Una Reflexión sobre las obras “El Chacal de Nahueltoro” y “Valparaíso mi Amor”
Para abrir un contexto de reflexión y tal vez un ensayo sobre obras como “El Chacal de
Nahueltoro” y “Valparaíso mi Amor”, es necesario contextualizar la visión de sus
directores ante la dinámica sociopolítica en la cual estas personas están cruzadas. Esta
necesidad no viene a ser una mera retórica, ya que desde la perspectiva de este análisis,
cualquier construcción apolítica, es negadora de un campo de acción en donde los
sujetos enfrascados en estas obras, son claramente representados y objetivados desde
miradas que repliegan su fertilidad y trascendencia en la develación de sucesos que
configuran a una sociedad como la chilena y latinoamericana, en donde la situación
“objetiva”, entendiéndose este concepto como una producción ínter subjetiva, es la
óptica real y material, de una dialéctica de miseria institucionalizada y racionalizada
sobre y en la vida de los sujetos protagonistas para estos trabajos (entiéndase sobre los
personajes).
Es así que para comprender a Littin director de “El Chacal de Nahueltoro” y Francia,
director de “Valparaíso mi Amor”, es coherente reflexionar sobres sus obras,
situándolas en primera instancia, en un marco epistemológico en donde <<la
realidad>>, se va construyendo desde sujetos activos, donde la subjetividad juega un rol
primordial, comprendiendo que las condiciones de marginalidad social en la que los
personajes de ambas obras circundan, si bien son <<realidades>> en las que ellos están
inmersos, y que existe en cada sujeto un proceso de individuación innegable y por ende
una vivencia única, hay una transversalidad inherente en donde la relativización se
transforma en una cortina, que da cabida a una reproducción insostenible de mayor
asimetría social, y por lo tanto, negaría el escenario que se comprende en este texto, que
busca reconocer el espacio descriptivo y sensibilizador ante una situación que no es ni
relativa y tampoco dependiente solamente de sus actores, o sea la miseria y la
vulnerabilidad como condición, que es determinada desde un modelo cultural,
económico, científico, entonces político, en donde la modernidad capitalista se ha
convertido en una máquina de producción impenetrable, debido a su racionalidad y
moralidad, que en expresiones tal vez lapidarias, buscan la mantención del estatus quo,
en donde cualquier trabajo que aspire a una aprobación de las clases dominantes, se
convierte en un trabajo enajenado, sin identificación del producto como producción
originaria y significativa del hombre, si no más bien como un fin, para seguir la
circularidad asquienta de la explotación.
Es por ello, que siendo consecuente con la transversalidad política, por un lado hay que
visualizar a ambas obras como trabajos sujetos, pero también como procesos
identitarios en cada contexto que los enmarca.
La situación que sostiene por un lado a Jorge Valenzuela en la obra de Littin, es similar,
obvio, a la vida de los personajes del trabajo de Francia, existe deprivación, devaluación
de los derechos más inalienables en la vida de los humanos, como son la educación,
vivienda digna, alimentación, salud, necesidades básicas, que incluso ya casi 50 años
después, aún siguen siendo un privilegio posmoderno, pero particularmente en la
producción de Littin existe un metarelato que posiciona al protagonista en una
configuración de hechos en los cuales éste se convierte en un chivo expiatorio, es que
por un lado, pasa a ser un objeto proyectivo para la sociedad misma, que percibe al
personaje como un recipiente para la ira, culpas, en fin, malestar. Sin embargo, es ahí
donde cae la paradoja de la redención al momento de la re-adecuación institucional,
cuando Valenzuela, siendo antes José (como él se significaba), pasa a ser Jorge. Este
fenómeno no es menor, comprendiendo desde Foucault que las <<palabras y las
cosas>>, son producción de realidad, Valenzuela, ya siendo Jorge, pasa de ser un
escindido de su no sociedad, a ir siendo en el mundo de las cosas, alguien que se
significa a sí mismo, pero desde la razón dominante, pasa de ser un asesino
inescrupuloso, a ser un <<buen salvaje>>, un retrato soportable que cabe al interior de
las categorías de la sociedad, el corpus que él reconoce y a él lo reconoce, acá nace en él
entonces la culpa de sus horrendos actos y como desde el otro lado del espejo, en los
otros, tanto otros endógenos como exógenos, se inscriben procesos constantes de
empatía y expiación.