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ALGUNOS TERMINOS BASICOS RELACIONADOS CON LA

EPISTEMOLOGIA
agnosticismo empirismo fe positivismo realismo ingenuo teismo
ateismo epistemologia fideismo psicologia realismo critico teologia
ciencia escepticismo filosofia racionalismo relativismo
criticismo etica formal realismo sistema formal
existencialism realismo
dogmatismo logica sociologia
o cientifico
agnosticismo (del griego agnostos, de agnoein, no saber, ignorar) Término acuñado
por Thomas Henry Huxley (1825-1895), en 1869, para diferenciar su sistema de
ideas del de los metafísicos, en el seno de la Metaphysical Society, que mantenían
poder probar la existencia de Dios o sostenían la racionalidad de la fe. En general,
supone la afirmación de que no hay que creer en aquello para lo cual no existen
suficientes pruebas. En sentido estricto, suele entenderse como la afirmación de
que no es posible afirmar racionalmente la existencia de Dios ni su no existencia

ateismo (del griego theós, dios, y de la a privativa: sin dios). En el aspecto teórico,
es la negación de la existencia de Dios o de la posibilidad de conocer su existencia,
o hasta la afirmación de que «Dios» es un concepto carente de sentido. En su
aspecto práctico, coincide con la indiferencia religiosa de quien vive de forma que
no tiene en cuenta para nada el concepto de Dios. Ateo es, pues, quien sostiene,
en la teoría o en la práctica, que «Dios no existe».

Son teóricamente ateos todos aquellos sistemas filosóficos que se fundamentan


en el materialismo o en el monismo materialista, como por ejemplo, en la
antigüedad el atomismo, el epicureísmo, T. Campanella, en el Renacimiento, el
materialismo francés de la Ilustración, los hegelianos de izquierda, como
Feuerbach y Marx, el materialismo dialéctico; lo son también el existencialismo, por
lo menos en autores como Camus y Sartre, influidos por Nietzsche; el panteísmo
en general y el idealismo alemán en cuanto identifica el absoluto con la conciencia
humana (ver Atheismusstreit). En el ateísmo teórico, o filosófico, la negación
razonada de la existencia de Dios se considera totalmente coherente con las
afirmaciones básicas del propio sistema filosófico, o bien simplemente se considera
incompatible con el sistema la afirmación de la existencia de Dios, o hasta la misma
noción o concepto de Dios. En este sentido, son de notar los denominados ataques
globales al teísmo, que sostienen que no sólo es improbable la existencia de Dios,
sino que es imposible, por tratarse de un concepto incoherente o contradictorio.
Así, Kai Nielsen y M. Durrant, para quienes este concepto carece totalmente de
sentido al no poder nosotros señalar ningún referente de Dios; o A. Flew, quien
afirma que la noción de «ser perfecto», el ser que posee todas las perfecciones,
incluidas por tanto las contradictorias, es también contradictoria, o bien que la
noción cristiana de Dios creador y omnipotente es incompatible con la libertad
humana.

Sostienen, por otro lado, un ateísmo práctico, además del teórico, aquellos
sistemas filosóficos que propugnan una visión del mundo de la que se excluye
positivamente la idea de Dios: Nietzsche, que proclama una moral cuyo punto de
partida es que «Dios ha muerto»; el existencialismo del que Sartre afirma que es la
consecuencia coherente de la inexistencia de Dios, o el marxismo, para el que la
crítica a la religión es la condición previa de toda crítica. Se suele hablar también
de un ateísmo postulatorio, a saber, aquel que supone que la negación de la
existencia de Dios es una premisa o postulado del propio sistema; éste es el caso,

por ejemplo, del existencialismo de Sartre.


ciencia (del latín scientia, de scire, saber) Es la actividad humana productora de
conocimiento científico . Aquella actividad cultural humana que tiene como objetivo
la constitución y fundamentación de un cuerpo sistemático del saber (ver texto ).
Así definida, esta actividad podría confundirse con otras parecidas con un objetivo
parecido, como la filosofía, el arte, y hasta la misma religión. Pero la actividad
científica se distingue de otras similares por sus características específicas: el
conocimiento del que trata es un conocimiento racional, que se refiere al mundo
material o naturaleza, cuyas regularidades quiere explicar y predecir; obtenido
mediante un método experimental, del cual forman parte la observación, la
experimentación y las inferencias de los hechos observados; es sistemático porque
se organiza mediante hipótesis, leyes y teorías, y es un conocimiento objetivo y
público, porque busca ser reconocido por todos como verdadero o, por lo menos,
ser aceptado por consenso universal (ver texto ). Así entendido, el concepto de
ciencia debería aplicarse exclusivamente a las denominadas ciencias empíricas,
como la física o la zoología, excluyendo a las llamadas ciencias formales, como la
matemática y la lógica. Pero estas últimas son también ciencias en el pleno sentido
de la palabra porque, si bien no se refieren a hechos de la naturaleza, son también
un conocimiento universal, sistemático y metódico, proporcionan los instrumentos
de cálculo e inferencia, necesarios para el método y la sistematización de las
ciencias empíricas y, además, también mantienen alguna relación con la
naturaleza, de la cual constituyen modelos o formas para pensarla.

Históricamente, este tipo de conocimiento tuvo sus orígenes en Grecia, hacia el s.


VI a.C., en las colonias jonias de Asia Menor, primero en forma de conocimientos
de matemáticas y astronomía, y luego en forma de cosmologías nuevas que
sustituyeron -en sus métodos, pero no en sus objetivos- a las viejas cosmogonías,
tanto griegas y egipcias como babilónicas y hebreas. A este primer nacimiento se
añadió, en el s. XVII, también en occidente y en la cuenca del Mediterráneo, el
segundo y definitivo surgimiento de la ciencia, gracias a la renovación del modelo
astronómico del mundo por obra de Nicolás Copérnico y, luego, a la aplicación del
método matemático a los fenómenos físicos de la naturaleza, obra de Galileo.
Estos autores y quienes siguieron apoyándose en su modelo de investigar dieron
origen a lo que se denominó entonces «ciencia nueva» y posteriormente «ciencia
moderna», la cual, con la síntesis posterior de la mecánica clásica de Newton, que
supuso su culminación, se constituyó en modelo de conocimiento científico, o de
ciencia, para toda la civilización posterior. Cuatro son los períodos que suelen
destacarse como característicos de la aparición y constitución histórica de la
ciencia: 1) El paso de las primitivas cosmogonías (babilónicas, egipcias, hebreas y
griegas) a las nuevas cosmologías, iniciadas por el pensamiento racional de los
jonios del Asia Menor, hecho que supone el surgimiento de la filosofía en el s. VI
a.C.; 2) la aparición de la tradición geocéntrica y geoestática por obra de Platón y
Aristóteles y, sobre todo, de la astronomía y la física aristotélicas; 3) la crisis y
crítica (según algunos, gradual a partir de la Edad Media) de las ideas aristotélicas,
en la denominada revolución científica, a comienzos de la era moderna, con el
establecimiento del paradigma de la mecánica de Newton; 4) las modificaciones de
este mismo paradigma, y por lo mismo, de la mecánica clásica y del modelo clásico
de ciencia, por obra de la teoría de la relatividad especial de Einstein, en
cosmología, y la nueva física cuántica, en lo relativo a la constitución de la materia.

Las características básicas de que goza la ciencia son las mismas que se
atribuyen al conocimiento científico, ya que, en definitiva, son una sola y misma
cosa (uno es el resultado de la actividad y la otra es la actividad humana que lo
produce), y sólo a ellos se aplica la noción de episteme, tal como se denominaba al
verdadero saber entre los griegos, por oposición a la mera opinión, que se
consideraba conocimiento impropio o saber infundado.

Pero debe reducirse a su justa medida el valor de verdad de la ciencia. Y, así, la


filosofía de la ciencia resalta el aspecto de provisionalidad del conocimiento
científico e insiste en que la ciencia es sobre todo aquella actividad racional que
consiste en proponer teorías provisionales, a modo de conjeturas audaces, a partir
de los problemas que surgen de nuestra adaptación al medio, para someterlas a la
prueba del experimento, contrastándolas con los hechos, a fin de descubrir su
posible falsedad. De aquí que lo que caracteriza al desarrollo de la ciencia no sea
precisamente la acumulación de conocimientos, sino la «indagación de la verdad

persistente y temerariamente crítica»


criticismo El término, además de referirse genéricamente a la actividad constante
de la crítica, como propia de la filosofía, y a diversas actitudes específicamente
críticas de algunos sistemas filosóficos, se refiere de un modo peculiar a la filosofía
crítica de Kant. Kant habla del criticismo de la razón pura para referirse a una etapa
de la filosofía, en la que, frente al dogmatismo y escepticismo, ya no queda sino
seguir la vía de la filosofía trascendental.

dogmatismo En el ámbito de la religión, proposición de la verdad de una doctrina


por razones externas a la misma; por la autoridad, por ejemplo. En un terreno
epistemológico, y ya con connotación peyorativa, la postura que implica mantener
la verdad de un enunciado sin demasiadas razones que lo justifiquen o, en un
sentido más amplio y directamente opuesto a escepticismo, la convicción de que
son muchos los enunciados cuya verdad podemos saber. Para Kant, es la
pretensión de avanzar en el conocimiento filosófico sin haber sometido a crítica los
principios del pensar. Sus opuestos son, por tanto, el criticismo y el escepticismo.

empirismo (del griego empeiría, experiencia, empeiros, experimentado; referido


especialmente a las prácticas médicas que no se apoyaban en teorías, sentido en
que todavía se usa en la Enciclopedia francesa) La doctrina filosófica que sostiene
que las ideas y el conocimiento en general provienen de la experiencia, tanto en
sentido psicológico (o temporal: el conocimiento nace con la experiencia) como en
sentido epistemológico(o lógico: el conocimiento se justifica por la experiencia). A
Kant se debe su uso en filosofía en el sentido actual: llama a Aristóteles «principal
representante de los empiristas» y, a Locke, uno de sus seguidores actuales al
referirse a la teoría que deriva de la experiencia los conocimientos que posee la
razón.

A Aristóteles se debe la primera línea de pensamiento que vincula de


manera sistemática el conocer a la experiencia sensible, pero el empirismo, como
doctrina filosófica sistemática, se supone característica de la filosofía inglesa;
indicios de este tipo de pensamiento se ven incluso en la actitud teórica de algunos
escolásticos, como Roger Bacon y Guillermo de Oc-cam, si bien los verdaderos
precursores del empirismo teórico son, en realidad, Francis Bacon (1561-1626) y
Hobbes (1588-1679); el primero destaca la necesidad de recurrir a la inducción y a
la observación para hacer ciencia y el supuesto del segundo -racionalista en
algunos de sus planteamientos- de que «todo es cuerpo» no permite comenzar y
justificar el conocimiento si no es a partir de la sensación. Quienes dan forma
sistemática al empirismo son, sin embargo, Locke (1632-1704), Berkeley (1685-
1753) y Hume (1711-1776). A ellos se debe la versión clásica del empirismo, cuyos
puntos fundamentales son: 1) la afirmación de que no existen ideas innatas y 2)
que el conocimiento procede de la sensación, o experiencia interna o externa; de
este modo afirma tanto la prioridad temporal del conocimiento sensible (el
conocimiento empieza con la experiencia) como su prioridad epistemológica o
lógica (el conocimiento requiere de la experiencia como justificación).Los textos
más fundamentales del empirismo clásico pertenecen a J. Locke, en especial a su
obra Ensayo del entendimiento humano (1690) (ver texto 1 y texto 2 ).

El libro I de esta obra es una crítica cerrada a la doctrina de las ideas innatas, tal
como las entendían los cartesianos; no hay ideas innatas ni principios teóricos o
morales. El entendimiento, antes de toda experiencia, no es más que una tabula
rasa. El libro II trata del origen de las ideas a partir de la experiencia sensible,
interna o externa; nacidas las ideas simples de la sensación o de la reflexión, el
entendimiento puede a partir de ellas componer ideas complejas. En una de estas
ideas complejas, la sustancia, pueden distinguirse cualidades primarias (objetivas)
y cualidades secundarias (subjetivas).El libro III estudia el lenguaje y el IV el
conocimiento (si bien de un modo que no está en plena consonancia con el libro
I).La influencia de esta obra en los ilustrados franceses fue enorme; éstos vieron en
Locke la superación del racionalismo que dominaba en el continente europeo
desde Descartes a Leibniz, y fundaron en ella su modelo de razón empírica. Leibniz
criticó el empirismo de Locke en su obra Nuevos ensayos sobre el entendimiento
humano (1703-1704).Las ideas simples de Locke se agrupan en cuatro clases:1)
las que provienen de un solo sentido; «amarillo», por ejemplo.2) las que provienen
de varios sentidos; la «forma», por ejemplo.3) las que provienen de la reflexión
interna, por pensar sobre ideas simples de los sentidos; el «pensamiento» y la
«voluntad», por ejemplo.4) las que proceden, de forma combinada, de la sensación
y la reflexión a un mismo tiempo a manera de síntesis; la percepción de la
«existencia» de un objeto externo, por ejemplo, o el «dolor».La mente,
combinando, relacionando y abstrayendo, puede formar ideas complejas -«la
belleza, la gratitud, un hombre, un ejército, el universo»-, relaciones y
abstracciones. Las ideas complejas se dividen en modos, sustancias y relaciones.
Una sustancia es una idea compleja con la que concebimos un ser particular; la
idea de «hombre», por ejemplo.Un modo es la idea compleja con la que pensamos,
por abstracción, conjuntos de ideas simples -referibles a diversas sustancias- que
no subsisten como un ser particular; la «danza», por ejemplo, o la «belleza».Una
relación es una idea compleja que surge de la comparación de ideas; Caio, por
ejemplo, pensado como hombre no dice más relación que a sí mismo, pero
pensado como «marido», o como «padre» entra en relación con otra idea.La
distinción entre cualidades primarias y secundarias, divulgada por Locke, pero
utilizada ya por Descartes, divide las cualidades de las cosas sensibles entre las
que son objetivas y, por tanto, cualidades sustanciales de los cuerpos (extensión,
figura, número, movimiento y solidez), y las que son subjetivas, que sólo
indirectamente podemos atribuir a la sustancia porque las producen en nosotros las
cualidades primarias (color, sabor, sonido, temperatura, etc.). Cualidades primarias
y secundarias son ideas con las que pensamos los cuerpos.El punto de partida de
Berkeley es la crítica a la distinción, hecha por Locke, entre cualidades primarias y
secundarias; la conciencia no hace distinción entre primarias y secundarias: toda
idea es un fenómeno (subjetivo) de la conciencia y todo cuanto sabemos de las
cosas es sólo lo que percibimos (subjetivamente). Por ello «ser es ser percibido» o
«percibir».Hume, a su vez, admite la crítica de Berkeley y asume como punto de
partida que las ideas son fenómenos de la conciencia, pero critica no sólo la idea
de sustancia externa, sino también la de sustancia interna, o yo. De ahí procede su
escepticismo, por cuanto lo que pensamos supera con creces lo percibido, pero
sólo hay certeza de lo percibido, y su fenomenismo.En tiempos de Hume, el
modelo científico newtoniano es una ciencia empírica con pleno derecho; el
empirismo de Hume dirige su atención, no sólo hacia la manera y el fundamento de
nuestro conocer, sino también hacia una ciencia empírica del hombre: el Tratado
de la naturaleza humana (1739) no confiesa otro objetivo que el de lograr en el
mundo de la moral lo que Newton ha logrado en el mundo de la física. Las
investigaciones de Hume se centran, no sólo en el estudio del entendimiento (Libro
I del Tratado de la naturaleza humana, e Investigación sobre el entendimiento
huma-no ), sino también en el de las pasiones (Libro II del Tratado) y la moral
(Libro III del Tratado e Investigación sobre los principios de la moral).La innovación
fundamental de Hume en la teoría del conocimiento es su distinción entre
impresiones e ideas, la relación que existe entre unas y otras y la posibilidad de
que las ideas se asocien entre sí. Una impresión es una percepción que, por ser
inmediata y actual, es viva e intensa, mientras que una idea es una copia de una
impresión, y por lo mismo no es más que una percepción menos viva e intensa,
que consiste en la reflexión de la mente sobre una impresión; tal reflexión se hace
por la memoria o la imaginación. Pero, además, las ideas se relacionan entre sí por
una especie de atracción mutua necesaria entre ellas: por semejanza, por
contigüidad y por causalidad. Igual como en el universo de Newton la atracción
explica el movimiento de las partículas, en el sistema filosófico de Hume las ideas
simples se relacionan -se asocian- entre sí por una triple ley que las une. En el
conocimiento de lo que él denomina cuestiones de hecho, la relación de causalidad
ejerce una función fundamental: síntesis de las dos leyes anteriores, semejanza y
contiguïdad, es ambas cosas a la vez (ha de haber semejanza entre causa y
efecto, y es necesaria una contigüidad en el espacio y el tiempo entre causa y
efecto) más la costumbre, o hábito, de generalizar en forma de ley, o enunciado
universal, las sucesiones de fenómenos que suceden regularmente en el tiempo.La
exigencia básica de que a toda idea ha de corresponderle una impresión para que
tenga sentido, o para que a la palabra le corresponda una idea con un contenido
verdadero, se constituye en el instrumento ineludible de la crítica que instituye a
todos los conceptos fundamentales de la filosofía tradicional: causalidad, sustancia,
alma, Dios y libertad. ¿A qué impresión -se pregunta- corresponde cada una de
estas ideas?La crítica que instaura el empirismo clásico acaba en el fenomenismo
y el escepticismo. Frente a la dogmática seguridad que exige y pretende haber
hallado el racionalismo, el empirismo oferta la razonabilidad del conocimiento
probable y de los límites del conocimiento. El valor histórico del empirismo está en
su crítica; pero no en la empresa no lograda de fundar suficientemente el
conocimiento científico. Ofrece una alternativa, pero no una síntesis y, por lo
mismo, no una superación del racionalismo y el dogmatismo.Asociacionismo de
ideas y perspectiva fenomenista son los dos ejes sobre los que han girado los
sucesivos sistemas empiristas posteriores, en J.S. Mill, H. Spencer, F. Brentano, E.
Mach y otros, pero también son empiristas otros sistemas filosóficos que deben sus
presupuestos más bien al positivismo del s. XIX, como son los de Duhem, James,
Peirce, Dewey o Russell.El empirismo por excelencia de la edad contemporánea
recibe el nombre de empirismo lógico o neopositivismo. Sus dos principios
empiristas fundamentales son: el problema de la verificabilidad, con sus diversas
soluciones más o menos radicales, y el reduccionismo de los conceptos no lógicos
o no matemáticos de las teorías a enunciados observacionales o a conceptos, en
última instancia, reducibles a ellos. Los escritos de Karl R. Popper representan una
crítica dirigida al neopositivismo en general desde un punto de vista empirista
crítico, que su autor llamó racionalismo crítico. Su principio de falsabilidad se opone
diametralmente al inductivismo que supone el principio de verificación.La nueva
filosofía de la ciencia, esto es, aquella que se opone a la concepción estándar de la
ciencia, insiste sobre cuestiones que parecen minar los puntos fundamentales en
que se sostiene el empirismo: la importancia de la teoría en la misma observación
(observaciones «cargadas de teoría») y la crítica dirigida hacia la excesiva
distinción ente lo teórico y lo observacional. W.V.O. Quine, que ha puesto en
evidencia los dos denominados «dogmas del empirismo», a saber, el
reduccionismo y la distinción entre analítico y sintético, también ha destacado que
sólo «lo sensorial» es suficiente fundamento para la ciencia o para el significado de
las palabras.

epistemologia (del griego epistéme, conocimiento o ciencia, y, logos, teoría o


estudio) Etimológicamente significa «estudio del conocimiento», o «estudio de la
ciencia», y puede entenderse como la rama de la filosofía que estudia los
problemas del conocimiento. Este término, que empieza a generalizarse a finales
del s. XIX, sustituyendo al más antiguo de teoría del conocimiento y, luego, al de
gnoseología, presenta cierta ambigüedad, por lo que no siempre se usa con
idéntico sentido. Cuando se le atribuye un significado tradicional y clásico, se
refiere al estudio crítico de las condiciones de posibilidad del conocimiento en
general, ocupándose de responder a preguntas como: ¿Qué podemos conocer?, o
¿cómo sabemos que lo que creemos acerca del mundo es verdadero? En este
caso, su objeto de estudio coincide con el de la teoría del conocimiento (ver texto ).
Pero asimismo -más bien recientemente- se le atribuye la función de ocuparse de
la ciencia y del conocimiento científico, como objeto propio de estudio, por lo que
se identifica con lo que, sobre todo en países de influencia anglosajona, se llama
más adecuadamente «filosofía de la ciencia» (inicialmente entendida como
«metodología de la ciencia» o «lógica de la ciencia»; ver cita). La tradición francesa
tiende a diferenciar entre una reflexión genérica sobre la ciencia (filosofía de la
ciencia) y el estudio histórico y crítico de las ciencias, sus principios, sus métodos y
sus resultados (epistemología). Mario Bunge, epistemólogo argentino que reside en
el Canadá, usa indiferentemente «epistemología» o «filosofía de la ciencia» y, en la
práctica, éste es, entre nosotros, el uso común.

escepticismo (del griego skeptomai, investigar atentamente, o simplemente de


skeptesthai, investigar) Concepción en teoría del conocimiento que sostiene, en
principio, que la mente humana no es capaz de justificar afirmaciones verdaderas.
Un escepticismo extremo o absoluto sostendría que no existe ningún enunciado
objetivamente verdadero para la mente humana, o la imposibilidad total de justificar
afirmaciones verdaderas; de este escepticismo se suele decir que se refuta a sí
mismo o que es imposible, puesto que se niega en su propia afirmación. El
escepticismo moderado o relativo sostiene que son pocos los enunciados
objetivamente verdaderos, o bien establece dudas razonadas sobre la capacidad
de la mente humana de poder conocer las cosas y, por lo mismo, la somete a
examen. Este relativismo propugna una actitud crítica ante el dogmatismo.
Históricamente, las afirmaciones de escepticismo moderado aparecen tanto en
épocas de decadencia cultural o cansancio intelectual, como de renovación e
Ilustración, y la historia misma de la filosofía occidental alterna épocas de
escepticismo y dogmatismo. La duda metódica y el espíritu crítico o el rigor
científico son manifestaciones prácticas de un escepticismo moderado

Históricamente, una corriente de la filosofía helenística, el pirronismo, o escuela


escéptica que nace con Pirrón de Elis (360-272) y su discípulo Timón de Fliunte
(325/320-235/230), para quienes ni los sentidos ni la razón pueden suministrarnos
un conocimiento verdadero, por lo que lo más sabio, si queremos llegar a la
ataraxia, es permanecer indiferentes a todo absteniéndonos de hacer juicios; los
estoicos llamaron a esta suspensión de juicios epokhé. Con Arcesilao (315-ca.
240), considerado el fundador de la Academia nueva, entra el escepticismo en la
Academia platónica; criticó la teoría del conocimiento de los estoicos, y excluyó del
escepticismo el razonamiento moral: pese a desconocer dónde está la verdad, el
sabio es capaz de actuar moralmente. Carneades (219-128), uno de sus
sucesores, desarrolló una teoría del conocimiento probable (píthanon, «lo digno de
crédito»): su escepticismo está basado en la distinción que establece entre lo
objetivamente verdadero, desconocido para el hombre, y lo subjetivamente
verdadero. A partir del s. II a.C., el escepticismo tiende a convertirse en
eclecticismo, pensamiento que invade tanto la Academia platónica como las
restantes escuelas helenísticas, si bien en menor medida. Enesidemo de Cnossos
(hacia al año 50 a.C.) renueva el pirronismo antiguo y estudia sus «tropos», o lista
de contraposiciones que fundamentan el escepticismo de la vida (Razonamientos
pirrónicos). Hacia el s. II d.C. el escepticismo se funde con el empirismo médico. En
esta corriente destaca Sexto Empírico (Alejandría, hacia la segunda mitad del s. II
d.C.), el autor más importante para el conocimiento del escepticismo antiguo, que
lo entiende (Supuestos del escepticismo pirrónico) como el arte de enfrentar todas
las contradicciones de las cosas y el pensamiento; el escéptico logra la ataraxia, o
tranquilidad interior, renunciando a decidir sobre opiniones contradictorias (ver texto
).En general, la dificultad de resolver la cuestión epistemológica de la verdad y la
falsedad se combinó, en el escepticismo antiguo, con la adopción de certezas de
tipo práctico, que se fundamentaban en criterios éticos, estéticos, de utilidad, etc.
En cambio, en el escepticismo renacentista se acentúa sobre todo el aspecto
racional del problema, dejando de lado la actitud más vital que representaba el
escepticismo griego. Montaigne (1533-1592), Charron (1541-1603) y Francisco
Sánchez (1562-1632) son los escépticos destacados de esta época.

David Hume (1711-1776) integra el escepticismo en la misma actividad


filosófica. Distingue (Investigación sobre el entendimiento humano, sec. XII) entre
escepticismo «antecedente» y escepticismo «consecuente». El primero es
«anterior a todo estudio y filosofía», y un ejemplo podría ser la duda metódica
cartesiana, que plantea la búsqueda de un primer principio de certeza infalible; el
segundo es «posterior a la ciencia y a la investigación». Mantener un escepticismo
antecedente en forma exagerada -pirrónica- equivale a negar cualquier posibilidad
de llegar a la certeza. El escepticismo consecuente es el que hay que adoptar
después de haber sometido a examen nuestras posibilidades cognoscitivas. Este
escepticismo pone de manifiesto la imposibilidad de conciliar lo que creemos por
sentido común y lo que sostenemos tras un examen filosófico de muchas
cuestiones: por sentido común creemos que lo que vemos es lo que existe, pero la
razón filosófica rechaza identificar nuestras representaciones con los objetos que
representan; por otro lado, no disponemos de buenos argumentos para demostrar
que nuestras percepciones o representaciones correspondan a los objetos reales.
Al hombre razonable le es necesario un escepticismo mitigado o «académico», que
es el resultado de combinar un severo examen crítico de nuestras capacidades
cognoscitivas con el sentido común y la reflexión. Y así, hay que recordar que
todos nuestros conocimientos se reducen a la relación de ideas, o lo que puede
saberse por demostración, y a cuestiones de hecho, que fundamos en la relación
de causa y efecto (ver texto ). Este escepticismo «académico» de Hume ha pasado
a ser una de las posturas fundamentales de la filosofía neopositivista del s. XX,
pero es también una característica de todos aquellos filósofos que, desde Kant, han
tendido a someter a examen a la razón humana. Nietzsche llamó a los escépticos

«los únicos filósofos honorables» (Ecce Homo).


ética Rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral. Si por moral hay que
entender el conjunto de normas o costumbres (mores) que rigen la conducta de
una persona para que pueda considerarse buena, la ética es la reflexión racional
sobre qué se entiende por conducta buena y en qué se fundamentan los
denominados juicios morales. Las morales, puesto que forman parte de la vida
humana concreta y tienen su fundamento en las costumbres, son muchas y
variadas (la cristiana, la musulmana, la moral de los indios hopi, etc.) y se aceptan
tal como son, mientras que la ética, que se apoya en un análisis racional de la
conducta moral, tiende a cierta universalidad de conceptos y principios y, aunque
admita diversidad de sistemas éticos, o maneras concretas de reflexionar sobre la
moral, exige su fundamentación y admite su crítica, igual como han de
fundamentarse y pueden criticarse las opiniones. En resumen, la ética es a la moral
lo que la teoría es a la práctica; la moral es un tipo de conducta, la ética es una
reflexión filosófica

Tanto la moral como la ética, términos que en la práctica suelen identificarse,


tienen una función práctica: se refieren, aunque no exclusivamente, a situaciones
conflictivas de la vida de las personas. Desde el punto de vista de la moral, hay que
tomar una decisión práctica; desde el punto de vista de la ética, ha de formarse la
conciencia en el hábito de saber decidir moralmente. En ambos casos, se trata de
una tarea de fundamentación moral.

Esta fundamentación puede entenderse de dos maneras: como metaética o como


ética normativa. La primera busca entender cuál es la naturaleza de la ética en el
plano del análisis de los conceptos, y trata de cuestiones como «¿qué se entiende
por moral?», «¿qué es bueno?», etc. (ver ejemplo), mientras que la segunda se
ocupa de la justificación de las normas, criterios y valores morales y de la
fundamentación de los juicios morales, y trata de enunciados como «es preferible
sufrir la injusticia que cometerla», «obra sólo según aquella máxima que puedas
querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal». Hay diversas clases
de metaética, así como hay diversos tipos de éticas normativas, normalmente
llamados sistemas éticos o morales, y, por supuesto, la metaética y la ética
normativa no se excluyen mutuamente, sino que aquélla es la antesala de ésta.

Como que la ética se interpreta como la parte de la filosofía que estudia la


conducta humana en cuanto la llamamos buena, la primera cuestión metaética es
definir qué se entiende por acto moralmente bueno. Las teorías metaéticas que
intentan responder a esta cuestión se dividen en teorías no cognitivas, si afirman
que no es posible demostrar la bondad moral por medios racionales, y teorías
cognitivas, si afirman que esto es posible. Las teorías no cognitivas se dividen, a su
vez, en emotivismo y prescriptivismo, y las cognitivas en intuicionismo y
descriptivismo.

G. E. Moore es un buen ejemplo de lo que representa una teoría metaética. En


Principia Ethica (1903), sostiene que el concepto de bueno, problema central de la
ética, es indefinible, y que saber qué es bueno sólo es posible mediante una
intuición. Pretender analizarlo, descomponiéndolo en propiedades o características,
es confundirlo con un objeto de la naturaleza y cometer la falacia naturalista (ver
texto ). Es la postura del intuicionismo ético que, contra el naturalismo ético afirma
que las verdades morales -por lo menos algunas- son conocidas por intuición y que
por intuición sabemos que un acto humano es un acto moral.

El intuicionismo es rechazado por la teoría emotivista. Para Alfred J. Ayer, el más


radical de los emotivistas, sostener que algo es bueno, o afirmar un enunciado
moral, carece de todo valor cognoscitivo y descriptivo, porque un enunciado de
este género no puede ser ni verdadero ni falso, dado que se trata de
pseudoenunciados y con ellos sólo se expresan los gustos morales personales y
hasta el intento de dar una orden (ver texto ). El filósofo americano, Charles L.
Stevenson (1908-1978), desarrolla, en Ética y lenguaje (1945), partiendo de las
ideas sobre el significado de C.K. Odgen e I.A. Richards (1923), la teoría sólo
afirmada por Ayer. En los enunciados éticos puede distinguirse un contenido
descriptivo y un contenido imperativo indefinido; éste es el propiamente moral. Así,
en «esto es bueno», hay una descripción y la sugerencia a que otro mantenga la
misma actitud que uno tiene a su respecto («yo lo apruebo y tú deberías también
aprobarlo«). A diferencia de Ayer, sostiene que el método científico o empírico de
verificación no es el adecuado para la ética.

El prescriptivismo es otra de las metateorías no cognitivas sobre la ética, según la


cual los enunciados éticos expresan prescripciones o mandatos, pero de tal índole
que en el fondo permiten adoptar criterios de discusión sobre las argumentaciones
morales (con lo que, en este aspecto, esta teoría sobre «qué es bueno o moral»
deja de ser meramente no cognitiva). Su principal representante es Richard M.
Hare. Su punto de vista es que lo moral es aquello que se presenta como un
«mandato universalizable», esto es, un enunciado ético es un juicio prescriptivo,
que puede ser un imperativo, una norma o un juicio de valor, o valoración. Un
imperativo se impone a una persona, porque ésta admite normas, y éstas debe
admitirlas porque participa de la común aceptación de unos valores en los que
socialmente se halla inmerso. «No matarás» es un imperativo; si se pregunta «¿por
qué?», se responde que «hay que respetar la vida de los demás (a menos que
ponga en peligro la propia)», norma ética, a la que, si se pregunta «¿por qué hay
que respetar la vida de los demás?», puede responderse: porque la vida humana
se considera un valor supremo. Al decir «no matarás», se expresa también la
adhesión personal a un principio que expresa un valor universal y, por lo mismo,
quien hace un juicio moral que prohíbe o prescribe una acción determinada, afirma
también que la prescribe y prohíbe para cualquier ocasión, persona o situación.

El prescriptivismo ha sido criticado desde el descriptivismo, teoría metaética cuyos


principales representantes son G.J. Warnock, Philippa Foot y Peter Geach.
Warnock sostiene que lo moral no se identifica forzosamente ni con lo prescriptivo
ni con lo universal, sino que es simplemente lo regulado con normas por ser algo
que se considera vitalmente importante, o fuente de conflictos internos o causa de
conflictos externos, mientras que Ph. Foot y P. Geach presentan contraejemplos a
la tesis prescriptivista según la cual, para que un enunciado sea moral, ha de ser
obligadamente prescriptivo o valorativo. Según Ph. Foot, hay palabras valorativas,
como «grosero» y «valiente» que se aplican con criterios fácticos, y, según P.
Geach, los criterios por los que algo se llama «bueno» dependen de cualidades
naturales, equiparando enunciados como «un buen reloj» y «un buen hombre».

La ética normativa, por su parte, es un conjunto de concepciones diversas que se


articulan en torno a principios y métodos en que se funda la vida moral. Se
distinguen básicamente en éticas teleológicas y éticas deontológicas. Las primeras,
también llamadas éticas consecuencialistas, se estructuran en torno a fines o en
torno a la consideración de las consecuencias de las acciones; las segundas, en
torno a la consideración del principio del deber. Ejemplo claro de ética deontológica
es la moral formal de Kant; de ética teleológica lo es el eudemonismo de
Aristóteles.

La ética griega de orientación teleológica comienza con Sócrates, fundador de la


investigación ética por medio del diálogo y la búsqueda de definiciones y quien, con
su «arte de partear» saca a la luz los conceptos fundamentales de la ética, pero
alcanza su punto álgido con la ética de Aristóteles. La felicidad, eudaimonía, es el
fin de la vida, y no puede consistir más que en una actividad del alma, por lo que la
felicidad perfecta ha de consistir en la actividad «más excelente»: la vida de la
mente (ver texto y ver cita). De ahí que la ética griega -la de Sócrates, Platón y
Aristóteles, fundamentalmente- sea una moral de virtudes (éticas y dianoéticas).

La ética kantiana es el modelo de las teorías deontológicas. Se estructura en torno


al principio de actuar conforme al deber, que la conciencia humana -la razón
práctica- se impone a sí misma mediante el imperativo categórico: «obra sólo
según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en
ley universal». Kant sostiene que ésta es la única ética racional digna del ser
humano, que no prescribe nada concreto, nada material por tanto, y que sólo
impone un motivo formal a la voluntad, válido para todo hombre y para cualquier
ocasión (universal y necesario): no hay intereses ni egoísmos, sino sólo la buena
voluntad de actuar de acuerdo con el deber (ver texto ). A esta ética llama Kant
«formal» y «autónoma», mientras que considera que las restantes son
«materiales» y «heterónomas», por cuanto en ellas la voluntad humana se
determina a obrar por motivos prácticos. La ética kantiana dignifica la voluntad y la
persona humana, pero históricamente se la considera rigorista, vacía de los valores
por los que actúan las personas y no apta para fundar un comportamiento moral
que tenga en cuenta seres no humanos.

El utilitarismo, oponiéndose al carácter formal y rigorista de la ética kantiana, se


sistematiza en torno a la finalidad de las acciones humanas y la valoración de sus
consecuencias. Es, por tanto, una ética finalista o consecuencialista. La finalidad la
define como utilidad, y ésta, como «el mayor bien para el mayor número posible de
personas», para lo que es necesario, mediante el cálculo utilitarista valorar la
cantidad de placer y de dolor, de felicidad e infelicidad, de satisfacción e
insatisfacción. El único criterio racional de que disponemos para apreciar la
moralidad de un acto es la consideración de las consecuencias que se derivan de
él para la felicidad humana.

En la primera maximización del bien, según Bentham, se considera sólo la


cantidad del bienestar como criterio de moralidad. Con J. Stuart Mill se introduce la
distinción entre cantidad y cualidad de bienestar y se afirma que sólo el individuo es
plenamente responsable de los criterios que utiliza. Finalmente, ya en pleno siglo
XX, con el llamado «utilitarismo de las preferencias», se introducen en la
consideración del cálculo del bienestar las preferencias de todos los implicados en
la decisión.

En épocas recientes, la teoría de la justicia propuesta por J. Rawls, que se inspira


abiertamente en Kant y en las doctrinas contractualistas, esto es, aquellas que
proponen que los principios éticos son de libre convención, y que pretende superar
los inconvenientes del utilitarismo, aunque se refiera directamente a la
fundamentación de la sociedad, puede aplicarse también a la ética. Para decidir en
situaciones conflictivas sobre cuestiones de libertad, igualdad de oportunidades,
renta, riqueza, etc., puede recurrirse al principio que denomina del maximin:

maximizar las exigencias de los individuos socialmente más débiles


existencialismo Conjunto de tendencias filosóficas modernas, que, pese a sus
divergencias, coinciden en entender por existencia, no la mera actualidad de unas
cosas o el simple hecho de existir, sino aquello que constituye la esencia misma del
hombre. El hombre, en esta perspectiva, no es la especie humana o una noción
general, sino el individuo humano considerado en su absoluta singularidad.

Los comienzos del existencialismo moderno –prescindiendo de referencias


a la singularidad del individuo o de la existencia humana individual en autores
como, por ejemplo, Agustín de Hipona, Pascal, Kierkegaard, quizás el único
antecedente propiamente existencialista, Dostoievski, Nietzsche, Miguel de
Unamuno- se sitúan, a comienzos del s. XX, en el período entre las dos guerras
mundiales, pero su momento de mayor influencia se sitúa hacia los años cincuenta.
Sus autores fundamentales son: Gabriel Marcel, Karl Jaspers, Martin Heidegger y
Jean-Paul Sartre; a éstos acompañan sus discípulos: Simone de Beauvoir, Maurice
Merleau-Ponty, Karl Löwith, Hans G. Gadamer, Hannah Arendt, y otros, y aquellos
además que, aunque pertenecientes a otros campos de investigación, han sentido
la influencia de las ideas existencialistas, como Albert Camus, en literatura, L.
Binswanger, en psicología, O. Bollnow, en pedagogía, R. Bultmann, P. Tillich, R.
Guardini y K. Rahner, en teología, y E. Mounier en una filosofía cristiana, llamada
personalismo.

La mayoría de autores se remiten a Søren Kierkegaard (1813-1855), como punto


de referencia inicial. Señala éste el momento de la rebelión contra el idealismo de
Hegel y su espíritu de sistema, frente al cual esgrime el valor del pensamiento
subjetivo y del «singular». No son puntos de referencia existencialista menores su
sentido de la angustia y de la soledad humanas.Al hombre singular, al modo de
existir el individuo, llama el existencialismo sin más «existencia». Analizar esta
existencia es labor de la filosofía existencialista o de la existencia. El hombre
-Dasein, «ser ahí», Existenz, «ser para sí» (ver dibujo)- es el único que
propiamente existe, o el único cuya esencia consiste en preguntarse por su
existencia. No es ésta algo dado y acabado, sino sólo proyecto, o posibilidad que
se cumple a lo largo del tiempo, no sin la angustia que proviene del desamparo en
el que se siente el hombre para lograr hacerlo; la temporalidad y la historicidad son
esa misma existencia.

La concepción de la esencia del hombre como existencia individual se


complementa bien con la idea de subjetividad: el hombre, conciencia que se hace a
sí misma en total libertad. Y esto explica también el enlace y la referencia con la
fenomenología de Husserl. El existencialismo, el de Heidegger y el de Sartre por lo
menos, deja claro que no hay más ontología que la fenomenología (ver texto ).
Significa esto que a la filosofía de la existencia le interesa el fenómeno, no el ser o
las cosas en sí, puesto que aquel que se pregunta por el ser -en palabras de
Heidegger, aquel a quien «en su ser le va este su ser»- se sitúa en el terreno, no
de lo real, sino de lo posible, del descubrimiento continuado, de la interpretación.
En esto es tributario el existencialismo de la fenomenología: toma de ella sus
métodos de análisis aplicados a la existencia humana.

Existen, por otra parte, diferencias fundamentales entre las distintas corrientes de
existencialismo. Unas se refieren ya a la manera misma de entender la existencia,
distinta para cada uno de los autores; otras permiten hablar, quizás
superficialmente, de un existencialismo ateo y un existencialismo cristiano: Marcel
es teísta, como lo es Kierkegaard; Jaspers, sin serlo, habla de una trascendencia;
Sartre sostiene que el existencialismo representa un ateísmo consecuente;
Heidegger, aparentemente ateo, no excluye en su sistema, sobre todo en sus
últimas obras, oscuras y enigmáticas alusiones a Dios. Las obras fundamentales
del existencialismo son El ser y el tiempo (1927), de Heidegger, y El ser y la nada
(1943), de Sartre. Sartre escribe esta obra durante el paréntesis en que se halla la
filosofía alemana por causa de la guerra, y este existencialismo francés, con la
rama cristiana representada por G. Marcel y M. Mounier, muy influido por lo demás
por Heidegger y Jaspers, es el que logra ser predominante y extenderse a otros
ámbitos culturales, ya no expresamente filosóficos, como son la literatura y el cine.
A ello han contribuido determinados elementos conceptuales del existencialismo,
particularmente chocantes, procedentes de la situación histórica en que se
desarrolla, el período de entre guerras, y el periodo en que se propaga, la

posguerra: la angustia, el fracaso, el absurdo, la muerte o la culpa .


fe (del latín fides, fe, confianza; en griego B\FJ4H, pístis) En general, creencia en la
verdad de determinados enunciados, sin pruebas suficientes que la conviertan en
una creencia racional o en saber. Se cree por motivos de confianza o sumisión a
alguien a quien se concede autoridad, por sentimiento, por alguna clase de
intuición, esto es, por razones que no alcanzan el nivel de conocimiento
intersubjetivo.

Normalmente, el término se aplica al contexto religioso y sobrenatural cristiano,


donde fe supone adhesión de la persona a la revelación divina.

Karl Jaspers habla de la «fe filosófica» (ver referencia), expresión con la que,
aparte del misticismo propio de su existencialismo creyente, parece indicar la
confianza que el filósofo, igual que todo hombre de ciencia, ha de depositar

inicialmente en la razón y en la posibilidad del conocimiento.


fideismo En general, es la afirmación de la insuficiencia de la razón para
fundamentar cualquier creencia, religiosa, moral o científica. En este sentido
amplio, pueden considerarse posturas fideístas las mantenidas por todos aquellos
que sostienen que la fe religiosa carece de todo fundamento racional, como por
ejemplo S. Kierkegaard, y aquellos que afirman que los presupuestos
fundamentales de la ciencia no son demostrables y se aceptan por fe, por ejemplo,
B. Russell. En un sentido histórico, mucho más estricto, fideísmo es la
manifestación de irracionalismo aparecida en Francia, en el s. XIX, junto con el
tradicionalismo, y sostenida entre otros por L.G. de Bonald, L. Bautain (La filosofía
del cristianismo, 1835) A. Bonnetty y Robert de Lamennais, pero también por
Heinrich Jacobi y Schleiermacher en Alemania, según la cual la fe, y no la razón, o
la razonabilidad, es fundamento suficiente para la creencia religiosa y toda verdad
de orden metafísico, moral o religioso descansa sobre el «sentimiento» y en modo
alguno sobre la razón.

Aunque los términos en que debe entenderse el concepto amplio de fideísmo no


son muy definidos, el significado del fideísmo histórico sí queda claro por la forma
como lo interpretó y condenó el concilio Vaticano I, en la constitución dogmática De
fide catholica, de 14 de abril de 1870 (Denzinger 1781-1820), afirmando que la
razón humana tiene la capacidad natural de conocer a Dios y de conocer los

preámbulos de la fe.
filosofia (del griego phylosophía, amor al saber, derivado de filos = amar y sophia =
saber, sabiduría) Etimológicamente, en una traducción excesivamente
convencional, «amor a la sabiduría», donde la palabra sophía, en lugar de ser
traducida como «sabiduría», término con connotaciones grandilocuentes, debe
traducirse como «saber teórico», o, en palabras de Aristóteles, como
«entendimiento y ciencia» (ver cita); de igual manera, philos, el «amigo» o el
«amante» de este saber intelectual puede entenderse, a la manera de Platón,
como aplicado a aquel que desea o está ávido de saber .

Históricamente, la invención -hecha por los griegos de las colonias jonias de Asia
Menor, hacia el s. VI a.C.,- de hacer frente con la reflexión racional a los problemas
que les presentaba la naturaleza. La invención consistió -es la tesis de Karl R.
Popper- en un cambio de actitud ante las afirmaciones tradicionales acerca del
mundo y el lugar que ocupa el hombre en el mundo, sobre todo acerca de los
orígenes de ambos, debido a profundas transformaciones sociales. De una actitud
tradicional, conservadora y acrítica, basada en el mito, se pasa a una actitud
nueva, innovadora y crítica, que se expresa mediante teorías sobre el mundo, al
comienzo rudimentarias. Esta actitud llega a convertirse en la tradición de criticar
teorías, de modo que la filosofía, primero, y luego la ciencia, que irá naciendo de
aquélla, no son más que la actitud crítica del hombre ante las cosas -la naturaleza,
el universo y él mismo-, tal como se ha desarrollado a lo largo de la historia.

Cómo se ha entendido y desarrollado esta actitud crítica, o esta actividad de


reflexión racional, a través de los tiempos constituye la historia de la filosofía y de la
ciencia, y aun de la misma civilización. En líneas generales, tras la espléndida
aparición del pensamiento griego, que desarrolla la filosofía primero como un saber
acerca de la naturaleza (presocráticos), luego como un saber sistemático e integral
(Platón y Aristóteles) y, finalmente, como una forma ética de vivir (helenismo), la
filosofía se funde de nuevo con el pensamiento religioso, de donde había surgido
como crítica y alternativa, en parte para confundirse con él y en parte para
reelaborarlo desde su interior (neoplatonismo, cristianismo, filosofía escolástica).
Tras una larga y más bien confusa, pero en ningún modo infructuosa relación que
la fe y la razón mantienen en el mundo medieval occidental, ya sea cristiano, árabe
o judío, el pensamiento racional se reestructura de forma autónoma con el
Renacimiento y la revolución científica. Así como en esta época nace la ciencia
moderna, hace también su aparición la filosofía moderna.

Descartes establece la nueva función de la filosofía: asegurar la certeza del


conocimiento humano; la misión de la filosofía es poner en claro en qué
fundamenta el sujeto humano su confianza en saber. Racionalismo y empirismo
son dos maneras de responder a lo mismo: la certeza la da la razón o la
experiencia. Hay acuerdo en admitir la existencia de un conocimiento objetivo y
común; el desacuerdo está en el método de conseguirlo y en la medida en que es
posible conseguirlo.

Kant invierte sustancialmente la perspectiva y la actitud crítica se dirige al mismo


sujeto que la ejerce; se investiga su capacidad estructural de conocer y, como
resultado del «giro copernicano», establece que el conocimiento es, de algún
modo, constituido por el mismo sujeto humano -por la naturaleza humana-, no sólo
en sus límites sino también en su mismo contenido, y este conocimiento es
universal y el mismo para todos porque la naturaleza humana es la misma en
todos. En la historia posterior a Kant, la creencia en una naturaleza humana y en
un solo tipo de racionalidad ha sido puesta en cuestión. Además de naturaleza, hay
historia y evolución y, además de razón, valores, estructuras económicas,
inconsciente y vida. No puede darse ya por supuesto que existe una cosa tal como
racionalidad y naturaleza humana, igual como no hay una cosa objetiva que pueda
llamarse «verdad»; más bien hay que preguntarse por cuáles son las condiciones
que hacen posible que haya racionalidad, naturaleza y verdad.

El desarrollo de las mismas ciencias empíricas durante los dos últimos siglos, y
sobre todo el de su metodología, ha llevado a la conclusión de que la investigación
científica no apunta simplemente a la verdad y a la certeza. El valor de la ciencia es
incuestionable y sus procedimientos son modelos de racionalidad, pero lo son
precisamente porque cree que debe cuestionarse a sí misma constantemente.

No porque haya una naturaleza, un modelo de racionalidad y un conocimiento


verdadero se ponen los hombre de acuerdo; más bien porque los hombres se
ponen de acuerdo es posible hablar de conocimiento verdadero, de racionalidad y
de aquello que es, o ha de ser, común a todos.

A la filosofía corresponde, en los distintos ámbitos en que es necesario el acuerdo


-en lo social, en lo ético, en lo teórico, en lo científico- tratar de las condiciones que
lo hacen posible y de los términos en que puede establecerse.

Aunque a lo largo de su historia la filosofía ha consistido en un saber sustantivo y


autónomo, en ocasiones, ha sido el único saber disponible; en la actualidad no se
atribuye a la filosofía un objeto propio de estudio, por la simple razón de que puede
abarcarlos todos. Las ciencias son posteriores a la filosofía en cuanto a su
nacimiento cronológico, pero ésta ejerce ahora su actividad tras la actividad de las
ciencias. Por esto suele definirse la filosofía como una reflexión de segundo orden
que se ejerce sobre otras actividades reflexivas de primer orden. Estas actividades
reflexivas de primer orden se ejercen directamente sobre la naturaleza en su
sentido más amplio, que abarca desde el universo hasta el individuo pasando por la
sociedad y la historia, y sobre esta actividad primera reflexiona posteriormente la
filosofía, analizando, criticando, dilucidando, interpretando o evaluando sus
presupuestos, sus conceptos básicos, sus métodos, sus resultados y sus
objetivos.

No constituye, pues, la filosofía un cuerpo de doctrinas, propio y exclusivo, y


distinto de los demás saberes, sino una actividad racional de reflexión sobre todos
aquellos aspectos que se consideran fundamentales en distintos ámbitos de la vida
humana. Esta actividad se desarrolla

a) constituyendo sus propias reflexiones teóricas en aquellos aspectos no


susceptibles de ser tratados científicamente o técnicamente, y

b) sometiendo a crítica, con todos los medios de que dispone la racionalidad


humana -desde procedimientos formales de la lógica y del análisis del lenguaje
hasta la sola actividad reflexiva- presupuestos, nociones fundamentales, creencias
básicas, objetivos y métodos de la vida científica o de la vida ordinaria.

[Por lo demás, también puede decirse que filosofía es de lo que trata este

diccionario].
formal En general, el adjetivo atribuye a algo una relación con la forma. Cuando se
opone a fondo, sustancia o materia de un asunto o de una cosa, o al valor
semántico, emotivo, expresivo, pragmático o figurativo de una expresión lingüística
o artística, se refiere al aspecto estructural o abstracto. Si se relaciona con la
noción clásica de forma sustancial, o un derivado de la misma, significa lo que es lo
esencial a algo. Si se trata de la forma lógica, se refiere al objeto propio de la
lógica, a saber, la consideración de aquellas estructuras mentales, que expresamos

mediante símbolos, de las que sólo interesa su valor de verdad o su validez.


logica ( del griego lógiké, derivado de logikós, que se refiere a la razón, de lógos,
razón) Estudio de los razonamientos bien hechos. Es el procedimiento sistemático
y fundado que nos permite diferenciar un razonamiento correcto, o válido de otro
incorrecto, o inválido. Es, por lo mismo, estudio de la deducción lógica o de la
inferencia lógica.Puede también definirse como el estudio sobre la consistencia de
los enunciados que afirmamos (ver cita), o como la ciencia de las reglas que nos
permiten usar correctamente la expresión «por consiguiente», o un equivalente de
la misma (ver cita).Los siguientes párrafos son ejemplos de argumentaciones o
razonamientosPuesto que son razonamientos válidos o correctos, los enunciados
de que se compone cada uno de ellos son consistentes entre sí, el empleo de la
expresión «por tanto» o equivalente es legítima, y, en cada caso, la conclusión ha
sido deducida válidamente de las premisas.Para que haya un razonamiento, no es
preciso que la disposición de los enunciados sea la formal, la propia de la lógica;
un razonamiento puede tener también una disposición informal, como en el ejemplo
siguiente: también aquí la conclusión se deduce correctamente -válidamente- de
sus premisas. No es éste el caso, pese a las apariencias, de los siguientes
razonamientos:La corrección -o validez- de un argumento no depende de que los
enunciados de que se compone sean, de hecho, verdaderos o falsos, sino de si,
entre premisas y conclusión, existe consecuencia lógica. La lógica estudia la
consecuencia lógica desde un punto de vista formal, esto es, no atendiendo a la
verdad de hecho de los enunciados, sino a la forma como se argumenta: si la
forma de argumentar es correcta, entonces, si las premisas son verdaderas la
conclusión será también verdadera. Hallar las formas correctas de argumentar
supone hallar el criterio por el que decidimos que un razonamiento es válido o

inválido.
positivismo En general, aquella actitud teórica que sostiene que el único auténtico
conocimiento o saber es el saber científico. Le caracteriza una actitud crítica ante la
filosofía tradicional, en especial la metafísica, y afirma que también la filosofía ha
de ser científica. Para ello, el «espíritu positivo» es fiel a unos principios
orientativos o reglas (L. Kolakowski), que se mantienen en todas las filosofías
positivas de las diversas épocas: la regla ontológica del fenomenismo, según el
cual la realidad se manifiesta en los fenómenos, obliga a rechazar cualquier
concepción de una esencia oculta más allá de los fenómenos; la regla del
nominalismo, según la cual el saber abstracto no es saber de cosas en sí o
universales, sino de meras cosas individuales generalizadas; la regla que obliga a
renunciar a juicios de valor y a enunciados normativos, en cuanto carentes de
sentido cognoscitivo y, finalmente, la regla de la unidad del método de la ciencia,
según la cual cabe pensar en un solo ámbito del saber, reducible a la observación y
a la experiencia, en definitiva a una única ciencia, preferentemente la física.

La principal aportación de Comte al positivismo es la idea de que la


realidad humana es social y también ella debe poder ser conocida científicamente.
A la ciencia que estudia esta realidad como síntesis de todos los conocimientos
humanos llamó Comte «sociología». Este positivismo sociológico, junto con el
positivismo biológico de Claude Bernard, la ética positivista de John Stuart Mill y el
positivismo evolucionista de Herbert Spencer son los principales representantes del
espíritu positivo europeo del s. XIX. En el último cuarto del siglo pasado, el
empiriocriticismo de Mach y Avenarius defiende la necesidad de una filosofía
científica y, en el período que transcurre entre los años veinte y los treinta de este
siglo, tras la primera guerra mundial, se desarrolla el denominado positivismo
lógico, empirismo lógico o neopositivismo. Este neopositivismo, que representa

la tradición positivista germánico-austríaca, y que cristaliza en torno al llamado


Círculo de Viena, cuyos representantes más destacados son M. Schlick, R. Carnap,
C. Hempel y O. Neurath, además de inspirarse en Hume, Comte y Mach, se
distingue del positivismo del s. XIX por centrar su estudio, no en los hechos, objeto
de las ciencias naturales, sino en el análisis lógico del lenguaje. Su característica
más positivista es, sin embargo, el criterio empirista del significado, o principio de
verificación, según el cual sólo tienen significado, y producen conocimiento, por
tanto, aquellos enunciados que son susceptibles de verificación, esto es, aquellos
para los cuales existe un método de comprobar si son verdaderos o falsos. El
Círculo de Viena propugna, además, la tesis de la unidad de la ciencia, o de la
ciencia unificada y, por lo menos algunos de sus miembros sostienen también la
afirmación, propia de Comte, de que la sociología ha de seguir los mismos métodos
que las ciencias de la naturaleza; esta afirmación constituye el núcleo del llamado

«positivismo sociológico».
psicologia Término introducido por Goclenius (Rudolf Göckel) hacia 1590, con la
obra Psichologia, hoc est de hominis perfectione, animo et in primis ortu huius
commentationes ac disputationes quorundam theologorum et philosophorum
nostrae aetatis [Psicología, esto es, comentarios y tratados de teólogos y filósofos
de nuestro tiempo sobre la perfección del hombre y de su ánimo, y sobre todo del
origen de éste].

El título remite al Sobre el alma (perí psykhés) de Aristóteles, e indica claramente


cómo era tratada la psicología antes de que naciera como ciencia independiente:
como parte de la filosofía, mejorando no obstante el tratamiento que le diera
Aristóteles, como parte de la física.

Nace como ciencia, o como disciplina independiente de la filosofía, en 1879, con la


fundación por Wilhelm Wundt, en Leipzig, de un laboratorio experimental de
psicología. Su paternidad filosófica queda puesta, no obstante, de manifiesto con el
título de la primera revista de psicología: «Philosophische Studien».

Se le otorgan, sin embargo, otros sucesivos nacimientos en función de la fundación


de escuelas psicológicas importantes que reorientan la psicología o renuevan su
contenido. En realidad, no hay una sola psicología, sino muchas y diversas
escuelas psicológicas.

Los primeros intentos de independencia de la psicología respecto de la filosofía se


llevan a cabo durante el s. XIX de la mano de la psicofísica y la psicofisiología. Son
conocidos los trabajos en este terreno de E.H. Weber (1795-1878) y de Theodor
Fechner (1801-1887), que culminan con Elementos de psicofísica (1860), publicado
por Fechner con la primera ley experimental importante sobre la sensación,
llamada ley de Weber-Fechner. La fundación, por Wilhelm Wundt (1821-1920), del
primer laboratorio experimental de psicología, supone no sólo el paso de la
psicofisiología a la psicofísica, sino también la conversión de la psicología en
ciencia empírica. El método psicológico iniciado por Wundt y desarrollado
principalmente por Titchener en la Cornell University, en los EE.UU., es conocido
como estructuralismo, y se basaba en la identificación de los elementos que
constituyen o estructuran la mente humana; el método a que recurrieron es
conocido con el nombre de introspección.

El enfoque dado por Wundt a la psicología sirvió como punto de arranque de la


reacción en contra de otras psicologías que se le opusieron en la concepción del
objeto de estudio y del método. La primera reacción -siguiendo la pauta indicada
por Benjamin B. Wolman- llega en la triple forma de funcionalismo, reflejos
condicionados y conductismo; el objeto no son ya los procesos internos sólo
cognoscibles por introspección, sino la observación de la conducta externa. El
funcionalismo psicológico -que supone la introducción de la idea de adaptación
biológica a la psicología- tiene sus antecedentes en Darwin, Spencer y Galton, y
sus patrocinadores en William James y John Dewey, especialmente: la vida
psíquica entendida como función de adaptación al ambiente. Los estudios de
Pavlov sobre reflejos condicionados señalan el comienzo de la teoría del
condicionamiento y el inicio de métodos experimentales de estudio de la conducta
externa como respuesta a un estímulo. El conductismo de John B. Watson
representa la redefinición de la psicología como ciencia de la conducta y la
exclusión de todo método que no sea la directa observación de la conducta
externa; desaparecen de la psicología no sólo los términos de «conciencia»,
«introspección» o «voluntad», sino también «sensación», «percepción»,
«imaginación», etc. Las investigaciones se desplazan hacia el estudio del
aprendizaje de conductas nuevas.

Las teorías del conductismo de primera hora ya no están vigentes en la psicología


actual. En su lugar surgen las nuevas teorías del neoconductismo de Edwin R.
Guthrie (1886-1959) (aprendizaje por contigüidad), de Clark L. Hull (1884-1952)
(expuesto en forma hipotético-deductiva), de B. Frederick Skinner (1904-1990)
(conductismo inductivo en forma pura) y Edward C. Tolmann (1886-1959) (con
introducción de aspectos cognitivos e intencionales, o conductismo intencionado).

La psicología de la Gestalt fue la segunda reacción en contra del estructuralismo y


del asociacionismo de Wundt. Nacida de la tradición fenomenológica alemana, del
positivismo de Ernst Mach y del funcionalismo de Karl Bühler (1879-1963) y, a
través de éste, del funcionalismo americano, tiene sus iniciadores en Max
Wertheimer (1880-1943), Kurt Koffka (1886-1941) y Wolfgang Köhler (1887-1967),
quienes, si bien volvieron al análisis de las experiencias subjetivas del individuo, no
lo centraron en el conocimiento de los elementos sino en la percepción de las
totalidades. Los estudios empíricos que llevaron a cabo para investigar la
percepción y, en concreto, los fenómenos visuales de la percepción, son notables y
muy conocidos. En la teoría del aprendizaje insistieron en la importancia de la
«comprensión», o visión del conjunto del problema.

La tercera de las reacciones nace de la práctica terapéutica de los enfermos


mentales, como doctrina sobre el inconsciente. Las influencias que recibe Freud,
fundador del psicoanálisis, son muchas y abarcan desde las teorías evolucionistas,
materialistas y mecanicistas de las ciencias naturales de su época hasta supuestos
del romanticismo y de la filosofía idealista alemana, en general, y en especial
doctrinas de filósofos como Empédocles, Kant, Schelling, Schopenhauer y
Nietzsche. Paradójicamente, Freud hace del inconsciente -no de la conciencia- el
objeto más propio de la psicología. El psicoanálisis es, a la vez, una teoría
psicológica y un método terapéutico, una teoría de la personalidad y hasta, según
algunos, una visión del mundo. Ha influido enormemente sobre la psiquiatría, la
teoría de la personalidad y la psicología clínica.

Tras estas escuelas clásicas de psicología, que pueden considerarse otros tantos
nacimientos de la psicología como ciencia autónoma, surgen múltiples psicologías
derivadas o mezclas de unas y otras. Una de las más importantes es la psicología
humanística, también llamada «tercera fuerza», en una vía intermedia, armónica
con las humanidades, entre la visión psicoanalítica del hombre y el método
estrictamente científico del conductismo, personalizada en psicólogos como
Abraham Maslow, Gordon Allport y Carl Rogers. Importancia especial debe
atribuirse al surgimiento de la psicología social, desde los años treinta, a partir de
los estudios sobre dinámica de grupos, de Kurt Lewin (1890-1947), del psiquiatra
vienés Jacob Levy Moreno (1892-1974), con la introducción del psicodrama, el
sociodrama y la sociometría, y el estudio de las human relations [relaciones
humanas] llevado a cabo por Elton Mayo (1880-1949). No se trata sólo de una
especie de psicología aplicada a un nuevo campo, la sociedad, sino que introduce
nuevos temas de estudio psicológico -y nuevas metodologías-, como son la
comunicación, la conducta desviada, el grupo, la dinámica de grupos, el
comportamiento de las masas y la comunicación de masas. Entre las corrientes
teóricas más recientes, estrictamente psicológicas o bien relacionadas, son
importantes el interaccionismo simbólico, el freudomarxismo y el funcionalismo
antropológico.

La psicología cognitiva es una de las ramas de la psicología más recientes, cuyo


inicio se debe a la fundación, por los psicólogos George Miller y Jerome Bruner, del
Harvard Center for Cognitive Studies, en 1960, y a la aparición, en 1967, del primer

texto de Psicología cognitiva, escrito por Ulric Neisser.


racionalismo (del latín, ratio, razón) En general, actitud filosófica de confianza en la
razón, las ideas o el pensamiento, que exalta su importancia y los independiza de
su vínculo con la experiencia. En este sentido de exaltación de la autonomía de la
razón, el racionalismo se aplica tanto a filósofos de la antigüedad griega, como
Parménides y Platón, que atribuyen a la razón una autonomía (problemática)
respecto del mundo sensible - sin olvidar el intelectualismo moral o racionalismo
ético, en Sócrates y Platón-, como al pensar crítico de los filósofos ilustrados contra
las ideas socialmente admitidas. En sentido estricto, es el «racionalismo moderno»
que, como corriente filosófica, nace en Francia en el s. XVII y se difunde por
Europa, en directa oposición al empirismo, y que sostiene que el punto de partida
del conocimiento no son los datos de los sentidos, sino las ideas propias del
espíritu humano. Surge como reacción a la orientación filosófica medieval puesta
en crisis por las nuevas ideas del Renacimiento, que entre otras cosa renueva el
escepticismo de los antiguos, el espíritu de la Reforma protestante que mina el
principio de autoridad doctrinal, y los éxitos del método científico impulsado por la
revolución científica.

El racionalismo moderno, revolucionario para su época, y cuyos principales


representantes son Descartes, su iniciador, Spinoza y Leibniz, representa no
obstante una visión general del mundo y del conocimiento armoniosa, ordenada,
racional, geométrica y estable, basada en el pensamiento metódico (de la duda o
del método more geometrico), la claridad de ideas (principio de evidencia) y la
creencia en la estabilidad de las ideas (la doctrina sobre la sustancia), y
acompañada, en el terreno de las artes, por el «clasicismo», mientras que, en el
lado opuesto, el empirismo representa una visión del mundo dinámica, cambiante,
interesada por la utilidad del saber, innovadora en teorías del conocimiento y de la
sociedad, acompañada a su vez en el mundo del arte por el «barroco», de
características opuestas al clásico (ver texto ). La estabilidad del ser, frente a la
confusión dinámica del devenir.

Las principales doctrinas racionalistas son la afirmación de 1) la existencia de


ideas innatas, punto de partida (en el sentido lógico) del conocimiento (Leibniz
admitía también principios del entendimiento innatos), y 2) la relación directa
-prácticamente coincidencia- entre pensamiento y realidad, que Spinoza expresó
gráficamente con la frase «El orden y conexión de las ideas es el mismo que el
orden y la conexión de las cosas» (ver cita). Junto a esto, se sostiene que 3) el
conocimiento es de tipo deductivo, como el que se da en las matemáticas, y se
atribuye 4) un carácter fundamental a la sustancia (las dos sustancias de
Descartes, la sustancia única de Spinoza, Deus sive natura, y las mónadas de
Leibniz).

La forma característica de argumentación racionalista excluye el recurso a la


experiencia y al conocimiento que proviene de los sentidos, y se remite
exclusivamente a la razón, a la claridad y distinción de ideas y a la suposición de
que el buen pensar coincide forzosamente con la realidad: conocer es conocer por

la razón .
realismo (del latín realis, de res, cosa, objeto, realidad) Creencia en que existe un
mundo externo (realismo ontológico) y que puede ser conocido (realismo
epistemológico). Estas tesis pueden son una simple afirmación ingenua y acrítica,
si no se fundamentan más que en la aparente evidencia de los sentidos (realismo
ingenuo) o bien incluyen una fundamentación más o menos crítica. El realismo
filosófico sostiene con argumentos la existencia de un mundo real independiente
del pensamiento y de la experiencia, pero no afirma que percibamos el mundo tal
como es en realidad. Es, pues, ante todo, una afirmación de tipo ontológico (acerca
de que las cosas son), que implica una determinada teoría del conocimiento, así
como una teoría sobre la percepción (acerca de que las cosas no son tal como
aparecen).

Históricamente, el realismo es una de las soluciones que en la Edad Media se dio a


la llamada cuestión de los universales, centrada en decidir qué grado de realidad
hay que atribuir a los universales, o ideas abstractas. La primera de las tres
soluciones dadas al problema, el llamado realismo exagerado, -mantenido, entre
otros, por Agustín de Hipona y la escuela de Chartres- debe su origen a la
consideración, por parte de Platón, de las ideas o formas como entidades
subsistentes y separadas de los individuos particulares. El realismo moderado
-mantenido, entre otros, por Alberto Magno y Tomás de Aquino-, en cambio, se
remonta a la postura de Aristóteles que sitúa el universal, como forma que puede
ser abstraída por la mente, en los individuos y cosas. Frente a esos realismos, el
nominalismo sostuvo que los universales o eran meros nombres o simples
conceptos; tesis mantenida por muchos autores de la filosofía analítica
contemporánea. Estas distintas posturas se repiten también o rechazan en las
distintas corrientes de filosofía actual. Charles Sanders Peirce no es sólo un
decidido realista, sino que no admite ninguna solución intermedia entre realismo y
nominalismo. Gottlob Frege es partidario de una ontología y una epistemología
realistas: sostiene que existen entidades abstractas, que llama «entidades objetivas
no-reales», y que los conceptos son ontológicamente superiores a los objetos: se
puede hablar de un mundo interior, al que pertenecen los hechos mentales o
psicológicos; de un mundo exterior y real, al que pertenecen los objetos físicos, y
de un mundo objetivo no-real, al que pertenecen las entidades objetivas, como los
pensamientos, los sentimientos, etc., que no pueden identificarse sin más con los
hechos psicológicos, pero que tampoco son cosas en el espacio-tiempo, y de los
que se ocupa la ciencia. George Edward Moore y Bertrand Russell son ambos
realistas en cuanto consideran que los universales son entidades subsistentes,
necesarias para el conocimiento científico. Quine y Goodman, que afirman
conjuntamente no admitir la existencia de entidades abstractas, sostienen una
postura nominalista «corregida». Para Quine sólo existen individuos, pero la ciencia
requiere hablar también de clases como entidades abstractas. Muchas de las
afirmaciones sostenidas por Quine han sido punto de referencia y discusión para
autores posteriores también de orientación analítica; su tesis sobre «lo que hay» ha
dado lugar a una verdadera controversia sobre «realismo» e «irrealismo», referido
a las entidades abstractas en el seno de la filosofía analítica, que enlaza con el
llamado «nuevo realismo» de la filosofía moderna -para distinguirlo del realismo
clásico de la mayor parte de la tradición filosófica-, surgido en Inglaterra y EE.UU. a
comienzos del siglo XX, y con la polémica posterior sobre el realismo científico en
filosofía de la ciencia. El nuevo realismo, como reacción contra el idealismo inglés y
continental del s. XIX (que hacía de lo percibido y conocido un simple estado de
conciencia del sujeto, como reza la fórmula del fenomenismo «ser es ser
percibido»), tiene como principales representantes a Moore y Russell, en Inglaterra,
y a W. James, E.B. Holt, W.P. Montagu, R.B. Perry, W.T. Marwin, W.B. Pitkin y
E.G. Spaulding, en América, y proponen, como solución al problema de la dualidad
entre mente ycuerpo, en general la idea, patrocinada por el «monismo neutral»,
de una entidad intermedia y confusa entre lo mental y lo material. D. Drake, A.O.
Lovejoy, R.W. Sellars y George Santayana, entre otros, respondieron a este
realismo con Ensayos sobre el realismo crítico (1920).

Los partidarios del realismo crítico (título también de una obra de R.W. Sellars, de
1916) sostienen un realismo indirecto basado en que los datos sensoriales no
pertenecen tal cual aparecen al mundo físico, distinguiendo de nuevo, entre cosa
externa, dato sensorial (sense-datum) y el acto de la percepción.. Dentro del
realismo critico, se presentan diversas maneras de interpretar los datos
sensoriales. En el ámbito de la filosofía de la ciencia, se discute también si los
supuestos científicos, muchos de los cuales se basan en que las leyes causales y
muchas entidades teóricas tengan una existencia objetiva para que la ciencia
pueda ejercer su función explicativa, son una demostración de la verdad de las
tesis realistas, y en este caso se habla de realismo científico. Muchos teóricos de
la ciencia han insistido en la necesidad de interpretar las teorías científicas en
sentido realista, como (más o menos) verdaderas descripciones del mundo,
llevados por la fuerza de la afirmación de que sólo las causas explican .

Al realismo en general se opone el idealismo y el fenomenismo. Kant se halla en


una posición intermedia que combina el realismo empírico (los fenómenos son
empíricamente reales) con el idealismo trascendental (la forma de los fenómenos
se debe a la mente). Al realismo científico se opone el instrumentalismo (los
enunciados observacionales sí describen el mundo, pero no los teóricos) y, en

cierta medida, el pragmatismo.


realismo cientifico Punto de vista en filosofía de la ciencia, según el cual las
ciencias describen realmente un mundo independiente de la mente humana, de
modo que a las teorías y a los términos teóricos les corresponden entidades
existentes (ver texto ). El principal argumento en que se funda es que se supone
que las teorías tienen carácter de explicación científica; muchos científicos creen
que los nexos causales entre los fenómenos constituyen la principal de las
explicaciones. La opinión directamente opuesta es el instrumentalismo, de acuerdo
con el cual las ciencias propiamente sólo predicen el acontecer de los fenómenos,
para lo cual basta suponer que las teorías son meramente cálculos adecuados o
instrumentos de predicción. El instrumentalismo no niega que la realidad pueda
describirse mediante enunciados observacionales, sino que esto pueda hacerse
mediante enunciados teóricos, leyes o predicados referidos a entidades no
observables.

H. Putnam defiende un realismo moderado, que denomina «realismo interno», que


exige que toda afirmación de tipo realista tenga sentido sólo dentro de una teoría

determinada.
realismo critico Históricamente, la crítica al «nuevo realismo» inglés y americano
de comienzos de siglo, que realiza un grupo de filósofos americanos - D. Drake,
A.O. Lovejoy, A.K. Rogers, R.W. Sellars y George Santayana, entre otros-
utilizando como lema el título de Critical Realism [Realismo crítico], de una obra de
Roy W. Sellars, publicada en 1916. El realismo crítico no acepta la idea del «nuevo
realismo» de que lo percibido forma parte del mundo físico, ni su «monismo
neutral», y sostiene que, además del mundo físico real, existe también el mundo
de la percepción. La manera como se interpreta, esto es, qué clase de entidad
corresponde a los datos sensoriales, difiere según los diversos autores.
Acostumbran a llamar a los sense- data «complejo de caracteres». Las
interpretaciones más peculiares son las de Lovejoy, que lo considera una cosa
mental, y la de Santayana, que lo considera a modo de una esencia o cualidad,
pero en ambos casos con referencia a la cosa externa percibida.
Por otra parte, Karl R. Popper llamó «realismo crítico» a su interpretación realista
de la ciencia en general (ver texto ) y de las teorías científicas en particular, de la
misma manera que lo llama también racionalismo crítico: las teorías científicas no
son sólo instrumentos útiles, sino también y sobre todo conjeturas sobre cómo es la
realidad.

El llamado «realismo directo científico» (ver texto ) es una forma de realismo

crítico.
realismo ingenuo Creencia fundamentada en el sentido común, que sostiene que
existe un mundo real y que es sustancialmente tal como lo percibimos. Las cosas,
según este realismo naïfe, no sólo poseen una forma determinada y una posición
en el espacio, sino que además son verdaderamente rugosas o lisas, sabrosas o
perfumadas, de colores, etc. Este realismo sostiene, por tanto, que el mundo real
coincide con el mundo percibido y que es independiente del sujeto. El realismo
crítico sostiene también la existencia de un mundo independiente de la percepción
humana, pero establece distinciones y matices respecto a la manera como es
percibido. Al realismo ingenuo se le llama también «realismo directo ingenuo»

relativismo

amoralismo

Afirmación teórica de que no hay principios con los que sea posible determinar la
bondad o la maldad moral de las acciones, pero también afirmación de que, en
definitiva, no existe ni bien ni mal moral. Puede ser una consecuencia del
relativismo moral o de una actitud crítica ante la moral establecida, pero
históricamente se atribuye preferentemente a la actitud que adopta Nietzsche en su

insistencia en el nihilismo.
sistema formal En lógica, un lenguaje formal que, además de símbolos y fórmulas,
consta de procedimientos deductivos, convirtiéndose, por lo mismo, en un cálculo
lógico. Como lenguaje deductivo ha de definir los símbolos básicos o primitivos de
que dispone, las reglas (sintácticas) de formación de fórmulas y las de
transformación de fórmulas, o reglas de inferencia. Los métodos de deducción
pueden basarse en axiomas, en axiomas y reglas de inferencia (sistemas
axiomáticos) o sólo en reglas de inferencia (sistemas de deducción natural, por
ejemplo).Los sistemas formales deben gozar de determinadas propiedades, o
atributos, para ser adecuados: han de ser capaces de expresar todo aquello que
les importa expresar (sus teoremas) y, como deductivos, han de ser capaces de
demostrar cuáles de sus expresiones son fórmulas válidas y si sólo éstas lo son.
Por tanto, han de gozar de consistencia, compatibilidad o no-contradicción, de
modo que toda fórmula que pueda demostrarse sea también verdadera (y si es
deducible sin premisas, ha de ser una verdad universalmente verdadera), lo que
implica, a su vez, que del sistema formal no pueda derivarse una fórmula A y su
contraria A. Ha de gozar también de completud, de modo que toda fórmula
verdadera en el sistema pueda ser también demostrada (y si es universalmente
válida ha de ser un teorema del sistema).La lógica elemental, según demostró
Gödel en 1930, es un sistema formal deductivo que goza de ambas propiedades.

sociologia (del latín socius, socio, compañero, y logos, discurso racional; por
consiguiente, estudio del otro como compañero) Según Comte, que fue el primero
en utilizar el término, estudio de las leyes que rigen los fenómenos sociales. En
general, puede definirse como una manera de conocer científicamente lo que se
considera como propio de «lo social», recurriendo a procedimientos de análisis del
comportamiento humano en sociedad.

Justamente, la identificación de en qué consiste aquello que puede llamarse «lo


social» señala el nacimiento y primer desarrollo de la sociología como ciencia, en
Francia y en Alemania.

La búsqueda de las leyes de los fenómenos sociales, de que habla Comte, se


apoya en un principio en un modelo biológico; si el hombre es un organismo, se
puede recurrir al modelo de la biología para estudiar el hombre en sociedad, que se
compone de organismos. La idea, no extraña al mismo Comte, cobra auge con las
teorías del organicismo que se difunde en Inglaterra, Francia y Alemania por obra,
sobre todo, de Herbert Spencer, para quien la sociedad humana es un organismo
real; la concepción organicista de la vida social recibe claras influencias del
evolucionismo y del darwinismo.

Por otra parte, durante el siglo XIX proliferan en Europa las encuestas de carácter
social y los estudios monográficos que investigan la situación de crisis, sobre todo
de las clases menos favorecidas, a que se llega tras un período de transición a la
era industrial y de revoluciones sociales, que deja en entredicho la creencia ciega
de la Ilustración en el desarrollo y el progreso. Las sociedades de intelectuales
desarrollan también sus métodos y estudios estadísticos, cuya implantación habían
generalizado los gobiernos de los países desde comienzos de siglo. A esta época
corresponden estudios como el de La situación de las clases trabajadoras en
Inglaterra (1845), de Engels, o Vida y trabajo de la gente en Londres, de C.J. Booth
(1840-1916), obra en 17 volúmenes publicados entre 1892 y 1903. Del fondo de
estas investigaciones sociológicas descriptivas, hechas, no por sociólogos, sino por
profesionales de diversa clases -médicos, historiadores, maestros, sacerdotes-,
surge la primera tendencia sociológica científica, orientada al descubrimiento del
elemento de cohesión de la sociedad, del vínculo social, cuyas características
sirvan para dar explicación de los fenómenos sociales.

Basándose en la distinción entre comunidad y sociedad, hecha por Ferdinand


Tönnies en 1887, que establece para cada una de ellas una forma distinta de
vinculación entre individuo y sociedad (tradicional y agrícola la primera, basada en
vínculos de parentesco y en la participación de idénticos valores, mientras que la
segunda, moderna e industrial, remite a una asociación basada en el contrato y en
relaciones determinadas por la división de trabajo), É. Durkheim publica las
primeras investigaciones sociológicas con carácter científico, que identifican en la
situación de anomía, consecuencia inevitable de los procesos psicológicos que
acarrea la división del trabajo en las sociedades modernas, la condición básica de
la relación entre individuo y sociedad. Contra el biologismo anterior y contra el
psicologismo, protagonizado en Francia por Gabriel Tarde (1843-1904), que
interpreta los fenómenos sociales a través de leyes psicológicas propias del grupo,
identifica el hecho social como algo sui generis y objeto propio de estudio de la
sociología, e investiga sobre los métodos propios de la sociología.

En Francia, la sociología que se desarrolla en torno a estas investigaciones


adquiere un carácter preferentemente descriptivo y explicativo de los hechos
sociales. La revista «L´Année sociologique», fundada por Durkheim en 1989, es el
medio de publicación de los principales estudios sociológicos de este período, que
mantienen cierto nexo con los estudios de etnología, historia y estadística .

Max Weber, autor de una síntesis entre historia y sociología fundamentada en


Dilthey, Windelband y Rickert y a la que se da el nombre de «sociología
comprensiva», señala en Alemania el comienzo de una sociología con objeto
propio. El objetivo de la sociología es la comprensión de la acción social, esto es,
aquellos hechos producidos por la actividad humana en los que es esencial la
intencionalidad. A estos hechos característicamente sociales, o a estas acciones
sociales, no se accede si no es a través de la comprensión, única manera de
captar, si no sus leyes, su sentido.

De las investigaciones sociológicas de Weber y de G. Simmel arranca la sociología


científica alemana, cuyo órgano principal de difusión es la revista «Archiv für
Sozialwissenschaft und Sozialpolitik» [Archivo de Ciencias Sociales y Política
Social] (1902).

El marxismo también interviene en el nacimiento de la sociología como ciencia. La


interpretación de la realidad social, a la vez que la respuesta a la crisis de la
sociedad, la da el marxismo desde la interpretación materialista de la historia o el
materialismo histórico (ver texto ). La sociología es, en este caso, el mismo
marxismo que interpreta la historia como una lucha de clases, que pone de
manifiesto que la organización social -el vínculo social- depende directamente de
las relaciones de producción propias de cada época; en el modo de producción
capitalista, estas relaciones reflejan la situación de desigualdad que proviene de la
apropiación de los medios de producción por la burguesía. Tales relaciones son
conflictivas por naturaleza y se traducen en «lucha de clases»; la historia de la
humanidad hasta nuestros días -dice Marx en el Manifiesto- no ha sido más que la
historia de la lucha de clases.

Las corrientes clásicas de sociología europea pasan a Norteamérica, durante el


período de entre guerras, a través de emigraciones masivas de intelectuales
europeos y de traducciones de obras, y allí encuentran un ambiente propicio para
su difusión, de la que es parcialmente responsable la traducción hecha por Talcott
Parsons de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Weber. El centro
impulsor de las investigaciones sociológicas americanas es la «escuela de
Chicago», creada en 1892 como departamento de sociología en la universidad de
Chicago, donde se funden la tradición del empirismo británico y el utilitarismo de
Jeremy Bentham con el pragmatismo de William James, Charles S. Peirce y John
Dewey. Al ser la ciudad de Chicago un centro importante de inmigración
étnicamente muy variada, se convierte en un campo abierto para la investigación
sociológica. Albion Small, el fundador del centro sociológico, y Robert Park, su
sucesor, fundan una sociología eminentemente urbana, que se caracteriza por su
orientación empírica y la adopción de una metodología basada en la observación y
la historia de casos.

La universidad de Columbia sustituirá estos métodos de investigación más bien


cualitativos por otros estrictamente cuantitativos. Esta nueva orientación dispone, a
partir de 1935, de un órgano de difusión propio: la revista «The American
Sociological Review».

La aparición en 1937 de la primera obra importante del profesor de Harvard T.


Parsons, La estructura de la acción social, representa la introducción de la noción
de estructura interiorizada (de los valores y las normas) como fuente de
interpretación de la acción social. Más adelante, en 1951, su obra El sistema social
significa la aplicación del funcionalismo de Malinowski a la sociología. El
funcionalismo americano entra en crisis hacia los años setenta, mientras cobra

auge la nueva corriente sociológica conocida como interaccionismo simbólico.


teismo (del griego theós, Dios, y el sufijo -ismo) Doctrina que sostiene la existencia
de un Dios personal, único, trascendente al mundo y creador del mismo. A
diferencia del deísmo, el teísmo defiende que es posible conocer tanto la existencia
de Dios como su naturaleza y atributos. La reflexión teísta se apoya en una
teología natural, o teología filosófica, que en la definición de Kant es el
conocimiento de Dios a partir de la razón y recurriendo a la analogía .

Uno de los problemas filosóficos del teísmo es la dificultad o imposibilidad de hallar


argumentos razonables de la existencia de Dios. Aparte de las clásicas y conocidas
cinco vías tomistas, no faltan autores que consideran «racionalmente aceptables» o
«muy probables» versiones modernas del argumento ontológico (A. Plantinga), del
argumento cosmológico, o de la contingencia del mundo (W.K. Craig) y del
argumento teleológico, o argumento del designio (R. Swinburne). Como
contrapartida, también el argumento del mal -si el mal existe, Dios no existe- tiene
nuevas y desafiantes versiones.

Filósofos analíticos, como Kai Nielsen, M. Durrant, o Anthony Flew y otros, critican
este concepto basándose en la incoherencia, incompatibilidad o contradicción de
los predicados que encierra la noción misma de Dios. Los hay, en cambio, que
sostienen no sólo la racionalidad del concepto, sino hasta la racionalidad de creer

en la existencia de Dios sin argumentos suficientes .


teologia (del griego theo-logia : tratado sobre Dios) Ciencia de lo divino (ver cita), o ciencia
o reflexión según métodos racionales sobre la fe aceptada por revelación. Lo paradójico de
la situación es que se trata de, o quiere ser, una forma de conocimiento sobre algo que se
cree por fe. No obstante, la teología cristiana, desde los tiempos de Tomás de Aquino,
distingue netamente los ámbitos de la fe y los de la razón, y se apoya también en la
distinción entre razón teórica y razón práctica para permitir a la inteligencia el examen
crítico de aquello mismo que acepta por fe. El problema epistemológico propio de la
teología está en el valor, función y sentido que puedan tener argumentos racionales basados
en la fe u orientados a ella.

El término, que ya usa Aristóteles como sinónimo de «filosofía primera», se


difunde, en el ámbito cristiano, principalmente a través de los escritos de la filosofía
medieval, sobre todo de las Sumas de teología. En la actualidad se distinguen
diversas clases: teología histórica, teología sistemática, teología práctica, teología
bíblica, teología fundamental y teología natural. DICC DE FILOSOFIA EN CDROM
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