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FORMACIÓN CONTINUA

TEMA 2 .- LOS SUEÑOS DE LA VIDA RELILGIOSA

I.- Realidad: Todos los fundadores han sido grandes soñadores. Han
sabido intuir a través de la historia lo que a simple vista era invisible, han
sabido dar vida a proyectos que parecían irrealizables, han sabido creer que
lo imposible para el hombre sí es posible para Dios. A muchos de ellos, por
eso, se les ha tomado por ilusos y visionarios.
Hoy han disminuido las visiones y parece como si no hubiese profetas
entre nosotros. O tal vez ya no creemos tanto en nuestros sueños. Nos
contentamos simplemente con administrar lo que existe. Y, sin embargo, la
vocación ¿no es acaso el sueño del Creador respecto a su criatura?
Así, una vida consagrada con ganas y valentía para soñar posee gran
fuerza de convocatoria, ejerce una notable fascinación y hace mella en el
corazón de los jóvenes y, a la vez, es capaz de descifrar el sueño del Eterno.

II.- Mira al cielo, cuenta las estrellas:


“En aquellos días, Abrahám recibió en visión la palabra del Señor: ‘No
temas, Abrahám; yo soy tu escudo y tu paga será abundante’. Abrahám
contestó: ‘Señor, ¿de qué me sirven tus dones si me voy sin hijos y Eliezer
de Damasco será el amo de mi casa?… El Señor le respondió: ‘No te
heredará ese, sino uno salido de tus entrañas’. Y el Señor lo sacó fuera y le
dijo: ‘mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes’. Y añadió: ‘Así será tu
descendencia’. Abrahám creyó al Señor y se le contó en su haber”. (Gn 15,1-
6)
Llega un momento que a Abrahám se le va agotando la esperanza y
comienza a dudar de ese Dios que le ha prometido muchas cosas. Él que se
había visto agraciado con muchas cosas materiales y espirituales, mira ahora
su propio futuro y se da cuenta de su esterilidad en una edad avanzada. No
sabe encontrar perspectivas nuevas en el ámbito cerrado de sus
experiencias, que tienden a recluirse en el propio pasado y en lo adquirido
hasta el presente. Abrahám corre el riesgo del ahogo propio del que confía
en sus propios cálculos y no sabe hacer espacio a nuevos criterios, a la
novedad. No es capaz de ver soluciones dentro de las coordenadas de los
bienes materiales que posee por más que sean parte de la más grande
bendición de Dios.
Así nos ocurre as nosotros cuando miramos con nostalgia un pasado
que ya no existe, cuando recordamos el entusiasmo de los días de la llamada,
o los tiempos de las “vacas gordas”. O cuando no somos capaces de creer en
la utopía de la fe y de la propia llamada de Dios.

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Abrahám es sacado fuera por Aquel que le habla; no puede ni
debe permanecer dentro de su tienda, de sus preocupaciones y sus
previsiones roñosas, con el miedo de quien sólo cuenta con sus propias
fuerzas. La imagen de este hombre de 85 años, que en una noche de
desierto, tiene el valor de alzar la vista para contemplar el cielo, es una
imagen que merece ser gustada en todo el espesor de su silencio, de estupor
y maravilla. Es la imagen de la sorpresa infantil o del amor de los
enamorados que miran al cielo soñando el propio futuro de vida en común.
Pero también es la imagen del que tiene un corazón capaz de mirar a lo alto
en contraposición del que permanece con el corazón duro.
Esto nos impacta pues estamos encogidos y cabizbajos, con la mirada
demasiado dirigida hacia el suelo sin recordar el proyecto maravilloso que
Dios sigue teniendo sobre nuestras vidas. Sabemos que Dios vive, pero
creemos que está ocupado en un proyecto menos ambicioso. Se trata de
hacer más inocuo, o más a la medida del hombre, el designio redentor divino,
banalizándolo poco a poco, quitando a la fe cristiana toda o casi toda la
fuerza de choque y limando sus dimensiones transcendentes. Se llega así a
un empobrecimiento del modelo de hombre que está en el centro del
proyecto divino, quitándole, por ejemplo, la dimensión vocacional, el sueño de
Dios sobre cada ser humano.
A veces somos personas consagradas que no sabemos levantar la
vista, que nunca hemos visto las estrellas o que jamás hemos aprendido a
contarlas. No hemos comprendido aún que el universo con su gran cantidad
de estrellas es símbolo del carácter popular y universal de la vocación
cristiana, un don dado a todos y llamada dirigida a cada uno, pues cada uno
es una estrella en el universo divino, en el que debe brillar ocupando su
propio puesto. Dios, en efecto, “cuenta el número de las estrellas y llama
a cada una por su nombre”. (Sal 146,4)
Hemos sustituido la utopía de la fe por las estadísticas, que, dicho
sea de paso, siempre nos dan como perdedores. Esto nos lleva a realismos
quejumbrosos y deprimentes, desconocedores de esa magnífica lección de la
historia que rompe con frecuencia nuestras previsiones. Por eso, es
necesario afrontar el problema vocacional (vocaciones y vivencia de las
vocaciones) con la mirada iluminada por la fe y examinar el mundo con ojos
que, a pesar de todo, se eleven a lo alto.

III.- Jesús y la muchedumbre:


Si Abrahám cuenta estrellas en el cielo, Jesús “Al levantar los ojos
vio una muchedumbre de gente que venía hacia él”. Mt 9,36: donde pide
rogar al dueño de la mies porque es mucha y los obreros poco; y Jn 6,5ss:
donde multiplica los panes en provecho de la muchedumbre hambrienta.

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En ambos casos se percibe cómo Jesús llama a la responsabilidad de sus
discípulos en cuanto a llevar el Reino a la muchedumbre. Hacerles partícipes
de la salvación que él trae.
La salvación es un don que salva en la medida en que, quien es
redimido, es llamado también a cargar sobre sus hombros la salvación de sus
hermanos. Don recibido que tiende a convertirse en bien donado. En el fondo
es el mismo modo de ser de Cristo, el Cordero que lleva sobre sí el pecado
del mundo, lo que ahora se trasmite al cristiano para que prolongue y
complete su misión redentora.

IV.- Pedro y las redes: el cumplimiento del sueño.


Pedro después de una noche de fracasos, decide obedecer al Señor y
echa sus redes al agua: Lc 5, 4-11. Pedro pasa del miedo fundado en su
experiencia personal a la certeza de que es el Señor quien le envía al mundo
a vivir si seguimiento y a llamar a otros a seguir a Cristo. Fundado en Su
palabra encuentra valor para embarcarse en esa aventura y, a partir de ella
concibe la estrategia adecuada. Pedro pasa también del cálculo a la entrega
de sí mismo.
Y así, vivir la consagración como una interpelación que llega a quien
está en nuestro entorno es el único modo de ser fieles a nosotros mismos y
a Dios, a la Iglesia y a la Orden. Si el llamado no se hace llamante quiere
decir que ha perdido el contacto con Aquel que le llama.

(N.B. Extractos de la ponencia de Amadeo Cencini en las Jornadas


Nacionales de Pastoral Juvenil Vocacional. Madrid 13 de Octubre de 2000)

V.- Para la reflexión:


 ¿ Vivo mi vida religiosa de una manera ilusionada, creyendo en la
fuerza de la llamada que recibí de Dios y que todavía resuena en
mis oídos? O, por el contrario, ¿casi nunca me acuerdo de esa
llamada y así vivo “tirando del carro” lo mejor que puedo?
 Me propongo leer en clave de “lectio divina” Gn 15, 1-6; Mt
9,36-37 y Lc 5,4-11 toma buena nota de lo vas viendo y
compártelo con alguien de la comunidad o con toda ella.

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