y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. 2 Ella estaba en el principio junto a Dios. 3 Todo fue hecho por medio de ella y sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En aquello que ha sido hecho 4 ella era vida y la vida era la luz de los hombres; 5 y la luz brilla en las tinieblas pero las tinieblas no la aprisionaron.
6 Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
7 Éste vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. 8 No era él la luz sino testigo de la luz. 9 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. 10 En el mundo estaba y el mundo fue hecho por medio de ella; y el mundo no la conoció.
11 Vino a su casa y los suyos no la recibieron.
12 Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a quienes creen en su Nombre; 13 los cuales no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer de hombre, sino de Dios.
14 Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros;
y hemos contemplado su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan da testimonio de Él y clama: Éste es aquel del que yo decía: el que viene detrás de mí está delante de mí porque existía antes que yo. 16 Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. 17 Porque la ley fue dada, por medio de Moisés, la gracia y la verdad han llegado por Jesucristo. 18 A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre. Él nos lo ha dado a conocer. ES PALABRA DE DIOS 1 MENSAJE EN EL CONTEXTO "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer". Ver a la madre es nacer, ver a Dios es llegar a la luz del propio rostro. La nostalgia de aquel ante quien se es uno mismo, el hombre es deseo de ver a Dios, su rostro escondido. Pero nadie lo ha visto jamás, pues desde el principio, Adán le ha dado la espalda. No tenemos ninguna imagen de Dios, por cuanto su única imagen y semejanza somos nosotros, si permanecemos ante Él. Él es nuestro "lugar natural" y en cualquier otra parte estamos fuera de sitio, adoloridos como un hueso dislocado, extraños a nosotros mismos y a todo. Jesucristo, el Hijo único, que está en el seno del Padre, con sus obras y palabras, con su vida y su muerte, nos ha mostrado a Dios, hasta poder decir: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (14, 9). Pues Él es la Palabra que para eso se ha hecho "carne". En el prólogo, el evangelista, a quien llamaremos Juan, siguiendo la tradición, dice qué, cómo y para qué Jesús ha venido a mostrarnos a este Dios, con el solo enunciado de los temas que se propone desarrollar a lo largo del libro. El principio del Evangelio de Juan nos lleva, con un batir de alas, sobre el espacio y más allá del tiempo, más allá de toda creatura, a descubrir quién es Jesús, el hombre acreditado a título pleno para darnos a conocer al invisible. Descubrimos con asombro que aquel que gustaba llamarse Hijo del hombre y que se proclamó Hijo de Dios, es la Palabra que desde siempre está junto al Padre y que es Dios. Esta Palabra, objeto del testimonio de los profetas y los sabios pero jamás conocida, se hace carne en Jesús, para revelarnos y compartir con nosotros su gloria como Unigénito del Padre, y podamos así descubrir nuestra condición de hijos de Dios. Cabe comparar el prólogo con el principio de una sinfonía, en el que se preludian los motivos. En la historia de la teología es como una mina de piedras preciosas, de la que se han extraído las más importantes reflexiones sobre la Trinidad y sobre la encarnación. Es un exaltado himno a la Palabra, luz y vida de todo, donde las palabras insinúan la armonía de lo inefable. Sus raíces, más que en la tradición griega, no obstante bien presente en el autor, se hunden en el Antiguo Testamento, en aquellos textos que cantan la Palabra y la Sabiduría creadora, personificaciones de Dios en la naturaleza y en la historia. Cuando se lee este himno se tiene la impresión de ser transportados en el vuelo de águila hacia un lugar elevadísimo y al mismo tiempo doméstico, como nuestro nido familiar, en donde nos sentimos enteramente a gusto, como en casa. Pues en la Palabra dirigida al Padre, es donde encontramos nuestra patria: el Padre mismo. El sentido del prólogo sólo se hace plenamente comprensible al final del Evangelio: la primera palabra de cualquier discurso no se comprende sino después de la última. No obstante, como sucede con cualquier otro libro, el Evangelio comienza y debe leerse desde el principio, donde el autor, para hacerse entender, emplea palabras de todos conocidas y altamente evocadoras, que después entrarán enjuego en el curso de la narración en la que hacen explícita su potencialidad inexplorada. Los términos del prólogo, tal como van apa- reciendo por primera vez, son; principio, existir, palabra, Dios, todo, nada, hacerse/llegar a ser, luz, hombre, tinieblas, comprender, enviar, dar testimonio, creer, mundo, reconocer, casa, aceptar, recibir, hijos, sangre, carne, voluntad, nacer, habitar, contemplar, gloria, unigénito, Padre, gracia, verdad, llegar después/antes/primero, ley, Moisés, Jesucristo, seno, dar a conocer. El argumento del prólogo es, en consecuencia, la "Palabra", origen de todo lo existente, que a su vez se hace carne en Jesucristo, para hacer que seamos hijos de Dios, revelándonos al invisible. La acción de esta Palabra constituirá el argumento de todo el Evangelio, en el curso del cual se desarrollarán los temas enunciados. En el evangelio, el termino Logos (= Palabra) personalizado, aparece únicamente Sin entrar de lleno el prólogo, hasta el v.14, en donde se dice que se hace carne para manifestarnos su en la complejidad del gloria de Hijo unigénito. De allí en adelante, se habla de Jesús, diciendo por qué y problema, lo que el cómo se h; nuestro hermano. prólogo dice es suficientemente El texto puede articularse de varias formas, de acuerdo con distintos criterios y claro. La parte inicial perspectivas. Muchísimos autores se han arriesgado a analizarlo, lo que ha permitido se refiere al Lagos descubrir estructuras concéntricas, paralelas, en forma de espiral, junto a Dios y a su descendentes/ascendentes y otras más, que ponen a su vez de relieve las papel en la creación y consiguientes divisiones. Con todo, hay que tener en cuenta que todo texto es un en la redención, la textus, un tejido, un entramado, o mejor, una unidad orgánica, un organismo vivo, en media a su el que cada elemento singular cobra sentido por su función en el conjunto, en relación encarnación en con lo yque Jesús, le precede la final y conde a su misión lo darnos que le sigue, por lo a conocer al que parece Padre. mejor global El objetivo hablares deconseguir que nosotros, al articulaciones y no de divisiones. escucharlo y acogerlo, podamos llegar a ser hijos de Dios. El Jesús que se nos muestra en el Evangelio a través de signos y discursos, podrá hacernos conocer a aquel Dios a quien nadie ha visto jamás por ser la palabra de Dios, Dios mismo, que se ha encarnado para quedarse con nosotros. Por ser "el Hijo" está facultado para presentarnos al Padre. Adherir o no a su persona, equivale para nosotros a aceptar o negar nuestra propia verdad de hijos. Este es el juicio que todo hombre está comprometido a pronunciar sobre su propia vida. Es evidente que Juan ofrece una "elevada cristología", que encarna ¡a más alta comprensión que la primitiva Iglesia tuvo de Jesús. Al abordar este texto, tenemos la impresión de estarnos acercando a los pies de un macizo altísimo, que se yergue más allá de las nubes, más allá del mismo cielo. Es una montaña inaccesible: es el Dios desconocido, la Gloria invisible, el Nombre inefable. Nos sobrecoge una sensación de asombro infinito, de un vértigo abismal. Pero al momento nos invade la alegría de sentir que el monte desciende hasta nosotros, lo indecible es Palabra, la Gloria tiene el rostro del Hijo del hombre, el Nombre se llama Jesús. Todo el Evangelio será entonces la exposición y la ofrenda del don de sí que Dios nos hace en la carne de su Hijo, en la que vemos la Gloria cuyo reflejo somos nosotros. Cuando conozcamos como somos conocidos -lo que ahora se da sólo de manera imperfecta, en espejo y como en enigma (cf. iCo 13, 12)- entonces lo veremos cara a cara: nuestro rostro resplandecerá con su luz y seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es (cf. IJn 3, 2b). Entonces "te veré en tu belleza y yo me veré en tu belleza. Que yo me vea en tu belleza y tú te veas en mi belleza, y mi belleza sea la tuya y la tuya sea la mía; así yo estaré en tu belleza y tú estarás en mi belleza, porque tu misma belleza será la mía" (Juan de la- Cruz). Jesús es ¡a Palabra que está junto al Padre, Dios mismo, vida y luz de todo lo creado, que ha puesto su morada en medio de nosotros. Es el Hijo unigénito "encarnado" para darnos a conocer al Padre, y restituirnos, en el suyo, nuestro rostro de hijos. La Iglesia es representada por "nosotros", los que hemos visto la Gloria, creído en su nombre, aceptado su dignidad de llegar a ser hijos y recibido gracia tras gracia.