Por:
Miguel Escobar Guerrero
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Miguel Escobar. Ser y amar. Una mirada psicoanalítica. En: Rompan filas. Año 11, Número 57. 2002.
pp. 24-31.
lucha continua entre la necesidad de depositar el placer en quien se ama – libido
objetal – o depositar la libido en sí mismo – libido del yo: narcisista –. Cuando la
primera gana esta lucha y llega el momento de poseer el objeto de nuestro deseo,
éste jala la fantasía y la funde en la realidad para convertir la realidad del amor en
fantasía. Pero cuando la libido narcisista gana la lucha, el ser humano se encierra
en sí mismo, se desconecta de la realidad y no le da salida a su deseo.
Responder a preguntas como éstas es tarea difícil, no sólo porque no sabemos leer
nuestra vida emocional, sino, además, porque aunque pudiéramos leerla, no es
fácil identificar con claridad nuestros deseos. La teoría psicoanalítica, elaborada
por Freud y algunos neofreudianos como Fernando Martínez S. y Melaine Klein,
nos deja profundizar en el origen de nuestra vida emocional, y nos proporciona
varios conceptos útiles para penetrar en ella, entenderla, observarla y descifrarla.
Para ellos, en el centro de nuestro deseo está el cuerpo de la madre, principal
objeto de estudio epistemológico del ser humano. Ese cuerpo maravilloso es el
objeto principal de nuestro deseo, al que nos negamos abandonar definitivamente
y al que siempre tratamos de retornar, el que la muerte nos hace evocar como uno
de sus últimos suspiros, el retorno a la madre.
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“El complejo de Edipo se puede definir, dice el Dr. Martínez Salazar, como la inclinación sexual que el niño
tiene por la madre – la niña, por el padre – y, por consiguiente, el deseo de eliminar al padre-madre para
ocupar su lugar. Freud le dio este nombre por el parecido tan grande de estas inclinaciones o impulsos con la
tragedia de Sófocles, llamada Edipo Rey. Es importante señalar que todo ser humano experimenta el
desarrollo de este complejo que inicia desde los 6-8 meses, para algunas autoras como M. Klein, o entre los 3
años y 6 ó 7 años para los freudianos”. Las notas corresponden a varias sesiones de trabajo que realicé con el
Dr. Martínez S.
“Sin embargo, dice Martínez S. 3 , este proceso es transicional: el de despegar estos
impulsos hacia la madre para colocarlos en otra persona que no es totalmente
diferente a mamá pues siempre queda una parte suya, y ponerlos en otra persona
que, sin ser mamá, tiene sus características. Esto es lo que constituye la transición,
un proceso que camina a través de tintes edípicos en los amores de la juventud, en
las características de las relaciones que propician la desedipización. Ésta se da de
manera anómala pues los conflictos vividos en el Edipo se reeditan en las nuevas
parejas: si el complejo de Edipo se resolvió medianamente sus resoluciones se
presentarán medianamente, pero si se resolvió bien, las posibilidades de
desedipización son mayores y la constitución de la pareja se verá como la de un
hombre y una mujer en donde se trasladó el conflicto edípico resuelto y, por tanto,
donde se ofrecen mejores posibilidades de éxito que en donde se carga un Edipo
mal o medianamente resuelto”.
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carga emocional que supone. De igual manera sucede con el padre porque ¿cómo
pedirle consejo al competidor por mamá, o sea, pedirle consejo al mismo tiempo
que se le diría que se hiciera a un lado?” 4
Por parte de los padres se origina el temor de soltar a los hijos, de dejarlos que
vuelen solos, que consoliden su autonomía pero, si se obstaculiza esa convivencia
social, ¿qué salidas se da a lo sexual? Por ello, muchas veces la alternativa que se
toma es inhibir la sexualidad, tragándosela o reprimiéndola, pues los jóvenes no
tienen la salida natural con quienes viven su mismo problema, o sea, que no
reciben ni la respuesta de los amigos ni la de los padres. ¿De dónde se recibirá esa
ayuda? De ningún lado, pues en la escuela, por ejemplo, la información se queda
solamente en la anatomía y sabemos que el problema no es el conocimiento
anatómico de los órganos sexuales, sino el conflicto emocional que se incluye en la
sexualidad de los jóvenes.
“El papel de los padres debe ser, entonces – afirma Martínez S. 5 –, observar las
relaciones de los jóvenes: con qué amigos y amigas se relaciona; estar pendientes
de que no encuentren salidas falsas a las angustias que viven, por ejemplo, las de la
sexualidad, aliviándolas con droga y, en lugar de permitirse la satisfacción sexual
normal que es tan bella y que hay que esperarla, cambiarla por la satisfacción de
tomarse una tacha como llaman ahora a las pastillas; que la angustia no se resuelva
por esos caminos; que el muchacho no participe en un grupo en donde la
sexualidad se resuelve homosexualmente y se arremete a otros grupos en forma de
pandilla, y en donde lo que se busca es destruir a los demás. Por ello, es
importante observar si el grupo tiene capacidad de cuestionarse sobre sus
problemas, de buscar resolverlos por la vía de la comunicación, de encontrar
formas naturales de solución que vayan en el camino de una expresión normal de
la sexualidad. Lo que importa es saber cómo y cuándo intervenir porque no
intervenir sería negar que los jóvenes pasan por periodos y procesos angustiosos,
pero intervenir demasiado e inoportunamente bloquea también el proceso de
desarrollo. Se necesita intervenir adecuadamente para favorecer circunstancias que
permitan un buen desarrollo”.
Cuando los padres no han resuelto sus problemas de pareja, se enfrentan con
dificultades para soltar a sus hijos porque son el único motivo para existir como
pareja. Claro está, que los padres quieren que se desarrollen, crezcan y se vayan
pero también hay una parte suya que no desea que suceda así porque en ese
momento dejarían de tener la razón de ser una pareja.
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“Impedir que crezca el hijo, podría catalogarse simbólicamente como filicidio –
querer la muerte simbólica del hijo: su no crecimiento -, dice Martínez S. 6 , pues
existe el temor del desplazamiento del padre. Mediante un mecanismo proyectivo,
el padre pensaría que no conviene que el hijo crezca y se desarrolle, bajo la premisa
de que debe cuidarlo de muchos peligros, aunque el motivo principal que lo
inspira a detener su desarrollo sea que lo puede desplazar a él, eliminarlo para
ocupar su lugar. En el hijo tal vez las cosas no sucedan así. En realidad quien lo
vive y piensa de esta forma es el padre, que proyecta su conflicto sobre su hijo”.
Ser y amar son, por lo tanto, un encuentro con nuestro origen, con nuestra
intimidad, la que compartimos con nuestro principal “objeto” de deseo. Siempre
será difícil precisar cuál es la energía que compartimos y queremos compartir
cuando nos atrapa el hechizo del amor, pero la podemos conocer si estamos
dispuestos a estudiar nuestro desarrollo emocional, nuestra racionalidad
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“La emergencia sexual al inicio de la adolescencia es lo que daría la reedición del complejo de Edipo, el
volverse a presentar el deseo del objeto sexual del cuerpo de la madre que retomaría las características de la
resolución de este complejo durante la niñez, cuando se resolvió bien, regular o mal. Si bien el desarrollo
emocional transcurre por etapas, no es cierto que el ser humano renuncie totalmente a sus objetos de deseo,
como si fuese borrón y cuenta nueva para iniciar etapas diferentes de desarrollo. La verdad es que se hacen
renuncias condicionadas que no son totales y que, en determinadas circunstancias, se vuelve a tener el deseo
de reeditar las etapas vividas anteriormente”.
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inconsciente, a saber “leer” nuestros hechizos, desde el origen de nosotros mismos,
desde el cuerpo maravilloso y añorado que jala nuestro deseo.