La Verna, 20 de Octubre del 2002 Fr. José Rodríguez Carballo, ofm SGFE
Queridos hermanos, queridos peregrinos, en nombre del Estigmatizado de la Verna os saludo
fraternalmente: “!El Señor os dé su Paz!” El Señor, en su generosidad, nos ha nutrido con el pan de su Palabra (Cf. Is 45, 1.4-6; Sal 95; 1Ts 1, 1-5; Mt 22, 15-21) y nosotros, acogiéndola con fe, queremos convertirla en luz para nuestros pasos, guía en nuestro camino. La Palabra apenas proclamada y escuchada nos invita, en primer lugar, a considerar nuestra vocación. Porque “amados por Dios”, hemos sido también “elegidos por El”, “llamados por nuestro nombre”. “Amados por Dios”. “Llamados por nuestros nombres” Cada uno de nosotros tiene una historia personal, con sus sombras y luces. Como los apóstoles, entre nosotros, seguramente los hay como Pedro, que tiene un ánimo generoso (Cf. Mt 14, 29.31), pero en el momento del peligro o de la decisión, su corazón se evacila y se echa atrás (cf. Mt 14, 30; Mc 14, 66-72). Como Tomás, entre nosotros también hay, hay, sin duda, testarudos, capaces de permanecer en su propia idea a pesar del testimonio de fe de todos los demás (cf. Jn 20, 24-25). Como Mateo, quizás también se encuentre entre nosotros aquellos que son considerados por los demás como excluidos, pero que por la gracia del Señor, se hacen como Mateo, es decir: “don de Dios”. Habrá también Nicodemos, personas importantes que aceptan el mensaje de Jesús, pero que no tienen el coraje de testimoniarlo públicamente (Cf. Jn 3,1). Habrá también Santiagos y Juanes, personas dispuestas a sufrir con Jesús (cf. Mc 10,38) pero que son también violentos, hasta el punto de ser llamados por Jesús “hijos del trueno” (Mc 3,17). Habrá, en fin, aquellos que como Juana y Susana siguen generosamente a Jesús y lo sirven en los pobres, dándoles sus propios bienes. Cada uno de nosotros tiene su historia, pero ¿qué importa? No somos números, sino personas con un rostro bien concreto. Por otra parte, la Palabra de Dios nos dice que cualquiera que sea nuestra historia el Señor nos ama, y nos elige y nos llama. Y su llamada se ha hecho sentir quizás hace mucho tiempo, pero hoy, en La Verna, contemplando este milagro del amor de Dios que es Francisco de Asís, esta llamada se renueva y de nuevo el Señor nos dice: “Ven y sígueme”. Y ante esta llamada, ¿Cuál será nuestra respuesta? Independientemente de la situación concreta en la que nos encontramos –en esta Eucaristía participamos religiosos y religiosas, sacerdotes, casados y solteros, jóvenes, adultos y ancianos- el Señor nos invita a dar una respuesta de adhesión de amor total a Él. Este amor se manifestará, como nos recordaba la segunda lectura, en un empeño constante en la fe, en un generoso compromiso en la caridad y en una constante esperanza en Él. Él, el único Señor, lo exige todo: “amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt. 6.4). Él tiene derecho a pedirnos todo porque es el único Señor: “yo soy el Señor y no hay ningún otro – hemos escuchado en la primera lectura-; no hay otro Dios fuera de mi”. Él tiene derecho a pedirnos todo, porque ante todo se entregado a ti. “Dad a Dios lo que es de Dios”, nos ha dicho en esta mañana a todos nosotros, es decir, da a Dios tu corazón, da a Dios tu vida, da a Dios tu existencia. Queridos hermanos y hermanas ante tal llamada ¿cuál será nuestra respuesta?. Permitidme que os cuente una historia: en una novela de Niko Kazantzakis, el pobre de Asís, publicado en los años setenta, se lee que un día fray León, el fiel “secretario del Poverello”, siempre atento a cuanto sucedía en la vida del padre y hermano Francisco, a pocos metros de esta Basílica, lo oye llorar y aunque con dificultad, es capaz de oír aquellas conocidas palabras del estigmatizado de La Verna: “el Amor no es amado, el Amor no es amado”. Con gran respeto, como quien entra en el santuario de la más profunda intimidad de un hombre de Dios, León pregunta: “?Por qué lloras fray Francisco?” Francisco no responde, tan sólo continúa diciendo : “el Amor no es amado, el Amor no es amado”... León, quizás para consolarlo, pero seguramente convencido de lo que decía, interrumpe el llanto de Francisco y le dice: “pero Francisco, ¿no te parece que ya has hecho bastante por Jesús, dejando a tu padre y a tu madre, a tus amigos y un futuro de gloria?. Y Francisco responde: “no, no es bastante”. “Pero Francisco –continúa diciendo León- ¿no te parece haber hecho bastante quitándote la ropa delante de todos, pidiendo limosna por las calles de tu ciudad, abrazando a un leproso..., hasta el punto de pasar por loco ante los tuyos?”. “No, no es bastante” –responde todavía Francisco-. Por tercera vez, León insiste: “Francisco, ¿no te parece suficiente sufrir como está sufriendo a causa de los estigmas, de la rebeldía de los ministros, de la enfermedad de los ojos?”. Y todavía una vez más Francisco, esta vez, con voz fuerte, grita: “No, no es bastante, no es bastante, no es bastante”. Y concluye: “escribe y recuerda en tu corazón, fray León, Dios es el nunca bastante”. Francisco aquí nos ofrece, sin duda, una definición de Dios que no encontramos en Las Escrituras, pero que responde perfectamente al dato revelado. Dios que se ha entregado totalmente a nosotros en la persona de su Hijo, espera de nosotros una respuesta tan generosa que tenga como medida la sin-medida de su amor. “Amando a los suyos, los amó hasta el final” se dice de Jesús. En este amor “hasta el final”, es decir, total, conocemos el amor de Dios hacia nosotros que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte para que nosotros tuviésemos vida y la tuviésemos en abundancia. Queridos hermanos y hermanas: Francisco, que sentía en su carne los dolores de la pasión del Hijo, es decir, la manifestación sublime de su amor por nosotros, no podía sino gritar: “El Amor no es amado”. Y aún, “Dios es el nunca bastante”. Aunque para él Dios era “el bien, sumo bien, el amor, la sabiduría, la belleza, la seguridad, la paz, el gozo y la alegría, toda su riqueza....”, como escribió justamente aquí en La Verna; aunque si por Él Francisco había hecho tantas cosas buenas, ante la contemplación del amor de Dios, el “Poverello” no podía hacer otra cosa que gritar: “El Amor no es amado”. Es el grito de un enamorado a quien parece siempre poco – y en este caso es cierto- lo que hace por el Amor. Queridos hermanos y hermanas: ¿Quién es Dios para mi? ¿Cómo respondo a su amor? Quizás pienso que ya he hecho bastante por Dios, por Jesús, habiendo dejado lo que cada uno de nosotros ha dejado. Como Pedro quizás pienso que merezco un premio porque he dejado “un par de redes”, quizás rotas. Si este es nuestro pensamiento, Francisco no dice, también a nosotros, como a fray León: “escribe y recuerda en tu corazón, fray N., Dios es el nunca bastante”. Dios no se contenta con una parte de nuestra vida. Dios quiere todo nuestro ser, quiere nuestro corazón. Y en este contexto Francisco nos pide: “Nada nos separe, nada se interponga (Rnb 23,10) al primer y fundamental empeño del fraile menor: “tener el Espíritu del Señor y su santa operación” (Rb 10, 8), tener “ el corazón vuelto a Dios” (Rn 22, 19.25).