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REFLEXIONES PREVIAS
3) «Considerar cómo todo esto padece por mis pecados» (EE 197). Una
consideración que nos hace experimentar profundamente con nuestra sensibilidad la
manifestación imponderable del amor personal de Jesús. «Por mí»: «el amor más grande
que uno puede tener es dar su vida por sus amigos» (Jn 15, 13); para que a la vez nos
preguntemos: «¿Qué debo yo hacer y padecer por él?».
Por eso al introducir esta Semana, el texto da una detallada insinuación sobre el
coloquio (EE 99), que conviene tener muy en cuenta: «es de advertir, como antes y en
parte está declarado (EE.54), que en los coloquios debemos de razonar y pedir según la
subyecta materia, es a saber, según que me hallo tentado o consolado, y según que deseo
haber una virtud o otra, según que quiero disponer de mí a una parte o a otra, según que
quiero dolerme o gozarme de la cosa que contemplo; finalmente pidiendo aquello que más
eficazmente cerca algunas cosas particulares deseo; y desta manera puede hacerse un
coloquio a Cristo nuestro Señor, o si la materia o la devoción le conmueve, puede hacer
tres coloquios, uno a la Madre, otro al Hijo, otro al Padre, por la misma forma que está
dicho en la segunda semana, en la meditación de los dos binarios (EE 156), con la nota
que se sigue a los binarios (EE 157)». La tercera Semana será, pues, una contemplación
muy coloquial, con un sabor anticipado de la contemplación para alcanzar amor.
Tratemos de crear un ambiente de pasión, teniendo muy en cuenta las notas del
texto de Ejercicios: «esforzándome... en entristecerme y dolerme de tanto dolor y de tanto
padecer de Cristo... induciendo a mí mismo a dolor y a pena y quebranto, trayendo en
memoria frecuente los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor que pasó desde
el punto que nació hasta el misterio de la pasión en que al presente me hallo» (EE 204-
207) .
Ahora Jesús nos dice que no nos llama servidores sino amigos. Y nos invita a
seguirlo entrando en este tramo de su camino pascua1 como amigos que com-padecen con
el Amigo en su suprema muestra de amor al Padre y a los hombres.
Hay que evitar que la tercera Semana sea un “rápido final”, un tiempo dedicado
únicamente a confirmar las decisiones que hemos tomado en el tiempo precedente. Vamos a
vivir un período de intensa contemplación en el que la mirada se centra más totalmente en
la persona de Jesús: «lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su
resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte,
espero llegar a la resurrección de los muertos (Flp 3, 10-11).
La pregunta sobre lo que «debo hacer y padecer por Cristo», reclama una respuesta
atenta al grito de los pobres hoy, al clamor de los hermanos más pequeños de Jesús en los
que él quiere ser encontrado y ayudado (cf Mt 25, 31-46: el juicio final).
1
Puebla, 31ss. Los rostros sufrientes de Cristo hoy.
TEXTO IGNACIANO
El texto coloca la contemplación de la Cena del Señor como una transición entre la
segunda y la tercera Semana. Jesús todavía no padece, «quiere padecer», y anticipa a sus
discípulos, con gestos y palabras, el sentido del sacrificio que consumará en la cruz..
Con todo, los elementos para contemplar que ofrece la Cena I son cabalmente
aplicables al contenido de la Cena II y se ve un acuerdo fundamental dentro de la
diferencia de las dos presentaciones. Ignacio, que usa el texto de Mateo y lo enriquece con
el de Juan al proponer el lavatorio de los pies, respeta las formas evangélicas; las
modificaciones que hace van en el sentido de acomodar la contemplación de la Cena II al
esquema general que ha indicado en la Cena I.
1) Mientras cumplen con Jesús el rito de la historia, la comida pascual del cordero
y el memorial de la liberación, Jesús les advierte proféticamente la traición y la muerte que
se avecinan.
2) A continuación, en un gesto de humilde servicio, les lava los pies y los exhorta a
hacer lo mismo: «Yo os he dado ejemplo, para que hagáis como yo hice».
3) Finalmente, movido por el amor -hasta el extremo-, les deja el don de sí mismo
en la Eucaristía: «instituyó el sacratísimo sacrificio de la Eucaristía, en grandísima señal de
su amor». Alimento que los capacitará con su fuerza para cumplir el mandamiento del
amor-servicio y comulgar con Jesús en la entrega de la vida por los hermanos.
El tema central es esta comunión con Jesús y con la vida que se ofrece. El pecado
está también presente - en contraste con la comunión que se estrecha-, como separación de
Jesús, en la traición de Judas. La pasión que predice el primer punto y la Eucaristía que se
instituye en el tercero, se comprenden mejor junto a la humildad y el servicio propuesto en
el segundo punto, como síntesis, en la vida, de la pasión y la Eucaristía.
Disponemos de tres puntos: 1) Cena pascual, con predicción de la traición; 2) Lavatorio
de los pies, que prepara para comprender mejor de qué amor se trata; 3) Institución de la
Eucaristía, fuerza que capacita para comulgar con Jesús en el amor-servicio a los
hermanos.
En la Cena I, se propone además la consideración de que «les hizo un sermón,
después que fue Judas a vender a su Señor».
Para comprender mejor las dos presentaciones, podemos decir que la Cena I nos da
tres aspectos de un mismo misterio (personas, palabras, acciones), mientras que la Cena II
nos ofrece tres momentos distintos que tienen su dinámica interna y que hay que gustar por
separado antes de apreciar la dinámica unificada en el misterio global de la última cena.
Los puntos 4, 5 y 6 de la Cena I, tienen plena aplicación en la contemplación de la
Cena II: Jesús quiere padecer (4); se abaja, “se esconde”, en el lavatorio (5); por mis
pecados puedo identificarme con Judas, o con la incomprensión de Pedro (6).
Consideración sobre la fuente evangélica: San Ignacio utiliza los textos de Mateo
(26, 20-30) y Juan (13, 1-30). Corta la narración de Mateo para intercalar en medio la
escena del lavatorio y así favorecer el dinamismo de ese “crescendo” que culmina en la
asimilación afectiva del misterio total. De los cambios que introduce en los textos -omite,
arregla-, se puede inferir el sentido teológico y espiritual de esas mutaciones. Tenemos,
pues, tres textos: el de Mateo y el de Juan, que son las fuentes; y el de Ignacio, que diseña
una forma de contemplar la Pasión. La semejanza entre los tres está en que todos presentan
con la Cena una introducción a la Pasión; el sentido profundo de la escena es la comunión
con Cristo y con la vida que él ofrece. Consecuentemente, el pecado aparece como
separación de Jesús. La cena es el sacramento de la pasión, más marcadamente en Mateo e
Ignacio, más simbólicamente en Juan.
Las diferencias de Mateo y Juan con Ignacio consisten en que éste suprime las
menciones de resurrección y de gloria, gran número de predicciones o anticipaciones (de
su pasión, de las negaciones de Pedro, etc.); resalta el aspecto pasivo en la actitud de
Jesús y se refiere con preferencia a él, a quien durante la segunda Semana llama «Cristo
nuestro Señor», como Jesús, Jesús Galileo, el mansuelo Señor…
San Ignacio subraya una interpretación moral del lavatorio, como ejemplo de
humildad. Y no es difícil barruntar por qué. En toda la segunda Semana ha propuesto imitar
y seguir a Jesús pobre y humilde. Esa humillación se va a dar sobre todo en la pasión. Por
eso, cuando al entrar en ella Jesús invita a humillarse como él, sus palabras le vienen de
perlas a Ignacio para la dinámica que pretende. El ha presentado un camino de seguimiento
cifrado en la pobreza y humildad. Los grados de humildad son grados de amor, expresados
en desposesión y muerte a sí mismo. Jesús en la pasión es el amor que se despoja de su
rango y de su misma vida.
Textos bíblicos