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Universidad frustrada.

Por José Manuel


Estévez-Saá
22.05.2011 Se le impide actuar como verdadero motor de cambio integral // Se le demanda
competitividad y excelencia a coste cero y sin ayudas
JOSÉ MANUEL ESTÉVEZ-SAÁ

Sin apenas voz, y mucho menos voto, la universidad española ve cómo la crisis en la que está sumida la
sociedad se acrecienta, al tiempo que aquellos que supuestamente dirigen los procesos de reconstrucción
cultural, económica y social actúan a espaldas de una institución que nunca debió dejar de ser nuestro gran
referente de transformación, progreso y modernización. Las consecuencias de una actitud irresponsable con
respecto a la potencialidad de nuestro sistema universitario como motor de cambio son evidentes: un mar de
jóvenes a los que se les impide el acceso al mercado laboral, el distanciamiento entre formación y empleo, la
pérdida de valores sociales y éticos, el desmoronamiento del tejido empresarial y económico, el
desdibujamiento de los principios de investigación, desarrollo e investigación, la fuga de nuestros
investigadores y docentes más avezados hacia contextos más propicios, la desconfianza en las distintas
administraciones y en los gestores y políticos que las representan, o la priorización de parámetros
economicistas y de mercado abocados a un futuro e irremediable fracaso. En definitiva, el alejamiento de la
Institución del fin último para el que fue ideada: la vocación de servicio al desarrollo humano en todas sus
dimensiones.

La Universidad está frustrada porque las grandes decisiones que afectan al avance científico y humano del
país se toman sin tener en cuenta la opinión de aquellos que, desde sus distintos ámbitos del conocimiento,
mejor podrían trazar las líneas más eficaces de actuación. Una serie de pretendidos gurús, algunos de ellos
actuando en nombre o representación de las distintas universidades, se arrogan el derecho de decidir,
obviando la experiencia real y diaria de aquellos otros que, día tras día, han de enfrentarse al estudio
pragmático de los distintos sectores que sustentan el posterior entramado social, cultural, científico y
económico de la nación. Esta actitud recuerda a la de aquellos ayuntamientos, representados por sus alcaldes,
que deciden la variación en la dirección del tráfico de sus ciudades y calles sin consultar ni con los
profesionales de los servicios públicos que las recorren a diario (como taxistas o conductores de autobús), ni
con los vecinos que, por habitar en ellas, conocen de primera mano el flujo de usuarios y automovilistas y el
impacto que un cambio de dirección supone para sus vidas y para los negocios del barrio. En el ámbito
universitario no se cuenta ni con los investigadores ni con los docentes ni con los estudiantes, pese a que
estos últimos, como se sabe, serán los depositarios de los conocimientos y los ejecutores que los pondrán en
práctica en un futuro cercano.

La Universidad está frustrada porque tampoco las ideas, las dudas, los recelos, o los inconvenientes y errores
detectados por profesores y, especialmente, estudiantes, fueron tenidos en cuenta a la hora de reconfigurar un
Espacio de Educación Superior que ambicionaba aproximarse a Europa (EEES) pero sin contar con aquellos
que la conforman: los europeos. La LOU mostró desde su configuración una serie de vicios que el Plan Bolonia
no ha hecho más que intensificar. Un plan impuesto discrecionalmente desde arriba, sin contar para nada con
los de abajo; cuando todos sabemos que, en el ámbito universitario, son precisamente los de abajo los que dan
sentido al sistema educativo y permiten que el mismo funcione y salga adelante. Ahora hemos descubierto que
se trata tan sólo de reorganizar, a través de una serie de fórmulas burocráticas de ordenación académica
(grado y posgrado, clase expositiva, docencia interactiva y tutoría de grupo reducido), lo que ya veníamos
haciendo, de facto, antaño. Eso sí, el cambio ha generado una serie de gastos difícilmente afrontables dada la
austeridad que se impone y la inexistencia de un plan de financiación eficaz para ejecutar tales reformas. Por
supuesto, de ampliar las plantillas de profesorado, consolidar las líneas de estudio abiertas por nuestros
investigadores, dotar a los centros con la tecnología que el siglo XXI demanda, o aplicar fórmulas que
estimulen el rendimiento académico, amplíen y dignifiquen las prácticas en empresas y organismos públicos, y
abaraten el precio de matrícula de nuestros estudiantes, ni hablamos. Los alumnos cada vez pagan más (los
repetidores serán penalizados), pese a que el abanico de becas se pretende ampliar con exiguas ayudas
económicas para los que demuestren un mayor rendimiento.

La Universidad está frustrada porque, al tiempo que se le demanda competitividad y excelencia, se le exige
austeridad, moderación económica y reducción del gasto específico. A su vez, las ayudas para la docencia
prácticamente desaparecen, los proyectos de investigación competitivos se reducen atendiendo a criterios
económicos, y las partidas destinadas a I+D+i resultan ridículas si se comparan con los países con los que se
nos requiere que compitamos. Se habla de transferencia del conocimiento pero no se nos dota con los medios
para transferirlos. Entretanto, surgen nuevas iniciativas (muchas de ellas contempladas en el plan Estrategia
Universidad 2015, elaborado por el Ministerio de Educación), como los campus de excelencia internacional
(CEI), la priorización de los másteres internacionales e interuniversitarios, las escuelas de doctorado y los
doctorados de excelencia, pero siguiendo el mismo modus operandi de siempre; es decir, sin contar con el
criterio de los estudiantes ni con la experiencia y la opinión de los profesores e investigadores que luchan a
diario en sus clases y laboratorios con todo tipo de carencias. Incluso se pretende dotar de libertad de
actuación a una serie de gestores profesionales en detrimento de los órganos colegiados tradicionales.

Frente a un encomiable deseo de buscar fórmulas que fomenten el diálogo entre universidad, empresa y
desarrollo regional, lo que se consigue así es delegar en la sociedad, en la empresa privada y en las
administraciones específicas una responsabilidad y un criterio que nunca debió salir del ámbito universitario.
Los resultados, de este modo, se intuyen nefastos. A saber: universitarios de primera y otros de segunda,
universidades de un pretendido y falso prestigio frente a otras condenadas a su lenta y dolorosa extinción, o
áreas de conocimiento priorizadas frente a otras, quizá con un menor rendimiento económico, pero sin duda
con un mayor provecho cultural y humano. Véanse, en este sentido, las acciones en torno a la posible
supresión de ciertos títulos universitarios de menor demanda, en vez de un esfuerzo de divulgación sobre la
relevancia de los conocimientos que en ellos se imparten o en su adecuación al mercado laboral, por no hablar
de la fluctuación que puede sufrir la matrícula dependiendo de los años, o del impacto negativo que para los
sistemas universitarios regionales puede tener renunciar a según qué títulos especializados. Cabe preguntarse
si ya es demasiado tarde para remediar tales despropósitos, o si, por el contrario, todavía estamos a tiempo de
poner freno a esta decadencia universitaria manifiesta. Seamos responsables.

www.josemanuelestevezsaa.com

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