Ricardo Antoncich sj
Por eso la definición del ser humano como un “ser para los demás” que tanto
gustaba al P. Arrupe, afirma el polo de la singularidad de la persona, porque sólo un
ser integralmente constituido y desarrollado podrá “ser para los demás” y no “ser
frente o contra los demás” en la salvaje lucha del darwinismo social.
La opción de “ser para los demás”, y la educación para llegar a esa meta se
distancia en forma radical de los modos de educación que miran al máximo lucro
individual, que recortan o obscurecen las responsabilidades sociales, que hacen de
los individuos exclusivos seres de necesidades, y reducen éstas a las psico-
biológicas, ignorando la necesidad verdaderamente humana del amor y de la
donación de sí.
Afirmar que “somos creados para...” es poner límites muy definidos a nuestra
libertad. No somos los creadores de ella, sino sus administradores; la vida es un don
que nos ha sido dado. El ser humano no es un Absoluto en el orden del existir; su
existencia “le viene de fuera”, pero sí es un absoluto en el orden del decidir, es decir,
una capacidad de autodeterminación que Dios mismo respetará con todas sus
consecuencias. Por autodeterminación entendemos, por supuesto, una capacidad
finita, humana y no la infinita o divina.
Fijado el Fin Absoluto de la vida, por coherencia lógica todo lo demás tiene
que girar dentro de esta perspectiva; el “absoluto del decidir” será bien orientado
cuando se conforma con el “Absoluto del existir”. Por tanto la norma del “tanto
cuanto” se impone con evidencia.
Para Ignacio no hay proyecto histórico más importante que el anuncio del
Reino que hace Jesús de Nazaret. Aquí está otra característica esencial de la
pedagogía ignaciana que podríamos centrarla en el “Llamamiento del Rey Eternal”.
Ignacio está persuadido de que la contemplación de la vida de Cristo es el mejor
“paradigma” de la propia acción del sujeto en su mundo histórico. El secreto de
“transformar la historia” es transformar las personas que van a transformar la
historia. Ese es el camino pedagógico de Ignacio para transformar la sociedad y el
mundo. En otros términos, es enriquecer el “ser” que es capaz de donarse “para los
demás”.
Hay en los Ejercicios una circularidad desde el Padre que es origen de todo –
y por eso existe un “para” en la creación- hasta el Padre que es fin de todo. Fijar el
fin orienta nuestra “acción en el mundo”, contemplar el origen, nos hace “vivir
contemplativamente”. Ser “contemplativos en la acción” es revitalizar el propio “ser”
por la contemplación del amor de Dios que es fuente de todo bien; ser “activos en la
contemplación” es “ser para los demás”, llevar a otros en palabras y acciones el
mensaje del Origen y del Fin que da sentido absoluto y radical a todos los momentos
de la historia y a todas las partículas del cosmos.
Cuando esta manera de entender el “ser” humano se abre al servicio “para los
demás” se comprende que los afectos desordenados sociales son las ideologías, los
ocultos intereses sociales que defienden un grupo en contra del otro. La pedagogía
ignaciana, en el campo social lleva directamente a una lectura crítica de la realidad,
al examen atento de las manipulaciones ocultas de los medios de comunicación.
Creemos que los tres puntos conducirán a cada estudiante de nuestras obras
educativas desde su experiencia en el contexto social hacia la acción por
transformar ese contexto con crecientes experiencias de participación,
cosntantemente evaluadas. Pero todo este proceso debe ser contemplado “en y
para el amor” como se nos propone en el momento final de los Ejercicios.