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Pedagogía ignaciana: un camino hacia el “ser para los demás”

Ricardo Antoncich sj

Los Ejercicios Espirituales son una escuela de transformación personal.


Ignacio de Loyola fue eminente en este campo y su método inspira una pedagogía
con características propias. Pero ¿es este método capaz de ayudar a transformar la
sociedad? Las ideas que aquí serán expuestas pretenden mostrar la dimensión
social de la pedagogía ignaciana gracias a la íntima relación entre transformación
personal y social. Quieren ser una modesta contribución a la celebración de los
quince años de las “Características de la Educación de la Compañía de
Jesús”(1986) y de los diez años de la “Pedagogía ignaciana: una propuesta práctica”
de 1993.

La antropología cristiana parte del presupuesto de nuestra existencia como


don de la creación. La conciencia del valor de cada persona debe integrarse con la
conciencia de la responsabilidad social. La realidad humana gira pues entre dos
polos: la conciencia de la singularidad de cada ser humano y la relación con el
entorno histórico, social, cultural que le rodea. Nuestra antropología nos dice que el
ser humano no es mero ser de necesidades que busca objetos para sobrevivir, sino
ser de donaciones, que busca sujetos para compartir el don de vivir en el convivir.

Por eso la definición del ser humano como un “ser para los demás” que tanto
gustaba al P. Arrupe, afirma el polo de la singularidad de la persona, porque sólo un
ser integralmente constituido y desarrollado podrá “ser para los demás” y no “ser
frente o contra los demás” en la salvaje lucha del darwinismo social.

Un proyecto verdaderamente humano de vida será siempre un proyecto de


“ser para los demás”. La riqueza personal del propio ser es condición necesaria de la
riqueza del don personal para los demás. La autodonación nace de la plenitud; se
busca a los demás no para calmar necesidades propias, sino para compartir con
ellos la riqueza interior de la propia vida. Pero en realidad no se trata de dos etapas,
una personal y otra proyectada a la sociedad, sino de una permanente interacción
de los dos polos de modo que el sujeto que es capaz de donarse crece en su propio
ser, y al crecer, hace que la donación de sí sea más generosa y rica.

La opción de “ser para los demás”, y la educación para llegar a esa meta se
distancia en forma radical de los modos de educación que miran al máximo lucro
individual, que recortan o obscurecen las responsabilidades sociales, que hacen de
los individuos exclusivos seres de necesidades, y reducen éstas a las psico-
biológicas, ignorando la necesidad verdaderamente humana del amor y de la
donación de sí.

Aportes de la pedagogía ignaciana

El paradigma ignaciano insiste en la experiencia, reflexión y acción. Se


supone que el contexto social y la experiencia personal de cada alumno son el punto
de partida para la reflexión. Nuestro objetivo aquí es presentar los contenidos de
reflexión ignaciana que provienen de los ejercicios. El primero aborda la temática del
“ser” pleno de cada persona y de las condiciones para la relación con Dios y con los
demás; el segundo nos coloca en las encrucijadas de la historia que exigen opciones
personales y colectivas; el tercero permite una visión global de toda la realidad
cósmica e histórica, en la que las experiencias personales de los dones de Dios se
constituyen en clave de interpretación de la totalidad de la creación.

1. El crecimiento del propio ser humano

El primer texto de referencia, lleno de sentido, a pesar de su brevedad es el


del “Principio y Fundamento”. Se trata de una serie de afirmaciones, de carácter
lógico y racional, situados desde la perspectiva de Dios como creador. En muy
breves pinceladas se establecen las relaciones fundamentales de cada ser personal
con Dios, y con el mundo y la historia. Este breve texto nos introduce a una
comprensión de la libertad humana que se juega, por así decir, en “tres espacios”, el
interior de la propia conciencia, el exterior de la conciencia histórica, y el
trascendente del encuentro con el Ser Absoluto, con Dios.

Afirmar que “somos creados para...” es poner límites muy definidos a nuestra
libertad. No somos los creadores de ella, sino sus administradores; la vida es un don
que nos ha sido dado. El ser humano no es un Absoluto en el orden del existir; su
existencia “le viene de fuera”, pero sí es un absoluto en el orden del decidir, es decir,
una capacidad de autodeterminación que Dios mismo respetará con todas sus
consecuencias. Por autodeterminación entendemos, por supuesto, una capacidad
finita, humana y no la infinita o divina.

Fijado el Fin Absoluto de la vida, por coherencia lógica todo lo demás tiene
que girar dentro de esta perspectiva; el “absoluto del decidir” será bien orientado
cuando se conforma con el “Absoluto del existir”. Por tanto la norma del “tanto
cuanto” se impone con evidencia.

El problema del mundo afectivo es el de orientar la energía psíquica y


espiritual que implica. Es fuerza, pero ciega; así como la razón es luz, pero carente
de dinamismo. El concepto clave, para Ignacio, que desde la luz canaliza la fuerza
del afecto, es el de “orden”.

La ascesis verdadera no es la mortificación del cuerpo, sino la “disciplina de


los afectos” discerniendo entre ordenados y desordenados. Los “afectos
desordenados” de la vida social son las “ideologías” que disfrazan y encubren la
realidad de los hechos. La “aplicación” a la dimensión social, del principio ignaciano
de ordenar los afectos, tiene especial vigencia en el mundo contemporáneo, donde
la sociedad de consumo va creando un ambiente hedonista que nos vuelve
insensibles: la vida “feliz” y encerrada en sí misma de unos pocos “incluídos”, al lado
de la vida “infeliz” de los “excluídos”.

El “orden de los afectos” vivido en el mundo social nos conduce directamente


al examen de nuestra propia vida, consumo, bienestar, y al examen de las
necesidades y carencias de los demás.

La pedagogía ignaciana, aplicada en los Colegios y Universidades, es un


instrumento de análisis del movimiento afectivo de personas y grupos a quienes los
intereses del corazón les llevan a oscurecer las evidencias de la razón: prejuicios,
incomprensiones de otras clases, culturas, naciones; poca voluntad para analizar a
fondo los problemas en sus causas a largo plazo.

2. La totalidad de la historia humana en la perspectiva de un proyecto

La libertad que se ejercita en el “espacio interior” de nuestra conciencia, por la


experiencia de la autodeterminación, se proyecta en el “espacio exterior” de la
convivencia humana. Pasamos del “reino de lo singular” e irrepetible que es cada ser
personal, al “reino de lo particular”, donde se encuentran “los demás” para quienes
se quiere “ser”.

Particular es opuesto de universal. Si entendemos la universalidad como


característica de toda la humanidad, lo particular es el espacio “parcial” del marco
espacio-temporal inmediato de nuestras decisiones, nación, patria, estado,
municipio.

Para Ignacio no hay proyecto histórico más importante que el anuncio del
Reino que hace Jesús de Nazaret. Aquí está otra característica esencial de la
pedagogía ignaciana que podríamos centrarla en el “Llamamiento del Rey Eternal”.
Ignacio está persuadido de que la contemplación de la vida de Cristo es el mejor
“paradigma” de la propia acción del sujeto en su mundo histórico. El secreto de
“transformar la historia” es transformar las personas que van a transformar la
historia. Ese es el camino pedagógico de Ignacio para transformar la sociedad y el
mundo. En otros términos, es enriquecer el “ser” que es capaz de donarse “para los
demás”.

El enriquecimiento del propio ser se consigue por la contemplación de la vida


de Jesús: sobre todo en sus ejes centrales constitutivos. Una profunda, honda,
afectiva experiencia de Dios sentido como Padre; y por tanto una clara y decidida
entrega de amor a todos los hermanos y hermanas; y un uso sobrio de los bienes de
este mundo en función de la fraternidad de todos y de la gloria del Padre. El
“paradigma de Jesús de Nazaret” que Ignacio nos propone es la unidad entre el
amor al Padre y a los hermanos. Al enseñarnos a rezar a Dios como nuestro Padre
(¿puede haber algo más espiritual?), Jesús nos pone dos peticiones “sociales”:
compartir el pan y perdonar las ofensas. (¿puede haber algo más
revolucionariamente social que este modo de ver la economía y a política?).

Aquí está la raíz profunda de la experiencia de Dios ignaciana; encontrar a


Dios como el Padre de Jesús es encontrarlo en la vida del mundo, que fue tan
amado por Dios que le entregó su Hijo Unigénito. El “ser” (hijo de Dios) es la
explicación más radical del “ser para los demás” (hermanos y hermanas, porque son
también hijos e hijas de Dios).

3. La visión global del cosmos y de la historia desde el Amor.

El tercer elemento que quiero destacar es el de la visión global del cosmos en


donde se vive la historia, como si no quisiera dejar partícula alguna del cosmos, ni
instante alguno de la vida humana que no fuera iluminado por la luz absoluta del
“Padre de Nuestro Señor Jesucristo”.
Por eso la última contemplación, titulada “para alcanzar amor” es la
evocación, el recuerdo, la relectura de la propia existencia envuelta por el amor de
Dios. Incorporada esta experiencia en la vida personal, en el “ser”de cada uno, lo
predispone a ver en “los demás” historias pasadas semejantes, situaciones
presentes compartidas y proyectos futuros convergentes.

Hay en los Ejercicios una circularidad desde el Padre que es origen de todo –
y por eso existe un “para” en la creación- hasta el Padre que es fin de todo. Fijar el
fin orienta nuestra “acción en el mundo”, contemplar el origen, nos hace “vivir
contemplativamente”. Ser “contemplativos en la acción” es revitalizar el propio “ser”
por la contemplación del amor de Dios que es fuente de todo bien; ser “activos en la
contemplación” es “ser para los demás”, llevar a otros en palabras y acciones el
mensaje del Origen y del Fin que da sentido absoluto y radical a todos los momentos
de la historia y a todas las partículas del cosmos.

Cuando esta manera de entender el “ser” humano se abre al servicio “para los
demás” se comprende que los afectos desordenados sociales son las ideologías, los
ocultos intereses sociales que defienden un grupo en contra del otro. La pedagogía
ignaciana, en el campo social lleva directamente a una lectura crítica de la realidad,
al examen atento de las manipulaciones ocultas de los medios de comunicación.

Creemos que los tres puntos conducirán a cada estudiante de nuestras obras
educativas desde su experiencia en el contexto social hacia la acción por
transformar ese contexto con crecientes experiencias de participación,
cosntantemente evaluadas. Pero todo este proceso debe ser contemplado “en y
para el amor” como se nos propone en el momento final de los Ejercicios.

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