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En dicho artículo de nuestra Carta Magna, se reconoce el derecho a la libertad de


residencia (Derecho a fijar libremente el lugar de residencia) y de circulación (Derecho
a entrar y salir del territorio nacional).

Este Derecho se ve ampliado a los extranjeros, que residan legalmente en España, por
virtud de la Ley Orgánica de 11 de enero de 2000, sobrec cc c
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No obstante, con arreglo al articulo 55.1 cuando se acuerde el estado de excepción o de


sitio se podrán suspender estos derechos, que también podrán limitarse para los
extranjeros por razones de seguridad pública por resolución del Ministerio del Interior,
siempre de forma individualizada y con carácter excepcional.
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En el momento en que fue aprobada la Constitución el presente precepto obedecía,


dentro de la tradición del Estado democrático liberal, a las preocupaciones de la época.
Cuando se hizo el comentario del mismo se iniciaba el proceso legislativo de desarrollo,
frente a una legislación basada en otros valores y principios jurídicos; por tanto, la
primera edición de este estudio se apoyaba en los instrumentos disponibles de carácter
legislativo y doctrinal del momento. El transcurso del tiempo ha clarificado múltiples
aspectos en los campos antes señalados. Respecto al desarrollo normativo del precepto
son de destacar la Ley 5/1984, de 26 de marzo, sobre el derecho de asilo y la condición
de refugiado, modificada por Ley 9/1994, de 19 de mayo; la Ley Orgánica 7/1985, de 1
de julio, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España, desarrollada por el
Real Decreto 1119/1986, de 26 de mayo, y las matizaciones introducidas por el Real
Decreto 155/1996, de 2 de febrero; así como el vigente Código Penal, aprobado por Ley
Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre. A este desarrollo no han sido ajenas las
aportaciones de la doctrina y la jurisprudencia, tanto de los Tribunales Ordinarios como
del Tribunal Constitucional, que establecen los criterios interpretativos al uso 1.

Pero de modo patente, el dato más significativo a tener en cuenta es la aprobación del
Tratado de la Unión Europea de 7 de febrero de 1992, ratificado por España por Ley
Orgánica 10/1992, de 28 de diciembre, en el que se crea la ciudadanía europea.

Si bien del tenor literal del artículo 19 de la C.E. se deriva que los derechos que
reconoce corresponden a los españoles, en una interpretación sistemática del citado
precepto, en conexión con los artículos 10.2 y 13.1 de la C.E., se deduce que los
poderes públicos se encuentran obligados a extender a los extranjeros el disfrute de
aquellos derechos, según lo que establezcan los tratados internacionales y la legislación;
es decir, el concepto de extranjero y su situación jurídica varía en función de los
tratados vigentes, con las limitaciones que de los mismos deriven en lo que respecta a
los derechos estudiados. Pero la novedad más importante es la disolución de la
dicotomía nacional-extranjero al crearse la ciudadanía europea en el Tratado de la
Unión; por tanto, a partir de la ratificación de éste es necesario distinguir entre
nacionales españoles, ciudadanos comunitarios y extranjeros en general, con las
salvedades aludidas anteriormente.

Por si lo dicho no fuera suficiente, nuevas circunstancias, sobre todo de índole socio-
económica -el fenómeno inmigratorio-, y nuevas realidades políticas internacionales -la
desaparición de bloques-, unido a la debilidad de la política de la Unión Europea en
materia de defensa y seguridad, plantean una incógnita que sólo la capacidad del
legislador ordinario, de los titulares del poder reglamentario y de la interpretación
última que de la Norma Suprema hace el Tribunal Constitucional podrá afrontar estos
retos, en consonancia con los órganos competentes de la U.E. y con las inst...

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