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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Ciencias Sociales


Carrera de Sociología

Métodos de investigación
en Historia Urbana
Seminario: C. Guevara

Tomás Moro: Utopía

Fabio Szteinhendler
L.U. 27.217.739
2º cuatrimestre de 2003
Imagen de la primera edición de Utopía

Imagen de la portada de Utopía

Imagen del primer párrafo de Utopía

2
–I–
Introducción

“¿No es, acaso, una república inicua e ingrata ésta que a los
generosos, como les llaman, a los orífices, y a los otros de este jaez,
u ociosos ellos, o sólo aduladores y artífices de placeres frívolos, les
prodiga tan grandes regalos, mientras que, por el contrario, a los
agricultores, a los carboneros, a los azacanes, a los cocheros y a los
artesanos, sin los cuales no existiría en absoluto ninguna república,
no les provee nada con liberalidad; sino que habiendo abusado de
sus trabajos en la edad floreciente, cuando torpes ya por los años y
la enfermedad, necesitados de todas las cosas, les recompensa,
ingratísima, con una muerte misérrima, olvidada de tantas vigilias,
desacordada de tantos y tan grandes beneficios? Y ¿qué decir de que
los ricos arañan todos los días algo de la ración diaria de los pobres
no sólo mediante fraude privado sino también mediante leyes
públicas? De esta manera, lo que antes parecía injusto: dar a los que
mejor sirven a la república la peor remuneración, esta depravación la
han convertido también éstos, una vez promulgada la ley, en
justicia.”
Tomás Moro; Utopía. La mejor república y la nueva isla de utopía, p.
130.

Desde mediados del Siglo XII, la historia del medioevo europeo, inicia un
complejo y sinuoso acontecer transformador. Diversos procesos de cambio
preanuncian la ruptura del lazo religioso que cohesiona el modo de producción
feudal en el continente: la secularización del poder político, las impugnaciones
a la Iglesia Católica y el Papado, el “redescubrimiento” de los pensadores
antiguos, el florecimiento de las primeras ciudades comerciales y el auge del
intercambio mercantil, las guerras por el dominio señorial, las revueltas
campesinas, la conquista de América, etcétera. Estas y muchas otras
transformaciones convergieron en el periodo que desde mediados del siglo XIV
y hasta entrado el XVI, se dio en conocer nominalmente como “Renacimiento”
(de la Antigüedad o Edad Dorada). Durante esa primavera europea, se

3
agudizaron las contradicciones de un viejo orden que entraba en disolución, al
tiempo que uno nuevo era parido de las entrañas de aquel. El feudalismo
agonizaba mientras el naciente capitalismo mercantilista daba signos de plena
vitalidad, alterando al conjunto de las relaciones sociales afines al medioevo.
De este modo, fueron apareciendo en el mundo de las ideas –al calor de
los cambios mencionados– diversas interpretaciones acerca del ser humano, de
la exégesis bíblica, del orden, del conflicto, de las transformaciones
acontecidas, en fin, de aquellas cuestiones que puestas en tensión por el
devenir histórico requerían un fundamento diferente o bien una superación. El
Humanismo pronto se diseminará desde Florencia1 hacia el resto del
continente, siendo en Inglaterra donde tendrá su encuentro con Tomás Moro.

– II –
El Renacimiento, la Reforma y el Mundus Novus: del orden feudal al
capitalismo moderno

Reflexionar sobre la obra de Moro implica dar cuenta del contexto


histórico en el que vivió –y sobre el que escribió– como circunstancia
inseparable de todo ser humano, especialmente, cuando se trata de un
pensador tan resplandeciente y oscuro a la vez. La Inglaterra que cobija y
alimenta el espíritu moreano está llena de vicisitudes, incertidumbres,
conflictos. Por un lado, desde 1337 hasta 1453, la nobleza británica se ve
envuelta en una larga guerra con su par francesa. La llamada Guerra de los
Cien Años, cuyas consecuencias impactan sobre el campesinado de ambos
territorios, no sólo es un conflicto entre casas señoriales. Es, asimismo, uno de
los más importantes conflictos económicos y políticos del medioevo, puesto
que no sólo se disputaban territorios –sobre todo la región de Bretaña en el
norte del continente europeo–, sino también el monopolio comercial con la
región de Flandes así como el control del Canal de la Mancha, que dividía a la
isla del continente, principal paso comercial de la región. Además, el desarrollo
del conflicto entre estas naciones convergía con los pugnas al interior de cada

1
La vasta bibliografía dedicada al Renacimiento, consiente en que esta ciudad-estado, del
normediterráneo toscano italiano, es la urbe más importante de ese vasto movimiento renacentista. Tal
es así, que bajo el gobierno de los Médici, una de las familias más importantes del periodo debido a su
poderío comercial, la moneda que se utilizaba como referencia para el intercambio comercial era el florín.
(Ver Pirenne, H. (1995); Historia de Europa. Desde las invasiones al siglo XVI, libro IX “El
Renacimiento y la Reforma”, FCE, México D.F.)
4
una.
Toda guerra, en el mundo feudal, suponía una acumulación extra de
tributos por parte de los monarcas que perjudicaba seriamente la subsistencia
de los súbditos, principalmente, las arcas de la aristocracia noble. Además, en
este caso, a la guerra se sumaban cambios en las condiciones climáticas que
repercutían sensiblemente sobre la economía campesina. Por último, quienes
finalmente eran levados como soldados, no eran otros sino los propios
campesinos, en especial aquellos cuya fuerza de trabajo constituía el principal
aporte a la economía de la unidad doméstica. Todo ello redundaba en peores
condiciones de existencia para esas vastas poblaciones, situación que se
prolongaba en el tiempo.
Simultáneamente, el conflicto bélico debilitaba al monarca en los
periodos adversos, mientras se fortalecía en los momentos favorables. Esto
incidía notablemente sobre la nobleza, por un lado, debilitándola
económicamente, y, a la vez, sujetándola, en sus disputas internas, a los
vaivenes del conflicto exterior si quería avanzar sobre la corona inglesa.
Ahora bien, si fue en territorio francés donde esas condiciones de
existencia devinieron guerra civil y rebeliones campesinas devastadoras, en
Inglaterra la situación no resultaba ser menos desesperante. El campesinado
protagonizaba violentas manifestaciones contra las leyes que aumentaban los
tributos de guerra, la política de cotos, las expulsiones de los territorios por los
cercamientos, o bien, cuando la escasez de alimentos los obligaba a adquirirlos
en el mercado a precios inaccesibles. Como si eso no fuera suficiente, una vez
concluida la guerra con Francia, los conflictos al interior de Inglaterra se
agudizaron insalvablemente.
Entre 1455 y 1485, las dos casas más poderosas del reino –la de York y la
de Lancaster– se trenzaban en una espeluznante guerra civil en pos del poder
monárquico: La Guerra de las Dos Rosas. Ésta culminaría con la corona en
poder de Enrique VII de Tudor, apoyado por la casa de Lancaster, quien, con el
objeto de estabilizar el reino, contrajo matrimonio con la heredera de la casa
York, Isabel. De esa manera, Enrique VII se aseguraba la centralización del
poder y la unidad del reino.
Durante más de ciento treinta años la violencia y el despojo estuvieron a
la orden del día, en especial para las poblaciones campesinas. Rebeliones por
abajo y traiciones por arriba, se definía la configuración de la nación inglesa, la
5
concentración del poder político absolutista, y la expoliación del campesinado.
Es decir, se establecían algunas de las condiciones esenciales para el
funcionamiento del mercado: una importante oferta de mano de obra “libre”,
un poder centralizado que concentraba los medios represivos, la unificación
territorial de la nación, y el desarrollo del comercio de la lana que, hacia las
primeras décadas del siglo XVI, se financiaría con los metales del Nuevo
Continente.
Catorce años tenía el joven Moro cuando el navegante Colón 2 emprendía
el primero de sus viajes trasatlánticos en búsqueda de las Indias, con el objeto
de sortear el infranqueable paso por el Mediterráneo, por entonces, bajo la
órbita del Imperio Otomano. La conquista del continente hoy americano,
trastocaba los rumbos de un comercio fuertemente restringido hacia el Oriente
por las vías tradicionales hasta entonces. A la vez que se abrían nuevos
caminos para el intercambio mercantil, las metrópolis europeas fundaban sus
colonias en tierras “desconocidas” con el anhelo de nutrir sus arcas de metales
y especies. El mundo de las civilizaciones precolombinas era saqueado por la
expansión del mercantilismo, y no era otro, sino ese pillaje, el que financiaba
los consumos suntuosos de las monarquías europeas mientras permitía a la
burguesía comercial apropiarse de más y más ganancias.
En Inglaterra, el comercio de la lana junto con el crecimiento de diversas
ciudades –entre ellas Londres–, que estando dentro del circuito mercantil eran
sede del desarrollo de la industria artesanal vinculada a aquel, no prometían
soluciones a las masas desposeídas. Así, el siglo XVI, señala Morton, ofrecía a
la vista: política de cotos, extensión del paro, mendicidad, elevación de los
precios, bajos salarios, leyes duramente represivas contra los explotados,
continúas guerras entre Estados, corrupción, etcétera. Asimismo, todos los
valores antes indiscutibles se ponían en tela de juicio.
“Esta era la situación –dice Morton– durante la juventud de Tomás Moro:
un mundo de esperanza y desesperanza, de conflictos y contrastes, de
2
Unos años más tarde, Américo Vespucci, otro navegante, de origen italiano, realizaría varias
expediciones trasatlánticas. Algunas de sus experiencias habían sido recopiladas e impresas, abundando
en descripciones de las comunidades aborígenes con las que había tenido contactos. Por otro lado, en
1511 se editaba De Orbe Novo, de Peter Martyr, donde se brindaba una perspectiva aún mucho más
idealizada de otras comunidades. Ambos escritos han debido ser de suma influencia para el esquema
moreano respecto de cómo podía estar configurada la comunidad primitiva cristiana en la que imperaba
la igualdad y la justicia social. Mattelart realiza una interesante disquisición al respecto: “La isla de
Utopía/Eutopia es la región de ninguna parte y de la felicidad. El relato utópico también es una U-cronia:
interrumpe la historia. [...] Este lugar imaginario enlaza Nuevo Mundo con Tiempos antiguos.” (ver
Mattelart, A. (2000); Historia de la utopía planetaria: de la ciudad profética a la sociedad global,
capítulo 1 “El vínculo cristiano frente al resquebrajamiento de los recintos”, p. 29, Paidós, Barcelona.)
6
riquezas desmesuradas y de creciente miseria, de idealismo y de corrupción,
de declive de las sociedades locales e internacionales en beneficio de los
nacionalismos que habrían de suministrar a la burguesía el marco de su
desarrollo.”3
Mientras esas transformaciones tenían lugar en el mundo terrenal, la
Iglesia –para nada ajena a los conflictos descriptos– protagonizaría intensas
luchas en su interior por dondequiera que ella se había establecido como el
único poder hierocrático. Desde el siglo XII, se sucedían las voces discordantes
en el seno de la institución: la Reforma acechaba desde la sombra. La
acumulación de poder y riquezas de la Iglesia Universal, tras el Cisma del siglo
XI, generaba virulentas oposiciones. La hegemonía del Papado se mantendría a
costa del sacrificio de las herejías, pero ello no hacía sino alimentar las agudas
contradicciones intersticiales.
Será durante el siglo XVI, que el proceso reformador se verá impulsado
irreversiblemente al imbricarse en las luchas entre los monarcas y el Papado.
En este sentido, Pirenne advierte la importancia del Renacimiento en tanto
movimiento –intelectual, político, artístico, en fin cultural– precedente:
“Solamente él hizo posible la liberación del pensamiento y la renovación de la
fe. La sociedad europea era demasiado vigorosa para no hacer saltar los lazos
que la unían al pasado. Y no es solamente en el dominio de la fe y del
pensamiento donde, desde mediados del siglo XV, se exterioriza un
movimiento de renovación. Se comprueba en todas partes. Al mismo tiempo
que los pensadores se sacuden el yugo de la escolástica y los artistas el del
estilo gótico, se advierte cómo, a su vez, los industriales, los capitalistas y los
políticos protestan y se sublevan contra el régimen restrictivo de las
corporaciones de oficios, las limitaciones económicas, las tradiciones y los
prejuicios que dificultan la libre expansión de su actividad. Todo se transforma
a la vez; el mundo intelectual y el mundo económico; el capitalismo moderno
nace aproximadamente al mismo tiempo que los primeros trabajos científicos y
colabora con ellos en el descubrimiento de las Indias orientales y de América.
La constitución de los Estados sufre, por su parte, la influencia de las ideas, de
las necesidades, de los apetitos y de las ambiciones que se desarrollan en el
cuerpo social.”4
3
Morton, A.L. (2000); “Capítulo VII: La isla de los Santos”, en Borón, A. (comp.); La filosofía clásica. De
la antigüedad al renacimiento, CLACSO, Buenos Aires.
4
Pirenne, H. (1995); Op. Cit.
7
– III –
Tomás Moro: el humanista cristiano y el precoz político

Tomás Moro nació en Londres5 el 7 de febrero de 1478 y murió, en el


cadalso en la misma ciudad, 57 años después, el 6 de julio de 1535. Su infancia
estuvo signada por la muerte de su madre, así como por la férrea tutela de su
padre. Educado en la fe católica, tuvo una importante experiencia como paje
del arzobispo de Canterbury Juan Morton, donde desarrollaría su adolescencia.
Algunos años más tarde, entraría en la vida de los Cartujos, tal vez, la más
incisiva experiencia cristiana de su vida. Empero, poco tiempo después, la
abandonaría por la instrucción en leyes en la Universidad de Oxford6, obligado
por su padre. Allí profundizará en el estudio de los clásicos de la antigüedad
grecorromana, entablando relaciones con los pensadores –y el legado–
humanistas del siglo anterior, así como también con sus representantes
contemporáneos.
Justamente de los últimos recibía afecto y amistad: Erasmo, Colet,
Linacre, Grocyn7. Todos ellos compartieron las raíces del humanismo inglés, y
5
Durante el siglo XVI, esta ciudad inglesa, sede del poder del monarca y de la cámara de los Lords, se
había convertido –bajo la dinastía Tudor– en el puerto por excelencia del comercio de ultramar. De allí
partirían los barcos mercantes hacia América y la costa este de la India en busca de riquezas. Moro supo
defender, como Canciller, el comercio británico en más de una ocasión. De hecho, fue durante una de sus
visitas diplomáticas a los Países Bajos –específicamente al puerto de Amberes– donde escribirá el primer
libro de la Utopía. Allí también entablará relaciones con uno de los principales pensadores humanistas de
la época: Erasmo de Rótterdam. Este holandés, trashumante como pocos humanistas, además de dedicar
gran parte de su vida a la escritura, fue profesor en diversas universidades, entre ellas la de Cambridge.
Allí dictó clases de griego, fortaleciendo el desarrollo del Humanismo dentro del pensamiento cristiano.
Sus primeras piezas literarias constituyeron fuertes diatribas contra la iglesia y el clérigo, donde
revaloriza el lugar del cristianismo primitivo. Elogio de la locura. Encomion moriae seu laus stultitiae
(1511) es quizás una de las piezas más importantes del pensamiento reformista y humanista, siendo
dedicada a Moro, quien en Utopía recordará a la ascendencia abraxiana de los utopienses. Por esta y
otras obras –como la traducción de Nuevo Testamento (1516) en griego– se lo ha considerado como uno
de los padres de la reforma.
6
Dicha casa de estudio –la más antigua en el mundo anglosajón– fue desde finales del siglo XII uno de los
principales centros de enseñanza, al igual que la ciudad de la que toma su nombre. En la misma, fueron
integrándose los grandes maestros y estudiosos europeos. Hacia mediados del siglo XIII, las principales
órdenes cristianas fueron acogidas en la institución. Apenas dos siglos más tarde, afluirían los pensadores
humanistas, con gran influencia sobre Moro, quien durante algún momento de su vida fuera una de las
más importantes personalidades de la nombrada casa de estudios.
7
Estos cuatro hombres, referentes del humanismo nórdico, ejercieron una importante influencia sobre
Moro. Entre ellos se estableció un profundo intercambio de reflexiones teóricas. Desde las más
prestigiosas casas de estudio se dedicaron a la divulgación y enseñanza de los valores humanistas
cristianos, Colet, Grocyn y Linacre en Oxford, Erasmo en Cambridge. Extendieron la utilización de las
lenguas vernáculas como un modo de acercar los valores cristianos al pueblo, al tiempo que se erigían en
notables críticos de la escolástica y gran parte de la estructura eclesiástica. Los tres primeros –Colet fue
uno de los pedagogos más influyentes de la época, mediante el establecimiento de nuevas escuelas daría
un impulso importante a la formación educativa popular–, serán profesores y guías espirituales del joven
Moro, introduciéndolo en el pensamiento humanista, en el estudio del griego, del latín y de los clásicos. El
holandés será una de las amistades más influyentes que Moro establecerá desde su adolescencia, y con
el cual mantendrá una fuerte amistad.
8
supieron dejar una vasta e interesante creación. Tanto Moro, como el resto de
los humanistas estaban convencidos de que la Iglesia debía retomar los
postulados de los primeros padres, terrenalizando –como advierte Imaz– la
philosophia Christi, haciendo de ésta su programa de acción8 para reformar las
instituciones corrompidas. Se trata pues de conciliar la religión con el mundo,
liberando a la ciencia, a la moral, al arte, del yugo del medioevo. El
cristianismo era, en la concepción de estos hombres, “amplio, racional,
totalmente despojado de misticismo y que deja subsistir a la Iglesia, no como
la prometida de Jesucristo y la fuente de salvación de las almas, sino como una
institución moralizadora y educativa, en el sentido más elevado de la
palabra.”9. El problema podía resolverse pero la solución que prometían era
refrenada, reflexiva y aristocrática, es decir, reformista y conservadora. La
Reforma que sobrevendrá con Lutero en Alemania tomará otros rumbos,
divergentes respecto del señalado por esos cristianos “modernos”, testigos
privilegiados del proceso destructivo del catolicismo –en algunos casos
utilizando argumentos propios del pensamiento humanista– y de muchas de
sus aspiraciones.
Pues bien, una vez cumplida su formación, se dedicó a ejercer como
jurista y magistrado en su ciudad natal. Raudamente, su interés por las
cuestiones políticas y morales lo lanzará a participar activamente de la vida
política de Inglaterra. De esa manera, en 1504 es elegido miembro del
Parlamento, donde protagonizará su primer enfrentamiento con el poder real,
oponiéndose al intento de gravar mayores tributos sobre sus súbditos, de
Enrique VII. Si bien ese conflicto lo alejará de la arena parlamentaria, con la
sucesión de aquél por Enrique VIII será nombrado alguacil de Londres,
iniciando un largo camino en las filas del nuevo rey. Primero como enviado
diplomático, y luego como Canciller, se consagrará en la función pública. En
1525, Moro será promovido a los cargos de Mayordomo Mayor de las
universidades de Oxford y Cambridge, y al de Canciller de Lancaster. Apenas
cuatro años más tarde sería investido con la Cancillería del Reino de Inglaterra.
Por entonces, su confianza en la monarquía de Enrique VIII comenzará a
resquebrajarse, principalmente, debido al carácter tiránico y absolutista que
asumía, pero, especialmente, cuando la lucha política entre la Iglesia Católica y
8
Imaz, E. (1984); “Topía y utopía”, p. 12, en Moro, T., Campanella, T. y Bacon, F.; Utopías del
Renacimiento, FCE, México D.F.
9
Pirenne, H. (1995); Op. Cit.
9
los grandes señores, se manifieste en Inglaterra. Primero con el divorcio de
Enrique VIII de Catalina. A la postre, con la creación de una Iglesia de Estado
cuyo resultado será la separación de poderes entre la autoridad terrenal y la
espiritual, es decir, entre el poder del monarca y el del Papa –y la
concentración de ambos, en el caso inglés, en la figura de Enrique VIII–. La
oposición de Moro a firmar el Acta de Sumisión en 1532, convalidando esa
ruptura, le deparará la encarcelación y, posteriormente, la muerte. De ese
modo, en 1535, condenado por los cargos de alta traición al rey –en un confuso
episodio– es ejecutado.
Antes de entrar detenidamente en la obra, conviene señalar que el
legado de Moro ha sido sumamente singular en la historia del pensamiento:
“De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia” (Utopía) fue escrita en
latín, e impresa en Lovaina en 1516 por Thierry Martens –recién en 1551
aparecería una versión en lengua vernácula en Inglaterra–, durante una misión
diplomática en la ciudad de Amberes. La obra sintetiza un sinnúmero de
pensamientos filosóficos, morales, políticos y teológicos, impregnados por las
ideas de los pensadores clásicos –es inevitable hacer mención de la influencia
de La República de Platón, o de La ciudad de Dios de San Agustín, o, por qué
no, los Diálogos de Luciano que tradujera al latín junto con Erasmo–, así como
también de los contemporáneos humanistas. No obstante estas influencias,
refleja perspicazmente las condiciones históricas de la época.
Asimismo, la personalidad de Moro se desnuda en ese pequeño libro.
Sagaz, irónico, humorista; de vocación monástica, inequívoca fe católica y
fuertes convicciones religiosas, morales, políticas; humanista y pacificador,
hábil diplomático y mejor estadista; realista y utópico, filósofo racionalista;
inquisidor y melancólico. Tales son algunos de los atributos que encuadran y
sujetan a la personalidad, y tales son los que en diversos pasajes emergen de
la lectura de Utopía. Como bien señalan F. y F. Manuel, la complejidad y las
contradicciones de su personalidad, que siguen siendo tema de discusión y
debate, persisten a la hora de explicar la relación con su obra. No obstante,
este trabajo no pretende abordar Utopía más que tangencialmente respecto de
su personalidad.
En ese sentido, una de las grandes contradicciones de su vida, y que
merece ser destacada, es su defensa de la Iglesia Católica siendo ministro de
Enrique VIII. Allí hay una escisión entre el hombre moral y el hombre político,
10
que será saldada con su propia muerte. Imaz lo resume de forma interesante,
conceptuando como trágica la situación: la Razón de Estado –la misma que
estaba del lado de Moro cuando perseguía las herejías reformistas– se imponía
sobre la Razón Republicana; o, lo que es lo mismo, el estadista exterminaba al
filósofo. En los albores de la Modernidad, la Política encontraba, en tanto
campo de la acción humana, la superación de cualquier tragedia moral y/o
ética, aún vistiéndose de moralidad para legitimarse. La comprensión de lo
político que el florentino Maquiavelo –otro de los grandísimos pensadores y
políticos contemporáneo de Moro– arriesga es, no sólo cabalmente diferente a
la moreana, sino la que acabadamente desentraña las características
modernas de dicho campo de acción en el que se dirimen los más importantes
conflictos.

– IV –
Algo más sobre Moro: obras e influencias

Además de Utopía, Tomás Moro experimentó diversos géneros literarios,


desde la poesía hasta los tratados teológico-políticos, atravesando los ensayos
jurídicos y las sátiras. Cuantiosas palabras dedicaría a su disputa contra Lutero,
pero también en contra del absolutismo monárquico. Otras tantas destinaría a
la vida de Pico della Mirandola, o en traducir junto con Erasmo a Luciano.
El valor de cada pieza escrita por Moro es imposible de ser explicado en
el presente trabajo. No obstante, no se quisiera pasar por alto que tanto Pico
della Mirandola10 como Luciano11 son dos fuentes importantes sobre el
pensamiento de aquel. Ascendientes que debieron complementarse con el
afecto y el intercambio mantenido con otros grandes filósofos humanistas de

10
El Conde Pico della Mirandola (1463-1494) fue un importante filósofo humanista italiano, uno de los
principales descubridores de la obra de Platón y de Aristóteles, así como también uno de los más
controvertidos críticos de la Iglesia Católica y el Papado. Inició sus estudios en la Universidad de Bolonia,
pero recorrió diversos claustros universitarios de Francia e Italia.
En varias ocasiones acusado de herejía, trató de ligar el pensamiento racional humanista con los
principios del cristianismo. Hacia el final de su vida, intentó profesar en la orden dominica y distribuir
entre los más necesitados todas sus posesiones, pero murió antes de poder concretar tales aspiraciones.
Fue una de las personalidades más admiradas por Moro, no sólo por su fervorosa devoción, sino, sobre
todo, por su agudo raciocinio y su estilo de vida.
11
Nacido en Samosata, Luciano (120-después 180) dedicó su vida a la filosofía y la retórica. La
trashumancia por todo el imperio Romano lo llevó finalmente a establecerse en Atenas, ciudad en la que
escribiría sus obras más famosas: las sátiras en forma de diálogos. De éstas, Moro recogerá las
principales argumentaciones contra la tiranía y las falsas doctrinas filosóficas, y, al igual que de Platón, el
modo de relatar las vicisitudes de Hitlodeo en la isla de los utopienses, es decir, el modo dialogal.
Además, Moro encontraría en la labor de traducción de Los Diálogos –entre 1506 y 1507– una indeleble
vinculación con Erasmo.
11
su tiempo12. Es más, algunos de estos pensadores contemporáneos habrían de
ser quienes introdujeran al joven Moro en el humanismo de Pico, así como en
las sátiras antitiránicas de Luciano.
Por otra parte, es imposible esbozar siquiera una interpretación de
Utopía sin sumergirse en el contexto intelectual del Humanismo. Platón es, casi
exclusivamente, la figura estelar de ese renacimiento de las ideas. Con él
dialoga Moro, tal que muchas de las cuestiones que retoma en su obra vierten
en gran medida de los pensamientos de aquel ateniense. Pero también, en
tanto invariante del Humanismo, la vuelta a la doctrina filosófica de los Padres
de la Iglesia, entre los cuales destacaba San Agustín 13, significará, para dicho
ambiente intelectual, un creciente y sostenido intento por vincular el
pensamiento racional y el sentimiento religioso, expresándose las más de las
veces en diatribas antiescolásticas y antiabsolutistas.

–V–
Breve introducción a la obra

Como señala Mannheim, cada momento histórico ha “parido” la utopía a


cuya función le corresponde la negación de la realidad de la que nació. Cada
grupo oprimido ha denunciado –incluso hasta la ruptura– sus condiciones de
existencia y subordinación: la reproducción de su estado de opresión.
Siguiendo a Bloch –en coincidencia con el pensador antes citado–, en la utopía
el futuro es esperanzador puesto que lo utópico cumple un papel fundamental
en la crítica a lo dado, al presente y al pasado petrificados, al devenir de lo ya
12
Evidentemente, esas influencias estaban vinculadas tanto a la revalorización como también a la
“masiva” difusión de la filosofía platónica, que, en parte, era el resultado de la aparición de la imprenta
de tipos móviles de metal en 1456 que permitía mejorar las técnicas de impresión conocidas hasta
entonces, incrementando el número de ejemplares –lo que hoy se denomina tirada– al tiempo que
disminuía el tiempo que tomaba la impresión.
13
San Agustín fue uno de los máximos representantes de los Padres de la Iglesia, nació el 13 de
noviembre del año 354 en Tagaste, Numidia (hoy Souk-Ahras, Argelia) y falleció en Hipona (ahora
Annaba, Argelia) el 28 de agosto del año 430. Durante gran parte de su vida se dedicaría a la enseñanza
catedrática y a la búsqueda de un sistema filosófico y ético que conciliase las contradicciones que hasta
entonces presentaba la doctrina cristiana. Tras su paso por Milán, donde conoció al obispo Ambrosio –y se
introdujo en el neoplatonismo de entonces–, se renovarían sus esperanzas en la praxis de la cristiandad.
A su regreso a África, se convertiría en sacerdote y luego será consagrado obispo. Mientras tanto, se
sucedían los diferentes conflictos políticos y teológicos al interior del Imperio Romano. Bajo ese contexto
la teología de San Agustín tuvo en la mira a las herejías maniqueístas, donatistas y pelagianas. De ese
modo, pudo construir los cimientos de lo que durante muchos siglos fue la piedra angular del
pensamiento clerical oficial de la Iglesia Católica Universal.
De sus obras, interesa destacar La ciudad de Dios (413-426) puesto que allí se explicitan los
principales fundamentos de la filosofía cristiana que servirá como fuente a diversos pensadores durante
el renacimiento, claro está, entre ellos Moro. Se trata de una notable apología cristiana en la que formula
su filosofía teológica de la historia, al servicio de la pax romana y la consolidación de una Iglesia
indivisible.
12
caduco, a la repetición del siempre lo mismo. La utopía abre el camino al
futuro, a aquello que todavía no ha llegado a ser, a lo todavía no consciente: es
praxis transformadora, cuya originalidad se expresa cuando lo que todavía no
ha llegado se vislumbra en lo que ya ha sido, mientras que lo que ha sido se
proyecta sobre el futuro. La utopía es ese “todavía no” que pone en juego al
pasado y al futuro, mediante el presente, y ello es así puesto que todo lo
presente está cargado de memoria de un pasado, pero al mismo tiempo,
incuba y anticipa lo que todavía no ha llegado a ser.
De este modo, Utopía es la primera obra literaria de la Modernidad en
plantear una crítica del orden existente mediante la sátira de dicho orden.
Además, lo que hace de aquella un objeto de estudio de sumo interés y de
sorprendente complejidad, es que sienta las bases de un nuevo género de
ficción literaria que será ensayado por los más diversos autores en los más
variados contextos. Utopía es el legado que Moro ha obsequiado a la historia
del pensamiento europeo de su tiempo, y de los venideros. Para muchos de sus
sucesores, este pequeño libro representa una apuesta política de cambio social
–aunque no radical–, una esperanza que deviene subversión si es leída
críticamente por el movimiento revolucionario. Para otros, se trata de una
mirada “romántica”, “aristocrática”, respecto del desquicio imperante en su
época. Indudable es que, según la perspectiva desde la que sea abordada, la
ficción utopiense ha influido en vastísimas obras, incluso llevándose a la
práctica en las ciudades-hospitales fundadas por Vasco de Quiroga 14 en Nueva
España (México) poco tiempo después de fallecido Moro.
Empero, sea como fuere que haya sido interpretado su contenido –
ideológica y/o políticamente–, perdurando a través de los tiempos como la que
nombró aquello que hasta entonces carente de nominación eran las utopías, la
obra de este letrado inglés sigue, en muchos de sus planteos, intensamente
vigente. Y allí, precisamente en su eficacia, Utopía deja de ser un lugar
inexistente para abrazar al conjunto como a una “gran familia”.

– VI –
14
El misionero Vasco de Quiroga (1470–1565), eximio representante del humanismo ibérico, construyó,
entre 1530 y 1565, sus ciudades-hospitales que tenían como modelo a la sociedad utopiense de Moro. En
éstas evangelizaba a los indígenas, incorporándolos en el marco de una comunidad donde se hiciera
terrenal el cristianismo primitivo inspirado en el pensador inglés. En 1535 Quiroga había concluido la
construcción del primero de sus proyectos, no obstante, el mensajero por él enviado jamás pudo
despertar con la noticia los oídos del recientemente ejecutado Moro. (ver Mattelart, A. (2000); Op. Cit., p.
32.)
13
El revés de las injusticias

Es posible hallar en la obra de Moro diversos valores que no son una


originalidad de su ingenio. Aquellos eran profesados por los humanistas del
renacimiento. Eran los valores de la época, constantemente en tensión con la
escolástica clásica del medioevo. Ahora bien, en Utopía no es sino la justicia
social, en tanto idea-fuerza, la que se proyecta y ramifica, atraviesa
audazmente los intersticios del texto, convirtiéndose en uno de los principales
pilares que sostienen, y a la vez es sostenido, por la praxis de los utopienses.
La originalidad de Moro se relaciona, en todo caso, con la forma y los
contenidos con los que resuelve el funcionamiento de una sociedad basada en
ese principio.
Se trata de un ideal que ejerce, en la textualidad moreana, una función
crítica de las condiciones de existencia, es decir, de la realidad que produce –y
a la vez condiciona– el modo de producción que está transformando la
Inglaterra del XVI, “devorando” a los hombres mediante el comercio de la lana.
En el Libro I se realizan severas críticas a las injusticias que imperan entonces.
Mediante la técnica del diálogo –sostenido en casa del Cardenal Morton–, la voz
del navegante lusitano Rafael Hitlodeo, introduce algunos de los temas que
luego retomará en el Libro II a través de la descripción de la isla de Utopía.
Se ha señalado la influencia del contexto inglés puesto que Moro es un
sagaz descifrador de la expropiación de las vastas poblaciones campesinas, de
la ruptura de su economía de subsistencia, de la proliferación del vagabundaje
y el pillaje, de las “modernas” leyes contra esas personas, es decir, de la
transición del mundo feudal al moderno y mercantil. No sin razón Marx lo citará
en El Capital, cuando analice el proceso de acumulación primitiva u originaria,
como fuente. Moro, para aquél, revela algunas de las condiciones de
posibilidad del desarrollo del capitalismo en su versión clásica inglesa. Un
campesinado en proceso de proletarización, un vasto territorio en manos de
una nobleza renovada con su creciente afán de lucro por el comercio de lanas,
una estructura jurídica y política cada vez más centralizada y poderosa, capaz
de imponerse por medios extraeconómicos, y fundamentalmente, una
burguesía que poco a poco, pero con firmeza, está ascendiendo, incluso hasta
los oídos15 del tirano.
15
Es interesante la idea de una burguesía que coquetea en los oídos del monarca, metáfora que será
14
Por otra parte, el neoplatonismo renacentista –del que Moro es difusor y
estudioso– recoge la idea de justicia de La República, con diferencias, pero
también con notables similitudes a la hora de constituir el orden de la polis. Por
su lado, Moro establece una línea de continuidad entre la comunidad de bienes
–entre guerreros y gobernantes– que sostiene Platón, extendiéndola al
conjunto de los utopienses. La abolición de la propiedad privada, origen de las
injusticias, es la solución radical que propone el inglés a éstas. Empero, se
distancia de Platón ya que mantiene la organización de la familia en lugar de
establecer una comunidad de mujeres e infantes. Como se verá más adelante,
cuando se avance sobre la organización social y cultural en la isla, esa
diferencia entre uno y otro pensador permite una interpretación interesante
sobre la influencia del cristianismo comunitario.
Asimismo, al tomar como fuente las narraciones de Vespucci y de Martyr
–recordar que Hitlodeo ha formado parte de la tripulación del primero–, es
indudable que Moro encontraba en aquellas comunidades el modelo que más
se adecuaba al orden que deseaba representar para condenar los males de su
sociedad. Asimismo, Utopía emergía en un periodo en el que la urbe, a causa
de los procesos de cambio que estaban teniendo lugar –en especial, si eran
analizados con lentes neoplatónicos–, era un espejismo de aquella ciudad-
estado de la antigüedad.16 Se conjugan, entonces, los dos modelos societarios:
por un lado, el antiguo característico de la polis griega; por el otro, el que nacía
de las idealizaciones pseudoantropológicas de los viajeros de ultramar
contemporáneos.
Finalmente, vale la pena arriesgar –a modo de conjetura– que la
concepción de este ideal igualitarista, escindido del marco de los conflictos
sociales de la época –y por lo tanto, de los sujetos capaces de subvertir el

retomada por Shakespeare en Hamlet –para describir el estado de corrupción y desquicio no sólo en la
ficción sino en el reinado de Isabel I y presto a ascender al trono Jacobo I a principios del siglo XVII– pero
que puede rastrearse en Platón cuando advierte que las sensaciones sensoriales sólo alimentan el bajo
vientre de lo irracional y, por lo tanto, alejan al filósofo de la verdad y, en tal caso, imposibilita la
construcción de un orden fundado en la razón . Curiosa paradoja ya que Moro plantea que el papel del
filósofo a lo más que puede aspirar es a susurrar al oído del príncipe de forma tal que influya en su
gobierno. Otro pensador inglés, Hobbes, seguramente inspirado en la tragedia isabelina, recurre a juegos
de lenguaje similares cuando relaciona las palabras seducción-sedición. (Ver el estudio preliminar de
Eduardo Rinesi a Hamlet)
16
Dice Frye: “La utopía es, ante todo, una visión de la ciudad ordenada y de una sociedad dominada por
la ciudad. [...] Era inevitable que la utopía, como género literario, resurgiese en la época del
Renacimiento, el período en el que el orden social medieval se rompía nuevamente en Estados-ciudades
o naciones, gobernadas desde su una ciudad-capital. [...] La utopía, de Moro, comienza con una sátira
sobre el caos de la vida en Inglaterra en el siglo XVI, y presenta a Utopía como un contraste con ella.”
(ver Frye, N. (1994); “La construcción utópica”, p. 107, en Link, D. (comp.); Escalera al cielo. Utopía y
ciencia ficción, La Marca Editora, Buenos Aires.
15
orden de los acontecimientos–, permitiría suponer que el pensamiento
protomaterialista de Moro culmina en el escepticismo idealista. Basta recordar
las palabras con las que cierra el libro, refiriéndose a las posibles objeciones
susceptibles de formulación a Rafael:
“Cuando Rafael hubo relatado estas cosas, aunque me venían a la mente
no pocas que me parecían muy absurdamente instituidas en las costumbres y
leyes de este pueblo [...] pero sobre todo en lo que es el máximo fundamento
de toda institución, a saber, en la vida y sustento común [...]
“Entretanto, igual que no puedo asentir a todo lo dicho por un hombre,
de otra manera, sin discusión, muy erudito y muy sabedor a la vez de las cosas
humanas, así confieso fácilmente que hay muchísimas cosas en la república
utopiense que, a la verdad, en nuestras ciudades, más estaría yo en desear
que en esperar.”17
En realidad, sería exagerado pretender que Moro sea lo que no fue.
Posiblemente, las rebeliones campesinas que tenían lugar por entonces, se
aproximaran más a las desviaciones protestantes por él perseguidas que a su
espíritu reformista de las instituciones existentes. Esto explicaría su temor a
que tales rebeliones pudiesen darse en Inglaterra, pero también en el mundo
utopiense. En este sentido, acierta Suvin cuando destaca que si bien “Utopía
aportó el nombre porque aportó, asimismo, el modelo Ur, lógicamente
inevitable, de toda utopía literaria posterior: un lugar completo y aislado,
articulado con ayuda de una visión panorámica que permite ver su
organización social como un contrasistema formal y ordenado, que a la vez
significa el valor supremo de la utopía. […]”18, en su seno descansan los
elementos de su propia traición, puesto que “al perder su relación fértil con los
anhelos populares, la utopía desaparece de la vanguardia de la cultura.”19

17
En estos parágrafos se puede observar, por un lado, que el principal fundamento que moviliza a Moro
es la abolición de la propiedad –la comunidad de bienes–, y por el otro, un deseo voluntarista de que tal
situación ocurriera ante la injusticia de aquellas instituciones que dominaban en Inglaterra. Esto no
significa descartar de plano la carencia de una teoría de la acción que le permitiera analizar cómo
transformar estas instituciones. A través del trashumante Rafael, dice Moro: “Pues la realidad misma
enseña que se engañan –los gobernantes– de medio a medio quienes opinan que la indigencia del pueblo
es la garantía de la paz. En efecto, ¿dónde hallas más pendencias que entre los mendigos? ¿Quién se
aplica con más ahínco a transformar las cosas sino a quien la situación presente no agrada lo más
mínimo? O, ¿quién, finalmente, está poseído de una furia más audaz para subvertir todo con la esperanza
de lograr algo de donde sea, sino quien ya no posee nada que puede perder?” (los subrayados son
nuestros). Moro, T. (1997); Utopía. La mejor república y la nueva isla de utopía, pp. 37, 133-134.
18
Suvin, D. (1994); “Metamorfosis de un género”, p. 132, en Link, D. (comp.); Escalera al cielo. Utopía
y ciencia ficción, La Marca Editora, Buenos Aires.
19
Suvin, D. (1994); Op. Cit., p. 133.
16
– VII –
La comunidad de bienes: ni mendigos ni millonarios

El fundamento de la sociedad utopiense descansa en las relaciones


económicas que derivan de la comunidad de bienes. En Utopía, la economía es
cooperativa, los medios de producción son colectivos y los productores no
están escindidos del producto de su trabajo, o, para ser precisos, la única
mediación entre éstos y aquellos es la comunidad. Todos los utopienses
aprenden algún oficio –en general, los hombres los más pesados y las mujeres
los más ligeros–, que realizan no menos de seis horas diarias cuando están en
la edad floreciente. No hay lugar para la pereza, pero tampoco para la
explotación.
Al igual que en la sociedad inglesa, la isla se dedica a producir,
fundamentalmente, valores de uso agrícolas. Con ellos, los utopienses se
aseguran colmar las principales necesidades alimenticias, complementándose
perfectamente con los oficios artesanales. Asimismo, otra característica
importante de la organización económica en la isla es la autosuficiencia: todos
los productos necesarios para la reproducción social abundan. En esto Moro
recuerda la economía campesina medieval, así como también la de las
comunidades indígenas: ambas formas de organización económica eran
autosuficiente –al menos hasta que el mercado rompió tal equilibrio–, siendo la
agricultura la principal tarea desempeñada junto con una mínima industria
doméstica. Ante la miseria y la hambruna de la sociedad inglesa Moro propone
una sociedad opulenta: todos tienen porque nadie codicia más de lo que
necesita, donde ninguno acumula avariciosamente.
Por otro lado, es interesante señalar que al introducir la agricultura –
como una actividad que todos los utopienses deben conocer, y en algún
momento ejercer sí o sí– paradójicamente en una sociedad mayormente
urbana, Moro consigue disolver el antagonismo entre campo y ciudad: se
establece un continuum entre las formas de aprehensión del mundo, según el
espacio social en donde se realiza la praxis cotidiana, que imposibilita toda
situación de subordinación de un universo por el otro. En realidad, en Moro
existe una devoción profundamente moderna por el modo de vida urbano, que
es sopesada por un retorno al mundo rural a través de la actividad económica
que sostiene el orden utopiense.
17
Dos cuestiones. Primero, si las ciudades comerciales habían surgido
desde finales del siglo XI en Europa20 –aunque se habrían de expandir con el
auge comercial de los siglos XV y XVI–, la Inglaterra de Moro apenas cuenta
con una o dos ciudades de ese tipo, y que no están en condiciones de absorber
a la numerosa fuerza de trabajo disponible expulsada del campo. En este
sentido, el hecho de que en Utopía la principal actividad económica sea la
agricultura, por un lado, permite enjuiciar a quienes mediante leyes ilegítimas
expropian tierras para el pastoreo, por el otro, ante la imposibilidad de ser
integrados a la vida urbana ¿dónde sino al campo, el mundo al que pertenecen,
debe regresar esa masa expropiada? Crítica de la injusticia, pero también de la
ociosidad.
Segundo, el lugar de la agricultura en la obra, está vinculado con el ideal
comunitario de Moro. Las tradiciones y las costumbres son mucho más fuertes
y cohesionan de modo más efectivo sobre la población en el mundo rural. Así,
es posible que al analizar cómo se desarrollaba su ciudad natal, la vida urbana
no se le apareciese ante sus ojos como aquella que representaba más
fielmente tal ideal. Empero, en Utopía Moro presenta una urbe donde los lazos
sociales son intensos y estrechos, pero situando a la praxis agrícola –y toda
una serie de disposiciones que se analizan más adelante– como un elemento
estructurador de dichos lazos. Un notable pensador marxista sentencia: “Moro
proyecta una comunidad, en la que los hombres viven y sienten diferente [...]
La isla de Moro es una economía cooperativa de subsistencia [...] El
humanismo de Moro es muy limitado: su indignación se dirige tanto contra los
artesanos y los trabajadores fastidiosos y despilfarradores como contra los
terratenientes explotadores y acaparadores se identifica en lo social con los
pequeños propietarios: sus leyes regulan y protegen pero también obligan al
trabajo–. Es limitado también porque es estático: un sistema de regulaciones
sensatas e intrincadas fijadas por los mayores. Es por lo tanto en términos
sociales, la proyección de una clase declinante, generalizada como la norma
relativamente humana pero permanente.”21
Otro punto saliente de la economía utopiense es que carece de reglas
para el intercambio de productos, puesto que el intercambio no es una práctica

20
Un excelente trabajo sobre el desarrollo de las ciudades puede verse en Pirenne, H. (1962); Las
ciudades medievales, Cap. VI, Ediciones 3, Buenos Aires.
21
Williams, R. (1994); “Teoría política: utopías en la ciencia ficción”, p. 114, en Link, D. (comp.); Escalera
al cielo. Utopía y ciencia ficción, La Marca Editora, Buenos Aires.
18
usual entre los utopienses. Tampoco hay medios que sirvan de equivalentes
para dicha transacción, o para ser exactos, no hay circulación de moneda hacia
el interior, no siendo así cuando se comercia con el exterior. Asimismo, la
escasez monetaria impide cualquier chance de acumulación por parte de algún
miembro de la comunidad. Evita los vicios de la codicia y la envidia, y lo que es
más importante, establece la igualdad de condiciones para todos.
Interesante es el lugar que le cabe al comercio exterior en la economía
de Utopía. Los utopienses desprecian el oro y la plata, no obstante, tratan de
acumular estos metales mediante la venta de los excedentes de producción –
tras haberse abastecido al conjunto de las cincuenta y cuatro ciudades que
componen la isla–, de los que donan una séptima parte a aquellos pueblos
pobres que lo necesiten. Aquí subyace, a simple vista, un valor profundamente
cristiano: la caridad. Y, asimismo, se encuentra una notable crítica por aquellas
instituciones que dirigen a los hombres a corromperse mutuamente. Los
conquistadores, pero también monarcas, clérigos y nobles, soñaban encontrar
en América cuantiosas riquezas en metales y especies, principalmente oro y
plata. Hacia ello dirige su mirada el astuto inglés. Ironiza y ríe de aquellos
cuando afirma que los utopienses desprecian esos metales, otorgándoles
apenas una utilidad vulgar y soez puesto que son destinados a servir de
vasijillas u orinales, o bien como cadenas con las que son sujetados los
esclavos. De esa manera, ridiculiza a todos aquellos que por el afán de
riquezas se esclavizan de sí mismos22, desviándose del ascetismo de la caridad
cristiana. Pero también los condena a la servidumbre con la que ellos obtienen
dichas fortunas.
Tampoco es posible advertir una división social del trabajo –como la que
imperaba en la sociedad de su época, donde sólo el siervo y/o el artesano
producían, mientras que las restantes clases vivían del fruto de ese trabajo–
aunque algunos habitantes están exentos de ejercer oficio alguno –los
denominados sifograntes–, de todas formas lo realizan en forma ilustrativa. Son
los mismos que se encargan de custodiar que nadie esté ocioso, ni que trabaje
mucho más de las seis horas habituales.
22
Es interesante esta idea, puesto que hacerse esclavo del objeto –en este caso de los metales–, es lo que
la dialéctica hegeliana del amo y del siervo ha representado como mero goce de la cosa –del siervo por
parte del amo, puesto que la cosa le viene dada por su dominación, pero ésta oculta una dependencia en
el trabajo del siervo– que traba el devenir dialéctico de dicha relación. El propio Marx retoma esa
dialéctica para dar cuenta la lucha entre el proletariado y la burguesía, pero también para explicar el
fetichismo de la mercancía. (ver Marx, K. (1983); El Capital, Tomo I, Cap. 1, Editorial Cartago, México
D.F.)
19
El Senado cumple un papel de suma importancia al momento de la
distribución de los bienes producidos, dentro de los márgenes de la isla, ya que
recibe la información pertinente de cada ciudad. De ese modo, se reparte
equitativamente entre todas las ciudades para que a ninguna falte: se
centraliza y planifica racionalmente la distribución de todos los productos
elaborados en la isla.

– VIII –
Estructura política: la monarquía y el parlamento utopienses

Aquello que podría denominarse superestructura política, o bien régimen


político, en tanto dimensión analítica distinguible del estado utopiense23,
presenta algunos aspectos que deben ser destacados. Se trata de un régimen
político organizado y estructurado desde la base hacia la pirámide. De esto se
deduce que existe una jerarquía de poder –asimétrica–, pero que está
fuertemente limitada por algunas instituciones. Esas restricciones al ejercicio
del poder convierten a Moro en un antecedente importante del pensamiento
político republicano –antitiránico– moderno. Asimismo, Moro menciona que las
leyes, las costumbres, las instituciones y la lengua tienen una estructura
similar en cada ciudad. Evidentemente, la influencia grecorromana está
profundamente viva en la propuesta, dado que cada entramado urbano está
pensado como una entidad autónoma –aunque no aislada del resto–, al estilo
de una ciudad-estado.
Sin embargo, la sede del poder está en Amauroto24, ciudad capital en la
que ejercen funciones las principales autoridades políticas. De esa manera, se
advierte que Moro está vislumbrando uno de los principales procesos de su
época: el surgimiento de los estados nacionales, condición indispensable para
23
Se utiliza el concepto de Estado para englobar al conjunto de instituciones de la isla de Utopía, cuyo
objetivo primordial es dado por la reproducción del orden. En este sentido, la teoría del Estado implícita
en la obra, aunque no sea analizada exhaustivamente, permite suponerla como antecedente de la teoría
marxista más difundida –dada la heterogeneidad de interpretaciones posibles que en aquella es posible
encontrar– que sostiene como tesis que el Estado es un medio del que se vale una clase social –la
dominante– para imponer sus intereses. Esto no significa que la tesis de Moro sea exactamente similar a
la marxista, sobre todo porque respondían a contextos sociohistóricos –y a problemas– diferentes.
Empero, en el Libro I, el lusitano Hitlodeo resalta enérgicamente cómo a través de ciertas instituciones
jurídicas y políticas, los ricos despojan a los pobres y consagran como justas situaciones injustas.
24
Otro de los notables atributos de la obra de Moro se relaciona con los nombres con los que nomina
personajes y ciudades. En este caso, Amauroto significaría oscurecida, haciendo alusión a una de las
características climatológicas salientes de la ciudad de Londres, debido a las constantes nieblas. Claro
está que el titulo de la obra ofrece parte de ese propósito lúdico manifiesto en la misma, ya que Utopía
significa en lengua latina no-lugar, inexistente en el tiempo y en el espacio. (ver estudio preliminar de A.
Poch a Utopía)
20
el funcionamiento de cualquier mercado capitalista en aquella época, que en
Inglaterra ocurre con mayor antelación –pero con la misma intensidad de
conflictos– que en otras naciones del continente europeo. Ante el ocaso de los
dominios señoriales ya no es el feudo sino la nación la que configura la
soberanía territorial: centralización del poder y unificación del territorio
nacional. Ambas cuestiones están sólidamente fundadas en Utopía.
Si se analiza la estructura política se observa que cada treinta familias se
escoge un jefe de tribu –también denominado sifogrante o filarca–,
generalmente en base a la experiencia y la edad. Es decir, la primera autoridad
que aparece desde las bases –podría decirse en el plano micropolítico– es
escogida en virtud de su experiencia de vida y su ancianidad. Este jefe cumple
diversas funciones, siendo que cada ciudad consta de alrededor de seis mil
familias, numéricamente se aproximan a doscientos y son renovados
anualmente. Cada diez filarcas se elige un protofilarca –traníboro–, cuyo cargo
es anual aunque generalmente no son renovados, a menos que incurra en
hechos de corrupción. Cada ciudad consta de, al menos, veinte personas que
ejercen el poder conferido por tal institución. Finalmente, en la cumbre se
encuentra el príncipe, de cuya selección interviene directamente el pueblo al
escoger a cuatro candidatos. La elección definitiva la realizan los sifograntes,
pero siempre respetando la decisión popular que seleccionó a los
pretendientes al trono. Su cargo es de por vida, existiendo múltiples
posibilidades de ser revocado por tiranía. Tanto el príncipe como los
protofilarcas se congregan cada tres días para tratar los conflictos que surgen
en la ciudad. Asimismo, cuando se discute un tema de interés público, la
voluntad popular es oída atentamente por las autoridades, ya que antes de
tratarlo, las autoridades lo llevan hacia la base para que sea debatido, y
entonces sí, retorne la voz del pueblo hacia el príncipe.
Hasta allí, cada ciudad cuenta con sus instituciones políticas, pero existe
una instancia superior que unifica y centraliza al conjunto: el Senado. Allí se
reúnen tres ciudadanos de cada población anualmente, para discurrir en los
asuntos comunes a toda la isla. Es decir, el Estado tiene su raíz política en la
idea de una república. Por una parte, cada ciudad aparece autogobernada por
su príncipe. Pero, por otro lado, el Senado se alza como el espacio de
integración de cada una de las partes que integran el territorio, es decir, las
cincuenta y cuatro ciudades. Además, Moro nunca pierde de vista que los
21
principales cargos políticos deben ser sometidos a diversas limitaciones en el
ejercicio de su autoridad. Se trata pues, de una monarquía parlamentaria de
base republicana. Sin dudas, Moro está arremetiendo contra el absolutismo de
los monarcas –Enrique VII y Enrique VIII– que gobernaban Inglaterra como
“lobos” mas no como “pastores” que cuidan del rebaño. De ese modo, la
concentración de poder es tan perjudicial, en aras de alcanzar una sociedad
justa, como la acumulación de riquezas y la extensión de la pobreza. Mas aún,
entre una y otra concentración, Moro ofrece una interesante correlación que
ayudan a comprender cómo son posibles tantas injusticias sociales en su
Europa contemporánea. Comunidad de bienes sí, pero también restricciones al
poder.
Por otra parte, todos los cargos políticos indicados anteriormente eximen
del trabajo a quienes los ejercen, es decir que los doscientos sifograntes, los
veinte traníboros y el príncipe, realizan una actividad materialmente
improductiva –pero simbólicamente importante– que sirve a la reproducción
del orden. A ellos se añaden los legados y los sacerdotes –juntos suman
alrededor de quinientos por ciudad–. Constituyen la clase de los letrados, que
se diferencia del resto precisamente porque su tarea es reproducir25 todas las
condiciones necesarias para el mantenimiento del statu quo. No obstante, es
de suma importancia destacar que todos los ciudadanos se someten
voluntariamente a esos poderes, siendo que de la clase de los letrados son
escogidos todos los funcionarios.26 En este sentido, existe un mecanismo de
25
Esta distinción entre un quehacer improductivo y otro productivo se sostiene en una simple diferencia
respecto a qué reproducen. El improductivo tiene como objeto reproducir las condiciones indispensables
para la subsistencia del orden vigente. De ese modo, la clase de los letrados está constituida, en tanto
meritocracia –son los filarcas quienes deciden qué ciudadanos deben ser promovidos–, y su actividad
cumple con dicho objetivo, aunque lo excede –en especial cuando Moro se refiere a aquellos que se
dedican a la vida monástica o a la filosofía, etcétera–, mientras que el resto de los utopienses, cuya labor
es productiva, tienden a la reproducción material y simbólica del orden a partir de las dinámicas de sus
prácticas. Tal es la diferenciación social más importante que aparece en Utopía, una clase letrada y una
clase trabajadora, siendo que la primera está por encima en la escala social, puesto que un trabajador
puede ser promovido, mientras que un letrado puede ser arrojado a su condición de mero trabajador.
Esta visión bien puede ser rastreada en Platón cuando establece un mecanismo de selectividad
de los guerreros–gobernantes de la República. No obstante, la diferencia entre uno y otro modelo de
selección radica en el hecho de que si para Platón la selectividad estaba dada por condiciones biológica,
para Moro está fundada en las potencialidades –habilidades, destrezas, capacidades, etcétera– que
desarrolla cada ciudadano.
Desde un aspecto estrictamente numérico, la proporción de letrados respecto al resto de los
ciudadanos es ínfima. Supóngase un promedio de treinta miembros por familia, habiendo seis mil por
cada ciudad arrojaría una cifra cercana a los 180.000 habitantes de los que apenas 500 (0.27 %)
pertenecen a ese estrato “privilegiado”. Es decir, materialmente no tienen un peso significativo, pero esta
situación se revierte respecto de su valor simbólico.
26
Si bien antes se señaló que no existía una división social del trabajo, en rigor existe. No obstante, la
proporción de miembros que no laboran, quinientos sobre una población que cuenta con cerca de seis
familias de aproximadamente treinta a cuarenta miembros, reduce significativamente el peso de aquellos
que realizan actividades improductivas. Aquí Moro realiza una crítica del ocio de la nobleza, pero también
de los séquitos de la Corte. Además, la idea de un poder al que los ciudadanos se someten
22
selectividad social de los ciudadanos que serían los más eficaces –en el sentido
que Moro lo entiende: más experimentados y sabios– para cumplir con dichas
tareas públicas.
Otro aspecto interesante de la organización política es la escasez de
leyes. Señala Moro al respecto, que la principal ley, la justicia, se resguarda
con el simple hecho de cumplir y respetar las costumbres vigentes,
transmitidas desde la infancia por los más ancianos. Tal carencia de extensas
legislaciones es la contracara de la Constitución Inglesa, cuya complejidad era
bien conocida por Moro, ya que a ella había dedicado sus estudios superiores
como jurista. Pero, es el conocimiento del conjunto de las instituciones
jurídicas, de quiénes y cómo ejercen sus roles, lo que le permite a Moro
desterrar de Utopía a aquellos intermediarios judiciales entre los ciudadanos y
los magistrados. De ese modo, se eliminan rodeos innecesarios, superfluos y
vanos que obstaculizan la consecución de lo justo.
Al mismo tiempo, surge una curiosidad interesante –que reafirma la
influencia helénica– cuando Hitlodeo destaca que el conquistador Utopo –el
hombre que colocó los cimientes civilizadores a los primitivos salvajes27– fue
quien impuso la legislación que aún regía pese a los mil setecientos sesenta
años de historia que había transcurrido desde entonces. En realidad, se trata
de una preciosa alegoría de Licurgo, aquel legislador espartano que había
instituido un nuevo orden para su ciudad en el siglo VII A. C.
Asimismo, la sola idea de que las principales instituciones políticas en la
isla estén bajo la custodiada de los más ancianos, y estando aquellas
voluntariamente, se convierte en una ficción que le permite sostener el ejercicio del poder y el
mantenimiento del orden. Metáfora ésta, que será recogida posteriormente por los pensadores
contractualistas mucho tiempo después (el propio Hobbes recurre a Sir More como antecedente de su
teoría política. Ver Hobbes, T. (1997); El Leviatán, Ediciones Altaya, Barcelona).
27
Es evidente que la dicotomía salvaje/civilizado estuvo asociada a las interpretaciones de los relatos
recogidos en las comunidades aborígenes. En este sentido, Moro no es una excepción de la época,
aunque es un interesante precedente para muchas de las interpretaciones contractualistas posteriores.
En éstas se distingue entre un orden natural y uno político, es decir, entre uno que correspondería al
modo de vida de los salvajes –en ocasiones bellos y buenos, otras veces feroces y desquiciados– y otro al
modo de vida que regía en la sociedad del pensador –corrompido o consolidado–. En rigor, tal
categorización era postulada para explicar el pasaje de un orden al otro, cuya constitución se originaba
en un contrato o pacto entre los individuos de un territorio. Esa operación intelectual tenía como
presupuesto un fuerte etnocentrismo europeo, prejuicios que se retroalimentaron de la intensísima
explotación de los habitantes del “nuevo” continente por parte de los colonizadores. De ese modo, los
salvajes eran sometidos a condiciones infrahumanas como medio hacia el mundo civilizado. Existe, por lo
tanto, una notable paradoja en la sociedad que Moro presenta ya que los utopienses, alejados del mundo
salvaje gracias a la conquista modernizadora de Utopo, mantienen instituciones y prácticas propias de
aquel mundo. Más aún, algunas de esas instituciones son propuestas para erradicar las injusticias de su
“moderna” y “civilizada” sociedad inglesa.
Indudablemente, Moro, al igual que muchos de sus contemporáneos, debió sorprenderse
magnánimamente de los relatos que llegaban desde las orillas del otro lado del Atlántico. En ese sentido,
el etnocentrismo que caracterizó al pensamiento europeo no es sino una manifestación defensiva de
ajustes necesarios al modo de aprehender el mundo que primaba entonces.
23
estrechamente vinculadas con la continuidad de las costumbres, permite
presumir que la constitución del orden político-social se resuelve en modo
conservador. De esta manera, la tradición institucionalizada –pese a la laguna
legislativa– ofrece una sociedad rígida en la que el cambio –en cualquiera de
sus dimensiones– es fuertemente restringido. Incluso, en otros aspectos
visiblemente menos políticos, las transformaciones son introducidas por un
exterior a la sociedad: tal es el caso de Utopo, de Hitlodeo y su predica
evangelizadora, de los náufragos que enseñaron sus artes y oficios, incluso de
los cambios que pudieran traer aparejados las guerras. Esta es una invariante
interesante, puesto que ilumina un atributo del pensamiento moreano
vinculado al problema del orden y el conflicto. En Utopía, no hay
transformación ya que no existen los conflictos –ni los sujetos– políticos
internos de relevancia, precisamente, porque existen los mecanismos antes
mencionados –relacionados a cuáles son las leyes que rigen el
comportamiento, quiénes se ocupan de velar por el orden ocupando los
principales cargos políticos, cómo es la estructura de poder, cómo se
administran y distribuyen los recursos y las riquezas, etcétera– que impiden y
sofocan toda posibilidad de subvertir el orden así como de tiranizarlo.28

– IX –
Eutopía: el modo de vida de los utopienses

Moro presenta una sociedad cuya institución saliente es la familia. Se


trata de una organización que se asemeja no sólo a las tribus del Nuevo
Continente, recuerda también a las del Viejo Testamento. La familia utopiense
se reserva para sí un protagonismo central dentro de la constitución del orden,
en tanto en el seno de la misma se desarrollan todas las dinámicas de
socialización: la familia es una correa de transmisión de valores, normas
sociales, representaciones ideológicas –en esto no difiere demasiado de la
familia inglesa “protomoderna”, al menos de la de los comerciantes
londinenses de la que Moro conoce por su propia experiencia–, ejerce funciones
28
De lo dicho no es posible reducir la conflictividad social a cero. Sin embargo, los conflictos que plantea
Moro entre los utopienses se relacionan con aquellos típicos de lo que la sociología clásica de Durkheim
atribuiría a las sociedades simples, es decir, con las desviaciones de la norma que son sancionadas por
quebrar la cohesión social y la solidaridad mecánica inherente a este tipo de sociedades. Se podría
pensar –y de hecho sería plausible el interpretarlo en este sentido– que Moro describe los conflictos en su
modelo ideal en modo similar a como Durkheim teoriza sobre esas sociedades. (ver Durkheim, E. (1986);
Las reglas del método sociológico, Ediciones Orbis/Hispamérica, Madrid.)
24
educativas y religiosas, se imbrica en cuestiones laborales –recordar que cada
familia desarrolla un oficio determinado– y, especialmente, políticas. Es decir,
la institución familiar se erige como un entramado de relaciones sociales que
constantemente se actualizan en la praxis. En este sentido, Moro se distingue
de Platón: mientras el último discurría en forma abstracta acerca del orden y
de aquellas disposiciones normativas adecuadas para su reproducción, el
primero “había pintado un cuadro, mostrando con tal arte a los habitantes de
Utopía, con sus leyes y recursos, que leyendo el librito no podía uno por menos
de sentirse como si estuviera viviendo en dicho lugar.”29
Se trata además de una institución cuyo cimiente es el poder paterno.
Los utopienses a pesar de distribuir equitativamente los bienes han mantenido
en el seno de su principal institución social una desigual distribución de poder.
Mujeres, jóvenes e infantes deben honrar al padre, tal cómo lo enseñaban los
humanistas, tal como Moro había experimentado su propia infancia y juventud.
En fin, reaparece un elemento esencial del proyecto platónico, transformado
por la doctrina aprehendida en el seno del Cristianismo por parte del inglés.
Honrar al Padre, a Dios, tal es el fin detrás del pequeño librito escrito por un
verdadero fanático religioso. Claro que los medios no eran los más ortodoxos
para su época, de allí que algunas tesis de los humanistas entrasen en
contradicción con los dogmas católicos. La vuelta a la Antigüedad, el
redescubrimiento de Platón, está presente en cada rincón de Utopía. Moro
escribió un libro en el que también buscaba fundar el orden social sobre la
Razón, por eso los utopienses debían evitar los placeres bajos, precisamente
porque –al igual que en La República– estos desvían a los humanos de la senda
divina, del camino hacia la concreción del paraíso terrenal previo al celestial.
Sobre esto último, Moro dedica unas cuantas páginas al explicar cuáles
son los fines, cuáles los medios y cómo se relacionan unos con otros en el
mundo utopiense. Los utopienses buscan la felicidad, la libertad y el cultivo
espiritual, como horizonte hacia el cual andar las sendas diarias de la
cotidianidad. Para ello reciben educación cuando niños y jóvenes, pero también
cuando adultos, debiendo dedicar varias horas diarias a la filosofía. Es decir, la
reflexión, el pensamiento, la razón, sustentan toda la cosmovisión utopiense,
incluso aquellas esferas en las que el sentido común medieval ubicaría a la fe

29
Manuel, Frank y Manuel, Fritzie (1984); El pensamiento utópico en el mundo occidental, segunda
parte, capítulo 4 “La pasión de Tomás Moro”, p. 171, Taurus, Madrid.
25
como fundamento único –como el caso de la religión– son sustentadas por el
pensamiento racional. La religión –y la diversidad religiosa– que Moro destaca
de la sociedad utopiense contrasta en ese sentido con las verdades que
transmitía la Iglesia Romana. La Fe de los utopienses comparte su veleidad por
lo divino junto con la Razón. Aún más, donde el cristianismo dogmático
cancelaba todo conocimiento acerca de lo divino que no fuera el legitimado por
el Papa y su séquito, Moro ofrece una perspectiva alternativa en la que se
propone profundizar el conocimiento sobre Dios30 a través de la Razón,
relegando a un segundo plano al Dogma, abriendo entre sus surcos fecundas
raíces para el desarrollo del pensamiento moderno.
De ese modo, en Utopía la filosofía como arma de la Razón y la Fe como
manifestación de los sentimientos, preparan el camino hacia el paraíso
celestial, pero guían las conductas hacia la felicidad terrenal de la comunidad.
Evidentemente el análisis no puede pasar por alto cuestiones que, si bien
están relacionadas con lo que se ha mencionado anteriormente, no dejan de
ser secundarias en vista del manifiesto racional y humanista que Moro vierte
en boca de Hitlodeo. Tal es el caso de la escala de placeres de los utopienses –
los materiales y los espirituales–, el modo en que los utopienses organizan la
rutina diaria, los comederos vecinales cuya función refuerza los dispositivos de
control y autovigilancia de los más jóvenes al tiempo que establece una
jerarquía espacial entre los comensales, etcétera. Todo ello contribuye a dar
una minuciosa descripción de la vida en la isla, de las pasiones, de los afectos,
de las razones y las convicciones que movilizan un lugar casi perfecto, donde la
felicidad es el bien común.

–X–
La ciudad petrificada o de la cuestión de Ucronía

La tierra de la felicidad, la tierra prometida y anhelada de Moro, es


también una Ucronía, es decir, un modelo que no ha tenido –ni tiene–
existencia histórico-temporal. Utopía nunca ha sido, ya no en tanto espacio

30
La religión de los utopienses tiene los mismos presupuestos que los que ponderaba la doctrina
cristiana: la inmortalidad del alma y el juicio divino en el más allá. Sin embargo, para Moro tales principios
no podían, como entonces, sustentarse en la legitimidad que tenía la Iglesia Católica cada vez más
cuestionada sino en algo mucho más universal: la Razón. Esta es una de las principales tesis de los
humanistas, y un punto de enlace notorio respecto del espíritu platónico que merodeaba la época cómo
un fantasma que perturbaba el mundo de las ideas.
26
sino cuanto tiempo. Esta es, sin más, otra de las principales características de
la vida en Amauroto, así como también en el resto de las cincuenta y tres
ciudades de la isla.
Curiosamente, casi como un contrasentido, el paradigma utópico se
convertiría en el Mundus Novus en una realidad concreta no sólo geográfica
sino históricamente dada. La esperanza de Moro en la mitad del globo que
Europa estaba “descubriendo”, irrumpiría temporalmente quebrando el
esquema lineal que caracterizaba al modo de vida europeo cristiano y
moderno. La vida en Utopía se basa en dicha concepción lineal, progresiva y
secuencial: la experiencia terrenal allanaba el camino a un futuro trascendental
–de allí la insistencia de Moro en el postulado de la inmortalidad del alma–, el
pasado era irreversible y el presente estaba “condenado” a seguir el camino
trazado por el Todopoderoso. Pero, al unir lo viejo y lo nuevo, jaquea el reloj de
arena, lo vierte horizontalmente, interrumpe el flujo a granel de su contenido
arenisco. Utopía trasciende en el tiempo, porque está más allá de éste: es la
celestialización del modo en que los seres humanos experimentan el tiempo. Y
por esta misma razón “Su tiempo es siempre el presente convertido en eterno.
Su propuesta de felicidad es estática y nace de la reproducción continua de lo
que ya no necesita ser perfeccionado”31
Los 1.760 años de historia de los utopienses en nada modifican el eterno
retorno del aquí y ahora. Hubo una génesis –también hubo “prehistoria” hasta
el arribo de Utopo–, pero sobre todo hay un estado óptimo que ha mantenido,
en la medida de lo posible y pese a las vicisitudes que pudieran haber
acontecido, un orden legítimo tendiente a reproducirse sin importar el mañana.
Precisamente, porque el mañana es hoy, porque Utopía es un modelo perfecto
–aunque perfectible– de cómo una sociedad debe organizarse, sustentada en la
razón moderna y la moral cristiana.
Si se examina cómo se organiza el tiempo entre los utopienses, se
reconocerá que, al igual que la dimensión espacial, está racionalmente
planificado acorde con aquellas cuestiones que Moro cree conveniente fundar
en el raciocinio en pos de la construcción de un orden legítimo –y, por qué no,
hegemónico–. Ojo, esto no significa que el orden utopiense no contemple
aspectos que podrían considerarse irracionales bajo la lente del inglés. Por el

31
Ferreira Dos Santos, C. N. (1994); “A cada forma de dominación la utopía que merece”, en
Latinoamérica: utopías y mitos, dossier Revista Sumarios, Nº 100-01, p. 22, Corregidor, Buenos Aires.
27
contrario, lo racional y lo irracional son un par que juegan constantemente en
la propuesta moreana. La manera en que el tiempo es distribuido
cotidianamente entre los habitantes de la isla es perfectamente racional. Sin
embargo, el carácter “irracional” se revela precisamente en que todos los días
son similares, no hay imprevisibles cotidianos32. Sólo un exterior, en tanto
ajeno a las prácticas que reproducen el orden puede quebrar la recreación
sempiterna del aquí y ahora, hay allí un notable rasgo irracional, precisamente
porque el tiempo no es experimentado sino cómo eterno presente, es decir,
ahistóricamente.
Finalmente, la concepción de Moro respecto a cómo debe organizarse el
tiempo social, cuyo origen debe buscarse en la vida metódica de los cartujos y
los monasterios –experiencia que dejaría profundas huellas sobre Moro–, no es
sino visionaria de aquella que el devenir histórico de la modernidad capitalista
establecería: “tiempo es dinero”. Precisamente, esta máxima se convertirá en
uno de los mecanismos más importantes del capital –y del capitalismo– una
vez consolidado a nivel nacional, y más tarde a lo extenso del globo. Claro,
Moro no plantea que el tiempo, su organización, su distribución, su
apropiación, su acumulación, y, finalmente, reproducción, deba subsumirse
bajo la lógica de la ganancia. Para aquél, el tiempo social es sobretodo un
medio del que se valen los utopienses para preparar el terreno al más allá sin
descuidar el aquí. Al revés de lo que se piensa comúnmente, está inflado de
sensaciones y placeres, de prácticas virtuosas que hacen de la justicia social
una realidad concreta.

– XI –
La configuración del espacio en “ninguna–parte”

Utopía es una isla cuya silueta se aproxima a la de una Luna creciente.


En su anchura máxima se extiende hasta los 200.000 pasos 33, medida que la
cartografía estipulaba para Inglaterra en aquellos tiempos. Es decir, a primera
32
Incluso si se considera al conflicto interno, Moro sólo proyecta la posibilidad de que sigan cometiéndose
determinados delitos que alterarían el orden. No obstante, el delito es considerado un aspecto
inescindible de la vida en comunidad, pero que de ningún modo modifica estructuralmente el orden
utopiense, y, por lo tanto, es un fugaz cortocircuito del presente –de la ucronía– consigo mismo.
33
Se calcula que mil pasos romanos se corresponden con 1478,50 metros. Moro se habría referido a
pasos romanos puesto que esos eran los parámetros con los cuales se establecían las magnitudes por
entonces. El moderno sistema métrico de mediciones data del siglo XVIII, siendo adoptado
internacionalmente desde mediados del siglo XX. En definitiva, el resultado aproximado de la extensión
de la isla sería de 300 kilómetros.
28
vista, Moro ubica espacialmente su Utopía en su tierra natal, pero también
fuera de ella: Utopía es y no es Inglaterra, es y no es algún lugar del lejano
continente nuevo.
Si se revisa la historia de la isla es interesante descubrir su carácter
artificial. Fue Utopo quien mando escindir la isla del territorio al que estaba
unida. De esa manera, un canal la separa de su tierra madre, al igual que el
Canal de la Mancha separaba a Inglaterra de la Europa continental. Empero, lo
saliente de dicha escisión –además de producir temor y amor, sobre súbditos y
pueblos vecinos– tiene un aspecto profundamente moral: la nueva civilización,
fundada en otra legislación, debía estar alejada del desquicio continental,
debía aislarse de los males que cotidianamente se manifestaban en un mundo
totalmente corrompido. De ese modo, Moro sacrificaba al conjunto de las
naciones europeas en pos de terrenalizar su ideal humanista cristiano eu-
tópica, u-tópica y u-crónicamente34, es decir, en la constitución de una
comunidad de la felicidad en ninguna parte y en ningún tiempo. Al hacerlo,
debía también criticar las injusticias y el estado de corrupción que afectaba al
sitio donde “construiría” su mundo ideal: la Inglaterra mercantilista de Enrique
VIII. Utopía es pues una superación que conserva las características espaciales
inglesas, pero que niega las relaciones sociales vigentes para recuperar los
valores del humanismo mediante ciertas instituciones aborígenes que
sorprendían a los pensadores de esa corriente.
Así, lo esencial de la forma espacial propuesta por Moro es precisamente
el hecho de que Utopía sea una isla, y no otra forma territorial: su relación con
el exterior está condicionada por el espacio que la rodea, es decir, por las
aguas que la separan de otras tierras. Tal era la condición geopolítica de
Inglaterra, singularidad que influía en forma determinante respecto a sus
relaciones exteriores. Por ejemplo, en materia de defensa, la isla se presenta
como una ventaja ya que sólo podía ser atacada por vía marítima. Para un
territorio que sólo se relaciona con el exterior a través del mar, era común
mantener una importante flota marina, este será el caso de Inglaterra un siglo
más tarde. Difícil, pues, es suponer que Moro estuviese inspirado por el poderío
naval inglés cuando el desarrollo de éste era aún débil, aunque bien podría ser
34
Eutopía, utopía y ucronía son conceptos que sintéticamente revelan la operación intelectual que Moro
exitosamente lleva a cabo: escribir una ficción literaria en la que la felicidad de la comunidad es en
ningún lugar en ningún tiempo. Se trata de un juego que, lejos de ser inocente, tiene profundas
implicancias políticas, una sátira mordaz que denuncia las injusticias sociales y, en un sentido más
amplio, la estructura de poder y dominación en la sociedad inglesa.
29
imaginable que esto haya sido recogido, como un legado de Moro, por aquellos
que conducirían tal fuerza marina. Así, ésta tampoco es una característica de
los utopienses puesto que no están encomendados al arte de la guerra. Sin
embargo, a la isla sólo es posible acceder por vía marítima en compañía de
alguno de sus habitantes, quienes conocen por dónde y cómo hacerlo. Al
mismo tiempo, en materia comercial, la navegación marítima –especialmente
la trasatlántica– era fundamental para el desarrollo de las incipientes
economías burguesas, cuestión de la que Moro fue testigo y actor ya que,
como enviado diplomático, debió cruzar varias veces el Canal de la Mancha
para destrabar y entablar diversos acuerdos comerciales. Por si fuera poco,
inspirado por las “travesías” ultramarinas pudo recoger de los relatos de éstas
la información suficiente que, incluso, le permitirá convertir a Rafael Hitlodeo
en protagonista de su diálogo. En fin, geopolíticamente el carácter isleño de
Utopía influye en muchas de sus características, pero lo que a Moro le interesa
destacar, con su negación crítica, es cómo esa forma espacial condiciona las
diversas dinámicas sociales de la Inglaterra de su época.
Ahora bien, la isla cuenta con cincuenta y cuatro ciudades –suma similar
a la de condados que constituían la nación inglesa durante la vida de Moro–,
cuya estructura espacial es la misma, salvo por las diversas condiciones
naturales de la geografía en la que están ubicadas. Cada ciudad está separada
de sus ciudades vecinas más próximas por no más de una jornada de viaje a
pie. Amauroto es la capital de la isla, alejada de sus vecinas menos distantes
por 24.000 pasos (cerca de 35 Km). En ella, como ya se ha mencionado, se
encuentran las principales instituciones de la isla. Si bien hay dispersión de la
población en el medio centenar de urbes, hay concentración de poder en el
territorio capitalino. Esta imagen es una interesante novedad histórica, la
ciudad capital está concebida en relación al conjunto espacial: si bien las
sociedades europeas conocieron históricamente diversas ciudades que
centralizaban y concentraban el poder –Atenas y Roma son el horizonte, el
marco de la reflexión moreana sobre la ciudad–, pero, sólo con la transición al
mundo moderno, con la configuración del Estado-Nación, con el surgimiento de
un modo de vida diferenciadamente urbano –cuyo principal antecedente Moro
lo descubre en las ciudades comerciales del norte italiano, aunque también en
las transformaciones que están sucediendo en Londres–, aparece en todas sus
dimensiones el lugar que ocupa la ciudad en tanto forma espacial en constante
30
interrelación con las relaciones sociales que los hombres entablan en cada
momento histórico. Mattelart proporciona una reflexión sobre la originalidad
del pensador inglés en ese sentido: “Moro proporciona a una sociedad, hasta
entonces pobre en indicaciones espaciales, una nueva representación de la
ciudad, visualizada como totalidad, en un momento en el que se lleva a efecto
la toma de conciencia espacial de Occidente.”35
En relación a la figura de la ciudad, ejemplificada en la descripción de
Amauroto, se puede observar que está emplazada sobre una cuadrícula cuyo
lado se extiende cerca de los 2.000 pasos (unos 2957 metros), y rodeada de
campos destinados a la agricultura. Amauroto está instalada a orillas del Río
Anhidro36, al pie de unas colinas de las que fluye un río, fuertemente protegido,
del que se hace uso para el consumo doméstico. Aquel río alcanza su anchura
máxima justo frente a la ciudad, unos quinientos pasos, desembocando en el
océano. Es decir, Amauroto es una ciudad que cuenta con un río en óptimas
condiciones para la navegación, cuyo cauce permite surcar hacia el mar. En fin,
en su aspecto formal, la ciudad cuadrangular es un centro cuya periferia está
constituida por un vasto espacio para la producción –las tierras de cultivo– y
dos vertientes fluviales –una destinada al consumo y otra a la navegación–, de
modo que se caracteriza por establecer relaciones vitales con ese entorno
puesto que de éste se abastece.
Hacia su interior, la ciudad está dividida en cuatro partes o distritos,
mientras que las manzanas configuran el entramado urbano. En el centro de
cada uno de los distritos se asienta el mercado público, donde se recibe el
conjunto de la producción que sirve al consumo de la ciudad. Las manzanas
están separadas por unos veinte pasos de anchura, mientras que las calles
están trazadas en función de la circulación y la protección ante los vientos.
Además, en cada manzana se asientan las residencias de las cerca de treinta
familias que la habitan, así como también un comedor donde se sirven las
raciones diarias de alimento para el conjunto de las familias. Es decir que cada
manzana cuenta con un filarca. Una vez más, es posible observar en la unidad
espacial más pequeña la concentración del poder, que se replica hacia la
totalidad urbana en lo que el filarca es al príncipe.
Por otra parte, si se considera la variable demográfica se observa que
35
Mattelart, A. (2000); Op. Cit., p. 31.
36
Este es otro nombre que Moro utiliza lúdicamente: anhidro significa “sin agua”, es decir que la ciudad
se abastece de un río sin agua.
31
cada ciudad puede alcanzar un máximo de población de seis mil familias. Una
estimación sobre Amauroto permite arrojar un total de no más de doscientas
manzanas residenciales, más aquellas que servirían a otras funciones no
residenciales –por ejemplo, la de cada mercado o bien la del senado–. Llegado
el caso de que los límites demográficos se vean desbordados, los utopienses se
lanzan a la colonización de nuevas tierras como modo de resolver dicho
exceso. Esto significa que las fronteras de la ciudad están determinadas, entre
otras variables, por el crecimiento de la población.
Asimismo, la ciudad cuenta con cuatro grandes hospitales –casi de las
mismas dimensiones que una pequeña ciudad– en cada circunscripción, donde
son atendidos quienes padecen algún tipo de enfermedad. Esos hospicios
complementan el paisaje urbano, pero también permiten entrever una
prematura preocupación por la salud pública, sumamente precaria y
deteriorada entre los habitantes londinenses, afectados por diversas pestes no
tan alejadas del tiempo –mas bien, lastimosamente presentes– en el que Moro
redactaba las líneas de esta obra.
También debe destacarse que sobre cada manzana se edifican las
viviendas de tres pisos en las que residen los habitantes de la ciudad. Las
mismas poseen, hacia su parte posterior, una huerta doméstica de una
extensión similar a la de la manzana. Los materiales de las viviendas son
principalmente la piedra, el cimiento o el ladrillo de barro para las paredes
exteriores, el ripio conglomerado en las interiores, mientras que la cubierta
exterior está conformada por un tejado aplanado. Además, poseen ventanas de
vidrio o lienzo tenue. Esto último es una rareza ya que el costo del vidrio era
sumamente alto en el siglo XVI, siendo un consumo suntuoso característico de
los estamentos nobles y clericales. Pero lo más importante de este tipo de
viviendas es que fueron una herencia legada por Utopo, quien al llegar había
observado las lúgubres y tristes chozas, bajas y de materiales precarios,
dictaminando la construcción de edificaciones acordes con la nueva etapa
civilizadora a la que debían adecuarse los abraxianos por entonces, utopienses
ahora.
Si se profundiza aún más en el análisis, la ciudad está pensada en
contraposición a la segregación espacial que proponía Platón, quien ubicaba en
anillos concéntricos a los habitantes de la polis, según su pertenencia a una
clase. Las ciudades de Utopía son cuadrangulares, de fácil acceso y circulación,
32
en el plano político son centralizadas, aunque no es posible concebirlas fuera
de la lógica igualitaria propuesta por Moro: todos los edificios comparten las
mismas características, lo mismo ocurre con cada manzana, otro tanto sucede
en cada distrito, y finalmente, esto se replica cuando se comparan las distintas
ciudades. Pero lo más saliente, es que la ciudad está pensada y ordenada
racionalmente, no existen sino trazados rectilíneos de sus sendas y de su
cuerpo. De algún modo, esa combinación de la cuadrícula remite a una
racionalidad homogeneizadora que arrasa con las particularidades del espacio
urbano: no hay lugar para la diferenciación ni la segregación espacial, de allí
que el espacio permita articular e integrar en un todo al conjunto de sus
habitantes37. Esto está intrínsecamente ligado al modo en que los utopienses
se producen a sí mismos, al tiempo que producen una forma socioespacial
determinada, imposible de ser apropiada por unos pocos en detrimento de la
mayoría. La ciudad es una totalidad que cohesiona e integra a sus ciudadanos,
es un oasis terrenal donde se cumple el precepto de la hermandad fraternal
cristiana, máxima que Platón había puesto a germinar en La República, y que
luego los Padres de la Iglesia habrían de cosechar con su prédica, al menos
hasta que fuese apropiada por la lógica del poder secular.
Al mismo tiempo, todas esas características de la urbe, respecto de la
ciudad medieval o antigua –aunque no sea el caso de Amauroto ni de los
utopienses en general–, permiten que todo intento de rebelión, invasión y/o
situación de violencia callejera pueda ser “ordenadamente” reprimido. Es
decir, la ciudad cuadrícula es mucho más eficaz en relación a la cuestión del
control social. Esto es sumamente interesante puesto que la concepción de lo
urbano que hace su aparición en los albores de la modernidad contempla en sí,
además de una planificación racional, símbolo de progreso social, a la ciudad
del control por antonomasia. La Modernidad naciente, fundada en la razón,
debía imaginarse antagónicamente respecto del mundo medieval, y, en este
sentido, la ciudad no podía sino efectuar operación semejante. La cuadrícula
reclamaba para sí el monopolio simbólico sobre la ciudad moderna, destruía la
oscuridad y el enredo del entramado medieval, anhelaba limpiar el tufo de la
corruptela que emanaban sus desagües y pasadizos, debía confirmar en el
espacio la destrucción del viejo orden. Tal es el legado de Moro: una ciudad
37
Como si todo esto fuera insuficiente, dicha forma espacial remite a la igualdad de condiciones de los
ciudadanos ante la ley, cuestión por demás criticada y conocida por Moro, pero precisamente por su
revés.
33
feliz donde la justicia social regía sobre todos las esferas de la vida, en ninguna
parte, en ningún tiempo.

– XII –
Reflexiones finales

No cabe duda de que Utopía es una de las piezas literarias más


destacadas de la Modernidad. Los tiempos que corren invitan a reflexionar
acerca de la actualidad de dicho libro, especialmente cuando se ha tomado
nota de la vigencia de las injusticias sociales. La virtud de Moro está en el
hecho de haber escrito un libro en el que se describe un lugar cuya eficacia
estaba dada por su no existencia. Es éste, y solamente este hecho, el que
irrumpe con excepcional y radical potencia subversiva. A partir de allí, la obra
puede ser descrita por su contenido, por el cómo de su escritura, por las
imágenes que construye acerca del autor–emisor y del lector–destinatario, la
relación con el contexto social en el que fue escrita, la relación con la biografía
del autor, etcétera. Una parte importante de este trabajo ha tenido ese
objetivo.
No obstante, no sería justo omitir que la perspicacia y la lucidez de Rafael
Hitlodeo, por cuya boca se expresa Moro, se han convertido en un verdadero
clásico del pensamiento utópico, nombrando aquello que carente de nombre
genérico ha abierto un surco importante para penetrar las fallas estructurales
de toda forma de organización social en cuya base se esconda la explotación,
la dominación y la opresión del ser humano sobre sí mismo.

34
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