como método el propio de las ciencias sociales.[1] Se denomina también historia al periodo
histórico que transcurre desde la aparición de la escritura hasta la actualidad.
Más allá de las acepciones propias de la ciencia histórica, historia en el lenguaje usual es la
narración de cualquier suceso, incluso de sucesos imaginarios y de mentiras.[2]
A su vez, llamamos historia al pasado mismo, e, incluso, puede hablarse de una historia
natural en que la humanidad no estaba presente (término clásico ya en desuso, que se
utilizaba para referirse no sólo a la geología y la paleontología sino también a muchas otras
ciencias naturales; las fronteras entre el campo al que se refiere este término y el de la
prehistoria y la arqueología son imprecisas, a través de la paleoantropología).
o La historia es una ciencia que estudia el pasado, el periodo histórico, nos ayuda a
hablar de una historia natural que tal vez ni la propia humanidad estuvo presente.
La filosofía (del latín philosophĭa, y éste del griego antiguo φιλοσοφία, 'amor por la
sabiduría')[1] es el estudio de una variedad de problemas fundamentales acerca de cuestiones
como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza, la mente y el lenguaje.
[2] [3]
Al abordar estos problemas, la filosofía se distingue del misticismo, la mitología y
ciertas formas de religión por su énfasis en los argumentos racionales,[4] y de la ciencia
experimental porque generalmente lleva adelante sus investigaciones de una manera no
empírica, sea mediante la especulación, el análisis conceptual, los experimentos mentales u
otros métodos a priori, sin excluir una reflexión sobre datos empíricos o sobre las
experiencias psicológicas.
La tradición filosófica occidental comenzó en la Antigua Grecia y se desarrolló
principalmente en Occidente.[5] El término «filosofía» es originario de Occidente, y su
creación ha sido atribuida al pensador griego Pitágoras.[6] Su popularización se debe en gran
parte a los trabajos de Platón y Aristóteles. En sus diálogos, Platón contrapuso a los
filósofos con los sofistas: los filósofos eran quienes se dedicaban a buscar la verdad,
mientras que los sofistas eran quienes arrogantemente afirmaban poseerla, ocultando su
ignorancia detrás de juegos retóricos o adulación, convenciendo a otros de algo infundado o
falso, y cobrando además por enseñar a hacer lo mismo. [5] Aristóteles, por su parte, adoptó
esta distinción de su maestro, extendiéndola junto con su obra a toda la tradición occidental
posterior.
La filosofía occidental ha tenido una profunda influencia y se ha visto profundamente
influida por la ciencia, la religión y la política occidentales.[7] Algunos conceptos
fundamentales de estas disciplinas todavía se pueden pensar como conceptos filosóficos. En
épocas anteriores, estas disciplinas eran consideradas parte de la filosofía. Así, en
Occidente, la filosofía era una disciplina muy extensa. Hoy, sin embargo, su alcance es más
restringido y se caracteriza por ser una disciplina más fundamental y general que cualquier
otra.
[
o Que el estudio de una variedad de problemas fundamentales acerca de cuestiones
como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza, la mente y el
lenguaje
Curso: B23
Los límites de la economía
En el llamado primer mundo, la economía de mercado goza del merecido prestigio de ser el
sistema más acertado que se ha desarrollado para la producción y distribución de bienes
materiales. Ha proporcionado la maquinaria y la tecnología para toda la producción industrial
y ha hecho posible que menos del 10% de la fuerza laboral produzca alimentos más que
suficientes para la totalidad de la población de las naciones industriales. Ha creado una
variedad en constante incremento de bienes de consumo, muchos de los cuales contribuyen a
mejorar el nivel de vida de la mayoría de la población y otros contribuyen a la diversidad
estética de la vida moderna. La economía de mercado también ha tenido más éxito que otros
sistemas económicos en la aplicación de los descubrimientos científicos básicos a todos los
aspectos de la producción.Las afirmaciones anteriores no son aplicables solamente a los logros
de la Europa moderna, los países de habla inglesa y Japón. Con excepción de la inmensa
productividad de la recientemente mecanizada agricultura, las mismas fuerzas de la economía
de mercado se pueden encontrar en el pasado entre las ciudades-Estado de la Grecia de la era
precristiana, entre las ciudades-Estado renacentistas de Italia y del sur de Alemania, y en el
capitalismo del siglo XVII en Holanda e Inglaterra.
Pero el factor más importante del prestigio que goza actualmente la economía de mercado es
probablemente el homenaje que le rinden sus viejos enemigos ideológicos y morales, los
dirigentes comunistas de la URSS, China y gran parte de Europa del Este. En todos esos países,
incluida la herética Yugoslavia, los dirigentes están buscando formas de introducir los
elementos básicos de la economía de mercado sin abandonar el control político-ideológico que
consiguieron en la época de Josif Stalin.
A pesar de esas extraordinarias credenciales, no deja de ser evidente para cualquiera que viva
en el privilegiado primer mundo y que no esté totalmente hipnotizado por el poder de la
publicidad moderna o por la dorada autosatisfacción de los yuppies y de ciertos socialistas
nominales que hay muchos problemas graves que no pueden ser resueltos por las fuerzas del
mercado y que, de hecho, esas mismas fuerzas de mercado son las que los agravan. La
prosperidad de la economía de mercado, entronizada por las sagradas estadísticas, depende del
constante crecimiento de la producción y el consumo. Imaginemos por un momento el grado
de polución que tendrán dentro de 50 años el aire y el agua del planeta si el crecimiento
económico del primer mundo prosigue a la glorificada tasa del 3% o 4% anual y si muchos
países socialistas y del Tercer Mundo alcanzan una tasa de crecimiento similar.
El aspecto negativo de la economía de mercado es que cualquier cosa que no prometa unos
beneficios estables y rápidos carece de interés para los promotores. El mercado no protegerá la
capa de ozono y seguirá haciendo todo lo posible por destruir la selva tropical brasileña y por
deteriorar las costas del Mediterráneo. Hay mucho dinero rápido en la tala de árboles y mucha
especulación rentable en la urbanización y explotación comercial incontroladas de las, en un
tiempo, hermosas playas.
Todos los estudios estadísticos del reciente desarrollo económico de los países capitalistas
demuestran que los ricos se hacen más ricos, y los pobres, más pobres. No hay ningún
mecanismo de mercado que proporcione sustento y habitación a los varios millones de
desempleados sin vivienda -ni a los empleados sin vivienda- que son la vergüenza visible de las
ciudades norteamericanas de finales de la era Reagan. Ningún mecanismo de mercado va a
reducir la tasa de desempleo en España, pues los mercados de valores, inmobiliario y de
artículos de lujo tienen una rentabilidad a un plazo mucho más corto que las actividades
económicas que podrían mejorar la infraestructura, las escuelas y el suministro de agua con el
que proteger los. bosques y el suelo.
A pesar de la actualidad de Adam Smith, no hay ninguna mano invisible que impida a las
fábricas provocar la lluvia ácida mientras los productos de esas fábricas sean comercialmente
rentables. No hay ninguna mano invisible que detenga a los traficantes de drogas y armas, ni a
los comerciantes y dictadores del Tercer Mundo que firman acuerdos rentables sobre vertidos
de peligrosos productos químicos y residuos nucleares en las costas de las islas africanas. Los
dirigentes de todos los países con economía de mercado hacen lo posible por minimizar el daño
causado a las personas y a la vida animal por los experimentos con armamento nuclear y por
los pequeños accidentes de las plantas de energía nuclear. Hasta hace unos meses, las
autoridades federales no reconocieron la contaminación nuclear del suelo y las aguas
subterráneas de extensas zonas de Estados Unidos. Y la razón de que se haya abierto el diálogo
está en que el deterioro de las instalaciones que produjeron el combustible nuclear durante los
últimos 30 años está amenazando ahora a la modernización del armamento nuclear.
Solamente una opinión pública informada, activa y exigente, que apoye las iniciativas de los
Gobiernos en los planos nacional e internacional, puede contrarrestar la degradación de la
biosfera, que es el resultado previsible, por no decir inevitable, de las prácticas económicas
actuales. Es importante darse cuenta de que el mercado es un mecanismo totalmente amoral.
El índice de beneficios, y no la utilidad social ni las consecuencias medioambientales, es el
motivo principal de las inversiones. Quienes comercializan productos químicos peligrosos o
venden armamento de destrucción en masa no son legalmente responsables, ni se sienten
moralmente responsables, del uso que se hace de esas mercancías. A veces, como en el
escándalo Irangate, incluso se sienten grandes patriotas.
Hablando en concreto del caso de España, ¿qué pueden hacer el Gobierno y la opinión pública
para contrarrestar los aspectos negativos de la economía de mercado sin renunciar a sus
ventajas? Dejar que florezca la economía de mercado en lo concerniente a aspectos de gusto
personal: alimentación, ropa, artículos domésticos y maquinaria. Proseguir con el control de la
inflación, pero distribuir más equitativamente el coste de ese control. Es decir, la moderación
en los beneficios.
La concertación social debe incluir la discusión de¡ uso que se hace de los beneficios excesivos.
Como los contribuyentes españoles invirtieron cientos de millones de pesetas en la salvación de
bancos en la década de los setenta, como han pagado por la necesaria reconversión de muchas
industrias y por las enormes pérdidas de Renfe, Iberia, etcétera, es una cuestión de pura
justicia que los recientes beneficios espectaculares de la banca y la industria se utilicen en parte
en inversiones sociales. Como las fuerzas del mercado son intrínsecamente amorales, es
absolutamente necesario que las negociaciones entre el Gobierno, los empresarios y los
sindicatos establezcan líneas de actuación para el uso de esos beneficios.
¿Debe utilizarse el crecimiento económico español para construir más residencias en Marbella
o debe utilizarse para salvar las costas? ¿Debe utilizarse para lo que el gran economista
noruego-norteamericano Thorstein Veblen denomina "consumo ostensible" o debe utilizarse
para mejorar las escuelas, la infraestructura económica y la protección del medio ambiente? El
mecanismo amoral del mercado solamente responderá a esas cuestiones en favor del consumo
privado, aunque de hecho hay mucho espacio para la iniciativa y los beneficios privados en las
inversiones sociales. Por último, ¿qué labor más apropiada puede haber para un Gobierno
socialista que destinar a los aspectos sociales parte de los enormes beneficios conseguidos
precisamente como resultado de su propia política económica de los últimos cinco años?