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EL CRISTIANISMO POPULAR

SEGÚN LAS VIRTUDES


TEOLOGALES

LA FE

P. Rafael Tello

Nº 4
El cristianismo popular. Según las virtudes
teologales: La FE ♦

Virtudes teologales y vida cristiana

1. El cristianismo se expresa por las virtudes. Las teologales


constituyen la esencia misma de la vida cristiana. Las otras, llamadas
morales, son instrumento de las teologales para conformar toda la vida
cristiana.
2. Las virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad. Cada
una de ellas es una, pero como son complejas en su obrar, como es
complejo el hombre mismo, en su unidad contienen una diversidad que
diversifica también la vida cristiana.
La diversidad proviene ya de los diversos motivos que las mueven a
actuar, ya de los diversos aspectos que se incluyen en su accionar, ya
de los objetos secundarios a que se extiende el acto.
3. Los actos de éstas por un lado son gracia, don gratuito de Dios, por
otro son actos humanos, del hombre que libremente los ejercita, y por
tanto afectados por la cultura que posee ese mismo hombre; por otra
parte las virtudes teologales y sus actos son principio de otras virtudes
y actos que llamamos morales.
4. De allí una triple consideración: la fuerza salvífica de las virtudes
teologales que proviene de Dios; el modo humano proveniente de la
cultura que toma el ejercicio de esas virtudes; el organismo moral
resultante de ellas.
5. Respecto a las virtudes teologales en general que son la substancia
de la vida cristiana popular:
- son dadas, infundidas por Dios;
- ejercidas por la iniciativa humana que obra condicionada por la
cultura popular, son indirectamente impregnadas por ésta y así
coloreadas miden, regulan e informan todo el organismo de las
virtudes morales.


Apunte entregado por el p. Tello durante 1996
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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
Esto es de las fuerzas operativas morales del hombre, determinando
-según el objeto propio de cada virtud- qué, cómo y en qué medida
algo es bueno o malo, es decir es un modo de actuar conveniente o
inconveniente para ese hombre concreto.

Las virtudes teologales y el pecado


6. Las virtudes teologales de las cuales depende todo el organismo
moral del cristianismo por lo que son el principio de la vida cristiana,
pueden ser miradas también en relación al pecado que contradice esa
vida:
7. El cristianismo en su forma propia y acabada queda constituido por
la caridad infusa, pero su principio es la fe en Cristo, de allí que se
puede decir con verdad que el que cree en Cristo -aún más si está
visiblemente incorporado a la Iglesia por el bautismo- es cristiano,
aunque por estar en pecado grave no tenga la caridad, es decir, el
cristianismo vivo (cf. Dz 838).
8. Esto abre la puerta a una diferencia de perspectivas:
- si se considera el cristianismo sólo desde su principio, la fe en
Cristo, él no es afectado por los pecados que no corrompen esa
fe,
- pero si se lo considera desde su forma propia, que es la
principal en él, a saber la caridad infusa, entonces los actos y
vicios graves, producen una alteración y una gran diversidad de
las vidas humanas que son cristianas sólo según su principio.
9. Pero este es un punto de vista menos común.
El cristianismo se suele definir por su principio -la fe en Cristo- y
desde este punto de vista por muchos y graves que sean los actos malos
y vicios no hay derecho a negar el cristianismo de cualquiera que
profesa la fe en Cristo.
[Ni tampoco hay que dudar de la misericordia de Dios y menos
cuando el pecador tiene sincera confianza en la Santísima Virgen
María, como ocurre en nuestro pueblo.]
10. Dios llama al hombre a vivir con Él en la vida eterna, y en ésta -no
en la vida temporal- se halla su fin último y definitivo; a Él, a la vida
en la eternidad, se ordenan las virtudes teologales.

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Pero el entrar en posesión de la vida eterna depende de que en el
momento de la muerte el hombre tenga la gracia santificante, la caridad
y las otras virtudes que la caridad supone. Es lo que suele llamar gracia
final.
Aunque se hubiere vivido en gracia toda la vida si falta dicha
perseverancia, no se logra el fin, aquello a lo cual Dios llama.
11. Esa perseverancia no se puede merecer (de condigno, en recta
justicia), depende pues únicamente de la misericordia y la
complacencia divina.
Sí se puede “merecer” de modo impropio, por una cierta
conveniencia de congruo, merecimiento que nace principalmente (pero
no exclusivamente) de una vida “justa” (podrían nacer de la esperanza,
de la oración -y el deseo puede ser oración- o de ciertas obras, a alguna
de las cuales el Señor ha adjuntado una promesa de retribución, cf. por
ej. Mt.10,37; 25,31ss.).
12. Así, Dios, que llama a la Vida Eterna, puede conducir hacia ella por
dos caminos: uno que podríamos llamar de “justicia” en el cual la
caridad se guarda a través de los actos de la vida, otro de pura
misericordia en que la perseverancia final se obtiene por un puro don
gratuito de Dios preparado tal vez por ciertas obras, pero en el cual por
causa del pecado no se ha guardado la caridad.
13. La Iglesia en su acción pastoral impulsa al pueblo a una mayor
unión con Dios, la que se realiza por las virtudes teologales y directa e
inmediatamente por la caridad que une a Dios con amor de amistad,
pero aunque esta no existiera en la persona, las otras dos virtudes
restantes:
a) realizan una cierta unión con Dios;
b) contienen de algún modo la acción del Espíritu Santo;
c) pueden tener mayor intensidad que en otro que tenga caridad.
14. Así, la fe, todo acto de fe, aún sin caridad, contiene inicialmente un
movimiento hacia Dios (credere in Deum) y por tal hecho el mismo
movimiento lleva a creerle (credere Deo) y a creerlo (credere Deum),
y el mismo movimiento lleva a esperar el bien de Dios en quien se ha
creído (lo que supone amarlo a Dios como un bien para nosotros, es
decir, con un amor imperfecto (S.T. 2-2, q.17, a.8)).
15. Además, la fe y la esperanza disponen a la infusión de la caridad
(S.T. 2-2, q.24, a.2, ad 3). Pero no sólo así la fe y la esperanza
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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
informes ponen en relación con Dios, también engendran el temor de
Dios -temor servil que es bueno- (S.T. 2-2, q.7, a.l) y la confianza.
16. “Por eso la fe aún cuando ‘no obre por caridad’ es en sí misma un
don de Dios y su acto es obra que pertenece a la salvación”
(Conc.Vat.I, s.III, c.3, Dz 1791); tanto ella como la esperanza (y
también el temor -S.T. 2-2, q.19, a.9-) proceden del Espíritu Santo
(aunque no son enumerados entre los dones estrictamente tales son
dones en sentido general).
17. La fe y la esperanza teologal exceden las fuerzas naturales, por eso
de suyo y necesariamente dependen de la acción de Dios que es
atribuida al Espíritu Santo, pero puede ocurrir también que las
dificultades exteriores -la pobreza y los sufrimientos- sean tales, tantos
o tan continuos que excedan el modo humano ordinario, y en ese caso
se requiere asimismo la ayuda de los dones del Espíritu Santo para
poder guardarlas.
18. El movimiento se perfecciona por el acceso al término al cual se
dirige, pero otras características, por ejemplo la intensidad, dimanan
del sujeto que lo realiza.
El movimiento de la fe y la esperanza hacia Dios (que procede de
este aspecto, atribuido a la acción del Espíritu Santo, llamado credere
in Deum) se perfecciona por la caridad -amor de amistad- que une a
Dios, pero en cuanto a su intensidad depende del sujeto, el hombre que
lo realiza.
19. Por eso la tendencia hacia Dios puede ser más intensa (aunque sea
más imperfecta) en un hombre que está en pecado grave que en otro
que este en gracia santificante [lo mismo proporcionalmente hay que
decir del temor y la confianza].
20. El pecado se opone a la vida cristiana, esto es a las virtudes
teologales y en especial a la caridad. Pero se trata del pecado grave y
mortal, es decir el pecado formal, voluntario, consciente y deliberado
que es siempre personal.
21. Sin embargo, al mirar el pecado en el hombre de pueblo hay que
evitar juzgar inconsideradamente de él pues:
- existen muchas causas excusantes,
- el mal de cualquier acción depende de la prohibición de una ley, la
cual debe ser conocida. Pero la ley, tanto en el orden de la fe como

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en el natural, es un principio general que contiene implícitamente
otros principios y determinaciones más particulares que se derivan
de ellos como conclusiones próximas o remotas, todo lo cual puede
ser completado por decisiones positivas de la autoridad pública, y
esas conclusiones fácilmente pueden no ser conocidas por el
hombre de pueblo.
22. Esto es importante entenderlo. Y vale tanto en el orden evangélico
en el cual el primer principio es “la fe que obra por la caridad” (y ya
una como otra tienen una primera enunciación generalísima donde se
incluye implícitamente todo el resto. En la fe: la formulación de Hb
11,6 -cf. S.T. 2-2, q.1 a.7 1-; en la caridad: el mandamiento doble del
amor a Dios y al prójimo), como vale en el orden natural (cf. por ej.
S.T. 1-2, q.94 a.2).
23. Y es tal vez lo más frecuente, que el hombre del pueblo se guíe sólo
por los principios generales e ignore o no atienda a las
“consecuencias”, sobre todo a las remotas o mediatas (que a menudo
sólo puede ser captadas por los “doctos”).
Mucho menos conoce las “positivas” o se considera alcanzado por
ellas (hay que recordar que estructural o por lo menos culturalmente, el
hombre del pueblo se sabe ajeno a la sociedad establecida). Por eso
comúnmente no hay que juzgar de sus acciones según las
determinaciones más particulares que norman la acción moral humana.
24. El pecado es siempre personal, pero el pueblo o nación es la gran
“educadora” del hombre (LE 10) es decir, que el individuo forma su
conciencia según el sistema de valores (la cultura) del pueblo.
Esto es lo que permite al Concilio enseñar que los nacidos y criados
en Iglesia o comunidades separadas no pueden ser argüidos de pecados
de separación (UR 3) o que desde la perspectiva de la responsabilidad

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S.T. 2-2, q.1 a.7: Solución. Hay que decir: Los artículos de la fe desempeñan en la
enseñanza de la misma una función similar a la que en la enseñanza elaborada por la
razón natural tienen los principios en sí evidentes de la razón. En estos principios hay un
orden, de tal modo que unos están implícitamente contenidos en otros, y todos se reducen
a éste como principio soberano: Es imposible afirmar y negar al mismo tiempo, como
enseña el Filósofo en IV Metaphys.18. De manera similar, todos los artículos se hallan
implícitamente contenidos en algunas realidades primeras que se han de creer; es decir,
todo se reduce a creer que existe Dios y que tiene providencia de la salvación de los
hombres. Así lo expresan las palabras del Apóstol: El que se acerca a Dios ha de creer que
existe y que recompensa a los que le buscan (Heb 11,6)…

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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
personal pueden tomarse como admisibles diversas maneras de
entender el Evangelio en su aspecto moral (ib. 23) y conclusión similar
habría que aceptar respecto al judaísmo, al islamismo o las grandes
religiones y aún respecto a las diversas culturas de la sociedad
temporal.
Así pues al juzgar las acciones de las personas hay que tener en
cuenta la cultura de la comunidad o pueblo en que actúan.
25. -También hay que considerar que la vida cristiana es afectada por el
pecado cometido en el orden temporal, secular. Y de éste hay que
juzgar según el orden o ley natural, no sólo según la ley humana
positiva, pues si ésta se opone a aquella “no será ley sino corrupción
de la ley” (S.T. 1-2, q.95, a.2).
26. Y nuestras leyes positivas que a menudo dirigen la actividad
humana según un orden social “real” de cosas, son contra el orden o
ley natural.
[Que el orden jurídico positivo nuestro en eso es contrario al orden
natural es patente. El bien es aquello a lo cual el hombre tiene
inclinación natural, que es para mi un fin (primario). Tiene así
inclinación al bien según la natura racional que le es propia, y por eso
tiene natural inclinación a vivir en sociedad (S.T. 1-2, q.94, a.2).
Vivir en sociedad según su natura racional implica que la sociedad
reconozca su dignidad humana y su libertad, es decir, que se estructure
en un orden social personal, pero nuestra sociedad actual tiende a un
orden “real”, de instituciones y de cosas, que por ellos es contrario a la
ley y al derecho natural.]
27. Por eso la conducta del hombre del pueblo no debe ser juzgada
según el orden jurídico positivo establecido en nuestras sociedades, al
contrario, de suyo no está obligado a proceder según ellas y es laudable
que actúe al margen de ellas, conformándose al orden natural, usando
su libertad y razón.
Puede sí tener que plegarse a ellas (per accidens) para evitar un mal
grave para sí, para los suyos o para la misma sociedad (como puede ser
para ésta el peligro de destrucción del orden social- que no
comúnmente se da- sin que se provea otro para reemplazarlo).

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La FE
Fe y cultura
28. La Iglesia es depositaria de la fe tal como ha sido revelada por Dios
en Jesucristo. Pero la fe se apoya en un sujeto natural, es también un
acto humano.
Por ello en la fe, que es revelada y sobrenatural, habrá también un
“modo humano” de vivir y practicar esa fe. Sin ese modo humano que
puede ser muy variado, la fe no puede existir.
29. La fe no existe si no es en un sujeto determinado, que tiene su
propia cultura.
La Iglesia Católica Latina vive y practica, su fe revelada con su
propio modo humano cultural. Y esa misma fe revelada, la Iglesia
oriental la vive con su propio modo humano cultural. También la
Iglesia primitiva tuvo su propio modo humano, distinto del de la
Iglesia actual.
30. El pueblo Latinoamericano recibió y tiene la fe revelada, verdadera
pero asumida en su propio modo humano cultural.
[El pueblo acepta el bautismo creando una cultura popular, es decir
un estilo de vida común, una conciencia común, y también una
devoción, distintas de las de la Iglesia institución oficial. Dentro de
ello la fe (predicada como primeramente ordenada a la salvación
individual, pero tal vez practicada misionalmente con otro signo) es
aceptada como un principio de organización social en esta vida, que se
completa o perfecciona en la salvación eterna.]
31. Esa fe, que es la misma fe de la Iglesia, es la que el pueblo
transmite al transmitir su cultura. Por eso, como lo señala el
documento de Puebla: “el pueblo evangeliza al pueblo”, aunque
respecto a los contenidos esenciales esa fe depende siempre de la
Iglesia.
32. Pero, a partir de esto, hay que evitar dos actitudes extremas y
nocivas:
Una pretender que el pueblo tiene su fe peculiar y puede prescindir
de la Iglesia.
La otra: supone que el único modo valido de vivir la fe revelada es
el propuesto en las formas culturales propias de una Iglesia particular,
sea Latina u Oriental, Europea o Latinoamericana. La Iglesia es una y
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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
Universal en cuanto a la fe transmitida por Cristo a los Apóstoles. Los
modos humanos culturales de recibir y practicar esa fe son múltiples y
variados.
33. Así vemos que en los ámbitos no populares, la formulación de la fe
(a la cual ayuda mucho la teología y la catequesis) dota al hombre de
un sistema racional para interpretar la vida, su sentido y construirla y
dirigirla.
34. En cambio en el cristianismo popular la fe es la convicción de que
Dios no es ajeno a la propia vida, toma parte en ella, y en las profundas
experiencias que la llenan se lo halla a él.
El hombre recibe la vida de Dios, del hombre es y a él le
corresponde vivirla, lo que muy comúnmente es difícil, a eso se ordena
su esfuerzo, pero Dios ayuda.
35. A diferencia del “ilustrado”, que orienta su vida según un criterio
teológico (natural fundado en la fe), el hombre de pueblo simplemente
vive, intenta sobrevivir y confía en Dios, a quien encuentra en su
misma vida.
Presupuestos teológicos
36. La FE es el principio y el fundamento de la vida cristiana, es una
iluminación y atracción de Dios para que el hombre adhiera, responda
con un sí a su Revelación.
[Conviene advertir, de paso, que al hablar de iluminación y
atracción, no nos referimos a experiencias sensibles o que puedan
percibirse en el ámbito de la conciencia. Se trata de señalar la causa
sobrenatural, la acción de Dios que no podemos sentir, ni percibir: solo
podemos y debemos creer.
Dios no puede ser objeto ni de nuestros sentidos, ni de nuestra
razón; “para acercarse a Dios es necesario creer” Hb 11,6.]
37. Es un don gratuito y sobrenatural (no debido a la naturaleza del
hombre) otorgado por Dios libremente “según la medida de la
donación de Cristo” (Ef 4,7) y, por tanto, no sujeto a ninguna
condición humana (Dios otorgó una fe plena a San Pablo sin que
recibiera ninguna catequesis o preparación humana previa).
Con todo, de ley ordinaria, el don divino de la fe se sujeta muchas
veces para su recepción, y casi siempre para su madurez, a la
preparación catequística.
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38. ¿Y qué revela Dios? Muchas cosas, pero todas referidas a Sí
mismo.
Revela que es Trino y que salva a los hombres en la vida eterna, por
medio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, Dios y hombre
verdadero.
Todo ello implícito en la verdad general de que Dios “existe y
recompensará a los que lo buscan” (Hb 11,6).
39. Toda revelación de Dios es Cristo y la hace en Cristo, y Cristo todo
lo que revela, lo hace en primer lugar a Pedro y a los Apóstoles y, sólo
por medio de ellos, a la Iglesia toda.
40. La Iglesia cree lo que fue revelado a los Apóstoles y nada más (si
formula verdades nuevas es sólo porque estaban implícitas en lo ya
revelado a los Apóstoles).
Esta es la razón por la cual el Obispo, aunque no sea el mayor
teólogo (y en tantísimos casos ni siquiera teólogo profesional) como
sucesor de los apóstoles es custodio de la fe a ellos confiada, por
encima de los teólogos.
41. Hay así en la fe, primer principio salvífico permanente, una acción
iluminante de Dios, cuya eficacia sobrenatural depende en sumo grado
de Dios, de su gracia, de su favor; y una revelación de verdades
jerarquizadas, es decir, contenidas articuladamente en unos primeros
principios y hecha ante todo a Pedro y a los Apóstoles.
42. Por otra parte es cierto que estas verdades, como son acerca de
Dios, verdad subsistente que constituye el fin al cual se dirige toda la
vida del hombre, es sumamente valioso conocerlas explícitamente,
cuanto más se conozcan mejor.
Por eso, la fe, también de suyo pero secundariamente (per se,
secundo), puede decirse que crece y se mide por el grado de
conocimiento explícito de lo revelado.
El acto de fe
43. El acto de fe tiene tres aspectos:
- adhesión a Dios (credere Deo);
- penetración de lo revelado (credere Deum);
- movimiento hacia Dios (credere in Deum).
Formalmente, el principal es el primero; finalmente, (como fin) lo
es el tercero.
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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
44. Nuestro pueblo privilegia ambos (credere Deo y credere in Deum)
sobre el segundo (credere Deum), en cambio la cultura eclesial
moderna da mayor importancia al segundo (se busca penetrar
discursivamente en la Verdad Revelada, y expresarla), el cual es
captado en escasa medida por el pueblo en razón misma del carácter de
su cultura propia.
[Esto tiene fundamental importancia para determinar el modo de
una adaptada catequesis de la fe].
45. En cuanto a los motivos humanos que coadyuvan al acto de fe, el
“ilustrado” privilegia los apologéticos y racionales, el popular tiene
más en cuenta el peso de la fe comunitaria transmitida sobre todo por
tradición familiar, tiene que ver más con lo “social” y con lo afectivo.
46. El objeto primario de la fe es Dios, objeto secundario la criatura y
en ella particularmente el hombre.
Respecto a los objetos secundarios el “ilustrado” se detiene más en
la Iglesia y en el orden cristiano, el hombre de pueblo considera sobre
todo al hombre mismo. Procura captar el misterio revelado por un
camino como sacramental y la creatura y el hombre de un modo
experimental partiendo de lo “fenoménico”.
47. La captación por vía intelectual (que es muy distinta de la captación
por vía afectiva, la cual se refiere más al tercer aspecto) y la
consiguiente formulación en proposiciones ha de abarcar por lo menos
todo lo que es “necesario para la salvación” (S.T. 2-2, q.2 a.6 ad1);
pero puede tener una gran amplitud:
- toda la Revelación, es decir la Sda. Escritura y la Tradición,
- el Credo, que es la síntesis de lo revelado,
- las verdades fundamentales que comprenden: la existencia de
Dios, la Trinidad de personas, la Encarnación, Muerte y
Resurrección de Jesús, y se suele agregar la Iglesia como
instrumento de salvación (cf. la suma de la fe católica, del III
Concilio Limense). Dentro de este campo, con mayor o menor
amplitud, se mueve el cristianismo popular.

Credere Deo: Adhesión a Dios


48. Analizamos el acto de fe considerándolo en sus tres aspectos:

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Primero en su objeto formal (credere Deo). Creer que Dios se ha
revelado a sí mismo, es decir “creerle a Dios”. Este es el aspecto más
importante del acto de fe.
La FE es respuesta de obediencia a Dios y su valor estriba, ante
todo, en la intensidad y tenacidad de la adhesión a Dios revelante
(objeto formal, es decir, razón por la que se cree, por ser Dios el que
revela).
49. De él se deriva:
- Solamente Dios puede causar la fe. Creer es un don, un regalo
de Él.
- La certeza y adhesión a lo que Dios revela da el grado y medida
de la fe (y no tanto la explicitación racional, catequética o
teológica).
- Dios se revela, propone la fe, por medio de su Hijo encarnado.
Que a su vez se la revela en primer lugar a Pedro y los
apóstoles, y por ellos a toda la Iglesia. Dios se revela a través
de medios visibles adaptándose al modo humano. Adquieren
por lo tanto gran importancia los medios que se usen para
transmitir la fe.
50. Este aspecto de la fe, sólo requiere un conocimiento de las verdades
reveladas más generales y universales, pues en ellas están implícitas
todas las otras.
Todos los artículos (de la fe) implícitamente están contenidos en
algunos primeros creíbles. A saber que se crea que Dios es y que tiene
providencia acerca de la salvación de los hombres, según Hb 11,6.
En el ser de Dios se incluye todo lo que creemos existir
eternamente en Dios, en lo que nuestra felicidad consiste. En la
providencia de Dios se incluye todo lo que se dispensa por Dios en el
tiempo para la salvación de los hombres, que es camino para la
felicidad (S.T. 2-2, q.1 a.7).
51. La intensidad de la adhesión como tal, no aumenta necesariamente
por el mayor conocimiento de la materia revelada, de allí que, de suyo
y primariamente (per se, primo), tenga simplemente mayor o más
valiosa fe el que adhiera mas firmemente a Dios, que el que de modo
explícito sabe más acerca de las verdades reveladas.

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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
Credere Deum: Penetración de lo revelado
52. Segundo, se puede considerar la fe en su objeto material (credere
Deum).
Siempre es Dios y las cosas que tienen orden a Él, a través de las
cuales el hombre es ayudado a tender a la fruición divina. Dios y las
cosas en cuanto reveladas por el mismo Dios.
Este segundo aspecto de la fe es más propio de los mayores y en él
se explica la fe de los menores (del pueblo).
53. La fe es principalmente de aquello que esperamos ver en la Patria, y
por eso de suyo pertenecen a la fe aquellas cosas que directamente nos
ordenan a la vida eterna (S.T. 2-2, q.l, a.6, ad 1).
54. El objeto de la fe de suyo (per se) es aquello por lo cual el hombre
es hecho feliz (beatus).
Per accidens o de modo secundario todo lo que en la S. Escritura se
contiene (cf. 47).
En cuanto a lo primero está obligado el hombre a creer
explícitamente, en cuanto a lo otro no está obligado a creer
explícitamente, sino sólo implícitamente, o en la preparación del ánimo
(S.T. 2-2, q.2, a.5).
55. Se ha de creer explícitamente lo que es “necesario para la
salvación” (cf. S.T. 2-2, q.2, a.6, ad 1) y en lo referente a los misterios
de Cristo “principalmente cuanto a aquellas que comúnmente en la
Iglesia se solemnizan y se proponen públicamente” (S.T. 2-2, q.2,
a.7) 2.

2
En el folleto La Nueva Evangelización (1986) el p. Tello dice: ¿En qué medida es necesaria
una explicación, es decir una explicitación? No en igual medida para todos. Los “mayores”
que deben enseñar a otros están obligados a tener un conocimiento más pleno. Los
“menores”, los simples (como es en general la gente de nuestro pueblo) no; tienen –y les
basta– una fe implícita (en cuanto al objeto creído) en la fe de los mayores (en cuanto ellos
en definitiva creen en la fe de Pedro y los apóstoles) y esa fe no adquiere acentos
teológicos, aun enriquecedores (no es Molinista ni anti, no es rahneriana ni neo-escolástica,
etc.) ni menos asume los errores de los “mayores”; por ejemplo si el Emperador o el Obispo
son arrianos, ella permanece siempre infalible y libre de todo error, como enseña Santo
Tomás.
La fe, pues, del pueblo simple es verdadera y hay que saber verla y aceptarla como
implícita en la fe de los mayores y captar esa pirámide eclesial según la cual la fe de los
“menores” se explica en los mayores. Porque así es esencialmente la Iglesia. Y, sin
embargo, es cierto que esta fe no explicada, no desarrollada, no es ningún ideal. Es
imperfecta, pero tiene valor salvífico, que es un bien máximo, y es don gratuito de Dios, que
debe ser recibido, reconocido y agradecido.
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56. El segundo aspecto es el que permite también organizar y
enriquecer naturalmente el conocimiento de las verdades reveladas
mediante un desarrollo racional más o menos metódico que ayuda a
comprender, sistematizar, exponer y defender mejor esas verdades, y
hacer más practicables o usuales los datos o enseñanzas aportadas por
la fe.
57. Ese desarrollo racional no pertenece de suyo a la fe, pero sí se le
añade. De ahí que se puede sostener que mediante ese desarrollo
racional (catequesis y teología por ejemplo), la fe crece aunque sea por
algo extrínseco a ella misma (per accidens).
Sobre el error añadido a la fe
58. Puede suceder que en ese desarrollo racional, el hombre añada a la
fe afirmaciones o negaciones erróneas sin culpa subjetiva (como en el
caso de las iglesias separadas, o en la fe de los judíos o musulmanes y
también con alguna frecuencia entre nosotros).
[Aquí conviene advertir que esto, aunque de diversos modos,
sucede tanto en las clases medias y altas tocadas por el modernismo,
como en el pueblo en la clase más baja, pues la superstición y el error
no existen solo en éste como a veces parece estimarse.]
59. La fe y el consiguiente ordenamiento a la vida eterna, son
destruidos no por cualquier pecado sino sólo precisamente por el
pecado formal contra la misma fe (Conc. de Trento, s.VI, Dz 808,
838).
60. Cuando el hombre sin culpa subjetiva, le añade cosas erróneas, la fe
como don de Dios que es, no deja de ser fuerza de santificación y de
salvación. Así se explican notables casos de santidad que se dan fuera
de la Iglesia Católica; que la fe pueda aparecer como falsa será por
algo extrínseco a ella.
61. Por tanto, si se añaden a la fe afirmaciones o negaciones erróneas
(aunque sean muy graves como el desconocimiento de la Trinidad o de
la divinidad de Jesús) sin tal pecado formal, la fe, don salvífico de la
gracia de Dios, (Conc.Vat.I, s.III, cap.3, Dz 1791) conserva su
virtualidad de ordenarnos a la vida eterna “y su acto es obra que
pertenece a la salvación”.
62. Teniendo en cuenta que este aspecto de la fe está menos
desarrollado en el cristianismo popular importa mucho considerar que
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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
la fe implica un movimiento del intelecto que asiente a lo que Dios
manifiesta (aunque no tenga evidencia de ello) y sólo a ello.
63. Pero lo revelado por Dios contiene muchos elementos particulares,
y aún algunos susceptibles de desarrollo histórico-cultural (tantos que
un individuo particular no los podría abarcar, sólo la Iglesia, pueblo de
Dios, podrá hacerlo) y en este sentido es cierto que el “ilustrado”
puede conocer distintamente muchas cosas que el “popular” captará
sólo confusa y globalmente.
64. Pero también se ha de tener en cuenta que la Revelación de Dios,
por ser articulada y ordenada, se contiene toda en ciertos principios (en
último término que Dios es y tiene providencia de la salvación –Hb
11,6-).
Por otra parte que ella ha sido dada en primer lugar a Pedro y a los
apóstoles, de donde deriva la Iglesia y cada uno de los fieles: por estos
dos caminos la fe popular, aún siendo de unas pocas verdades
fundamentales, es integral.

Credere in Deum: Movimiento hacia Dios

65. El tercer aspecto de la fe considera la acción de la voluntad que


moviendo al entendimiento para que acepte, asienta, a la revelación,
que de por sí es oscura y excede la luz natural de la inteligencia, tienda
hacia Dios (credere in Deum).
66. Es entregarse, tender a Dios. De este aspecto se puede considerar:
Es atribuido a la unción del Espíritu Santo. Se abre a la esperanza de
alcanzar la Bienaventuranza por el auxilio del mismo Dios y también
abre al Amor por sobre todas las cosas a ese Dios que es la felicidad
del hombre.
67. Es decir, que este aspecto de la fe, ayuda a causar la confianza en el
auxilio divino y la devoción, que son fines por los cuales la voluntad
tiende hacia Dios.
El acto de fe propiamente dicho según su aspecto formal (credere
Deo) y según su aspecto material (credere Deum) y su explicitación
racional, se ordenan en último término a acrecentar la confianza y la
devoción (credere in Deum).
68. Este tercer aspecto es el que da la verdadera medida de la fe. Y
debe ser el criterio principal para evaluar la fe del cristianismo popular.
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69. En este sentido, considerada desde su esencia misma, la fe es mayor
en el que más adhiere a Dios, y esto depende primera y principalmente
del don de Dios (credere Deo).
70. Considerada desde la explicitación de las verdades reveladas
(credere Deum) o desde la capacidad racional de comprenderlas o
exponerlas, indudablemente es mayor la fe de los cultos, de los que
saben y esto es una riqueza del Pueblo de Dios.
71. Así vale destacar que la explicitación de la fe y el desarrollo
racional es un camino muy rico y válido para el hombre que hay que
tratar de acrecentar siempre. Pero no es único.
También la fe de los “ignorantes” es verdadera y, aunque está
manchada con errores, en cuanto es un don de Dios no deja de ser
fuerza de santificación y salvación (y por lo tanto que hay que respetar
no imponiendo un modo “racional”).
72. Esta cuestión está reflejada en el mismo juicio Magisterial de la
Iglesia que, por una parte afirma que la fe debe desarrollarse mediante
una adecuada catequesis, y por otra reconoce que la fe de nuestros
pueblos latinoamericanos es tan fuerte que ha permanecido durante
siglos a pesar de las condiciones pastorales adversas en las que se ha
hallado el pueblo y del ataque insidioso a las verdades de la fe.
Fe e inteligencia espiritual
73. Dios llama a la participación de su divinidad, y, por tanto, también
a la participación de la luz de su inteligencia, por lo cual las Escrituras,
y en especial las que figuran bajo el nombre de San Pablo, hablan de la
sabiduría e inteligencia patrimonio de los creyentes:
“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la Gloria, os
dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, que
los ojos de nuestro corazón sean iluminados” (Ef. 1,17; cf. Col. 1,9).
74. Además, desde muy antiguo, probablemente desde los tiempos
apostólicos, el Bautismo fue considerado “iluminación” por el nuevo
conocimiento de que revestía y que profesaba.
75. Pero nuestro pueblo que se dice cristiano y bautizado, no se
caracteriza de ningún modo por su inteligencia espiritual y ni siquiera
por la sed de un conocimiento catequético.
Más bien al contrario, no parece muy cristiano y se puede pensar
que tiene una fe natural, adquirida, producto de causas históricas
16
El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
naturales, con algunos elementos de la Revelación mal asumidos, por
lo que esa fe sería sólo un “umbral” (CT 19) de la verdadera fe, que
exige “una adhesión global a Jesucristo” para lo cual se requiere la
debida preparación catequética (ib.).
76. A esa objeción, de suyo seria, hay que responder por partes.
Primero que se trata de un conocimiento dado por el Espíritu, como
expresamente se dice en los textos citados, y no de un conocimiento
adquirido por el esfuerzo humano, como es el catequético.
77. Segundo que tratándose del conocimiento espiritual, es decir, dado
por el Espíritu, es cierto lo que se afirma al principio de la objeción:
Dios llama a todos los hombres a la plenitud de la sabiduría y de la luz
de la inteligencia divina, que comenzó ya a darnos mediante su
Revelación, pero esa participación es de un doble modo: plena por la
visión cara a cara de la Patria, incoada aquí por la fe.
78. Sin embargo, la fe, por su mismo ser, es luminosa e in-evidente esto
es oscura, y de allí que se pueda dar con características contrapuestas:
como fe luminosa (especialmente por los dones del Espíritu Santo) o
como fe oscura, que “hace andar a oscuras” (como bien dice San Juan
de la Cruz).
En nuestro pueblo tiene esta última característica (sin la forma
experimental mística).
79. Lo expresa bien un autor anónimo del s. IV en la segunda lectura
del Oficio de Lectura del viernes de la cuarta semana del tiempo
ordinario: A veces el alma “es instruida por la gracia con inefable
inteligencia y sabiduría, con inescrutable conocimiento del Espíritu,
acerca de aquellas realidades que la lengua y la boca son incapaces
de proferir. Otras vive y actúa como los demás hombres, sin
experimentar nada en especial. Así de varias maneras la gracia habita
en ellos, y de muchos modos conduce al alma”.
80. Esa fe, que deja al cristiano vivir y actuar como los demás hombres,
es sin embargo sobrenatural, participación del conocimiento divino y
porque deja vivir como los demás, confirma, perfecciona y eleva la
experiencia de un Dios que se da a conocer por sus beneficios
mandando “estaciones fértiles, lluvias y cosechas, dándoles comida y
alegría en abundancia” (Hch 14,17).

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81. Esa fe sobrenatural que siendo participación de la Verdad divina es
sin embargo “oscura”, orienta, da una dirección, a toda la vida.
Por esa fe el hombre se encamina en último término (como último
fin) hacia Dios, plenitud de la luz de la inteligencia, pues la fe incluye
en su esencia un movimiento hacia Dios (si el hombre usando de su
libertad se aparta del camino, ello es en contra de las exigencias de la
fe).
82. A esa fe “oscura”, que es principalmente creerle a Dios, adherir a
Él, y tender hacia Él aunque no se tengan “luces” notables para
conocerlo, parece aludir el apóstol Santiago cuando da por sentado que
los pobres son ricos en la fe (cf. Sant 2,5), pues ellos no suelen
distinguirse por la altura o variedad del conocimiento, aunque sí tengan
firme adhesión y tendencia a Él, y el mismo autor reconoce que la de
ellos es una fe sobrenatural, don de Dios.
83. Que esa fe sobrenatural es muy ordinariamente oscura, resulta
también de su carácter propio de ser implícita, esto es que en ciertos
aspectos se incluyan otros, aunque éstos últimos no sean advertidos ni
aún conocidos.
84. Es implícita ante todo porque en las verdades reveladas más
universales se contienen otras más particulares:
“todos los artículos [de la fe] están contenidos implícitamente en
algunos de los primeros, a saber que Dios existe y tiene providencia
acerca de la salvación de los hombres, según aquello de Hb 11,6... En
la existencia divina está incluido todo lo que creemos existir
eternamente en Dios... en la fe de la providencia se incluyen todas las
cosas dispensadas en el tiempo por Dios para la salvación de los
hombres” (S.T. 2-2, q.1, a.7).
85. Lo es también porque toda la fe católica se reduce a la fe de Pedro.
86. Se tiene también el poder de dirigir toda la vida hacia Dios, y por
tanto todos los actos rectos, aún con fuerza “virtual”, es decir, aunque
no se piense expresamente en ello en cada acción, por lo cual de algún
modo se podría decir que la fe envuelve implícitamente la vida entera,
aún en sus aspectos temporales no sacros.
87. La objeción presentada (75) se basa en el hecho de que se presume
que la fe, si es verdadera, va a ser iluminada por una creciente
sabiduría e inteligencia espiritual (lo que toma la posición catequística

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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
poniendo en lugar de esos dones la formación catequética) y dado que
nuestro pueblo no las tiene, se concluye que su fe no es verdadera fe
sobrenatural.
Contestábamos a eso que la sabiduría y la inteligencia sí se darían
en la Patria, y que aquí la fe podía ser luminosa pero también podía ser
oscura.
Ahora debemos decir que la fe, en principio, es por su naturaleza
misma oscura.
88. Y esto se ve en el modo de hacerse la Revelación, siempre envuelta
en la “nube” de una gran oscuridad, aunque ésta, por contener una
verdadera revelación, pueda ser dicha de algún modo luminosa. Y esto
no sólo en el Antiguo Testamento sino también en el Nuevo.
89. La gran revelación es conocer al Padre (“muéstranos al Padre y nos
basta” dice Felipe, Jn 14,8) que es incorporal e invisible.
Después de una prolongadísima preparación que lo va manifestando
entre sombras, Jesús lo revela totalmente:
“El que me ha visto [a mí, hombre corporal y visible] ha visto al
Padre. ¿Cómo dices muéstranos al Padre?” (Jn 14,9). “El que cree en
mí, en realidad no cree en mí sino en aquél que me envió, y el que me
ve, ve al que me envió” (Jn 12, 44-45).
90. La fe, en el culmen de la revelación, es pues “oscura”, se da en el
hombre Jesús “en quien habita corporalmente toda la divinidad” (Col
2,9) por eso Santo Tomás, después de ver y palpar su cuerpo, confiesa:
“Dios mío” (Jn 20,28).
Fe y Palabra de Dios
91. Otra objeción a la posesión de fe verdadera se suele plantear hoy
alrededor del tema Palabra de Dios.
Se podría exponer así: la fe sobrenatural tiene por objeto la
Revelación que Dios hace a los hombres, pero Dios efectúa su
Revelación -que culmina en Jesucristo- por medio de la Palabra, por
tanto la fe necesariamente se funda y crece por el conocimiento de la
Palabra de Dios.
92. La respuesta requiere varias distinciones. Palabra de Dios se usa
con muchos significados y se aplica a cosas muy diversas, aquí ahora
con respecto a esta objeción notamos cuatro sentidos diversos:

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93. -Palabra de Dios es el Verbo de Dios (el antiguo término verbo,
modernamente es común reemplazarlo por Palabra), el cual se hizo
hombre y en ese sentido la afirmación que se supone como objeción es
verdadera; pero es necesario tener presente que el que es Palabra es
asimismo Imagen del Padre.
94. La fe se funda y crece por el conocimiento de la Palabra o de la
Imagen, siempre puede ser implícita y, además, goza de una causalidad
recíproca: la Palabra o la Imagen suscitan la fe bajo la acción del
Espíritu Santo y la fe a su vez sirve para penetrar más en el sentido de
la Palabra o la Imagen, lo que acrecienta la fe.
95. -Palabra de Dios es toda la Revelación que se realiza por la
Palabra inspirada por Dios y consignada en la Escritura Santa y la
Tradición (DV 7ss.), por “obras y palabras intrínsecamente ligadas”
(ib. 2).
En este sentido también es verdad que la fe se funda y se desarrolla
por el conocimiento de la Palabra: de toda la Palabra con respecto a la
fe de la Iglesia. Pero junto con ello hay que decir que basta algún
conocimiento (en el que está implícito lo demás) para la fe de algún
individuo o un grupo de individuos en particular.
96. -Palabra de Dios en un sentido vulgarmente muy extendido, es
toda la Sagrada Escritura, y en él hay que afirmar la misma
distinción que se hizo anteriormente.
97. -Palabra de Dios es toda la predicada (comúnmente en asamblea)
en el nombre de Dios, y de toda ella no es verdad lo afirmado en (91).
98. Más apropiadamente, teniendo en cuenta los tres primeros sentidos,
se podría decir que la revelación de Dios es objeto de la fe, y la Palabra
sólo en cuanto es instrumento de la Revelación. Y es necesario tener
siempre presente la distinción hecha respecto a la necesidad para la
Iglesia y la necesidad para algún individuo en particular.
99. Pero, además, Palabra de Dios lleva una carga de significación
moderna que la hace más discutible.
El protestantismo (en su acepción más general de protesta contra
enseñanzas de autoridades eclesiásticas post-apostólicas, que incluye
movimientos no luteranos) en lucha contra instituciones y autoridades
de la Iglesia, afirmó exclusivamente la Palabra de Dios como la
contenida en lo que ellos juzgaban Libros inspirados.

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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
100. La Iglesia asumió, de modo bastante generalizado, la costumbre de
usar también la expresión Palabra de Dios, pero no logró rescatar y
darle de modo común el sentido expresado en (93 y 95).
Al contrario, se acentuó en el sentir del vulgo el sentido de Palabra
de Dios como la palabra escrita contenida en las Sda. Escritura, y ese
sentido es el que hoy comúnmente prevalece (96).
101. Por otra parte nuestro pueblo, según su cultura propia, capta más
viva y fácilmente las personas y hechos concretos que las palabras e
ideas (que son abstractas).
Por eso capta mejor, como ser y como norma, a Dios, Cristo, la
Virgen y los Santos, que a la Palabra de Dios como expresión de ideas
que le resultan abstractas.
102. Por eso mismo le resulta más fácil recurrir a aquellos como
personas vivientes que afirmarse en la Palabra que sea sólo expresión o
enseñanza de ideas pías.
[Esto es importante en la catequesis y en la práctica pastoral de
nuestra Iglesia].
La fe y la Virgen
103. Una nueva dificultad teológica respecto de la verdad de la fe del
pueblo se suele ver en el lugar que ella le da a la Virgen María.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que mirando la confesión de
la fe hacia el exterior -frente a los evangelistas en general y las sectas
en particular- como un signo de ortodoxia, se suele atribuir al hecho de
confesar a la Virgen María, la cualidad positiva de afirmar claramente
la verdad e integridad católica.
A lo cual se le añade a veces (a dicha confesión) un matiz
combativo o al menos defensivo; pero mirando la vivencia de la fe en
la vida cristiana, se tiene a veces por excesivo el lugar otorgado a la
Virgen.
104. Esto nace de que la fe de nuestro pueblo ve a la Virgen no sólo al
lado de Dios sino además del lado de Dios, por lo que es considerada,
con Dios, junto con Él, como término de la vida del hombre.
105. Y esto se juzga falso y excesivo (por eso se llegó a hablar de
“marianitis”) diciendo que:
La Virgen es sólo un instrumento -privilegiado, sí- de la salvación
dada por Dios y realizada por Cristo. No hay que minusvalorar la
21
acción mediadora de la Virgen -hay que exaltarla porque es una gran
riqueza que Dios nos ha dado-, pero tampoco hay que sobrevalorarla
asignándole un rango que parece tocar a la misma divinidad.
106. Por la fe sabemos que Dios, uno en su naturaleza y trino en
personas, es el fin propio de la vida del hombre.
Por tanto, lo son también no sólo el Padre -principio sin principio-
sino, además, el Hijo y el Espíritu Santo.
Pero éstas, que en cuanto personas de la Trinidad son fin, son
también enviadas para conducir los hombres a Dios, y en cuanto
enviadas son asimismo medio.
107. Ambas no vienen a los hombres sino por una ligazón libremente
asumida, pero irrevocable e indestructible y en adelante eterna, con la
Virgen María, Madre del Verbo y templo de la presencia del Espíritu.
El Dios-con-nosotros lo es por medio de la Virgen; Ella es así el
instrumento y medio por excelencia de la unión con Dios.
108. Y aunque la relación es con las dos personas divinas enviadas,
concretándonos ahora por razones de brevedad sólo a la relación con el
Hijo, tenemos que decir que la Virgen María queda constituida -ya
para la eternidad- con una relación de maternidad, relación no sólo con
la naturaleza humana de Cristo sino también con la persona divina del
Hijo, como lo reconoce la tradición, los Padres y toda la Iglesia, al
proclamarla Madre de Dios.
109. Por esta relación que es real y no sólo de razón -es realmente Madre
de Dios, y no solamente llamada tal- la Virgen está real e
indisolublemente unida a una persona divina que es fin y término de
todo el proceso de la vida humana. Y, además, está unida a ella por la
gracia, que es participación de la naturaleza divina, de tal modo que
más que unida es “uno” con ella, como lo dice el mismo Señor en el
Evangelio de San Juan.
110. Por eso, porque es en realidad Madre de una persona divina y un
“uno” con ella -en cuanto tal- la Virgen participa del carácter de fin de
la vida humana. Y no debe el hombre separar lo que Dios ha unido.
Y así se cumple lo que enseña el Concilio Vaticano II y retoma Juan
Pablo II en Redemptoris Mater, que sólo en el misterio de Cristo se
esclarece el misterio de María (cf. RMa 4).

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El cristianismo popular según las virtudes teologales: La FE
111. Sobre la relación de la Virgen con el Espíritu Santo en la fe y la
devoción de nuestro pueblo, convendría tener muy en cuenta la
llamada a dar relieve a la persona y obra del Espíritu –“uno de los
contenidos esenciales de la fe”- hecha por Pablo VI en la Exhortación
Apostólica Marialis cultus, del 2-II-74 (nºs. 26, 27).

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Índice

Virtudes teologales y vida cristiana .......................................................................2


Las virtudes teologales y el pecado ........................................................................3
La FE ........................................................................................................................8
Fe y cultura ........................................................................................................................ 8
Presupuestos teológicos ..................................................................................................... 9
El acto de fe ..................................................................................................................... 10
Credere Deo: Adhesión a Dios 11
Credere Deum: Penetración de lo revelado 13
Credere in Deum: Movimiento hacia Dios 15
Fe e inteligencia espiritual ............................................................................................... 16
Fe y Palabra de Dios........................................................................................................ 19
La fe y la Virgen .............................................................................................................. 21

Índice............................................................................................. 24

Para uso privado.


cofradiadelujan@yahoo.com.ar

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