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27.01.08 @ 03:54:32. Archivado en

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Escribe Manuel Cadenas Mujica
Lejos de atribuirse a perversas intenciones o malsanos designios, podemos
asegurar que mayormente esta realidad se deriva de conceptos erróneos de lo
que es la Palabra de Dios en general y los evangelios en particular. Al menos dos
ideas son muy comunes entre los cristianos que se acercan a la Biblia: unos creen
que no hay nada en ella que interpretar y se aferran a un letrismo extremo o
hiperliteralismo; otros en cambio han visto en ella un conglomerado de acertijos
que hay que resolver en base a complicados juegos simbólicos.
En el caso de las parábolas, ésta última tendencia ha sido la más frecuente y los
resultados a través de los siglos han sido francamente graves. Pero en el último
siglo, gracias a los nuevos descubrimientos de las ciencias bíblicas (un mejor
conocimiento de los usos, costumbres y lenguaje en la Palestina del primer siglo,
por ejemplo, así como de la literatura judía de la época) las corrientes teológicas
han roto con añejas costumbres alegóricas y se han emprendido importantes
trabajos de investigación en torno a los principios hermenéuticos que deben regir
en la interpretación de las parábolas. No se ha dado la última palabra al respecto -
todavía hay elementos de las parábolas cuyos referentes originales nos resultan
desconocidos o extraños-, pero se ha avanzado un largo trecho.
Aquí trataré de presentar los resultados más sobresalientes sobre el particular,
principalmente aquellas pautas para una sana exégesis de este género bíblico,
aunque primero se ha querido establecer algunas importantes nociones y
distinciones.
Finalmente aventuraremos la exégesis de una parábola: la Parábola de la Moneda
Perdida, que se ubica en el evangelio según Lucas, capítulo 15 y versículos del 8
al 10, trabajo francamente apasionante e inspirador.

.
/


 

El término griego traducido en las Biblias castellanas por ³parábola´
es (   (1). Sin embargo, en muchas ocasiones se ha preferido otras
traducciones como ³refrán´, ³dicho´ o ³proverbio´, con la misma gama de
significados que su equivalente en hebreo,   . (2)
El sentido amplio de (   se presta para ello. Etimológicamente significa
simplemente ³poniendo cosas a la par´ (3) ((  = al lado de, junto a;  
=
echar o arrojar (4), de donde se forma el verbo(   ) (5). Hablamos entonces
de una ³comparación de objetos, situaciones o hechos bien conocidos -tomados
de la naturaleza o de la experiencia- con objetos o hechos análogos de tipo moral
desconocidos´ (6). En ese sentido, también se asemeja a la alegoría (7).
Esta amplitud semántica ha obligado a establecer una definición más técnica y
precisa: se llama parábolas a aquellas ilustraciones en base a cosas terrenales,
históricas a veces, fieles a la experiencia humana, narradas con el fin de
comunicar una enseñanza espiritual (8), que ha de ser única y responder a una
sola pregunta (9).

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Las parábolas reflejan una mentalidad concreta antes que abstracta. Son
atractivas por su viveza o singularidad y, debido a las dudas que presenta su
interpretación, estimulan la reflexión de los oyentes (10). Tienen, además, un
carácter realista y argumentativo.
Son realistas porque representan la vida y la naturaleza de manera fiel. Por eso,
encontramos que Jesús echaba mano de los elementos de la naturaleza
(Mt.13:24-30; Mr.4:1-9, 26-29, 30-32), costumbres y vida cotidiana (Mt.13:33),
acontecimientos recientes (Lc. 19:14) e historias de ficción verosímiles (Lc.16:1-9,
Lc. 15:11-32) y los disponía bien en narraciones, bien en símiles o en metáforas
breves (11).
Son argumentativas porque, a diferencia de la alegoría, cuyo uso es meramente
decorativo de una verdad, las parábolas son en sí mismas el argumento utilizado
por Jesús para provocar una reacción inmediata en el interlocutor (12).
Algunas porciones escapan a la definición propuesta. Por eso es necesario saber
que además de la parábola típica, en la que se relata una historia sencilla y
completa, tenemos los símiles parabólicos, que son ³ilustraciones de la vida
cotidiana que Jesús tomó para hacer entender el significado de algo´ (13); y los
dichos parabólicos, metáforas y símiles que por la inclusión de algunos detalles
adquieren características de situación.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre parábola y alegoría? Muy simple: la
atención de la parábola se concentra en un sólo aspecto de la historia o
semejanza y por lo tanto su mensaje o interpretación responde a una pregunta
única; en cambio, la alegoría tiene varios puntos de referencia y entran en el
análisis todos o casi todos los detalles: ³Casi se podría decir que los detalles del
cuento se han derivado de la aplicación...´(14).
Hay casos en que la extensión de la parábola puede permitir que se colijan
correctamente significados adicionales, pero no debe olvidarse que éstos deberán
estar subordinados al propósito principal de la enseñanza.
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Hay dos opiniones sobre el contenido de las parábolas de Jesús. Una tendencia
afirma que puede dividirse en un listado de mensajes de aplicación práctica, tales
como ³La actualidad de la salvación´, ³La misericordia de Dios con los deudores´,
³La gran confianza´, ³La vida del discípulo´ (15), entre otros. Esta postura surgió
como una reacción positiva ante la excesiva alegorización que adoptó la iglesia
durante siglos; sin embargo, en el fondo acepta las teorías de la alta crítica liberal
y cree que hay que eliminar aquello que habría sido inventado por los evangelistas
y quedarnos sólo con un supuesto material ³original´. El resultado ha sido la
reducción del contenido de las parábolas ³a perogrulladas morales´ (16).
Otra corriente sostiene con firmeza que hay un gran tema por encima de estos
aspectos tangenciales y secundarios: se trata de ³El reino de Dios´. Pero aún en
este caso hay al menos dos posiciones: los que dicen que el Reino de Dios se ha
acercado pero su cumplimiento hay que esperarlo en un futuro cercano
(escatología totalitaria), y los que afirman que el Reino de Dios se va cumpliendo
en el presente (escatología realizada). Haciendo honor a la Escritura, las
parábolas tienen ambos matices (futuro y presente) conviviendo juntos. Martínez
ve incluso tres tiempos: El reino que ha llegado, el reino que progresa y el reino en
su manifestación futura (17).
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¿Buscaba Jesús que sus oyentes entendieran o no las parábolas que refería?
Algunos piensan que no y textos como Mateo 13:10-17, Marcos 4:10-12 y Lucas
8:8-10 parecen darles la razón: ³A vosotros os es dado saber el misterio del reino
de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que
viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se
conviertan y les sean perdonados los pecados´. Pero esta ³teoría del
endurecimiento´ tropieza frontalmente con la misión salvífica del Maestro.
Ante semejante dilema, otros han preferido negar que esas palabras hayan salido
de la boca de Jesucristo. Aseguran que el estilo literario y vocabulario de esos
pasajes no pertenecen a los sinópticos, sino más bien a Pablo, sospechando que
³no nos hallamos ante un fragmento de la primitiva tradición de las palabras de
Jesús, sino ante un retazo de la enseñanza apostólica´ (18). El problema son sus
conclusiones, que conducen a restarle veracidad a los relatos evangélicos, por
más que aporten información importante en materia de crítica textual.
Siempre es mejor asirse a las palabras del propio Jesús. En Juan 8:43 afirma:
³¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra´,
donde ³mi lenguaje´ es su forma o estilo de hablar (incluidas las parábolas) y ³mi
palabra´ es su mensaje, lo que quiere transmitir. Tenemos entonces que la razón
por la que el mensaje de Jesucristo ³no les resulta claro´ (Versión Internacional) es
que no lo pueden ³sufrir´ (Los Santos Evangelios en traducción de Juan
Straubinger).
Antes que una ³cláusula de propósito´, lo que encontramos en textos como Lucas
8:8-10 es una ³cláusula de consecuencias´ (19). Para los que reaccionaban con
incredulidad, las parábolas eran, entonces ³lenguaje cifrado´. La disposición
espiritual del oyente era lo importante (20).
La función principal de las parábolas es ser ³medio para obtener una reacción de
parte del oyente´ (21) ante la persona -y, por tanto, el mensaje- de Jesús. Como
hemos visto, esta reacción puede ser de atención o indiferencia, con las
consecuencias de aclaración u ocultación, según sea el caso.
 
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Ahora ya conocemos las bases conceptuales sobre las cuales ha de intentarse
una interpretación de las parábolas de Jesús contenidas en los evangelios. Pero
antes de hacerlo, aun a riesgo de parecer demasiado redundantes en lo
introductorio (lo que habla de por sí sobre lo delicado del tema), se repasarán las
distintas maneras como se ha enfrentado este trabajo exegético en la historia de la
iglesia. Aprendamos de errores y aciertos.
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Todos los autores coinciden en señalar que la temprana alegorización de las
parábolas como método de interpretación en la iglesia de los primeros siglos ha
sido uno de los principales escollos con los que se ha topado la hermenéutica
moderna. Sus raíces se han extendido tanto en la mentalidad de los cristianos que
resulta titánica la labor de procurar un enfoque diferente. Subyace en todo lector
de las Escrituras la sensación de estar ante una alegoría de verdades profundas y
así se han encargado muchos predicadores cristianos de hacerlo ver.
A partir de la ³teoría del endurecimiento´ (tan oportuna en momentos en que el
cristianismo pugnaba por marcar sus distancias y resaltar sus diferencias con el
judaísmo) (22), y tomando como paradigma la interpretación que hace el Maestro
de la Parábola del Sembrador, se creyó haber encontrado licencia para alegorizar
todo el material parabólico de los evangelios, con resultados francamente
desastrosos para la sana hermenéutica bíblica. Muy pocos, sino ningún
comentarista±, se salvaron de esta manera de tratar las parábolas. El ejemplo
clásico es el del gran Agustín de Hipona, San Agustín, quien con toda su erudición
interpretó la parábola del Buen Samaritano así:
"-Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó: Adán.
- Jerusalén: la ciudad de paz celestial de la cual cayó Adán.
- Jericó: la luna, y por eso significa la mortalidad de Adán.
- Ladrones: el diablo y sus ángeles.
- Le despojaron: de su inmortalidad.
- Hiriéndole: al persuadirlo a pecar.
- Dejándole medio muerto: como hombre vive, pero murió espiritualmente, por eso
está medio muerto.
- El sacerdote y el levita: el sacerdocio y ministerio del Antiguo Testamento.
- El Samaritano: se dice que significa 'guardián'; por lo tanto se refiere a Cristo
mismo.
- Vendó sus heridas: significa que vendó las limitaciones impuestas por el pecado.
- Aceite: el consuelo de la buena esperanza.
- Vino: una exhortación a caminar con espíritu ferviente.
- Cabalgadura: la carne de Cristo encarnado.
- Mesón: la Iglesia.
- Otro día: después de la resurrección.
- Dos denarios: promesa para esta vida y la venidera.
- Mesonero: Pablo´ (23).
¿Cuántas veces no hemos escuchado similares argumentos e inclusive los hemos
elaborado nosotros mismos? Una interpretación así no es sino producto de una
imaginación digna de mejores usos: es evidente de que el tema de esta parábola
es, simplemente ³la comprensión de las relaciones humanas (¿quién es mi
prójimo?), no las de Dios con el hombre´ (24). No obstante es la que prevaleció
hasta las postrimerías del siglo diecinueve, con casi cuatrocientos años de reforma
protestante en las espaldas y encendidos alegatos en favor de la interpretación
literal y llana de las Escrituras.
A pesar de que muchos de sus argumentos han sido rebatidos, Adolf Jülicher, el
autor de "Historia de la interpretación de las parábolas de Jesús" (1899-1910), es
universalmente reconocido como el pionero de una exégesis razonable de las
parábolas. En los años dorados de la alta crítica denunció el daño ocasionado por
el alegorismo a la interpretación bíblica y postuló que las parábolas tienen por
objeto ilustrar una sola verdad, aunque su dogmatismo en la aplicación de este
principio le impidió resolver convincentemente los problemas ocasionados por
aquellas lecciones de Jesús en las que sí se ve que hay más de una lección y lo
llevó a una generalización asfixiante (25), al punto de negar las interpretaciones
dadas por el propio Jesús atribuyéndoselas a la Iglesia primitiva (26).
A. T. Cadoux y B.T.D. Smith intentaron escapar de este callejón sin salida, pero le
correspondió a C.H. Dodd encontrar el camino insistiendo acertadamente en la
necesidad de ³colocar las parábolas en la situación de la vida de Jesús´ (27).
Joachin Jeremías ha seguido esa misma senda, aunque marcando distancias de
la perspectiva escatológica de Dodd con respecto al papel del reino de Dios en las
parábolas. Él está más interesado en acercarse a la enseñanza parabólica sin
premisas y entender el efecto que tuvo la palabra de Jesús en los oyentes como la
clave para entender el sentido original de las parábolas de Jesús, lo que él llama
la (    de Jesús (28).
Sin duda, esa es la meta de todo el que desea interpretar correctamente las
Escrituras. Pero otra vez las buenas intenciones y las lúcidas perspectivas de los
estudiosos se van de bruces a la hora de las conclusiones y de los juicios.
Martínez acierta en señalar que tanto Jülicher, como Dodd y Jeremías cojean del
mismo pie: pretender corregir y reordenar el material parabólico según lo que les
parece más coherente. Con la misma subjetividad con que la teoría de fuentes
corta en mil pedazos el Pentateuco, estos tres autores creen poder ver en los
Evangelios lo "originalmente histórico" y lo "añadido" por la Iglesia primitiva (la
teoría del doble lugar histórico (29), que traza un abismo prácticamente insalvable
entre lo que Jesús dijo y lo que podemos entender hoy) y hablan de la Fuente Q o
del Proto-Lucas como si en realidad hubieran tenido estos hipotéticos documentos
entre manos (30). Con el mismo menosprecio por el testimonio y la autoridad de
las Escrituras que los seguidores de Graf y Wellhausen, prefieren apelar a testigos
extrabíblicos como el apócrifo Evangelio de Tomás para sustentar sus teorías (31).
Otra vez se debe insistir en que mucho del material informativo que aportan es
valioso, pero las conclusiones a las que arriban son cuestionables.
Para terminar esta reseña histórica, señalemos que en los últimos tiempos la
lingüística moderna ha realizado varios aportes al entendimiento de las parábolas,
señalando que no se trata de meros instrumentos para transmitir una verdad de
manera atractiva, sino que en sí mismas son una verdad de forma y función
específicas (32).
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Con la mirada puesta en todo lo dicho anteriormente, seguiremos a J. Martínez en
el desarrollo de las pautas adecuadas para la interpretación de las parábolas.
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Es el punto en el que los estudiosos modernos, desde Jülicher, han insistido
huyendo de la alegorización. La pregunta de rigor aquí es ¿qué quiso enseñar
Jesús? y la respuesta debe ser lo más simple posible (33). Para ello hay que partir
del presupuesto realista ya mencionado: se trata de un retazo de la vida real (34).
Thomas Fountain divide la estructura de la parábola en tres secciones: ocasión,
narración y aplicación espiritual. Él considera que cualquier respuesta a la
pregunta central que contradiga alguna de estas secciones será, necesariamente
errónea (35). Martínez es aún más preciso y habla de cinco factores, a saber:
a. Contenido esencial. Es decir, la parábola en sí misma, los protagonistas, la
acción (inicio, núcleo y desenlace), palabras o frases que se repiten con
insistencia (36). Lo que Fountain llama narración. Los seguidores de Jülicher,
anota Dodd, saltan de aquí hasta la aplicación, lo que deriva en una
generalización moralista (37).
b. Ocasión. ³La situación particular que motiva la parábola es siempre
iluminadora´, anota Martínez (38). Podemos hacernos las preguntas de rigor:
¿qué, quién, cuándo, cómo, dónde y por qué? A menudo, encontraremos
respuesta en los propios evangelios, sea explícita o implícitamente. En otros
casos, cuando evidentemente el material parabólico ha sido contextualizado de
otra manera por el evangelista, es preferible conformarnos con una de aquellas
opciones, la que nos esté sirviendo de base, evitando así la tendencia al rechazo
que caracteriza a teólogos como el tan mentado Jülicher o Bultmann.
³Ante todo, hemos de preguntar hasta qué punto los evangelistas nos ayudan a
relacionar las parábolas con su situación originaria. Podemos suponer que el lugar
que ocupa una parábola en el orden de la narración nos proporcione una clave
decisiva´ (39).
Gordon D. Fee y Douglas Stuart aportan, al respecto dos perspectivas muy
importantes (40):
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 . Los autores consideran que en el caso de las parábolas,
como en el de los ³chistes´, es clave conocer ³las varias partes de la historia con
las que uno se identifica al escucharla´, sin lo cual el efecto en el oyente -o lector-
es nulo y nula también la intelección. Ofrece como ejemplo la parábola que se
encuentra en la visita de Jesús a la casa de Simón el fariseo. Aunque la breve
historia en sí misma no necesita de mayor explicación, la circunstancia en que la
contó le otorga la verdadera fuerza original: a pesar de haberlo invitado a su casa,
Simón no le había dado las atenciones comunes de la época y la situación
enojosa para el Maestro frente a los fariseos parece agravada por el acto de la
prostituta. Desde ese punto de referencia, las palabras de Jesús adquieren todo
su peso condenatorio.

    
  
. El ³cómo´ fue oída originalmente facilita la
comprensión y aplicación de la parábola. Fee y Stuart proponen por eso que el
exégeta se sitúe en los zapatos del o los oyentes. Las palabras de Jesús no
cuelgan de la nada, ni se dirigen hacia auditorios imaginarios o inexistentes.
Este ejercicio se facilita al entrar al siguiente punto.
c. Fondo cultural y existencial. Si hay algo que reconocer del trabajo de Joachin
Jeremias son sus abundantes notas sobre los aspectos culturales que colorean el
escenario de las parábolas y le dan sentido (Martínez resalta la luz que arroja su
explicación de las leyes judías hereditarias sobre la parábola del hijo pródigo) (41).
De la mano de la situación existencial de los oyentes originales, dichos elementos
permiten establecer los ³puntos de referencia´ de que hablamos líneas arriba. En
ese aspecto, el aporte de C.H. Dodd ha sido valioso, apreciando por ejemplo la
expectativa acerca del reino de Dios en los tiempos de Jesús y el reordenamiento
ético que su llegada implicaba (42). Para esta tarea son muy útiles clásicos libros
como ³Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo´ o ³El templo, su
ministerio y servicios en los tiempos de Cristo´ de Alfred Edersheim, o aún el de
³Parábolas rabínicas´ de Dominique de la Maisonneuve.
d. Posible paralelismo con otros textos. Este suele ser el primer recurso que se
maneja, pero no debería ocurrir así, puesto que como hemos dicho al finalizar el
primer capítulo y al hablar sobre la ³ocasión´, debemos empezar por aceptar el
material parabólico tal y como nos lo presentan los evangelistas. Si tomamos, por
ejemplo, la versión de Mateo sobre la Parábola del Sembrador, debe sernos
suficiente saber que la semilla que cayó en pedregales simplemente se quemó y
se secó porque no tenía raíz; que no haya dado fruto, como menciona Marcos,
resulta para efectos de la exégesis un dato complementario, enriquecedor, pero
sólo eso. Entender esa jerarquía de ideas nos evita la infértil tarea de andar
³descubriendo´ y allanando supuestas contradicciones en los evangelios por el
sólo prurito de querer armonizarlos y uniformizarlos.
Pero cuando Martínez habla de paralelismo, lo hace en varios sentidos. En primer
término, con otras parábolas del mismo evangelio, con el ejemplo de la dracma
perdida y la oveja perdida. Luego en el más usual, entre los sinópticos e incluso
Juan -cuando es posible-. Y finalmente, con pasajes del Antiguo Testamento, con
el ejemplo de la parábola de los labradores malvados y la viña de Isaías 5 (43).
e. Observaciones hechas por Jesús mismo. Además de las extensas
explicaciones que suceden a las del sembrador, la cizaña o la red, frecuentemente
-y esto contradice la ³teoría del endurecimiento´- Jesucristo aportaba algunos
datos relevantes para la interpretación de sus parábolas. Algunas veces se hallan
al empezar y terminar la ilustración y entonces la labor exegética será
relativamente fácil. Pero cuando se dan varias aplicaciones, como en la del
mayordomo infiel, hay que tomarlas todas pero preferir la más generalizadora, en
ese caso que ³El Señor alabó al mayordomo injusto porque había obrado
prudentemente´. (44)
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Como en cualquier texto bíblico sometido a la exégesis, ninguna interpretación de
las parábolas que contradiga a la enseñanza global de la Biblia, y en especial del
Nuevo Testamento, puede ser correcta, ³y debe ser rechazada´ (45). Y en este
caso, principalmente, es muy común derivar conclusiones equivocadas y
abiertamente antibíblicas.
Abundan en la historia eclesiástica, sobre todo en la evangélica, momentos en que
se ha olvidado esta premisa y se ha procedido a interpretar las parábolas al antojo
del cliente. Los cátaros, por ejemplo, las usaron para ver solamente el tema de la
creación, el origen del mal y la caída de los ángeles (46).
Por principio, declaran al unísono, Martínez (47), Trenchard (48) y el Nuevo
Diccionario Bíblico Certeza (49), las parábolas no sirven como fundamento de
doctrinas sino como ilustraciones de las mismas. Eso nos lleva de inmediato a
otros tres necesarios ³no´:
- No existe una parábola que contenga todo el evangelio, como se ha dicho de la
Parábola del Hijo Pródigo.
- No hay que atribuirle consideraciones éticas, económicas o de cualquier otra
índole cuando no están expresamente confirmadas.
- No deben usarse sus detalles para sustentar aspectos escatológicos
relacionados al milenio y otros temas del Apocalipsis.
Finalmente, dos sugerencias de Fee y Stuart para llevar adelante la labor
exegética: i) contextualizar las parábolas -es decir, traducir su mensaje a nuestro
propio contexto- y ii) ver en ellas todo lo que haya sobre la proclamación del reino
de Dios (50).
Bajo estas consideraciones esperamos estar mejor preparados para abordar la
interpretación de las parábolas de Jesús. No era tan simple como se pensaba,
¿verdad?
  

 


 

8 ³¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la
lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? 9Y cuando la
encuentra, reúne a sus amigas y vecina, y les dice: µGozaos conmigo, porque he
encontrado la dracma que había perdido¶10. Así os digo que hay gozo delante de
los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente´.
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Podemos establecer que la verdad principal que esta parábola nos ilustra es la
alegría que produce en los cielos el arrepentimiento de un solo pecador, una
alegría que estamos llamados también a sentir, sin pensamientos ni actitudes
mezquinas o exclusivistas.
1. Contenido esencial. Jesús presenta su parábola en dos partes. En la primera
establece que por regla general, si una mujer que posee diez dracmas pierde una,
lo normal será que encienda una lámpara (busque luz para ver mejor), barra la
casa y busque esa moneda con diligencia -con cuidado y persistencia- hasta
encontrarla. El presentar esta primera parte a modo de pregunta invita a pensar
que la mujer que no proceda de esta manera por lo menos tendrá muy poco
sentido común o le importará nada o casi nada dicha moneda.
En la segunda parte, completa el cuadro estableciendo cuál es la reacción natural
de la mujer que ha perdido la dracma al momento de encontrarla: reunirá a sus
amistades y vecinos para invitarlos a compartir su alegría por el hallazgo, a
identificarse con el sentimiento de felicidad que le produce haber encontrado lo
que con tanta diligencia ha buscado.
2. Ocasión. En el evangelio de Lucas la Parábola de la Moneda Perdida es el
segundo de una serie de tres relatos que Jesús ofreció con ocasión de la
murmuración suscitada entre los fariseos y escribas porque el Maestro aceptaba a
publicanos y ³pecadores´ entre su auditorio y aún los recibía y comía con ellos.
 › (
  
  Es interesante notar que esta escena sucede poco
después de haber comido en la casa de un gobernante fariseo (14:1-23). En esa
oportunidad, Jesús no se congració precisamente con su anfitrión y los demás
invitados, desafiándolos al sanar en día de reposo, señalando sus deseos de
figuración y narrándoles una parábola sobre la gran cena, claramente alusiva.
Inmediatamente después Lucas nos presenta al Señor rodeado de mucha gente,
entre ellos los publicanos y ³pecadores´, a quienes les habla sobre el alto costo de
ser su discípulo.
 
    
  
 Tenemos entonces que el auditorio de esta
parábola era bastante amplio. Se contaba por un lado a los fariseos y escribas,
que eran quienes se habían indignado de que Jesús tuviera contacto cercano con
publicanos y ³pecadores´. Al ser ellos la crema y nata de la religiosidad judía,
esperaban seguramente ser el mejor auditorio del Maestro y su compañía más
adecuada. Ahora que lo tenían en Jerusalén, hubieran querido acapararlo y que él
se amoldara a sus códigos de conducta.
Por otro lado, estaban los propios publicanos (recaudadores de impuestos) y
³pecadores´, gente no instruida en la Ley y de mala reputación. Se solía usar
ambos nombres incluso como sinónimos. Se trataba pues de un sector social mal
visto por la clase religiosa, un grupo marginal cuya compañía había sido
promocionada como poco agradable o recomendable. Era el momento de recibir
una palabra de consuelo y de esperanza por parte de Jesús, recobrando su
autoestima ante Dios y ante los hombres.
Finalmente, tenemos a las ³grandes multitudes´ de que habla en el 14:25, la
muchedumbre que solían acompañar su paso por alguna ciudad o incluso ir con él
a lugares desiertos, una gran parte conformada precisamente por mujeres -la
alusión a una mujer que pierde diez dracmas permite sostener que se necesita un
auditorio así para que el efecto de la ilustración tenga lugar cabalmente-. Esta vez
tienen oportunidad de comparar las enseñanzas fariseas con las del Maestro,
convirtiéndose en atentos espectadores de una de sus grandes lecciones.
3. Fondo cultural y existencial
Algo se ha adelantado acerca del fariseísmo. Habría que añadir algunas notas al
respecto. Resaltar, por ejemplo, que el respeto de que gozaban entre el pueblo no
era gratuito: eran los más fieles observantes y defensores de las leyes y
tradiciones judías (51) y tenían verdadero interés en que el hombre común pudiera
serlo también (52). Empero, esto lo llevaban hasta el extremo y en un exceso de
celo llegaban a menospreciar a quienes no pertenecían a su fraternidad; al
publicano, por ejemplo, aunque no solamente por razones nacionalistas, sino
también porque su contacto frecuente con los gentiles los hacía ritualmente
impuros e impuras a las personas que comían o conversaban con ellos (53). En
ambos sentidos, Jesús manifestaba una actitud reprobable: estaba dando un mal
ejemplo al pueblo y no tenía cuidado en contaminarse con aquellos ³pecadores´.
Por otro lado, en lo que respecta a la parábola en sí, hay que señalar que la
dracma era una moneda griega de plata, de la que 100 hacían una mina y 6.000
un talento. El pasaje de Lucas 15:8-10 es el único que menciona esta unidad en
toda la Escritura; equivalía aproximadamente al denario romano, que según el
dato de Mateo 20:1-16 era el jornal de un obrero y era el precio también de una
oveja. Se piensa que la mujer de la parábola usaba esas diez monedas como
adornos, tal vez de un collar (54). De ahí el valor no solamente monetario sino
también sentimental y simbólico de la moneda perdida, que la lleva a buscarla casi
con desesperación. No hay que perder de vista que el Señor atribuye ese valor a
la dracma cuando pregunta que ¿quién no la buscará si se pierde?
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Esta parábola sólo aparece en el evangelio de Lucas. Pero si no tiene parangón
en los sinópticos, el mismo hecho de aparecer en una serie de tres relatos
consecutivos permite hilvanar algún tipo de relación paralela. En los tres hay
elementos constantes: i) la pérdida en sí; ii) el valor de la pérdida; iii) el gozo del
hallazgo. Sólo con la parábola de la oveja perdida comparte la intensidad de la
búsqueda.
En el Antiguo Testamento, la figura y concepto de la pérdida como la situación de
alejamiento de Dios podemos encontrarla en pasajes como Oséas 13:9, Salmos
107:4 o Ezequiel 34:16. Y en el Nuevo en Mateo 15:24. Pero textos que podrían
considerarse claramente paralelos, no tenemos.
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Como en la parábola de la oveja perdida, remata ésta enseñanza ofreciendo el
punto que nos debe servir de apoyo para su interpretación: el gran gozo que se
produce en la presencia de Dios por cada pecador que se arrepiente. Desde esta
perspectiva, no es ni la búsqueda ni el hallazgo el tema central de la parábola,
sino la alegría que éste encuentro produce en la presencia de Dios y sus ángeles.
Sin embargo, debe señalarse que el compartir esa alegría es el segundo elemento
importante.
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Hay que resaltar que a través de esta parábola, el Señor ilustra varios aspectos
del amor de Dios hacia los hombres que se enseñan a lo largo de todo el Nuevo
Testamento: i) que su deseo principal es que ³todos los hombres procedan al
arrepentimiento´ (2 Pedro 3:9; Hechos 17:30:; Romanos 2:4; Marcos 1:15); ii) que
Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34; Romanos 2:11; Gálatas 2:6;
Efesios 6:9; Colosenses 3:25); iii) y que no debemos menospreciar a nuestro
prójimo, sino amarlo (Mateo 18:10; 1 Juan 4:21; Mateo 5:43; Romanos 14:10;
Gálatas 6:1; Santiago 2:1 y 5).
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Si queremos completar la labor exegética con respecto a la parábola, se puede
intentar una contextualización de la misma. En primer lugar, debemos pensar en la
mujer dueña de las diez dracmas. Éstas le servían de adorno, así que podemos
sostener que no era una mujer de grandes urgencias económicas, pero tampoco
tan pudiente como para tener servidumbre que le barriera la casa. Una mujer de
clase media que posee algún tipo de ahorro o prenda de valor que puede servir en
caso de alguna contingencia. Podemos imaginar entonces su preocupación al
darse cuenta de que falta una décima parte de esos bienes aunque buena parte
de ellos estén a salvo. También los esfuerzos que hace para dar con su paradero
y recuperar lo perdido.
Asimismo, podemos comprender la alegría del hallazgo y la suposición de la
dueña de que sus seres más cercanos van a compartir el mismo sentimiento
cuando les narre lo sucedido. Y es que el valor de la prenda extraviada y
encontrada está en relación a lo que significa para ella, no a razones estadísticas.
A criterio de los extraños, que no conocen el valor especial que tiene cada una de
las monedas para esta mujer, que una «sola» se halla extraviado puede parecer
poco frente a que las otras nueve estén a salvo, pero para esta mujer y sus
verdaderos allegados los sentimientos son diferentes.
La mujer de la parábola bien podría transformarse en un atleta que ha ganado diez
medallas de oro en diferentes olimpiadas y certámenes deportivos. ¿Se quedaría
tranquilo si una de ellas se le extravía pensando en que tiene otras nueve todavía,
o revolvería todo hasta encontrarla? Y al hacerlo, lo más probable es que llame a
la prensa para que el país entero, que ha disfrutado de sus triunfos, se alegre con
él.
O tal vez podría convertirse en un escritor que ha escrito diez novelas en su
computadora, las tiene guardadas esperando el momento de publicarlas y un día,
al revisar sus archivos, se da cuenta de que una de ellas parece haberse borrado
de la memoria de su ordenador. ¿No usaría todos los programas y utilitarios, todo
el software disponible para rastrear ese «file» o alguna copia de seguridad que
pueda rescatar? Y cuando lo encuentra, ¿no esperaría que sus lectores y sus
editores se alegren con él por el hallazgo?
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Esta parábola ilustra la escala de valores que rige en el Reino de Dios con
respecto al ser humano: no es una cifra más gobernada por la tiranía de las
estadísticas, donde nueve son más que uno y ese uno es, por tanto, insignificante;
tampoco valen los supuestos títulos o pergaminos que traiga consigo, donde lo
³perdido´ tiene menor estatus que lo ³no perdido´ y, por consiguiente, importa
menos. En el Reino de Dios, el supremo valor es el amor, y el paradigma de ese
amor es Dios mismo, que se alegra profundamente cuando lo ³perdido´, es
hallado, cuando el pecador se arrepiente. Ese es su mayor deseo y su mayor
alegría. Sus ángeles comparten ese sentimiento y Dios espera lo mismo de
quienes lo conocen o dicen -decimos- conocerlo.


 
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Es un verdadero alivio y aliciente saber que, en verdad, con un poco de trabajo
consciente y responsable, es posible comprender lo que el Señor Jesucristo quiso
decir con sus parábolas a los oyentes originales y lo que, a partir de eso, quiere
decirnos hoy a nosotros.
No es necesario usar la imaginación sino sólo en lo necesario como pintar el
escenario o contextualizar la ilustración, aunque siempre en base a datos reales.
Y, lejos de lo que se podría pensar, resulta sumamente beneficioso el abandono
de la alegorización como método hermenéutico y de su pretendida riqueza
espiritual. El vaticinio de quienes auguraban esterilidad, sequedad y falta de
inspiración en trabajos tan meticulosos ha quedado descartada.
Sin embargo, quedan pendientes algunos puntos en la agenda teológica con
respecto a las parábolas. Sigue vigente la tensión entre la visión generalizadora,
que circunscribe todo el mensaje de las parábolas a la proclamación del Reino de
Dios, y la perspectiva temática, que considera a cada una de las parábolas como
entidades independientes, con un mensaje propio y particular, una enseñanza de
aplicación práctica. También queda abierta para una solución clara y adecuada la
ausencia de contexto en algunas parábolas o la diferente ubicación de otras en el
relato de los sinópticos.
Sin embargo, el reto mayor consiste en aplicar los principios hermenéuticos aquí
recogidos. Aguarda una labor paciente, realista y comprensiva frente a una
tradición alegórica enraizada en la mentalidad de los cristianos y aún en el más
profundo pensamiento de los profesionales de la Palabra. Dios les otorgue mucha
sabiduría para hacer llegar el mensaje de las parábolas de Jesús de manera clara,
diáfana, edificante.

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