La hospitalización infantil:
el niño hospitalizado 1
1 Elaborado a partir de María Pilar Palomo del Barco, El niño hospitalizado: características, evaluación y tratamiento. Ed.
Pirámide, Madrid1995
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Hoy hay unanimidad al considerar la salud como algo que engloba a la persona en un todo
bio-psico-social, debemos tener en cuenta aspectos biológicos, psicológicos y sociales al
estimar en su totalidad la salud del niño hospitalizado.
Aquí nos interesan los aspectos sociales y psicológicos de la enfermedad y hospitalización
infantil: qué cambios sociales se han ido produciendo sobre la hospitalización infantil que
favorezcan el bienestar y adaptación de los niños y sus padres a la experiencia de
enfermedad y hospitalización, y el impacto psicológico de la experiencia (efectos y variables
intervinientes).
• Esto dura hasta los años 1940, a pesar de manifestaciones de algunos autores relatando
observaciones de conductas de los niños en estas dramáticas situaciones. Es conocido el hecho de
que el niño privado de su madre y la falta de adecuado estímulo evoluciona hacia un estado de
marasmo, atrepsia y otras alteraciones de las cuales puede morir. El cuadro clínico se encuentra
bien descrito en las actas funcionales de las primeras inclusas europeas, utilizando el término de
«hospitalismo». En Gran Bretaña, la hospitalización del niño con su madre fue ensayada por Spence
en 1938.
• Entre 1940-1950 se estudia el desarrollo emocional del niño y Spitz publica su informe sobre
hospitalismo. Bowlby y Robertson, en 1952, prosiguen sus estudios del niño hospitalizado. Más tarde,
en 1953, Robertson recoge un convincente documental que denominó Un niño de dos años va al
hospital que sirve para cambiar las maneras utilizadas en el cuidado y tratamiento médico del niño
en el hospital que impedían la permanencia de las madres con sus hijos. Mostraba el intenso estrés
emocional que manifestaba el niño al separarle de sus padres durante una semana mientras se le
sometía a una intervención quirúrgica leve. Más tarde, en 1958, Robertson con la ayuda financiera
del Servicio Nacional de Salud Pública, del Centro Internacional de la Infancia y varios
colaboradores filmó un segundo experimento: Ir al hospital con la madre. Luego la OMS le ofreció
un contrato para la difusión y utilización en la enseñanza y entrenamiento del personal sanitario.
• Debido al interés despertado por el bienestar emocional del niño enfermo y hospitalizado se
crearon organizaciones y revistas relacionadas con la psicología pediátrica. El Instituto Nacional de
la Salud Mental publica en 1966 un libro, El color rojo de las heridas: planificando el hospital para
los niños, para tener en cuenta las necesidades emocionales del niño en el hospital, con una serie
de recomendaciones para reducir el estrés al enfrentarse a una experiencia hospitalaria y cambiar
las políticas aplicadas en el contexto hospitalario. Una pionera en la preocupación sobre los
obstáculos relacionados con el cuidado de los niños en las salas del hospital fue Emma Plank. Fundó
una organización, la Asociación Americana para el Cuidado del Niño en el Hospital, y escribió un
libro, El cuidado psicológico del niño enfermo en el hospital (1962), basado en los problemas
emocionales del niño ante el n i greso en el hospital, las relaciones entre los hospitalizados, la
preparación para los procesos quirúrgicos y el manejo de sus posteriores reacciones a tales
tratamientos, además de relatar aspectos lúdicos, actividades y ocupaciones y aspectos escolares
y del aprendizaje en niños con diferentes trastornos, incluyendo su reacción cuando se produce
una muerte y la respuest a adecuada ante ella. La autora desarrolló programas de juego y
actividades educativas para ayudar al niño hospitalizado a disminuir los efectos de su estancia en
el hospital. Actualmente, hay revistas y organizaciones que tratan de promover el bienestar
psicosocial de los niños y sus familias en escenarios hospitalarios.
• Hoy se acepta unánimemente la importancia de la prevención de los graves efectos de la
hospitalización y se están realizando programas de preparación psicológica para ayudar al niño a
afrontar experiencias hospitalarias.
Piaget (1970) señala la existencia de un sujeto, unos objetos e instrumentos de intercambio o conquista
(percepción y conceptos) que determinan el trayecto que conduce del primero a los segundos y
viceversa. En este sentido se considera que el niño tiene un repertorio de conceptos que utiliza para
interaccionar con su entorno, de modo que los estímulos se identifiquen a través de la asimilación a su
repertorio conceptual. Los conceptos evolucionan con la edad y el desarrollo cognitivo del niño.
También, puede ocurrir que los escolares con una mayor facilidad en el lenguaje pueden enmascarar
su verdadera incapacidad para conceptualizar en un nivel adulto: un niño de seis o siete años puede
decir «me tiene que poner una inyección», pero no comprender aspectos subyacentes como el
proceso por el que surte efecto.
Diversos estilos de afrontamiento: otra variable que puede mediar las respuestas del niño
a la preparación y adaptación de la enfermedad y hospitalización son las diferencias en el
estilo de afrontamiento de experiencias estresantes, no todos responden de la misma
manera a los procedimientos médicos estresantes.
Por tanto, es importante tener en cuenta el estilo de afrontamiento del niño en la
planificación de una preparación para la experiencia de enfermedad y hospitalización:
conociéndolo, se podrán reforzar los aspectos positivos de los recursos para adaptarse
satisfactoriamente a la situación.
Los estudios sobre estilos de afrontamiento se han realizado más con adultos que con niños,
sin embargo, aunque se necesita explorar más, los estudios con adultos sirven para tener en
cuenta la posibilidad de que estas diferentes reacciones también se manifiesten en los niños
en la manera de enfrentarse con la información y la situación estresante. Se han identificado
distintos patrones de respuestas típicas en los pacientes relacionados con situaciones
estresantes. Div ersos autores señalan dos patrones de conducta en el niño relacionados con
el control del personal: «interno», cuando el niño puede influir en las recompensas que puede
recibir, y «externo», cuando cree que las recompensas dependen de la suerte, azar y
destino.
• Los niños con control interno solicitan información al experimentar una situación
estresante, mientras los niños que tienen control externo bloquean la información
prefiriendo estar desinformados.
• Otra forma de manifestarse diferencias se refleja en la clasificación de «sensitivos» a
quienes se enfrentan al estrés prestando atención a indicaciones amenazantes,
solicitando información y realizando afrontamiento cognitivo. En el otro extremo están los
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Burstein y Meichenbaum (1979) realizaron un estudio con veinte niños de 4,8 años a 8,6 años,
para examinar los efectos de la ansiedad y defensión en el afrontamiento utilizado por los
niños ante una situación estresante (una operación). Los resultados sugieren que hay dos
clases de niños según su estilo de enfrentarse a la situación estresante: un grupo de niños
mostraba una baja defensa a la hospitalización, jugaba con los juguetes relacionados con
la experiencia hospitalaria (un equipo de doctor y un juego llamado «operación») antes de
la hospitalización y mostraba poco estrés y ansiedad después de la cirugía; en contraste, el
otro grupo de niños manifestaba una alta defensa anterior a la cirugía, evitaba jugar con
aquellos objetos relacionados con la experiencia hospitalaria antes de la hospitalización y
manifestaba más ansiedad después de la cirugía.
Aunque con poca frecuencia, los niños suelen utilizar espontáneamente diversas
conductas para afrontar situaciones estresantes (Manne y cols. 1993): solicitan información
o manifiestan declaraciones y conductas no relacionadas con los procedimientos durante
la aplicación de procedimientos médicos que reflejan diferentes estilos de afrontamiento.
A modo de resumen
Se debe estimular al niño para que aumente el uso de conductas de afrontamiento y,
conviene tener en cuenta los diferentes estilos de los niños para afrontar experiencias es-
tresantes como la enfermedad y la hospitalización: se podrán utilizar diferentes tipos de
preparación según los distintos estilos de afrontamiento. Si el niño se enfrenta a la situación
buscando información, se sentirá aliviado si se le proporciona, y si la rehúsa, se sentirá abru-
mado ante la perspectiva de la nueva información. De todas maneras, debido a las
influencias negativas que pueden tener las distorsiones del paciente pequeño sobre lo que
le ocurre (los niños suelen hacer sus propias concepciones y, a veces, deforman lo que se
les dice, y los adolescentes hospitalizados, a menudo, desarrollan sus propias hipótesis sobre
estas experiencias), conviene proporcionar información poco a poco, sensibilizándole
desde lo menos atemorizante hasta lo más amenazante.
Es frecuente escuchar lamentarse a la gente sobre lo estresada que está. Y nos encontramos
expuestos a múltiples mensajes que nos sugieren diversos métodos para prevenir, disminuir o,
incluso, hacer desaparecer ese estado de inquietud y desasosiego que, en mayor o menor
medida, nos ocasionan los acontecimientos resultantes de vivir en la compleja sociedad
actual. Entre los diversos motivos que pueden producir estrés a las personas, se encuentran las
preocupaciones en relación con sus hijos.
Puede ocurrir que el niño haya de ser internado, inevitablemente, en un hospital por algún
motivo que perturba su estado de salud. Por lo general, se considera la experiencia de
hospitalización como un acontecimiento estresante, para la familia y para el miembro que
deba ser hospitalizado. En la familia provoca una crisis, ya que, de alguna manera, implica un
desequilibrio al hacer surgir sentimientos de incertidumbre, miedo, cambio en las rutinas,
posibles repercusiones en otros miembros de la familia,…, y tanto el niño hospitalizado como su
familia se encuentran expuestos al impacto que la experiencia de enfermedad y
hospitalización ocasiona debido a la influencia de una serie de factores amenazantes.
¿Qué es el estrés?
El contenido de este término es complejo y se utiliza para entender diversos fenómenos que
tienen gran importancia en el proceso de adaptación del ser humano. Se refiere a la
relación que se establece entre el individuo y el entorno, en la que se tienen en cuenta las
características del sujeto y la naturaleza del medio. De este modo, se considera al estrés
psicológico como «el resultado de una relación entre el sujeto y el entorno, que es evaluado
por él como amenazante o desbordante de sus recur sos y que pone en peligro su bienestar»
(Lazarus y Folkman, 1984).
En la interacción que la persona establece con el entorno, interviene una serie de procesos:
Evaluación cognitiva. Valoración del significado o la importancia que una persona da a
una situación en relación con su bienestar. El interés de esta evaluación se encuentra en que
su conducta y emociones van a depender de cómo analice el suceso. Se comportará y se
sentirá afectada en función del significado que tenga para ella un determinado
acontecimiento. Por ejemplo, un niño pequeño que percibe la proximidad del médico
como amenazante, probablemente sentirá miedo y pedirá ayuda a su madre mediante
lloros, miradas, llamadas verbales, corriendo hacia ella,… Se han identificado tres tipos de
evaluación cognitiva:
• Evaluación primaria. La valoración que una persona hace en relación con una
situación. Puede ser irrelevante cuando la situación no tiene implicaciones para su
bienestar; benigna-positiva si percibe consecuencias positivas para su mejora o
bienestar y, estresante, que incluye las valoraciones que significan daño-pérdida,
amenaza o desafío. La primera alude a un perjuicio que la persona ya ha padecido, la
segunda incluye los daños o pérdidas que pueden ocurrir y la tercera implica la
valoración del desarrollo de fuerzas o estrategias necesarias para afrontar la situación.
• Evaluación secundaria. La valoración de lo que puede y debe hacer ante una
situación de peligro (amenaza o desafío), incluye la valoración sobre la eficacia del uso
de estrategias de afrontamiento, la posibilidad de que una estrategia determinada sea
efectiva y la evaluación de las consecuencias derivadas de usarla en una determinada
situación.
Reevaluación. Un cambio producido sobre una evaluación anterior debido a una nueva
información procedente de la persona o el entorno.
Afrontamiento. Un proceso que implica un esfuerzo de la persona para manejar las
demandas de la interacción individuo-ambiente evaluadas como estresantes o que superan
sus propios recursos. Alude a los intentos que hace para minimizar, evitar, tolerar y aceptar las
condiciones estresantes e intentar dominar el entorno.
Distintos autores señalan los principales factores responsables de producir estrés en los niños
durante su estancia en el hospital. A nivel general, el hospital contiene una serie de factores
que provoca estrés en los niños, y hay situaciones o momentos que están acompañados de
un estrés mayor.
Factores que producen estrés a nivel general:
• un extraño y único entorno: el hospital
• separación de los padres y familiares
• dolor y malestar asociado con la enfermedad y terapia
• intimidación de muerte y la ansiedad que esto provoca
• influencias de los padres en la ansiedad del niño hospitalizado.
Aunque casi todas las experiencias del hospital causan alguna preocupación, uno de los
acontecimientos más estresante es la inyección. Este acontecimiento, relativamente
sencillo, simboliza la estancia en el hospital, de modo que diversos autores sugieren que la
habilidad del niño para afrontar las inyecciones puede determinar el modo de reacción
ante otros aspectos de la enfermedad y hospitalización.
Por ejemplo, Alicia, de seis años, ingresada por neumonía, expresa su temor ante el hecho de que la
trajeran al hospital porque pensaba que en este lugar la iban a pinchar, diciendo «me dolía la
cabeza y me mandaron para aquí. Yo no quería, yo no quería porque creía que me iban a pinchar.
¿Te han pinchado? Me pincharon y me ha dolido...».
Extracción de sangre, punción espinal e infusiones intravenosas son también estresantes, ya
que los niños viven estas experiencias como invasiones dolorosas de su cuerpo.
Raquel es una niña de ocho años que ingresa frecuentemente en el hospital debido a revisiones pe-
riódicas y la aplicación de un tratamiento contra la leucemia. Está triste y juega continuamente con
una muñeca, simulando el papel del médico o enfermera, sometiéndola a procedimientos médicos
como ponerle inyecciones, tomarle la tensión, hacerle curas,... En parte está ilusionada porque va a
ser su cumpleaños y recibirá muchos regalos, pero se lamenta por tener que someterse, a menudo,
a procedimientos médicos comentando «fíjate soy la más pequeña de ocho hermanos y todos están
bien. Sólo me ha pasado esto a mí».
Además, debido al temor de una agresión corporal, sobre todo los niños pequeños,
reaccionan del mismo modo (gritos, temblores,...) ante procedimientos dolorosos (inyección)
que no dolorosos (radiografía, electrocardiograma, colocación de un termómetro). La
imagen que se crea en ausencia de experiencias previas hace que la situación sea vivida
de forma más aterradora de o l que es en la realidad. Por eso, se ha encontrado que las
fantasías que producen miedo y las interpretaciones erróneas pueden aumentar el estrés de
los niños que han de ser sometidos a procedimientos médicos dolorosos.
Por ejemplo, Rosa, de seis años, cree que la sangre la sacan a los que tienen mucha sangre para otros
que no tienen mucha que están muertos y así resucitan.
O el caso de Marta, de ocho años, que ante la retirada de un molde de escayola cree que la van a
cortar en «trocitos».
También los más pequeños tienen dificultades para comprender el significado del dolor y
relacionarlo con un resultado futuro positivo. Generalmente, no les ayuda decirles que la
inyección les hará sentirse mejor o que se irán a casa pronto como resultado de la
medicación. También, a veces, el dolor o los procedimientos dolorosos pueden ser percibi-
dos como un castigo por transgresiones de normas.
• La valoración de esta sensación resulta difícil debido a su naturaleza subjetiva. A menudo,
es evaluada indirectamente basándose en signos conductuales y verbales como
referencias de sí mismo sobre el dolor como escalas de expresión facial, termómetro de
dolor, escalas de valoración numérica o gráf ica y cuestionarios sobre el dolor;
observaciones sobre conductas de dolor y conductas de actividades cotidianas que
pueden estar afectadas por el dolor; parámetros fisiológicos, uso de analgésicos, medidas
de terapia física, presión sanguínea, tasa cardíaca y respiración; y el nivel de desarrollo
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A medida que el niño crece, va mostr ando un mayor grado de control cuando experimenta
dolor y una mayor habilidad para referirlo, detectarlo e indicar su lugar.
Hay una ausencia de asentimiento sobre si los niños hospitalizados tienen miedo de la
muerte, lo que añadiría estrés a su experiencia. Es una amenaza subyacente en cualquier
hospitalización y de la que se tiende a no hablar. En algunas ocasiones, experiencias que los
niños hospitalizados perciben como actos violentos que atentan contra su integridad
corporal (cirugía, punciones lumbares,...), claramente pueden producir temores de muerte.
También, algunos niños a quienes se les dice que van a tener una clase especial de sueño
durante la cirugía, pueden fantasear que no podrán despertarse nunca más, aunque, según
algunos autores, la diferenciación entre muerte y sueño o enfermedad se produce muy
pronto.
Se considera la noción de muerte como un proceso natural que depende de la capacidad
de razonamiento del niño, su nivel de desarrollo psicosocial y factores provenientes de su
entorno familiar y cultural (Shaler, 1978). La adquisición de este concepto por parte del niño
parece relativamente consistente. La mayoría de los investigadores señalan tres fases en este
proceso: por debajo de los cinco años, la idea de la muerte es reversible y es vista como
una partida o sueño. Aunque los niños asocian la muerte con permanecer inmóviles y con
los ojos cerrados, como en el estado de sueño, no comprenden la cesación total de las
funciones. No logran entender los mecanismos causales de la muerte. También es difícil
separar, a veces, la ansiedad de separación de los miedos de la muerte. De los cinco a los
ocho o nueve años, la muerte se personifica y se asocia a acontecimientos agresivos y
acciones hostiles de las otras personas. Aún no conceptualiza la muerte en función de lo
que ocurre dentro del cuerpo como resultado de esos acontecimientos externos. Después
de los ocho o nueve años, la muerte es percibida como un proceso dependiente de leyes
naturales, es decir, como un inevitable proceso biológico.
modo que los padres adecuados son más capaces y están más dispuestos a colaborar con
los profesionales para ayudar a manejar al niño.
Hay varios trabajos que han ofrecido una preparación conjunta a los padres y a sus hijos. Los
resultados de estos estudios sugieren que establecer una comunicación satisfactoria con los
padres además de ofrecerles apoyo emocional, contribuye a reducir la ansiedad del niño
hospitalizado. Es decir, los niños responden a la experiencia de hospitalización con menos
estrés si a los padres se les ayuda a manejar sus temores.
De todos modos, la influencia de los padres en la experiencia del niño en el hospital
comienza antes de la hospitalización: se ha encontrado que los niños que proceden de
hogares estables tienen mayor probabilidad de tener menos trastornos durante y después de
la hospitalización que los procedentes de situaciones familiares inestables. Los que están
emocionalmente seguros tienen una mayor fuerza del yo, son más capaces de relacionarse
con la gente y afrontar el estrés y la ansiedad. También varias formas de estrés crónico en el
hogar como desacuerdos matrimoniales o trastornos emocionales de los padres, aumentan
la probabilidad de vulnerabilidad psicológica del niño durante períodos de estrés agudo
como la enfermedad y la hospitalización. Además, los niños procedentes de hogares en los
que existe estrés crónico tienen mayor probabilidad que otros de tener múltiples admisiones
hospitalarias.
Hasta aquí hemos descrito los factores a los que está expuesto el niño en una
experiencia de hospitalización, pero no debemos dejarle desprotegido ante esta
amenazante experiencia si consideramos que hospitalizar significa «poner en lugar
seguro». No todos los pacientes infantiles resultan afectados en el mismo grado por los
diferentes factores.
Una descripción general de la hospitalización infantil servirá para recordar las situaciones a
las que está expuesto el niño, y ante las que va a responder de alguna manera
proporcionando la posibilidad de analizar cómo vive la experiencia. Cuando el niño está
hospitalizado, se encuentra en un entorno extraño en el cual sus actividades están reguladas
por otras personas, que suelen ser frente desconocida, a menudo amenazante y cuya
eficiencia puede ser interpretada por los niños como indiferencia ante su malestar; está
sometido a procedimientos médicos atemorizantes o dolorosos; puede tener preocupa-
ciones y malentendidos relacionados con la naturaleza de su enfermedad, cirugía y muerte;
la naturaleza de la terapia y del cuidado le impone dependencia, algunas veces limita sus
movimientos y actividades; debe adaptarse a reglas y rutinas del hospital; debe superar la
separación de sus familiares y amigos a la vez que debe mantenerse vinculado a ellos; o
puede tener dudas sobre lo que esperan de él las personas que le rodean. Esta situación se
suele reflejar con esta frase: «Para el niño, el hospital es como un país extranjero a cuyas
costumbres, lenguaje y horario debe acostumbrarse».
La forma de saberlo es evaluar cómo el niño y los adultos (madre, padre,...) viven esta
experiencia. Es decir, se considera a la evaluación como un proceso que se ocupa del
estudio; del comportamiento de una persona a distintos niveles (biológico, conductual y
personal y socioambiental) para describir, clasificar, predecir, explicar y controlar su
comportamiento (Fernández-Ballesteros, 1992).
Los objetivos concretos que pretende la evaluación de la experiencia de hospitalización
infantil son:
• Conocer cómo un determinado niño percibe diversos acontecimientos que ocurren en la
experiencia de hospitalización, se siente af ectado y se comporta ante ella.
• Conocer cómo los padres o familiares perciben la experiencia de tener un hijo
hospitalizado, se sienten afectados y se comportan ante ella.
• Saber cómo los padres se relacionan con los hijos antes, durante y después de la
experiencia.
• Planificar el programa de preparación en función de los datos obtenidos, el motivo de
hospitalización, las características individuales y los recursos personales y materiales
disponibles.
De acuerdo con los objetivos se evalúa lo que significa par a el niño, como principal
protagonista, esa experiencia mediante datos proporcionado por él mismo, sus padres o
familiares y, ocasionalmente los profesionales mediante una serie de instrumentos; y los
propios padres también son objeto de evaluación, porque sus creencias y estado emocional
tienen una gran influencia en las reacciones de sus hijos a la experiencia de enfermedad y
hospitalización.
En general, la experiencia de hospitalización contiene una serie de amenazas que inciden en todos los
niños y adolescentes. Pero qué preocupa o có mo afecta esta experiencia, qué técnicas de
preparación son más adecuadas a cada paciente en particular, depende, entre otras razones, de las
características personales y del momento evolutivo en el que se encuentre.
Por ejemplo, la experiencia de separación no significa lo mismo para un niño pequeño (menos de seis
años), para quién la presencia de sus padres es la principal fuente de seguridad y protección
pudiendo creer que ha sido abandonado, que para un niño mayor que entiende que sus padres no
pueden estar siempre con él y, además, sus principales preocupaciones pueden ser otras.
Por eso, tanto a la hora de realizar una particular evaluación psicológica de una persona sobre el
impacto de la hospitalización como en la selección y aplicación de técnicas de afrontamiento, se
deben tener en cuenta las características y preocupaciones típicas de los distintos momentos del
desarrollo.
Primera infancia
Durante esta etapa (cero a tres años aproximadamente) se han de lograr, principalmente,
estos dos objetivos:
• Establecer un sentimiento de confianza básica en el niño hacia las personas que son
significativas para él: debe aprender a confiar en las personas que satisfacen sus
necesidades primarias de bienestar, alimentación y seguridad.
• Establecer un sentimiento de autonomía e independencia: debe aprender a ser
«autónomo» mediante actividades como caminar, manipular objetos, alimentarse,
vestirse, asearse, controlar sus esfínteres,...
En el centro hospitalario se pueden originar una serie de situaciones que puedan perturbar el
establecimiento de un sentimiento de confianza básica (separación de sus padres; un nuevo
entorno amenazante, imprevisible y poco satisfactorio donde se encuentra con personas
desconocidas; tratamientos terapéuticos, normas nuevas, dolor,…). El sentimiento de
confianza implica que el niño ha aprendido a confiar en la continuidad de sus cuidadores y
en la previsibilidad de lo que ocurra. El niño expuesto a situaciones que impidan la formación
de este sentimiento tenderá, probablemente, a sentir desconfianza de las personas que le
rodean.
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padres u otros familiares haciéndoles sentirse culpables en relación con sus propias iniciativas.
Se trata de permitir que el niño desarrolle sus iniciativas aprendiendo a no afectar los
objetivos de otras personas. De acuerdo a esta tendencia del niño, en el hospital se debe
favorecer, dentro de lo posible, que haga elecciones y tome decisiones.
Algunas veces, puede creer que la enfermedad y su tratamiento, el tener que ir a un
hospital, o la separación, se deben a un castigo por realizar una conducta incorrecta o a un
rechazo de los padres. Es probable que estas creencias se deriven de las recomendaciones
o normas que los padres hacen a sus hijos. Por eso, no resulta beneficioso amenazar a el niño
con aspectos relacionados con el estado de salud («si no te portas bien te llevaré al hospital
y te pincharán») para conseguir que realicen determinadas conductas. También puede
ocurrir que el niño cuando resulta expuesto a situaciones relacionadas con alteraciones de
su estado de salud y su tratamiento, confunda el desagrado y malestar con las intenciones o
motivaciones de las personas que le rodean. Puede considerar que algo es bueno o malo
para él dependiendo de las consecuencias de los actos.
Por ejemplo, Juan, de cinco años, piensa que el médico es bueno porque no le hizo daño.
• El nivel de desarrollo cognitivo del niño es importante para comprender sus miedos y
malentendidos en relación con la experiencia de enfermedad y hospitalización. Concibe
esta experiencia de forma global sin articulación de diversos aspectos o considera las
características perceptivas (accesibles su observación o sensación) y conductuales sin
llegar a establecer una relación con actividades en el interior del organismo. También,
debido a la limitación en su comprensión sobre el funcionamiento corporal y sus
perturbaciones, teme por su integridad corporal causándole temor cualquier intrusión en
el cuerpo, como inyecciones, termómetro rectal,... Se cree que este miedo ante cualquier
intrusión o perforación de su cuerpo puede ser debido a la creencia de que la integridad
de la piel es casi vital para su integridad corporal (Gellert, 1978). Cree que la piel sirve para
proteger lo que hay dentro del cuerpo; por ejemplo, encontramos a un niño de cinco
años muy asustado porque cree que se va a quedar sin sangre debido a una extracción.
• La preocupación por la integridad corporal puede causar temor al niño creyendo que
después de una operación va a «perder» alguna parte de su cuerpo. Diversos autores
señalan la importancia de clarificar al niño que va a ser operado, la naturaleza de
cualquier procedimiento quirúrgico mediante dos aspectos: debe conocer lo que se le va
a extirpar (amígdalas, apéndice,…), y que solamente eso se le va a extirpar.
• Su limitada comprensión sobre las perturbaciones corporales (enfermedad), y la adqui-
sición de ciertas habilidades para desplazarse, explorar y manipular, además de la
manifestación de frecuentes negativas, le dificulta el cumplimiento de normas si no se
siente mal (permanecer en la cama, tomar medicinas,…).
• Como los niños más pequeños, pueden manifestar reacciones contra la separación o
conductas regresivas en situaciones estresantes, como la hospitalización, para lograr la
atención de los padres y sentirse protegidos.
Infancia escolar
El principal objetivo evolutivo en la etapa escolar (siete a once años aproximadamente)
incluye el logro y las habilidades de trabajo. Debe desarrollar habilidades sociales y aca-
démicas que le hagan sentirse seguro de sí mismo. Si fracasa en el desarrollo de estas
habilidades, probablemente tendrá sentimientos de inferioridad.
En el caso del niño enfermo crónico durante la etapa escolar, se consideran como
situaciones estresantes específicas:
• Ausencia de aceptación de los iguales, que implica: aislamiento, rechazo, burlas, chivo
expiatorio; depresión, abandono, soledad; excesiva dependencia de los padres;
dificultad para establecer una imagen positiva de sí mismo y relaciones de apego seguras
con otras personas.
• Frecuentes ausencias escolares que implican: fracaso en la consolidación de habilidades
académicas que conducen a la frustración, fracaso escolar y baja autoestima.
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Uno de los problemas que debe afrontar el escolar enfermo son las limitaciones que la
enfermedad determina sobre sus actividades. Los niños enfermos crónicos pueden
manifestar logros académicos pobres debido a ausencias escolares, que, a su vez, pueden
interrumpir el desarrollo de relaciones y actividades sociales. Algunos cambios en la
apariencia física (obesidad, caída del pelo,...) pueden producir el rechazo de sus
compañeros: se deben tomar medidas alternativas para que el niño enfermo crónico
consiga dentro de lo posible, amistad y una adecuada relación con sus iguales, además del
logro académico, que puede resultar afectado por las ausencias escolares prolongadas o
frecuentes.
• Si ha de ser frecuentemente hospitalizado, se le debe ayudar a desarrollar actividades de
aprendizaje que le permitan continuar con algunas de las tareas educativas mientras
permanece en el hospital, mediante el diseño de currículos adaptados a sus
características y necesidades. Se trata de evitar o disminuir el retraso escolar del niño
hospitalizado mediante la planificación de tareas escolares que, a su vez, pueden aliviar
su ansiedad y combatir su aburrimiento y favorecer su reincorporación escolar. Se pueden
organizar actividades que mantengan vínculos del niño hospitalizado con sus iguales,
como visitas de amigos, cartas, teléfono, cumpleaños,...
• En la etapa escolar, también comienza la comprensión del proceso de enfermar y de
diversos aspectos relacionados, ya que hay un aumento en la diferenciación entre la
realidad externa y el interior del cuerpo, aunque hasta los diez u once años no considera
el funcionamiento fisiológico y, aún, de forma limitada.
• Puede sentir temor a estar bajo el control de otras personas. Resulta difícil para el niño que
ha conseguido una serie de habilidades de autocuidado (asearse, comer, beber,
vestirse,...) perder el control sobre ellas quedando a merced de otras personas para el
cumplimiento de estas necesidades. Se debe favorecer, dentro de lo posible, que el niño
se sienta activo e inde pendiente y, de este modo, pueda pensar que la enfermedad es
algo relativo y que, aún posee facultades intactas (Burton, 1984).
• Otra característica del niño hospitalizado durante esta etapa es su intento consciente de
comportarse como un «niño mayor».
Por ejemplo, Juan, de ocho años, ante una extracción de sangre dice: «Yo no voy a gritar como
María. Ella es pequeña, pero yo soy mayor...». También aumentan las preocupaciones sobre el pudor y
la intimidad manifestándose, sobre todo, en situaciones como el baño, aseo, exploraciones,...
La adaptación del escolar al entorno hospitalario, probablemente no presenta dificultades si ha
desarrollado ciertas habilidades, ha sido preparado para el acontecimiento y es acompañado por sus
padres.
Adolescencia
Durante esta etapa (de doce a dieciocho años aproximadamente), el adolescente se debe
enfrentar al conflicto de saber quién es o estar confuso sobre quién debe ser. Intenta formar
una nueva identidad a partir de la consolidación de características de su personalidad
infantil permaneciendo confuso sobre su nueva identidad y forma de comportarse si no
tiene éxito en su intento.
Diversos autores señalan algunos objetivos que los adolescentes han de conseguir para
lograr un funcionamiento adulto:
• Separación de los padres y establecimiento de una identidad de sí mismo capaz de
acciones independientes.
• Desarrollo de una madurez sexual que implique poder establecer una relación basada en
el cuidado y el darse.
• Desarrollo de objetivos vocacionales reales.
• Desarrollo de una imagen positiva de sí mismo y código personal de ética y conducta.
El adolescente está muy preocupado por su identidad sexual e imagen corporal. Considera
que cuando enfermedad afecta al funcionamiento corporal o apariencia física, se puede
dificultar el establecimiento de sentimiento de seguridad, de autovalía y la formación de una
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identidad positiva (Dougherty y Brown, 1990). En el caso de los chicos puede interferir el
desarrollo de su sentido de masculinidad y su habilidad para interaccionar con sus
compañeras. Mientras que las chicas pueden desencadenar sentimientos de ser diferentes,
defectuosas, carentes de atractivo sexual o de valor. El desfiguramiento, la pérdida de
función y cualquier cambio en la apariencia física son especialmente perturbadores para
ambos sexos.
• Se estima que la preocupación del adolescente sobre su cuerpo se puede basar en sus
rápidas transformaciones, lo que dificulta el mantenimiento de una certera imagen cor-
poral. Este hecho le hace sentir miedo o temer las heridas o secuelas que pueden
ocasionar los accidentes, enfermedad o cirugía. También se ha encontrado que los
adolescentes están especialmente preocupados con aspectos psicosociales de la
enfermedad, es decir, cómo afecta a sus relaciones y actividades sociales.
• La estancia en el hospital puede activar sentimientos de dependencia a pesar de su
necesidad de sentirse independiente de los padres o, en general, de la autoridad,
mientras que es dependiente de su grupo de iguales necesitando mantener contactos
con ellos y, de este modo, mediante las visitas de amigos informarse de detalles sobre lo
que ha ocurrido antes de interrumpir sus actividades por la enfermedad y hospitalización.
Los adolescentes emplean mucho tiempo en conversar con sus amigos sobre actividades
externas al hospital, mientras que hablan escasamente sobre historias del hospital o quejas
de la enfermedad.
• La necesidad de sentirse libre e independiente dificulta la obediencia del adolescente a
normas o reglas impuestas. Asimismo, la despersonalización y tendencia a la pasividad
que contiene el rol de paciente es difícil de soportar para el adolescente que está
formando su identidad y necesita independencia. También tiene necesidad de intimidad
y soledad y a veces, puede mostrarse deprimido.
• Durante esta etapa, también se producen cambios a nivel cognitivo. El adolescente es
capaz de razonar de forma abstracta y hacer hipótesis. Por eso, puede comprender los
mecanismos o secuencias subyacentes a la enfermedad y su tratamiento en términos de
actividades internas del cuerpo, como por ejemplo, características de los órganos y su
mal funcionamiento a nivel fisiológico, celular o bioquímico.
A modo de resumen, se considera que el adolescente experimenta diferentes miedos al
enfrentarse una enfermedad o incapacidad crónica:
• Miedo a la pérdida de la integridad física. Su relación con las implicaciones y pronóstico
de la enfermedad en el estado de salud.
• Miedo a no ser capaz de separarse con éxito de sus padres. La enfermedad crónica
puede interferir significativamente en el proceso de separación necesitando de forma
continua el cuidado de los padres en distintas áreas. Puede reaccionar a esta situación
con conductas de agresividad y pasividad hacia los padres o profesionales.
• Miedo de pérdida de control. Los sentimientos de pérdida de control se pueden producir
cuando se pide al adolescente conformidad sin darle oportunidades de tomar decisiones
y discutir alternativas. Puede reaccionar ante la pérdida de control con depresión, no
conformidad,... Es importante incluirle en actividades relacionadas con su propio cuidado.
• Miedo de ser diferente de sus iguales. Los efectos de una enfermedad crónica o
discapacidad pueden aumentar la incapacidad del adolescente e interrumpir el proceso
de relación con los iguales, la formación vínculos con parejas del otro sexo y el logro de
una imagen realista y positiva de sí mismo.
• Miedo a la muerte. Resulta especialmente intenso en enfermedades fatales (cáncer...),
degenerativas (distrofias musculares...) o en posibles episodios amenazantes de la vida
(asma, epilepsia...).
Las necesidades del adolescente son demasiado especiales y específicas para tratarle
como un niño o un adulto.
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 19 de 37
Para facilitar estos aspectos, que implican la humanización de los espacios, su diseño debe
tener en cuenta diversas características:
• Deben ser ricos y variados a nivel sensorial con elementos que estimulen el interés visual
(posters, dibujos de los niños, vistas de árboles y del cielo, fotografías o grabados de niños
o a males realizando actividades,...), auditivo (música, cantos de pájaros, risas y voces de
niños,...), olfativo (flores frescas en jarrones, plantas,...), táctil (diferentes materias como
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 21 de 37
madera, plástico, cristal,...) y kinestésico (objetos para tocar con diferentes partes del
cuerpo, oportunidades para ver el espacio desde distintas perspectivas,...).
• Se deben incluir letreros y rótulos con normas e indicac iones que permitan orientarse sobre
lo que deben hacer o sobre el camino que han de seguir para llegar a determinados
lugares. Estos indicadores han de estar localizados en lugares o puntos clave y, en el caso
de ir destinados a los niños, redactados y colocados al nivel adecuado de sus
posibilidades, como poder ver y pulsar botones, ver indicaciones de lugares como sala de
espera, de juego, aseos,... De este modo, se puede lograr que los pacientes y sus
acompañantes se familiaricen con el contexto y adquieran un cierto control sobre normas
y rutinas básicas.
• El hospital infantil o la planta de pediatría no sólo se ha de ocupar de actividades
curativas, sino también de las que permitan continuar el desarrollo de sus pacientes
infantiles. Es decir, el niño o adolescente que está internado en un hospital no debe
interrumpir bruscamente las actividades habituales que contribuyen a su desarrollo. Por
eso, el centro hospitalario debe incluir el diseño de espacios y materiales que permitan
continuar el desarrollo de los niños mediante la relación con otros niños y adultos y
actividades de juego y aprendizaje. El contexto físico donde se realicen actividades
lúdicas y escolares debe, dentro de lo posible, carecer de estrés y permitir cierta libertad.
La oportunidad para realizar actividades lúdicas y de aprendizaje tiene múltiples efectos
beneficiosos para el niño que debe permanecer en un centro hospitalario incidiendo, en
gran medida, sobre el desarrollo armónico de su personalidad (Palomo, 1992).
• Además, los espacios deben promover interacciones sociales positivas entre los miembros
de una familia, y entre padres y pacientes que no pertenecen a la misma familia. Estas
interacciones pueden ayudar a las pacientes y familiares nuevos a disminuir la ansiedad,
soledad y depresión que, frecuentemente, acompañan a las enfermedades o
discapacidades.
• El entorno físico del centro debe ser lo más semejante posible a otros contextos infantiles:
se trata de favorecer, dentro de lo posible, la vivencia de continuidad del paciente, que
debe permanecer durante un determinado período de tiempo entre el entorno físico
del hospital y el del hogar o la escuela.
Asumir que la hospitalización y cirugía conllevan efectos adversos en los niños, y creer que
la preparación para esas experiencias los minimiza, ha orientado muchos estudios hacia la
utilización de diversos métodos de preparación para esas experiencias.
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 22 de 37
afrontar las situaciones. Y cuando el paciente vaya a ser dado de alta, y si el caso lo
requiere, se puede realizar un entrenamiento que favorezca de forma positiva la
transición del hospital al hogar como, por ejemplo, mediante habilidades de
autocuidado.
• Por último, es conveniente hacer un seguimiento. Se trata de recoger información sobre
las reacciones del niño una vez pasado el período de hospitalización mediante la
información procedente de los padres y o la observación de las conductas del niño
cuando vuelve a consulta como paciente externo.
Una forma sencilla de preparación se basa en la distribución de folletos que informan a los
padres, a nivel general sobre normas y reglas referidas a lo que pueden esperar o resulta
conveniente que realicen en relación con la atención prestada a su hijo, tanto en las
consultas externas como durante su permanencia en el hospital. También se pueden
distribuir folletos sobre un procedimiento médico en particular, por ejemplo, una extracción
de sangre. A lo que se añade un libro que incluye figuras para colorear y otros
entretenimientos mezclando contenidos relacionados con el hospital (un dibujo sobre los
diferentes lugares del hospital, usos de ciertos instrumentos,...) con otros de carácter
general.
Hay otras posibilidades: por ejemplo, una enfermera puede ir a visitar al niño a casa para
mostrarle dibujos sobre el centro y su personal a la vez que responde a sus preguntas, o
algunos padres pueden visitar con sus hijos el hospital antes de la admisión para
familiarizarse con el personal y el entorno hospitalario. En la visita previa a la hospitalización,
el niño solo o con sus padres, recorre, acompañado de un profesional de la salud, la
cafetería, la tienda de regalos, la sala de consultas, especialmente la de pediatría, los
laboratorios, las salas de reconocimiento, de rayos X, las distintas plantas, sobre todo la de
pediatría, las habitaciones, los quirófanos, la Unidad de Cuidados Intensivos,... Durante este
recorrido se explica al niño qué se hace en cada uno de estos lugares y para qué se usan
ciertos aparatos, además de presentarle a algunos profesionales o a otros niños.
Por último, hay programas de preparación que incluyen una o varias técnicas para ayudar
a los niños hospitalizados y sus padres a afrontar la situación. Por ejemplo, para preparar a
un paciente infantil que debe ser operado se le propone ver un vídeo que muestra cómo
otro niño semejante a él responde a situaciones que posteriormente él deberá afrontar.
Esta técnica, denominada modelado, consiste en que el niño que ve el vídeo adquiera y
repita conductas que manifiesta el protagonista de éste.
Los niños durante las simulaciones, y en situaciones reales, manifiestan autodeclaraciones: las
autodeclaraciones positivas son un mediador de las habilidades de afrontamiento. Por
ejemplo, un niño que sabe lo que se le va a hacer y dice: «Yo sé lo que va a ocurrir y sé que
me va a doler un poco, pero lo aguantaré» puede tener cierto control sobre la situación. Las
autodeclaraciones del niño hospitalizado o de sus padres pueden también impedir un
adecuado afrontamiento de una determinada situación. Es conveniente que los
profesionales conozcan las expectativas y creencias del niño hospitalizado y sus familiares
para proporcionar información adicional, modificar malentendidos o aclarar distintas
concepciones. Algunas veces los padres confunden la verdadera vulnerabilidad de los hijos,
y esto les impide ayudarles de forma adecuada para favorecer su desarrollo: pueden so-
breprotegerles impidiendo el desarrollo de su autonomía o fracasar en ayudarles a mantener
ciertos cuidados necesarios para su recuperación.
El juego es la principal forma de expresión global del niño. A través de las actividades lúdicas
manifiesta las preocupaciones emocionales, el nivel cognitivo, la habilidad para imitar e
interactuar con el entorno social,..., además, mediante estas actividades, el niño explora y
experimenta en su entorno aprendiendo sobre sí mismo y lo que le rodea (objetos,
personas,...), además de desarrollar el sentido de competencia.
El juego tiene también un papel importante en el desarrollo emocional, cognitivo, social y
físico del niño, y en su salud, en a l adaptación a escenarios pediátricos e, incluso, en la
rehabilitación y recuperación. El objetivo general de las actividades lúdicas en el contexto
hospitalario es promover una adecuada adaptación del niño hospitalizado a la experiencia
de enfermedad y hospitalizac ión favoreciendo así su desarrollo físico, cognitivo, emocional y
social. Entre las diferentes funciones que se asignan al juego en el contexto hospitalario se
encuentran: ayudar al niño a afrontar una situación estresante; reducir el carácter de
«distinto» del contexto hospitalario en relación con el escolar; permitir elaborar la ansiedad
relacionada con la vuelta al hogar o el tratamiento; y aprender sobre la experiencia del
hospital y los procedimientos médicos.
En la práctica hospitalaria, aunque se usan de forma simultánea, se distinguen tres
modalidades de actividades lúdicas:
• Juego como recreación. Sirve al niño como entretenimiento o diversión durante los
períodos de tiempo en que no hace nada, o casi nada, mientras permanece en el
hospital.
• Juego como educación. Proporciona al niño estímulos que le favorecen un adecuado
desarrollo.
• Juego como terapia. Sirve al niño para expresar miedos, ansiedades y preocupaciones
sobre lo que ocurre durante su estancia en el hospital.
Generalmente, los hospitales tienen una sala o algún espacio donde los niños se pueden
reunir para realizar actividades lúdicas. Esta sala debe carecer de estímulos estresantes y
estar preparada para evocar conductas de juego, además de implicar la posibilidad de
que el niño, según sus limitaciones, pueda elegir en qué quiere ocupar su tiempo. A menudo,
los niños hospitalizados y sus padres se encuentran con el hecho de tener que esperar por
distintos acontecimientos, como ser admitidos, examinados, someterse a un análisis de
sangre u otros procedimientos diagnósticos o terapéuticos, resultados, recuperaciones,..., por
lo que se les debe dar la oportunidad de estar activos e interaccionar mediante actividades
lúdicas e, incluso, educativas.
• Uno de los principales modos de emplear el niño el tiempo en el hospital es jugando. Pero
en la actividad lúdica, como en cualquier otra actividad infantil, se manifiestan
diferencias individuales. En función de este aspecto, el profesional puede organizar juegos
y actividades apropiadas a la naturaleza de la enfermedad y otras características
personales del niño durante su permanencia en el hospital.
• La técnica lúdica es un medio muy útil para familiarizar al niño con experiencias
amenazantes que pueden ocurrir en el entorno hospitalario, adquirir control, autonomía y
cierto grado de dominio.
conocida la reacción de miedo que producen en el niño las personas con «bata blanca o
verde». Por lo general, médicos y personal de enfermería suelen causar alguna molestia o
dolor al niño hospitalizado debido a que determinados procedimientos producen,
inevitablemente, estos efectos. Estas sensaciones se asocian con la persona o instrumento
que las produce de modo que su sola presencia es percibida como amenazante. Otras
veces, estas mismas sensaciones se generalizan incluso a procedimientos o instrumentos
que no causan dolor (estetoscopio, toma de tensión arterial,…), generando una reacción
emocional semejante. ¿Cómo se puede evitar que estas situaciones desagradables, reales
o imaginarias, causen un impacto negativo o, al menos, no tan perjudicial en los niños
hospitalizados hospitalizados?
• A nivel general, el profesional debe comenzar por establecer una relación con el niño
hospitalizado creando un clima de confianza, seguridad y afecto. Es decir, aunque,
inevitablemente, tenga experiencias desagradables de malestar y dolor, se le debe
hacer sentir que no se le hace daño por ser malo o estar enfadado con él, sino que es
una persona importante para él y lo que pretende es ayudarle a ponerse bien: debe
«ganárselo» de forma honesta. De este modo, y a pesar de todo, la hospitalización,
probablemente, será una experiencia positiva, así como su recuerdo a corto y largo
plazo.
A continuación hay algunas orientaciones sobre diversas actividades que puedan servir a
los profesionales para lograr una relación de confianza, seguridad y afecto con el niño
hospitalizado, y con sus padres o familiares:
• Inclusión en las historias clínicas de información sobre diversos aspectos psicosociales del
niño hospitalizado que, posteriormente, pueda ser utilizada en su programa de atención
y cuidado. Por ejemplo, rituales cotidianos, hábitos de aseo y alimentación, situación y
relaciones familiares, normas de disciplina y conformidad, formas de entretenerse,
hobbies, características socioculturales, escolarización,...
• Estimulación e inclusión activa de los padres en cuidados de rutina de su hijo; de este
modo se sentirán formando parte del equipo que cuida a el niño además de satisfacer
su necesidad de sentirse útiles y competentes.
• Disminución del aislamiento y extrañeza de los padres explicando qué significa la
hospitalización (reacciones de su hijo, normas, limitaciones, procedimientos,
instrumentos,...).
• Disposición de ayuda hacia el manejo de los sentimientos de los padres o familiares en
relación a la experiencia en concreto y, a nivel general, hacia creencias y sentimientos
sobre la enfermedad y tratamiento, el hospital, experiencias pasadas,...
• Información a los padres sobre la influencia que tienen sobre sus hijos, tanto para servirles
como fuente de seguridad y apoyo como para aumentar su ansiedad, inseguridad y
temor. Por ello, dentro de lo posible, se podría permitir a los padres, con previa
preparación, permanecer con sus hijos cuando son sometidos a ciertos procedimientos
médicos.
• Establecimiento del papel de los padres y de los profesionales ante el cuidado del niño
hospitalizado. Resulta conveniente, e incluso necesario, ofrecer información y explicación
a los padres sobre qué se espera de ellos y qué pueden esperar, sobre todo, del personal
de enfermería para prevenir posibles conflictos.
• Valoración de las características evolutivas en los distintos pacientes en desarrollo. Por
ejemplo, en el caso de los bebés, identificar áreas de privación sensorial y proporcionar
información sensorial y motora adecuada a la edad.
• Atención a las actividades que, a nivel general, el niño hospitalizado puede y debe
realizar en el contexto hospitalario. Por ejemplo, y dentro de lo posible, permitir que
explore el entorno, favorecer la autonomía y hacer elecciones. En el caso de niños con
problemas de movimiento, reemplazar la movilidad perdida por otras alternativas.
• Atención a las actividades de aprendizaje en general y escolar. Se debe favorecer que
dentro de lo posible, continúe aprendiendo a través de juegos, libros, tareas escolares,…
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 31 de 37
¿Es posible que el niño hospitalizado obtenga benefi cios de la experiencia de hospitalización a
pesar de contener indudables efectos perjudiciales? ¿Qué caracteriza la situación sobre la
elaboración e implantación de programas de preparación psicológica para esa experiencia?
en las personas que les rodean y, de este modo, sentirse seguros, a lo que no
contribuyen las experiencias de separación que se suelen producir en situaciones
hospitalarias. También debe tener oportunidades de explorar y manipular el entorno que
le rodea, y desarrollar su autonomía e independencia. Se debe favorecer que tome
iniciativas, dentro de sus limitaciones, y desarrolle habilidades académicas y sociales. Se
debe posibilitar al adolescente para que configure su nueva identidad personal.
Hasta aquí nos hemos fijado, a modo de síntesis, lo que hace que la hospitalización se
pueda considerar como una experiencia perjudicial para el niño hospitalizado y su familia.
Pero esta experiencia también encierra elementos beneficiosos que podemos considerar
en una doble vertiente: la hospitalización se puede constituir como una experiencia no
necesariamente traumática que permita favorecer, en alguna manera, el de sarrollo
infantil, y existe la posibilidad de intervenir para prevenir, disminuir o eliminar los efectos
perjudiciales, de modo que a l experiencia se convierta en beneficiosa o, al menos, se
deriven efectos no demasiado perjudiciales para el niño o adolescente que deba
someterse, inevitablemente, a esa experiencia.
Esta doble vertiente del beneficio que contiene la experiencia de hospitalización se puede
considerar basándose en estos aspectos:
• Proporciona la oportunidad, como cualquier otra experiencia psicosocial, de incidir en
el desarrollo cognitivo y socioafectivo del niño a nivel general y, en concreto, en la
dimensión de salud y enfermedad. La alteración de su estado de salud, y la inclusión en
un nuevo entorno con sus normas y limitaciones, diversos lugares, distintos profesionales y
sus actividades, instrumentos, trajes,..., permiten al niño experimentar por sí mismo la
dinámica de un contexto hospitalario. Esto puede estimular su intento de comprender
ese entorno, y su vivencia de emociones, tanto de ansiedad, temor, depresión como de
competencia, eficacia y valor al comprobar que es capaz de enfrentarse con
situaciones amenazantes. También debido a las relaciones que establece en los
encuentros con otros niños puede realizar actividades de colaboración y ayuda. A
veces, los propios niños pueden ejercer efectos beneficiosos sobre la recuperación o
adaptación a una determinada situación de otros niños llegando, en algunas ocasiones,
a establecer relaciones de comunicación y ayuda entre ellos mismos más eficaces que
con los adultos. Por tanto, la hospitalización puede ser una experiencia de
enriquecimiento personal que posibilita al niño adquirir madurez desarrollando
sentimientos de empatía hacia las personas que tienen alteraciones en su estado de
salud. Por último, la experiencia de hospitalización contiene efectos beneficiosos, sobre
todo en el caso de los niños que no cuentan con el apoyo familiar por diversas razones.
• Puede ocurrir que determinados aspectos de la experiencia de enfermedad o situación
hospitalaria no contribuyan de forma espontánea, al desarrollo armónico de la
personalidad del niño. En este caso, los profesionales deben convertir la experiencia de
modo que proporcione beneficios al niño hospitalizado mediante la organización de un
programa de vida infantil donde se tengan en cuenta sus necesidades y capacidades.
Es decir, se trata de que los niños y adolescentes se ocupen en actividades de
entretenimiento, pero también participen en actividades cotidianas dentro de sus
limitaciones. El profesional debe promover las condiciones que favorezcan los logros que
el niño hospitalizado debe conseguir según su momento evolutivo y las limitaciones de su
enfermedad. Por ejemplo, si necesitan reposo en cama, tienen limitaciones en los
movimientos (fracturas) o deben estar aislados (enfermedades infecciosas) se deben
establecer actividades adecuadas en las que puedan participar. También se han de
tener en cuenta estas características en el acondicionamiento de diversos lugares del
hospital, como las consultas externas o la planta de pediatría en el caso de un hospital
general. Se debe estimular la realización de actividades lúdicas y de aprendizaje para
que los pacientes presenten mínimos o nulos retrasos o se reincorporen satisfactoriamente
a la escuela. Se debe animar a los padres para que no sólo vean a sus hijos, sin que les
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Tanto los aspectos perjudiciales como los beneficiosos de la experiencia no tienen un límite
muy definido en la realidad, es decir, pueden aparecer conjuntamente en la experiencia o
inclinarse la balanza hacia la conversión de la experiencia en beneficiosa o perjudicial. Esto
puede depender de diversas variables: la edad del niño y sus características evolutivas, el
tipo de familia, la naturaleza y grado de la enfermedad, la incapacidad o limitaciones de la
enfermedad, así como los recursos materiales y personales disponibles para favorecer las
condiciones que permitan realizar programas de preparación psicológica para diversas
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Como indican Méndez, Maciá y Olivares (1992), los programas de preparación para la
hospitalización infantil basados en procedimientos tradicionales de informar y visitar
previamente el hospital, tienen indudables beneficios, pero resulta difícil valorarlos debido a
que se suelen aplicar en combinación con otras técnicas, a veces insuficientemente
clarificadas y precisadas. Pero hay programas de preparación para determinados
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acontecimientos que utilizan técnicas definidas de forma precisa que reflejan resultados
beneficiosos para el niño hospitalizado y sus padres. Por eso surge la necesidad de
continuar elaborando programas adecuados a las múltiples y diferentes situaciones que
cada niño debe afrontar (inyecciones, cateterización cardíaca, retirada de moldes,
procedimientos en la sala de urgencias, unidades de cuidados intensivos, inducción a la
anestesia, intervenciones quirúrgicas, punción lumbar, aspiración de la médula ósea,
tratamientos renales,...).
Como señalan los expertos, aún nos encontramos en las primeras etapas del desarrollo de
la aplicación de intervenciones psicológicas a los problemas derivados, directa o in-
directamente, de procedimientos diagnósticos o terapéuticos, pero cada vez se realizan
más trabajos que reflejan efectos beneficiosos de la utilización de técnicas para favorecer la
adquisición de habilidades de afrontamiento tanto en el niño hospitalizado como en sus
familiares.
Algunas características que proporcionan una visión general sobre las técnicas de
intervención en la preparación de pacientes pediátricos:
§ Hay unanimidad sobre el hecho de que las técnicas de intervención psicológica
disminuyen la ansiedad y ayudan a afrontar los efectos derivados de la experiencia de
enfermedad y hospitalización. Cada técnica resulta eficaz utilizada por separado aunque
ninguna parece destacar sobre las demás. Distintos autores sugieren que la agrupación
de diversas técnicas, denominada «paquete de tratamiento», proporciona mayor
eficacia que la aplicación de una técnica aislada. Un trabajo pionero en la aplicación de
técnicas combinadas se debe a Peterson y Shigetomi (1981), que encuentran que la
aplicación conjunta de técnicas de afrontamiento, como relajación, imágenes de
distracción y autoinstrucciones, además de un v ideo de modelado, parece la forma más
eficaz en la preparación de niños hospitalizados y sus padres. Posteriormente se ha
utilizado la aplicación de grupos de técnicas, sobre todo para ayudar a disminuir el estrés
producido por ciertos tratamientos a los que deben ser sometidos los niños que padecen
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algún tipo de cáncer, entre los que se incluyen procedimientos como aspiraciones de la
médula ósea y punciones lumbares. Algunas de las técnicas que componen los
programas de preparación para estos sucesos consisten en un video de modelado, ejer-
cicios de respiración, reforzamiento positivo, imágenes de distracción y emotivas y ensayo
conductual. Los resultados reflejan la eficacia de estas técnicas en la manifestación de
respuestas adecuadas del niño ante la situación, como disminución de conductas
estresantes, puntuaciones más bajas al dolor y el pulso,...
§ Se muestra también la eficacia del uso de la combinación de técnicas de afrontamiento
en programas de preparación para los padres. Diversos autores encuentran que los
padres que participan en un programa de inmunización al estrés que incluye un v ideo de
modelado y educativo, entrenamiento en autodeclaraciones y relajación, muestran
menos ansiedad y realizan mayor número de autodeclaraciones positivas que los padres
que participan en un programa centrado sólo en los hijos.
§ Los expertos indican que los programas de técnicas combinadas se han utilizado con
éxito en el tratamiento de niños quemados, dolor crónico abdominal, diabetes, dolor
recurrente asociado con artritis reumatoide juvenil en combinación con tratamientos
farmacológicos,...
En definitiva, se puede decir que parece útil la combinación de técnicas de intervención
aunque aún se necesita investigación, sobre todo, en cuanto a la creación de diseños de
combinaciones adecuadas a las demandas de una determinada situación.
A pesar de los resultados reflejados por distintos trabajos sobre los efectos beneficiosos de la
aplicación de técnicas de intervención psicológica en el niño hospitalizado, parece que la
mayoría de los hospitales ponen poco interés en incluir estos procedimientos en sus prácticas
habituales, estableciéndose, de este modo, una débil relación entre los resultados de los
trabajos de investigación y la implantación práctica. Ante esta constatación, se sugiere que
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En último caso, como indica Fernández-Ballesteros (1992), la valoración que se puede hacer
sobre un programa (y, en nuestro caso, sobre la preparación para la hospitalización infantil),
una vez que ha sido aplicado, depende de estos tres juicios valorativos:
§ Efectividad: la medida en la cual una intervención ha alcanzado los objetivos propuestos.
§ Eficacia: la medida en la que un programa ha producido unos determinados efectos o
resultados.
§ Eficiencia: la relación entre los beneficios obtenidos y los costos del programa.