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Hechos para no olvidar

El conflicto armado interno vivido en el Perú, entre 1980 y el 2000, ha sido el de mayor duración,
el de impacto más extenso sobre el territorio nacional y el de más elevados costos humanos y
económicos de toda la historia republicana. El número de muertes que ocasionó este
enfrentamiento supera ampliamente las cifras de pérdidas humanas sufridas en la guerra por la
independencia y la guerra con Chile (los mayores conflictos de nuestro país).

A lo largo de su trabajo de investigación, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) recibió


testimonios que le permitieron identificar a 23 969 peruanos muertos o desaparecidos; sin
embargo, los cálculos y las estimaciones estadísticas realizadas permiten afirmar que la cifra
total de víctimas fatales del conflicto armado interno superó 2,9 esa cantidad. Aplicando una
metodología llamada Estimación de múltiples sistemas, la CVR ha estimado que el número más
probable de peruanos muertos o desaparecidos en el conflicto armado interno se sitúa alrededor
de las 69 mil personas.

Con esta metodología estadística, la CVR ha estimado que 26 259 murieron o desaparecieron a
consecuencia del conflicto armado interno en el departamento de Ayacucho, entre 1980 y 2000.
Si la proporción de víctimas calculadas para Ayacucho respecto de su población en 1993 hubiera
sido la misma en todo el país, el conflicto armado interno habría causado cerca de 1,2 millones
de víctimas fatales en todo el Perú.

La causa inmediata y fundamental del desencadenamiento del conflicto armado interno fue la
decisión del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso (PCP-SL) de iniciar una “guerra
popular” contra el Estado peruano. Esta decisión se tomó en un momento en el cual, luego de
doce años de dictadura militar, la sociedad peruana iniciaba una transición democrática
ampliamente respaldada por la ciudadanía y por los principales movimientos y partidos políticos
nacionales.

A diferencia de otros conflictos armados internos en América Latina donde los agentes estatales
resultaron ser los principales responsables de la pérdida de vidas humanas –especialmente de
civiles desarmados-, en el caso peruano, fue el principal grupo subversivo, el PCP-SL, quien
provocó el mayor número de víctimas fatales, sobre todo entre la población civil. De acuerdo con
los testimonios recibidos, el 54% de las víctimas fatales reportadas a la CVR fueron causadas por
el mencionado grupo. La estrategia de esta agrupación implicó el uso sistemático y masivo de
métodos de extrema violencia y terror, y desconoció deliberadamente las normas básicas de la
guerra y los principios de los derechos humanos.

Frente a la guerra desatada por el PCP-SL, el Estado tenía la obligación de defender el orden
constitucional y a sus ciudadanos en el marco del respeto incondicional de las leyes y de los
derechos fundamentales de las personas. Así pues, la CVR ha constatado que, paradójicamente,
las etapas más intensas del conflicto, en las cuales murieron la mayoría de víctimas y en las que
los agentes del Estado cometieron la mayor cantidad de violaciones de los derechos humanos,
corresponden a periodos en los que el país estaba gobernado por regímenes civiles electos
democráticamente.

El Estado no tuvo capacidad para contener el avance de la subversión armada, que se expandió
en pocos años a casi todo el país. Los gobernantes civiles aceptaron la militarización del conflicto
y, abandonando sus fueros, dejaron la conducción de la lucha contrasubversiva en manos de las
Fuerzas Armadas. Si bien, dada la gravedad de los hechos, era inevitable y legítimo que los
gobiernos constitucionales recurrieran a declarar estados de excepción y utilizaran la fuerza
militar para hacer frente a la subversión armada, la CVR ha indicado que ello se hizo sin tomar
las previsiones necesarias para impedir que los derechos fundamentales de la población fueran
atropellados. Peor aún, la autoridad la autoridad civil desatendió durante mucho tiempo las miles
de denuncias de violaciones de los derechos humanos cometidas por las fuerzas del orden en las
zonas más afectadas por el conflicto. Incluso, en varios casos, se facilitó y garantizó la impunidad
a los responsables de las mismas. Los agentes del Estado –Fuerzas Armadas y Policía-, los
comités de autodefensa y los grupos paramilitares son responsables del 37% de los muertos y
desaparecidos reportados a la CVR. De este porcentaje de víctimas, los miembros de las Fuerzas
Armadas son responsables de poco más de los tres cuartos de los casos.

El tipo de respuesta que las Fuerzas Armadas dieron a la subversión no tenía precedentes en la
conducta de dicha institución durante las décadas anteriores a la de 1980. En efecto, durante la
dictadura que dirigieron entre 1968 y 1980, los militares peruanos incurrieron en relativamente
pocas violaciones graves de derechos humanos, en comparación con las perpetradas por las
dictaduras militares de otros países de la región, especialmente Chile y Argentina.

Por otra parte, es relevante señalar que durante las décadas de la violencia existió información
relativamente amplia sobre los hechos y sobre las violaciones de derechos humanos que se
estaban produciendo. Contribuyeron a ello la existencia de una prensa libre –si bien esta fue
hostigada en ciertos lugares y en ciertos periodos del proceso-, la actividad de las
organizaciones defensoras de los derechos humanos y diversas investigaciones parlamentarias y
judiciales. Debe decirse, sin embargo, que estas tuvieron poco éxito en cuanto a la sanción
efectiva de los responsables.

La CVR ha constatado, no obstante lo dicho, que existió un sesgo en la recolección de dicha


información y la realización de investigaciones, pues no se sistematizaron adecuadamente las
denuncias ni se documentó e identificó suficientemente a las víctimas de hechos cuya
responsabilidad era atribuida a los grupos subversivos. Debido a ello, antes de las
investigaciones realizadas por la CVR, dentro del grupo de víctimas que se había logrado
identificar hasta entonces, menos del 5% de los casos correspondían a personas asesinadas o
desaparecidas por miembros del PCP-SL, lo que provocó que las proyecciones realizadas
anteriormente por otras instituciones, oficiales o particulares, subestimaran en gran medida la
responsabilidad de dicha organización subversiva en lo que se refiere al número de víctimas
fatales.

Es importante analizar las dos décadas de violencia de origen político como un proceso que
alcanzó diversos grados de intensidad y de extensión geográfica y que afectó principalmente a
zonas y estratos lejanos del poder político y económico del país.

Hatun Willakuy (Informe final de la CVR-Lima 2004)


Es bravazo ser la reina Sofía
Sofía Mulanovich no sabe demasiado de tablas. Nunca aprendió mucho de eso, ella solo entiende
que las que más le gustan son las MBM, porque se hunden un poquito y la dejan surfear con una
rebanada de mar que le cubre los pies. Pocos saben que Sofía tiene los pies sin el arco
totalmente formado, pies semiplano con tobillos metidos, nada recomendable si quieres pasar
mucho tiempo parado en una tabla: con los años, las rodillas duelen y la espalda también, algo
que ahora a ella le ocurre con frecuencia. Aunque dice que el dolor importa poco cuando estás
de espalda a una ola, empinándote como un delfín, el cuerpo paralelo al horizonte y la tabla que
se opone con furia al motor infinito del mar. “Mi parada es malaza”, le comenta a un amigo
surfista, mientras se mira los pies, esos pies grandes que en sus fotos de niña siempre
sobresalen, descalzos y en la arena, con el dedo pulgar larguísimo, haciendo que Sofía siempre
tenga, a lo lejos, forma de L.

Sofía es chévere y eso debería bastar. “Por si acaso, no soy más interesante de lo que he sido
ahora…”, me dijo al terminar nuestra primera y algo parca entrevista. La chica colabora
escuetamente con la prensa, responde lo necesario, dice lo justo y cuando le hablas muy hondo,
un radar en ella se enciende y su mirada se extravía dispersa, acaso buscando con los ojos eso
que lejanamente vendría a ser el mar.

Ahora son las diez de la mañana y una cámara la enfoca. Una muchedumbre se ha concentrado
en la playa La Herradura, para ver a Sofía grabando un spot publicitario, en el cual finge quitarse
los síntomas del resfrío gracias a una pastilla. Varias decenas de ojos están pendientes de su
actuación.

Sofía no solo es una de las mejores tablistas del planeta: es la primera campeona mundial
(mujer) que el Perú ha tenido en cualquier deporte. Cuando obtuvo el título mundial, a los
veintiún años, su fama creció al punto de que le era imposible salir a ver una película, porque la
fila para el cine se convertía en la fila para pedirle autógrafos, algo que recuerda bien su ex
novio, Sebastián Alarcón.

A los doce años, ya había ganado trece títulos nacionales y, a los trece, viajó por primera vez a
Hawai. Hoy pertenece a la más alta esfera de surfistas mundiales. No es inusual ver que se
refieran a ella como una peruvian superstar en las revistas de tabla. Tiene jugosos auspiciadores
que le dan cosas que una chica generalmente no tiene: Roxy, la marca deportiva por la que toda
niña cool delira, la viste sin límites y hace posible llenar un clóset como el suyo: veamos, trece
sandalias de plataforma, cuarenta y ocho faldas colgadas (algunas todavía con etiqueta);
veintiún jeans de todos los tonos de azul (como el mar), nueve chalecos, innumerables board
shorts, gorros distribuidos en el nivel más alto de su clóset (Sofía solo mide un metro sesenta), al
que solo se llega con una plataforma de dos escalones. ¿Otras gollerías? una línea aérea
solventa sus viajes e incluso, en alguna ocasión, colocó en primera clase a toda su familia; la
empresa de telefonía local más importantes le da minutos libres para hablar y la leyenda del
surf, Al Merrick, le regala cuatro tablas al mes, cada una valorada en cuatrocientos cincuenta
dólares.

Pero ella prefiere seguir con la imagen más simple: la de la chica chévere, bacán, monosilábica,
la mujer de mar llena de jergas playeras muy peruanas: cuando comete alguna torpeza dice
“que monse soy”, y cuando se refiere a lo espectacular que es algo, por ejemplo, su camioneta
nueva, dice cosas como “¡Es la voz, la doble tracción!, ahora sí puedo irme a correr donde sea”,
o llama “chibolas” a las niñas que la imitan y se meten en manadas a correr olas para ser, algún
día, quién sabe, como ella. Ahora Sofía está sentada en un paradero de bus de utilería, de
espaldas al mar, diciendo que ya no tiene gripe gracias a la pastilla. Repite varias veces el texto
que debe decir. Bruno Odar, un actor famoso en Lima por ciertas telenovelas, le da instrucciones
puntuales; al fin y al cabo, hacer el papel de uno mismo también tiene su técnica.

La grabación no ha terminado, pero es hora de almorzar. Subimos a la Suzuki de Sofía, la


camioneta aparece en un comercial de televisión en que ella maneja a toda velocidad al borde
del mar sorteando olas con el vehículo. Corre Sofía, corre. Y al final ella, frenando de golpe la
camioneta: prueba la 4x4 de Sofía. Pero ahora quien conduce es mamá. El espejo retrovisor del
copiloto muestra a Sofía Mulanovich. El viento le da en la cara y la gorra negra evita la dispersión
incontenible de sus mechones. Avanzamos por la Costa Verde, la carretera que bordea el litoral
de Lima. Quiere ir a un restaurant de sushi, de esos que están de moda en esta ciudad que se ha
vuelto la capital gastronómica de Sudamérica.

Suena el teléfono móvil de Sofía. Es Megan Abudo, una de las surfistas más importantes del
mundo y la está llamando desde México. Megan, igual que Sofía, pertenece al World
Championship Tour, una especie de club privado donde solo compiten las mejores, algo así como
la Fórmula Uno del surf mundial. Megan Abudo es mayor que Sofía por cinco años. Ya era una
estrella antes de que la peruana llegara a la categoría, pero nunca ha ganado el tour. Así es este
deporte. Un amigo cercano a Sofía me dijo que, de todos los temores que ella podía tener, el
más grande era ver pasar los años sin conseguir el título mundial. Sofía mira hacia el mar,
mientras usa los palillos para comer. Vuelve a sonar el móvil. Los de la grabación del comercial
esperan para la última toma.

Voy detrás de ella y le pregunto si podemos encontrarnos otra vez, que quiero hacerle más
preguntas.

“Mañana, voy a estar con mi novio y luego ya no creo que tenga tiempo… así que fácil esta es la
última vez que nos vemos”. Dice Sofía con esa voz que podría escucharse a cincuenta metros de
distancia, una voz chillona que siempre parece un llamado de atención, un alegato a favor del
entusiasmo. Es difícil imaginarla hablando, por ejemplo, en una iglesia o en un velorio: debe ser
difícil hablar bajito. Sofía habla y todo el resto es murmullo. “Chévere”, dice y, ahora sí, se mete
a la Suzuki con mamá Inés y ambas se extravían por la carretera.

Juan Manuel Robles

Etiqueta Negra-junio del 2007

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