Parece tonto y un tanto inútil hacerse estas preguntas…pero para mí, las respuestas que he
podido dar o más bien construir con relación a las mismas, son del orden del acto, representan un
antes y un después.
Un psicólogo, un psiquiatra, al graduarse en la universidad está autorizado para hacerse cargo del
tratamiento psicológico o psiquiátrico de una persona, a quien se le da el nombre, en el mejor de
los casos, de paciente. Para muchos es sólo un cliente.
Esta autorización viene del Otro, un Otro que podríamos llamar el de la ley del ejercicio
profesional. Esta ley no sólo autoriza, sino que también garantiza que el profesional a cargo del
tratamiento cumplió con los requisitos académicos estipulados en ley y eso es suficiente para dar
inicio a su carrera como psicólogo o psiquiatra.
Pues no hay mucho secreto, ni enigma en las respuestas esperadas de parte de estos
profesionales, a las preguntas que abren la presentación de este trabajo. Claro está que siempre
habrá el que diga que antes de graduarse ya atendía pacientes como parte de sus estudios o al
menos había atendido a uno. También habrá el que responda que una vez graduado no se atrevió
a trabajar con pacientes en una consulta privada, pero sí en una institución pública. En fin, lo
importante, lo que realmente quiero destacar es lo relativo a la autorización y a la garantía que
rodean las prácticas clínicas egresadas de la académica universitaria versus la autorización y la
garantía que se pone en juego en una Escuela de Orientación Lacaniana para la formación de un
analista y más específicamente en la formación de un ni…ni, como bien ha llamado en alguna
oportunidad Jacques A Miller (1) a aquellos analistas que no son ni psicólogos ni médicos
psiquiatras.
En la formación del analista no hay fecha de graduación, hay sí una fecha, que algunos recuerdan
mejor que otros, cuando se inicia una experiencia que para muchos cambió su vida.
Para mí, diez años después de haber dado inicio al análisis, se presentó la oportunidad de pedir la
entrada a la Escuela por la vía del Pase. En otras palabras había ya un deseo de formar parte de la
Escuela, en tanto una más de sus miembros. El resultado de esta experiencia fue la de ser
nombrada, miembro asociada a la Escuela. Es importante recordar que fue Miller quien incluyó en
1981 la categoría de miembro asociado. Lacan no lo hizo en su Acta de Fundación.
Un momento de entrada en la Escuela y un momento que lo sigue siete años después al ser
aceptada la homologación como miembro de la NEL y la AMP, - dos momentos lógicos de
conclusión, dos ciclos que terminan – (2)
Y entre estos dos momentos el encuentro con el primer paciente se lleva a cabo.
¿Quién autoriza, cómo se da esta autorización? Según Lacan, “el analista sólo se autoriza a sí
mismo”. (3) La Escuela no interviene en esa autorización, pero, si bien la Escuela no autoriza, sí se
hace necesaria, pues es ella la que garantiza la relación del psicoanalista con el psicoanálisis.
Autorizarse a sí mismo implica que no hay garantía, que una se autoriza a sí misma arriesgándose.
Pero a este riesgo no le falta cálculo, un cálculo que surge de la premisa de que la Escuela
garantiza que un psicoanalista surge de su formación. Tal y como nos recuerda Miller, (4) “el
analista que se autoriza a sí mismo fue formado por la Escuela”, y yo agregaría, y por su propio
análisis.
Decir que la tercera pata del trípode –la del control de casos- faltaba, es lo mismo que decir que
no había un saber clínico. ¿Cómo se controla un caso si nunca se ha trabajado con pacientes?
Entonces, desde el momento de la autorización hasta el momento de colocar las siglas AP después
del nombre propio, pasaron tres años; tres años durante los cuales la autorización - podría agregar
el significante “íntima” y referirme a la autorización íntima, permitió a la joven analista ir
construyendo la tercera pata del trípode de la formación – el control de casos – y fortaleciendo las
otras dos patas hasta que le llegó la membrecía y con ella la exposición “pública” de la
autorización de sí misma como analista practicante.
Y qué es un AP. Un Analista Practicante. Un AP, es alguien que dice: ¡soy analista! y la Escuela le
responde: muy bien, lo escribiremos en el anuario. Al escribir AP después del nombre propio en el
anuario de la AMP o de la NEL, no se escribe que él o ella es analista, sino que afirma ser analista.
Entonces, al yo soy psicoanalista, la Escuela responde: tú lo has dicho. Este es el nivel que se
conoce formalmente como el autorizarse a sí mismo. Esto es el campo que Miller también llama
de la autoproclamación. (5)
En el caso que hoy expongo, la autorización como AP se dio, como ya fue expuesto, en dos
momentos, uno íntimo y otro público.
Las garantías que formula Lacan en la “Proposición…” introducen una desigualdad, una disparidad,
pasando del todos iguales del “Acto de Fundación”, todos iguales ante el trabajo, a tratar de tener
un psicoanalista no de hecho sino de derecho a través de la comisión de garantía o del
procedimiento del pase. En el primer tiempo (El Acto…) está el trabajo y la formación pero sin
ninguna garantía que da cuenta para un sujeto, de la formación que le fue dispensada. En el
segundo tiempo (La Proposición…), existe un estado de desigualdad de los psicoanalistas,
manteniendo una igualdad en sus derechos asociativos como miembros.En la Proposición se
distinguen dos tipos de garantías: la que se recibe sin pedirla y la que se pide sin garantía de
recibirla. Ninguna de las dos representa una jerarquía.La que se da sin que se la pida es la de
Analista Miembro de la Escuela, AME y la que se demanda es la de Analista de la Escuela.El título
de AME no se pide. La Comisión de la Garantía lo da. El AME dio pruebas de su formación. Se
consagra de derecho lo que siempre se hizo de hecho.
El de AE se pide… se pide hacer el Pase. El Pase permite detectar a priori al psicoanalista. El Pase,
dice Lacan, es el intento de definir una evaluación del psicoanalista, de un sujeto que antes de
haberlo hecho y sobre la base de la transformación que sufrió en su propio análisis, sería capaz de
ejercer el psicoanálisis. Sin duda, dice Miller, esto es del orden de la conjetura.
Después…Una llamada: Me gustaría hacer una cita con usted. No había alternativa y respondí:
¿Qué le parece el viernes a las 8:00 am.? Aceptó. Este primer paciente conduce a muchos otros y
abre la posibilidad del control y con ello la consolidación del trípode, que ahora sí tiene tres patas.
La confianza de la Escuela perdura, el respeto se gana y llega la membrecía y la autorización se
hace pública.
Hoy…
Señaló también la importancia de no olvidar el riesgo que corre el discurso analítico, es decir los
psicoanalistas, al vestir, velar, cubrir esta hiancia inherente al acto analítico con el “saber clínico”,
o como él también lo llama, con el saber técnico de la época. Y nos advierte sobre otro riego, el de
vestir esta hiancia con el sujeto, con la identificación del sujeto a la verdad, es decir con los
testimonios en primera persona.
Espero que la viñeta presentada?, el testimonio en primera persona? ilustre, dé cuenta, de cómo
una analizante sin ninguna experiencia clínica, sin ningún saber clínico, distinto al de su propio
caso, y obedeciendo a su relación, muy particular, con su propio inconsciente, forjado a lo largo de
su análisis, decide no renunciar a su deseo, un deseo inédito y desconocido; y sin otro camino que
tomar, sin poder hacer otra cosa, toma el camino de la formación, el cual la conduce a la
autorización como Analista Practicante y la sigue conduciendo hacia la garantía en cualquiera de
sus dos formas.
Mientras tanto, sabemos que hay psicoanalistas que ejercen sin garantía de la Escuela y sus curas
no se ponen en entredicho. Son, si se quiere, psicoanalistas de hecho. Una Escuela espera que los
psicoanalistas de derecho obtengan o pidan la garantía que da cuenta de la formación que le fue
dispensada.Termino con una cita de J-A. Miller de su trabajo ¿Por qué una Escuela? Publicada en
el Caldero de la Escuela N° 12.“Por lo tanto, en adelante, será más difícil llegar a ser miembro de la
Escuela sin no se es médico ni psicólogo (yo no lo soy más que ustedes). Precisamente esto nos
permitirá admitir a los ni…ni… con talento, que serán necesariamente poco numerosos. Hacerse
psicólogo no es el fin del mundo de todos modos.