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Nueva geopolítica: de China, India,

Brasil y África del Sur.


Todo análisis del sistema internacional supone alguna visión teórica, respecto del tiempo,
del espacio y del movimiento de su “masa histórica”. Sin la teoría es imposible interpretar
la coyuntura, e identificar los movimientos cíclicos y las “largas duraciones” estructurales,
que se esconden y develan, al mismo tiempo, a través de los acontecimientos inmediatos
del sistema mundial. Sólo tiene sentido hablar de “grandes crisis”, “inflexiones” y
“tendencias” la partir de una teoría que relacione y jerarquice hechos y conflictos locales,
regionales y globales, dentro de un mismo esquema de interpretación. Más allá de esto,
es la teoría que define el “foco central” del análisis y su “línea del tiempo”.

La ruta de la “buena esperanza”

Las diferencias dinámicas entre China, India, Brasil y África del Sur son enormes. China
e India, después de los años 90, se proyectaron dentro del sistema mundial como
potencias económicas y militares, tienen claras pretensiones hegemónicas en sus
respectivas regiones, y ocupan hoy una posición geopolítica global absolutamente
asimétrica con relación a Brasil y a África del Sur.

A pesar de esto, Brasil, África del Sur e India - e incluso China, aunque sea por poco
tiempo más – todavía ocupan la posición común de los “países ascendentes”, que
siempre reivindican cambios en las reglas de “gestión” del sistema mundial, y en su
distribución jerárquica y desigual del poder y de la riqueza. Por esto, en este momento,
comparten una agenda reformista con relación al Sistema de las Naciones Unidas, y a la
formación de su Consejo de Seguridad. De la misma forma como comparten posiciones
liberalizantes, en la Ronda de Doha, formando el G20, dentro de la Organización Mundial
del Comercio.

En estas cuestiones políticas y económicas, entre tanto, se puede prever un alejamiento


progresivo de China, que ya viene actuando, en varios momentos, con la postura de quien
comparte, y en el de quien cuestiona la actual configuración del poder mundial. De aquí
para delante, su comportamiento será cada vez más el de una Gran Potencia, como
todas las que hacen, o hicieron, parte del “círculo dirigente” del sistema mundial. y por
esto, es de esperar una mayor convergencia de posiciones entre India, África del Sur y
Brasil, que con China.

Pero incluso con relación a India, las convergencias políticas deberán ser tópicas,
porque Brasil y África del Sur deben mantenerse fieles al “idealismo pragmático” de sus
actuales políticas externas. Ninguno de los dos demuestra voluntad, ni dispone de las
herramientas de poder y de los desafíos indispensables al ejercicio de la realpolitik, propia
de las Grandes Potencias. Ambos, deben mantenerse en su posición actual de porta-
voces pacíficos de los“desamparados” de todo el mundo, y del “buen sentido ético
universal”.

Desde el punto de vista económico, mientras tanto, la nueva geografía del comercio y de
las inversiones dentro de la región Sur-Sur debe profundizar los nexos materiales entre
estos cuatro países y sus regiones, y de esta perspectiva, África del Sur se transformará
en un nuevo Cabo de la Buena Esperanza, entre las “Indias” y América: las dos puntas
del expansionismo europeo que dio origen al actual sistema mundial.

Una agenda social convergente

China, India, Brasil y África del Sur comparten sociedades con altos niveles de
desigualdad en la distribución de la renta, de la riqueza y del acceso a los derechos
sociales básicos. Con graves problemas urbanos, de infraestructura, marginación y
miseria, y con regiones rurales de baja productividad, y con grandes contingentes de
población sin atención de sus necesidades básicas de saneamiento, energía y
alimentación.

Pero, a pesar de la lucha común de los países más pobres, por una mejor redistribución
del poder y de la riqueza mundial, y a pesar del apoyo de los organismos internacionales
y de la eventual ayuda solidaria de las Grandes Potencias y de los organismos no
gubernamentales, la respuesta al desafío de la pobreza y de la desigualdad, sigue siendo
una responsabilidad de cada uno de los estados nacionales donde los “pobres del mundo
están “estocados”, y donde se generan y acumulan los recursos capaces de alterar la
distribución del poder y de la riqueza entre los grupos sociales”[1].

En este sentido, el primer punto de la agenda social común de China, India, Brasil y
África del Sur es la multiplicación de los empleos y de la renta de la población, y esto es
rigurosamente inviable sin un crecimiento económico acelerado, en el caso de estos
cuatro países. Sólo con la expansión de la inversión pública y privada, será posible
aumentar las tasas de crecimiento económico, y sólo con altas tasas de crecimiento es
posible un control social y una política osada de bloqueo del proceso de polarización de la
riqueza, que acompaña, inevitablemente, el desarrollo capitalista, cuando queda
entregado a sus fuerzas de mercado.

En este sentido, más allá de la inversión pública, son indispensables políticas activas de
redistribución de la riqueza, a través de los salarios, pero, sobre todo, a través del
suministro barato de alimentos de consumo popular, y de la oferta de equipamientos y
servicios públicos universales de salud pública, educación, saneamiento, energía,
transportes y comunicación. La única forma de superar las políticas asistenciales de tipo
transitorio, transformando la distribución y la inclusión sociales en una conquista
permanente y estructural de las sociedades civiles.

Desde este punto de vista, no hay duda que existe hoy una distancia creciente entre los
avances sociales de China y de India, y también con relación a Brasil y África del Sur, y
esta diferencia tiene que ver con las tasas medias de crecimiento de sus economías en
las últimas décadas, y con el grado de preocupación de sus gobiernos con la cuestión de
las desigualdades sociales. China crece, hace 27 años, a una tasa media de 9,6%,
mientras Brasil y África del Sur, a una tasa aproximada de 2,5%, e India, sólo después de
2003, viene manteniendo una tasa próxima de los 8%.

China realiza anualmente inversiones públicas y privadas del orden de 30% y hasta 40%
de su PBI, mientras en Brasil la inversión no pasa de 20% del PBI. Con relación a India,
ésta hoy todavía está en una situación similar a la de China, en el inicio de la década de
80, y su boom económico aún no alcanzó a la agricultura, donde vive cerca del 60% de la
población hindú, y que crece a una tasa de 3,9%, bien por debajo de la media nacional de
8.4%, en 2005. Y las perspectivas para los próximos años, son de que se mantengan
estos diferenciales, con Asia creciendo a una media de 8% a 9% al año, y Brasil y África
del Sur a una tasa media entre 3% y 4%. A pesar de que en Brasil, en los últimos años,
haya habido también una pequeña disminución en los índices de desigualdad social,
gracias al aumento del valor de su salario, por encima de las tasas de inflación, y gracias
también a sus políticas distributivas de tipo asistencial o de emergencia.

Pero existe una convergencia muy importante entre estos países, a despecho de las
diferencias de sus estrategias económicas, que es la prioridad que viene siendo atribuida
por sus actuales gobiernos, a la promoción de la inclusión y de la equidad social. Y en
este sentido, se puede decir que existe una agenda de preocupaciones sociales comunes,
entre estos países, con el combate al hambre y a la pobreza, y con la garantía de la
seguridad alimenticia, de la salud, del empleo, de la educación, de los derechos humanos
y de protección al medio ambiente. Una voluntad política que aparece de forma explícita
en la Declaración de Brasilia, de 2003, constitutiva del Grupo IPSA, y en sus documentos
de trabajo posteriores, donde India, África del Sur y Brasil se proponen cooperar y
promover, conjuntamente, acciones eficaces de combate a todo tipo de desigualdad, de
defensa del medio ambiente, y de lucha común contra las grandes epidemias, del tipo de
la “gripe aviaria” y del SIDA, entre otras que ya amenazan transformarse en pandemias.
En todos estos campos, se viene consolidando una agenda común y una voluntad política
de cooperación intergubernamental, en el campo científico y tecnológico. Y se ha
ampliado el espacio de actuación de las organizaciones no gubernamentales, presentes
en estos cuatro países.

Saltando para una perspectiva más amplia, también es posible reconocer que, en la
entrada al siglo XXI, la nueva geopolítica de las naciones ha traído consigo una gran
movilización social y política, a favor de transformaciones sociales e igualitarias de las
sociedades más afectadas por los cambios del sistema mundial.

Como ya vimos, el mundo vivió una era de euforia liberal después de 1990, pero ahora
parece que está en curso una nueva era de convergencia entre los movimientos de
autoprotección nacional que cuestionen el status quointernacional, y los movimientos
sociales que están luchando contra la desigualdad, dentro de cada uno de estos países y
regiones. El fin del apartheid y la democratización de África del Sur fue un momento
emblemático de esta reversión aunque después de 1994, el gobierno del presidente
Mandela haya mantenido la misma política económica del gobierno anterior, de corte
ortodoxo y neoliberal. En una perspectiva de largo plazo, mientras tanto, el cambio en
África del Sur representó el fin del colonialismo europeo y el ápice de la lucha de
liberación del África Negra.

Por su parte, después de 2001, en América del Sur y en Brasil, sus nuevos gobiernos de
izquierda están proponiéndose reaccionar contra las políticas neoliberales y están
queriendo realizar políticas más igualitarias de transformación social. Y todos los estudios
internacionales reconocen que el crecimiento económico de China y de India, como
acabamos de ver, ha disminuido velozmente la miseria en estos dos países, aún cuando
sus desigualdades sociales sean todavía muy grandes.
Este retorno de la “cuestión social”, junto con la “cuestión nacional”, en los años
recientes, recuerda la tesis clásica del economista austriaco, Karl Polanyi, sobre los
orígenes de la “gran transformación” igualitaria de las sociedades más desarrolladas,
después de la 1ª. Guerra Mundial y de la crisis del 30. Según Polanyi, este gran cambio
de la “civilización liberal”, que había sido victoriosa e incontestable en el siglo XIX, se dio
como consecuencia de una tendencia de todas las economías y sociedades liberales, que
serían movidas, simultáneamente, por dos fuerzas contradictorias, de tipo material y
social. La primera de ellas, sería “liberal-internacionalista”, y empujaría las economías y
sociedades nacionales en la dirección de la globalización, de la universalización de los
mercados “auto-regulados” y de la desigualdad social. Y la segunda, actuaría en una
dirección opuesta, de “autoprotección de las sociedades y de las naciones” contra los
efectos destructivos de los mercados auto-regulados, que él denominó “molinos
satánicos”.

En el caso de los países europeos, sobre todo en el siglo XX, estos dos movimientos de
autoprotección – nacional y social - convergieron bajo la presión externa de las dos
Grandes Guerras Mundiales, de la crisis económica de la década de 1930, y después, de
la propia Guerra Fría, creando un gran consenso social a favor de las políticas de
crecimiento económico, pleno empleo y bienestar social, consideradas heréticas hasta
entonces, por los liberales. Fuera de Europa y de los Estados Unidos, mientras tanto,
este “doble movimiento” de autoprotección nacional y social, raramente se dio de forma
convergente, por lo menos hasta el final del siglo XX, tal vez porque estos países y
regiones no habían enfrentado los desafíos externos que acabaron solidarizando sus
elites con sus poblaciones nacionales, hasta por una razón de necesidad mutua.

Karl Polanyi no previó la “restauración liberal-conservadora” de los mercados auto-


regulados, que ocurrió después de 1980. Ni podría haber previsto, por lo tanto, que en el
inicio del siglo XXI, pudiese estar generalizándose una reacción contra los efectos
destructivos y “desigualitarios” de las políticas neoliberales, de las dos décadas
anteriores. Asimismo, se acumulan las evidencias de que está en curso un movimiento,
cada vez más amplio y universal, a favor de la democracia y de la igualdad social. Una
especie de retorno del mundo del trabajo y de los excluidos, después de tres décadas de
supremacía incontrastable del mundo del capital. La gran novedad, entre tanto, es que en
este inicio de siglo, el movimiento de “autoprotección nacional y social” está comenzando
por la periferia del sistema mundial, y está ocurriendo sin la existencia previa de guerras y
destrucciones masivas.

Por esto, si esta tendencia se confirma y se amplía, no es imposible una convergencia


entre las sociedades civiles y los gobiernos de China, de India, de Brasil y de África del
Sur, para liderar un gran proyecto de redistribución más igualitaria del poder y de la
riqueza oligopolizados por las Grandes Potencias, dentro de este sistema mundial creado
por los europeos, exactamente en el momento en que conquistaron, sometieron y
conectaron Asia, África y América, a partir del siglo XVI.

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