Dreamworld and Catastrophe. The passing of Mass Utopia in East and West
Las masas
Presencia física o material de la comunicación y organización de masas: una imagen, una voz,
vestimenta, objetos “cargados”, camas ocupadas por la persona en la cual la energía física de la
masa está investida.
La palabra escrita, en cambio, es incorpórea. La materialidad del texto actúa como una
pantalla, impidiendo que se vean los atributos del autor -género, edad, etnicidad, atractivo-.
Como consecuencia, un cierto tipo de carga masiva no es posible. Y si bien hubo escritores
best-sellers y líderes políticos populares, no hubo héroes como las estrellas de cine.
La voz como medio de organizar a las masas demandó nuevas tecnologías. Megáfonos
maginficaron el sonido dirigiendo su foco. Pero aún así necesitaba de la presencia visual de
quien hablaba para alcanzar del todo a las audiencias masivas. Los escenarios para los oradores
reconocieron este hecho, y fueron un diseño común de artistas revolucionarios en los primeros
años del régimen bolchevique, aún después de que los sistemas eléctricos de amplificación
incrementaran el rango del audio.
Las torres de radio, trabajando desde principios totalmente diferentes al megáfono o
amplificadores eléctricos, ocasionalmente se hicieron eco de ellos. La radio producía el “oído
universal”, los “diarios sin papel”, según Lenin, “sin fronteras”. Aún cuando los discursos de
Lenin fueron reproducidos en discos para gramófono de distribución masiva, era su voz viva, el
evento de historia-en-proceso de su discurso en tiempo presente, lo que implicaba un carisma
político. Cuando su voz se transformó en oleadas eléctricas transmitidas a través de un campo
cableado más que del aire abierto, la extensión del sentido aurático se volvió ilimitada, tal como
lo hizo el sentido visual a través de la reproducción fotográfica. La sociedad de masas fue
sinónimo de una infinidad de percepción sensorial, adquirida a través de prótesis tecnológicas
agragada al aparato sensorio del ser humano.
Los flujos de electricidad sobre los cuales la radio soviética viajó fue desarrollada como una
infraestructura centralizada. En 1920, el plan para la electrificación del país fue revelado en
un “show elaborado” a “escuchadores encantados” en un congreso de expertos que trataban de
considerar la cuestión. El proyecto hacía énfasis en la energía hidroeléctrica, con inversiones a
gran escala de tecnología extranjera. Dada una preconcepción de lo que constituía progreso
-en un país donde el 70% de la energía que se usaba era vegetal- no se podían considerar
mejores opciones tecnologías adecuadas. No había dudas sobre el sueño mismo del progreso
(occidental, industrial), sino en todo caso sobre la capacidad para lograrlo.
La electrificación fue un programa político a la vez que un programa tecnológico, metáfora de
la superación del atraso campesino: “GOELRO -la comisión estatal de electrificación- prometió
que la electrificación aceleraría la reconstrucción económica mientras que simultaneamente
transformaría al país; dejaría de ser el primo pobre de Europa occidental y se convertiría en una
sociedad moderna y culturizada, saturada con luz eléctrica y radios. El kilowatt-hour fue
propuesto como un índice de cultura y progreso.
No sólo los receptores de radio sino que las casas de cine requerían electriciadad, y el cine fue
central en la construcción de una sociedad de masas. Allí donde la voz radial permitía a las
masas identificarse con los líderes políticos, el cine, viajando de pueblo en pueblo para
encontrar audiencias, representó la imagen móvil de las masas que permitieron a las audiencias
reconocerse a ellas mismas. Tal efecto de espejo puede ser importante al transformar la multitud
accidental (la masa en sí) en la multidud autoconsciente e intencionada (la masa para sí). Pero
las tecnologías que mantuvieron el espejo frente a las masas también las podían enceguecer, si
su propia imagen oscurecía el poder manipulador detrás de la escena.
Se pueden considerar muchas diferencias entre las varias formas de observar/observarse de las
masas: el carnaval, el espectáculo, el cine. Los momentos teatrales del carnaval, indiferentes a
las tecnologías de mediación, eran espontáneas, y la división entre los actores y la audiencia es
fluida. Los roles cambian constantemente mientras los individuos son arrastrados en los ritmos,
sonidos e imágenes fragmentarias de la multitud. Las identidades sociales son transformadas
detrás de las máscaras y trajes del carnaval. La parodia social y la imitación del poder son
permitidas por la lógica cómica del carnaval, que causa emociones antisociales para perder su
poder conspirativo.
Lenin escribió en 1905 que las revoluciones son los festivales de los oprimidos. Pero la
violencia revolucionaria los separa definitivamente de la obra teatral. Allí donde el carnaval es
un ritual repetitivo, la revolución es un evento único destinado a cambiar para siempre los
arreglos de la vida social. Las revoluciones no consideran el universo limitado y paródico del
carnaval, lanzando fuera de las constricciones espaciales y temporales que están destinadas a
contener el descontento social (Bajtin- LeRoy Ladurie). Las acciones revolucionarias están
llenas de significados simbólicos y sus íconos producen una poderosa cultura visual. Pero no
tienen sentido del espectáculo porque su audiencia inmediata es el propio enemigo que se trata
de aniquiar. Sólo más tarde, con los eventos conmemorativos de la revolución, aparece la
dimensión de la espectacularidad. En lugar de armas de fuego hay fuegos artificiales, en lugar
del secreto hay representación. Si las revoluciones rompen con el pasado, su celebración vuelve
a él para dramatizarlo con efectos teatrales.
Se instalaron reflectores en los techos de los edificios bordeando la plaza. Desde la torre de
comando se enviaba información telefónica, a través de un sistema de comunicación codificado
para referir las distintas acciones.
Cuando el misil de señal salío desde la plaza y explotó en el cielo, los espectadores y los
participantes fueron testigos de una de las vistas más ambrosas de las que podían imaginar, una
vista que reventó los estrechos confines del escenario tradicional y ascendió sobre aquellos
terrícolas en blanco, mezclando descaradamente la realidad reciente con una vívida, audaz
interpretación teatralizada de esa realidad en una escala hasta ahora inimaginada. Derzhavin,
1925.
Con el cine en mente, los directores de teatro callejero La Toma del Palacio de Invierno de
los años ´20 trataron al palacio como un actor gigante, produciendo ingeniosamente de su
forma arquitectónica el efecto rítmico del montaje.
La idea era presentar la escena como tomas secuenciales en los cuadros de las ventanas del
palacio. Se verían las siluetas en cada una de las ventanas, representando diferentes momentos
de la batalla interna.
El siguiente paso para los directores de esta producción en masa, fue reemplazar la forma
tradicional del teatro callejero con el cine. La revolución como espectáculo fue sustituida por la
realidad virtual de la revolución filmada. Eisenstein fue el gran director de la masa y el gran
controlador de sus ritmos a través del montaje, mostrando la masa como el protagonista heroico
de los eventos históricos.
Se ha argumentado que la masa como fenómeno visual coherente sólo puede habitar el espacio
simulado e indefinido de la pantalla cinematográfica. El cine crea un espacio imaginado donde
sólo existe el cuerpo de la masa. Ninguna realidad puede equiparar la intensidad de la masa
mostrada en el cine, escribe Valerii Podoroga. Él describe las imágenes fílmicas la masa del
pueblo hechas por Eisenstein como una forma compuesta, un “ser protoplasmático en el proceso
de formación de su ser”, un “flujo de violencia” que llena la pantalla con close-ups de caras
superadas por el shock, llevando el semblante al límite de su expresividad. Aún más que en los
newsreels de la guerra civil (18-21), los films de Eisenstein, Huelga (1924), Potemkin (1926),
Octubre (1927) dio una experiencia de la masa que se convirtió en el punto de referencia para
los futuros significados. En un tiempo en que los directores occidentales estaban filmando a la
multitud como una “imagen negativa”, Eisenstein glorificó la masa como una fuerza orgánica.
En 1927, Walter Benjamin (hacia quien Podoroga está en deuda), describe a la “masa” de
Eisenstein como arquitectónica en carácter: “ningún otro medio pudo transmitir esta
colectivididad turbulenta”.
Las siguientes generaciones de soviéticos, al recordar Octubre, tendrán las imágenes de
Eisenstein en su cabeza. Las características particulares de su pantalla como un órgano
cognitivo habilitó audiencias para ver material no sólo del nuevo protagonista colectivo, sino
también de otras entidades ideales: la unidad del pueblo revolucionario, la idea de solidaridad
internacional, la idea de la misma URSS. Aún más, es dudoso que la experiencia soviética
hubiera sido posible sin cine, y Lenin resultó ser más acertado de lo que pudo haber
anticipado cuando dijo que el cine, entre todas las artes, era la mas importante “para
ellos”.
La identidad colectiva soviética, como la masa revolucionaria, fue un fenómeno que necesitó
del mundo del cine para ser percibida.
Un sexto del mundo (1926) de Vertov sintetizó los viejos newsreels y el nuevo material, y fue
comisionado por la Agencia de Comercio del Gobierno para circulación internacional, pero su
impacto fue más grande en la URSS, donde dio un sentido simulado de inmanencia a la idea de
“socialismo en un sólo país”, introduciendo al público agradecido una miríada de tipos étnicos
como el nuevo “nosotros” soviético.
La Unión Soviética como un simulacro! Pero no estaba sola. Precisamente en el mismo
momento, los EEUU, repleta de inmigrantes nuevos, estaba promoviendo una ideología de la
mezcla que se recostaba en el cine silente como no podía hacerlo con ninguna otra institución
cultural. Iglesias, teatros, escuelas, rituales de vacaciones, organizaciones políticas, todas ellas
corporizaban tradiciones lingüísticas y étnicas específicas que trabajaban para ese objetivo. En
contraste, las películas de Hollywood que dejaban afuera al pasado se convertían en una fuerza
de asimilación de masas. En la película de John Ford The Iron House (1925) la construcción de
la línea ferroviaria transcontinental simbolizó la unidad nacional entre los trabajadores polacos,
chinos e italianos, que “dejaron de lado los conflictos laborales”. No sólo el cine, sino la
cultura de masas tuvo en general un significado positivo tanto en los EEUU como en la
URSS, que faltó en los imaginarios étnicamente construidos de las naciones de Europa
occidental, donde las “masas”, un fenónomeno visual, y la “cultura”, un fenómeno
literario, tendieron a ser vistos como extremos antitéticos. Para la URSS, era ser parte de
la misma lucha histórica que creó la unidad de las masas. Para los EEUU, era formar
parte del mismo espacio territorio. Para los dos, con técnicas crecientemente realistas, la
prótesis cinemática configuró identidades políticas.
Hollywood creó una nueva figura de las masas, el compuesto individual de la “estrella”. Puede
argumentarse que, como la masa protoplasmática de Eisenstein, este nuevo ser pudo existir sólo
en el super-espacio de la pantalla de cine. La estrella, la quintaescencia de lo femenino, fue una
corporeidad sublime y estimulada. Los close-ups de su cuerpo -boca, ojos, piernas, escote-
llenaron la pantalla en monstruosas proporciones. Ella era un espectáculo estético asombroso,
como un ícono religioso gigante, rodeada del simbólico abarrotamiento de los objetos de
consumo conspicuo.
La star hollywoodense, con un nombre no étnico, cirujía rinoplástica y de ortodoncia, llena su
función de masa obliterando las irregularidades idiosincráticas del cuerpo natural. La “star” fue
un producto de consumo masivo cuyas imágenes multiplicadas garantizaron la reproducción
infinita de su nombre. Mientras más hondo penetraba la cámara, más le daba una mirada
universal, cuyos rasgos (como los de Eisenstein de la multitud) se volvieron superficie, líneas
ornamentales y contornos en la pantalla.
Obviamente, una verdadera estrella tenía que tener un aspecto “particular” e “identificable”.
Pero esto era opuesto a la cualidad accidentalmente luminiscente de la cara natural. Era una
imagen estandarizada, un cliché que, como un logo de publicidad, era instantáneamente
identificable. Esta marca de “presencia” no se refería a la persona individual. Más bien, el
cuerpo de la estrella era una señal, y su significado era la sexualidad y el erotismo. Si la pantalla
soviétca proveyó una experiencia prostética (?) de poder colectivo, la pantalla de Hollywood
proveyó una experiencia prostética de deseo colectivo.
EEUU y URSS. Deseo y poder.
Realidades virtuales duplicadas como fantasmagorías materiales que podían ser experimentadas.
Esto dio un carácter onírico específico a la producción industrial, en el caso de la URSS, y al
consumo de mercancías en el caso de los EEUU. Fue cuando la existencia fue justo como en las
películas, justo como los avisos o imágenes propagandística, que uno se sentía realmente vivo.
Estética de la superficie
En artículos escritos entre 1926 y 1926, Malevich critica a los cineastas rusos por abandonar el
objetivo artístico revolucionarios de dejar la representación detrás. “Las imágenes triunfan en la
pantalla”, escribió burlonamente sobre lo que veía como tendencia incluso entre los directores
de vanguardia consistente en tratar las tomas cinematográficas como pinturas al óleo, fotos de
algo. La superficie cinematográfica, argumentaba, debía ella misma ser el contenido del cine. Su
incursión en la realización de cine con Hans Richter en 1927 puso esta teoría en la práctica.
Formas negras se movían en un fondo blanco, sugiriendo nada más que la versión fílmica de sus
propias pinturas suprematistas. En 1929, cuando Malevich tenía hecho su sorprendendte retorno
a la pintura representacional, Dziga Vertov produjo Man with a Movie Camera, una hazaña de
técnica cinematográfica. Esta película celebraba el proceso productivo del cine como una
experimentación epistemológica, en modos que todavía tienen poder de desafiar las
convenciones cognitivas de nuestro tiempo. El film demuestra el rango completo de posilidades
técnicas de la cámara, que juega ella misma un rol protagónico, permitiendo a la audiencia
aprender acerca de la realización de cine desde la posición de experto del cameraman. En
contraste, el interés de Malevich en una estética abstracta de la superficie lo conecta,
seguramente a pesar de sus intentos, a una tradición de films y fotografías muy diferentes que
tratan a la masa como un patrón geométrico de la superficie.
Aunque se dejase poco para el azar en la filmación de las películas de Eisenstein, los flujos
amorfos de la era silente del cine dieron la impresión de espontaneidad, aún cuando fueran
cuidadosamente ensayados. Pero en los ´30, cuando las películas sonoras usaron musica para
proveer una organización rítmica, las masas danzaron en la superficie de la pantalla con un
diseño animado y formal. Esta coreografía de las masas como “ornamento”, para usar la feliz
frase de Siegfried Kracauer, se originó en el occidente capitalista, dondehabía una práctica
standard en los escenarios del vaudeville. Kracauer creía que el ordenamiento preciso,
movimientos repetitivos de la línea del coro, podía ser decifrado como una imagen de la época:
su performance era una replicación mimética de la línea de montaje. Las piernas de las chicas
del vaudeville correspondían a las manos de los trabajadores en el proceso taylorista de
producción.
El ornamento de la masa era políticamente promiscuo, no teniendo un partido claro. En 1933, E.
Jünger escribió la introducción a un libro de fotografías en el cual los patrones de las calles de la
ciudad y surcos de arado forman una superficie ornamental de líneas en orden que es el sello de
la tecnología instrumental. Ese mismo año, el número musical de Busby Berkeley The Gold
Diggers (1933) usó la misma estética abstracta, compuso este tiempo del cuerpo humano para
dar un soporte visual a un evento político real. (...)
En 1936, Leni Riefenstahl capturó, en su visualmente poderoso pseudo-documental Triunfo de
la Voluntad, la estética de la superficie de la reunión masiva de los nazis en Nuremberg,
escenificado por el Führer como un evento mediático. Pero ese año también vió el lanzamiento
de The Circus de Grigorii Alksandov, el enormemente popular musical soviético que usó un
número de masa ornamental en el climax de la historia de un performer americano de circo,
Marion Dixon, quien, perseguida en su país porque tuvo un hijo interracial, corre para unirse al
circo ruso. Aquí, entre la audiencia multiétnica, ella encuentra aceptación para el bebé y para
ella. Es claro que Aleksandrov, como la mayoría de los directores de cine soviéticos de la
década del ´30, tenía en mente el trabajo de Busby Berkeley. E inclusive el tableaux vivant de la
massa como ornamento tiene como precursor un poster bolchevique específico. Había sido
guionado en los más tempranos espectáculos de la Revolución de Octubre.
El cine nació mudo. Su primer lenguaje fue gestual. La propagación del cine mudo se recostó en
apropiaciones miméticas, y estas ocurrieron marcadamente fácil más allá de los límites
nacionales. La gente que hacía cine compartía una pasión. La gente que veía películas
compartían una experiencia -incluyendo directores que aprendieron internacionalmente unos de
otros, produciendo lo que Miriam Hansen llamó la primera lengua global de la experiencia
moderna.
El mundo del cine fue un espacio real al tiempo que un espacio virtual. Los films podían ser
enviados al exterior, podían ser detenidos en las fronteras, pero su lenguaje gestual desafió las
barreras de la palabra hablada. Los films americanos empezaron a dominar las pantallas rusas,
incluso antes de la Revolución, una corriente que continuó durante la NEP. El pionero del film
soviético Lev Kuleshov admitió estar infectado con “americanitis”, y no era el único. Hansen
describe el creciente acento americano en el film soviético de los años ´20: rango de corte más
veloz, encuadre más cercano, el quiebre del espacio narrado. Hiperbólicamente hablando, uno
podría decir que el cine ruso se volvió cine soviético a través de un proceso de
americanización.
“Americanitis” entre los cineastas no estaba limitada a la técnica. Bajo la influencia de
Hollywood, los films soviéticos viraron de “arte” y se esforzaron por convertirse en populares.
Iakov Protazanov retornó de años de emigración en Occidente para producir la Aelita (1924) de
Aleksei Tolstoi, una fantasía de ciencia ficción que combinaba sensibilidades cinemáticas
occidentales con diseños de vestuario suprematistas. Cuenta la historia de una expedición
soviética al espacio que incita a la revolución contra los tiranos en marte y vuelve a la tierra en
un chapuzón en el lago Michigan, completado por un interés de amor entre la princesa Marciana
(Aelita) y un ingeniero soviético (quien ha estado soñando con la fantasía todo el tiempo).