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Día Internacional de la Mujer

Jesús y el Evangelio dignifican totalmente a la mujer; la Iglesia evangélica


a medias

Opina la teóloga argentina Nancy Elizabeth Bedford, profesora de Teología Aplicada


en la cátedra Georgia Harkness del seminario metodista Garrett-Evangelical
(Chicago, EEUU).
8 de marzo de 2011, BUENOS AIRES
Este año se celebrará por primera vez el Día Internacional de la Mujer en el entorno
evangélico español, con un acto organizado por la Consejería de la Mujer del
Consejo Evangélico de Madrid. También este año es el primero de la existencia de
ONU Mujer, un organismo creado en 2010 y puesto en marcha al comenzar el
2011.
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La creación de ONU Mujeres formó parte de la reforma de la ONU, al reunir los


recursos y mandatos para obtener un mayor impacto. Fusiona y seguirá el trabajo
de cuatro componentes del sistema de la ONU, con el fin de centrarse
exclusivamente en la igualdad y el empoderamiento de las mujeres: División para
el Adelanto de la Mujer (DAW), Instituto Internacional de Investigaciones y
Capacitación para la Promoción de la Mujer (INSTRAW), Oficina del Asesor Especial
en cuestiones de género (OSAGI) y Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas
para la Mujer (UNIFEM).

Se espera que ONU Mujeres sea un defensor dinámico y fuerte de las mujeres y de
las niñas, otorgándoles una voz poderosa en los ámbitos mundial, regional y local.
En base a la visión de igualdad de la Carta de las Naciones Unidas, ONU Mujeres se
consagrará, entre otras cosas, a trabajar en pro de: La eliminación de la
discriminación en contra de las mujeres y las niñas; el empoderamiento de la
mujer; el logro de la igualdad entre las mujeres y los hombres, en tanto que socios
y beneficiarios del desarrollo, los derechos humanos, las acciones humanitarias y la
paz y la seguridad.

IGLESIA EVANGÉLICA Y LA MUJER


Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer, nos preguntamos:
¿Cuál es la situación en el contexto evangélico latinoamericano en cuanto a la
igualdad de género y el papel responsabilidad real que se concede a las mujeres?
Planteamos el interrogante a la teóloga argentina Nancy Elizabeth Bedford,
profesora de Teología Aplicada en la cátedra Georgia Harkness del seminario
metodista Garrett-Evangelical, en Chicago, Estados Unidos, y Profesora
Extraordinaria No Residente del Instituto Universitario ISEDET de Buenos Aires. Se
congrega en una iglesia menonita.
“Se trata de una pregunta complicada que no tiene una respuesta sencilla. Lo
primero que hay que recordar es que el evangelio de Jesús desde el principio fue
una buena noticia para muchas mujeres. Algunos de los primeros testimonios
históricos que tenemos acerca del movimiento de Jesús en las primeras décadas del
cristianismo, por ejemplo, hablan de la participación de mujeres esclavas como
líderes en las iglesias. Esto era algo que llamaba la atención desde los círculos
paganos. La convicción de que ‘en Cristo ya no hay ni varón ni mujer’ (Gálatas
3:28) tuvo un gran impacto entre los seguidores de Jesús y lo sigue teniendo:
donde llega el evangelio también llega la buena noticia de que las mujeres somos
ciudadanas de primera del reino de Dios”, respondió Bedford.

Sin embargo, la situación de desigualdad no está resuelta. “Esta buena noticia para
las mujeres –acotó la teóloga- ha coexistido desde el principio con la convicción de
que las mujeres deben someterse a los varones ‘por ahora’, y que la igualdad es
una promesa escatológica que se cumplirá recién más adelante, cuando el reino sea
consumado: por ahora conviene que las mujeres “aprendan en silencio” y no
molesten demasiado. Ambas tendencias, el movimiento hacia la igualdad entre
varones y mujeres, y el movimiento hacia la subordinación temporal de las mujeres
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a los varones, coexisten en las Escrituras, por ejemplo en los escritos paulinos. Nos
compete como seguidoras y seguidores de Jesús tratar de discernir cuál es la
manera más fiel de proseguir en los pasos de nuestro Maestro con la ayuda del
Espíritu Santo: ¿Que las mujeres nos callemos y nos sometamos? ¿O que nos
expresemos desde la igualdad? ¿Que nos salvemos pariendo hijos y dedicándonos
al ámbito doméstico? ¿O que nos involucremos de acuerdo a nuestras capacidades
y dones en todos los ámbitos sociales?”.

AMÉRICA LATINA
Centrando la reflexión en América Latina, Bedford expresó que “lo que vemos es un
panorama mixto”. A continuación analizó la cuestión desde una perspectiva
sociológica. “No resulta difícil descubrir lo que los sociólogos de la religión
denominan ‘la paradoja de género pentecostal’, que aparece no solamente entre los
pentecostales, sino en todo el ámbito evangélico: en las parejas heterosexuales
donde existe una conversión de ambos a la fe evangélica, los varones suelen
superar el alcoholismo y el tabaquismo, dejar de tener relaciones con múltiples
parejas y se integran más al ámbito doméstico. Esto suele tener consecuencias
positivas para las mujeres de la familia”.
Sin embargo –señaló- el fenómeno tiene sus límites. “Suele existir también una
barrera, muchas veces implícita, que la mujer no debe franquear, y que tiene que
ver con el poder de un paternalismo aparentemente benigno. Si las mujeres
cuestionan demasiado los contornos de ese paternalismo, el esquema de poder
muestra su rostro menos benigno: las mujeres en cuestión son acusadas de
sobrepasarse, de desubicarse, de no ser femeninas, y de tener que aprender a
bajar la cabeza. Si están casadas, sus esposos caen bajo la sospecha de “falderos”
o de sometidos. En otras palabras, las mujeres pueden ejercer sus dones
espirituales en la medida que no cuestionen el pacto patriarcal, sacralizado por
algunos versículos bíblicos y por un bagaje cultural sexista que naturaliza la
desigualdad. No es inusual que el liderazgo pastoral de una congregación mire al
costado si hay violencia doméstica bajo la convicción de que las mujeres deben
aprender a ser humildes y a ubicarse”.

Nancy Bedford acotó a continuación: “Lo que surge, entonces, es que el evangelio
suele llevar a que las mujeres se instruyan, aprendan a interpretar textos, oren,
canten o hasta prediquen en público y en general asuman papeles en las iglesias
evangélicas que las preparan para destacarse en muchos ámbitos de la sociedad,
dentro y fuera de la iglesia. Al mismo tiempo, reciben el mensaje de que deben
someterse a las autoridades masculinas familiares y eclesiales y que no deben
sobrepasarse ni cuestionar demasiado las estructuras de poder paternalistas y/o
patriarcales, so pena de ser desacreditadas dentro de una comunidad con la que se
identifican profundamente. Cuál pueda ser ese límite a no franquear depende del
momento histórico y de la congregación”.

A modo de conclusión, la teóloga expresó que “Lo difícil para las mujeres
evangélicas es que el ejercicio pleno de su vocación y de sus dones dependa del
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beneplácito de una estructural paternalista, cuando pareciera que la interpretación


más integral y cabal del evangelio apunta a otra cosa: a que en Cristo se disuelven
todas las jerarquías, tengan que ver con la raza, la clase social, el sexo o el
género”.

INTERROGANTES
Nancy Bedford es autora de varios libros, entre ellos La porfía de la resurrección
(Editorial Kairós), en el cual se refiere en forma autocrítica a su propio silencio
frente al sentido común fariseo: “¿Alguna vez habré escuchado en la iglesia que se
orara para que cesara el pecado que lleva a que por lo menos una de cada tres
mujeres en todo el mundo sea violentada sexualmente o golpeada brutalmente en
algún momento de su vida? ¿Yo alguna vez saqué el tema desde el púlpito, alguna
de las veces que me lo pasaron? Creo que no” (pág. 33).
La porfía de la resurrección es una invitación a descubrir la fe en el triunfo del amor
por sobre el odio, de la vida por sobre la muerte, de la creación amorosa de Dios
por sobre la nada: esa fe nos va fortaleciendo la rebeldía ante las múltiples
opresiones de las que sufrimos, pero también nos empuja a la conversión ante
nuestras complicidades con la opresión, nos da hambre y sed de la justicia de Dios,
nos vuelve porfiadas y porfiados ante el mal y alegres en nuestro caminar en el
Espíritu.

En este Día Internacional de la Mujer queda planteado un interrogante: ¿Qué


actitud tenemos los evangélicos respecto a las mujeres que sufren violencia
doméstica, a las que son mutiladas en cumplimiento de atavismo ancestrales, a las
refugiadas, a las marginadas en su propia comunidad, a las víctimas de la trata de
personas, a las que son explotadas…? ¿Hacia dónde estamos mirando? A decir
verdad, solemos recordar a las viudas, pero nos cuesta mucho mirar a otras
mujeres en situación vulnerable, dramática, injusta, que son millones en todo el
mundo.

Autores: Verónica Rossato© Protestante Digital 2011

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