido. La sana


razón condena con mucha justicia este con-
tradictorio lenguaje. Si es verdad, que la
traición es lo contrario de la lealtad, yo puedo
decir delante del mundo entero, que no he si-
do traidor. Lealtad, dice un célebre escritor
inglés, es una adhesión firme y fiel a las le-
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uno es miembro. ¿Y se me puede negar, que


yo siempre he vivido adherido firme y fiel-
mente a las leyes y a la constitución de mi
país? ¿Que por esta adhesión he sido ultraja-
do, perseguido y despojado de la vicepresiden-
cia de la república?
Aparte de esto, yo no sé verdaderamente qué
es a lo que he hecho traición, aun suponien-
do que hubiera tomado parte en la conjura-
ción. Yo no ayudé a crear la dictadura; yo
no le presté obediencia voluntaria, ni fidelidad;
yo no estimé legal el nuevo régimen, o, como
lo han llamado, la regeneración de la patria;
yo no prometí sostenerlo ni defenderlo; en una
palabra, yo era respecto de él lo que éramos
los americanos respecto del gobierno de Espa-
ña, obediente pasivo por el impulso de la fuer-
za física. El abogado auditor quiso hacer re-
tumbar el ruidoso dictado de reo de alta trai-
ción para llamar· toda la execración del pue-
blo colombiano contra mí, sin cuidarse de ave-
riguar si había ley, razón o motivo para co-
106 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

honestarlo. Así, pues, por un epíteto tan gas-


tado en la historia de las usurpaciones, yo lle-
vo el título con que honraran los Tarquinos
a Bruto, Felipe 11 al principe de Orange, el
príncipe Mauricio a Bamelveld, Carlos 11 a
Sidney, y Fernando VII a los Torres, Cama-
cho, Ustaris, Roscios, Ascásubis, Quirogas, Mo-
rales, y al mismo general Bolívar .
.....
En el tercer considerando se me da el ca-
rácter de aconsejador y auxiliador de una re-
volución (aunque ya no de la del 25 de sep-
tiembre, de que en otra parte me supone agen-
te) por medio del establecimiento de socieda-
des republicanas. A este cargo he respondido
suficientemente en el cuerpo de este memo-
rial desenvolviendo el objeto de tales asocia-
ciones, y la legalidad del consejo. Nótese bien
que González, único testigo de las sociedades,
al declarar el objeto de ellas, usa terminante-
mente de la voz observar la opinión pública,
y no de otra alguna. Ahora bien: observar ni
es, ni ha sido nunca sinónimo de conspirar,
conjurarse o seducir, de donde se deduce,
que ni yo he pretentido hacer una revo-
lución por medio de sociedades republicanas,
ni he cometido delito en indicar que era
el modo de conocer la verdadera opinión ge-
neral nacional en circunstancias de que, supri-
mida la libertad de imprenta y privados de
medios de publicación y aun de comunicarse
f. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 107

con seguridad por los correos, no quedaba otro


recurso razonable para no dejar sacrificar im-
punentemente nuestras libertades.
Cansado el juez de buscar motivos para
condenarme, concluye la lista de los cargos
diciendo: que de lo más que resulta de au-
tos está comprobada mi criminalidad. Esta
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los alcaldes de parroquia bajo un gobierno don-
de el hombre carece de la facultad de exami-
nar la conducta de sus magistrados; pero es
indigna de un juez republicano, que va a de-
cidir de la vida y del honor de un antiguo
servidor de la patria, cuyo juicio debe ser
fundado en leyes, en hechos incuestionables,
y en razones evidentes. Bien seguro estoy de
que nada más resultaba de autos, puesto que
de lo muy poco de que pudiera servirse para
condenarme se tuvo gran .cuidado de formar
cargos alterando unas cosas, y faltando a la
verdad en otras.
Después del examen de los hechos, y del
resultado del proceso, me es forsozo examinar
las leyes que se aplicaron, y para ello os rue-
go, honorables representantes, que continuéis
prestándome vuestra atención. Nunca ella pue-
de ser inútil para el pueblo colombiano. Qui-
zá de este memorial depende que ninguno
otro hombre nacido en esta tierra ilustre su-
fra las violencias y persecuciones que yo he
108 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sufrido. Quiera el cielo haber decretado que


yo sea para siempre la última víctima de la
venganza, de la arbitrariedad y de las facul-
tades dictatoriales. La sentencia ha hecho
aplicación de tres leyes, a saber: de la orde-
nanza general del ejército, de un decreto del
poder ejecutivo, expedido en 1826, prohibien-
do las reuniones clandestinas, y de otro de-
creto del mismo poder ejecutivo, llamado vul-
garmente de conspiradores. Debo confesar mi
asombro de no ver aplicadas también las le-
yes de Partida, las de Castilla y de Indias, en .
todo lo concerniente a delitos de lesa majes-
tad, alta traición, asonada, sedición o motín.
La ordenanza general del ejército y el famo-
so decreto de conspiradores están en oposición.
La primera exije un consejo de guerra de ge-
nerales y una porción de fórmulas para juz-
gar un militar; el segundo no reconoce fórmu-
la alguna, ni más de un juez para juzgar los
delItos de conspiración. La primera señala pe-
na capital a los que emprendieren cualquier
sedición, conjuración, o indujeren a cometer
estos delitos, o que sabiéndolo no los denun-
ciaren; el segundo no tiene tal pena contra los
que saben la existencia de una conjuración.
Así, pues, la ordenanza general del ejército
fue buena para condenarme a la última pena
como militar, pero no 10 fue para juzgarme
según las fórmulas que ella establece. El de-
F. DE P. SANTANDER SU DEFENSA 109

creto de conspiradores fue aparente para juz-


garme sin fórmula, pero no para aplicarme la
pena de destierro a que únicamente podía es-
tar sujeto, no siendo yo agente ni cómplice
de la conspiración. Con estas dos leyes se hi·
zo un juego escandaloso, tomándose de ellas
solamente
__ L '
10 que l_L!_
podía r perjudicarme-r y ~ des-1
o o_ou_

\::l,¡IlallUU l,¡Ualll.V UI;:;Ula la VUl 1::\.1::11111;:;. 1 UIUU>:>I:: 1::1

decreto de conspiradores sólo para enjuiciar


y líbertarse de emplear las fórmulas protecto-
ras, que habrían arrancado la víctima de las
manos enemigas, pero se prescindió de él al
tratarse de la aplicación de la pena. Es in-
creíble este procedimiento, y lo es todavía más
cuando se observe que un decreto del Liber-
tador presidente, expedido pocos días antes
de la conspiración del 25, había declarado que
la ordenanza general del ejército sería en lo
sucesivo la única ley para juzgar los delitos
de los militares, Quedó, por tanto, abolido pa-
ra los que pertenecíamos al ejército el decre-
to de conspiradores y no se debió, por consi-
guiente, traer a cuenta semejante disposición.
Quiero corroborar todavía más y más la
irregularidad escandalosa de juzgarme por tal
decreto. El fue expedido en febrero de 1828
por el poder ejecutivo en consecuencia de la
agitación política de Venezuela y extendido a
toda Colombia después del movimiento de
Cartagena en los primeros días de marzo. En
110 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

aquella época existía todavía la constitución


de 1821, como que de ella tomó el poder eje-
cutivo las facultades extraordinarias para ex-
pedido, y cabalmente el objeto único que tu-
vo en mira fue el de conservar la misma cons-
titución y las autoridades que emanaban de
ella. El decreto ha dictado penas para casti-
gar la rebelión contra las instituciones y las
autoridades constitucionales, tratando por este
medio el gobierno de llenar el deber de man-
tener el orden público establecido por el códi-
go colombiano. Y es este mismo decreto el
que ha servido, después de abolida la consti-
tución, para juzgar y castigar a los que pre-
tendían restablecerla atacando un régimen po-
lítico de que ella jamás pudo haber hecho
mención. Monstruosidad tan disforme debe
irritar al hombre menos sensible, y mucho
más si fijando su atención en la historia de
las agitaciones de Colombia, ve todas las per-
turbaciones y motines que se han ejecutado
impunemente desde 1828 para destruir el có-
digo fundamental y derribar las autoridades
constitucionales, a despecho del decreto de
conspiradores y del que prohibió las reuniones
elandestinas.
Para reprimir y castigar las tumultuarias
reuniones de militares y de pueblos que des-
truyeron nuestras instituciones, no se hizo al-
to en que existía una ley que las prohibía y
F. DE P. SANTANDER - SÚ DEFENSA 111

las condenaba; por el contrario, atacar las au-


toridades constituídas y las leyes se miró co-
mo una acción de grande patriotismo. Al
comparar esta conducta en aquella época con
los juicios dictados en octubre y noviembre
de 1828, debe repetirse la observación del pi-
rata a Alejandro: «Porque recorro los mares
con un buque soy digno de muerte: tú que
recorres el mundo con un ejército, pillándolo
y vejándolo, eres héroe».
La historia imparcial tendrá, por otra par-
te, el cuidado de declarar este contraste y de-
cir por qué razón no se aplicó el decreto de
conspiradores a los que lo infringieron, reu-
niéndose ilegalmente para trastornar y des-
truir las leyes constitucionales y crear una
dictadura; y por qué se juzgó por él con tan-
ta severidad a los que trataron de atacar un
régimen de arbitrariedad introducido por la
intriga y la violencia.
El artículo de la ordenanza del ejército pu-
do servir para condenarme si yo hubiera em-
prendido alguna sedición o rebelión o si yo
hubiera sabido positivamente que iba a eje-
cutarse: pero no estando justificado que diri-
giera o aconsejara la conjuración del 25 de
septiembre, ni que hubiera sabido ciertamen-
te que estaba pronta a ejecutarse, la fuerza
del artículo penal disminuye considerablemen-
te. La pena capital prefijada en el decreto de
112 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

conspiradores no se señala sino a los autores


de conspiraciones, y yo no he resultado ha-
berlo sido de la que produjo mi proceso y mi
condenación. En fin, el decreto del año de
1826, que prohibe las reuniones clandestinas,
menos puede comprenderme, porque no ha re-
sultado que yo asistiera a ninguna de ellas,
ni que se reunieran por mi autoridad o con-
sejo. De todo lo cual deduzco que la aplica-
ción de las tres referidas leyes, además de ha-
ber sido arbitraria y monstruosa, ha sido vio-
lenta e injusta. Basta leerla sin prevención
para convenir en esta triste verdad, y basta
recorrer el proceso y fiiarse en las razones que
llevo expuestas para persuadirse de que no
sólo se han supuesto cargos que no resul ta-
ran contra mí; se han tergiversado las decla-
raciones de los testigos, y se ha omitido ha·
cer méritos de los descargos que presenté, sino
que se echó mano de leyes diversas para proce-
der y condenarme, de leyes derogadas y en des-
uso, de leyes extemporáneas cuyo literal sen-
tido se forzó violentamente para satisfacer los
deseos de despojarme de todo lo que la patria
me había dado por mis servicios, para después
encerrarme siete meses en una fortaleza rigurosa-
mente tratado, y al fin expatriarme indefinida-
mente. ¿Puede negarse a vistade este cuadro que
la sentencia pronunciada contra mí honra los
anales criminales de los Jefferies y Sámanos?
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 113

¿ Será temeridad asegurar que en el juicio pro-


nunciado contra mí no han obrado sino el re-
sentimiento, la venganza o la rivalidad? La
atrocidad del procedimiento es más grande que
el mismo delito que se supone haber yo come-
tido. Nunca podrá ponerse en paralelo y mu-
cho menos disculparse una manera t::m inir.I1R
de proceder. La historia ha vituperado al sal-
vador de Roma 'la muerte de los conjurados
de Catilina, privándolos del derecho de apelar
al pueblo, no obstante que recibiera del sena-
do romano la facultad de castigados por vías
extraordinarias; ¿cómo no vituperar la conde-
nación de unos ciudadanos a quienes se ha
privado en la república de Colombia de todos
los medios de defenderse?
¿ Y esta es la sentencia que los cuatro mi-
nistros del consejo de gobierno calificaron de
justa en su dictamen 7 Si Morillo los hubiera
juzgado a ellos en 1816 como mis compatrio-
tas me juzgaron en 1828 sin permitírseme de-
fensa, sin carear todos los testigos, sin dejar
hablar la verdad, a buen seguro que los se-
ñores del consejo de ministros no hubieran po-
dido llegar al estado de juzgar de mi suerte
con tan poca firmeza e integridad. En los días
de Tiberio no faltó un magistrado recto que
se atreviera a hablar la verdad al tirano v
reprimiera su arbitrariedad; en los infaustos
días de la dictadura del Libertador de Colom-
114 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

bia, no hubo entre los suyos quien arriesgara


una palabra justa para detener la venganza
exterminadora.
Prescindo de discurrir sobre la monstruosa
desigualdad a que se me ha sujetado en la
sentencia con los verdaderos autores de la
conspiración. El mundo culto ha reprobado
las leyes absurdas que castigan con pena igual
delitos o faltas diferentes. Yo, que lejos de
haber contribuído a fomentar y ejecutar la
conspiración del 25 de septiembre y a clavar
el puñal en los guardianes del dictador, me
opuse al proyecto e ignoré su tiempo y la ho-
ra de su ejecución, he sido tratado de la mis-
ma manera que los que formaron el plan, le
ganaron prosélitos y lo ejecutaron. Prescindo,
repito, de discutir en la materia y paso a
examinar las facultades que tuviese el gobier-
no para proceder de un modo tan arbitrario.
Los partidarios del régimen dictatorial sos-
tienen que todos esos juicios en que en lu-
gar de sujetarse el tribunal a las fórmulas
protectoras de la vida y del honor del ciuda-
dano, ha procedido violentamente, están auto-
rizados por el uso de facultades extraordina-
rias e ilimitadas conferidas al Libertador pre-
sidente en 1828. Yo no puedo convenir en tan
pavoroso principio destructor del orden social.
Enhorabuena que los estados, en ciertas y
muy críticas circunstancias, puedan investir a
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 115

un magistrado de toda la autoridad necesaria


para salvarse de grandes e inminentes peligros.
Enhorabuena también que las repúblicas sus-
pendan el imperio de las leyes ordinarias para
salir del riesgo positivo de perder su existen-
cia política. Pero yo niego al pueblo, cual-
quiera que sea. la facultad de investir a per-
S0113 alguna dd derecho de Ji:sponer arbitra-
riamente de la vida y del honor de los asocia-
dos. Quiero conceder en gracia de los partida-
rios de la dictadura, que Calambia en 1828
estaba en absaluta necesidad de crear esa tre-
menda autaridad, saludable en otro tiempo. en
las manas de S. E. el general Balívar; que no.
existiera la constitución, que las medias em-
pleados para inducir al puebla y conferirle el
pader absaluto hubiesen sido. legales y legíti-
mos, y que el puebla hubiese padida reunirse
y deliberar en asuntos tan graves sin ningu-
na previa discusión ni urgencia. Tada la quie-
ro supaner, a gusta de los adversarias del ré-
gimen canstitucianal; tadavía, sin embargo,
asienta que el juzgar a un hombre sin fórmu-
la alguna hasta privarle del derecho de defen-
derse, y condenarle a la última pena, no. ha
padido. estar en la esfera de las facultades ex-
traardinarias del presidente de la república, y
par consiguiente ha abusado enormemente de
la canfianza de sus conciudadanas.
Siendo. el objeto con que las hambres se
116 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

reunen en sociedad el de proteger sus perso-


nas, sus propiedades, sus opiniones y su ho-
nor, el gobierno que mirara con desprecio es-
te deber faltaría absolutamente a su obieto y
debería ser considerado como tiránico, aunque
hubiese sido establecido por la voluntad de
todos. Cada sociedad es un ser colectivo de
individuos en el cual ninguno tiene el derecho
de cometer un crimen por su propia conserva-
ción. ¿Con qué sofisma, pregunta el aca-
démico Jouay, pudiera, pretenderse probar,
que el todo de la sociedad poseía lo que
no posee ninguna de sus partes? Si todo el
cuerpo social no tiene derecho de asegurar
su conservación a costa de un crimen, ¿cómo
podrá transferirse este derecho a los magistra-
dos? El gobierno, cualquiera que sea, tiene de-
recho de castigar a los culpables y de indagar
escrupulosamente quiénes son los que han co-
metido el crimen; pero el acusado también tie-
ne por su parte el derecho de que se le oigan
libremente sus descargos, de que se le admi-
tan sus pruebas y de que no se les castigue
injusta ni violentamente. En mi caso pudie-
ron a lo más haber disminuído el tiempo or-
dinario de proceder, aligerado las fórmulas,
arrestado sin necesidad de pruebas, supervigi-
lándome, y todo lo demás que contribuyera a
preservar la república de ser turbada por mi
influencia o complicidad en la conjuración; pe-
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 117

ro nunca hacer alterar, la verdad, privar-


me del ejercicio del derecho natural, jamás tole-
rar que se cometieran crímenes para declararme
culpable. Ningún colombiano tenía entonces ni
tendrá en lo sucesivo este derecho. La repú-
blica carecía de él; ¿ cómo, pues, se pretende
que haya podido delegarlo al presidente del
estado '1
Estos principios, que algunos llamarán ideo-
logía para burlarse de las garantías individua-
les, han reglado siempre mi conducta. Dos
veces expedí un decreto de conspiradores du-
rante mi gobierno; el primero en 1823, a tiem-
po que Morales tomó posesión de Maracaibo;
el segundo en 1825 con acuerdo y consetimien-
to del congreso en ocasión de un motín sedi-
cioso contra la independencia en un pueblo de
la provincia de Caracas. En ninguno alteré
las fórmulas substanciales de proceder, en nin-
guno me atribuí la facultad de aprobar o re-
formar las sentencias; en todo me incliné an-
te el sagrado deber de oír a los acusados y
de respetar la verdad dejando obrar libremen-
te a los tribunales.
La dictadura de 1828, ignominia del pueblo
colombiano, que yo quisiera hacer olvidar a
costa de mi sangre, en honor de mi patria,
fue más lejos de lo que debiera haber llegado
por decoro del país. Roma no tuvo jamás un
poder semejante, aun cuando el pueblo roma-
118 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

no por sus mismas leyes había autorizado la


creación de esa autoridad. Dictadura indefini-
da, que no respeta cosas ni personas, a la cual
todo está sujeto, 10 sagrado y lo profano, el
derecho natural y el positivo, la vida y el
honor de los colombianos, los pensamientos y
los desahogos de la amistad, no hubiera sido
nunca establecida en la patria de Cincinato
ni los romanos habrían abdicado ilimitadamen-
te sus derechos y su soberanía en persona al-
guna, fuera cual hubiese sido su virtud y su
amor a la justicia. Reservábase a los colom-
bianos suministrar a la historia el escándalo
de un pueblo que, habiendo combatido por la
libertad y gozado por seis años de institucio-
nes liberales y del ejercicio de sus derechos,
se deja seducir y guiar por senderos tortuo-
sos a encorvar su cuello bajo una autoridad
absoluta que, sin prooucirle un solo bien, le
ha acarreado desgracias incontables.
La sangre derramada en los días de la dic-
tadura, el luto de las familias, el encarniza-
miento de los partidos, la desunión del estado,
el ultraje de las leyes, la relajación de la mo-
ral, el descrédito de la nación, la guerra civil,
son males que Colombia llorará perpetuamen-
te. Se creyó que el violento despojo de la vice-
presidencia que yo ejercía por voluntad de la
nación, restablecería la paz interior y colmaría
de bienes a Colombia; se cohonestaron mis
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 119

persecuciones con la necesidad de mantener la


unión y la integridad nacional: se pensó que
mi destierro de la patria acallaría para siem-
pre la voz dG los oprimidos y dejaría que ellos
sufrieran contentos la pérdida de sus leyes y
de sus garantías; se esperó, en fin, que el éxi-
to podría. justificar
1__ 1_,,! 1
los inicuos
1_ .__ ~ .__~.•..
medios que se
,.....~1 ~_ t....: ...........•.•
II<:1UI<:111 I;;Ul}-'ll;;<:1UU }-'al<:1 \{UILal a '-'V1VllH ..
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constitución y su gobierno constitucional. ¡Qué
falaces son los cálculos del orgullo! Colombia
nunca ha estado tan agitada como después
del establecimiento de la dictadura; nunca han
aparecido tantas insurrecciones patrióticas co-
mo después de mi ostracismo; nunca ha estado
tan expuesta a la guerra civil como en estos
Últimos tiempos, y nunca hubo menos esperan-
za de conservar la integridad nacional que en
la época presente. Y si siquiera el despotismo
dictatorial hubiera tenido algún brillo; si si-
quiera conservara Colombia el honor que ad·
quiriera por sus heroicos esfuerzos en fundar
un gobierno liberal; pero desgraciadamente se
ha visto sustituir un· régimen militar a una
constitución liberal legítimamente sancionada
por la nación, destruídas las garantías indivi-
duales. ultrajados los principios de derecho po-
lítico, desnaturalizado el derecho representati-
vo, administrada la justicia por comisiones es-
peciales, violadas las formas protectoras del
hombre, suprimida la libertad de imprenta,
120 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

sancionado el perj urio, establecidos la delación


yel espionaje, guerras emprendidas para vengar
ofensas personales, patriotas venerables deste-
rrados o destituídos, batallones disponiendo de
la suerte de! pueblo, el patriotismo insultado.
la adulación convertida en único servicio ...
No quiero continuar trazando la deshonra de
mi patria.
En fin, a despecho de una sentencia tan
inicua, yo vivo por ocultos juicios de la Pro-
videncia que sugirió al general Bolívar e! de-
ber de no consumar mi asesinato judicial. El
general Bolívar ha sido clemente, y sin dete-
nerme a indagar el móvil de su procedimien-
to, mi gratitud no será menos sincera, ni yo
negaré a S. E. el mérito de haber ahorrado a
la patria un grave crimen.
Mi antiguo respeto hacia el Libertador, el
convencimiento íntimo de sus importantes ser-
vicios y el recuerdo de las relaciones que un
día existían entre los dos, me hacen desear
que S. E. hubiera sido antes justo que cle-
mente. Justo debió haber sido franqueándome
todos los medios de defensa, abriéndome e!
santuario de la ley para poder llegar a justi-
ficarme libremente, nombrando jueces impar-
ciales e impidiendo que se aplicaran leyes con-
trarias entre sí. Un procedimiento tan franco
para con una persona que suponía ser su ene-
migo o su rival, de quien tenía quejas reales
o imaginarias, habría sido eminentemente
F. DE P. SANTANDER - SU DEFENSA 121

honroso al general Bolívar, y si realmente hu-


biera resultado culpable, su clemencia enton-
ces hubiera realzado el triunfo de sus pasiones
y me habría impuesto eterno silencio.
Si: la justicia en tales circunstancias no sólo
habría sido un deber sino una acción heroica.
Vencer sin recursos y rodeado de obstáculos
a los enemilIOS de su oatria. no cle~e<:;np.nlr i::!-
L

más del triunfo de su causa, salvar ~~--o~ís


-

entero de la servidumbre, hacer arbolar la ban-


dera tricolor en una inmensa extensión de te-
rritorio, son ciertamente acciones brillantes y
gloriosas, pero que otros las han ejecutado
o que pueden reproducirse. Pero vencer la pa-
sión de la venganza, sofocar el resentimiento
y el encono, ser justo pudiendo ser arbitrario,
es un triunfo sólo de la virtud, y tan singular
y tan glorioso y tan sublime que la historia
ha reservado su página más bella a la mag-
nánima generosidad de Augusto.
He concluído, honorables representantes; el
deber que me impone el honor de hacer noto-
ria la injusticia con que he sido perseguido
sólo porque no quise ser instrumento de la
servidumbre de mi patria. Las -persecuciones
que he sufrido me honran delante del mundo
liberal, y algún día la patria, libre de la in-
fluencia de las pasiones, honrará también mi
nombre. Colombia al fin levantará su voz
para juzgar su causa y calificará los servicios
patrióticos y desinteresados de sus hijos. No
)22 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

está lejos ese día; pocos años han corrido aquí


desde que el imperio y las restauraciones ha-
bían ahogado los principios de libertad y ca-
lumniado a los patriarcas de las ideas libera-
les, y ya la Francia, enarbolando su símbolo
de gloria, tributa los debidos homenajes a la
firmeza, rectitud y persecuciones de los fun-
dadores de la libertad. ¿Por qué no ha de
llegar para Colombia la época en que se le-
vanten altares donde Piar, P adilla, Córdoba,
Guerra, Zuláibar, Azuero, Silva, han derrama-
do su sangre bajo la espada de la tiranía, y
se condene al desprecio la memoria de los que
traficando con sus·deberes y violando sus pro-
mesas prestaron sus luces. sus brazos y sus
servicios para derribar el edificio a costa de
esfuerzos tan heroicos? Sí: llegará ese tiempo
de vergiienza para los abyectos de gloria y de
honor para los que posponiendo sus intereses,
su reposo, su fortuna y hasta su vida a las
libertades colombianas, fueron víctimas del
espíritu de partido, de la envidia, de la am-
bición y de la venganza. Entretanto, yo, que
tengo la gloria de contartne en el número de
las víctimas sacrificadas al poder dictatorial,
viviré en tierra extraña, pero tranquilo al con-
siderar que todos los honores y las riquezas
del mundo no son tan valiosas como el con-
suelo de vivir sin un remordimiento.

París, 4 de julio de 1830.


JULIO ARBOLEDA

DISCURSO COMO PRESIDENTE DEL


CONGRESO AL DAR POSES ION DE LA
PRESIDENCIA AL DOCTOR M. M. MA-
LLARINO
Señor presidente:
Habéis prometido servir a la república. Dios
y el honor acaban de ser invocados por vos
como testigos de este acto solemne. Yo no me
disimulo, ni quiero disimularas, lo dífícil de
las circunstancias, ni la enormidad del peso
. con que graváis vuestros hombros; y a nom-
bre de esta augusta asamblea, que tengo el
alto honor de presidir, y que representa dig-
namente a la nación granadina, acepto a un
tiempo el sacrificio del hombre y el juramen-
to del magistrado.
Espero, porque os conozco, que vuestras fuer-
zas sean adecuadas a la carga, y felicito a la
Nueva Granada, que se entrega en vuestras
manos como una virgen a quien el piloto inex-
perto entregó a las ondas, y logra ganar la
playa, maltratada pero pura, herida y exhaus-
ta, pero más digna e interesante en el traje
de la desgracia que en las galas de la prospe-'
ridad.
De esta joya de nuestro continente os hace
depositario, más que el sufragio nacional, la
126 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

Providencia, que os ha traído como por la


mano, de acontecimiento en acontecimiento
poniendo los crímenes, la guerra, los errores
del magistrado, el heroísmo de los ciudadanos,
el celo de los representantes y la prudencia
del senado, a abrir y allanar el camino por
donde habéis pasado de la vida privada al
solio: al solio vacante hoy por la desconfianza
del pueblo cuyo brazo le alcanza también cuan-
do sospecha que su púrpura cubre a los ene~
migas de libertad.
¡Raras vicisitudes las del mundo, señor pre-
sidente! Pocas vueltas ha dado el sol desde el
día triste en que, desterrados y afligidos, nos
apretábamos las manos, y suspirábamos por
las playas verdes de la Nueva Granada, tendi~
dos ambos y cavilando sobre los arenales tos-
tados y estériles de un país extraño. Hoy me
¿I • i •.•• l'
toca a mI preSIdIr la prImera y mas respeta-
ble corporación de mi patria, y señalaros a
vos, vacía, para que subáis a ocuparla, la si·
Ha de la primera magistratura .... Pero que
no os alucine este relámpago de dicha (si
dicha puede llamarse) que en es nación valien-
te y orgullosa, tan fácil es pasar del destierro
al solio, como del solio a la barra del senado.
La fortuna ha hecho girar su rueda capri-
chosa con una rapidez sorprendente, como pa-
ra lo efímero, acá en la tierra, de los triunfos,
de la vanagloria, y hasta de la misma desgra-
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 127

cia, y para enseñaras que, si son indignos de


un ánimo elevado el abatimiento y la humi-
llación en los tiempos adversos, no 10 son
menos el orgullo y la injusticia en las épocas
breves y excepcionales de nuestra prosperidad.
No nos engañemos, pues: que poco hay es-
table en el mundo: los acontecimientos de hoy
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•.........••....••.. _ .•...•..•........__ .••.
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pellados del mar borran la estela de la nave


que surca las ondas. Los actos del justo son
sólo eternos, porque cuando la memoria y la
gratitud de los hombres les niegan su asilo, la
Divinidad los acoje, los guarda y conserva.
Sed, pues, justo ante todas las cosas: recor-
dad que es mayor el mérito de serio con los
enemigos que con los amigos, para que cum-
pláis mejor con el precepto impuesto por la
Providencia a aquéllos que .elige, no para je-
fes caprichosos, sino para servidores fieles y
solícitos de sus pueblos; y por último, no as-
piréis tanto a obtener los aplausos del vulgo,
como a merecer los elogios de los sabios.
Ha sido y es en efecto demasiado común en
nuestra América cortejar la popularidad, aun
a costa de la justicia; preferir los ¡evoés! LU-
multuarios gritados para Nerón por la muche-
dumbre, a los elogios sombríos tributados a
Trajano por la filosofía; pera aquella popula-
ridad efímera que se adquiere con lisonjear
las pasiones y dejar impunes los delitos, es,
128 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

en el hombre público una prerrogativa tan es-


téril como degradante ;-edificio sin base, que
se desmorona y cae tan pronto como la are-
na movediza sobre que fue construído es em-
pujada por el primer viento; rótulo de gloria
escrito sobre pizarra frágil, que borra y hace
olvidar el contacto casual de cualquier objeto
liviano ;-planta, en fin, de vanidad, que si
puede dar algún momento de satisfacción in-
completa, no deja por toda cosecha sino
amargo zumo y espinas.
Nerón fue por algún tiempo el ídolo del
vulgo a quien adulaba y divertía, porque co-
nocía su inferioridad; y el terror de los sabios
y de los justos, cuyo mérito le estremecía co-
mo un implacable remordimiento: nadie fue
quizá más popular entre la plebe de Roma;
pero, entre los tiranos, es decir, entre los ene-
migos de la ciencia y de la propiedad (que es
lo que constituye al tirano, porque la tiranía
es la envidia erigida en autoridad); entre los
tiranos, nadie ha logrado dejar un nombre más
incontestablemente execrado en todos los cli-
mas y por todas las generaciones. Tales son
las consecuencias de aquel remedo de popula-
ridad que nace, no de un gran bien ejecutado,
sino del egoísmo infame que excita las pasio-
nes malévolas del vulgo ignorante, y sacrifica
a unos pocos vivas y aplausos pasajeros, la di-
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 129

cha de todo un pueblo y la honra, en p,l por-


venir, hasta del propió nombre.
Sí, señor vicepresidente: un bien, por pe-
queño que sea,· ejecutado con energía y cons-
tancia imperturbables, tiene siempre su méri-
to a los ojos de la humanidad; pero el oropel
de la falsa gloria, ganado con la excitación y
el desenfreno de las pasiones, por seductor que
parezca a los ojos de los necios, no produce si-
no infamia a los que le buscan y aceptan y
dolor para los pueblos que, por desgracia. se
entregan a aquellos monstruos de estupidez y
depravación. ,¡
El respeto' por la virtud, la ciencia y la pro-
piedad, y el odio cordial y sincero del vicio,
son los caracteres que distinguen los ánimos
verdaderamente ilustrados y liberales. El cul-
tivo y desarrollo de la propiedad, la ciencia y
la virtud, fuentes puras e inagotables de feli-
cidad para el hombre, tomado individual y
colectivamente, ese cultivo, digo, es el cimien-
to en que han de basar el edificio de su glo-
ria los magistrados inteligentes; y no con pro-
mesas estériles y vanos discursos, sino con he-
chos palpables y resultados sensibles.
En este siglo y en este país, donde hemos
sufrido tantos y tan caros desengaños, hemos
llegado a desconfiar con razón sobrada de los
vocablos de moda: ya temblamos casi al soni-
do, antes grato y armonioso, de la palabra
130 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

LIBERTAD. Esta voz mágica, cuyo signifi-


cado real es el imperio completo de la seguri-
dad, basado en el cumplimiento de leyes claras
y fijas, cuyo influjo bienhechor se sienta des-
de la choza del labriego hasta el palacio del
poderoso; esta voz consoladora ha sido más
de una vez invocada entre nosotros, como la
divinidad del exterminio, para poner la repú-
blica a saco, entregando el honor y la propie-
dad de las familias a muchedumbres desenfre-
nadas, y erigiendo-sí, señor, es preciso decir-
lo-erigiendo el vicio y el crimen en cualida-
des que daban derecho a la magistratura ....
¿ Cómo no hemos de estremecemos j oh santa·
libertad! al escuchar tu nombre? Has sido pro-
fanada por labios tan impuros, has servido
de pasaporte a hombres tan bajos y tan viles,
has convertido tantos jardines en yermos, tan-
tos edificios en escombros, has hecho derramar
tanta sangre y tan inocente, que cuando oímos
a alguno que te invoca, nos empinamos na-
turalmente para columbrar la dictadura, que
viene de seguro atrás del pregonero con su
inevitable cortejo de crímenes, de violencias y
calamidades!
Todo anda trocado entre nosotros: el desor-.
den ha pasado del mundo físico al mundo mo-
ral. La extraña confusión que se nota en el
uso de las voces más conocidas, no es sino
la consecuencia indispensable de la confusión
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 131

en las ideas. LIámase libertad la ausencia de


la seguridad; el sosiego interno, fuente fecun-
da y pura de industria y de riqueza, se ape-
llida retroceso; el castigo legal de los delitos.
que pone a salva la vida y la propiedad de
los granadinos, se califica de humanidad; y
argúyese de progreso la anarquía de la con-
ciencia, de la legislación y de la familia. Y
siempre están las palabras en contradicción
con los 'hechos; y los labios son siempre dis-
fraz para el corazón.
Pero ya lo he dicho: la \ nación entera está
hastiada con las palabras y busca resultados.
¡lIoEnvano ostentará el magistrado su liberali-
dad con frases galanas de mentida filantropía;
que si deja atacar nuestra persona, o· violar
nuestra propiedad, o destruir nuestras escue-
las y universidades; si permite que el honor
de nuestras esposas y nuestras hijas esté a la
disposición de foraj idos estúpidos; si perdona,
o no persigue, a los delicuentes; por más que
hable y arguya, diremos, que su liberalidad es
la cosa más idéntica que hay en el mundo a
la tiranía, y nos darán fuertes y justas ten-
taciones de cambiar nuestra libertad bastarda
e insoportable, por cualquiera especie de ser-
vidumbre menos onerosa y degradante. ~
Ni se empeñen los gobernantes en persua-
dimos de que estiman y respetan la virtud;
pues si buscan asesinos para directores de la
132 BffiLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

fuerza pública; o adúlteros para encargarles


funciones de gobierno y policía; o ladrones y
jugadores para que administren los caudales
de la nación, por más que disFurran, protesten
y juren, antes merecerán el título de jefes de
bandoleros, que el de magistrados legales de
una nación cristiana y civilizada.
Ni pretendan engañamos con protestas de
equidad y justicia; pues si~en lugar de buscar
el mérito y la aptitud para que sirvan a la
república, corren en pos de los que adulan hoy,
o de los que les dieron un voto ayer, para
premiarlos con los tesoros del estado, diremos
que esos magistrados infieles se quieren más
a sí mismos que a la nación; y lejos de apre-
ciar sus frases mentirosas, detestaremos a un
tiempo en ellos, la corrupción que hace el mal
y la hipocresía que le disfraza.
No quiera, en fin, persuadimos de que ama
a su patria el hombre que, en lugar de con-
servar paz y armonía con sus vecinos, entra,
prevalido de su posición o de su influjo, en
proyectos ambiciosos, que siembren la descon-
fianza entre los pueblos limítrofes y engendren
la guerra, y arruinen la sociedad; que el ho-
nor sólo es preferible a la paz, y un hombre
semej ante no será, ni podrá ser jamás, el bien-
hechor, sino el azote del pueblo que haya te-
nido la desgracia de escucharle.
Hé aquí, un resumen general de mis deseos:"
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 138

1.o Sosiego interno, basado en la rígida ob-


servancia de las leyes, en el respeto escrupu-
loso de la propiedad, y en el castigo pronto e
inexorable de los delicuentes;
2.o Paz con nuestros vecinos, fundada en la
justicia de nuestros procedimientos, y en el
respeto perfecto de su propiedad, a exigir el
cuai tienen tanto derecho las naciones como
los individuos;
3.o Exclusión de las personas de malas cos-
tumbres de todos los puestos públicos, sea
cual fuere el color político a que pertenezcan,
y llamamiento a los mismos puestos de los
. hombres de bien de todos los partidos que
tengan aptitudes para desempeñados.
No me detendré, porque sería cansado e
importuno, en la explicación de pormenores.
Las tres grandes facciones de este progra-
ma se reducen a asegurar, por una parte, la
paz en el exterior y el sosiego en el interior
para fomentar la industria existente, y atraer
nuevos capitales al país; y, por otra parte, a
llamar todas las virtudes y todas las inteli-
gencias al servicio de la república.
Impedir que una sensibilidad bastarda, el te-
mor pueril, el cálculo egoísta, dejen impunes a
los victimarios sin hacer caso de las víctimas;
hacer lo posible para que la .sociedad no se
precipite en nuevos y funestos desórdenes que
la degraden y aniquilen, nos obliga a ser se-
134 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

veros con los delincuentes. La certidumbre del


castigo legal salva a los pueblos: la esperanza
de la impunidad perjudica a los mismos cri-
minales. Ella cierra las puertas del castigo,
abre las del delito.
El magistrado que no escarmienta a los
malhechores teme o espera algo de ellos. En
el primer caso es débil y merece el desprecio;
en el segundo es, ha sido o quiere ser, cóm-
plice del delito, y merece el odio de la nación
cuyas esperanzas burla y cuya dignidad ofende.
Tratar de que el gobierno, cuyo ejemplo es
tanto más conspicuo, no premie jamás las ma-
las costumbres, llamando a los puestos públi-
cos a hombres de dudosa o mala reputación,
es otro de los importantes objetos que debe-
mos tener en mira.
No sé si me engañe el natural afecto que
tiene el hombre al país de su nacimiento; pe-
ro me parece que el dedo del destino señala
a la Nueva Granada una carrera larga, prós-
pera y brillante: con su admirable posición
central en medio de dos océanos inmensos que
conducen al oriente el uno, y al occidente el
otro; con sus costas curvas, y ricas de bahías
sobre ambos mares; con sus selvas seculares
y pr6digas en maderas de construcción; con
sus deltas entrelazados sobre una extensión
inmensa de la costa del Pacífico; con sus ríos
largos y mansos, y con la riqueza y fertilidad
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 135

fabulosa de su suelo, el ingenio e indisputable


valor de sus hijos pacientes y gallardos, la ha-
rían grande por las armas, si este fuese el si-
glo de la guerra. Pero este tiempo ha pasado
ya. La humanidad entera se encamina a la
paz. El aspecto de nuestro sosiego, la fama de
nuestra libertad y ventura, el ruido de las
__ ~_-.. ••• : •.••4- ••.• __ 1(::. .....""'.....
•••.•.•••• _ .•.• ,.., l..-.""''''''''''''''''''''''''r'lo o","" D1 "".r:lt"'V"\
\';VIIyul~\..a~ }J0'-'lil\"...OV- 'i\A\,.I J..lU5u.l..u\.JU '"".•..•. "'.•. --- •....• -

po de la industria, del comercio y de las cien-


cias, contribuirán más eficazmente al engrade-
cimiento de la república que la intervención
quijotesca en los negocios de nuestros vecinos.
Dej emos que se gobiernen como quieran: es-
tán en su derecho. No. concitemos los odios,
asegurémonos en cuanto podamos el afecto y
respeto de las demás naciones y gobiernos
del continente ....
La humanidad entera, decía, se encamina a
la paz: los medios de locomoción se multipli-
can y facilitan: las distancias se acortan: la
correspondencia y las relaciones entre los pue-
blos diversos se aumentan y aceleran en pro-
gresi6n asombrosa: las lenguas mismas, des-
pués de haberse dado la mano por medio de
las conquistas en las ciencias, que tienen un
lenguaje común, tienden a confundirse, gracias
a las exigentes necesidades del comercio, pres-
tándose palabras, modismos, frases enteras.
Bajo de este punto de vista la América va
adelante de los demás continentes. Nuestra
136 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

lengua sonora y majestuosa ha penetrado has-


ta el corazón de la gran república del Norte,
y el inglés lacónico y expresivo ya no es ex-
traño ni en las mesas altas de nuestros Andes:
el idioma del Brasil y el nuéstro son tan se-
mejantes, que hay pocos españoles que no
puedan leer a Camoens y pocos portugueses
que no entiendan a Garcilaso.
El movimiento activo del mundo, la facili-
dad creciente de las comunicaciones, la econo-
mía de los transportes, tienden, ora a equili-
brar los jornales, entre los individuos de una
misma nación v hacer entre ellos una distri-
bución más igual de la riqueza; ora a balan-
cear las ganancias de las industrias especiales
de los pueblos, haciendo más eficaces y más
útiles para todos, los poderes productivos de
las diversas porciones de la tierra, e introdu-
ciendo con la rapidez de los cambios, una di~
visión más completa en las operaciones de la
industria; no ya entre los individuos solamen-
te, sino entre las naciones, que al fin vendrán
a quedar en completa dependencia las unas
de las atras, y abolir la guerra, en toda la
extensión del globo que habitamos, como bár-
bara y contraria a las leyes que arreglan y
conservan nuestro bienestar y nuestra exis-
tencia.
La Providencia, siempre feliz en sus opera-
ciones, mientras los gobiernos y los sabios de
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 131

la tierra disputaban sobre los medios más efi-


caces de contener los progresos de la pobla-
ción y de la mendicidad, permite en su sabidu-
ría, que se descubran nuevos y sorprendentes
medios de locomoción, y después de haber pre-
parado así el camino, abre a los ojos atónitos
de Europa las entrañas de la tierra, que ocul-
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ma fácilmente hacia aquellas regiones desier-


tas, la población exuberante que afligía y de-
safiaba las inteligencias de los más insignes
economistas. El Pacífico, antes solitario, se pue-
bla de velas, y una considerable porción de
linaje humano, dejando en un extremo del
mundo, con sus parientes, su religión y su
lengua, un eslabón de la cadena destinada a
unir la humanidad, se lanza a los mares, y
los cruza en triunfo, transportando el otro es-
labón a la remota Polinesia. Y ¡oh admirable
concatenación de la industria humana, cuyos
efectos benéficos se sienten, ya' de uno, ya de
otro modo, en las regiones del globo al pare-
cer más diferentes y apartadas! Apenas se des·
cubren lbs ricos depósitos de oro en Califor-
nia y Australia, cuando todos los marineros
sienten crecer su capital; y todos los armado-
res se hallan más ricos que antes; y los car-
pinteros de ribera hacen fortuna; y los due-
ños de maderas en Noruega. y los de cáñamo
en Rusia y Polonia, y los de trigo en el ex-
138 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

tremo sur de nuestra América, y los de hierro en


Suecia, y los de té en China, y millares y
millares más, todos sienten su situación bené-
ficamente afectada por el nuevo capital que
viene a animar la industria, y a aumentar el
cúmulo de la propiedad en el mundo. Y no
es ésta ni aquélla, ni la otra región la sola
beneficiada, que todas 10 son en algún gra-
do, por el 'flujo o el reflujo de la riqueza
nueva, que se extiende por la tierra buscan-
do la ganancia, como buscan los líquidos su
nivel por una ley física tan cierta como irre-
sistible.
Entre tanto los habitantes de nuestros va-
lles del Pacífico, sin saber lo que está pasan-
do en el mundo, continúan entregados, unos
al ocio, otros a los frecuentes y sangrientos
simulacros de la guerra; y aquéllos al desper-
tar de su natural indolencia, éstos, al dar
treguas a su bárbara tarea, se encuentran con
un capital doble del que poseían sin sa-
ber cómo ni por qué. El maná les llueve
del cielo como en otro tiempo al pueblo he-
breo, mientras ellos murmuran y se rebelan
contra las leyes de su Dios; y cuando talan
las sementeras, insultan las hiías e incendian
las casas de sus inofensivos vecinos, llevados
del furor que inspiran nuevas y absurdas doc-
trinas; cuando reniegan de los preceptos de
amor y de caridad impuestos por el Cristo a
JULIO ARBOLEDA DISCURSO 139

la raza humana; la Providencia les revela,


por medio de hechos claros y elocuentes,
lo torpe y nocivo de la envidia, y lo conve-
niente que es para el hombre desear y pro-
mover, para su bien propio, la dicha de sus
hermanos, por remotas y separadas que estén
las regiones' que habiten, y por incomprensi-
ble que parezca a primera vista ia benéfica
acción que eierce ]a prosperidad ajena sobre
nuestra prosperidad.
California llama a nuestras provincias del
Istmo una población cor.siderable: las nuevas
necesidades del tráfico exigen un costoso ca-
mino de hierro; el camino exige obreros y los
obreros y la población fija y transeúnte ar-
tículos. abundantes de su existencia. Entonces
Chiriquí halla, sin salir del Istmo, mercado
ventajoso y cercano .para efectos que antes en-
viaba al Chocó. El Cauca, libre de competen-
cia, se apodera exclusivamente de este mer-
cado y provee de víveres a nuestros mineros
del Pacífico. Los precios de varios productos
pecuniarios y agrícolas suben considerablemen-
te. Así, los nuevos capitales de California, la
riqueza del mundo que crece, viene a aumentar
la de muchos hombres que están ciegos de
furor en su propia tierra, destruyendo la ri-
queza, y rebelándose contra la propiedad. Las
mismas causas obran fenómenos igualmente be-
néficos en todo nuestro territorio. El aumento
140 BffiLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

de la riqueza en el mundo, aumenta el consumo


de artículos que antes no estaban al alcance
sino de unos pocos, y nuestro excelente taba-
co halla amplia salida: la necesidad de culti-
varle en mayor escala alza los precios de los
jornales de nuestros labriegos: el alza de los
jornales les da nuevos medios, y los nuevos
medios el deseo de satisfacer nuevas necesida-
des: los precios de infinitos efectos, propiedad
o producto de otras personas, suben en pro-
porción Y .... ¿pero qué imaginación bastará
para trazar y seguir en su curso intrincado y
vario los hilos de la industria, que se extien.
den sobre la tierra como una red inmensa de
alambres eléctricos, de tal modo alzados y co-
municados, que no es dable tocar uno de ellos
sin que el mal o el bien, la pérdida o la ga-
nancia, se hagan sentir más o menos intenSa-
mente en todos los ángulos de la tierra?
!Oh! cuando se piensa detenidamente en es-
tos fenómenos; cuando .se ve y se palpa que
no hay riqueza, ni ciencia, ni descubrimiento,
que no aumente en algo la felicidad de todos
los habitantes del globo; entonces se compren-
de aquella fraternidad que Dios ha querido
que haya entre. los hombres, fundada y soste-
nida por -el interés mutuo, hija de la indus-
tria que produce, del comercio que cambia,
de la virtud que ama y fomenta; entonces se
conoce cuán torpe es la envidia, cuán contra-
JULIO ARBOLEDA - DISCURSO 141

rio a nuestro bien el odio del bien ajeno. cuán


perjudicial para nuestra dicha el pesar de la
ajena felicidad!
y yo, señor, mientras más metido en estas
cuestiones, y mientras más me penetro de la
dificultad de dar a todas las criaturas racionales
la inteligencia e instrucción suficientes para que
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ría de las leyes del cristianismo, más y más
me convenzo de la necesidad de la fe. Esta
es la virtud que ha civilizado al mundo. Si
]esucristo hubiera explicado los pasmosos re-
sultados de su doctrina, no habría habido un
solo sabio en su tiempo capaz de entender su
extraño lenguaje. El solo podía ver, en aque-
llas épocas bárbaras, a través de las tinieblas
del largo futuro lo que muy pocos alcanzan
a ver aún ahora, cuando sus preceptos han es-
tado por diez y nueve siglos modificando y
mejorando el género humano. Cuando El dijo
tened fe como un grano de mostaza y haréis
imposibles, impusó a la limitada inteligencia
del hombre la virtud única que, garantizan-
do la observancia de sus mandatos, pudiese
conducirle al término (oscuro todavía para
nosotros) de sus altos· e incomprensibles des-
tinos.
Yo no puedo concebir la prosperidad de un
pueblo republicano, de un pueblo cuyos ciu-
dadanos tengan todos parte en el gobierno, si
142 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

esos ciudadanos no son irresistiblemente impe-


lidos a la justicia por los preceptos de la fe.
Pocas palabras más y habré concluído.
La aflicción que ha sufrido la república a
consecuencia del crimen de abril, puede ser
útil para ella. Ese crimen separó la cizaña del
trigo que andaban confundidos. La sangre de
todos los buenos ha corrido mezclada, bajo el
mismo glorioso estandarte, en nuestras calles
y nuestros campos: cada partido coronó y ofre~
ció reverente su víctima en el común holo-
causto presentado al Dios de la concordia co-
mo expiación de sus antiguos errores y extra-
vías .... Por esa sangre noble y preciosa, con-
juremos a los granadinos a deponer sus re-
sentimientos en las aras de la justicia y de
la gloria nacional!
Sin embargo, puede ser, señor Vicepresiden-
te, que a pesar de la crisis favorable que ha
sufrido la repúblic.;a,después de largos y con-
vulsivos delirios, vuelva a aparecer en el cuer-
po político la fiebre que casi la ha aniquilado.
No faltan entre nosotros ambiciosos vulgares
a quienes, no pueda agradar la paz y el so-
siego porque son incompatibles con su exis-
tencia tempestuosa. Ellos espían el desorden,
como aquellas aves marinas que aguardan que
la borrasca turbe y encrespe las olas para bus-
car su sustento. Puede ser que seáis sorpren-
dido cuando menos lo esperéis. El arte de cons-
OLIO ARBOLEDA - DISCURSO 143

Jirar no es desconocido, por desgracia, entre


nosotros. Si así sucediere, contad con los hom-
bres de bien: todos tienen probado que saben
vencer por la ley y con la ley. Mas si tuvie-
reis que elegir entre el honor y la muerte, re-
cordad la confianza que el pueblo más libre
de Sur América ha hecho de vos: mostradle
que, en ia Nueva Gn:1úC::lJa, los iT1i:igistréidos
que no pueden gobernar, saben por lo menos
morir; dej ad que vuestros amigos derramemos
lágrimas porque perdísteis la vida, pero no
porque perdísteis la honr~, y si no podéis dar-
nos paz, dejadnos siquiera honra y ejemplo.
INDICE

Págs.

Nariño, SantBnder, Arboleda , 5


Elocuencia:

Antonio Nariño:

Su defensa ante el Senado 21


F. de P. Santander:

Su defensa ante la Cámara 73


Julio Arboleda:

Discurso como Presidente del Congreso al


dar posesión de la presidencia al doctor Ma-
nuel María Mallarino 123

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