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SOL Y MAR GUAJIRO SE BESAN

El encuentro mágico con la Guajira colombiana es la experiencia que se


guarda para siempre en la vida de un excursionista. La vida trascurrida
durante varios días es suficiente para querer volver a recorrer sus playas,
sus campos y acercarse a sus amables gentes. La naturaleza estimula la
capacidad de admirar lo exótico de una cultura perdida en el nor oriente
Colombiano. Las cristalinas aguas del Cabo de la vela permiten la
relajación del cuerpo humano, reponiendo energía saludable, ganando
para sí calidad de vida. Bajo los matorrales se desliza la tranquilidad de
los chivos que pastan entre sombras.

El radiante sol ilumina calorosamente a los viajeros que buscan el


conocimiento de los recónditos lugares maravillosos de la Guajira. Tanto
el amanecer como el anochecer invitan al encuentro cósmico con lo
humano donde la cultura Wayúu, anfitriona, da de sí su identidad cultural.
Viajar al Cabo de la Vela y conocer de cerca la tranquilidad de la vida ha sido uno de los momentos
geniales de la vida. Compartir con la manera de ser cultural de los Wayúu es algo que sólo se puede
experimentar. Sin embargo, la vivencia de estar allí saboreando sus platos típicos como el friche,
sintiendo la frescura de sus rancherías, meciéndose en la tranquila noche, en un chinchorro, es
permitirse experimentar la vida de manera tal que la rutina de la ciudad desaparece.

En la inmensidad cósmica del universo se observan las nubes que se mueven en todas direcciones
construyendo infinidad de figuras que transportan el espíritu al interior del ser humano. Subir al Pilón
de Azúcar dejándose llevar por la brisa y por la belleza de los horizontes terrestres y marinos es
sentirse renacer en la poesía de la vida como cuando nuestra
madre nos arrullaba en sus tiernos brazos. Las olas acarician el
desnudo cuerpo del viajero regalando una sensación de inmortalidad
en la relajación y flexibilidad de la vida.

Transportarse, en el atardecer, subidos en el lugar del Faro es


tener la posibilidad irrepetible de observar el espectáculo donde
el sol se duerme en la cama del horizonte marítimo. El
despliegue colorido del sol, cuando está partiendo, conserva en la
memoria humana uno de los espectáculos más hermosos que
pueda verse en la relación hombre naturaleza.

El colorido del atardecer y el amanecer se refleja en el arte de


las mantas, las mochilas, las manillas, en definitiva en la expresión
artística de la mujer Wayúu. Con delicadeza y magia van tejiendo
como si quisieran detener el tiempo en la obra de sus manos.

Los pobladores del Cabo de la Vela y su Dios Maleywau, como riqueza cultural, son inmensamente
amables, entregados a recibir atentamente a los turistas. Por su puesto, que la cultura Wayúu no
tiene la logística que despliegan otros centros turísticos del país. Por ello, todo lo hacen desde su
propia identidad y autodeterminación como comunidad autóctona colombiana. El hecho de actuar,
desde sí mismos, hace que el turista se sienta en un encuentro cultural plural. La manera de ser de
los habitantes del Cabo de la Vela conecta al turista a una realidad salubre de sentido vital de
tranquilidad.

Tomarse del chinchorro en la soledad nocturna mirando la inmensidad de


la mar y sentirse jugando con la palabra y la risa en la playa es de las
pocas vivencias humanas que no se borran cuando se ingresa a la
agitada ciudad.

Vegetación nativa, nubes y sol, ranchería y chinchorro, encuentro con


horizontes marinos donde los verdes son azules y los azules son poesía,
canto nocturno de las lentas olas que mueren sobre la playa. Redactar un
documento para hablar del encuentro con la Guajira, con el Cabo de la
Vela no es tarea fácil. Por lo tanto, sólo queda decirles a los queridos
lectores que lo mejor es vivirlo para contarlo, de tal manera, que compartir
con diversas culturas permite conocer las diferencias de los pueblos
autóctonos y despiertan la sensibilidad de admiración y respeto por dicha
cultura Wayúu.
ADENIS MOISÉS GAITÁN BOHÓRQUEZ

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