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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular Para la Educación Universitaria


Universidad Bolivariana de Venezuela
Aldea “Grupo Escolar Estado Guárico”

Triunfadora:

Tahis Castillo

Barinas, Abril de 2011.


ANÁLISIS MARXISTA DEL FENÓMENO DE LA GLOBALIZACIÓN

En estos tiempos, en los que la sociedad mundial ha enfocado su desarrollo


económico en una serie de recetas y planes estratégicos de desarrollo se puede
hacer un retrospección sobre las diversas teorías que como constructores de la
realidad universal nos vinculan con el actual comportamiento de ciertos
indicadores económicos, culturales, sociales e inclusive políticos, que guían la
dirección de cada uno de los países. De esta forma vemos como a diario se hace
mención en los medios de comunicación de un término que poco a poco incluye a
más países y arropa y atropella a muchos más: “la globalización”. Este término,
principalmente asociado a aspectos económicos, va mas allá, transformando y
afectando muchos aspectos de nuestra sociedad. La globalización es una teoría
entre cuyos fines se encuentra la interpretación de los eventos que actualmente
tienen lugar en los campos del desarrollo, la economía mundial, los escenarios
sociales y las influencias culturales y políticas. La globalización es un conjunto de
propuestas teóricas que subrayan especialmente dos grandes tendencias: (a) los
sistemas de comunicación mundial; y (b) las condiciones económicas,
especialmente aquellas relacionadas con la movilidad de los recursos financieros y
comerciales. A través del proceso de globalización, uno de los supuestos
esenciales es que cada vez más naciones están dependiendo de condiciones
integradas de comunicación, el sistema financiero internacional y de comercio.
Por lo tanto, se tiende a generar un escenario de mayor intercomunicación entre
los centros de poder mundial y sus transacciones comerciales (Sunkel: 1995;
Carlsson: 1995; Scholte 1995). La premisa fundamental de la globalización es que
existe un mayor grado de integración dentro y entre las sociedades, el cual juega
un papel de primer orden en los cambios económicos y sociales que están
teniendo lugar. Este fundamento es ampliamente aceptado. Sin embargo, en lo
que se tiene menos consenso es respecto a los mecanismos y principios que rigen
esos cambios, y es que en realidad la globalización es el nuevo fenómeno de la
hegemonía de la sociedad capitalista, viéndolo desde una perspectiva marxista.
Unos le atribuyen a este fenómeno características civilizatorias, pues cada vez
más el orden cultural, ético, político y económico se encuentra regulado por los
intereses e ideales de un modo de vida social que confiesa su preferencia por el
pensamiento uniforme y homogéneo. Otros, por el contrario, consideran que este
fenómeno no es más que la expansión del poder tecno-ideológico de la
racionalidad capitalista cuyo objetivo es modelar e intervenir en los sistemas de
representación social, las prácticas políticas y los procesos comunicativos de la
ciudadanía en general. Pudiera entenderse, entonces, que la globalización
representa, no sólo otro tiempo y otro momento de un orden histórico, que
indiscutiblemente no puede dejar de estar asociado al desarrollo de las relaciones
de producción y de consumo capitalistas que le han dado su génesis. También
representa otro espacio y otra realidad en la que, sin embargo, los conflictos
sociales, las desigualdades, las diferencias, las injusticias, entre los seres
humanos, no terminan por resolverse sino que se acentúan más y más. Las
principales contradicciones de la sociedad capitalistas no dejan de reproducirse y
universalizarse a nivel mundial. El análisis de la globalización y su contexto
histórico, requieren, por consiguiente, de una filosofía intercultural. Es decir, de
una reflexión en la que el diálogos sea el proceso de comprensión y de
interpretación sobre los medios y fines que no pueden seguir siendo unívocos para
una formación cultural y /o política particular, sino que ahora deben ser
compartidos discursivamente con otros universos culturales. Esta idea de un
diálogos, recupera el ámbito de una alteridad en la que los otros (pueblos,
sociedades) hoy día ponen en práctica su derecho a la palabra, al discurso, a la
imaginación, a lo simbólico, desde un deber ser que se resiste a su reducción, a
su exclusión, a su des-conocimiento. La filosofía intercultural se propone como un
proyecto liberador de las prácticas sociales y discursivas de las culturas entre sí,
sin hegemonías ni restricciones, sometimientos o vasallaje neocolonizador. Busca
insertarse en la pluralidad compleja de las existencias humanas, sin detrimento de
alguna de ellas. Busca abrir las riquezas propias del mundo intersubjetivo, como
un proceso que tiende a favorecer el acceso a la diversidad racional, la pluralidad
ideológica, como alternativa a un mundo en el que la globalización de la razón y
del dominio técnico limitan las auténticas libertades de los seres humanos. Es
necesario mencionar que Marx analiza el capitalismo siempre desde una
perspectiva de mercado mundial sometido a las presiones y exigencias de una
potencia capitalista hegemónica, y va analizando cómo esa hegemonía nace en
Holanda, se traslada a Gran Bretaña y, adelantándose a su tiempo, comprende
que se afincará en los EE.UU. Son tan contundentes las múltiples citas que lo
demuestran que no nos detenemos en ellas. Después, y prácticamente desde los
primeros debates a favor o en contra de las tesis reformistas de Bernstein y de las
críticas de varios autores a la ley del valor-trabajo y de la caída tendencial de la
tasa de beneficio, que no podemos explicar aquí, desde entonces, las respuestas
de otros marxistas siempre se han basado, esencialmente, en el contenido
mundial del mercado capitalista y en la superposición de diversos modos de
producción bajo el dominio y la dirección del capitalista sobre ellos. Este método a
la fuerza exige tener en cuenta las formas concretas y las fenomenologías
particulares con que el capitalismo se presentaba, primero, en cada época
histórica de mediana duración; segundo, en cada área o zona regional del planeta,
con el consiguiente análisis de las formaciones económico-sociales existentes en
ellas, tercero, más en concreto en cada Estado o países y naciones ocupadas y
oprimidas dentro de esas áreas regionales y, por no extendernos, último, en las
relaciones objetivas e inevitables que se establecen a escala mundial entre los
tres niveles anteriores. Basta ver el rigor exquisito en los debates marxistas sobre
el imperialismo o poco después sobre las lucha anticoloniales en todo el planeta,
por poner dos realidades directamente relacionados con la globalización, para
comprenderlo. La globalización, como venimos diciendo, consiste en el conjunto
de tácticas e imposiciones que de manera coherente y estratégicamente pensada,
aplica el imperialismo sobre los fenómenos y las formas del capitalismo no para
destruir el capitalismo, es decir, para acabar con su esencia injusta e inmoral y su
contenido opresor y explotados, sino precisamente para reforzar y ampliar sus
características. Por fenómeno hay que entender el conjunto más o menos
coherente de relaciones y propiedades externas, móviles y diversas,
inmediatamente accesibles a los sentidos, del objeto concreto que existe ante
nosotros, y que representa, ese conjunto, el modo como la esencia del objeto se
expresa al exterior, se manifiesta a la realidad objetiva. Por forma hay que
entender el modo en que se organizan, conexionan e interaccionan internamente
los diversos elementos y procesos del contenido entre sí y en las relaciones
externas. En la dialéctica entre contenido y forma, esta segunda tiene un
importante papel en la evolución del contenido, porque la forma puede frenar o
acelerar los cambios del contenido si se distancia o si se acerca a las
contradicciones internas del contenido, si las obtura y entorpece o si, por el
contrario, las ayuda e impulsa, abriendo más vías de evolución y complejización. Y
aunque la forma tienen una independencia relativa y supeditada al contenido,
dependiendo de su papel rector en lo esencial, nunca permanece estática y su
movimiento refleja además de las contradicciones del contenido interno, también
la propia autonomía de forma. Sotelo Valencia (2003), un autor de la corriente
marxista concibe la actual fase del capitalismo mundial como un proceso de
extensión de la ley del valor marxista y, por ende, de la superexplotación del
trabajo generalizada. Tal como lo señala este autor: "La superexplotación, en
cuanto régimen de explotación del capital en las sociedades dependientes y
subdesarrolladas, se está convirtiendo también en un régimen de explotación de la
fuerza de trabajo en los países capitalistas desarrollados con el fin de contrarrestar
los efectos perniciosos de la larga depresión de la economía mundial en sus
declinantes tasas de crecimiento, de rentabilidad y de producción de valor y de
plusvalía". (Sotelo, 2003:23). Este planteamiento muestra como se reivindica la
visión marxista del trabajo en los tiempos de la globalización, cumpliéndose en
buena medida las premisas de la ley del valor trabajo: explotación, desempleo,
disminución de los salarios y deterioro de la calidad de vida y de los derechos de
los trabajadores. Así mismo, reconocen la debilidad del movimiento sindical y que
esta decadencia de la resistencia de los trabajadores ha favorecido los procesos
de desregulación flexibilización del trabajo. Por todo lo acá analizado se puede
concluir a groso modo que La globalización está generando una "cultura" de
identidades adaptativas, en plena conciliación y equilibrio con el modelo societal
de un Estado que ha abandonado su rol asistencialista, por el de gestor en los
mercados de capitales internacionales. El poderío transnacional de la
globalización no es neutro, tiene una intención e identidad: la racionalidad del
mercado. La desaparición de las fronteras nacionales del Estado, por un poder
que las trasciende es la verdadera libertad de la globalización para nuclear en este
espacio de control la diversidad y la pluralidad social. El dominio técnico hace
posible esta reducción de la diversidad cultural a la uniformidad que impone la
cultura hegemónica. Esta manera de entender la democracia ciudadana responde
en el fondo a un monismo, siendo que el único horizonte al que deben responder
los individuos está preestablecido por el orden social que los dirige y al que se
debe total subordinación, so pena de quedar excluidos de sus beneficios. Es muy
poco o escaso el valor ético que pueda atribuírsele a ese fin, que no termina
siendo el fin de todos. En este sentido se hace necesario respondernos: ¿A
quienes unifica la globalización con su ideología universalista? No a aquellos
seres humanos sitiados por condiciones infrahumanas de existencia, pues le niega
el derecho a la vida al excluirlos de los beneficios del capital que por definición es
consecuencia de un modo de producción que no contempla al trabajador como un
sujeto dentro de la producción social con derechos económicos. Por el contrario, el
trabajador ha sido siempre el gran ausente de los beneficios del capital, y se ha
quedado limitado al espacio de aquellas negociaciones de carácter reivindicativo
que le sirven para paliar sus condiciones de subsistencia. La unificación neoliberal
es sinónimo de uniformización de conductas, deseos, valores, representaciones,
creencias, tradiciones, etc., continuamente inducidas por los sistemas de
intercambios y de consumo, principal ley de la competencia supervivencia
depredadora del capitalismo postindustrial. Es fácil observar estos procesos de
confiscación de la conciencia social y las libertades políticas ciudadanas, en los
modelos homogéneos con que ese rigen las discusiones públicas y la función
masificadora de los medios de comunicación, dependientes, como se sabe muy
bien, de grupos financieros comprometidos con los sectores de poder que dirigen
las políticas públicas del Estado. La globalización tiende a la creación de una
sociedad virtual que se interconecta a través de códigos que obvian la presencia
del otro como ser que está en una relación implicativa y de compromiso con la
realidad. La sociedad telemática, la telepolis, es la nueva versión de un contrato
social en el que el discurso está mediado por un dispositivo informático y
audiovisual, más que argumentativo y crítico. Se suple el mundo del diálogo por el
de la imagen y una estética de la sensorialidad que contribuye a crear los cánones
de la adaptación sin resistencias ni compulsiones. Consensuada la sociedad de
clases a través de este nuevo aparato ideológico de la globalización postcolonial,
la realidad humana continúa siendo reprimida y coactiva. La semiótica de la
imagen nos da una realidad virtual que parece incuestionable en sí misma y
autosuficiente para pasar la dura prueba de la desobediencia y el desacato por
parte de aquellos que siguen considerando que la auténtica realidad es presencial
y no diferida.

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