Con un camino en parte fácil la causa llega al concilio de Nicea. En él triunfa la ortodoxia
y el emperador Constantino amenaza con desterrar a los que no profesen el símbolo propuesto
por el concilio; Arrio, Segundo de Ptolemaida y Theonas de Marmárica se oponen, por lo cual
son excomulgados, los dos obispos depuestos de sus sedes y los tres desterrados al Ilírico.
Así las cosas, Constantino m. el 22 mayo 337 y su hijo Constancio le sucede en Oriente
mientras que Constante lo hace en Occidente. Esta división del Imperio afecta también a la vida
de la Iglesia. Constancio, tal vez influenciado por su hermano Constante, permite la vuelta de
Atanasio a su sede de Alejandría (337) y éste, aunque considerado por los eusebianos como un
intruso de Roma por haber sido depuesto en el sínodo de Tiro, celebra un sínodo en Alejandría
con los obispos de Egipto para lograr deponer a Pistos, obispo arriano, al cual Segundo de
Tolemaida había consagrado para la sede de Alejandría. En el a. 339 es nombrado obispo de
Constantinopla Eusebio de Nicomedia, pero muere el a. 341. El papa Julio reunido en sínodo en
Roma, en presencia de obispos orientales, juzga que la deposición de Atanasio había sido injusta,
así como la de Marcelo de Ancira, a quien se acusaba de sabelianismo.
El a. 341, con el sínodo de Antioquia «in eucaeniis», empieza una serie de sínodos cuya única
finalidad es la producción de fórmulas de fe para lograr que la de Nicea quede como en el olvido.
Los eusebianos difunden así tres fórmulas, de las cuales la segunda se atribuye infundadamente a
Luciano de Antioquia; las tres son antinicenas en el sentido de que no contienen ningún inciso
estrictamente niceno, pero ninguna de ellas es errónea.
Pero a partir del sínodo de Sirmio se observa una división marcada entre los arrianos
antinicenos. Por una parte, la facción más extremista a cuya cabeza se encuentran Aecio,
Eunomio y Eudoxio, conocidos con el nombre de heterousianos y de anomeos, defienden el
arrianismo más puro, diciendo que el Hijo es desemejante en todo al Padre, e introducen, sobre
todo Eunomio, nuevos elementos filosóficos en su teología. Por otro lado, el partido llamado
senliarriano, que llama al Hijo homoiousios, es decir, semejante en la sustancia, o de esencia
semejante al Padre; Basilio de Ancira es la cabeza de este grupo que es, dentro de los arrianos, el
más cercano a la ortodoxia. Y, por último, el partido de los homeos, así llamados porque
afirmaban simplemente que el Hijo es semejante al Padre; a este partido pertenecen, de
Occidente, Ursacio y Valente; en Oriente lo encabeza Acacio, obispo de Cesarea de Palestina; en
realidad, no admiten la semejanza de sustancia entre el Padre y el Hijo, sino que se conforman
con una semejanza más indefinida, bien sea respecto de la voluntad bien respecto de las obras;
dicho de otra manera, no reconocen la divinidad del Verbo (S. Epifanio, Panarion, 73, 23: PG 42,
446-447).
Así las cosas, cada uno de estos tres partidos arrianos buscó defender su punto de vista
sobre los símbolos de la fe mediante un sínodo. El a. 357 se celebraba en Sirmio un nuevo sínodo
que estrenó una fórmula de fe, totalmente arriana, que dicen haber sido suscrita por Osio. No
faltó la reacción opuesta tanto en Occidente como en Oriente; así, los obispos de las Galias
anatematizaron la segunda fórmula de Sirmio al mismo tiempo que los semiarrianos, reunidos en
Ancira (a. 358) con motivo de la consagración de una nueva iglesia, elaboraron la suya, fórmula
que aunque rechaza el homousios puede ser interpretada de manera ortodoxa. Nuevamente se
reunió un sínodo en Sirmio (a. 358) que confirmó todo lo llevado a cabo contra Pablo de
Samosata y Photino; la tercera fórmula de Sirmio era totalmente ortodoxa, si bien evita la palabra
homousios, y fue suscrita por el papa Liberio. Los semiarrianos compusieron la cuarta fórmula
de Sirmio que recibirían luego los conc. de Rímini y de Seleucia (a. 359); en ella se enseña,
como dice la S. E., que el Hijo es semejante al Padre en todo. Al trasladarse los emisarios a Nike,
el emperador les propuso que suscribieran una nueva fórmula en la que, siguiendo la Santa
Escritura, se enseña que el Hijo es semejante al Padre; casi todos la suscribieron, aunque algunos
con correcciones.
Las cosas parecían cambiar con la muerte de Constancio (a. 361). Hereda el Imperio Juliano el
Apóstata y, como parte de su política religiosa, decreta que todos los obispos desterrados pueden
volver a sus sedes. Entre ellos vuelve Atanasio. Como medio para apaciguar los ánimos y
restablecer la paz a la Iglesia se piensa en un sínodo en Alejandría (a. 362) en el que se proclama
que el Espíritu Santo es consustancial al Padre y al Hijo y que ninguna criatura puede ser contada
entre las personas de la Trinidad; asimismo, si el Hijo, al encarnarse, se hace hombre verdadero,
se supone que el cuerpo asumido por Él estaba dotado de su correspondiente alma humana. Más
difícil fue el tema sobre el uso de la palabra hypóstasis; y esto, porque los occidentales la hacen
equivalente a sustancia u ousía mientras que para los orientales equivale a prosopa o
subsistencia; fue constatado el equívoco y juzgaron como deseable la adhesión total a la doctrina
de Nicea.
Por estas fechas el arrianismo se encamina hacia el ocaso. Personas y acontecimientos que
influyen en ello son: S. Basilio de Cesarea, con toda su doctrina sobre el particular; S. Gregorio
Nacianceno, nombrado obispo de Constantinopla (27 nov. 379) y cuyos sermones tuvieron gran
resonancia; el papa Dámaso (366-384), y el emperador Teodosio. A él se debe una ley que
prohíbe la herejía (3 ag. 379), un edicto con el que declara al cristianismo como religión del
Estado (28 feb. 380) y la convocatoria del primer concilio de Constantinopla.
Sin embargo, el arrianismo estaba destinado a sobrevivir durante varios siglos, como
forma peculiar de cristianismo de algunos pueblos germánicos. La acción misionera del obispo
Úlfilas, ordenado por Eusebio de Nicomedia, y su traducción de la Biblia al gótico, fue decisiva
para la conversión de los godos al arrianismo y su extensión a otros pueblos barbáricos. Para
conocer con más detalle las vicisitudes del arrianismo en los reinos germánicos de Occidente.
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BIBL.: G. BARDY, Fragmentes attribués d Arius, «Rev. d'Histoire Ecclésiastique» 26 (1930) 343-47; fD,
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139-55; íD, L'Occident en face de la crise arienne, «Irenikon» 16 (1939) 358-424; fD, L'Occident et les
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ChriStOlOgie VOM Tode des Athanasius bis z. Ausbruch des nestorian. Streites, Munich 1925; M.
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J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.