Propuesta
Diana Sartori habla desde Hanna Arendt para escindir en dos el concepto de natalidad
que Arendt desarrolla en La condición humana. Según Sartori, nuestra llegada al mundo
se daría a través de dos nacimientos. El primer nacimiento consiste en el “ser nacido” y
“ser nacida”, el nacimiento crudo y literal, el parto. El segundo nacimiento consistiría
en un nacimiento metafórico, el cual supone la irrupción en el espacio social a través de
la acción.
Yo, siguiendo la propuesta de Sartori del nacimiento doble, dividiré mi relato
también en dos bloques: en el primero, hablaremos de ese primer nacimiento, que
supone nuestra irrupción en el mundo como seres humanos, introduciendo así en él una
discontinuidad, una singularidad. Este es siempre, como señalan nuestras autoras, un
ser nacido” o “ser nacida” de mujer, por lo que es siempre un cuerpo femenino el que
gatilla nuestra primera forma de experiencia. En el segundo bloque del texto hablaremos
de ese segundo nacimiento, un nacer metafórico, que se da a través de la acción y en el
espacio social, que relacionamos con la ley del padre.
Ambas traslaciones, el reacercamiento a la madre y la huida del padre, se
plantearán aquí como operaciones a un nivel simbólico-discursivo, a través de lo que
llamaremos poesía de sí.
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“la matriz (…) se fantasea como boca devoradora, como cloaca o vertedero
anal o uretral, como imperio fálico, como reproductora en el mejor de los casos. La
matriz con la cual se confunde, en un imaginario siempre mudo, todo el sexo de la
mujer”1
Freud, en Tótem y tabú, establece el asesinato del padre por parte de sus hijos
como momento fundacional de la cultura occidental. Es a partir del asesinato del padre,
que acaparaba para sí todos los bienes y privilegios –incluidas todas las mujeres- y todo
el poder, cuando los hijos llevan a cabo el primer acto de represión, que significará la
aparición de lo humano y la cultura: los hijos renuncian a su avidez para repartirse entre
ellos el poder que monopolizaba el padre, instaurándose la primera prohibición: la
prohibición del asesinato y del incesto. Sin embargo, insistamos en que dicha
emergencia del orden social, que pivota alrededor de la aparición de la primera
prohibición, se basa en un acto de represión causado por el remordimiento que supone
el haber asesinado al padre. Así, la ley del padre es la que sigue en realidad vigente,
operando en forma de deseo, de pulsión, subterránea e inconsciente. De esta manera
podría concluirse que toda nuestra cultura consistiría en la forma que adquiere por
justicia y barbarie. No olvidemos tampoco que la aparición de las Ménades, un grupo de mujeres
representadas desnudas y en el éxtasis de un delirio violento y sexual, eran la señal de la llegada de
Dioniso.
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Notar aquí que ambas palabras, en castellano, se formulan en femenino ¿(y en griego?).
sublimación de la ley paterna reprimida, y por lo tanto, ejerce de símbolo de dicha ley.
La cultura sería el síntoma que oculta y a la vez revela la pulsión, basada en el deseo de
dominación y apropiación de todos los bienes y todas las mujeres para sí. La cultura no
sería sino la estrategia de ocultamiento a través de la cual se satisfacen los deseos
inconscientes de los hombres. Es el padre muerto quien sigue reinando
subrepticiamente.
Sin embargo, Luce Irigaray señala la incompletud del relato de Freud, que olvida
que, para que se haya erigido la ley del padre, es preciso que la madre ya esté muerta.
No obstante, veamos que parricidio y matricidio guardan una diferencia fundamental, y
es que la voz de la madre en ningún momento trascendió en ley, ni de forma explícita en
su relación con el padre –de ahí su tiranía-, ni de forma tácita tras su muerte. Es la
figura del padre la que trasciende en símbolo mientras la figura de la madre permanece
muda y sin símbolo, y por lo tanto sin historia. Ya que el texto del inconsciente
comienza a escribirse filogenéticamente tras el asesinato físico del padre, y
ontogénicamente tras su asesinato simbólico -la fase edípica-, es sólo el universo
parental el que deviene simbólico, por lo que es el único que ejerce influencia en lo
lingüístico y, en tanto que puede ser contado, el único que deviene histórico. Del otro
lado, todo el universo maternal cae del lado de lo pretextual, lo arqueológico, lo
prehistórico: es misterio.
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Bibliografía
- Luce Irigaray, El cuerpo a cuerpo con la madre. El otro género de la naturaleza. Otro
modo de sentir, Barcelona, La Sal, 1985.