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Constructivismo Sociopoiético

Dr. Marcelo Arnold-Cathalifaud


Doctor en Ciencias Sociales, Universidad de Bielefeld
Decano Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile
marnold@uchile.cl

Resumen
El presente artículo aborda el concepto de constructivismo sociopoiético, como una
estrategia del conocimiento científico. La presentación se organizará en tres
secciones: en la primera, se presenta la epistemología constructivista como un
mecanismo autorreflexivo de la sociedad; en la parte central, los fundamentos que
caracterizan a su variante adscrita al programa sociopoiético y, finalmente, algunas de
sus proyecciones a la investigación a través de la observación de segundo orden.

Abstract
This article discusses the concept of sociopoietic constructivism as a strategy of
scientific knowledge. The presentation is organized in three sections: the first presents
the constructivist epistemology as a self-reflexive mechanism of society; in the central
part, in the central part, the fundaments that they characterize to its variant assigned to
the program, and finally, some of its projections to the research through the second-
order observation.

Palabras Clave: Epistemología, constructivismo, teoría de sistemas, sociopoiesis,


observación de
segundo orden

Keywords: Epistemology, constructivism, systems theory, sociopoiesis, second-order


observation

El constructivismo como mecanismo autorreflexivo de la sociedad


Como capítulo de las teorías del conocimiento, la epistemología es una disciplina
especializada en la comprensión y explicación de las posibilidades y condiciones con
que se produce el conocimiento. Su cualidad consiste en explicar “el cómo se conoce”
y profundizar temas directamente relacionados con la verdad, la objetividad y los
métodos para alcanzarla.
Las operaciones que competen a la epistemología entran en juego cuando, por medio
de la aplicación de distinciones, un observador fija con sus indicaciones el mundo de la
realidad, independientemente de si para ello utiliza ideas, números, conceptos,
creencias, valores, normas o precios.
Los temas epistemológicos abarcan disciplinas tales como la antropología cultural, la
sociología del conocimiento, la neurofisiología, la filosofía analítica y la psicología
cognitiva. Sus debates ocurren en todas las áreas donde se reflexiona acerca de los
procesos cognitivos. Sus formas más novedosas y prometedoras se dan a conocer
con el apelativo de constructivistas, materia que nos concentrará a continuación.

La epistemología constructivista goza de gran popularidad y tiene una amplia variedad


de aplicaciones. En las disciplinas humanas y sociales sus argumentos pasan por
puntos de partida para la explicación del surgimiento de la cultura y de los órdenes
sociales (Berger y Luckmann, 1968), forman parte de estrategias clínicas para
cambios personales precipitados terapéuticamente (Mahoney 1995; Neimeyer 1996),
son apoyos académicos que acompañan las nuevas reformas pedagógicas (Coll,
1996; Wallner, 1994) y, además, se los tienen como instrumentos para el desarrollo
organizacional (Arnold, 2000).
Sin embargo, aunque sus aplicaciones constructivistas constituyan temas de moda,
sus bases son poco conocidas. De hecho, su difusión no está exenta de
simplificaciones que degradan sus rendimientos, especialmente cuando sus aportes se
discuten acoplándolos a los debates entre el subjetivismo y el objetivismo. En su
esquina, también, algunos de los promotores del constructivismo no lo hacen mejor
con inesperadas inconsistencias, cuando introducen, como parte de su argumentación,
recetas utilitaristas para sobrellevar las aproblemadas cotidianeidades del ser humano
moderno o promoviendo éticas para la convivencia humana y social. Tampoco
avanzan mucho cuando no ofrecen discriminaciones para evaluar las observaciones y
menos si aplican conceptos como intersubjetividad o consenso cognitivo para referirse
a la realidad social pues, de existir, tales fenómenos deberían formar parte de lo que
se busca explicar y no darlos por hechos.
El desarrollo del constructivismo presupuso cruces disciplinarios que incorporaron,
sistemática o intuitivamente, las hipótesis sobre el funcionamiento del sistema nervioso
y el cerebro humanos (Maturana 1990; Roth 1997 e.o.); los procesos de
autoorganización descritos por la cibernética de segundo orden (von Foerster 1985;
Maruyama 1968 e.o.); la lógica de las formas y de las distinciones (Spencer-
Brown,G.1978; Bateson,G.1993) y, por el lado de las ciencias sociales y humanas, la
contextualización histórica, los aportes de las disciplinas culturales y psicocognitivas
(Brunner 1990 e.o.) y, muy especialmente, la teoría de los sistemas sociales
autopoiéticos de Luhmann (1998; 1984).
Desde la dimensión socio-temporal, las explicaciones constructivistas armonizan con
las características de un tipo estructural de sociedad, que admite, en las experiencias
cotidianas, la coexistencia de variados tipos y niveles de objetividades/racionalidades.
Por eso, aunque von Glaserfeld (1995), uno de sus más importantes exponentes, cite
a Protágoras como su precursor (recordando que ese sabio griego sostenía que el
hombre era la medida de todas las cosas), y que otros propagadores escarben
antecedentes entre las escuelas filosóficas idealistas, el constructivismo sólo pudo
incorporarse plenamente, como una nueva corriente, cuando sus premisas hicieron
resonancia con cambios en la complejidad de la sociedad.
Así, el constructivismo puede entenderse como una forma que hace posible comunicar
una autorreflexión y autoobservación del sistema de la sociedad que, al hacerse más
compleja, desemboca frente a la paradoja que sostiene que todo lo que se produce y
reproduce como conocimiento de la realidad remite a distinciones en las distinciones
de la realidad de la sociedad, y no a un fundamento óntico o a una razón
trascendental. Este tema tiene pleno sentido para las ciencias sociales, pues sólo en la
sociedad existe
comunicación y, por eso, sólo en ella es realmente posible el constructivismo. Resulta
plausible que una autodescripción de la sociedad contemporánea que destaca la
pérdida de razones universalmente vinculantes y la emergencia de un difuso estilo
social y cultural (que fue rotulado por Lyotard como postmodernidad (1986)), haya
cumplido la función, en cuanto contexto socio-histórico, de favorecer la difusión de las
opciones constructivistas – aunque debemos señalar que yerran en sus
interpretaciones, pues lo que se interpreta como la pérdida de toda razón sólo es el
efecto de los acelerados procesos de diferenciación social. Desde una explicación
alternativa lo que ocurre es la emancipación de una razón, la originada en la Europa
Iluminista, que constituía la unidad del mundo desde una posición hegemónica y, en el
acto, irracionalizaba todo lo que le era diferente. Hoy, ante el desplome de las
instituciones originales de la modernidad, acontece una fragmentación de razones, y
los constructivistas se complacen señalando que Popper (1967), si bien atraído
inicialmente por los postulados neopositivistas, dio cuenta de la imposibilidad de
probar empíricamente las teorías científicas declarando que las únicas proposiciones
verdaderas son las que no nos permiten verificarlas y que conducen a contar como
único criterio su falseabilidad. Con tal demarcación, la búsqueda de la verdad objetiva
solo quedó como criterio regulativo de las operaciones del quehacer científico.
Tampoco dejan de mencionarse los estudios de Kühn (1962), quien, poniendo su
mirada en las determinaciones históricas y comunitarias de la ciencia, demostró que ni
la razón (racionalidad o perspectiva endogénica) ni las sensaciones (empirismo o
perspectiva exogénica) sustentan los artefactos de la ciencia. Sus evidencias indicaron
que los conocimientos científicos se conforman en la fe de las comunidades científicas
que creen en ellos -¡y en la confianza que sus procedimientos inspiran a la sociedad!
Aceptándose esos argumentos, no valdría explicarse el desarrollo del conocimiento
como el producto de un sostenido y disciplinado develamiento de la realidad, sino
como un efecto determinado por los usos sociales. Así, más que adaptados a la
realidad, los conocimientos están adaptados a un entorno autoproporcionado.

Características del constructivismo sociopoiético


Ciertamente, el constructivismo no ofrece una presentación monolítica. Para reconocer
el actual estado tipificamos sus variedades en dos ejes. El primero las diferencia,
según sus supuestos sobre la realidad, entre posturas “blandas” y “duras”; el segundo,
entre orientaciones “biológicas” y orientaciones “sociales”.
Desde las posiciones constructivistas blandas, la realidad se representa como un
estado extrínseco al observador, de la cual es posible sacar conclusiones y desde
donde se pueden explicar las convergencias cognitivas entre distintos observadores.
Como destacados exponentes del socio-construccionismo, los constructivistas
pedagógicos, aunque se distancian de la concepción instruccional de la enseñanza,
mantienen la confianza en que la realidad hace converger al conocimiento (Ausubel y
Novak, 1978). Asumen que los procesos de aprendizaje no se activan con la
transmisión de conocimientos, sino con procesos de construcción de conocimientos.
Destacando la actividad constructiva de los alumnos, promueven en estos la
construcción de significados, la resolución de problemas con estrategias propias de
pensamiento y proponen organizar el currículo a partir del diagnóstico de sus
conceptos o ideas previas. Una suerte de principio de las posibilidades limitadas une a
estos constructivistas con los fenomenólogos, que apuestan a los entendimientos
intersubjetivos. Así, en la memorable obra de Berger y Luckmann (1968) se sostiene
que el conocimiento es una fórmula en doble sentido: como aprehensión de la realidad
social objetiva y como producción continua de esta realidad. Subyacen a los
planteamientos constructivistas “blandos” los postulados de la epistemología genética
de corte piagetano (Piaget, 1978) que comprenden el aprendizaje, es decir, la
construcción del mundo de la realidad, desde la cual se distingue entre los procesos
de asimilación y acomodación. Mediante el primero, los sujetos cognoscentes
confieren significados a hechos exteriores compatibles con su naturaleza (entiéndase
noción de realidad objetiva) los que, posteriormente, transforman a través de una
incorporación que los obliga a acomodarse en función de sus particularidades. Desde
esta perspectiva, el conocimiento se construye en forma activa a partir de experiencias
con el mundo. Mientras el constructivismo genético se basa en el desarrollo cognitivo
individual, la otra variante construccionista se fundamenta en la mediación social,
como lo hace Vygotzky (1896-1934) y, más contemporáneamente, Gergen (1996). En
forma equivalente, pero con una marcada orientación biológica, Varela (1990),
aplicando el concepto de enacción, explica cómo la operatividad de los sistemas
observadores surge en procesos de codeterminación circular, donde la perduración de
los mismos es consecuencia de autorregulaciones entre la acción y el conocimiento
traído a mano desde el entorno. De cierta forma, los constructivismos blandos tienen
por atractivo no romper con las ontologías -aunque sí problematizarlas- y sólo declaran
que el conocimiento no se recibe pasivamente, sino que activamente, y que su función
es adaptativa para el observador. Para el constructivismo duro o radical existiría una
barrera infranqueable hacia el mundo, siendo éste la verdadera caja negra (Glaserfeld
1987), Desde su posición no habría observaciones (datos, leyes de la naturaleza,
objetos externos) que pudieran postularse con independencia de sus observadores y
ello lo relacionan con el hecho de que todo observador, en cuanto sistema, es cerrado
y, como tal, sólo puede observar lo que puede observar ¡y solamente eso! Suponen
que un observador conoce a través de sus operaciones internas y, por lo tanto, no
puede contactarse informativamente con el mundo externo, pero tampoco pueden
afirmar que éste no sea como es. En consecuencia, el conocimiento no representa
mundo alguno sino que surge de los resultados de operaciones autopoiéticas de un
observador. Los conceptos centrales de esta postura son, por lo tanto: clausura
operativa, determinismo estructural, acoplamiento estructural y autoinformación.
Los argumentos epistemológicos de los constructivistas duros provienen de la
interpretación de los resultados de investigaciones científicas y de aplicaciones
tecnológicas. Específicamente, se apoyan en la cibernética de segundo orden, las
teorías neurocognitivas y, especialmente, en la lógica desarrollada por Spencer-Brown
(1979). Entre estos aportes, los más relevantes surgen de las investigaciones de los
biólogos chilenos Maturana y Varela, quienes constataron que el sistema nervioso
responde a los estados cambiantes del organismo del que forma parte, para cuya
explicación desarrollaron la teoría de la autopoiesis (1984;1995), y de Heinz von
Foerster (1985), quien, redescubriendo a Johannes Müller (s.XIX) -uno de los pioneros
de la neurofisiología- retoma el principio de la codificación indiferenciada, explicando
que las células nerviosas codifican sólo la intensidad de los estímulos. Asumen con
ello que todas las diferencias que observa un organismo, es decir, su mundo
perceptivo, se producen exclusivamente a través de operaciones de codificación de
señales electro-químicas. Esto significa que las percepciones están mucho más allá de
la estimulación sensorial (¡escuchamos que nos llaman y no sonidos!) Por eso, entre
otras funciones, las organizaciones perceptivas producen constancias, aunque los
estímulos están siempre variando y, en otro sentido, no es posible predecir
percepciones conociendo únicamente las características del estímulo. Así, el
conocimiento, en el sentido de construcción, se basa en un sistema cognoscente en
cerradura operativa que no puede mantener contactos informativos con el mundo
circundante y para el cual todo lo que construye, como conocimiento de la realidad,
depende de su propia distinción entre autorreferencia y referencia externa (Luhmann
1999:136), dispositivo mediante el cual el contenido de sus conocimientos deja
momentáneamente de corresponderle.
Las diferencias entre las variedades constructivistas duras se focalizan en la
composición basal de la autopoiesis. Para Maturana, ésta radica en el metabolismo
celular y su extensión al sistema nervioso, mientras que para Luhmann (1999) es lo
propio de las operaciones comunicativas de la sociedad. De ahí que nos refiramos a él
como constructivismo sociopoiético.
Para las ciencias humanas y sociales problematizar estas distinciones es
imprescindible para desenredar discusiones. Por ejemplo, cuando se distingue entre
los conocimientos ordinarios y los científicos, nadie argumentaría señalando que
surgen desde distintos tipos de conciencias o calidades de neuronas. Por el contrario,
se alude a diferenciaciones validadas en la evolución del sistema social de la ciencia
en la sociedad. Por eso, aunque el constructivismo radical se proyecte desde la
bioquímica, la neurobiología o desde los procesos de la conciencia, su efecto sólo
ocurre en la sociedad. Las operaciones biológicas implicadas en el conocer no tienen
que ver con verdades o mentiras (ni para las alucinaciones tenemos otro cerebro, ni
para las estafas otro tipo de palabras). Con respecto a su confiabilidad y validez, los
conocimientos pueden ser verdaderos y falsos, pero su distinción viene detrás de otra
observación, proviene de un código sobrepuesto que es utilizado en situaciones
específicas por otros observadores, especialmente en el sistema parcial de la ciencia
(Luhmann 1999:108).
Según el constructivismo sociopoiético, toda descripción de la realidad es comunicada
en lo social. Esto significa que siempre tiene como referencia a la sociedad y sólo
desde esa perspectiva todo lo demás –conciencias, cuerpos, personas y ambiente
natural– es objetivado como entorno. Para mayor abundamiento, las mismas hipótesis
bio-constructivistas sustentadas por estudios del metabolismo celular son sociales,
¡pues sólo así nos hemos enterado de ellas! En esta última dirección, se distingue la
aproximación sociopoiética, para la cual sólo en la comunicación de la sociedad se
explica la emergencia de una realidad que ¡siempre es social! En este sentido, el
efecto de esta epistemología puede describirse como un radical posicionamiento de lo
social, donde las referencias a cerebros, pensamientos o acciones corporales son
reemplazadas por las de sistemas sociales compuestos por comunicaciones
operativamente cerradas y autorreferenciales.
Para desarrollar sus operaciones de observación los sistemas sociales se valen de
distinciones, cuya artificialidad no se discute. Las semanas, las matemáticas o el
dinero, como complejos esquemas de distinciones, son asumidos en su total falta de
concordancia con sustratos ónticos, salvo con su deriva histórica y cultural. Como
señala Luhmann (1999:118), el conocimiento encuentra su realidad sólo en la
actualidad de las operaciones de los sistemas sociales. Esto incluye el tiempo, las
causalidades, los fines, la racionalidad y todo lo que se comunica sobre lo que se
conoce.
El medio lenguaje –u otros equivalentes funcionales– posibilita observar los resultados
de las operaciones de observación, sin estar incluidas en ellas. Dada esta función,
permite mantener constancias o hacer adjudicaciones que tienen efectos causales (por
ejemplo, un veredicto de culpabilidad que conduce a la cárcel o los compromisos de
amor ante el altar). Su aporte consiste en favorecer los acoplamientos entre
observadores, entre los cuales no hay la más mínima intersección operativa.

Propuesta metodológica del constructivismo sociopoiético


Aunque el constructivismo sociopoiético se plantee en radical oposición a los
postulados clásicos de los investigadores naturalistas, que suponen una realidad cuya
existencia y efectos pueden considerarse como independientes de su observación,
está lejos de ser una propuesta anticientífica. De acuerdo con sus supuestos, las
ciencias sociales no requieren abandonar sus pretensiones comunicativas en lo
relativo, feble o disipativo. Lo irrenunciable es declarar la imposibilidad de realizar
operaciones de observación fuera de los límites trazados por los condicionamientos
estructurales de los observadores.
Como lo ha destacado Schmidt (1987), quien representa sus posturas más radicales,
el constructivismo no propone un solipsismo ontológico, sino que solamente descarta
afirmar sus conocimientos en “la realidad”; en vez de ello trata de “experiencias de
realidad” y desde esas bases se propone la investigación empírica.
Los constructivistas, cuando relacionan conocimientos con realidad, sólo argumentan
que estos son logros específicos de un observador. Luhmann (1996) precisa este
argumento señalando que, aunque hubiera constituciones absolutamente exógenas y
estas se hicieran notar, no pueden informar directamente a sus observadores. Se
sigue así la demostración de Maturana (1984) sobre la ausencia de mecanismos que
permitan a un observador distinguir entre ilusiones y percepciones. Por lo mismo, las
preocupaciones más difundidas de sus exponentes consisten en proponer criterios
para la aceptabilidad y validación de sus explicaciones.
En términos más específicos, la propuesta metodológica sociopoiética es la
observación de segundo orden. Su objetivo consiste en hacer distinguibles las formas
de distinguir a través de las cuales personas, grupos, comunidades, organizaciones y
otras conformaciones de observadores producen sus experiencias de conocimiento.
Su propio conocimiento emerge mediante operaciones de observación y descripción
que
indican cómo otros sistemas llevan a cabo sus operaciones y cómo, en dependencia
de ellas, construyen sus mundos de realidad.
Como se aprecia, la observación de segundo orden encaja muy bien con la
diferenciación de la sociedad contemporánea, en la cual, dependiendo del sistema de
referencia, existen múltiples posiciones, las que conducen a disponer de muchas
posibilidades para observar, sin poder indicar a ninguna como la más completa.
La posibilidad de que un observador pueda observar a otro sistema observador, es
decir, hacer observaciones de segundo orden, se encuentra en la sociedad misma. La
sociogénesis del conocimiento implica que solamente desde la misma sociedad se
desprenden las distinciones que permiten sus observaciones, tales como:
sujeto/objeto; consciente/inconsciente; cualitativo/cuantitativo y la de real/irreal. La
distinción de las distinciones, sistema/entorno, que pertenece al plano de la
observación de segundo orden es, junto con las de latente/manifiesto y
verdad/falsedad, una de sus formas más utilizadas.

En síntesis, digamos que los aportes más significativos del constructivismo se


corresponden con su incorporación explícita de la autorreferencia en los dominios
constituidos de la sociedad. Así, debemos aceptar que la validez del conocimiento
constructivistamente fundamentado depende no de su correspondencia con el entorno,
sino más bien de su continuidad comunicativa; otro paso será evaluarlo como fuente
de verdades o de ignorancias. Ustedes juzgarán en lo que a esta presentación
respecta.

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