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Si no cambiáis…

Movimiento de las Familias de Nazaret


Parroquia San Juan Bosco, Táriba

“SI NO CAMBIAIS Y OS HACEIS COMO NIÑOS…”


(Mt 18,3)

Uso interno
Folleto 1

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Si no cambiáis…
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La nueva evangelización como realización de la vocación


universal a la santidad.

En su obra, titulada la ciudad de Dios (XV, 28) San Agustín


dice que en la tierra existen, y existirán hasta el fin del
mundo, dos grandes reinos. La frontera entre ellos no divide a
los hombres, y tampoco a las sociedades, porque se encuentra en
el interior de cada alma humana. Dos amores crean estos dos
reinos: el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios, y del
amor de Dios llevado hasta del desprecio de uno mismo. En él
transcurso de la historia, extienden poco a poco sus
territorios, uno a costa del otro. Él objetivo de la historia de
la humanidad, como también el de la vida de cada persona es
precisamente la construcción de Reino de Dios, es decir,
permitir que Cristo crezca dentro de cada uno de nosotros. La
aceptación o rechazo de Cristo, es lo que define la historia
individual de cada alma humana. La llamada de Juan Pablo II a la
nueva evangelización parece situarse precisamente en este
contexto.

Cristo nos da a su Madre como modelo y ayuda especial en la


construcción del Reino y en la continuación en la obre de la
evangelización del mundo. Aquella que nos da el mas autentico
testimonio de vida de fe, de esperanza y de amor, nos llama a la
conversión y a la santidad. La improvisación y la transigencia
no transformaran al mundo, que en el proceso secularizador se ha
apartado demasiado de los ideales del Evangelio.

La obra de la evangelización exige nuestra entrega total a


Cristo a imitación de María. El desafío de nuestros tiempos y de
la situación actual de la iglesia, exigen el radicalismo de la
fe, la nueva evangelización exige ser proclamada y exige, de los
que la proclamen, que se encaminen de manera auténtica a la
santidad.

Una de dos: o el cristiano del siglo XXI será místico (1) o


no será cristiano. “No basta renovar los métodos pastorales –
escribe Juan Pablo II- ni organizar ni coordinar mejor las
fuerzas eclesiales, ni explotar con mayor agudeza los
fundamentos bíblicos y teológicos de la fe; es necesario
suscitar un nuevo anhelo de santidad” (Redemptoris Misisio,90).

El radicalismo de la fe no es posible sin el radicalismo de


nuestra conversión y la realización de la llamada universal a la
santidad, como nos ha sido recordado por el concilio Vaticano
II. De otro modo jamás llegaremos a ser testigos auténticos del
evangelio. “La santidad es un presupuesto fundamental y una
condición insustituible para realizar la misión salvífica de la
Iglesia (Cristifideles Laici, 17). La iglesia siempre, pero
sobre todo en la actualidad, necesita santos, santos que según
las palabras de Juan Pablo II, jamás envejecen ni se devalúan, y
permanecen siempre como testigos de la juventud de la iglesia
(véase la homilía pronunciada en Lisieux, 2, VI, 1980).

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La nueva evangelización, que debería ser nuestra respuesta a


la llamada universal a la santidad, se realiza en una situación
extremadamente difícil, puesto que se dirige a un mundo
penetrado por la corrupción de los valores humanos y cristianos.
La iglesia quiere ofrecer el ideal de la infancia evangélica al
hombre contemporáneo, incapaz de negarse a si mismo y de
apartarse de su propio egoísmo. El ir descubriendo que nos
faltan las fuerzas necesarias para llevar una vida ascética,
puede conducirnos a la actitud de humildad y confianza de niño,
que atrae el poder del Reino de la gracia. Hay que ser pequeño
como un niño para atraer el poder del Amor Divino que se derrama
sobre el mundo y ser llenado por Él. La infancia espiritual, que
se expresa en el reconocimiento del abismo de la propia pequeñez
e incapacidad, llama y atrae otro abismo… el de la Misericordia.

Para que la nueva evangelización pueda ser una nueva


proclamación del Evangelio al hombre contemporáneo, con un nuevo
ardor, debe estar vinculada a nuestra entrada en el camino de
las bienaventuranzas, que constituyen la misma esencia del
evangelio. Su expresión mas plena es la primera de ellas:
“Bienaventurado los pobres de espíritu… (Mt 5,3). El desprecio
agustiniano del propio egoísmo es una forma de pobreza de
espíritu que prepara el lugar para el Reino del Amor y de la
gracia, un espacio para el amor de Dios. El Reino de los Cielos
fue prometido precisamente a los pobres de espíritu, que ya no
tiene nada y esperan a Dios mismo.

La economía de la gracia, según lo enseña el Concilio


Tridentino, se realiza a través de la justicia y a través de la
misericordia. Muy a menudo nuestra relación con Dios queda
reducido al plano de la justicia: yo te doy para que tú me des.
Esto nace del convencimiento de que el hombre debe merecer el
amor de Dios, de que Dios nos concede sus dones dependiendo de
la medida de la generosidad con la que demos nosotros de nuestro
trabajo y sufrimiento por Él. En el programa de la nueva
evangelización, según el mensaje de Santa Faustina Kowalska,
parece necesario centrar nuestra atención especialmente en la
“espiritualidad de la Misericordia”. El Hombre contemporáneo que
experimenta su propia impotencia, que sufre y que percibe con
que frecuencia sus esfuerzos no dan frutos, tiene una
oportunidad: Descubrir la necesidad existencial de entregarse al
amor del Buen Pastor, a semejanza de la oveja desvalida. El
Cristiano debe ser profundamente consciente de que la santidad
no se puede conquistar, solamente puede recibirse como un don de
Jesús si se aspira verdaderamente a ella. No somos nosotros
quienes damos algo a Dios, es Dios quien nos lo da todo.

Al final, cada uno de nosotros en el ocaso de su vida, se


presentará ante Dios con las manos vacías. Dios desea que, en
respuesta de su amor, permitamos que Él mismo actúe en nosotros,
que le permitamos manifestarnos su amor. El mismo Jesús saldrá
con las manos llenas al encuentro del hombre que se fatiga por
Dios, pero que permanece ante Él con las manos vacías.

El hombre que pide la Misericordia Divina, se encuentra con


ella en los Sacramentos (2) y en la oración. Normalmente la

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oración es la primera gracia de la Divina Misericordia. La


eficacia de la evangelización depende de que la oración sea una
expresión auténtica de fe y amor a Dios. El servicio al
Evangelio debe siempre tener su fuente en la oración y el amor a
Cristo. La oración se convierte en fermento de apostolado cuando
“es testimonio de la amistad intima con Dios y en ella se
perfecciona, de manera que sea un encuentro y unión de amor, en
el que la criatura confía totalmente su voluntad al amigo
Divino” (Juan Pablo II, “Virtutis Exemplum et magistra”)

El hecho de resaltar la importancia de la oración no


significa quietismo. El amor siempre requiere del testimonio de
las obras. Sin embargo lo esencial es el fundamento de nuestra
actividad. La confianza en las propias fuerzas imposibilita la
realización de la vocación universal a la santidad. Lo
indispensable es buscar la voluntad de Dios en el espíritu de la
humildad evangélica. Solo aquel que vive el espíritu de
humildad, no espera reconocimiento humano ni frutos visibles. No
pregunta por que etapa del camino hacia Dios se encuentra.
Acepta permanecer en la oscuridad y en la incapacidad para
comprender las experiencias que vive. Aquel hombre es como un
niño que se agarra fuertemente de las manos de su padre en medio
de la oscuridad de la noche. Es entonces cuando empieza a vivir
la profundidad de la fe, abandonándose en todo a su Padre
Celestial.

Para guardar el equilibrio adecuado entre la acción y el


abandono a Dios en la oración, que son los dos polos que
enmarcan nuestro camino hacia Dios, debemos poner tanto empeño
en nuestra actividad como si todo dependiera de nosotros pero al
mismo tiempo, tener tanta confianza, como si todo dependiera de
Dios. No obstante, de acuerdo con la economía Divina, que es la
economía de la gracia y de la misericordia, nuestra actuación
debe brotar, sobre todo, de una disposición interior del
corazón. Esta disposición debe ser la fuente de nuestro empeño
en la obra de la evangelización. Porque “la santidad –como dice
Santa Teresita- no se expresa plenamente ni en la acción ni en
las prácticas concretas, sino en una disposición del corazón que
nos hace pequeños y humildes en los brazos del Padre, concientes
de nuestra propia debilidad e impotencia, confiados hasta la
locura en su amor paternal”.

I. INFANCIA ESPIRITUAL.
“¿Cómo debemos comprender las palabras del Señor: “El que
no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en el”? (Mc
10,15). Jesús pone a un niño como modelo para los que quieren
entrar en el Reino. ¿En que sentido el niño es un modelo? No por
su inocencia infantil, como se suele explicar con frecuencia de
una manera popular, puesto que esta idea de la inocencia
infantil es ajena al antiguo testamento y al judaísmo, que
enseña que el niño desde el mismo momento de su concepción, y
también desde su nacimiento ya tiene “malas inclinaciones” (…)
El niño es modelo única y exclusivamente como expresión de lo

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que es pequeño (de la pequeñez), que significa poco ( al menos a


los ojos de los adultos), débil (…). Solo esta interpretación va
de acuerdo con el contexto del evangelio, particularmente con
las palabras del Señor, que promete el Reino de Dios a los
pequeños, pobres, débiles y sencillos; poco importantes; a los
pecadores y paganos (cf. Mt 11,25; Lc 10,21; 18,10).

Precisamente por eso Jesús nos muestra un niño como ejemplo


de aquella gente sencilla, que recibe con fe y apertura las
palabras del Señor acerca del Reino. En este sentido el niño es
modelo para los creyentes. Las palabras de Cristo contienen
también una fuerte oposición al fariseismo, que hacía depender
de la justicia humana el derecho de pertenecer al Reino. La
justicia consistía en el cumplimiento fiel de la ley y de las
buenas obras (…). Cristo nos enseña que el Reino no depende del
cumplimiento de la ley, sino que es un libre del amor Divino.

Un niño pequeño, según la visión judía, a semejanza de los


pequeños, pobres, pecadores y publícanos, no es nadie, carece de
méritos, porque no observa la ley; no obstante, se merece el
Reino y la salvación. El Reino será dado a los pequeños,
sencillos, pobres y no a los que quieren ser grandes delante de
Dios por su justicia; el Reino y la salvación son don y gracia ”
(3).

Así como Dios bendecía a los pobres, Él (Cristo) bendice a


los niños (cf. Mc 10,16) enseñando que los unos y los otros
entrarán fácilmente en el Reino… Los niños simbolizan los
verdaderos discípulos: “(...) porque de los que son como estos
es el reino de los cielos” (cf. Mt 19,14). En realidad se trata
de que uno “reciba el Reino de Dios como niño” 8cf. Mc 10,15),
de que lo reciba con toda sencillez y como don del Padre, en vez
de reclamarlo como algo merecido. Hay que hacerse como los niños
(cf. MT 18,3), y aceptar nacer de lo alto si se quiere tener
acceso al Reino (cf. Mt 18,4). El secreto de la verdadera
grandeza está en hacerse pequeño como un niño (cf. Mt 18,4) y
esta es la verdadera humildad, sin la cual no es posible llegar
a ser hijo del Padre celestial.

Los verdaderos discípulos son precisamente aquellos


pequeñitos a quienes el Padre ha querido revelar sus misterios,
ocultos a sabios e inteligentes (cf. Mt 11,25s). En el lenguaje
de los evangelistas, las palabras “pequeño” y “discípulo”
parecen ser sinónimos. (cf. Mt 10,42; Mc 9,41)”.

Cuando sus discípulos le preguntaron a la pequeña santa


(Sta. Teresita del Niño Jesús) como entendía ella el consejo,
que repetía con frecuencia, de que hay que permanecer pequeños a
los ojos de Dios, ella respondió: “Permanecer pequeño es
reconocer la nada de uno, esperarlo todo de Dios, no afligirse
en demasía por nuestras faltas; en fin no pretender fortuna (…)
ser pequeño significa también, no atribuirse a sí misma las
virtudes que se practican, juzgándose capaz de algo, sino
reconocer que Dios pone ese tesoro de virtud en las manos de su
hijito para que se sirva de el cuando lo necesite, y siempre el

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tesoro es de Dios. Consiste en fin en no desanimarse por las


propias faltas, pues los niños caen a menudo, pero son demasiado
pequeños para hacerse mucho daño” (4).

Reconocer la propia nada.

Ser niño significa reconocer la propia nada y esperarlo


todo de Dios. A medida que vamos acercándonos a Dios, Él nos
somete a la difícil prueba de la profundización de nuestra
debilidad e invalidez.

A esta prueba pueden estar sometidas no solo nuestras


fuerza físicas, sino también:

• Nuestro intelecto
• Nuestra vida interior

Dios nos hace débiles, porque solo nuestra debilidad puede


verdaderamente convertirse en nuestra fuerza.
Se trata de una debilidad que nos permite conocer la verdad
sobre nosotros mismos:

• Que nos mueve a extender las manos hacia Dios.


• Que atrae la omnipotencia de Dios.
• Que atrae sobre todo el poder de su misericordia.

El reconocimiento de nuestra propia nada debería poco a poco


penetrar toda nuestra personalidad, hasta sus niveles más
profundos. Este es un elemento muy importante e inseparable del
camino a la santidad.

Santa Teresita jamás quiso ser grande. Opinaba que alguien


que es grande a los ojos del mundo, le resulta difícil ser en
verdad: desvalido, débil, pequeño y de hecho solo al percibir
nuestra propia nada, podemos conocer y experimentar la profunda
verdad que encierran estas palabras de Cristo: “Separados de mi
no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

La actitud de infancia espiritual se refleja con mayor


exactitud en un bebé. El camino a la santidad es, en gran
medida, volver al punto de partida, es decir, al estado del alma
de un bebé después del Bautismo (cf. Jn 3,5). Es necesario
volvernos de nuevo débiles e inválidos, como un niño pequeño
que, en su invalidez, se abandona en todo a su mamá y a su papá;
a quienes ama y en quienes confía sin límites.

Dios se complace en lo que es débil, miserable, humillado,


despreciado: “ha escogido Dios mas bien lo necio del mundo, para
confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha
escogido Dios; lo que no es para reducir a nada lo que es, para
que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios”. (1Co 1,27-
29).

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San Lucas escribió: “En aquel momento se llenó de gozo Jesús


en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes y se las has revelado a pequeños. Si Señor pues tal
ha sido tu beneplácito” (Lc 10,21)

Dios obsequia sus tesoros a los sencillos de corazón,


“ocultos a sabios e inteligentes” Dios se complació en la
pobreza espiritual. Se complació en la sencillez. Ellas te
permiten ponerte en la verdad ante Él. Solo Dios es fuente de
toda la verdadera y auténtica grandeza y de toda la verdadera y
auténtica sabiduría. San Pablo pregunta: “¿Qué tienes que no
hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a que gloriarte…?” (1Co
4,7)

Los sabios e inteligentes, en el sentido de las palabras que


Jesús emplea, son los que creen que por si mismo son alguien,
que se creen muy importantes; creen que sus conocimientos les
hacen mejores que los demás. Sin embargo, Aquel que “otorga su
favor a los pobres” (Pr 3,34), “resiste a los soberbios” (St
4,6)

“Bienaventurado los pobres de espíritu” (Mt 5,3)


• Porque ellos se abren a la gracia;
• Porque ellos se abren a la cooperación con el Espíritu
Santo, Espíritu de la verdad (cf. Jn 14,17), que actúa en
nuestros corazones para que seamos “santificados en la verdad
(Jn 17,19)
• Porque ellos quedarán colmados de la sabiduría, de la
bondad y de la santidad del mismo Dios.

Reconocer, aceptar y amar la propia debilidad, no es excusar


el pecado, ni acomodarse a él, sino establecerse en la verdad,
perder toda la ilusión acerca de si mismo” (5) Esto es
imprescindible, porque solo al conocer tu propia miseria
empezaras a recurrir al poder y a la misericordia de Dios.

Este clamor que diriges a Dios, debe ser constante.

Cuando te sientes débil e impotente, abrumado por las


tentaciones, pruebas o por continuas derrotas, recuerda aquella
confesión extraordinaria de San Pablo: “pues cuando estoy débil,
entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12,10)

Esperarlo todo de Dios.

Cuando lo hayas perdido todo, empezaras a esperarlo todo de


Dios.

Cuando reconozcas tu debilidad, espera con confianza la


intervención milagrosa de Dios. Porque la invalidez del niño le
“obliga” a manifestarle su amor.

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El solo conocimiento de la propia nada, pero sin fe en el


amor de Dios conduce a la tristeza, a la desconfianza, al
desanimo, e incluso a la desesperación. Dios no quiere que te
fijes sólo en tu propio mal. Su deseo es que, al ver tu propia
pequeñez, pongas en Él toda tu esperanza; desea que encuentres
la esperanza en su amor y en su insondable misericordia, pues
Dios solo te envuelve con su amor, a pesar del mal que hay en
ti. El proceso de ver cada vez con mayor agudeza tu propio mal,
debe ir acompañado de un conocimiento cada vez más profundo del
insondable amor a Dios.

Hay que creer en el amor de Dios.

Dios continuamente nos obsequia con sus innumerables dones,


pero el pecado del orgullo hace que nosotros no los percibamos.

De eso viene que tengamos tan poca gratitud “Y es ella


-diría santa Teresita- la que alcanza más gracia de Dios” (6).
Es más, donde no hay gratitud, aparece su contraria, la
ingratitud. Esta última, en cambio –según lo afirma san
Buenaventura- es la raíz de todo mal.

¿Qué sucede si no adoptas la actitud apropiada ante Dios?,


¿acaso esos dones no son las perlas de las que habla Jesús en el
Evangelio…? Él, para no exponerte a tener la culpa aún mayor del
desperdicio de gracias, se ve “obligado” a imitarlas.

Dios desea obsequiarte incesantemente con sus dones, pero no


pueden echarse perlas delante de los puercos (cf. Mt 7,6).

La actitud de infancia –según enseña la pequeña santa- es un


confiado abandonarse en los brazos del Padre.

“Un día, recuerda su hermana Celina, entré en la celda de


nuestra querida hermanita y quedé sobrecogida ante su expresión
de gran recogimiento. Cosía con gran actividad y sin embargo,
parecía perdida en una contemplación profunda: ¿en que pensáis?,
le pregunté. Medito el Pater, me respondió. ¡Es tan dulce llamar
a Dios: Padre nuestro…¡ y las lagrimas brillaron en sus ojos”
(7)

Aquellas lágrimas de la santa seguramente no fueron tan sólo


consecuencia de una reacción emotiva. Más bien expresaron una
particular conmoción interna de una persona unida a Dios con
lazos íntimos.

“Amó a Dios –escribe luego Celina- como un niño querido ama


a su padre, con demostraciones de ternura increíbles. Durante su
enfermedad llegó a no hablar más que de Él, tomó una palabra por
otra y le llamó: Papaíto. Nos echamos a reír, pero ella replico
toda emocionada: ¡Oh, sí, él es en verdad mi papaíto¡” (8)

El conocimiento cada vez mas profundo del amor paternal de


Dios ahondaba su deseo de responder a él continuamente:

• con la confianza de niño

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• con la oración
• con la obediencia
• con el sacrificio

La intimidad con el padre celestial se profundizaba en ella


a la medida del sufrimiento, que la acompañó de modo particular
durante la enfermedad. La actitud de infancia, que se había
convertido en su propio camino de unión con Dios, se expresó
entonces en el deseo de ir transformando todas sus experiencias
difíciles en el sufrimiento por amor. En aquel período, el
último de su vida, cuando su imagen de Dios era más plena, la
pequeña santa, al dirigirse al padre celestial, lo llamó:
"Papaito!".

Solamente podemos suponer que significaba para ella aquella


expresión, Dado Que en la Imagen de Dios Padre que tenemos
nosotros, formada generalmente con base en la imagen del padre
de la tierra, es muy pobre e imperfecta. De hecho, ni siquiera
el mejor padre de la tierra, puede compararse con el Padre del
Cielo que tanto nos ama.

En cierta medida, la parábola del hijo pródigo nos muestra


su amor por nosotros.

Cuando volvía aquel hijo, que era culpable de tantos


delitos, "le dio su padre y, conmovido corrió, se echó a su
cuello y le efusivamente" (Lc 15,20).

Sin embargo, esta parábola nos descubre sólo una parte de la


verdad sobre nuestro Padre del Cielo.

La actitud de niño es la confianza de que Dios Padre siempre


nos da lo que es mejor para nosotros. El permanecer en la
verdad, y la confianza que de ello nace, constituyen elementos
fundamentales de la Infancia Espiritual, uno de los caminos más
cortos a la santidad. Santa Teresita del Niño Jesús, mostró de
nuevo al mundo este camino.

Si te presentas ante Dios con confianza, reconociendo en la


verdad tu propia debilidad, Él te llenara de su poder. El te
llenara también de su sabiduría, expresada en las palabras de
Cristo: "pues el más pequeño de entre vosotros, ese es mayor"
(Lc 9,48).

"La santidad, pues, como lo dijo la pequeña Santa, no


consiste en tal o cual práctica, sino en una disposición del
corazón (del alma) que nos hace humildes y pequeños en los
brazos de Dios, conscientes de nuestra pequeñez y confiados
hasta la audacia en la bondad del Padre” (9).

No acumular provisiones.

El niño del Evangelio no acumula demasiadas provisiones.

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Necesitamos ciertos medios para llevar una existencia digna,


para mantener a la familia, o bien cumplir con otras
obligaciones. Pero cualquier provisión nos hace imposible
experimentar nuestra total dependencia de Dios. Estas dos cosas
parecen estar en contradicción.

El hombre que acumula demasiadas provisiones, y construye su


propio sistema de seguridad, deja de esperarlo todo de Dios.

Debemos renunciar a la construcción de tales sistemas, a la


acumulación de provisiones en exceso, y limitarnos
conscientemente a lo que es indispensable para cumplir las
funciones que Dios nos confió.

Todo hombre que no está orientado hacia Dios, siempre quiere


tener más, quiere acumular. Esto es producto de su naturaleza,
herida por el pecado original. Si estuviera orientado hacia
Dios, desearía a depender de él en todo. Pero un hombre perdido,
que ve su vida humanamente, quiere tener cada vez más, y
entonces, basado en lo que posee, construir el sentimiento de su
propio valor y de su propia seguridad.

El espíritu del mundo favorece a los que tienen más: si


quienes más, eres más importante y más fuerte, tienes acceso a
un gran número de bienes. Esto abarca todas las esferas de
nuestra vida: los bienes materiales, la posición social, los
esfuerzos por ser alguien importante, grande, respetado.

A veces nuestras ganas de poseer se expresan únicamente en


nuestros deseos. Podemos no poseer nada, pero ser muy ricos en
deseos, tener envidia de los demás; soñar contener.

El propósito no es dejar de conseguir los medios necesarios


para vivir, o justificar la propia pereza o imprudencia,
diciéndose: tengo a Dios por el Padre, el cuidará de mi. Se
trata de no acumular más de lo que nos es realmente
indispensable. Porque cualquier provisión excesiva hace que
dejemos de ser como niños pequeños, es todo lo esperan de su
Padre. Las provisiones engendran en nosotros el sentimiento de
independencia también en relación con Dios. Pensamos entonces
que podemos arreglárnoslas solos.

Llegamos a ser como el rico del Evangelio, que había


edificado graneros, y pensó que podría disfrutar de la vida, y
Cristo lo llamó necio.

El "niño del Evangelio" tampoco acumular provisiones de


bienes espirituales, tanto las relacionadas con la oración, como
con los acontecimientos religiosos, o con las buenas obras;
tampoco se apoya en la riqueza de las vivencias religiosas. Todo
lo hemos recibido de Dios como don, incluso si sólo cooperamos
con él en cierto grado.

Un día, cuando Santa Teresita traía a la memoria palabras y


pasajes de la Sagrada Escritura para alimentar su piedad, su
hermana Celina le dijo: "¡eso es lo que yo querría hacer, pero

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no tengo bastante memoria! ¡Ah! -le respondió la santa- ¿dé modo


que quieres poseer riquezas, tener posesiones? Apoyarse en eso
es apoyarse en un hierro ardiente: queda siempre una pequeña
marca. Es necesario no apoyarse en nada, ni siquiera en lo que
puede ayudar a la piedad. La nada, en verdad, consiste en no
tener mi deseo ni esperanza de alegría. ¡Sí dichoso es uno
entonces! (10).

No atribuirse méritos, ni virtudes.

Ser niños significa no atribuirse asimismo virtudes, porque


es Dios quien las pone en nuestras manos para que las usemos
según su voluntad. Dios nos concede su poder milagroso:

• Para hacer el bien a través de nosotros


• para abrasar su amor a los demás a través de nosotros.

No obstante, este tesoro que nos ha concedido Dios, es de su


propiedad. Por eso, debemos ser muy prudentes para no dejarnos
engañar por los pensamientos elogiosos sobre nosotros mismos. Al
atribuirnos ciertas virtudes, podemos fácilmente ceder a la
ilusión, y vivir conforme a la opinión subjetiva que podamos
tener acerca de nosotros mismos. Situarnos, por ejemplo, en
determinadas etapas de la vida interior. Porque ciertas
experiencias espirituales pueden ser, como pruebas permitidas
por Dios, una trampa puesta por satanás que quiere que las
interpretemos signos de nuestro progreso en la vida interior.
Satanás conoce perfectamente bien las obras sobre ascética, y
sabe que debe sugerirnos para que creamos en ello.

Por lo tanto, el hecho de verse uno en las etapas


mencionadas por los autores de las obras ascéticas, puede ser
sólo una expresión de nuestro orgullo.

Aquel que es pequeño, en el sentido evangélico, comprende


bien las palabras de Cristo, el Señor: "… separados de mi no
pueden hacer nada" (Jn 15,5). Por consiguiente, no se atribuye a
sí mismo las virtudes, puesto que sabe bien que por sí mismo no
es capaz ni de orar, ni de ser bueno con los demás, ni de
trabajar bien. Sabe que no es capaz de ser un buen padre, una
buena madre, un buen sacerdote, o una buena religiosa.

No espera, pues, mi reconocimiento, ni aplausos. A quienes


notan sus virtudes, sabe decirles con sencillez: no soy yo, sino
Dios quien lo obra todo.

El niño del Evangelio confía en que todo su poder esta en


Dios, en que en Él lo puede todo, porque Él quiere dar a su hijo
tesoros de virtudes, para que pueda usarlos cuando los necesite.

Santa Teresita siempre consideró que las virtudes que otros


notaban en su vida, le habían sido otorgadas milagrosamente por
Dios. Por lo tanto, no se enorgullecía con lo que no era suyo,
sino actuación de Dios a través de ella (11).

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En efecto, incluso las cualidades innatas y el bien natural


que tenemos son también dones. Los hemos recibido de Dios. El
apropiarse de ellos es una forma de mentira.

Significa el desprecio y la falta de reconocimiento de la


verdad fundamental, de que todo lo residimos de Dios.

¡Con qué frecuencia también nosotros nos sentimos dueños de


los dones recibidos del creador! ¡Cuántas veces nos orgullecemos
con nuestra supuesta "grandeza"! Nos olvidamos de que el único
autor y dador de todo es Dios. Es cuando ya no somos capaces de
percibir que es Él quien nos concede gracias especiales sin
cesar.

El orgullo es uno de los pecados que trae las consecuencias


más trágicas, este pecado hace que construyamos una visión falsa
y engañosa entre nosotros mismos, el mundo y que el creador.

Un hombre orgulloso se pone asimismo en lugar de Dios.

No desanimarse con los propios errores.

Finalmente, para permanecer niño en la presencia de Dios,


uno no debe desanimarse con sus propios errores. Para muchos
este consejo de Santa Teresita resulta ser muy difícil. En
efecto, a menudo ya cualquier fracaso o tropiezo es para
nosotros un motivo para la tristeza, la duda y el desánimo. Esto
sucede siempre que nos concentramos demasiado sobre nuestras
imperfecciones y nuestro mal, y poco sobre la bondad el amor de
Dios.

Sólo cuando haya en ti una profunda convicción de que eres


el hijo amados de Dios, a quien Él está dispuesto a perdonar
siempre, que resultará más fácil levantarte rápidamente de tus
caídas.

Un hijo de Dios, consciente de su invalidez e impotencia,


Extenderás sus manos hacia su Padre después de cada caída.

El sentimiento de debilidad y la confianza lo impulsan a


invocar a Dios constantemente.

Gracias a su pequeñez evangélica, sus caídas no son


demasiado dolorosas. Cuanto más orgullosos y seguros de nosotros
mismos estamos, nuestras caídas son más graves "los niños-dijo
la pequeña Santa- (…) son demasiado pequeños para hacerse mucho
daño" (12).

Después de cada caída, Santa Teresita se levantaba


inmediatamente. En su vida continuamente se repetía el proceso
característico de un niño pequeño: caída, levantarse de la
caída; otra caída, levantarse nuevamente. El niño del Evangelio
cae muchas veces, pero se levanta inmediatamente para vivir con
una nueva esperanza. No se concentran demasiado sobre sus
infidelidades, sino que centra su atención sobre Aquel que lo

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ama. Solamente para el hombre que no cree en el amor, cada caída


se transforma en una derrota o un fracaso total.

Si creyeras que Dios está contigo continuamente, que te mira


con amor también en el momento en que caes, procurarias
levantarte inmediatamente.

Pero no tendrás esta actitud, la de un niño, mientras creas


solamente en tus propias fuerzas, y quieras apoyarse en tus
méritos.

Ser como "un niño del Evangelio" significa:

• Apoyarse en la gracia y en el amor de Dios


• Confiar en que Dios y quiere premiará todos nuestros
esfuerzos con la victoria
• Tener la mirada fija en Dios siempre, y estar sumergidos
en su amor

Santa Teresita quería responder al amor Divino, sobre todo,


con una actitud de confianza sin límites. Esta actitud podría
expresarse con las palabras: "desde el abismo de mi pecado me
levantaré e iré mi Padre".

Quería hablarle a Dios con su miseria, con su impotencia,


con sus pecaminosidad.

Dijo: "es todo y muy lejos de ser llevada por el camino del
temor. Sé encontrar siempre el modo de estar alegre y de sacar
provecho de mis miserias" (13).

Después de cada infidelidad acudía inmediatamente a Dios con


confianza y, reconociendo plenamente su culpa, le confesaba su
inconmovible fe de niña en el amor de Dios.

Apenas percibía que se estaba ocupando de sí misma, y que se


perdía en "las bagatelas de la tierra", inmediatamente, según lo
escribe ella misma (14), solía dirigirse hacia su amado sol (así
llamaba a Dios), para contarle detalladamente sus infidelidades,
pensando atraer con su audacia, más plenamente el amor de Aquel
que "no vino a llamar a justos, sino a pecadores." (Mc 2,17).

Era como un niño que después de cada infidelidad corre a


donde sus papás, y les confiesa sinceramente todo lo que ha
hecho creyendo en que no lo van a rechazar (15).

Así eran sus encuentros extraordinarios con el Padre.

Para justificar su confianza inconmovible, con la que se


dirigía a Dios al confesarle su culpa, dijo: " ¿riñe un padre a
su hijo cuando él mismo se acusa? ¿Le impone un castigo? No,
seguramente, sino que le estrecha contra su corazón" (16).

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Si no cambiáis…
14

En su "audaz confianza" Teresita estaba convencida de que


después de confesar su culpa a Dios, él la quería aún más que
antes de la caída.

A una de las novicias, que vino a ella para disculparse del


daño que le había hecho, le dijo: "¡si sólo supieras que es lo
que experimento! Jamás había comprendido tan bien como ahora con
cuánto amor nos recibe Jesús cuando le pedimos perdón después de
la falta cometida. Si yo, una pobre criatura, sentí tanta
ternura hacia ti en el momento que volviste a mí, ¿qué tiene que
pasar en el corazón Divino, cuando nosotros volvemos a El…? sí,
por supuesto, más pronto que lo he hecho yo, él se olvida que
todos nuestros crímenes para no acordarse más de ellos… e
incluso hace más: ¡nos ama más que antes he nuestra caída!" (17)

II. DIVERSAS ACTITUDES ANTE CRISTO.


(Del fariseísmo hasta una actitud de niño)

La actitud del fariseo.

El evangelio nos muestra distintas actitudes que los


contemporáneos de Cristo adoptaron delante de Él.

No obstante los numerosos milagros con los que Cristo


confirmó sus enseñanzas, los fariseos negaron su misión
mesiánica.

Unos cuestionaron el mismo fenómeno de los milagros no


quisieron creer que realmente ocurrieron. Otros reconocieron que
Jesús realmente obraba los milagros, pero no reconocieron que
los hacía por el poder Divino. Hubo incluso quienes dijeron que
obraba los milagros con el poder de beelzebul. Después de que
curó a un poseído, que era ciego y mudo, sentenciaron: “este no
expulsa los demonios mas que por beelzebul, príncipe de los
demonios” (Mt. 12,24).

En respuesta a tal actitud, Jesús pronunció la más severa


de sus advertencias: “todo pecado y blasfemias se perdona a los
hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada.
(…) suponed un árbol bueno, y su futuro será bueno; suponed un
árbol malo, y su fruto será malo; porque por el fruto se conoce
el árbol. Raza de víboras, ¿cómo pueden ustedes hablar de cosas
buenas siendo malos? Porque de lo que está lleno el corazón,
habla la boca.” (Mt. 12; 31,33-34).

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Si no cambiáis…
15

Nicodemo.

Nicodemo representa otra actitud.


Este Doctor de la ley, hablando con Cristo confesó:
“Rabbí, sabemos que has venido como maestro, porque nadie puede
realizar las señales que tú realizas si tú no está con el.”
(Jn. 3,2).

Jesús, al ver su fe, le habló de los grandes misterios de


Dios, de la necesidad de nacer del espíritu; de la necesidad de
que el hijo del hombre fuera “levantado”, del amor de Dios, que
para salvar al mundo “dio a su hijo único” (jn. 3,16).

Le dijo también porque son tantos los que no quieren


recibir sus enseñanzas y su testimonio: “vino la luz al mundo, y
que los hombres amaron más las tinieblas que la luz, por que sus
obras eran malas.” (Jn. 3,19).

Nicodemo admira a Jesús y lo escucha de buena gana, no


obstante, no lo sigue que hasta el fin y no se convierte en su
discípulo. Reconoce “la fuente”, pero no la aprovecha.

• ¿tal vez habrá habido en el algo de la actitud del joven


rico, quien no respondió a la mirada de amor de Cristo? (Cf. Mc
10,21-22)

• ¿quizá también a él también le habría dado pena perder


aquella riqueza, que puede ser para cada uno de nosotros, el
apego a la propia posición social o al estilo de vida?

Los Apóstoles.

Los apóstoles se comportan de otra forma. Los que


creyeron que Jesús obraba milagros, el poder de Dios, se
hicieron sus discípulos. No obstante, ni siquiera ellos
aceptaron sus enseñanzas desde el principio y por completo, ni
tampoco se abrieron de forma inmediata y plena a su poder.

A pesar de estar siempre con Él, a menudo contaban más


con sus propias fuerzas que con El.

Poco después el segundo milagro de la multiplicación de


los panes, se preocuparon excesivamente por tener sólo un pan en
la barca. Entonces, Jesús les dijo: “abran los ojos y guárdense
de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.”
(Mc 8,15)

Y cuando continuaron hablando del pan, les pregunto:


“¿por qué están hablando de que no tienen Panes? ¿Aún no
comprenden ni entienden? ¿Es que tienen la mente embotada?
¿Teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen? ¿No se acuerdan
de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos
canastos llenos de trozos recogieron? Doce –respondieron- ¿y
cuándo partí los siete entre los cuatro mil, cuántas espuertas

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Si no cambiáis…
16

llenas de trozos recogieron? Le dicen: siete. Y continuó: ¿no


entienden?” (Mc 8,17-21)

Los Apóstoles creen que aquel a quien siguen puede hacerlo


todo con el poder de Dios. Sin embargo, aún no viven plenamente
esta fe, y por eso oyeron esta advertencia: ¡abran los ojos y
guárdense le de la levadura de los fariseos y de la levadura de
Herodes!” (Mc 8,15)

¿No está presente también en nuestra vida esa levadura?


Con qué frecuencia, a pesar de que Cristo está con nosotros en
la Eucaristía, no recurrimos a su poder y lo desaprovechamos.

En la Sagrada Comunión, el mismo Cristo que los apóstoles


vieron, y con quien tuvieron a diario, viene a nosotros. Jesús
presente en la Eucaristía tiene el mismo poder infinito. Sin
embargo, nosotros, por lo común, nos afligimos en nuestra vida
cotidiana si no por las cosas temporales y existenciales,
entonces por las relacionadas con nuestra vida interior.

En los momentos de pruebas de fe, ¿acaso no nos parecemos


a los apóstoles, quienes, temblando de miedo frente a la
borrasca que se desató sobre el lago, dirigen a Jesús aquel
amargo reproche: “Maestro, no te importa que perezca amos?” (Mc
4,38)

¡Cuántas veces nos falta fe en que Él puede y quiere


resolver todos nuestros problemas, de la misma manera como pudo
haber multiplicado el único pan que tenían consigo los
Apóstoles, o hacer que no sintieran hambre, o bien que
soportarán aquella prueba con fe!

La advertencia que recibieron los Apóstoles es también


para nosotros.

La preocupación excesiva y la inquietud son siempre


signos de poca fe.

Si a causa de tu poca fe no aprovechas la omnipotencia de


Aquel, que se entrega a ti por completo o en la Eucaristía, no
te asombres de que te pesen tantos tus problemas. Jesús no
quiere imponerse, no quiere hacer milagros si tú no lo esperas.

El quiere manifestarte continuamente su amor y su


misericordia, pero no lo hará contra tu voluntad.

Marta.

Comparando la fe de los Apóstoles con la actitud de Marta


vemos en ella una mayor entrega a Cristo. Algunos días después
de la muerte de su Hermano, Cristo vino a Betania, ella salió a
su encuentro y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no
habría muerto mi hermano. Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas
a Dios, Dios te lo concederá.” (Jn 11,23)

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Si no cambiáis…
17

La muerte de su Hermano no hizo vacilar la fe profunda de


Marta. Ella sigue creyendo que lo que Cristo pida, Dios se lo
concederá. (Jn 11,21-22)

En respuesta a su fe, Jesús le dice: “tu Hermano


resucitara” (Jn 11,23)

• De alguna manera Cristo quiere confirmar lo que ella


dijo.

• Quiere revelarse con mayor plenitud a ella, ya los que lo


rodean.

Sin embargo, precisamente entonces se hizo evidente, que la


fe de marta no era todavía una plena entrega. Ella si creía,
pero, al mismo tiempo, se dejaba llevar demasiado por su modo de
pensar ordinario, racional. Por eso respondió: “ya sé,
resucitara en la resurrección, el último día.” (Jn 11,24)

Aquella respuesta, en cierta forma correcta, no expresa


una plena entrega, una plena sencillez y confianza de niño.

La reacción de un niño pequeño, a las palabras de alguien


en quien confía sin límites, sería distinta. Este, con
seguridad, apremiaría a Jesús diciéndole: ¡adelante, pues,
quitemos la piedra del sepulcro; rápido, abrámoslo!

Si en la actitud de Marta hubiera habido una confianza


así en Jesús, habría estado convencida de que Lázaro podría
resucitar, no sólo en el último día, sino en cualquier momento,
sólo con que El lo dijera. Sin embargo, en la actitud de Marta
todavía no había esa confianza. Por eso, Jesús le recuerda que
tiene poder Divino: “yo soy la resurrección. El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá
jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11,25-26)

A pesar de haber confirmado su fe una vez más, cuando


Jesús, estando ya junto al sepulcro de Lázaro, dijo: “Quiten la
piedra” (Jn 11,39)

Y entonces, Jesús la reprende: “¿no te he dicho que si


crees…?” (Jn 11,40)

No había aún en Marta una entrega total. No tenía la


sencillez, ni la confianza del niño.

La samaritana.

Sólo en la samaritana del evangelio vemos la sencillez y


confianza de un niño antes Cristo.

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Si no cambiáis…
18

La samaritana creyó inmediatamente en todo lo que Él le


dijo, y por eso de sus le reveló, precisamente a ella, que El
era el Mesías esperado.

- Y ella lo creyó.

Al momento fue a la ciudad a proclamar que había


encontrado al Mesías, sin fijarse en que esto podría provocar
las burlas y una nueva reprobación pública, puesto que todos
sabían qué vivía en pecado. Entonces sucedió algo maravilloso.
Los habitantes de Samaria no sólo se burlaron de ella, sino que
salieron al encuentro de Jesús y le pidieron que se quedara con
ellos; y luego, dos días después le dijeron a ella: “sabemos que
éste es verdaderamente el Salvador del mundo.” (Jn 4,42)

La samaritana nos da ejemplo de una apertura tan grande a


Cristo, que le permitiría realizar todos sus planes con
nosotros. Mientras no seamos sencillos y confiados como niños,
nuestra apertura a Cristo jamás será plena.

Esta confianza infantil fue lo que le faltó al hijo


pródigo, a quien también nos parecemos a menudo.

El hijo pródigo no creía totalmente en el amor del Padre.


Regresó a él, porque se moría de hambre. Sin embargo, no
esperaba que su Padre se alegrara por su regreso, sino
únicamente esperaba ser recibido como un jornalero.

Sin fe en el amor de su Padre, no podía saber cuánto lo


había herido.

Algo parecido sucede con nosotros.

Mientras no creamos en el amor de Dios, no conoceremos


que gran mal es el pecado.

Cuántas veces, poco después de habernos confesado,


traicionamos de nuevo a Jesús, aún que en el sacramento de la
reconciliación y en la Eucaristía, recibimos infinitamente más
que lo que el Padre misericordioso le dio a su hijo pródigo.

Traicionas, porque aún no has creído en el amor.

Sólo cuando creas en el amor, conocerás plenamente tu


mal, y sólo entonces tu vida cambiará. Empezaras a ponerte
delante de Dios como niño.

A pesar de su pecaminosidad, la samaritana anhelaba con


esperanza la venida del Mesías. Tenía un auténtico
reconocimiento de su propio pecado, y, al mismo tiempo, fe en
que Dios ama al hombre a pesar del mal que hay en él.

Los atributos más importantes del niño evangélico son: el


reconocimiento de su propia nada y la fe confiada en el amor de
Dios.

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Si no cambiáis…
19

Dios nos conduce al conocimiento de nuestro propio mal


por diversos caminos:

• A menudo conocemos nuestra nada cuando cometemos un


pecado.
• También la conocemos cuando, al ponernos delante de Dios
en la verdad, tomamos conciencia de que El, en su misericordia
insondable, nos preserva continuamente de muchos pecados.

No obstante, meditando la pasión de Cristo es como conocemos


mejor el mal que hay en nosotros.

Cuando vayas conociendo cada vez más la medida del


sufrimiento de Cristo, entenderás mejor lo que es el pecado. Al
mismo tiempo conocerás más plenamente el amor que te tiene.

A medida que se desarrolla tu vida interior, podrás, a


través de la meditación de la pasión y la muerte de Cristo,
conocer cada vez más profundamente la grandeza de tu mal, y la
inmensidad del amor de Dios. Aquí en la tierra este conocimiento
será siempre parcial. Sólo en la vida futura conoceremos el
misterio de nuestro pecado, y el misterio del amor de Dios en su
plenitud. San Pablo dice: “ahora conozco de un modo parcial,
pero entonces conoceré como soy conocido.” (1 Co 13,12)

Y entonces verdaderamente serás como un niño ante Dios.

III. LA ACTITUD DE NIÑO EN LA SAMARITANA.

“las ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has


revelado a pequeños” (Lc 10,21)

El camino a la santidad es el camino de nuestra continuar


conversión y apertura a Dios.

Abrirse a Dios significa permitir a Jesús que se nos


revele, y luego recibirlo.

Como Jesús es Dios, no podemos conocerlo tan sólo por


medio de la razón. Lo conocen mejor sólo aquellos a quienes El
mismo quiere revelarse. Y él no se revela a los sabios y grandes
de este mundo, sino a la gente sencilla a los “pequeños”. En
griego la gente sencilla es, sobre todo, la gente pobre; pero
también los pecadores, los que se sienten agobiados y
abandonados como ovejas sin pastor.

Dios se revela a los “pequeños”, porque en ellos hay algo


de la actitud de niño que, frente a la realidad sobrenatural que
es Dios, se abre plenamente a ella y la recibe.

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Si no cambiáis…
20

Encontramos un ejemplo de sencillez evangélica en el


comportamiento de la samaritana. Su actitud ha de haber
maravillado a Jesús, pues, a pesar de que ella vivía en pecado,
se le reveló, y le dijo que era el Mesías esperado.

La sencillez de niño en la samaritana.

Jesús, al pasar por Samaria, se detuvo junto al pozo


en Sicar, como si estuviera esperando a la samaritana. Hay
en ello algo extraordinario.

• ¿Por qué Jesús la espera?


• ¿Quién es esta carga que esperar el mismo Dios?

Ya las primeras palabras de la descripción evangélica


de aquel hecho, hablan de que la actitud de la samaritana
era de una sencillez extraordinaria, sencillez de niño.
“Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado
junto al pozo. Era alrededor la hora sexta. Llega una mujer
de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: dame de beber. Pues
sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida.
Le dice la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me
pides de beber a mí, que es soy una mujer samaritana?” (Jn
4,6-9)

La petición de Jesús hace nacer en el corazón de la


samaritana una pregunta. En ella no hay astucias ni
disimulo. Jesús, al ver su sencillez y su creciente
apertura hacia El, le dice: “si conociera el don de Dios, y
quién es el que te dice: dame beber, tú le habrías pedido a
Él y Él te habría dado agua vida.” (Jn 4,10)

En su sencillez infantil la mujer mira a Jesús y,


viendo que no tiene un recipiente apropiado para sacar
agua, le pregunta: “Señor, no tienes con que sacarla, y el
pozo es hondo; ¿de dónde puedes, tienes esa agua viva?” (Jn
4,11)

Cuando un niño no comprende algo, pregunta con toda


sencillez, y al recibir la respuesta la acepta, aún si no
entiende algunas cosas. La acepta, porque cree que lo que
escucha es verdadero.

Con la sabiduría de niño

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Si no cambiáis…
21

“Jesús le respondió: todo el que beba de esta agua,


volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le
de, no tendrá se jamás” (Jn 4,13-14). La samaritana le
responde de nuevo con la misma sencillez, confianza y, al
mismo tiempo, con la sabiduría de niño: “Señor, dame de esa
agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a
sacarla.” (Jn 4,15)

Aceptó la respuesta de Jesús y creyó que lo que El le


dijo era verdad, a pesar de que parecía ilógico.

¿Cómo es posible que el hombre que no puede vivir sin


agua, pueda ya no tener sed? Esto es algo contrario a su
naturaleza.

Solamente alguien que tenga la fe, la sencillez y la


confianza del niño, puede creer en la veracidad de tales
palabras.

Al ver la fe de la samaritana, Jesús quiere


manifestarle su omnisciencia y le ordena: “vete, llama a tu
marido y vuelve acá.” (Jn 4,16)

La mujer respondió: “no tengo marido. Jesús le dice:


bien has dicho (…), porque has tenido cinco maridos y el
que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la
verdad.” (Jn 4,17-18)

Ella se convence de que Jesús, a pesar de que no la


conocía, sabe de su vida pasada. En su actitud vemos de
nuevo la sencillez de niño. No intenta ocultarle a Jesús su
relación ilegítima con el hombre con quien vive. Le
responde “la verdad”, que no tiene marido, aún sin saber
que Jesús conoce su vida. En cuanto se convence de su poder
profético, con la sabiduría de le hace una pregunta
importante que inquietaba su corazón: “Señor, veo que eres
un profeta. Nuestros Padres a adoraron en este monte y
ustedes dicen que en Jerusalén es el lugar donde se debe
adorar.” (Jn 4,19-20)

Convencida de que está hablando con un profeta, se


apresura a aprovechar la ocasión para conocer algo que se
refiere a su relación con Dios. En respuesta a su fe, Jesús
le descubre un misterio difícil de admitir, anuncio de una
nueva realidad en la historia del mundo: “créeme mujer, que
llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén
adorareis al Padre. (…) pero llega la hora (ya estamos en
ella) en que los adoradores verdaderos adoraran al Padre en
espíritu y en verdad” (Jn 4,21-23)

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Si no cambiáis…
22

La respuesta de Jesús no era clara ni comprensible


para la samaritana. Sin embargo, Ella la acepta con
confianza de niño, confesándole un momento después, su fe
profunda en que cuando venga el Mesías, lo explicara todo a
los hombres.

Entonces Jesús se le revela: “Jesús le dice: yo soy,


el que te está hablando.” (Jn 4,26)

¿Son los Apóstoles como niños, pequeños y confiados?

Jesús se revela a los que ante Él son como niños


pequeños y confiados. Los que no tienen esta actitud, no se
abren a esta gracia extraordinaria, aun cuando Jesús desee
revelarse a ellos. Así sucedía con los apóstoles: “sus
discípulos (…) se sorprendían de que hablara con una mujer.
Pero nadie le dijo: ¿qué quieres? O ¿qué hablas con ella?”
(Jn 4,27). Cuando la mujer se había ido, “los discípulos le
insistían diciendo: Rabbí, come. Pero él les dijo: yo tengo
para comer un alimento que ustedes no saben. Los discípulos
se decían unos a otros: ¿le habrá traído alguien te comer?
(Jn 4,31-33)

Jesús probablemente quería provocar en los apóstoles


la misma actitud que había descubierto en la samaritana.
Seguramente, si así le hubiera hablado a ella, ella le
habría respondido con sencillez: ¿qué comida es? ¿Puedo
comerla contigo? Los apóstoles, sin embargo, se guiaban
únicamente por su propia lógica racional. Aún no había en
ellos ni sencillez infantil, ni plena confianza en aquel a
quien vieron obrar muchos milagros y señales.

La actitud de los apóstoles se parece a la de


Nicodemo.

Cuando Jesús revela la a Nicodemo un gran misterio:


“En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto
no puede ser el Reino de Dios” (Jn 3,3). El, a semejanza de
los apóstoles, recibe estas palabras de un modo puramente
racional: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede
acaso entrar otra vez en el seno de su Madre y hacer?” (Jn
3,4). El no tuvo actitud de fe y de apertura plena, por lo
tanto, Jesús probablemente no pudo revelarse a Él como se
reveló a la samaritana.

Ella se abrió a Jesús a pesar de vivir en pecado


mortal. Tal vez haya estado interiormente abrumada bajo el
peso del mal que cometía quizás aquel pecado la aplastaba
hasta tal punto que llegó a ser como un niño pequeño.

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Si no cambiáis…
23

Nicodemo y los apóstoles, por el contrario, parecían


no tener pecado, sin embargo, no estuvieron tan abiertos a
las palabras de Cristo como ella. El orgullo de su razón
hacía que, al encontrarse con Cristo, pensarán de un modo
racional, a lo humano. No sabían recibir totalmente la
realidad sobrenatural, y por eso no podía revelárseles en
su plenitud.

Dios es un misterio grande e insondable. No se le


puede conocer sólo con la razón. La fe y la confianza de
niño son imprescindibles.

IV. LA ACTITUD DE NIÑO DEL CIEGO DE NACIMIENTO

Era señal de contradicción.

El ciego de nacimiento es también un personaje del


evangelio que tuvo ante Cristo sencillez y confianza de
niño. Jesús “vio, al pasar, a un hombre ciego de
nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbi ¿quién
peco, el o sus Padres, para que haya nacido ciego?” (Jn 9,1-2)

La pregunta que le hicieron a Jesús llevaba


implícita la opinión que la gente tenía del ciego: si es
ciego, entonces, el por sus Padres son pecadores.

El ciego seguramente sabía qué a los ojos de los


demás, su invalidez era la señal de su pecaminosidad. Por
lo tanto, podía sentirse:

• El peor
• Rechazado
• Despreciado

Pero Jesús protestó firmemente contra aquella opinión:


“Ni el pecó, ni sus Padres; es para que se manifiesten en
el las obras de Dios. Tienen que trabajar en las obras del
que me ha enviado mientras es de día; llega la noche,
cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy
luz del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro
con la saliva, y unto con el barro los ojos del ciego y le
dijo: vete, lávate en la piscina de siloé (que quiere decir
enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo. Los vecinos y
los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: ¿no
es este el que se sentaba para mendigar? Unos decían: es
el. No, decían otros, sino que es uno que se le parece.

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Si no cambiáis…
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Pero él decía: soy yo. Le dijeron entonces: ¿cómo pues, se


te han abierto los ojos? Él respondió: ese hombre que se
llama Jesús, hizo barro, me unto los ojos y me dijo: vete a
siloé y lávate. Yo fui, me late y vi. Ellos le dijeron:
¿dónde está ese? Él respondió: no lo sé” (Jn 9,3-12)

Con la sencillez de niño

El ciego, a quien Jesús devolvió la vista, se comporta


semejanza de la samaritana.

Explica con gran sencillez los detalles del milagro


de su curación. Tampoco se esfuerza demasiado para que su
historia parezca fidedigna, puesto que para el aquel
milagro era evidente. Sólo los adultos, cuando presentan
una verdad, procuran transmitirla de la forma más fidedigna
posible, para suscitar así la confianza en su público.

Un niño presenta sus experiencias con sencillez,


persuadido de que la verdad convence por sí misma.

Para él también fue evidente que el autor de aquel


milagro “Es religioso y cumple su voluntad” (la voluntad de
Dios) (Jn 9,31). Al igual que la samaritana, sin tardar,
empezó a dar testimonio de poder milagroso de Cristo, aún
sin saber del todo quién era El.

La levadura de los fariseos

Los fariseos adoptaron una actitud totalmente


distinta ante aquel milagro evidente.

Centraron toda su atención en buscar argumentos que


pudieran negar el poder milagroso de Cristo: “llevan donde
los fariseos, al que antes era ciego. Pero era sábado el
día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los
fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la
vista. Él les dijo: me puso barro sobre los ojos, me lave y
veo. Algunos fariseos decían: este hombre no viene de Dios,
porqué no guarda en sábado. Otros decían: pero, ¿cómo puede
un pecado realizar semejantes señales? Y había disensión
entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: ¿y tú que
dices de el, ya que te ha abierto los ojos? El respondió:
Que es un profeta.” (Jn 9,13-17)

Hay disensión entre los fariseos sólo hasta cuando


el que fue curado, respondiendo a su pregunta, confiesa:
“Que es un profeta” (Jn 9,17). Después de aquella

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Si no cambiáis…
25

respuesta, ya todos se ponen de acuerdo en adoptar una


determinada actitud. No queriendo reconocer que Jesús es
profeta, ponen en duda el milagro sucedido

Empezaron a convencer incluso a aquel que había


recobrado la vista, de que no había ocurrido ningún
milagro, y es más, de que esto era un engaño.

Jesús llamada a esa actitud “levadura de los


fariseos”, levadura de hipocresía, falsedad, engaño
(cf. Lc 12,1)

Si siendo testigo de un milagro evidente, no quieres


reconocerlo, esto es señal de que hay en ti levadura de
hipocresía, que te impida ver la actuación Divina incluso
en sus señales más convincentes.

La gente que transige con el mundo

Los fariseos no creyeron en el milagro de la


curación de ciego. Entonces, llamaron a sus Padres y los
interrogaron: “¿es este el hijo de ustedes, el que dicen
que nació ciego? ¿Cómo pues, ve ahora?” (Jn 9,19). Aquella
pregunta indica claramente su falta de fe en la curación.
“sus Padres respondieron: nosotros sabemos que este es
nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo
sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no
lo sabemos. Pregúntenle; tiene edad, puede hablar por sí
mismo” (Jn 9,20-21)

Los Padres resultaron ser de la gente que transigen


con el mundo. Ellos sabían quién había curado a su hijo,
pero, por miedo a los fariseos, no confirmaron que lo que
Jesús había hecho era un milagro innegable: “sus Padres
decían esto por miedo a los judíos, pues los judíos se
habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía
como Cristo, quedará excluido de la sinagoga. Por eso
dijeron sus Padres: edad tiene pregúntenle a la el” (Jn
9,22-23)

La levadura de los fariseos hace que transijamos con


el mundo, que no demos testimonio de Cristo, por más
evidentes que sean las señales que el realiza ante nuestros
ojos.

De la transigencia con el mundo hay sólo un paso a


la traición total.

Por lo demás, ya el mismo hecho de transigir con el


mundo contiene una semilla de traición.

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Si no cambiáis…
26

La sencillez, camino hacia la fe

No hay transigencia en la actitud del ciego curado


por Jesús, al contrario, hay en él una sencillez de niño
como la de la samaritana. Por eso, cuando lo llamaron de
nuevo los fariseos, confesó valientemente su fe, aceptando
todas las consecuencias de aquella confesión: “le llamaron
por segunda vez al hombre que había sido ciego y le
dijeron: da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre
es un pecador.” (Jn 9,24)

Los fariseos querían obligar al ciego a negar el


milagro sucedido. Para facilitárselo, quisieron
menospreciar la grandeza y la santidad de Cristo llamándole
pecador, lo cual era una acusación de lo más grave.

A las artimañas astutas de los fariseos, el ciego


jurado respondió: “si es pecador, no lo sé, sólo se una
cosa: que era ciego y ahora veo. Le dijeron entonces: ¿qué
hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? El replicó: ya se
los he dicho y no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo
otra vez? ¿Es que quieren también ustedes hacerse
discípulos suyo?” (Jn 9,25-27)

Esta respuesta demuestra su sabiduría con una


pedagogía extraordinaria para un hombre inculto, procura
abrir los ojos a los fariseos. Para que vean el milagro
intenta entablar el diálogo con ellos, y centrar su
atención sobre el milagro ocurrido, que debería ser una
señal suficiente para ellos. Al mismo tiempo, les reprocha
el no haberle escuchado, indicando así la causa de su
cerrazón.

“Ustedes me oyen, pero no me escuchan, porque no quieren


escucharme.

Ellos se llenaron de injurias y le dijeron: Tú eres


discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de
Moisés Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero
ése no sabemos de donde es. El hombre les respondió: eso es
lo extraño: que ustedes no sepan de donde es y que me haya
abierto a mi los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad a
ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya
abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no
viniera de Dios, no podría hacer nada.” (Jn 9,34)

En la argumentación tan precisa del ciego se


descubre su sencillez y sabiduría, y al mismo tiempo, su fe
y su confianza de niño. En esta respuesta no hay

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ambigüedad, no deja lugar a dudas. A pesar de ello, los


fariseos no quisieron escucharlo. Estaban tan llenos de
hipocresía y de sentimientos de superioridad que sus ojos
se cegaron y sus oídos se ensordecieron. Le respondieron
con desprecio: ”Has nacido todo entero en pecado y ¿nos das
lecciones a nosotros? Y le echaron fuera. (Jn 9,34)

Confiar como niños es abrirse a Dios

Después de aquel acontecimiento, Jesús se le reveló


al ciego que había curado: “de sus se enteró de que le
habían echado fuera y encontrándose con él, le dijo: ¿tú
crees en el hijo del hombre? Él respondió: Quién es, Señor,
para que crea en él. Jesús le dijo: lo has visto; el que
está hablando contigo, ese es. El entonces dijo: creo,
Señor. Y se postró ante el.”
(Jn 9,35-38)

La actitud de niño nos abre a Dios de una manera


especial.

Jesús se revela al ciego de nacimiento, porque se su


actitud de fe infantil, de su sencillez, su confianza y el
reconocimiento de su propia pecaminosidad.

A diferencia de la samaritana que vivía en el


pecado, el probablemente estaba, en cierta medida, libre de
pecado. Pero tuvo conciencia de su propia pecaminosidad,
reforzada por la opinión humana.

El camino para llegar a la actitud de niño puede


ser, entonces, la sola consciencia de la nada que somos, y
la fe en que Dios nos ama a pesar de nuestro pecado. El
ciego sin duda creyó en que su milagrosa curación era una
expresión del amor Divino.

La actitud de confianza del niño es la clave para


comprender el evangelio, para que Dios pueda rebelarse a
nosotros.

Los fariseos no llegaron a conocer a Cristo, porque


“la levadura” de la hipocresía y el engaño los cerró a esta
gran gracia.

También nosotros podemos aferrarnos a ella si nos


falta lo fundamental para la actitud de niño: la confianza
en Dios y la sencillez, fruto de mantenernos en la verdad.

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La sencillez del niño en la Cananea

La Cananea del evangelio nos enseña con una


extraordinaria elocuencia esta misma actitud: “… Jesús se
retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una
mujer Cananea, que había salido de aquel territorio,
gritaba diciendo: ¡ten piedad de mí, Señor, hijo de David!
Mi hija está malamente endemoniada. Pero él no le respondió
palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban:
concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.
Respondió el: no he sido enviado más que a las ovejas
pérdidas de la casa de Israel. Ella no obstante, digno a
postrarse ante él y le dijo: ¡Señor, socórreme! Él
respondió: no está bien tomar el pan de los hijos y echarse
lo a los previstos. Sí, Señor -dijo ella- pero también los
perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos. Entonces Jesús le respondió: mujer, grande es tu fe;
que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó
curada su hija.” (Mt 15,21-28)

Al principio Jesús no quiere hacer el milagro, a


pesar de la súplica insistente de la Cananea: “¡Ten piedad
de mí, Señor, hijo de David! (…) pero él no le respondió
palabra.” (Mt 15,22-23)

A nosotros que somos gente orgullosa, aquella


actitud de Jesús nos cerraría a Él por completo. Estaríamos
dispuestos a “defender nuestro honor” incluso a costa del
bien de nuestro propio hijo.

¿Cómo explicar la fuerza de carácter tan


extraordinaria de aquella mujer?

• No es tan sólo fuerza de carácter, sino también algo


de la actitud del niño.

Ella reconocía verdaderamente su propia nada y su


indignidad.

Cuando Jesús la “humilla” a ella y a su hija,


diciéndole: “no está bien tomar el pan de los hijos y
echarse lo a los perritos” (Mt 15,26), ella acepta esta
“ofensa” sin vacilar un momento, y reconoce con sencillez
que realmente no es digna, “…, pero también los perritos
comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” (Mt
15,27).

Con aquella actitud ella asombró a Dios.

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La afirmación de Cristo lo atestigua muy claramente:


“mujer, grande es tu fe” (Mt 15,28).

Al ver en ella esta actitud, Jesús ya no pudo


rehusarle lo que le pedía: “que te suceda como deseas.” (Mt
15,28)

La actitud de reconocimiento de su propiedad nada, la


confianza del niño puesta en Dios y la fe en su amor, obran
milagros.

V. RECIBIR EL REINO DE DIOS COMO NIÑO.

Mirar cómo Dios, con amor

Cuando unas personas llevaron a sus hijos para que


Jesús los bendijera, los discípulos leS prohibieron
hacerlo, “más Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:
dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan, porque
de los que son como éstos, es el reino de Dios. Yo les
aseguro: el que no reciba el reino de Dios como niño, no
entrará en el.”(Mc 10,14-15)

¿Has reflexionado sobre la profundidad de aquella


afirmación?

¿Qué quiere decir recibir el reino de Dios como niño?

El niño confía sin límites en sus Padres, y ve al mundo


con los ojos de su mamá y de su papá. Repite las opiniones
de sus Padres, puesto que, al confiar en ellos, Tomás sus
juicios como propios.

Recibir el reino de Dios como niño es procurar mirar al


mundo, a los demás y a si mismo, como los mira nuestro
Padre celestial, y como los mira María.

Podemos saber cómo nos mira Dios, entre otros, al


escuchar el llamado dirigido por Cristo a sus apóstoles en
la última cena: “les doy un mandamiento nuevo: que se amén
los unos a los otros. Que como yo los he amado, así se amen
también ustedes, los unos a los otros.” (Jn 13,34)

Dios siempre mira con amor; a nosotros y al mundo


entero.

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Jesús, refiriéndose a su propio amor por los


discípulos, les exhorta a amar a su prójimo como Él mismo
los ha amado.

No basta amar al prójimo como a sí mismo.

Hemos de amarlo como Dios lo ama.

Ciertamente ya el solo amar al prójimo como a nosotros


mismos nos cuesta mucho. Por lo tanto, el llamamiento de
Jesús a amar a los demás como Dios los ama, puede parecer
algo absolutamente irreal.

¿Se puede responder a ese llamado?

Para el niño evangélico no hay imposibles

El niño, con la mirada fija en su Padre, procura ver el


mundo como Él lo ve, y amaba a ejemplo de su Padre.

Santa Teresita, en su sencillez infantil, afirma: “¡Oh


Jesús mío!, se que no mandas nada imposible; conoces mejor
que yo mi debilidad e imperfección; sabes que jamás llegaré
a amar a mis Hermanas, como tú las amas, si tú mismo
Salvador mío, no sigues amándolas en mí. Y por qué has
dispuesto otorgarme esta gracia, has instituido este nuevo
mandamiento. ¡Oh cuánto le amo!, Pues da la seguridad de
que tu voluntad es la de amar en mi a todos aquellos a
quienes me ordenadas amar…”. (10)

Aquel prójimo difícil

La confesión anterior sin embargo, no significa que,


para Santa Teresita, el amor al prójimo fuera algo siempre
fácil y simple. También ella tuvo que ir conquistando lo:
“Una Santa Religiosa de la comunidad –escribió ella- tenía
antes el don de desagradarme en todo”. (11)

Esto lo describe una Santa. Ciertamente esto sucedió


cuando aún no había alcanzado el grado supremo de su unión
con Dios, ya que no fue inmediatamente antes de su muerte.
Pero, seguramente ya había pasado por la primera etapa de
las purificaciones profundas (12). Los que han pasado por
ellas, según afirma San Juan de la Cruz, ya practican en
gran medida todas las virtudes, tanto las teologales, como
las cardinales y morales (13). Y una persona así, es la que
afirma:

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“una Santa Religiosa de la comunidad tenía antes el don


de desagradarme en todo.

Todo en esa Hermana le desagradaba, su carácter, sus


modales, sus palabras. Pero, a pesar de ello, Santa
Teresita trataba de verla como la ve Dios, por eso dice
después: “Sin embargo, se trata de una Santa Religiosa, que
debe de ser muy agradable a Dios. Luchando, pues, para no
ceder a la antipatía natural que me inspiraba, pensé que la
caridad no se práctica tan sólo en los sentimientos, sino
que ha de conocerse también en las obras, por lo cual me
apliqué a hacer por aquella Hermana, lo que hubiera hecho
por las personas más queridas. Cada vez que me la
encontraba, rogaba a Dios por ella ofreciéndole todas sus
virtudes y méritos”. (14)

Teresita cree que aquella Hermana es muy agradable a


Dios, por lo que tiene derecho a ofrecerle las virtudes y
los méritos de ella. El disgusto que causaba en Santa
Teresita los modales, el carácter y las palabras de aquella
Hermana, abarcaba sólo la naturaleza, afectaba sólo sus
sentimientos y emociones. No obstante, en la esfera de la
voluntad, Teresita procuraba mirarla como la mira Dios.

“Conocía que esto agradaba mucho a mi Jesús, -escribe


más adelante- pues no hay artista a quien no le guste
recibir alabanzas por sus obras. Y el divino artista de las
almas, se complace en que uno no se detenga en lo exterior,
si no que, penetrando hasta el santuario íntimo que ha
erigido por morada, admiremos la belleza de éste”. (15)

Cuando te desagrada el carácter de alguien, su humor,


sus modales, sus palabras, todo esto afecta primero la
esfera de tus sentimientos, a los que no debe ceder tu
voluntad.

Pero si cedes a los sentimientos y emociones negativos


qué le tienes a una persona, críticas al Creador; es como
si dijeras dos. Señor Dios, esta criatura tuya de salió
mal, a esta persona la creaste mal, su carácter es tan
difícil, y todo en general resulta desagradable en ella. A
las demás criaturas las creaste bien, ¡pero a esta no,
desgraciadamente!

!La criatura que se atreve a evaluar al Creador tiene


que tener un orgullo muy grande!

Cuántas veces cedemos a este tipo de inclinaciones


naturales. Sin embargo, como discípulos de Cristo, debes

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tratar de verlo todo, y especialmente a los demás, a la luz


de la fe.

Si bien esto puede ser a veces imposible en la esfera


de los sentimientos, en la de la voluntad debes tener el
deseo de mirar a tu prójimo de un modo distinto: a la
manera de Dios.

Cuando Teresita tenía momentos muy difíciles, huir era


a veces, su último recurso: “Muchas veces, cuando el
demonio me tentaba violentamente y me podía esquivar sin
que ella (una religiosa) advirtiera mi lucha interior, huía
como un soldado desertor…” (16)

Cuando quieras aprovechar alguna vez este recurso


procura “huir” inadvertidamente para no herir a la persona
de quien huyes.

Teresita jamás hizo sentir a esa Hermana que algo la


irritaba de ella. Luego recuerda: “… Ignorando en absoluto
mis sentimientos hacia ella, nunca ha llegado a sospechar
los motivos de mi conducta, y ésta es la hora en que está
persuadida de que su carácter me resulta agradable. En
esto, me dijo ella un día, con aire de gozo: Hermana
Teresita del niño Jesús, ¿quieres decirme lo que la atrae
tanto hacia mí? No la encuentro ni una sola vez sin que me
dirija la más graciosas sonrisa. ¡Ah!, Lo que me atraía era
Jesús oculto en el fondo de su alma; Jesús, que dulcifica
lo más amargo. Le contesté que sonreía porque me alegraba
verla, sin añadir, bien entendido, que era bajo un punto de
vista espiritual” (17)

Al sonreírle sinceramente a una persona, a la que no le


tienes simpatía natural, le sonríes a Cristo.

Si procuras ver, sobre todo, lo bueno que hay en los


demás, entonces los miras como los mira Dios, y así eres
como un niño, que se esfuerza por asemejarse a su Padre
celestial. Tu naturaleza no cambiará, pero nacerá una
apropiada disposición de tu voluntad, un modo distinto de
ver a los demás, a la manera de Dios.

Esa actitud conduce a cierta forma de soledad, porque


normalmente no podemos compartir con los demás este tipo de
experiencias. Pero, entonces entras en una relación íntima
con el creador, Dios se te empieza a revelar cada vez más.
La soledad que experimentas en tu relación con otra
persona, te lleva a un vínculo más estrecho con el Creador,
gracias al cual empezaras a ver el mundo como él lo ve.

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La gracia te basta para amar

Santa Teresita continúa más adelante: “no me contentaba


con rezar mucho, por la que me ofrecía tantas ocasiones de
combatir sino que procuraba además hacerle cuantos favores
podía; y sí me asaltaba la tentación de responderle de modo
desagradable, miraba prisa en dirigirle una amable sonrisa,
intentando desviar la conversación; pues dice el kempis,
que vale más dejar a cada uno en su idea, que detenerse a
discutir” (18)

Resulta fácil dejar a alguien con su idea, si sabemos


que tiene la razón pero esto mismo se vuelve
extraordinariamente difícil, cuando estamos convencidos de
que la razón la tenemos nosotros. Pero, precisamente
entonces, tienes una oportunidad especial para intentar
comportarte con tu prójimo, como lo hace Dios.

Cristo espera que intentes realizar su mandamiento


nuevo, y El no espera de nosotros cosas imposibles. Cuando
lo que espera de ti te parezca muy difícil, recuerda lo que
le dijo Dios a San Pablo en una situación semejante: “Mi
gracia de pasta, que mi fuerza se muestra perfecta en la
flaqueza” (2 Co 12,9)

Mirar el mundo como Dios lo ve, al ejemplo de María

María nos enseña, de la manera más perfecta a ver el


mundo y a recibir el Reino de Dios como niño. Ella ve el
mundo como Dios mismo lo ve, y ama al prójimo como Él lo
ama.

Esto sucede porque ella es la “esclava del Señor”.

El esclavo es aquel que no sabe lo que hace su amo, y


que se le exige aceptar esa ignorancia.

María fue esclava precisamente en este sentido de la


palabra. Ella aceptaba su “no saber”.

Preguntaba únicamente lo que era indispensable para la


realización de las indicaciones del Señor, para poder
cumplir totalmente su voluntad. Ella era como el niño del
evangelio, que confía plenamente en su Padre y mira el
mundo con los ojos de Él, incluso cuando no comprende del
todo las cosas que pasan en su vida.

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Necesitamos imitar a la virgen María en su actitud de


humillación total delante de Dios, en su actitud de
esclava. María adopta esta actitud porque sabe que Dios es
amor, que su entrega es una entrega al Amor.

Mirar a Cristo con los ojos de niño

Reconoce tu nada, reconoce que por ti mismo no eres


capaz de mirar el mundo como Dios lo mira, ni tampoco de
amar como Dios ama. Recuerda, sin embargo, que esta nada
que eres, es amada de un modo infinito, hasta entregar la
vida por ella y la cruz. Es entonces cuando empezaras a
esperarlo todo de Dios, común niño.

Si reconoces el abismo de tu propia nada y conoces el


abismo del amor de Dios, desearás convertirte en esclavo de
tu Señor, y aceptadas creciendo esclavo no tienes que
comprenderlo todo, que no tienes que saber por qué pasas
por tales o cuales pruebas. Saber lo que puede conducir a
la riqueza de espíritu. Cuanto más sabes y comprendes,
tanto más estás expuesto el peligro del orgullo. Un
esclavo, que todo lo recibe y todo lo acepta, se convierte
en el niño evangélico, que no ve más que a su Padre, y que
imitan todo la conducta de su Padre:

• La mirada del Padre


• Los gestos del Padre
• La actitud del Padre

Esto es precisamente lo que necesitamos. Necesitamos


mirar a Cristo como niños.

Entonces amaremos con el amor que el mismo nos da


desde la Cruz. AMAREMOS, COMO ÉL AMA

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Notas

(1) místico [místico]adj. 2. Perteneciente o relativo a la mística o al


misticismo.
Que se dedica a la vida espiritual. [Del lat. del gr. mysticus, ]
mística [mística]f. 2. Experiencia de lo divino. [Del lat. t. f. de mystica-cus ]

(2) a) Entre los creyentes, signo material de la presencia de Dios entre


los hombres.

b) Signo material que en el cristianismo simboliza una gracia interna y espiritual que
Jesús concede al que lo recibe: los católicos distinguen siete sacramentos: bautismo,
confirmación, penitencia, eucaristía, extremaunción, orden sacerdotal y matrimonio; el
sacerdote administra los sacramentos.
(3) J Kudasiewicz, J. Lach, Liturgia de la palabra de Dios en la
ceremonia renovada del Bautismo, Ktowice 1973, pág. 177s.
(4) Santa Teresita del Niño Jesús, Obras Completas, edit. Monte Carmelo,
Burgos, 1984, Pág. 441
(5) Santa Teresita del Niño Jesús, Consejos y Recuerdos, Burgos, 1957,
edit. Monte Carmelo, Pág. 22
(6) Ibid., pág. 83.
(7) Ibid., pág. 95.
(8) Ibid., pág. 95.
(9) Santa Teresita del Niño Jesús, Obras Completas, novísima verba, 3 de
agosto, pág. 434, Ed. Casulleras, Barcelona, 1963.
(10) Santa Teresita del Niño Jesús, Obras Completas, historia de un alma,
pág. 208-209, Ed. Casulleras, Barcelona, 1963.
(11) Ibid., pág. 214.
(12) Ibid.
(13) Ibid.
(14) Ibid., cita 18, pág. 214.
(15) Ibid.
(16) Ibid.
(17) Ibid.
(18) Ibid.

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