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GUÍA No.

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TERCERA SEMANA (I)


«CÓMO CRISTO NUESTRO SEÑOR FUE DESDE BETANIA
PARA JERUSALÉN A LA ÚLTIMA CENA»

REFLEXIONES PREVIAS

El itinerario de los Ejercicios, que durante la segunda Semana nos ha conducido en


el seguimiento de Jesús de Nazaret, nos señala ahora la ruta de Betania a Jerusalén para
caminar con el Señor que va a la pasión y «sentir en mí el poder de su resurrección y la
solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10).

San Ignacio desdobla la unidad del Misterio Pascual y considera separadamente su


momento doloroso y su momento glorioso. Quiere que hagamos la experiencia espiritual de
cada uno por aparte, para buscar luego una síntesis. Dividir tan claramente la pasión y la
resurrección era un arreglo muy conforme con la devoción y costumbre medieval. San
Ignacio le da un contenido ascético a esta separación, para el fin que se pretende. La
tradición mira más bien el momento de la cruz como la plena manifestación de la gloria de
Dios. Los Evangelios juntan pasión y gloria. San Marcos no permite confesar públicamente
a Jesús como Mesías con ocasión de los milagros; es peligroso un malentendido. El único
sitio donde proclama abiertamente -en la voz del capitán romano que estaba frente a Jesús-:
«verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39), es sobre el Gólgota.

Entramos a contemplar la pasión como la más clara manifestación y celebración del


amor de Dios. Acompañando a Jesús en su camino a la cruz, la tercera manera de
humildad irá adquiriendo contornos cada vez más reales para nosotros.

La estructura de la oración no cambia y sobre esto no hay nada que añadir:


presencia de Dios, oración preparatoria, traer la historia, composición viendo el lugar,
demandar lo que quiero, contemplar (ver, oír, mirar, reflectir) y coloquio.
Pero San Ignacio destaca aquí tres puntos para enfocar todas las contemplaciones
de la tercera Semana:
1) «Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad o quiere
padecer» (EE 195). Esta consideración pretende que nuestra atención se centre en la
humanidad de Jesús, que sufre como un ser humano, como un hombre en la flor de su vida,
traicionado, apresado, escarnecido, torturado, injustamente condenado y ejecutado. ¿Qué
pasa por la mente y el corazón de un hombre tratado de esta manera? ¿Decepción,
amargura, resentimiento, ira? ¿Qué pasa por el corazón de Jesús que ha escogido
libremente apurar este trago?
Sin debilitar el acento en la contemplación de los padecimientos de Jesús en su
humanidad, no se podría, sin embargo, considerar lo que sufre la persona del Señor y
permanecer insensibles ante el dolor de toda la humanidad, de los hermanos sufrientes de
Jesús en nuestro tiempo. A lo largo de estas contemplaciones de la pasión debemos
también pensar en los crucificados de hoy, que prolongan y completan en sus propios
cuerpos «lo que falta a los sufrimientos de Cristo a favor de su cuerpo, que es la Iglesia»
(Col 1, 24; cf 2 Co 1,5; 4, 10; Flp 3, 8-10).
2) «Considerar cómo la divinidad se esconde» (EE 196). Podría destruir a sus
enemigos y no lo hace: por el contrario, deja padecer crudelísimamente la sacratísima
humanidad.

3) «Considerar cómo todo esto padece por mis pecados» (EE 197). Una
consideración que nos hace experimentar profundamente con nuestra sensibilidad la
manifestación imponderable del amor personal de Jesús. «Por mí»: «el amor más grande
que uno puede tener es dar su vida por sus amigos» (Jn 15, 13); para que a la vez nos
preguntemos: «¿Qué debo yo hacer y padecer por él?».

El primer coloquio de la primera Semana de Ejercicios retorna ahora con un


peculiar acento: «imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un
coloquio: cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte
temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho
por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo» (EE 53). Aquí, entrando
en la tercera Semana, «el amor de Cristo se ha apoderado de nosotros…»( 2Co 5, 14) y
nuestra respuesta de amor agradecido no se satisface con hacer algo por él. Nos lleva a
con-doler, con-padecer, con-morir con Jesús.

Por eso al introducir esta Semana, el texto da una detallada insinuación sobre el
coloquio (EE 99), que conviene tener muy en cuenta: «es de advertir, como antes y en
parte está declarado (EE.54), que en los coloquios debemos de razonar y pedir según la
subyecta materia, es a saber, según que me hallo tentado o consolado, y según que deseo
haber una virtud o otra, según que quiero disponer de mí a una parte o a otra, según que
quiero dolerme o gozarme de la cosa que contemplo; finalmente pidiendo aquello que más
eficazmente cerca algunas cosas particulares deseo; y desta manera puede hacerse un
coloquio a Cristo nuestro Señor, o si la materia o la devoción le conmueve, puede hacer
tres coloquios, uno a la Madre, otro al Hijo, otro al Padre, por la misma forma que está
dicho en la segunda semana, en la meditación de los dos binarios (EE 156), con la nota
que se sigue a los binarios (EE 157)». La tercera Semana será, pues, una contemplación
muy coloquial, con un sabor anticipado de la contemplación para alcanzar amor.

Tratemos de crear un ambiente de pasión, teniendo muy en cuenta las notas del
texto de Ejercicios: «esforzándome... en entristecerme y dolerme de tanto dolor y de tanto
padecer de Cristo... induciendo a mí mismo a dolor y a pena y quebranto, trayendo en
memoria frecuente los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor que pasó desde
el punto que nació hasta el misterio de la pasión en que al presente me hallo» (EE 204-
207) .

FIN QUE SE PRETENDE


Entrar en comunión con Jesús en el don de la propia vida por los hermanos.
Pasamos de la imitación y seguimiento del Señor, misionero itinerante, profeta y
taumaturgo, que caracterizó la segunda Semana, a la comunión (com-pasión) con
quien ha venido «para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,
10). «El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la
conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo
esté, allí estará también el que me sirva. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará» (Jn
12, 25-26).

Ahora Jesús nos dice que no nos llama servidores sino amigos. Y nos invita a
seguirlo entrando en este tramo de su camino pascua1 como amigos que com-padecen con
el Amigo en su suprema muestra de amor al Padre y a los hombres.

Hay que evitar que la tercera Semana sea un “rápido final”, un tiempo dedicado
únicamente a confirmar las decisiones que hemos tomado en el tiempo precedente. Vamos a
vivir un período de intensa contemplación en el que la mirada se centra más totalmente en
la persona de Jesús: «lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su
resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte,
espero llegar a la resurrección de los muertos (Flp 3, 10-11).

Obviamente que si para este tiempo la elección se ha ido clarificando, deberá


hacerse más real ante la entrega martirial de Jesús. Nos sentiremos invitados al don
concreto de nuestra propia vida en la línea de lo que hemos venido sintiendo que el Señor
nos pide para ordenarla en su mayor servicio y alabanza y ayuda de los prójimos.

GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR

Que el Señor nos permita entrar en sus sentimientos mediante la gracia de


compadecer con el Amigo, tomando el papel de quien lo consuela mientras atraviesa
su pasión.
Pedir “tristeza” ante el naufragio de su vida, vergüenza porque sufre por mis
pecados, y penetración del misterio de su pasión continuada en sus hermanos hoy.
Demandar también gracia para contemplar «en la vida real rostros muy concretos en
los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos
cuestiona e interpela»1.

La pregunta sobre lo que «debo hacer y padecer por Cristo», reclama una respuesta
atenta al grito de los pobres hoy, al clamor de los hermanos más pequeños de Jesús en los
que él quiere ser encontrado y ayudado (cf Mt 25, 31-46: el juicio final).

1
Puebla, 31ss. Los rostros sufrientes de Cristo hoy.
TEXTO IGNACIANO
El texto coloca la contemplación de la Cena del Señor como una transición entre la
segunda y la tercera Semana. Jesús todavía no padece, «quiere padecer», y anticipa a sus
discípulos, con gestos y palabras, el sentido del sacrificio que consumará en la cruz..

Esta contemplación es uno de los pocos ejercicios que el texto desarrolla


ampliamente (como los misterios de la Encarnación, Nacimiento, agonía en el huerto,
aparición a María y Contemplación para alcanzar amor). Da una pauta para orar durante
toda la tercera Semana.
Tenemos dos presentaciones de la Cena. No se habla de Eucaristía, sino de cena:

1) La que está en el cuerpo de los Ejercicios (EE 190-198) encabezando la tercera


Semana, que es como un esquema para orientar toda la Pasión. La llamaremos CENA I;

2) La que aparece en la sección de los «misterios de la vida de Cristo nuestro


Señor» (EE 289), a la que nos referimos como CENA II.

Aunque estamos en el umbral de la pasión, la contemplación tiene todavía


elementos de segunda Semana. No se ve muy claro cómo buscar dolor, quebranto,
lágrimas y pena interna, al contemplar la comida pascual, el lavatorio de los pies y la
institución de la Eucaristía «en grandísima señal de su amor». Hay, con todo, un ambiente
de tensión y una nota de tristeza en el anuncio de la traición. San Ignacio subraya, modifica
o suprime algunas consideraciones de los textos evangélicos que usa, buscando lo que
particularmente se desea obtener de esta Semana, como observa el P. Kolvenbach en su
texto La Pasión según San Ignacio.
La Cena I: pertenecería más claramente a la tercera Semana, no sólo porque la
inicia, sino por el título, que tiene ya el carácter especial de “movimiento” que le
imprimirá San Ignacio al itinerario de toda la Semana: desde Betania para Jerusalén;
también por la petición, que es de dolor, y sobre todo por los puntos 4, 5 y 6.

La Cena II: conserva aún algunos elementos de transición entre la segunda y la


tercera Semana. El título es más de segunda Semana; en el contenido de los puntos Jesús
aparece todavía tomando la iniciativa en obras y en palabras, en contraste con la pasividad
que va a caracterizar el resto de la pasión como la propone San Ignacio.

Con todo, los elementos para contemplar que ofrece la Cena I son cabalmente
aplicables al contenido de la Cena II y se ve un acuerdo fundamental dentro de la
diferencia de las dos presentaciones. Ignacio, que usa el texto de Mateo y lo enriquece con
el de Juan al proponer el lavatorio de los pies, respeta las formas evangélicas; las
modificaciones que hace van en el sentido de acomodar la contemplación de la Cena II al
esquema general que ha indicado en la Cena I.

La Contemplación de la Cena II propone tres perícopas distintas, muy ricas, cada


una de las cuales daría para una oración, pues parece excesivo contemplar tres misterios
tan densos en un solo ejercicio de oración. Sin embargo, San Ignacio los junta para
reforzar el sentido total y expresar mejor la intensidad del momento que vive Jesús con sus
discípulos. Al unirlos, confiere una estructura dinámica, progresiva, a la comida que Jesús
celebra con sus amigos, cuya fuerza confluye hacia el tercer punto, donde aparece la
palabra amor, tan escasa en el texto de los Ejercicios: «instituyó el sacratísimo sacrificio
de la Eucaristía en grandísima señal de su amor». La escena va progresando hasta llegar a
su clímax.

1) Mientras cumplen con Jesús el rito de la historia, la comida pascual del cordero
y el memorial de la liberación, Jesús les advierte proféticamente la traición y la muerte que
se avecinan.

2) A continuación, en un gesto de humilde servicio, les lava los pies y los exhorta a
hacer lo mismo: «Yo os he dado ejemplo, para que hagáis como yo hice».

3) Finalmente, movido por el amor -hasta el extremo-, les deja el don de sí mismo
en la Eucaristía: «instituyó el sacratísimo sacrificio de la Eucaristía, en grandísima señal de
su amor». Alimento que los capacitará con su fuerza para cumplir el mandamiento del
amor-servicio y comulgar con Jesús en la entrega de la vida por los hermanos.
El tema central es esta comunión con Jesús y con la vida que se ofrece. El pecado
está también presente - en contraste con la comunión que se estrecha-, como separación de
Jesús, en la traición de Judas. La pasión que predice el primer punto y la Eucaristía que se
instituye en el tercero, se comprenden mejor junto a la humildad y el servicio propuesto en
el segundo punto, como síntesis, en la vida, de la pasión y la Eucaristía.
Disponemos de tres puntos: 1) Cena pascual, con predicción de la traición; 2) Lavatorio
de los pies, que prepara para comprender mejor de qué amor se trata; 3) Institución de la
Eucaristía, fuerza que capacita para comulgar con Jesús en el amor-servicio a los
hermanos.
En la Cena I, se propone además la consideración de que «les hizo un sermón,
después que fue Judas a vender a su Señor».

Para comprender mejor las dos presentaciones, podemos decir que la Cena I nos da
tres aspectos de un mismo misterio (personas, palabras, acciones), mientras que la Cena II
nos ofrece tres momentos distintos que tienen su dinámica interna y que hay que gustar por
separado antes de apreciar la dinámica unificada en el misterio global de la última cena.
Los puntos 4, 5 y 6 de la Cena I, tienen plena aplicación en la contemplación de la
Cena II: Jesús quiere padecer (4); se abaja, “se esconde”, en el lavatorio (5); por mis
pecados puedo identificarme con Judas, o con la incomprensión de Pedro (6).

Jesús advierte, exhorta, da un mandato, invita al servicio humilde y al don de sí


mediante una profecía, una parénesis (exhortación) y un sacramento.

Consideración sobre la fuente evangélica: San Ignacio utiliza los textos de Mateo
(26, 20-30) y Juan (13, 1-30). Corta la narración de Mateo para intercalar en medio la
escena del lavatorio y así favorecer el dinamismo de ese “crescendo” que culmina en la
asimilación afectiva del misterio total. De los cambios que introduce en los textos -omite,
arregla-, se puede inferir el sentido teológico y espiritual de esas mutaciones. Tenemos,
pues, tres textos: el de Mateo y el de Juan, que son las fuentes; y el de Ignacio, que diseña
una forma de contemplar la Pasión. La semejanza entre los tres está en que todos presentan
con la Cena una introducción a la Pasión; el sentido profundo de la escena es la comunión
con Cristo y con la vida que él ofrece. Consecuentemente, el pecado aparece como
separación de Jesús. La cena es el sacramento de la pasión, más marcadamente en Mateo e
Ignacio, más simbólicamente en Juan.
Las diferencias de Mateo y Juan con Ignacio consisten en que éste suprime las
menciones de resurrección y de gloria, gran número de predicciones o anticipaciones (de
su pasión, de las negaciones de Pedro, etc.); resalta el aspecto pasivo en la actitud de
Jesús y se refiere con preferencia a él, a quien durante la segunda Semana llama «Cristo
nuestro Señor», como Jesús, Jesús Galileo, el mansuelo Señor…

San Ignacio subraya una interpretación moral del lavatorio, como ejemplo de
humildad. Y no es difícil barruntar por qué. En toda la segunda Semana ha propuesto imitar
y seguir a Jesús pobre y humilde. Esa humillación se va a dar sobre todo en la pasión. Por
eso, cuando al entrar en ella Jesús invita a humillarse como él, sus palabras le vienen de
perlas a Ignacio para la dinámica que pretende. El ha presentado un camino de seguimiento
cifrado en la pobreza y humildad. Los grados de humildad son grados de amor, expresados
en desposesión y muerte a sí mismo. Jesús en la pasión es el amor que se despoja de su
rango y de su misma vida.

Suprime también de la contemplación algunos puntos que no son oportunos para lo


que se busca. Ya sabemos que él prefiere las acciones a las palabras y por eso, mientras en
los Evangelios abundan más las palabras, en el texto ignaciano se da un predominio de la
acción, para ayudar a asimilar los gestos ejemplares de Jesús. Ese es el resorte de la
estructura “vocacional” de los Ejercicios.

Es posible que al colocar el lavatorio en el lugar que tiene en la contemplación,


sacándolo de su contexto en Juan, pierda algo de la riqueza simbólica que el episodio
contiene en el cuarto evangelio. Sin embargo, es una lectura válida, como hemos dicho, ya
que forma parte de esa dinámica progresiva que le imprime Ignacio al ejercicio,
orientándolo a la eucaristía. Con todo, no está mal recordar el significado de este gesto en
la presentación de Juan y sugerimos una contemplación aparte del capítulo 13, 1-30, que
ofreceremos en la Guía siguiente.

FUENTES DE ORACION PARA LA SEMANA

Textos bíblicos

Ex 12, 1-14: institución de la Pascua


Ex 24, 1-11: ratificación de la Alianza
Salmos 113-118: Gran Hallel cantado en las fiestas, especialmente en la Pascua
Salmo 55: oración del calumniado (vv. 13-15: traición del amigo)
Mt 26, 17-19; Mc 14, 12-16; Lc 22, 7-13: preparativos de la cena
Lc 22, 14-38: la cena, institución de la Eucaristía, anuncio de la traición, ¿quién es el
mayor? Anuncio de la negación y arrepentimiento de Pedro
1 Co 11, 17-34: la «cena del Señor».
SUGERENCIAS PARA DISTRIBUIR LA SEMANA

1) Contemplación de la cena según el texto de Ejercicios (190-198 y 289)

2) Repetición: contemplación de la cena pascual: preparativos, entrada en la cena, comida


del cordero (cfr Lc 22, 1-38)

3) Repetición: contemplación del lavatorio de los pies

4) Repetición: contemplación de la institución de la Eucaristía

5) Lectura meditada de la conversación de despedida (Juan, capítulos 13 a 17)

6) Aplicación de sentidos sobre la cena (EE. 289).

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