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EJERCICIOS ESPIRITUALES

EN LA VIDA CORRIENTE.

Autor: S. Ignacio de Loyola

Expositor: Hernando Silva, S. J.

Bogotá.
Introducción.

¿Qué son ejercicios espirituales?

S. Ignacio de Loyola, en su primera anotación, compara los ejercicios espirituales con los
ejercicios corporales. Dice que, por ejercicios corporales, entendemos todo modo de
ejercitar el cuerpo, como es, caminar, trotar, correr. De manera semejante, por ejercicios
espirituales entendemos toda manera de ejercitar el espíritu, por ejemplo, el examen de
conciencia, la meditación, la contemplación, la oración vocal, la oración mental, etc.

Ejercicios Espirituales de S. Ignacio de Loyola.

Son los Ejercicios Espirituales que este santo compuso, para distintas clases de personas y
que duran, aproximadamente, un mes, con una intensidad de 4 o 5 meditaciones al día. Los
ejercicios espirituales de tres días, o de ocho días, son acomodaciones que hicieron, después
de la vida del santo.

Ejercicios espirituales en la vida corriente.

Son una acomodación, que el mismo S. Ignacio hizo, en su anotación 19, para que
personas muy ocupadas pudieran hacer sus Ejercicios Espirituales. Aquí seguimos ese
método, propuesto por el mismo S. Ignacio. Comprenderán una meditación diaria, de una
hora, por unos cinco meses.

A quiénes están dirigidos.

Estos Ejercicios espirituales en la vida corriente están dirigidos:


1. A personas cultas, que tengan acceso al Internet.
2. A seglares de vida ya bien organizada, y con profesión bien definida.
3. Que puedan reservar una hora, al día, para la oración.
4. Que deseen progresar en el espíritu.
5. No están dirigidos a personas con vida no organizada, con grandes dudas, grandes
inquietudes, o grandes conflictos, porque esas personas necesitan un director
presencial con el que puedan conversar todos los días. Por Internet no se puede
atenderlas como es debido.
6. Tampoco están dirigidos a sacerdotes ni religiosos, porque estas personas necesitan
puntos con largas exposiciones; mientras que, aquí, los puntos se exponen de
manera muy breve.

Condiciones:

1. Hacer una hora diaria de meditación.


2. Empezar un lunes, porque estos Ejercicios Espirituales estarán divididos en meses,
y los meses se dividen en semanas que empiezan los lunes.
3. Contar con un maestro del espíritu (o maestra del espíritu) al que se pueda acudir si
se presentan movimientos espirituales que sean preocupantes, tales como
escrúpulos, angustias, terror, etc. Ese maestro del espíritu también podrá hacer
variaciones en los Ejercicios que se presentan, o en sus adiciones.
4. Si no se sienten movimientos especiales del espíritu (como una paz muy grande, o
una alegría especial, o una presencia de Dios continua) también hay que consultar el
caso con un maestro del espíritu. (Anotación 6ª).
5. Hay que entrar a los ejercicios con mucho entusiasmo y con gran generosidad con
Dios Nuestro Señor, estando muy resueltos a hacer lo que el Señor nos indique.
(Anotación 5ª).
6. No hay que ponerse a curiosear sobre las meditaciones siguientes. Tiene que
concentrarse en la meditación del día. La curiosidad puede estropear totalmente el
fruto de los ejercicios. (Anotación 11).
7. Esta introducción, y las notas previas, que anteceden a algunas semanas, se deben
leer con cuidado, pues contienen observaciones importantes. Para este efecto,
conviene reservar algún tiempo, el domingo anterior a cada semana.

Finalidad.

No se pretende, con estos Ejercicios, formar maestros del espíritu, sino sacar provecho
espiritual de la experiencia ignaciana.

No se pretende hacer una elección definitiva sobre el estado de vida, pues estos ejercicios
están dirigidos a personas ya establecidas en un estado de vida, y con profesión bien
definida.

No se pretende hacer gran reforma de la vida, pues estos Ejercicios están dirigidos a
personas que ya tienen la vida bien ordenada.

Lo que sí se pretende es hacer algunos propósitos que den mayor categoría a nuestro tenor
de vida

También se pretende lograr una familiaridad con Dios. Un trato fácil y frecuente con Dios
nuestro Señor, junto con un verdadero fervor en el servicio de Dios y del prójimo.

Presupuesto.

San Ignacio comienza sus ejercicios con el siguiente presupuesto: “... Se ha de presuponer
que todo buen christiano ha de ser más prompto a salvar la proposición del próximo, que a
condenarla; y si no la puede salvar, inquira cómo la entiende, y si mal la entiende,
corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien
entendiéndola, se salve.”

Ese presupuesto era importantísimo en los tiempos de la Inquisición, cuando existía el


peligro de ser acusado ante ese santo tribunal como, de hecho, San Ignacio lo fue unas
cuantas veces. Sin embargo, hoy también es importante este presupuesto, pues cualquier
proposición puede admitir numerosas interpretaciones, y yo espero que se me interprete en
el buen sentido.
La meditación.

En cada uno de los ejercicios se indicará la manera de hacerlo. La persona que no tiene
práctica en meditar, puede hacer los ejercicios por escrito, es decir, consignar, por escrito,
sus reflexiones sobre los temas que se irán proponiendo. Después de un tiempo, ya podrá
hacer meditación sin necesidad de acudir al escrito. De todas maneras, este es un tema que
conviene conversar con el maestro del espíritu, que debe acompañar al que hace los
ejercicios.
PRIMER MES

Este primer corresponderá a la primera semana ignaciana y comprende ejercicios


encaminados a la purificación del alma.

Por purificación del alma se entiende el librarla, tanto de los pecados e imperfecciones,
como de las inclinaciones al mal.

Si el maestro del espíritu, que debe acompañar al ejercitante, juzga que su alma ya está
suficientemente purificada, puede suprimir algunas de las meditaciones.
PRIMERA SEMANA
del primer mes

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO.

S. Ignacio da el nombre de “Principio y Fundamento” a un conjunto de verdades que,


realmente, resultan fundamentales para la vida cristiana. Su meditación se hace a manera
de reflexión.

Día 1°: Meditación sobre el fin próximo del hombre.

Texto: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor.”
(Ejercicios de S. Ignacio).

Primera consideración: el servicio de Dios. De acuerdo al texto ignaciano, nosotros


fuimos creados para servir a Dios. Pero a Dios no lo podemos servir directamente, porque
él no necesita cosa alguna. A Dios lo servimos en nuestros prójimos. Sirviendo a nuestros
prójimos, servimos a Dios.

Nuestro Señor Jesucristo, en su parábola del juicio final, da el cielo a los justos porque tuvo
hambre y le dieron de comer, tuvo sed y le dieron de beber. Entonces los justos le
preguntarán cuándo le dieron de comer o de beber; y el rey les responderá: cuando lo
hicisteis con uno de estos pequeños hermanos míos, lo hicisteis conmigo (Cf. Mt. 25, 31ss).
No cabe duda, pues, de que, cuando servimos al prójimo, servimos a Dios.

Pero, ¿cómo podemos servir al prójimo? Todas las profesiones honestas son servicio al
prójimo. Al prójimo sirve el agricultor y el ganadero, porque proveen los alimentos; pero
también lo sirve el policía, el soldado, el comerciante, el médico, el abogado, etc. Repito:
todas las profesiones honestas son servicio al prójimo. También el sacerdote y el religioso
sirven al prójimo de muchas maneras. En la vida matrimonial se sirve a Dios por la ayuda
mutua que se dan los esposos y por el cuidado de los niños.

Segunda consideración: la gloria de Dios. El texto ignaciano, que venimos considerando,


supone que el hombre es creado, también, para la gloria de Dios. Esto se cumple cuando
alabamos a Dios; pero, también, por la perfección de nuestras obras. Nuestras obras deben
quedar tan perfectas que ellas, por su propia cuenta, constituyan una alabanza de Dios; una
gloria de Dios.

Coloquio. Terminar con un coloquio, es decir, con una conversación con Dios Nuestro
Señor, dándole gracias por habernos señalado fines tan altos a nuestra vida. Por último,
rezar un Padre Nuestro de manera pausada.

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Día 2°: Meditación sobre el fin último del hombre: La salvación eterna.

Texto: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y
mediante esto salvar el alma”. (Principio y Fundamento).

Primera consideración: En qué consiste la salvación? La salvación comienza aquí, en esta


vida, pues en esta vida conseguimos la fe, el perdón de los pecados y la gracia de Dios, es
decir, conseguimos el ser hijos adoptivos de Dios, familia de Dios y herederos del reino de
los cielos y, además, una participación de la naturaleza divina. Al morir, adquirimos la
manifestación de lo que somos: entramos en el cielo y participaremos de la felicidad de
Dios. En esto consiste la salvación.

A nosotros nos pasa lo mismo que a Jesús. En su vida mortal parecía un hombre
cualquiera: vestía como un hombre, hablaba como un hombre, y como un hombre se
alimentaba, dormía, descansaba y trabajaba. Pero, cuando resucitó, se manifestó lo que era:
el Hijo de Dios. Nosotros, también, parecemos simples hombres en esta vida pero, cuando
muramos, se manifestará lo que somos: los hijos de Dios.

Segunda consideración: la felicidad eterna. Ahora tengo que explicar, en lo posible, en


qué consiste esa felicidad eterna. Pues, fundamentalmente, en la posesión de Dios. Como
aquí, en esta vida, al esposo lo hace feliz la posesión de su esposa; y a la esposa la hace
feliz la posesión del esposo; de manera semejante, en el cielo poseeremos al mismo Dios, y
en eso consistirá nuestra felicidad eterna, pues Dios es el Bien Infinito.

Lo que hace a Dios infinitamente feliz, es la posesión de sí mismo, el Bien Infinito. Pues
una participación de la felicidad de Dios será lo que constituya la felicidad nuestra. Es algo
que no se puede ni imaginar ni decir (Cf. 1 Cor. 2,9). Esa felicidad es tan grande, que los
teólogos piensan que necesitamos un refuerzo especial (el lumen gloriae), para no ser
destruidos por tanta felicidad.

Tercera consideración. El plan de Dios. ¿Tenía Dios algún propósito, algún plan, cuando
creó el universo? Naturalmente que sí. Hace unos 15.000 millones de años, cuando Dios
creó la esfera primordial de energía pura, que al estallar formó el actual universo, ya desde
entonces Dios tenía un plan: poblar con hombres, al menos, el pequeño planeta tierra y
destinarlos a todos al reino de los cielos (Cf. 1 Tim. 2,4). Ese fue el plan grandioso de Dios
con la humanidad y con cada uno de nosotros. Pero ese plan, esa salvación eterna, es
obligatoria, so pena de frustrar el plan de Dios y nuestra misma existencia. Esa salvación
eterna es la que da sentido a nuestra existencia. Nuestro ser se dirige hacia allá.

Coloquio. Hacia el final de la meditación, entablar una conversación con Dios,


agradeciéndole los altos planes que tuvo con nosotros; y pidiéndole que no nos vayamos a
desviar de esa salvación eterna. Terminar con un Padre Nuestro.

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Día 3°: Meditación sobre la finalidad de las cosas.

Texto: “Y las otras cosas, sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que
le ayuden en la prosecución del fin para que es criado”. (Principio y Fundamento)

Primera consideración: finalidad de las cosas naturales. Hoy hay una ciencia nueva: la
ecología, que estudia la naturaleza, como morada del hombre. Entre los ecologistas, existe
una posición extrema, que sostiene que el hombre es, únicamente, una parte de la
naturaleza y, por tanto, subordinado a la naturaleza. De allí deducen que hay que sacrificar
unos cinco mil millones de hombres, mujeres y niños, para que la raza humana no
perjudique a la naturaleza. Esa teoría tendría razón si el hombre no tuviera un alma
espiritual y si no hubiera sido creado para la vida eterna.

Pero como el hombre sí tiene un alma espiritual, y está destinado a la vida eterna, entonces,
la naturaleza es para el hombre. El hombre la puede subordinar a la satisfacción de sus
necesidades: puede extraer los minerales de la tierra, puede arar los campos, puede cultivar
las plantas, puede domesticar a los animales y puede decretar la extinción de alguna especie
perjudicial (como de algún microbio). Todo eso lo puede el hombre, y lo está haciendo ya,
pero con la condición de que llegue a la vida eterna.

Dios, pues, nos dio el aire para que lo respiremos, el agua para que la bebamos, las fibras
naturales y las sintéticas para que nos vistamos, los frutos de la tierra y la carne de los
animales para que nos alimentemos, la madera y los metales para que nos sirvan. Pero
Dios espera que, con eso, lleguemos a la vida eterna.

Es verdad que el hombre debe cuidar la naturaleza, pero para que lo sirva mejor; lo mismo
que tenemos que cuidar nuestros vestidos, para que ellos nos sirvan mejor.

Segunda consideración: finalidad de las cosas culturales. Los bienes de la cultura son,
también, “cosas” que ha puesto Dios para el servicio del hombre, para que le ayuden a
conseguir la salvación eterna.

La ciencia ha llegado a adquisiciones admirables, lo mismo que la técnica, que produjo los
aparatos que llevaron al hombre a la luna. Pero, por admirables que sean la ciencia y la
técnica, ellas son para el hombre, para que le ayuden a llegar a la eternidad.

El hombre ha progresado, también, mucho en los bienes sociales: la organización social, los
derechos civiles, los derechos del hombre. Pero la finalidad de todo ello es garantizarnos
una vida digna, en esta tierra, y ayudarnos a llegar a la vida eterna.

Coloquio. Hacia el final de la oración, entablar una conversación con Dios nuestro Señor,
agradeciéndole los grandes bienes que nos ha concedido y rogándole que, con ellos,
lleguemos a la vida eterna. Terminar con un Padre Nuestro.
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Día 4°: Meditación sobre el uso de las criaturas.

Texto: De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas (de las criaturas), cuanto
le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas (de las criaturas) quanto para ello le
impiden”. (Principio y Fundamento).

A este texto se le ha dado el nombre de la regla del “tanto cuanto” en el uso de las criaturas.

Primera consideración: el uso de las cosas naturales. Aplicando la regla del “tanto
cuanto”, al uso de las cosas naturales, se sigue, por ejemplo, que el alimento debo usarlo
“tanto cuanto” sirva para sustentarme, trabajar y caminar hacia la vida eterna; y del
alimento debo abstenerme “tanto cuanto” perjudique mi salud y me impida caminar hacia la
vida eterna. Lo mismo se diga del vestido, la habitación, la cama, las cobijas, la gasolina,
el agua, la electricidad, etc.

Segunda consideración: el uso de los bienes culturales. Aplicando la regla del “tanto
cuanto” al uso de los bienes culturales, podemos llegar a las siguientes aplicaciones:

La ciencia. De la ciencia debo usar “tanto cuanto” me sirva para cultivar mi espíritu y para
trabajar con la debida competencia; pero, si el dedicarme al estudio, me aparta de mis
obligaciones, en ese caso yo debo abstenerme de la especulación y de la investigación pura.

La técnica. Por ejemplo: el uso de un carro. Del carro debo usar “tanto cuanto” sirve para
el trabajo; pero del carro debo privarme “tanto cuanto” me desvía de mis obligaciones, pues
no puedo dedicarme a pasear todos los días, ni a hacer recorridos inútiles.

Las artes. Si soy un artista, es natural que yo me dedique al cultivo del arte; pero si no soy
un artista y tengo otras obligaciones en la vida, entonces del arte puedo usar “tanto cuanto”
me ayude en la vida; pero del arte debo abstenerme “tanto cuanto” me aparta de mis
obligaciones. Por ejemplo, si soy un obrero de la construcción, no puedo dedicarme a la
danza clásica y abandonar el trabajo; pero sí podría oír música, mientras trabajo.

El orden jurídico. Si soy un abogado, entonces me puedo dedicar al estudio del orden
jurídico. Pero, si soy un médico, entonces empleo el orden jurídico “tanto cuanto” lo
necesito para mi profesión; pero debo abstenerme de la especialización en el derecho “tanto
cuanto” me impide cumplir mis deberes.

Hacer aplicaciones semejantes a otras realidades de tipo social: las costumbres, las leyes,
las organizaciones, los roles, la familia, la posesión de bienes materiales, etc.

Coloquio. Entablar una conversación con Dios, sobre el tema de la meditación, y acabar
con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 5°: La indiferencia ignaciana.

Texto: “Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo
que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal
manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que
pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás;
solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”.
(Principio y Fundamento).

Notas introductorias: 1) San Ignacio nos pide, pues, ser indiferentes a toda cosa creada;
pero el mismo S. Ignacio pone límites a esa indiferencia, a saber: “en todo lo que es
concedido a la libertad ... y no le está prohibido ...” 2)Como estos ejercicios están
dirigidos a personas ya establecidas en la vida, pues al casado no se le puede pedir
indiferencia con su mujer ni con sus hijos. Teniendo esto en cuenta, ya podemos entrar en
materia.

Consideraciones:

Indiferencia a la salud o a la enfermedad. Nosotros debemos querer la salud y cuidarla.


Sin embargo, si Dios permite que venga alguna enfermedad sobre nosotros, o sobre
nuestros seres queridos, debemos estar preparados para aceptar la voluntad de Dios.

Indiferencia a la riqueza o a la pobreza. La pobreza espiritual, que consiste en el desapego


de los bienes, es obligatoria. La pobreza económica es un mal muy grande y debemos
hacer lo posible por evitarla; pero, si Dios permite que nos venga encima ese mal, o que nos
vaya mal en algún negocio, debemos estar preparados para aceptar la voluntad de Dios.

Indiferencia al honor y al deshonor. Todos debemos procurar tener buena fama y que
nuestra buena vida sea reconocida. En eso consiste el honor. Sin embargo, si el Señor
permite que nos venga alguna calumnia, debemos estar preparados para sobrellevarla

Indiferencia a la vida larga, o a la vida corta. La vida es un bien muy precioso, que hemos
recibido de parte de Dios. Debemos cuidarla y enriquecerla con virtudes y conocimientos.
Pero debemos estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, cuando el nos llame.

Otros renglones. Debemos extender la ley de la indiferencia a otros renglones, como el


poder, la ciencia, los influjos, las amistades, etc. Y debo mantenerme en una tónica general
de indiferencia ante todos los bienes creados, eligiendo, únicamente, lo que más conduce a
la salvación de mi alma.

Coloquio. Al final de la oración, entablar una conversación con el Señor sobre lo tratado en
ella; y acabar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

N. B.: El sábado y el domingo se repiten algunas de las meditaciones de la semana.


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SEGUNDA SEMANA
del primer mes.

Notas previas.

1. Examen de conciencia. La costumbre, introducida por S. Ignacio, de examinar la


conciencia dos veces al día (a medio día y a la noche), es una práctica muy útil para
mantener el alma alejada de todo pecado. Se recomienda, pues, iniciar esta
costumbre. Este examen de conciencia se hace recordando las distintas actividades
que tuve en la mañana (o en la tarde). Conviene examinar los pensamientos, las
palabras y las acciones que tuve en cada una de mis actividades. Una vez hecho el
examen, entonces se le pide perdón a Dios y se hace el propósito de la enmienda.
2. Examen particular. Cuando hay algún defecto especial, que me propongo corregir,
entonces debo hacerle un examen particular a ese defecto. Conviene tener alguna
libreta en la cual anote las veces que caí en ese defecto, tanto en la mañana como en
la noche. También conviene que, cada vez que caiga en la falta, le pida perdón a
Dios. El examen particular se hace durante el examen general y como parte de él.
También se puede hacer el examen particular para adquirir alguna virtud que me
hace falta..
3. Confesión general. Se llama “confesión general”, la que se hace de los pecados de
toda la vida, aunque ya estén confesados y perdonados. La “confesión general” no
es obligatoria, pero es de mucho provecho espiritual para mayor purificación de los
pecados. Como lo que en todo este mes se busca es la purificación del alma,
entonces en este mes se recomienda hacer una “confesión general”. Esa “confesión
general” hay que irla preparando a partir de esta semana, a ser posible, por escrito.
Conviene ponerse de acuerdo con el confesor sobre el día, hora y conveniencia de la
“confesión general”.

Adiciones. S. Ignacio da el nombre de “adiciones” a algunas prácticas que ayudan para


mejor hacer las meditaciones. Estas prácticas son:
1. La presencia de Dios. Como primera condición, para entrar en la oración, debo
apartar todo pensamiento distractivo y debo ponerme en la presencia de Dios, de
manera que, aun el cuerpo, adquiera una actitud recogida.
2. La oración preparatoria. Consiste en pedirle a Dios que me ayude a hacer una
buena oración.
3. La composición de lugar. Consiste en imaginar el ambiente en el que se desarrolla
el tema propuesto para meditar. Por ejemplo, para el nacimiento del Señor, uno se
imagina la cuevita de Belén, los pastores, etc. La composición de lugar ayuda
mucho a mantener quieta a la imaginación.
4. La petición. Consiste en pedirle a Dios que nos conceda la virtud de que trata la
oración. Por ejemplo, si se medita en el infierno, se le pide a Dios que nos conceda
dolor de nuestros pecados.
Ejercicio de las potencias. Es una manera de hacer oración que consiste en ejercitar las
tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad, de la manera siguiente:

La memoria se ejercita recordando la historia, o el tema que se propone para meditar

El entendimiento se ejercita pensando en las enseñanzas, y aplicaciones prácticas que nos


trae el tema propuesto.

La voluntad se ejercita procurando suscitar los afectos que están de acuerdo con la materia
de la meditación, como por ejemplo, dolor de los pecados, amor a Dios, alegría, etc.

Esta manera de hacer oración, por el ejercicio de las tres potencias, se empleará mucho
durante estos Ejercicios.

Al terminar la meditación se hace un coloquio, o conversación con Dios Nuestro Señor,


sobre los temas propuestos para meditar. Se termina siempre con un Padre Nuestro.

N.B.: Si hace falta, pedir ulteriores explicaciones al maestro del espíritu.

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Día 1°: Meditación sobre el pecado de los ángeles.

N.B.: 1) Hoy hay teólogos que dudan de la existencia de los ángeles; pero de su valor
simbólico y pedagógico nadie duda. Aquí los tomamos en este último sentido.
2) Si, de todas maneras, se siente incapaz de hacer esta meditación, entonces puede meditar
algunas escenas de la pasión del señor, como la flagelación y la coronación de espinas,
pensando en qué grave debe ser el pecado cuando el Salvador tuvo que padecer tanto para
redimirnos.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios. Ponerse en la presencia de Dios, con quien me voy a comunicar, y


apartar todo otro pensamiento.
b) Oración preparatoria. Pedir al Señor que me conceda su gracia para hacer bien la
meditación.
c) Composición de lugar. Imaginar a Luzbel, en el cielo, antes de su pecado.
d) Petición. Pedir al Señor que me conceda conocimiento de la gravedad del pecado y
dolor interno por mis pecados.

Ejercicio de la memoria: Recordar cómo, antes de la creación material, el Señor llevó a


cabo la creación de los espíritus bienaventurados: miríadas y miríadas de ángeles.

Recordar cómo cada ángel era de una perfección que nosotros no podemos ni imaginar:
entendimientos poderosísimos; voluntades firmísimas; llenos de esplendor y de luz.

Recordar cómo Dios los hizo sus amigos y los destinó a la felicidad eterna; pero muchos de
ellos se rebelaron contra Dios, por soberbia. Entonces su pecado los convirtió en demonios
y fueron arrojados al infierno.

Ejercicio del entendimiento. Tratar de entender la perfección de un ángel: de


entendimiento y majestad semejante a Dios. En cierta oportunidad un ángel se apareció al
apóstol S. Juan y él creyó que era el mismo Dios y se dispuso a adorarlo: el ángel tuvo que
apartarlo de su propósito diciéndole que él era un consiervo suyo (Cf. Apoc. 19, 10).

Pensar qué tan grave es el pecado que convierte a un ángel en un demonio; lo saca del
cielo; lo arroja al infierno; y lo convierte en un espíritu perverso, que busca solamente el
mal.

Ejercicio de la voluntad. Moverme a contrición de mis pecados, pues yo he pecado mucho,


mientras que lo ángeles cometieron un solo pecado, y este, únicamente de pensamiento.

Coloquio, o conversación con N. S. Jesucristo en la cruz, agradeciéndole que me haya


conseguido el perdón de mis pecados. Pensar que Jesús murió por mí; y preguntarme qué
he hecho yo por el Señor Jesucristo; qué hago por él y qué debo hacer por él. Terminar con
un Padre Nuestro. ___________________
Día 2°: Meditación sobre el pecado de Adán. (Gen, 3).

N.B.: 1): Hoy nadie duda de que los primeros capítulos del Génesis no son históricos; pero
nadie duda de su valor simbólico y pedagógico. Aquí los tomamos en este último sentido.
2): Si, de todas maneras, no se siente capaz de hacer esta meditación, entonces puede
meditar en la crucifixión del Señor, pensando en qué grave debe ser el pecado cuando Jesús
tuvo que padecer tanto para redimirnos.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios. Ponerme en la presencia de Dios y rechazar


todo pensamiento que me aparte de mi meditación.
b) Oración preparatoria. Pedir al Señor que me conceda su gracia
para hacer bien la meditación.
c) Composición de lugar. Será aquí imaginarme el paraíso terrenal,
antes del pecado, y al hombre en medio de él.
d) Petición. Pedir la Señor que me dé conocimiento de la gravedad
del pecado y arrepentimiento por mi mal obrar.

Ejercicio de la memoria. Se puede leer el capítulo 3° del génesis, donde se halla la


narración del pecado de Adán. Resumen: Dios creó a nuestros primeros padres en su santa
gracia y los colocó en el paraíso terrenal. Les permitió comer de todos los frutos del
paraíso; pero les prohibió comer del árbol que estaba plantado en mitad del edén. Adán
desobedeció y comió del fruto prohibido. Inmediatamente perdió su inocencia y fue
condenado a la muerte y al dolor y expulsado del paraíso.

Hacer, mentalmente, un resumen de todo el capítulo 3° del Génesis.

Ejercicio del entendimiento. Reflexionar sobre esa narración: Por la desobediencia de


Adán, toda la humanidad, a lo largo de todos los siglos, fue condenada al pecado, al dolor, a
la muerte, a la ignorancia, a la enfermedad y a innumerables padecimientos físicos y
morales. Esto me indica la gravedad del pecado.

Ejercicio de la voluntad. Recordar mis muchos pecados y admirarme de que Dios todavía
me tenga paciencia.

Coloquio. Entablar una conversación con Jesús crucificado. Agradecerle todo lo que ha
hecho por mí: ofreció su vida y su pasión para conseguir el perdón de mis pecados y me
promete la vida eterna. Pensar, qué he hecho yo por el Señor Jesús, y que debo hacer por
él. Acabar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 3°: Meditación sobre una persona condenada por un solo pecado mortal.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios. Ponerme en la presencia de Dios y apartar todo pensamiento que


me distraiga. Aun el cuerpo debe tomar posición de recogimiento.
b) Oración preparatoria. Pedir el Señor su gracia, para hacer bien la meditación.
c) Composición de lugar. Imaginar el momento en que Judas besa a Jesús, para
entregarlo.
d) Petición. Que el Señor me conceda conocimiento de la gravedad del pecado y
arrepentimiento de mis pecados.

Ejercicio de la memoria. Recordar el caso de Judas Iscariote: el Señor lo llama a su


seguimiento y al apostolado. Judas oye toda la predicación de Jesús; presencia los milagros
de Jesús; los panes y los peces se multiplican en sus manos; y asiste a la resurrección de
Lázaro.

Judas es enviado a predicar, con los otros apóstoles. Predica el reino de Dios, cura
enfermos y echa demonios en el nombre de Jesús (Cf. Mc. 3, 13-20 y Mt. 10, 1-5).

Sin embargo, vende a Jesús por 30 monedas y lo entrega con un beso. Viendo el resultado
de su acción se desespera y se suicida.

Ejercicio del entendimiento. Ponderar la gravedad del pecado que convierte a un amigo de
Jesús, en un condenado al infierno.

Ejercicio de la voluntad. Compararme con Judas, cuando yo peco: vendo a Jesús por un
placer, por una ganancia, por un poco de honra. Y esto lo hago yo, que sé bien quién es
Jesús: mi Redentor, mi Señor, mi Dios.

Coloquio. Hacia el final de la oración, entablar una conversación con Jesús, a quien he
vendido muchas veces.

Terminar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 4°: Proceso de los pecados. Examen de conciencia de toda la vida.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios. Ponerme en la presencia de Dios. Apartar todo pensamiento que


me distraiga. Aun el cuerpo debe guardar un posición recogida.
b) Oración preparatoria. Pedir al Señor que me ayude a hacer una buena meditación.
c) Composición de lugar. Imaginarme a mí mismo como si estuviera desterrado en un
desierto y rodeado de animales salvajes.
d) Petición. Que el Señor me ayude a hacer memoria de mis pecados.

Ejercicio de la memoria. Hacer un examen de conciencia recordando todos lo pecados de


la vida. Tanto los graves como los leves. Sin omitir ninguno. Conviene hacer este examen
por escrito, como preparación para la confesión general. Todo el tiempo de la oración se
emplea en este examen de conciencia. Para ello ayuda recordar:

A. Las etapas de la vida. Niñez: mentiras, desobediencias, peleas, gritos, rencores,


odios, faltas a misa, etc. Juventud: recordar todos los pecados cometidos durante la
juventud. Lo mismo durante la edad adulta.
B. Los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Mandamientos de Dios: amar a Dios; no
jurar en vano ni en falso; santificar las fiestas; amar a los padres; no matar ni herir;
no fornicar; decir la verdad; no desear la mujer del prójimo y no desear los bienes
ajenos. Mandamientos de la Iglesia: la santa misa; la confesión cuando hay
necesidad; la comunión por pascua; ayuno y abstinencia; y ayudar a la santa Iglesia.
C. Por los sitios donde he estado y los oficios que he tenido.

N. B.: Ponerlo por escrito, y en orden todo, y acabar con un Padre Nuestro.

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Día 5°: Acto de contrición.

Preparación. : Presencia de Dios; oración preparatoria; composición de lugar; y


petición: todo, como en la meditación del día anterior.

Ejercicio de la memoria. Recordar mis pecados, según el examen de conciencia que se


hizo el día de ayer. Si se pusieron por escrito, bastará con leerlos reflexivamente.

Ejercicio del entendimiento. Considerar el desorden y la malicia que contiene cada pecado.
Es decir, ir recordando los pecados y reflexionando sobre su maldad, aunque no fueran
prohibidos.

Ejercicio de la voluntad.
Comparar mi pequeñez, con la grandeza de Dios, a quien he ofendido:
¿Qué soy yo comparado con toda la humanidad?
¿Qué es la tierra, comparada con el universo?
¿Qué soy yo ante el universo¡ Un polvillo imperceptible.
¿Qué soy yo ante Dios¡ Nada y menos que nada. Y yo soy el ofensor!

¿Quién es Dios, contra quien he pecado? Su sabiduría infinita, comparada con mi


ignorancia. Su omnipotencia, comparada con mi debilidad. Su eternidad, comparada con
mi contingencia. Su santidad, comparada con mi malicia.

Admirarme de que la creación entera me haya dejado con vida, a mí, que he ofendido a su
Señor: los ángeles, los santos, sol, luna, estrellas y elementos todos. “la tierra cómo no se
ha abierto para sorberme!”

Acabar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

N.B.: El sábado y el domingo, hacer una repetición de alguna de las meditaciones que se
han expuesto esta semana.

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TERCERA SEMANA

Del primer mes.

Introducción.

Recomendaciones para hacer bien los Ejercicios. S. Ignacio da el nombre de “adiciones” a


estas recomendaciones:
1. Por la noche, recordar a qué hora tengo que levantarme y la meditación que
tengo que hacer.
2. En cuanto me despierte, sin dar lugar a pensamientos distractivos, recordar lo
que tengo que meditar. También, debo sentirme como reo convicto de
crímenes.
3. La presencia de Dios la hago poniéndome de pie, uno o dos pasos antes del
lugar donde voy a meditar.
4. Entrar en la oración variando las posiciones: de pie, de rodillas, paseando,
sentado y aun recostado. Pero debo quedarme en la posición en la que
encuentre al Señor, sin variar más. Lo mismo respecto de la materia que
medito: debo quedarme en el punto en el que encuentre al Señor, sin pasar
adelante.
5. Después de terminada la meditación, hacer examen de conciencia sobre ella,
pidiéndole perdón al Señor, si en algo he faltado.
6. Durante estas primeras semanas, no pensar en cosas de alegría, sino en lo que
me mueva a contrición.
7. Durante la meditación, evitar la demasiada luz. Es preferible la penumbra.
8. Evitar los chistes y la risa, en este mes.
9. Refrenar la vista, tenerla recatada. A no ser que tenga que saludar o despedir a
alguien.
10. Practicar la penitencia. La penitencia interior consiste en el arrepentimiento
de los pecados. La penitencia exterior consiste en privarme de algo de comer
(como los intermedios), o de beber (por ejemplo, beber agua en vez de
gaseosa), o quitar tiempo de sueño, o practicar algo que cause dolor, pero con
moderación. La penitencia se hace: para reparar a Dios por los pecados, para
vencerse a sí mismo, o para conseguir la gracia de Dios para algo.
11. A la penitencia se acude, principalmente, si no se sienten los efectos propios
de los ejercicios, sino sequedad interior.
12. Durante los ejercicios, el examen particular se lleva sobre adiciones, o sobre
defectos que cometamos en los mismos ejercicios.

N.B.: Conversar, con un maestro del espíritu, sobre la práctica de estas adiciones y sobre la
conveniencia de hacer las meditaciones de la tercera semana.

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Día 1°: Meditación sobre el infierno. Primera parte: la pena de sentido.

Nota introductoria.

San Ignacio introduce, en esta meditación, una nueva manera de orar que él llama
“aplicación de sentidos”. Consiste en un ejercicio de los sentidos interiores (la
imaginación). Dado que el Señor nos concedió la imaginación, conviene ejercitarla,
también, para nuestro provecho espiritual. En concreto, el bajar al infierno, por medio de
nuestra imaginación, nos ayuda a no bajar a él después de nuestra muerte.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: será aquí imaginar el infierno.
c) Petición: que el Señor me conceda “interno sentimiento de la pena que sufren los
dañados, para que si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el
temor de las penas me ayude para no venir en pecado”. (S. Ignacio)

Primero: Imaginar el infierno, qué tan grande; qué tan oscuro; si con llamas; e imaginar
los castigos que sufren los condenados.

Segundo: Oír los gemidos y los gritos de desesperación.

Tercero: Tratar de percibir el hedor del infierno.

Cuarto: Percibir el sabor del remordimiento y la desesperación.

Quinto: Imaginar cómo puede ser el fuego del infierno y cómo atormenta.

Coloquio, o conversación con Cristo, nuestro Señor, sobre cómo todos los condenados se
desviaron del camino de su salvación. Darle gracias al Señor, porque me ha librado del mal
eterno y me mantiene en la vida para servirlo con el cumplimiento de mis deberes.

Terminar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 2°: Meditación sobre el infierno. Segunda parte: la pena de daño.

Introducción: Por pena de daño se entiende la ausencia de Dios. Los condenados en el


infierno han perdido a Dios para siempre. De acuerdo a los teólogos, esta es la mayor pena
del infierno. El infierno, propiamente, consiste en la pena de daño.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria: como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar el infierno.
c) Petición: que el Señor me conceda “interno sentimiento de la pena que sufren los
dañados, para que si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el
temor de las penas me ayude para no venir en pecado”. (S. Ignacio)

Primero: Dios es el amor eterno e infinito, que hace felices a los bienaventurados. De Dios
procede todo amor. Pero el amor de Dios, y todo amor, se habrá apartado para siempre de
los condenados. Allí solamente habrá tristeza y odio.

Segundo: Dios es la sabiduría infinita. Él ilumina, con su luz, los entendimientos de los
bienaventurados y los hace felices. Pero la luz de Dios habrá abandonado el infierno para
siempre. Allí solamente hay tinieblas, error y desviación.

Tercero: Dios es mi amor. El amor de mi vida. El que me da paz y alegría. Él es mi dicha


en este mundo. Pero, si me condeno, lo habré perdido para siempre.

Cuarto: Dios es la belleza infinita. De él procede toda belleza. Su contemplación hace


felices a los bienaventurados. Pero en el infierno no estará presente la belleza. Será el
horror eterno.

Quinto: Dios es la misma bondad. De él procede toda bondad. La bondad inagotable de


las madres procede de él. Él ha sido bueno conmigo. Pero en el infierno no habrá bondad
de ninguna clase. Allí solamente habrá maldad.

Coloquio entablar una conversación íntima, con N. S. Jesucristo, dándole gracias porque,
por su pasión y su cruz me libró de las penas del infierno.

Terminar con un Padre Nuestro.

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Día 3°: La redención del pecado.

N. B.: 1) Si las escenas de la pasión, que propongo para esta meditación, ya fueron
meditadas en la semana pasada, aun así, se puede hacer una repetición de esas escenas; o se
pueden elegir otros pasos de la pasión del Señor.
2) No hace falta meditar las tres escenas que propongo, bien puede suceder que pase toda
la meditación en una sola de esas escenas.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: presenciar, con la imaginación, las escenas que se van a meditar.
c) Petición: que el Señor me conceda sentimiento de la gravedad del pecado, viendo cómo
Cristo tuvo que padecer tanto para redimirlo.

La flagelación.
• Recordar cómo los soldados desnudaron al Señor Jesús, lo ataron a una columna; y
lo flagelaron con mucha crueldad.
• Ver la escena, con la imaginación. Oír los golpes. Ver cómo cae la sangre.
• Pensar: qué grave debe ser el pecado, cuando el Hijo de Dios tuvo que padecer
tanto para redimirlo; y qué graves deben ser las penas del infierno cuando el Señor
padeció de esa manera para librarnos de él.

La coronación de espinas.
• Recordar la historia: los soldados ponen a Jesús una corona de espinas y un manto
rojo y se burlan de él.
• Ver la escena, con la vista imaginativa.
• Hacer la misma consideración del punto anterior: qué grave debe ser el pecado
cuando Jesús tuvo que padecer tanto para redimirlo; y qué graves las penas del
infierno, cuando exigieron una pasión tan dolorosa para librarnos de él.

La crucifixión.
• Recordar la historia: cuando llegaron al Calvario, los soldados crucificaron a Jesús.
• Ver la escena: lo desnudan, lo clavan al madero, fijan la cruz en el suelo, Jesús
dura unas tres horas pendiente de la cruz.
• Consideración: las mismas consideraciones de los puntos anteriores: gravedad del
pecado y grandeza de las penas del infierno, cuando Jesús tuvo que padecer tanto
para redimirnos.

Coloquio con Jesús crucificado agradeciéndole que me haya librado de mis pecados y de
las penas que merecería por ellos.

Acabar con un Padre Nuestro.

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Día 4°: Meditación sobre la muerte.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar la escena de mi muerte.
c) Petición: pedir al Señor que me prepare debidamente para la muerte, con el objeto de que
no me vaya a coger desprevenido.

Primero: el testamento.
• Si ya se ha hecho testamento, recordarlo en todos sus puntos.
• Si no se ha hecho testamento, entonces se debe hacer un esbozo de él.
• Si no tengo nada que legar, mirar a dónde irán a parar mis pertenencias: ropa,
libros, utensilios todos (yo debo quedar desnudo).

Segundo: la sepultura.
• Si ya he previsto lo referente a mi sepultura, entonces, recordarlo en todos sus
puntos.
• Si no he previsto lo referente a mi fallecimiento, entonces, empezar a preverlo en
todos sus detalles.
• Si mi sepultura no depende de mí, pensar en lo que harán con mis restos.

Tercero. Si muero por enfermedad normal:


• Pensar en la despedida de mis seres queridos.
• Encomendar mi alma a Dios.
• Pensar el momento en que recibo los últimos sacramentos.

Cuarto. La muerte súbita.


• Puede ser por accidente.
• Puede ser por falla orgánica.
• Que todo esté preparado para mi muerte súbita.

Coloquio con el Señor encomendándole mi alma y mi postrer momento.

Terminar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 5°: El juicio particular.

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginarme a mí mismo delante de la Santísima Trinidad, de los
ángeles y de los santos.
c) Petición. Pedir al Señor que me conceda arrepentimiento de mis pecados.

Primero: parábola de la niña no adoptada.


Clotilde fue una niña que quedó huérfana en uno de los campos de Colombia. Los patrones
de la finca se hicieron cargo de ella. La llevaron a la casa y la educaron como si fuera una
hija, pero nunca la adoptaron. Ella creció creyéndose hija de la familia. Pero, cuando los
patrones murieron, entonces apareció la verdad: ella no era hija, no era adoptada, no era
heredera y no tenía derecho a vivir en esa casa. La llevaron a un hospicio.

Algo semejante es posible que encontremos en el momento de nuestra muerte: allí


estaremos sin bienes de fortuna, sin casa, sin amigos, sin parientes, sin influjos, sin
prestigio social. Estaremos desnudos ante la divinidad.

Además, probablemente habrá un cambio en el orden de los valores: lo que creíamos


importante, no lo era; lo que creíamos valioso, resulta despreciable; lo que creíamos la base
de nuestra seguridad, ya no existe; lo que creíamos sabio, estaba equivocado, etc. Es
posible que nos encontremos ante otro orden de valores, ante una realidad enteramente
distinta de todo lo que podamos pensar e imaginar.

Segundo. El juicio.
Probablemente el juicio consista en una luz sobrenatural, por la cual nos veremos, como
realmente somos, pero a la luz de la eternidad. No podremos negar nada, ni disimular nada,
ni excusar nada, porque todo será patente.

Tercero. Ante Dios, sus ángeles y sus santos.


Volverme a contemplar ante Dios, sus ángeles y sus santos. Toda mi vida estará patente
ante ellos, sin que nada se pueda negar. Escuchar su veredicto.

Coloquio de confianza en la misericordia de Dios. Acabar con un Padre Nuestro.

N.B.: Sábado y domingo, hacer repetición de alguna de las meditaciones de la semana.

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CUARTA SEMANA

Del primer mes.

Primeras reglas para discernir los movimientos del espíritu.

El cuerpo se puede mover hacia arriba, hacia abajo, a la derecha o a la izquierda. De


manera semejante, el espíritu se puede mover hacia la alegría, hacia la tristeza, hacia el
miedo, hacia la confianza, etc. Por este motivo, esas situaciones interiores se llaman
“movimientos del espíritu”. También se les da el nombre de “mociones”. Las reglas, que
pone S. Ignacio, para distinguir los movimientos (o mociones) del espíritu, son las
siguientes:

1. En las personas, descuidadas en su vida espiritual, el espíritu del mal las hace
imaginar placeres, para que se mantengan en su descuido. El espíritu de Dios, por
el contrario, las mueve al remordimiento y al pesar por su vida.
2. En las personas que tienen bien organizada su vida espiritual, el espíritu de Dios las
mueve a la alegría y al gozo; mientras que el espíritu del mal procura moverlas a la
tristeza y al desánimo.
3. Se da el nombre de “consolación” a los movimientos positivos del espíritu, como la
alegría y el ánimo.
4. Se da el nombre de “desolación”, a los movimientos negativos del espíritu, como la
tristeza, la oscuridad, el pesar, el desánimo.
5. En tiempo de “desolación” no se deben hacer cambios en la vida espiritual, sino que
hay que perseverar en los buenos propósitos.
6. En tiempos de “desolación”, conviene luchar contra ese movimiento del espíritu,
alargando la oración o, también, haciendo alguna penitencia.
7. El que está en “desolación”, piense que el Señor lo ha dejado en ese estado para que
luche contra él y recobre el fervor del espíritu.
8. El que está en “desolación” piense que, luchando contra ella, ese movimiento
negativo y molesto del espíritu va a pasar.
9. Dios permite la “desolación” por tres motivos: a) como consecuencia de que somos
tibios y perezosos, b) para probarnos, y c) para que conozcamos lo que somos, sin la
gracia de Dios.
10. El que está en “consolación” debe prepararse para cuando llegue la desolación.
11. El que está “consolado”, procure humillarse, pensando en que esa ”consolación” es
gracia de Dios y no mérito propio.
12. Si somos “tibios”, el mal espíritu se mostrará fuerte para apartarnos del buen
camino. Si somos “fervorosos”, el mal espíritu se mostrará débil en sus tentaciones.
13. El mal espíritu procurará que no manifestemos nuestros sentimientos, a alguna
persona prudente, pues sabe que, si los manifestamos, ya no podrá engañarnos.
14. El espíritu del mal atacará nuestra alma por su punto más débil

N. B.: Pedir mayores aclaraciones a un maestro del espíritu.


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Día 1°: El buen Pastor. (Lc. 15, 4-8).

N. B.: 1) Los textos del Evangelio conviene leerlos y repetirlos, mentalmente, en todos sus
detalles.
2) La finalidad de las semanas anteriores era conseguir el arrepentimiento. La finalidad de
esta semana es conseguir la paz del alma.

Notas introductorias.

1. Si todavía no se ha hecho la confesión general, debe hacerse en esta semana.


2. La confesión general no es obligatoria; no hace parte de los mandamientos; pero sí
es muy recomendable durante este primer mes.
3. Las meditaciones de esta semana estarán encaminadas a conseguir la paz del alma y
la confianza en Dios. Por este motivo, se debe abandonar el ambiente triste y
apesadumbrado, propio de las anteriores semanas, y se debe fomentar la alegría, la
luz y los pensamientos optimistas.

Preparación para la meditación.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar la vida de un pastor.
c) Petición. Pedir la paz del alma y la confianza en Dios.

Ejercicio de la memoria. Recordar la parábola. Un pastor perdió una oveja. Entonces deja
las 99 restantes en el redil y va en busca de la oveja perdida. Cuando la halla, se pone feliz,
la coloca sobre sus hombros y la devuelve al establo. Además, reúne a sus amigos, para
congratularse con ellos por la oveja que ha sido hallada (imaginar toda la escena). Jesús
termina su parábola diciendo que más alegría habrá en el cielo por un pecador que se
convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión.

Ejercicio del entendimiento. Yo soy esa oveja perdida. El hijo de Dios bajó a la tierra por
mí, se encarnó, nació, vivió como un simple hombre, predicó, fundó su Iglesia y murió en
la cruz por redimirme. ¿Puedo dudar de su amor? ¿Puedo dudar de su voluntad de
salvarme? ¿Siento confianza en él?

Ejercicio de la voluntad. Agradecerle, al Hijo de Dios, todo lo que ha hecho por mí.
Decirle que no desconfío de su bondad, de su amor, ni de su paciencia conmigo.

Coloquio. Acabar con una larga conversación con N. S. Jesucristo, agradeciéndole todo lo
que ha hecho por mí; y diciéndole que confío en su bondad, en su comprensión y en
paciencia conmigo.

Acaba r con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 2°: La vocación de Mateo (Mt. 9, 9-14).

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar el momento en que el Señor llama a Mateo. Mateo está
en su mesa de recaudador de impuestos, cuando Jesús lo llama a su seguimiento.
c) Petición: que el Señor me conceda la paz del alma y la confianza en su misericordia.
Esa es la finalidad de esta semana.

Ejercicio de la memoria. Mateo era un publicano; es decir, un recaudador de impuestos.


Estas personas tenían muy mala fama entre el pueblo, por lo que extorsionaban al
contribuyente. La gente pensaba que eran pecadores muy grandes.

Mateo está sentado en su mesa, cobrando impuestos, cuando Jesús pasa y lo llama. Mateo,
de inmediato, deja todas las cosas y sigue a Jesús. Después, ofrece una comida para
congratularse, con sus amigos, de que Jesús lo hubiera llamado. (imaginar la escena).

Ejercicio del entendimiento. En Israel había gente de buena fama. Todos los fariseos
tenían fama de santos. Pero Jesús no escoge a ningún fariseo. Jesús escoge a uno que tiene
fama de pecador: escoge a Mateo.

Jesús acepta la comida que ofrece Mateo. Los fariseos lo critican por comer con pecadores.
Pero Jesús responde que son los enfermos los que necesitan de médico y no los sanos y
exhorta a meditar la frase de la Escritura: “misericordia quiero y no sacrificios”.

Ejercicio de la voluntad. También Jesús me ha llamado a mí. Me ha llamado a hacer los


Ejercicios Espirituales, porque quiere mi amistad.

Dios me ha llamado a una profesión digna. La profesión es toda una vocación de Dios a
servir a los hombres en algún sector de la actividad. Examinar cómo, en mi profesión,
sirvo a los hombres.

Jesús me ama y me quiere, a pesar de mis pecados. Sentirme amado por Dios.

Coloquio. Terminar la meditación con una conversación con Jesús, que escoge a los
pecadores. Repetirle mis sentimientos de confianza.

Acabar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 3°: La mujer pecadora (Lc. 7, 36ss).

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar la escena: una mujer se acerca a los pies de Jesús, los
baña con sus lágrimas, los seca con su pelo y los unge con un perfume finísimo.
c) Petición: Que el señor me conceda la paz del alma y la confianza en su misericordia.

Ejercicio de la memoria. Recordar la historia: un fariseo rico invita a Jesús a su casa. De


acuerdo a la costumbre de esos tiempos, Jesús no se sienta, sino que se recuesta en un
diván, lo mismo que los demás invitados a la mesa. Una mujer se acerca a sus pies, los
baña con sus lágrimas, los seca con sus cabellos y los unge con un perfume finísimo. El
fariseo piensa que, si Jesús fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una
pecadora.

Jesús, entonces, dice al fariseo: Simón, ¿ves esta mujer? Cuando entré a tu casa, tú no me
lavaste los pies (de acuerdo a la costumbre de esos tiempos); ella, en cambio, me ha lavado
los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me diste el ósculo de paz;
ella, en cambio, no ha cesado de besarme los pies. Tú no ungiste mi cabeza, ella, en
cambio, ha ungido mis pies con su perfume; por lo cual, le quedan perdonas sus muchos
pecados, porque ha amado mucho. Luego, dijo a la mujer: tu fe te ha salvado, vete en paz.

Ejercicio del entendimiento. Yo no me puedo comparar con esa mujer en su


arrepentimiento, ni en sus muestras de dolor, ni en su amor a Jesús. Pero yo también puedo
contar con una acogida misericordiosa, por parte de Jesús.

Ejercicio de la voluntad. Con la imaginación, postrarme a los pies de Jesús hasta sentir que
él me dice: tus pecados están perdonados. Sentir que mis pecados están perdonados y que
mi alma está en paz con Dios.

Coloquio. Conversación con Jesús que ha devuelto la paz a mi alma.

Acabar con un Padre Nuestro, rezado de manera pausada.

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Día 4°: El buen samaritano (Lc. 10, 30-38).

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar la escena cuando el buen samaritano socorre al herido.
c) Petición: Que el Señor me conceda la paz del alma y la confianza en su misericordia.

Ejercicio de la memoria. Recordar la parábola. Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó,


pero cayó en manos de ladrones que lo despojaron de todo, lo apalearon y lo dejaron medio
muerto. Un sacerdote lo vio, pero pasó de largo. Lo mismo un levita. Pero un samaritano,
que pasaba por el mismo camino, tuvo compasión de él: lavó las heridas con aceite y vino y
las vendó. Lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada, le dio dinero al
posadero para que cuidara del enfermo y le prometió que, si gastaba algo de más, se lo
pagaría al regreso.

Ejercicio del entendimiento. Yo me veo en el viajero que cayó en manos de ladrones,


porque he caído en manos de mis pasiones, que me han despojado de todos mis bienes
espirituales.

El buen samaritano, en mi vida, ha sido el Señor Jesús, que tuvo piedad de mí: me llamó a
cumplir su voluntad; me llamó a la oración y al trato familiar con él; me llamó a unos
Ejercicios Espirituales; se ha comunicado conmigo; y me ha concedido sentir su amor.

Reflexionar cómo la bondad del corazón de Jesús es enteramente de fiar. Es necesario que
yo lleve paz a mi alma y confianza a mi espíritu.

Ejercicio de la voluntad. Agradecer al Señor todo lo que ha hecho por mí y repetirle,


muchas veces, que confío en él.

Coloquio. Conversación con el Señor Jesús porque ha concedido paz a mi alma.

Terminar con un Padre Nuestro.

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Día 5°: El pecado del apóstol Pedro (Lc. 22, 31-35).

Preparación para la oración.

a) Presencia de Dios y oración preparatoria, como de costumbre.


b) Composición de lugar: imaginar el momento en que Pedro niega a Jesús.
c) Petición: que el Señor me conceda confianza en su bondad y la paz de mi alma.

Ejercicio de la memoria. Después de que pusieron preso a Jesús, Pedro logró entrar en el
patio del sumo sacerdote, donde estaba la guardia calentándose al fuego. Una criada se fijó
en Pedro y le dijo: tú también estabas con él, y Pedro negó a Jesús por primera vez.
Luego, un hombre repitió lo mismo a Pedro: tú también eres de ellos, y Pedro negó a Jesús
por segunda vez. Pasada como una hora, otro hombre volvió a afirmar que Pedro estaba
con Jesús, y Pedro negó a Jesús por tercera vez. Entonces el gallo cantó y Pedro se acordó
de la profecía del Señor: antes de que el gallo cante me negarás tres veces. Entonces Pedro
salió del palacio y lloró amargamente.

Después de la resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos, junto al lago de Galilea. En


esa oportunidad, Jesús pidió a Pedro que le declarara tres veces su amor y, luego, lo
confirmó como supremo pastor de su rebaño (Jn. 21, 15-18).

Ejercicio del entendimiento. En Jesús no hay venganza, ni retaliación de ningún tipo. En


Jesús hay, solamente, amor, perdón y olvido. Si le pidió a Pedro tres confesiones de amor,
fue para que satisficiera por sus tres negaciones, para perdonarle su pecado; pero, luego, lo
confirmó en el primado de la Iglesia.

Ejercicio de la voluntad. Repetirle, al Señor, muchas veces, que lo amo. Que confío en sus
buenos sentimientos. Que estoy seguro que en él no existe la venganza ni el resentimiento.
Que en él hay solamente amor y misericordia.

Coloquio. Expresarle, al Señor, mi confianza en él.

Terminar con un Padre Nuestro.

N. B. Sábado y domingo, hacer repetición de alguna de las meditaciones de la semana.

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