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diaguita. adj.

Se dice del individuo del pueblo amerindio que


habitó en la región montañosa del noroeste de la Argentina,
cuya lengua era el cacán. U. m. c. s. pl. || 2. Perteneciente o
relativo a los diaguitas.

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América viene de Américo


El navegante y explorador italiano Américo Vespucio, o Amerigo Vespucci, dio nombre al
Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón en 1492, tras la publicación de su obra
Cosmographiae Introductio, en 1507. Hasta entonces, las tierras del nuevo continente eran
conocidas como las Indias. El destino jugó a favor de Américo Vespucio, quien erróneamente
fue considerado el autor intelectual del descubrimiento.

Fragmento de Amerigo Vespucci, un nombre para el Nuevo Mundo.

De Consuelo Varela Bueno

Capítulo V: El nombre de América

El destino, o una fatalidad, quiso que el nombre de Amerigo fuera con el que se
conociera para siempre el Nuevo Continente descubierto por Cristóbal Colón.
La historia, rocambolesca, es la siguiente. En el corazón de la Lorena, y bajo la
protección de su duque Renato II, existía de antiguo un monasterio llamado Saint-Dié,
cuyos canónigos compartían el rezo y los cánticos sagrados con la afición de
amanuenses; excelentes copistas y buenos cartógrafos, transcribían con entusiasmo
cuantos papeles importantes caían en sus manos. Tenían, además, una pequeña imprenta
de cuyos tórculos saldrían cada año ediciones de obras señeras. A aquella imprenta llegó
un buen día un clérigo que había estudiado en la universidad de Friburgo y cuyo oficio
era el de dibujante y cartógrafo, además de corrector de pruebas. Se llamaba Martin
Waldseemüller.
En el año de 1507 estaban todos en Saint-Dié preparando una nueva edición, a ser
posible más fiable que las anteriores, de la Geografía de Ptolomeo. En esto llegó a
manos del duque un ejemplar de la carta de Amerigo a Soderini, conteniendo los relatos
de sus cuatro viajes y un mapa en el que estaban dibujadas las regiones recién
descubiertas por Amerigo, los portugueses y los españoles. Al punto entregó Renato al
monasterio su ejemplar. El entusiasmo de los canónigos, que ya conocían otro escrito
del florentino, el Mundus Novus, fue inmenso. Tanto que abandonaron la idea de
imprimir el Ptolomeo para dedicarse por entero a la edición de este texto. El poeta Jean
Basin de Saudaucourt se apresuró a traducir al latín el texto de la carta de Amerigo, que
estaba en francés, y Matías Rigmann, que ya había publicado un poema inspirado en el
Mundus Novus, se dedicó a preparar una introducción a la cosmografía que la carta de
Amerigo exponía. Por su parte, Waldseemüller sería el encargado de confeccionar el
mapa del Nuevo Mundo. El equipo estaba dispuesto a preparar un librito que iba a
representar una nueva geografía y que iba a anunciar al mundo el conocimiento de un
nuevo continente.
Nada tiene de extraño que un texto de Amerigo, o del «pseudo-Amerigo» apareciera en
el centro de Francia y en francés. Por entonces diversas versiones de cartas manuscritas
relatando los viajes del florentino circulaban con relativa facilidad. En 1507, la carta a
Soderini, publicada en 1504, era ya conocida en todas partes y, dado lo caro de las
primeras impresiones, es lógico que se hicieran copias a mano mucho más baratas que
los príncipes las solicitaran. Así se explica que el ejemplar que pertenecía a Renato
estuviera a él dirigido, aunque nunca se conocieron el duque y el nauta, al igual que otro
ejemplar apareciera dedicado a Fernando el Católico.
Por fin, el 25 de abril de 1507 salía de las prensas de Saint-Dié el ansiado libro con el
título de Cosmographiae Introductio. Acompañando al texto se incorporaban un
planisferio y una especie de recortable, que, pegado sobre una esfera, daría la exacta
idea del globo terrestre. Como señala G. Arciniegas, el modelo era ni más ni menos que
el mismo que hizo Amerigo Vespucci cuando entregó al Popolano «una figura plana y
un mapamundo de cuerpo esférico, preparado con mis manos». Tras un poema
introductorio en el que hábilmente se anuncia la mercancía —«Como la fama, testigo
locuaz, dice que las cosas nuevas agradan. Aquí tienes, lector, novedades que buscan
agradar. En este librito de Amerigo veréis las regiones descubiertas y las costumbres de
sus gentes»—, la Cosmographiae Introductio se compone de un prólogo, un epílogo y
nueve breves capítulos.
En el último capítulo aparece el texto que hizo famoso al florentino: «Mas ahora que
esas partes del mundo han sido extensamente examinadas y otra cuarta parte ha sido
descubierta por Americus Vesputius (como se verá por lo que sigue), no veo razón para
que no la llamemos América, es decir, la tierra de Americus, por Americus su
descubridor, hombre de sagaz ingenio, así como Europa y Asia recibieron ya sus
nombres de mujeres». Al margen de este pasaje se colocó una nota que simplemente
decía América.
Lo que entra por los ojos son, sin duda, los dibujos, los mapas, y por ello la divulgación
del nombre de América se debió, más que al texto impreso de la carta, al mapa que
dibujó Waldseemüller. Enfrentados, puesto que son dos concepciones diferentes,
aparecen los retratos de Ptolomeo y de Vespucci, bellísimamente dibujados, colocados
al lado de sus mundos: a la derecha, junto a Amerigo, el Nuevo Mundo y a la izquierda,
junto a Ptolomeo, el Viejo. Desde este momento resultará del todo punto imposible
separar ambas imágenes: el Nuevo Mundo, pese a quien pese, será ya para siempre
América.
Como ya esperaban en Saint-Dié, el libro tuvo un éxito enorme, tanto que hubo que
hacer en el mismo Saint-Dié y en el mismo día dos ediciones, seguidas de muchas más.
La reacción no se hizo esperar. Muchos aceptaron de inmediato el nombre dado por
Waldseemüller al Nuevo Continente; otros siguieron por un tiempo denominándole las
Indias Occidentales.
En España, sin embargo, se levantaron feroces críticas. Conviene señalar que el primero
que alzó su pluma contra tamaño disparate fue fray Bartolomé de las Casas. El
dominico, admirador como ninguno de la gesta colombina e íntimamente unido a la
familia, no soportaba la idea de ver suplantado el nombre de su héroe por el de quien,
para él, era un impostor. Por ello lanzó sus diatribas comentando en su Historia General
de las Indias, con todo lujo de detalles, cuantos errores aparecían en las cartas impresas
de Amerigo, de quien afirma que «pretendió tácitamente aplicar a su viaje y a sí mismo
el descubrimiento de la tierra firme, usurpando al Almirante lo que tan justamente se le
debía».
No le faltaba razón al fraile. En efecto, Amerigo no fue ese hombre tan extraordinario
como la posteridad nos lo ha mostrado. Nada sabemos de sus artes marineras fuera de lo
que él mismo, en un alarde de inmodestia, nos cuenta. Sus comentarios geográficos son,
en muy buena medida, meros plagios de las teorías en boga en aquel momento. Es
verdad que sus Cartas poseen una cierta calidad estilística y que, en ocasiones, hasta se
permite hacer comparaciones con textos clásicos, que parecen citados de segunda mano.
Pero también es verdad que esas Cartas pudieron muy bien ser adobadas, tanto por
aquellos que las vertieron al latín, como por un buen corrector de estilo —y en
Florencia los había muy buenos—, no siendo extraño que éstos se permitieran adornar
profusamente los textos que les llegaban para imprimir. Para colmo, no se ha
conservado ni uno sólo de los informes que, en razón de su cargo, hubo de hacer
Amerigo para la Casa de la Contratación y que nos hubieran dado luz sobre la validez
de sus dictámenes. Ninguno de sus compañeros alabó su ciencia más allá de lo
obligado. Desde el punto de vista social y económico, tampoco fue Vespucci un hombre
sobresaliente. Como hemos visto, no sólo reside en una casa cuya renta está entre los
límites más modestos para una morada de clase media baja, sino que su estilo de vida no
casa en absoluto con su propio autobombo. Casado con una mujer analfabeta, que ni
siquiera sabía dibujar su firma, él, que se había movido en los ambientes más cultos de
su ciudad natal, se desenvuelve en Sevilla entre una medianía.
Sin embargo, fue Amerigo Vespucci un hombre que carecía de los méritos de un
Cristóbal Colón, de los hermanos Pinzón o de Juan de la Cosa, quien tuvo la fortuna de
dar su nombre al Nuevo Continente. Y aún cabe señalar una ironía más del destino.
Cuando a fines del siglo pasado se hicieron unas excavaciones al pie del altar mayor de
la catedral de Santo Domingo, apareció un sarcófago con un extraño letrero que
anunciaba que los restos contenidos en la caja eran los del Primer Almirante, don
Cristóbal Colón, Descubridor de la América. Como en España lo normal fue siempre
hablar de las Indias (Occidentales), y no de América, fue éste un argumento más entre
los que esgrimieron los miembros de la Academia de la Historia española (Colmeiro,
Ballesteros) para tildar de apócrifa la inscripción dominicana. Sin entrar en la espinosa
cuestión, hay que reconocer en honor a la verdad que en los últimos decenios del siglo
XVII algunos españoles usaron esta denominación extranjera. La sombra de Amerigo,
como se ve, persiguió a Colón incluso después de muerto.
Fuente: Varela Bueno, Consuelo. Amerigo Vespucci, un nombre para el Nuevo Mundo.
Biblioteca Iberoamericana. Madrid: Ediciones Anaya, S.A., 1988.
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Migraciones de población
Migraciones de población

Los seres humanos están constantemente en movimiento, recogiendo sus enseres y


asentándose de nuevo al otro lado de una misma ciudad, en el país vecino o en la otra
orilla de un océano. El hombre ha migrado por diversas razones desde su aparición
como especie. Entre las causas naturales para las migraciones se encuentran las sequías
prolongadas, los cambios climáticos y las inundaciones o las erupciones volcánicas que
convierten amplias zonas en extensiones inhabitables.
Los motivos socioeconómicos han provocado muchas más migraciones que los
fenómenos naturales. Como ejemplos pueden citarse la escasez de alimentos por el
crecimiento de la población o la pérdida de suelos; una derrota en un conflicto bélico;
las políticas de expansión de pueblos dominantes, como la invasión, en el siglo XIII, de
las ricas ciudades del oeste de Asia por grupos étnicos turcos; y la búsqueda de
autonomía religiosa o política o la simple supervivencia como grupo amenazado, tal es
el caso de las migraciones de hugonotes, judíos, puritanos y cuáqueros a América del
Norte. Además de las ya citadas, cabe destacar como causas que intervienen en los
movimientos espaciales de población: la miseria en algunas zonas agrarias motivada por
la desequilibrada distribución de la tierra, la destrucción del equilibrio económico
anterior, motivado por la ruptura de un sistema económico artesano y rural antiguo,
afectado por la revolución industrial y de los transportes; la prosperidad de algunas
zonas, como factor de atracción de posibles migrantes; el descubrimiento de un nuevo
recurso (oro, carbón, petróleo) capaz de provocar concentraciones humanas en nuevos
asentamientos; etc.

Barreras y corredores de paso

Los movimientos de población se han visto condicionados históricamente por las


barreras naturales, como anchos ríos, mares, desiertos y cadenas montañosas. Los
cinturones de estepas, bosques y tundra ártica que se extienden desde Europa central al
Océano Pacífico, favorecieron las migraciones este-oeste de los grupos situados a lo
largo de estas latitudes.
Las migraciones desde las zonas tropicales a las templadas o desde las templadas a las
tropicales, han sido escasas. El Desierto del Sahara, al norte de África, separaba a los
pueblos africanos subsaharianos de los mediterráneos e impedía a los egipcios y otras
culturas expandirse hacia el sur. Las montañas del Himalaya en Asia meridional cortan
el acceso por el norte al subcontinente de la India.
A consecuencia de éstas y otras barreras similares, ciertos pasos de montaña y
corredores se convirtieron en rutas migratorias habituales. La Península del Sinaí, al
noreste de Egipto, unía África y Asia; la región del Bósforo al noroeste de Turquía
conectaba Europa y la Península Arábiga; y el ancho valle entre los montes Altái y Tian
Shan, en Asia central, permitió a los pueblos de Asia Central expandirse hacia el oeste.

Efectos de las migraciones

Los efectos de las migraciones de población son de amplio alcance debido a las propias
características de estos movimientos:
En primer lugar provocan una redistribución de la población; es la consecuencia más
estrictamente geográfica: las zonas de afluencia se llenan de habitantes en tanto que las
de partida ven vaciarse sus pueblos, campos y ciudades.
Hay un efecto selectivo de las migraciones que se manifiesta en la propia selección
natural de los migrantes, pues los individuos más débiles no emigran y, en una selección
demográfica por sexo y edad, en general los hombres migran más que las mujeres y las
migraciones suelen estar protagonizadas por individuos jóvenes, lo que tiene un efecto
de rejuvenecimiento en el lugar de destino y de envejecimiento y retroceso demográfico
en el de origen.
Las consecuencias biológicas también son importantes. En general la unión de
poblaciones de origen distinto genera mejoras genéticas al evitar los peligros de la
consanguineidad. Sin embargo, la posibilidad de enfrentamientos armados y los
problemas de la adaptación biológica a un nuevo medio pueden diezmar poblaciones
indígenas por la guerra con los invasores y la vulnerabilidad ante nuevas enfermedades;
por su parte los recién llegados experimentarán problemas derivados de la modificación
del régimen de alimentación, falta de resistencia a agentes patógenos endémicos, climas
radicalmente diferentes, etc.
Problemas de contacto: el inmigrante enriquece a menudo el país de acogida porque
introduce nuevos hábitos culturales, pero al mismo tiempo, y como consecuencia de
esas diferencias, se producen tensiones y oposiciones por razón de raza, lengua, género
de vida, religión, opinión política, etc... Muchos grupos nativos, como los aborígenes de
Oceanía y los pueblos nativos americanos, han perdido sus tierras, su lengua y muchas
de sus tradiciones al ser absorbidos por otras culturas dominantes.
Consecuencias económicas: las regiones de partida están penalizadas por la pérdida
selectiva de los individuos más activos, la inversión realizada en su formación y el coste
de los viajes y gastos administrativos de la emigración; no obstante también tienen
ventajas como la posibilidad de sanear la economía y reorganizarla si la emigración deja
suficientes elementos activos, además de la llegada de los ahorros de los emigrantes.
Para las regiones de llegada las ventajas se concretan en un ahorro en gastos de
formación, nuevas posibilidades económicas y laborales para la población autóctona,
pues la llegada de inmigrantes permite a ciertos sectores industriales funcionar con
costes más bajos, y la difusión de formas de vida que constituyen la antesala para la
exportación de mercancias. Entre las desventajas o costes estarían los gastos de
reclutamiento y viaje, la salida de divisas, los gastos en ayuda social y cultural,
importaciones suplementarias y los problemas de desempleo en el caso de regiones que
no pueden ofrecer trabajo a las masas de inmigrantes que llegan en oleadas, como es el
caso de las ciudades de países en vías de desarrollo y los desplazamientos masivos de
refugiados políticos en el contexto de graves conflictos bélicos.

Las primeras migraciones

Las civilizaciones del mundo antiguo poblaron las ciudades y países que bordean el Mar
Mediterráneo y se asentaron a lo largo de las costas de la Península Arábiga, India,
China y los continentes europeo y asiático. Las tribus nómadas, como los hunos en el
siglo III, dominaron amplias zonas del interior de Eurasia. Durante los siglos IV y V las
migraciones de pueblos, como los visigodos, ostrogodos, suevos, vándalos, alanos,
burgundios, francos, alamanes, etc., conocidas como la 'Invasión de los bárbaros',
acabarían con el Imperio romano en el occidente de Europa (año 476), y su
asentamiento fue el embrión de algunas de las actuales naciones europeas. Una de las
más sorprendentes migraciones de carácter bélico tuvo lugar en el siglo XIII. Tribus de
mongoles bajo el mando de Genghis Khan, conquistaron China, el sur de Rusia,
Turkestán, Afganistán, Irán, Mesopotamia, Siria, Asia Menor e incluso zonas del este de
Europa. Estas invasiones empujaron en su avance a oleadas de tribus y pueblos
desplazados, entre los que se contaban eslavos y turcos otomanos.
Las invasiones periódicas se sucedieron también en el norte de Europa. En los siglos V
y VI, los anglos, sajones y jutos, que fueron desplazados por los visigodos, navegaron
desde el noroeste de Alemania hasta alcanzar e invadir el sur de Bretaña. Entre los
siglos VII y X, pueblos noruegos, suecos e islandeses capturaron diversas zonas del
norte de Europa.
Bajo el estandarte del islam en el siglo VII y principios del siglo VIII, distintas tribus
árabes avanzaron hacia el este a través de Persia (Irán) hacia el Turkestán chino y el
noroeste de la India. En su camino hacia el oeste, cruzaron Egipto y el norte de África
hasta España y el sur de Francia, y se desplegaron hacia el noroeste a través de Siria
hasta Asia Menor.
El nacimiento de naciones-estado en Europa tras el año 1000 restableció un poco el
equilibrio y no se registraron invasiones étnicas importantes después de esta fecha.
Cuando la existencia del continente americano fue conocida en toda Europa, a finales
del siglo XV, un número creciente de ciudadanos emigró hacia América del Sur y del
Norte en busca de nuevas oportunidades.

Desplazamientos forzados

Muchos grupos e individuos han migrado de forma involuntaria. Desde el siglo XV


hasta la primera mitad del siglo XIX, millones de africanos, a menudo capturados por
otros pueblos africanos, fueron apresados, sacados de sus tierras y vendidos como
esclavos en países lejanos. En primer lugar fueron enviados a Portugal y después a otros
países europeos, llegando en dirección este a lugares tan lejanos como la India, y en
dirección oeste hasta los Estados Unidos, América del Sur y Centroamérica. Los
traficantes de esclavos desplazaron por la fuerza unos 20 millones de africanos hacia el
continente americano.
Otro ejemplo de migración forzada se produce cuando los gobiernos obligan a ciertos
grupos a trasladarse a otras regiones del país o a abandonarlo definitivamente. La Santa
Inquisición, por ejemplo, forzó a judíos y musulmanes a dejar España (en el siglo XV),
una política de expulsión que, en el caso de los judíos, no era una novedad en Europa,
ya que anteriormente habían sido expulsados de Francia en 1394 y de Inglaterra en
1290. En la década de los años treinta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) declaró a millones de campesinos enemigos del estado y los envió a campos de
trabajo en Siberia y otras regiones remotas. Durante la II Guerra mundial, el régimen
nazi alemán de Adolfo Hitler, responsable de la muerte de millones de personas,
deportó entre dos y tres millones de ciudadanos.
Inglaterra desterró a miles de convictos al otro lado del océano, primero a América del
Norte durante los siglos XVII y XVIII y con posterioridad a Oceanía, durante los siglos
XVIII y XIX. Este destierro fue conocido como deportación. Los desastres naturales,
como las inundaciones y los terremotos, y las reorganizaciones políticas, como la
creación de nuevos países dominados por grupos étnicos o religiosos concretos, también
han condicionado migraciones forzadas. A mediados del siglo XIX, las hambrunas
originadas por el aumento de la población, que coincidió con la enfermedad de la patata,
obligaron a cerca de un millón de irlandeses a emigrar a los Estados Unidos y Canadá.

Antes y después de la I Guerra Mundial

A lo largo de los siglos XIX y XX, millones de ciudadanos de Europa Occidental y


posteriormente de Europa Oriental, en busca de libertad religiosa o política o de
oportunidades económicas, se establecieron en América del Sur y del Norte, África,
Oceanía, Nueva Zelanda y otras zonas del globo. Millones de chinos se asentaron en el
Sureste asiático o se desplazaron a ultramar para trabajar en las Filipinas, Hawai y el
continente americano. Una amplia colonia de hindúes se afincó al sur de África y
muchos nativos de países árabes emigraron a América del Sur y del Norte.
El apogeo de las migraciones modernas tuvo lugar en el periodo de cincuenta años que
precedió a la I Guerra Mundial. A partir de 1920, sin embargo, muchos países,
especialmente aquéllos que habían recibido el mayor volumen de inmigrantes,
impusieron restricciones a la inmigración. Las dificultades para conseguir el pasaporte y
el visado redujeron las migraciones voluntarias a proporciones mucho menores durante
los años veinte.
Después de la II Guerra Mundial

La partición, en 1947, del subcontinente indio en dos estados independientes, la India


hindú y el Pakistán musulmán, tuvo como consecuencia traslados de población a gran
escala. Cerca de 6,6 millones de musulmanes entraron en Pakistán procedentes de
territorio indio y unos 5,4 millones de hindúes y sij emigraron a la India. El
establecimiento de Israel en 1948 provocó la migración de cientos de miles de judíos
hacia el nuevo estado y el desplazamiento de unos de 720.000 palestinos a los países
vecinos.
Otra gran migración de judíos a Israel tuvo lugar en 1989, cuando la URSS relajó las
restricciones a la emigración; la salida de población de origen judía se incrementó tras la
caída del estado comunista. Con una convulsión que recuerda la división India-Pakistán,
la violencia que acompañó la desintegración de la antigua Serbia y Montenegro en
estados separados, en razón de la etnia dominante a principios de la década de los años
noventa, ha forzado a millones de personas a abandonar su tierra natal.
En otros lugares de Asia, la revolución y la guerra han obligado a kurdos y shiíes
iraquíes, iraníes y otros grupos diferenciados a dejar sus países. Durante la ocupación
soviética de Afganistán en los años ochenta, más de cinco millones de afganos tuvieron
que abandonar su país, la mayoría para asentarse en Pakistán e Irán. En 1991 los
afganos constituían el mayor colectivo de refugiados del mundo.
En Europa, las tendencias migratorias han seguido un movimiento relativamente
tranquilo de este a oeste y de sur a norte. Millones de personas abandonaron Europa
oriental, al principio para huir de gobiernos comunistas y después para escapar del caos
y la pobreza que sucedieron a la caída de estos regímenes. Desde el sur, procedentes de
países mediterráneos como Turquía y antiguas colonias africanas como Senegal, los
emigrantes han llegado en busca de oportunidades económicas. En Alemania y Francia
se han producido protestas, a veces violentas, contra los inmigrantes, coincidiendo con
momentos de crisis económica.
En América del Norte, las migraciones internacionales se han producido principalmente
de sur a norte. Millones de emigrantes procedentes de Cuba y otras islas del Caribe, de
México y de otros puntos de América del Sur y Centroamérica se han establecido en los
Estados Unidos, especialmente en los estados de California, Florida y Texas. Gran
número de asiáticos del sureste del continente, entre ellos refugiados de la Guerra de
Vietnam, han emigrado también a los Estados Unidos.
África, con más de 40 países y 600 grupos étnicos, acoge cerca de un tercio de los
refugiados en el mundo. Atrapados en el caos que caracteriza a los países en vías de
desarrollo en el siglo XX y con los problemas étnicos derivados de la división colonial,
algunos países africanos registran un flujo constante de entrada y salida de refugiados y
con el tiempo sus exiliados a menudo regresan. Las luchas políticas y étnicas en Ruanda
desplazaron a más de dos millones de personas en 1994; de ellas, cerca de 400.000 eran
refugiados.

Migraciones internas

La Revolución Industrial provocó un importante flujo migratorio interno dentro de los


propios países. El ejemplo más significativo de este modelo migratorio fue el gran
desplazamiento de habitantes de las zonas rurales a los centros urbanos. Este
movimiento comenzó en los países industrializados en el siglo XIX y estalló en los
países en vías de desarrollo en el siglo XX. Otro tipo de migración interna, en retroceso
en los países más desarrollados, es el desplazamiento en las zonas rurales para la
recogida de las cosechas. Este tipo de migración interna es temporal o estacional, los
temporeros trabajan en determinadas épocas del año y regresan a casa después.
Las migraciones internas también implican importantes redistribuciones de población a
escala nacional. En los Estados Unidos, el desplazamiento de trabajadores y sus familias
hacia el oeste y hacia el sur, a las zonas cálidas del denominado 'Sun Belt' siguiendo los
procesos de relocalización de las actividades económicas, ha renovado el mapa
demográfico de la nación. Además, los Estados Unidos han conocido la difusión
gradual de los distintos grupos étnicos a través del país; por ejemplo, la población de
color ha migrado hacia el norte desde los estados sureños.

Nuevos hogares

Los inmigrantes deben hacer frente a muchas dificultades en su nuevo país,


especialmente si no hablan el idioma del país de destino. Muchos inmigrantes se
instalan en comunidades previamente formadas por personas de su mismo país de
origen. Los inmigrantes más antiguos hablan la misma lengua y pueden ayudar a los
recién llegados durante el proceso de adaptación. Comunidades prósperas como
Chinatown en Brisbane, Oceanía, no sólo ayudan a los nuevos inmigrantes a sentirse en
casa, sino que animan al resto de la población a conocer culturas diferentes.
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Antofagasta de la Sierra
Antofagasta de la Sierra, localidad argentina, capital del departamento homónimo,
perteneciente a la provincia de Catamarca. Está situada en la región noroccidental de la
Puna, a 3.250 m de altitud, en un ámbito geográfico donde reinan la aridez, los campos de
lava, los salares y los picos volcánicos. Los servicios apenas cubren las necesidades básicas
de sus habitantes, que descienden de los diaguitas. Las casas son bajas, hechas de adobe. Es
un centro de abastecimiento y prestación de servicios al enorme territorio departamental. En
sus alrededores se realizan actividades agropecuarias para el abastecimiento local. La
artesanía textil es una actividad característica de esta población. Un importante atractivo
turístico lo constituyen las ruinas de pueblos milenarios que se encuentran en la región.
Población (2001), 667 habitantes.

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Diaguita, antiguo pueblo amerindio del extremo sur del continente americano, asentado
en zonas de Catamarca y de La Rioja (noroeste de Argentina), y en la región situada
entre los ríos Copiapó y Choapa (Chile).

Es frecuente hallarlos en la bibliografía junto con los calchaquíes, como parte de una
misma cultura, ya que participan de un mismo espacio cultural. Comparten la misma
base agrícola, la tipología de aldeas y viviendas, las industrias, la estructura
sociopolítica y las creencias, fuertemente influidas por sustratos panandinos. En lo que
se refiere a la cerámica, destaca su abundante producción de urnas funerarias muy
características: de cuerpo globular, bordes excavados, pequeñas asas lazo y base plana,
decoradas con pinturas crema, ocre, marrón y negro. Se utilizaron para guardar cuerpos,
que se cree eran de niños sacrificados.

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cacán o cacana. adj. Se dice de la lengua que hablaban los


diaguitas. U. t. c. s. m.

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