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Santo Tomás de Aquino y Marsilio de Padua:

sus pensamiento sobre la ley y las consecuencias políticas.

Resulta satisfactorio comprender, al menos básicamente, que concepciones


políticas constitutivas de nuestro orden social moderno provengan de pensadores
medievales. Cierto es que toda idea fue pensada por alguien, que nada se concibe desde
lo que no existe, y lógico también que un pensador se apoye en ideas anteriores, o bien
para consagrarlas en otro momento histórico y político, o bien para refutarlas en el
intento de crear algo opuesto, o incluso en considerar su pensamiento como “más allá”
de lo fraguado antes. De ese modo la historia de las ideas aclara la verdadera medida de
un pensamiento y es fundamental para situar el origen de un concepto, develar su
composición. No se puede prescindir de un estado de cosas, de un contexto histórico, de
un ambiente político y social, en el esfuerzo por dilucidar la evolución en la historia de
una idea humana, sea política, sea religiosa, sea económica o filosófica. En el medioevo
aparecen personajes importantes en el desarrollo de las ideas políticas, creaciones que
sustentan cambios posteriores en la historia política. Aquí me propongo contar qué
pensaron de la ley, qué características le conferían a ella, Santo Tomás de Aquino y
Marsilio de Padua. Me sustento del libro de Walter Ullman “Historia del pensamiento
político en la Edad Media”, de los capítulos concernientes a los autores en la “Historia
de la teoría política” de Sabine, y de los apuntes de clase.
Tomás de Aquino concibe el universo ordenado en una jerarquía donde Dios es la
cúspide y su razón la base de todo fenómeno. Todo se subordina a la voluntad divina, y
el ser humano es incompetente en la comprensión de tal voluntad. Aunque está en
ventaja con los demás seres de la creación ya que conecta con Dios en su razón y
espíritu. Existía en su sistema un nivel natural y otro supranatural. Lo natural tenía
fuerzas y fenómenos independientes, el movimiento era el principio fundamental,
aunque en ningún caso fuera de la voluntad de Dios. La sociedad humana era una
producción natural acorde con el principio divino de la búsqueda del bien, un sistema
jerárquico donde lo superior mandaba sobre lo inferior, y lo inferior le guardaba
subordinación a lo superior. Ahora, la ley humana, la que provenía de los hombres en su
práctica cotidiana, era producto de la naturaleza. Por tanto gozaba de cierta
independencia, en lo concerniente a la ordenación de la comunidad.
Siendo la ley positiva una creación humana que se preocupaba de la vida pública,
el hombre tenía que ser observado no ya en cuanto creyente, sino como ciudadano
participante de ésta. El cristiano era la medida de las cosas morales y éticas, y en
comunidad de creyentes la base de la iglesia, la representación del orden supranatural. El
ciudadano concernía a las cuestiones de la res pública, a lo meramente civil, y adquiría
su valor en tanto partícipe del orden natural. Reaparece con Santo Tomás, y por la
influencia de la antigüedad clásica, Aristóteles específicamente, el concepto de
ciudadano. El hombre podía ser concebido desde un punto de vista político, de uno
moral, o del religioso.
A porqué la ley humana adquiría autoridad en este sistema, Tomás de Aquino
plantea que proviene en último caso de la ley divina, es decir, aplica los principios que
rigen todo el universo. La razón humana establece los principios que le darán fuerza de
ley; es en primer caso social, por lo que busca el bien general, y no el interés particular.
La ley humana tiene fuerza porque descansa en el consentimiento del pueblo, y actúa
por el interés de la comunidad, posee una autoridad general.
En la práctica el gobierno de lo social está justificado porque contribuye al bien
común, tiene una finalidad moral que se define en cuanto concordante con la ley. Santo
Tomás define al Estado como un corpus humano <<politicum et morale>> cuyo objeto
es velar por el bien de las personas y lograr el buen orden de la comunidad. Su
jurisdicción es meramente natural, en ningún caso promulga acerca de cuestiones
sagradas o sacramentales. La Iglesia en tanto <<corpus mysticum>> actúa en un nivel
superior, el de la fe. Está enmarcada en las cuestiones de la doctrina y no debe
inmiscuirse en las manifestaciones de lo natural, en la ley y las características del
gobierno, ya que provienen de la razón humana y del consentimiento de la comunidad de
los ciudadanos.
La idea de que el poder y la ley provienen de Dios estaban, con Tomás de Aquino,
amenazadas a un nivel conceptual. Su pensamiento concilió lo espiritual con lo secular
en una orden jerárquico complementario, que permitía una independencia de lo natural
ante lo supranatural, de lo secular ante lo religioso. Preparó la creación de un
pensamiento que desligara definitivamente la ley divina con la ley natural humana, como
también propició ataques contra la teoría descendente del poder proclamada por el
papado.

Es Marsilio de Padua quién llega hasta las últimas consecuencias en el proceso de


independizar lo secular de lo religioso. Marsilio, siguiendo a Aristóteles, plantea la
autarquía de la comunidad. Concibe al Estado como un fin en sí mismo, que no necesita
de ningún don sobrenatural, se rige bajo sus propias leyes y su soberanía descansa en los
ciudadanos. La comunidad es perfecta porque está conformada por hombres que se
hacen cargo de sí mismos, y concuerdan en qué es lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto, es decir, construyen un tipo de gobierno a su medida.
Marsilio cree que la autoridad de la ley es conferida por el conjunto de los
ciudadanos, por la voluntad del pueblo. En cuanto creación humana busca el bienestar
de la comunidad en concordancia con la idea misma de bienestar de la sociedad en
cuestión. La justicia no es universal, sino relativa. Es la totalidad de ciudadanos o la
parte de mayor peso de aquella, el “legislador humano”, que da poder obligatorio a la
ley positiva, le da el poder de coerción. Para Marsilio la ley humana se define en cuanto
coercitiva, característica de la cual carece la ley divina.
La soberanía es popular, no hay nadie sobre el pueblo. El gobierno y sus
características es definido por la voluntad popular, y su poder de gobernar es concedido
por aquella. El cargo era modificable por el legislador humano, al contrario del orden
descendente del poder donde provenía de la divinidad intocable e incuestionable. Con
Marsilio el gobierno secular adquiere plena independencia de lo religioso. La división es
consecuencia de su creencia en el poder de la razón como base del orden social. El
Cristianismo estaba sujeto a una realidad sobrenatural, ajena a cualquier examen
racional, por lo que no podía ejercer presión sobre fenómenos concebidos por la norma
de la razón. El clero debía responder ante la sociedad como ciudadanos, no quedaban
excluidos de la justicia civil. De esa manera intentaba el paduano restringir el poder de
la Iglesia en las cuestiones publicas y propugnar un ordenamiento ascendente del poder
en su estructura.
Tanto Tomás de Aquino como Marsilio de Padua desarrollaron un pensamiento
que estaba dirigido a un problema real en la constitución de las sociedades en que les
tocó vivir, cual es la extralimitación del poder espiritual en el poder secular. El primero
concilió en un orden jerárquico Fe y Razón, dejando cierta independencia a la voluntad
humana. El segundo dividió tajantemente lo que es la producción humana de la voluntad
divina. Ambos se afirmaron en la filosofía naturalista de Aristóteles.
El resultado más visible en las concepciones políticas es la división entre Iglesia y
Estado, la autonomía de lo político, en la sociedad occidental. Como también un renacer
de la concepción del ciudadano, cuestión que va ligado al desarrollo de la independencia
de lo secular en el orden social.

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