Anda di halaman 1dari 17

Los desafíos de la Identidad de la Escuela católica en clave ignaciana

Hacia una escuela evangelizada y evangelizadora

JORNADA DOCENTE

“Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea


bien que este poder extraordinario no procede de nosotros de
nosotros, sino de Dios”.
(2 Corintios 4,7)

Misión, contexto y discernimiento: Identidad y Pertenencia

Nos reunimos a reflexionar acerca de nuestra identidad de Escuela


católica para asumir una renovada dimensión evangelizadora, expresada
en una decidida acción pastoral.

Lo hacemos como educadores ignacianos, testigos de Jesús Resucitado,


en tiempos alterados, de rápidas transiciones culturales, que
presentan grandes desafíos y nos replantean la propia vocación
educadora.

Frente a estos desafíos nos preguntamos por nuestra identidad real


como escuelas católicas, de espiritualidad ignaciana y tradición
jesuita buscando indicadores de una identidad que es memoria y
promesa, viva y actuante frente al contexto de esta comunidad, pero
que también es fragilidad y limitaciones, tentaciones y
posibilidades. Identidad es memoria como gracia y misión recibida,
pero también es identidad encarnada y por tanto abierta a los signos
de los tiempos, promesa y esperanza para los demás.

A su vez, esta recuperación de la memoria como gracia de la presencia


del Señor a lo largo de la vida personal y comunitaria, profesional e
institucional, nos instalan en una dinámica de diagnóstico de la
calidad evangelizadora de nuestras instituciones educativas para
renovar nuestra vocación de educar evangelizando y evangelizar
educando.

Por ello, los invitamos a revisar esa identidad que buscamos renovada
y recuperada en la acción cotidiana, trabajando sobre el currículo,
sobre todo lo que intencionalmente hace la escuela, para
direccionarlo en la misión de evangelizar educando y de educar
evangelizando, desde el estilo de esta institución con el común
denominador ignaciano. Desde ya, trabajando específicamente desde la
dimensión pastoral como rasgo de identidad.

Anticipamos algunas preguntas:


¿Como realizar una oferta libre y explícita de la fe en nuestros
colegios, a través de una mayoría de docentes laicos, en unos
colegios donde una parte significativa de familias y alumnos se
sienten muchas veces indiferentes o ajenos a la fe, en una sociedad
agobiada por la desigualdad, el consumismo y la exclusión?
¿Qué lenguaje debemos utilizar? ¿Cómo ser testigos ante nuestros
alumnos y padres de una autentica experiencia cristiana? ¿Cómo
adaptarnos al proceso evolutivo del sentimiento religioso de niños y
adolescentes? ¿Cómo integrar fe y cultura a través de un enfoque
integral del currículo? son algunos de nuestros desafíos.

Tomaremos para el posterior trabajo en grupo las recomendaciones tanto


del Encuentro de Directivos de ACEJA de Agosto como el Encuentro de
Catequesis y Pastoral de Octubre 2003 para llegar a compromisos de
acción para el presente año.
¿Qué entendemos por Identidad? En su raíz tiene la voz latina ídem que
significa lo mismo. Una concepción formal de la identidad, que se
reduce a la simple repetición afirmativa de lo mismo, no agrega nada
y nos empobrece. Es la mismidad que cierra horizontes y apaga
sentidos.

Entendemos la identidad cuando entramos en comunión con el don del


otro, cuando reconocemos la alteridad del otro como enriquecedora e
integradora de nuestra propia identidad. Es decir, cuando vivimos una
identidad dinámica que es promesa y gracia y que nos exige esfuerzo y
creatividad, interpretando los signos de los tiempos.
La clave nos la da el Evangelio: si el grano de trigo que cae en la
tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto ( Jn,
12,24). El grano de trigo no renuncia a su ser pero se transforma
para dar fruto.

El desafío es evitar dos tentaciones alrededor de la identidad: En


primer lugar, ante el vértigo de los cambios culturales epocales,
refugiarnos en una posición formalista, de identidad estática y vacía
de encarnación que enuncia contenidos sin mediaciones y en segundo
lugar, abandonarse a una posición historicista que desconoce el valor
de la memoria y naufraga en una radicalidad relativista, a la moda,
sin pasado y sin futuro.
Nuestro trabajo sobre la Identidad requiere también una reflexión
personal y comunitaria sobre la calidad de nuestro sentido de
pertenencia. Nuestra identidad como hombres y mujeres de fe
comprometidos con la educación está dada por la pertenencia a un
cuerpo, y no por una afirmación aislada. Se es en la medida que se
pertenece. Pertenencia al cuerpo de la Iglesia, del colegio, de la
comunidad educativa, de la Parroquia, de la Compañía de Jesús. Y esto
implica conocimiento y deseo. Si no sabemos porque luchamos y
trabajamos estamos derrotados de antemano. Vamos a pérdida, sin
mística ni sentido.

Esta jornada tiene por tanto una finalidad de discernimiento - en un


tiempo alternado de los sentidos tradicionales, por tanto convocarte
a la fidelidad creativa-, y de disponer de un tiempo para ordenar
nuestros afectos en función de renovar un sincero compromiso con las
prioridades de la acción evangelizadora y educativa, en un territorio
irregular, complejo, de frecuente y profunda ruptura entre el
Evangelio y la cultura, como es la dimensión evangelizadora y
pastoral de nuestros colegios.

Como dicen los Obispos en Navega Mar Adentro:


“El desafío radical y englobante que queremos asumir en la Argentina
es la profunda crisis de valores de la cultura y la civilización en
la que estamos inmersos.”

Otros desafíos están relacionados con dicha crisis: diversas


búsquedas de Dios, el escándalo de la pobreza y la exclusión social,
la crisis del matrimonio y de la familia, la necesidad de mayor
comunión. En la raíz misma del estado actual de la sociedad
percibimos la fragmentación que cuestiona y debilita los vínculos del
hombre con Dios, con la familia, con la sociedad y con la Iglesia.

Dimensión Pastoral y compromiso de todos


Se dice que la gran esperanza de la Iglesia para el Siglo XXI es que
se convierta en el siglo de madurez espiritual de los laicos. Nuestra
tarea como educadores comprometidos con la evangelización nos hacen
reconocer nuestra propia misión como bautizados en la construcción del
Reino de Dios.

En este sentido la espiritualidad ignaciana ha sido y sigue siendo


fuente de inspiración e iluminación para muchos laicos cristianos.
Ignacio de Loyola, laico el mismo hasta los 46 años, vivió y compuso
sus Ejercicios Espirituales en calidad de tal y a través de ellos
resignificó la experiencia cristiana de muchos laicos de su época.

Conviene recordar que la palabra laico es un adjetivo proveniente del


sustantivo griego laos que significado es Pueblo consagrado a Dios.
En tal sentido se encuentra en La Biblia y en el Nuevo Testamente
referida a comunidades cristianas.

Es el Concilio Vaticano II, especialmente en la Constitución Dogmática


Lumen Gentium y en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes la que
devuelve a los laicos su pertenencia plena y su honda significación
para la vida de la iglesia.

LG define la Iglesia como pueblo de Dios, integrado por todos los


bautizados. Gracias al bautismo, todos los creyentes participan de la
triple función real, sacerdotal y profética de Cristo y son
enriquecidos por el Espíritu con numerosos carismas para el ejercicio
de diversos ministerios en la vida de la Iglesia. Luego, todos los
bautizados son iguales en dignidad, todos son llamados a la santidad,
todos son responsables de la Iglesia y todos participan de la misión
evangelizadora, aunque a través de variados ministerios y servicios
según los dones personales recibidos del Espíritu.

Es así como todo bautizado se incorpora a Cristo, recibe su gracia y


se hace cristiano. Tal es la condición fundamental de la que gozan
tanto los laicos como aquellos que por el sacramento del orden han
recibido un ministerio jerárquico y suelen ser llamados clero. Tan
clara es la identidad común que comparten los lacios y el clero o la
jerarquía que el Concilio no duda en citar a San Agustín

Si me aterra lo que yo soy para vosotros, me consuela lo que yo soy


con vosotros. Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy el
cristiano. Aquel es el nombre del cargo. Este el de la gracia, aquel
el del peligro, este el de la salvación.

El Concilio es claro en señalar que el bautizado que recibe en la


Iglesia el nombre de laico tiene una misión propia y que se
caracteriza por vivir en medio de las realidades seculares, por
atenderlas y por entretejer su existencia en las condiciones
cotidianas de la vida familiar y social, ordenándolas hacia Dios.

Para el Concilio la vocación cristiana es una vocación al apostolado.


Y si bien es normal que el clero deba ejercer un apostolado, es una
radical novedad que el Concilio afirme que los laicos tienen el
derecho y la obligación de realizar un apostolado por su unión con
Cristo y con el Espíritu Santo de quien reciben dones peculiares para
el bien de los hombres y la edificación de la Iglesia. Como es lógico
el mismo Concilio pide que esta diversidad y riqueza apostólica de la
acción laical sea ejercida con el espíritu de comunión que debe
caracterizar a los miembros del pueblo de Dios, evitando acciones
descoordinados, sin sentido de cuerpo, individualistas o en contra de
la comunión eclesial.

Como laicos bautizados estamos llamados a evangelizar, en nuestro caso


desde nuestra misión educativa.
La Compañía de Jesús
La Congregación General 34 convoca a todos los jesuitas a ponerse al
servicio de este dinamismo conciliar que reconoce el valor de la
experiencia cristiana del laicado y que se propone transformar la
vida de la Iglesia. La Compañía considera como gracia que los laicos
tomen conciencia de su misión bautismal y tengan parte activa y
consciente en la misión de la Iglesia de y para ello se pone a su
servicio.

Se trata de compartir el patrimonio espiritual y apostólico recibido y


especialmente asumir una actitud de compañeros apostólicos ante los
laicos sirviendo juntos, aprendiendo unos de otros, respondiendo a
las mutuas preocupaciones e iniciativas y dialogando sobre los
objetivos apostólicos.

Algunas notas de la Ignacianidad


A través de la Pastoral compartimos nuestra espiritualidad. Su núcleo,
su corazón es los Ejercicios Espirituales. Queremos que los chicos y
chicas puedan hacerse dos de las preguntas que aparecen en los EE:
¿Dios mío, cómo estas en mi vida? Señor, ¿qué más quieres de mí?.
Insistir con la mirada integral de Ignacio, uniendo inteligencia y
afectos. Ayudar a encontrar a Dios en la propia vida y comprender que
la fuente de la generosidad es el agradecimiento.

Nuestra espiritualidad tiene una metodología: el discernimiento, la


búsqueda del magis, la indiferencia, la oración estructurada,
sometida a examen, la vida toda releída y examinada diariamente a la
luz de la voluntad de Dios.

Nuestra espiritualidad parte de la convicción de que somos antes amor


recibido que amor devuelto, de que no podremos amar y servir a Dios,
sin hacerlo con su Creación. Toda la realidad se constituye en Medio
Divino, en lugar donde buscar y hallar a Dios porque Dios habita toda
la realidad. La realidad toda nos habla de Dios y en todas las cosas
Dios desea ser amado.

Como en los EE la pastoral ignaciana comienza con una oferta de


libertad de parte de Dios y provoca una respuesta que va de la
creación a Dios.

Discernimiento desde la mirada de la fe, desde la mirada del diálogo


con la cultura y las culturas, especialmente las de nuestros chicos y
chicas, la cultura de la imagen y de la calle, las culturas juveniles
y la cultura mediática, la de nuestras actuales familias, tan
afectados por los desiertos de la miseria moral y la indigencia
social, por la diversión evasiva y la rebelión suicida. Discernimiento
desde el espacio de las instituciones educativas, tan desafiadas en su
poder educador y evangelizador. Discernimiento desde el tiempo
alterado y desde los afectos desordenados de los argentinos luego de
pasar los peores años de nuestra historia en términos de estadísticas
socio-económicas y de crisis político institucional, en el marco de
un tiempo global de extraordinario cambio epocal e incertidumbre, de
caída de certezas y de naufragios de antiguas seguridades.

En la palabra de nuestros Obispos:

“Al comenzar el nuevo milenio, la humanidad entera se encuentra


sumergida en grandes dificultades: la alarmante extensión de la
pobreza, y la escandalosa concentración de la riqueza la corrupción
de las clases dirigentes, los conflictos armados de insospechables
consecuencias, los nuevos fundamentalismos, las formas inimaginables
de terrorismo y la crisis de las relaciones internacionales.
Son evidentes las contradicciones entre lo que se dice y lo que se
hace, el relativismo, el menosprecio de la vida, de la paz, de la
justicia, de algunos derechos humanos fundamentales, de la
preservación de la naturaleza que desafían a todos por igual y que
exigen respuestas comunes. Estos problemas inciden de manera
acuciante en nuestra patria.” (Navega Mar adentro. II 22)

Sabemos que el discernimiento es la opción, no entre lo bueno y lo


malo ( para eso está nuestra conciencia moral), sino entre opciones
buenas y aparentemente cristianas, en medio de las cuales queremos
encontrar la voluntad de Dios. Y discernimos porque es necesario
distinguir ante la complejidad, porque nuestra propia visión es
limitada, y porque necesitamos distancia de perspectiva. Sin
distancia no emerge el símbolo y el sentido.
Discernimiento para agrandar nuestros deseos, hacer más amplio nuestro
corazón, sentir renovado el deseo del Bien de los alumnos que nos son
confiados, en la convicción que educar es un acto de amor porque es
dar vida y esto es una tarea exigente que necesita del encuentro
interhumano.

Discernimiento para ponernos en el lugar del profeta Ezequiel y


preguntarnos que hay de seco en nuestras escuelas, en nuestras
vocaciones docentes, en nosotros mismos, en nuestros alumnos y
escuchar la pregunta del Señor: podrán revivir estos huesos secos?..
y escucharlo diciendo ... Profetiza sobre estos huesos, diciéndoles,
escuchan la palabra del Señor, yo voy hacer que el espíritu penetre
en Uds. y vivirán..

Discernimiento para transformar nuestra fragilidad, nuestros


cansancios y decepciones en fuerza evangelizadora, siguiendo a San
Pablo:

“Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos, perplejos,


pero no desesperados, perseguidos pero no abandonados, derribados
pero no aniquilados. Siempre y a todas partes llevamos en nuestro
cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.” (2 Corintios 4,8-10).

Por eso nos preguntamos:


¿Por dónde van los caminos del Señor Jesús en nuestras obras
educativas? ¿Qué está afectado por la sequedad, el desencanto?
¿Cuál es nuestra palabra y nuestros gestos para profetizar sobre los
desiertos y los huesos secos, para proclamar y vivir el Evangelio en
nuestra comunidad?

El desafío implica un reto, una convocatoria a un combate singular,


una suspensión de la confianza frente a un nuevo contexto. Implica
decisión personal y audacia para enfrentarlo, y desde ya un Horizonte
de esperanza.

Volver a creer que el deseo de Dios tiene la suficiente fuerza para


renovar y transformar lo seco y desordenado. Asumirnos como guías para
tiempos difíciles, guías en el desierto, que toman el riesgo de
confiar en Dios. Saint Exupery ha escrito en El Principito que el
desierto es hermoso. Su belleza reside que en algún lugar de él se
oculta un pozo de agua. La belleza del desierto es invisible y no se
ve bien sino con los ojos del corazón.
Algo así podemos decir de nuestros tiempos y de nuestros espacios
educativos. La presencia de Dios nos inunda en su misterio. Es nuestra
responsabilidad no ponernos impedimentos para buscar y hallar su
voluntad en la tarea educativa, descubriendo los pozos de agua fresca.
Los tiempos alterados significan reconocer que nuestro contexto epocal
es inédito, que no estamos en la cristiandad como cultura, sino que la
cultura envolvente es un individualismo posesivo, que no estamos en la
época de la regulación estatal de las conductas y de las instituciones
sino en la época de los flujos del mercado que comercializan las
debilidades humanas y sus conductas de fuga, todo ello muy distinto y
frecuentemente contradictorio de los valores que derivan de la
espiritualidad y de la antropología cristiana, que no estamos en los
tiempos de los espacios sólidos sino en los tiempos líquidos de
conexiones efímeras.

Los Desafíos del contexto externo


“Jesús al ver que remaban muy penosamente porque tienen viento en
contra cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el
mar”... Mc, 6,45
“Y Pedro bajando de la barca comenzó a caminar sobre el agua en
dirección a él. Pero al ver la violencia del viento tuvo miedo y como
empezaba a hundirse, gritó, Señor sálvame”… Mt.14, 22

Desde la cita evangélica podemos comprender estos tiempos alterados


como el mar incierto y amenazante, a nuestras instituciones como la
barca de los apóstoles y seguramente nos reconocemos en eso de remar
muy penosamente porque tenemos el viento en contra.

Veamos algunos rasgos de estos desafíos.

Vivimos un cambio de época que afecta a todas las personas y a toda la


persona. Es una profunda crisis de sentido. Pero algo nuevo se
anuncia, se intuye que otro mundo es posible, se construyen signos de
solidaridad.

En palabras de nuestros Obispos:


“Mirando el futuro con la esperanza que nos infunde el espíritu Santo
esta crisis es un ocasión providencial para escuchar la llamada de
Jesús a crecer como nación. En nuestra patria subsisten, a pesar del
desgaste social algunas reservas de valores fundamentales: la lucha
por la vida y la defensa de la dignidad humana, el aprecio por la
libertad, la constancia y la preocupación por los reclamos de
justicia, el esfuerzo por educar bien a los hijos, el aprecio por la
familia, la amistad y los afectos, el sentido de la fiesta y el
ingenio popular que no baja los brazos para resolver solidariamente
situaciones difíciles de la vida cotidiana. Todos ellos son signos de
esperanza”... (Navega Mar adentro. Cap. 2. P.28)

Los desafíos que enfrentamos no solo afectan a los pueblos en forma


similar sino que para ser enfrentados requieren una comprensión
global y una acción conjunta. Las posibilidades científicas y
tecnológicas pueden mejorar las condiciones de vida y las NTCI nos
colocan en contacto directo con la diversidad del mundo y de las
culturas y crean condiciones para acciones solidarias más eficientes
en el ámbito mundial

Sin embargo esa misma cultura- que incluye el predominio del mercado y
su lógica economicista - genera nuevas formas de empobrecimiento,
exclusión e injusticia que afectan a todos los niveles de la persona
humana.
En palabras de nuestros Obispos:
“Se alza un silencioso y justo reclamo de millones de personas en
situación de miseria: hombres y mujeres sin trabajo, niños y familias
enteras en la calle, mujeres abandonadas y explotadas, ancianos y nos
parece normal ver a hermanos nuestros buscando comida entre residuos.
Hemos visto crecer un amargo sentimiento de desamparo y el pueblo
sencillo ha quedado abandona a su suerte. Mientras la desocupación no
se revierta, la pobreza seguirá creciendo y se profundizarán sus
consecuencias trágicas: el colapso en los sistemas de seguridad,
salud, educación y previsión social”. (Navega Mar Adentro. Cap 2. P.
35)

Asistimos al aumento de la fragmentación y el empobrecimiento


cultural, crece el secularismo y el individualismo hedonista, lo cual
resulta paradójico en sociedades ricas en diversidad de culturas, con
memoria de un fuerte sentido religioso y de solidaridad comunitaria
que siguen mostrando signos de esperanza. A esto se une un
individualismo negativo, donde los más pobres y excluidos son
condenados a gestionar solos su propio riesgo. A su vez, la cultura
mediática de la imagen provoca una subjetividad auto-referenciada, sin
apertura al Otro que nos fundamenta el ser.

La fragmentación de nuestra cultura impacta gravemente en las


familias.

Desencuentros, pérdida de los vínculos afectivos, distorsión de roles,


falta de comunicación, intolerancia, renuncia a un ideal que ya no se
busca.

Pero a pesar de todo,

......”.percibimos que la familia continúa siendo un valor apreciado


por nuestro pueblo. El hogar es un lugar de encuentro entre personas y
en las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia”...
(Navega Mar adentro. Cap. 2, P.43)

! La violencia se instala en todas las relaciones sociales, la


corrupción, el debilitamiento de una participación ciudadana eficaz y
de la institucionalidad política erosionan nuestras democracias. Sin
los marcos integradores de la familia, la escuela y el trabajo se
instala una lógica de supervivencia del más fuerte. Y en un mundo
donde la identidad se construye ligada al consumo y éstos son símbolos
de pertenencia al mundo del éxito y del poder, la exclusión de los
mismos genera más violencia y anomia.

! Vivimos el agotamiento del suelo estatal y la crisis del sentido de


la ciudadanía, de la política y del mismo concepto del Bien común. En
lo particular, el estado docente, monopolizador de sentidos, recursos
y normas está agotado. Se impone asumir lo público y rescatarlo del
desprestigio y confusión con un tipo histórico de Estado que ha
desertado del servicio a la sociedad.

Es en este mar incierto donde resuenan las palabras de Jesús a Pedro,


al tenderle la mano y sostenerlo: Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?

Renovar nuestra identidad como escuela católica es caminar hacia una


pedagogía contextualizada, encarnada en la Historia ( no autista) ,
experiencial ( no solo teórica ni libresca, sino que implica
conocimiento interno), en y para la acción
(transformadora de la persona y de la sociedad), reflexiva ( que
produzca pensamiento), en permanente revisión ( no calcificada ni
autoreferenciada), personalizada y personalizante, cuyo centro es el
alumno, sujeto de su propio desarrollo.
Pensando en el fin externo de la educación, necesitamos asimismo una
pedagogía de la afectividad que ayude en la transformación de las
personas a partir de sus realidades y de sus mejores talentos y una
pedagogía de la transformación de nuestras sociedades, más cerca de la
ética del rostro de Levinas, que de las éticas colectivas de la
modernidad, más cerca de encarnarse en cada situación que de
generalizaciones abstractas.

¿Puede responder nuestro modelo educativo a estos desafíos? ¿Bajo qué


condiciones de posibilidad? ¿Qué prioridades debemos atender? ¿Le
estamos devolviendo a la sociedad más de lo mismo o alguien peor de
los que nos confió?

Nuestros obispos se preguntaban hace poco tiempo porqué en un país


mayoritariamente católico como Argentina vivimos tantos signos de
egoísmo, anomia, fragmentación y quiebra de solidaridad.

También nosotros hemos de examinarnos. En un país que se profesa


mayoritariamente católico no es fácil explicar la presente crisis sin
una grave falla en la coherencia entre fe y vida, en la catequesis y
en la predicación de la moral social.

En una época de la escasez y exclusión como la que vivimos en


Argentina: ¿Cuál es el valor agregado de la escuela católica? ¿Cómo
nos dejamos interpelar en lo propio por lo distinto, sin cerrarnos o
diluirnos? ¿Qué aportamos al Bien Común de nuestras comunidades?
¿Dónde hacemos la diferencia? ¿Qué harán nuestros alumnos con la
educación recibida?

En una época de pragmatismos utilitaristas, ¿cuál es la medida de


nuestros logros, ¿cómo evaluar nuestra calidad e impacto integral?
¿Qué marcas formativas dejamos en nuestros alumnos y en la sociedad?
¿Qué competencias y valores priorizamos? ¿Cómo educadores, somos guías
para otros en tiempos difíciles?

Tenemos deseo y necesidad de renovar nuestra vocación como educadores


cristianos para vivir y obrar, digamos para educar y no para
desviarnos negligentemente de la vida y de las obras, de la acción
educativa y evangelizadora. No se trata de adornar ni documentos
institucionales, ni rutinas mediocres y egoístas. Se trata de
organizar el deseo de Bien para los que nos son confiados a través de
la educación, profundizando nuestra identidad y por tanto nuestra
pertenencia en tanto ella sirve al Evangelio y a la vida.

Caso contrario, la Identidad católica se reduce a discurso vacío,


empobrece nuestro horizonte de sentido, no provoca diferencia ni
huellas en los alumnos, se convierte en un obstáculo de sí misma.

Desafío por tanto de una educación con una visión espiritual y


antropológica abierta a Dios y al sentido trascendente de la vida.

Los desafíos educativos institucionales

Pero sabemos que no hay visión, ni valores sin medios prácticos que
los encarnen y hagan realidad. Visión sin medios prácticos apropiados
suena a ilusión estéril, mientras que los métodos prácticos sin
visión se queda en moda de un día o en herramientas inútiles. El amor
está cada vez más en los gestos y en las obras. Esto es
particularmente cierto en el ámbito de las instituciones educativas
Desde ellas, los desafíos institucionales le dan a la palabra gestión
la idea de direccionamiento, de intervención, de procesos y de
resultados. y le reconocen una condición de posibilidad :

TODOS LOS DÍAS EN CADA AULA Y ESPAC IO DE LA ESCUELA, ESTA SE


INSTITUYE O SE DESTITUYE POR FALTA DE SENTIDO Y PERTINENCIA.

¿Cuáles son los medios prácticos de la dimensión evangelizadora, qué


personas, recursos, espacios y tiempos le dedicamos?
¿De dónde surge nuestro sentido y pertinencia?

Surge de nuestra identidad como memoria y proyecto evangelizador en


diálogo con el contexto, con las familias, con los chicos, con las
instituciones oficiales y de la comunidad.

Surge del desafío de ser una buena escuela, donde la dimensión


evangelizadora no sea un condimento ocasional, un acto aislado, sino
que la funde desde su raíz y la impulse en su mejoramiento cotidiano.

Surge de la gestión, como decisión y proceso para que las cosas


sucedan de determinada manera en función de los objetivos educativos
y evangelizadores.

Surge de ubicarnos para asumir la tensión, la relación, entre lo macro


de la Iglesia, de la cultura, del sistema educativo y lo micro de la
escuela, del aula, de tal o cual alumno, es decir de lo grande con lo
pequeño, del largo plazo de la educación con los cortos plazos de las
urgencias, de la velocidad del contexto con lo lento del proceso de
formación de una persona. Tensión entre la escuela como comunidad
fraternal de amparo y vínculos humanizantes que evangelizan y
organización que planifica y evalúa la calidad de sus procesos.

Surge de asumir los tiempos alterados de los sentidos habituales, los


tiempos inéditos donde justamente lo macro ha entrado en default por
el fracaso de los contratos políticos, económicos y sociales de la
Argentina de los últimos años.

Y justamente en este marco ha sobrevivido el contrato educativo, y lo


pequeño de la gestión cotidiana se ha hecho grande. Y cuando otros se
van, abandonan y huyen, la escuela está, a veces como última frontera
o primer pionero de nuevos territorios. Cuando otros renuncian a
hacer lo que deben, los educadores hacen todo lo que pueden.

Desafío de organizaciones educativas que aspiren al mejoramiento


integral, pero a partir del registro de sus logros y de sus propios
límites y fallas. Es decir, a partir de toda la realidad. Que asuman
un proyecto claro y compartido, que promueva vida entre sus miembros,
que operen con efectividad (eficiencia y eficacia) en el logro de sus
resultados, que aprendan de sí mismas para ser mejores. Que sean
buenas escuelas desde una gestión inteligente del hacerse cargo y no
desde la gestión de la fatalidad, de la imposibilidad, de la
rutinización del agobio.

No hay aprendizaje institucional sin registro de la falla, del límite


y desde ya sin transformación de ese registro de la falla en pregunta
y en acción.

Si en vez de preguntas solo se tienen las mismas respuestas, estamos


dentro de la ceguera ilustrada y lejos de la docta ignorancia de San
Nicolás de Cusa.
Por último, no hay aprendizaje institucional sin transformación de
esas preguntas fundamentadas, en acción, en operación, es decir en
gestión. La gestión como ética que implica una intervención para que
las cosas sucedan de terminada manera sobre la base de metas y
valores.
La responsabilidad no esta aquí solo en el ámbito de los fines - el
ámbito de una ética de la convicción - sino en el ámbito de los
medios y de sus consecuencias, es decir en una ética de la
responsabilidad. Es el ámbito de una participación coresponsable entre
todos los miembros de la comunidad educativa: todos educamos
evangelizando y todos evangelizamos educando..

Frente a tantas necesidades necesitamos ejercitar la mirada para


reconocer el acontecimiento en nuestras instituciones, es decir lo
nuevo, el pozo de agua fresca que oculta el desierto, lo que irrumpe
allí donde solo estaba lo previsible, lo rutinario y muchas veces lo
agotado, que sobrevive en sus manifestaciones externas pero no en su
sentido profundo. Es reconocer las iniciativas y proyectos que dan
respuestas desde la paciencia de lo cotidiano, es animarse a
transformarse en lo vivo de nuestras instituciones, sin defender lo
muerto por nuestras crisis.

Desafíos a la antropología cristiana: del tiempo presente alterado al


tiempo del por-venir

Este desafío implica preguntarnos que significa vivir este tiempo


presente que seguramente nos impacta a todos con sus rasgos de
exclusión social, de desorganización, de falta de trabajo, por citar
solo algunos rasgos, con la Esperanza en el Señor que viene, con un
sentido pascual de la Historia.

De qué modo entonces la mirada dirigida a la eternidad da contenido,


vigor, orientación a las actitudes y opciones de este tiempo
alterado, evitando la tentación inmanentista, la falta de certezas y
la perplejidad y recuperando una orientación teleológica, teológica,
aunque sea hoy contracultural.

¿Cuáles son las nuevas formas de nuestra identidad evangelizadora


expresadas en la gestión institucional y curricular, en el nivel del
colegio y del aula?

La primera condición para trabajar una respuesta es la práctica del


discernimiento
Es decir de la capacidad de distinguir las cosas esenciales de las
accesorias, las últimas de las penúltimas, las que pasan y las que se
mantienen, y no para despreciar los bienes accesorios, ni los
penúltimos ni los que pasan, sino para tener un criterio de valor que
permita recibirlos y vivirlos en su plenitud relativa, en su auténtica
belleza, en su bondad auténtica vivir a la espera de la vuelta del
Señor, no es una huida de la Historia, es vivir con mayor plenitud
todavía la historia en el horizonte de su destino final, es
pascualizar nuestras vidas.

¿Qué actitud espiritual necesitamos para leer las cosas penúltimas a


la luz de las últimas? El de una espiritualidad de la esperanza en la
alegría del Reino, el de una espiritualidad de las bienaventuranzas,
el de una fidelidad al presente con una fidelidad al mundo por-venir,
el de una espiritualidad donde la iglesia, la comunidad educativa y la
familia son los espacios de sentido para la espera y la conversión.
¿Qué significan nuestras escuelas para enlazar estos tiempos, para
construir espacios de espera y de conversión, aún y más aún en
contextos tan difíciles?

Existe una percepción de que el sentido de nuestra existencia depende


estrictamente del tiempo presente. Es un exceso de inmanencia. Es la
contracara de la adecuada encarnación y contextualización. Nos damos
cuenta que nuestra vida significa tener tiempo y que no tenerlo
significa morir. En tiempos epocales alterados, líquidos, de profundos
cambios, la sensación de que nada de lo bueno que conseguimos logra
sostenerse y perdurar nos angustia y deprime. La crisis de sentido en
la educación tiene que ver con esta falta de sentido respecto al
pasado y al futuro. Y con la consecuente tentación de conductas de
fuga. Señalamos dos:

1. -La resistencia a ultranza: desafiar al tiempo con la ostentación


del dinero, del poder, del placer con la ilusión de que lo poseemos.
En una época de escasez esto siempre termina en frustración y
desencanto. En la escuela puede significar ese aferrarse al propio
espacio, ese salvarse solo, esa opción por defenderse del deseo y de
la libertad de educar refugiado en mi cátedra, mi grado, mis
alumnos... en mí época...

2. - la evasión resignada: anestesiar el tiempo con el culto de la


negligencia y de la trasgresión. Anticipar el final con una vida
apagada, drogada, que clausura todo por-venir o en una vida exaltada,
de eterna adolescencia. En la escuela es el preceptor de desencantos,
alguien que no puede generar deseos ni estima en los demás pues no los
ha redescubierto en si mismo o el que permite todo total...

En ambos, no hay vigilancia. La opción es estar despiertos, permanecer


alertas, llenar de aceite nuestras lámparas ( Mt.25,1-13) , educarnos
en la capacidad de aceptar la provocación del tiempo, que induce al
hombre al riesgo de la libertad. A Dios no se lo encuentra en la
huida, en el final autoprovocado, ni tampoco a nuestros hermanos. A
los alumnos se los encuentra con presencia. Y la educación trabaja con
un sentido del tiempo en clave de por-venir y de esperanza, rescatando
la memoria del pasado y abriendo horizontes de futuro.

Desafíos a las dinámicas evangelizadoras


La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una patria más
justa porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en
compromisos cotidianos. Navega Mar adentro (II.37)

La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda el drama de nuestro


tiempo. En efecto nadie puede negar que en estas últimas décadas la
crisis se ha profundizado. Navega Mar adentro.( II.24)

Nuestras escuelas son lugares de encuentro entre la fe y la cultura, a


través de un proyecto educativo en el que buscamos integrar
armoniosamente fe, cultura, vida.
Tenemos que inculturar la fe, insertarla en la cultura. Esto implica
aceptar los elementos humanizadores de la cultura e integrarlos al
mensaje cristiano. Y al mismo tiempo, como en la cultura hay
contravalores que deshumanizan, no se la puede aceptar en bloque, se
la debe discernir y convocarla a la conversión. Es lo que llamamos la
evangelización de la cultura.

Este doble movimiento, de la inculturalización de la fe y de la


evangelización de la cultura se expresa en una visión cristiana de la
realidad que afecta a todo el currículo y compromete a todos los
docentes. Es el llamado de nuestros Obispos cuando nos señalan lo que
nos falta: que los valores evangélicos se hagan vida en cada uno de
nosotros desde las prácticas educativas cotidianas.

Una primera condición de posibilidad es comprender la dimensión


pastoral como una tarea misionera de toda la institución y de cada uno
de sus integrantes. Es partir de la situación real de las familias y
de los chicos y chicas destinatarios, que escucha e intenta responder
a sus preocupaciones, que suscita en ellos la pregunta religiosa desde
la realidad de sus vidas y les posibilita experiencias reflexionadas
que lleguen a convertirse en vivencias profundas.
Otra condición es un acercamiento a las culturas juveniles, locales,
partiendo desde ellos y aprovechando sus valores positivos, sin
desconocer sus carencias y fragilidades. Para ello es necesario una
reactualización de lenguajes y la creación de nuevos espacios de
socialización religiosa, que incluya experiencias comunitarias y
solidarias.

Podemos distinguir dos dinámicas evangelizadoras. Una implícita, que


podemos llamar evangelización fundamental o de umbral. Es la dimensión
de formación humana de la institución educativa, una educación
humanista y humanizadora, de promoción y vivencia de valores humanos
fundamentales.

Equilibrio personal, libertad responsable, solidaridad y servicio,


sentido ético, participación y responsabilidad son algunos de sus
nombres. La evangelización necesita una base antropológica sana y es
imprescindible el vínculo humano personalizado y personalizante que
construya comunidad educativa. Es una pedagogía de la presencia que en
clave ignaciana llamamos acompañamiento personal, cura personalis.

La otra dinámica evangelizadora es la explícita: la formación


espiritual y religiosa celebrada a través de la vida sacramental y
oracional, de la vivencia eclesial, de la experiencia de Dios. Como
decía Paulo VI en Evangelii Nuntiandi:

“La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, tarde
o temprano proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización
verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las
promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios.”

Hoy nuestros Obispos lo actualizan en Navega Mar Adentro ( Cap.4,


P.97)

Destacamos como decisiva acción pastoral procurar que ningún educando


egrese de nuestras instituciones sin una adecuada cosmovisión
cristiana. Ella habrá de conducirle a interiorizar el amor y la fe,
firmes en Jesucristo unida a un activo sentido de participación y
pertenencia a la Iglesia, que no ha de ser disociado del compromiso
personal y solidario para construir una patria de hermanos.

Estructura Básica de una Pastoral Ignaciana

Sobre la base de estas dinámicas evangelizadoras, buscamos una


Pastoral que sea coherente, antropológicamente significativa y que
proponga una explicitación del conocimiento y la experiencia de Dios,
según la Espiritualidad Ignaciana. Coherente entre los ideales que
formulamos, el Proyecto educativo y las formas, estilos y lenguajes
que utilizamos.
Coherente con el proceso evolutivo de la fe desde la infancia a la
juventud.
Significa profundizar al mismo tiempo en lo antropológico y en lo
teológico, entendiendo la vida cristiana como respuesta a una llamada,
como vocación.

Significa trabajar hacia la integración del aspecto antropológico y


social con la interioridad, espiritualidad y sacramentalidad.

Por ello podemos distinguir tres aspectos que debemos trabajar


simultanea y coordinadamente en cada una de las etapas evolutivas de
los chicos y chicas

• Maduración humana: Como el Evangelio crece en terreno humanizado,


hay que partir del desarrollo de disposiciones humanas necesarias para
lo experiencial: interioridad, emotividad, intuición, entusiasmo,
imaginación, creatividad, apertura. Es el ámbito de las disposiciones,
de las actitudes y de los valores. Es el ámbito de los vínculos
humanos, de la orientación, del acompañamiento y de las Tutorías.

• Evangelización: Es el paso al ámbito de la trascendencia a través


del anuncio del Evangelio y la fe en Jesús, teniendo en cuenta las
culturas familiares y juveniles en las que este anuncio es recibido.
Es el Ámbito del anuncio, de los símbolos, de la liturgia y de la
catequesis.

• Vida de Fe: acompaña, atiende y cuida el crecimiento en la fe de la


comunidad educativa, tanto en el ámbito personal como grupal o
comunitario. Una fe que es vivencia y opción personal. Es el ámbito de
los sacramentos, de la Palabra, de la experiencia solidaria.

Trabajo de Cooperación y de Equipos


El trabajo Pastoral es una tarea de cooperación y de equipos.
Cooperación con las familias y trabajo con equipos educativos.

La familia es el lugar natural y ámbito privilegiado de la educación


de la persona.
Es en la familia donde los niños reciben los primeros valores y la fe.
Pero los cambios sociales y la propia crisis de los modelos familiares
hacen que la socialización religiosa de la familia sufra una profunda
ruptura.

Por tanto es imprescindible buscar el encuentro con las familias,


desde su incorporación a la escuela y especialmente en los Niveles
iniciales y de EGB. Las celebraciones conjuntas, la primera comunión,
las eucaristías y actividades solidarias son momentos claves para este
encuentro. Para los más grandes es importante ofrecer una línea de
formación de padres ante los cambios de sus hijos.

En lo que respecta a los equipos educativos es clave un equipo


Pastoral que trabaje cohesionado y coherente, intentando convocar al
conjunto de los docentes.
Todo docente es partícipe de la educación integral de cada alumno. Si
todo el colegio es evangelizador el equipo directivo, los profesores y
maestras, los tutores son trasmisores de valores que deben ser por lo
menos coherentes con la Fe.

El equipo directivo es el responsable último de la pastoral de la


escuela. Significa que garantiza y promueve la elaboración y puesta en
práctica del proyecto pastoral.
Algunos peligros y amenazas.
“Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas. El
asalariado en cambio cuando ve venir al lobo las abandona y huye y el
lobo las arrebata y las dispersa”... Jn. 10.

La escuela invadida por el contexto. Una escuela inundada por el


contexto no esta integrada a él. Solo intenta responder a sus
urgencias. No practica el discernimiento. No tiene la necesaria
distancia de perspectiva. Es la tentación de un historicismo
relativista que diluye la identidad. Terminamos por no ser escuela, y
por no ser evangelizadores. Parece que no hay tiempo, que lo urgente
nos desborda.

La integración implica perseverar en la identidad y en la misión y al


mismo tiempo realizar la más adecuada mediación del lazo con el
contexto y sus personas y circunstancias: inculturar el evangelio.

Ni cerrados ante el contexto ni disueltos en él. Lo nuestro esta más


cerca de una gestión de la perseverancia creativa y la diferenciación
(el intervalo con respecto al más de lo mismo) donde se trata de
alinear la energía y los recursos para contener el embate contextual y
mediarlo con la Misión evangelizadora. Tenemos en ese sentido una
función de re-filiación con el mensaje evangélico y con la herencia
cultural.

La invasión insiste, la escuela resiste. Esto no quiere decir


repliegue, condena del presente, vuelta nostálgica al pasado. Tampoco
acciones espasmódicas, desesperadas, sin estrategia ni evaluación.

Otra tentación es confundir la Escuela con la familia. Son ámbitos


diferentes y complementarios. Esto significa superar una lógica del
reparto de culpas y por otra parte no descuidar una sana exigencia en
la escuela. No caer en el peligro de la sobreprotección, de la
autocomplacencia. Hacerse cargo, plantear la responsabilidad de cada
parte, ésta en el centro de la cuestión. Generar un nuevo contrato con
la familia, aún y más aún ante sus cambios y crisis, revisando las
formas de participación, los encuentros personales, las propuestas de
formación.

Recordando el pedido de Juan Pablo II: “familia sé lo que eres, como


primera responsable de la educación de sus hijos”.

Finalmente, la dimensión evangelizadora de la escuela corre hoy un


mayor peligro de disgregación y yuxtaposición de funciones, reduciendo
la acción pastoral a un nombre en un organigrama, o a un departamento
aislado. Asimismo, la complejidad de las normas, estructuras y estilos
educativos de cada institución puede entran en conflicto con los
valores evangélicos. El peligro es la incoherencia entre el discurso y
nuestras prácticas, entre la proclamación de valores y su vivencia y
testimonio cotidiano.

Solo integrando los nuevos sentidos que se construyen sobre una


lectura del mundo, que nosotros llamamos discernir la mirada y ordenar
los afectos, solo interpretando creativamente las demandas del
contexto a nuestras instituciones, sin diluirnos ni aislarnos,
podremos ofrecer educación y evangelización a aquellos que nos son
confiados.

Prioridades y criterios en la renovación de la identidad


evangelizadora
! Criterios referidos a las personas educadoras
.... las ovejas lo siguen porque conocen su voz y huirán del extraño
que no conocen... Jun.10
Se educa más por lo que se es que por aquello que se dice y que se
hace. El educador es persona portadora de un mensaje: trasluce en sus
palabras y en sus obras no la imagen de un custodio de leyes
opresoras, sino la persona portadora de valores eternos y un mensaje
de salvación y vida. Persona de prospectiva y horizontes amplios.
Presencia testimonial de verdades difíciles y valores arduos por los
cuales vale la pena luchar y vivir. Educación y Proyecto de Vida

1. - Es de gran importancia que seamos hombres y mujeres de Esperanza,


con alegría y entusiasmo, promoviendo acciones educativas de
reconstrucción del tejido social. No son las palabras sino más bien el
testimonio concreto el que invita a otros a abrazar nuestra fe. . Nos
corresponde trasmitirlo como guías de tiempos difíciles, cuidando a
los que se nos encomiendan, llevando nuestra parte de carga, siendo,
al decir del Cardenal Martín, como Moisés, curadores heridos,
consoladores desconsolados, confortadores débiles.
Un auténtico espíritu de esperanza implica un esfuerzo firme y
creativo. No es lamento, sino fortaleza que no se deja vencer, no es
pesimismo, sino confianza generosa, no es pasividad, sino compromiso
lleno de magnanimidad y de pasión por el Bien ( Rom, 12,9) Navega Mar
adentro. Cap. 1, P.7

2. - Que seamos hombres y mujeres evangelizadores, con la palabra, los


gestos, el testimonio. Que conozcan y escuchen nuestra voz. En la
tradición de la Iglesia hay momentos de notable creatividad apostólica
en diálogo con las culturas.
Como nos exhortan nuestros obispos: “ante la tristeza de la soledad,
la desilusión los cristianos no olvidamos que Dios es amor, que El
creo todo para que lo disfrutemos, y por eso, venciendo la tentación
del egoísmo, intentamos salir de nosotros mismos, revistiéndonos de
entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia
(Col 3, 12) para procurar la felicidad de los hermanos”. (Navega Mar
Adentro. Cap.1, P. 10)

3. - Que seamos hombres y mujeres de unidad, de comunión en el


espíritu, promoviendo una espiritualidad de comunión., expresada en
nuestras comunidades educativas, en la articulación efectiva de
nuestros trabajos.
En un mundo donde reina la competencia despiadada, que a veces nos
contagia, sentimos el llamado de Dios a hacer juntos el camino, a
buscar las coincidencias y superar los desencuentros... de este modo
podremos ser testigos de Jesucristo en nuestra patria y ofrecer el
signo del amor que estimule un estilo de sociedad más fraterna, justa
y solidaria (Navega Mar Adentro. Cap. 1, P.14)

4. - Que seamos hombres y mujeres de pensamiento y acción, atentos y


sensibles a la cultura, a la problemática del país y la región,
estudiosos, reflexivos y activos, en el ámbito de la educación. Que
podamos reflexionar sobre nuestras prácticas en vez de juntar retazos
de teorías descontextualizadas que no fecundan nuestras aulas y
escuelas.

! Criterios referidos a las Instituciones educativas


1.- Que nuestra Propuesta educativa y nuestras instituciones sean
ámbitos que preparen y posibiliten el encuentro con Dios. Sabemos que
este es siempre un acontecimiento personal, una respuesta libre al don
de la fe. La escuela católica no impone la adhesión a la fe, pero si
la prepara y la propone. Y ofrece los medios necesarios para seguir
profundizando la experiencia de la fe mediante la oración, la
Eucaristía, la Palabra, los sacramentos, el servicio a los demás.

2.- Que la Propuesta y acción curricular desarrolle una educación en


la libertad de cada alumno, como acción humanizadora que tiende al
desarrollo plena de la personalidad, ayudando a liberarse de los
muchos condicionamientos que impiden hoy vivir en plenitud, y tomar
opciones libres y coherentes.

Proponerse educar personas verdaderamente libres es ya orientarlas a


la fe, recuperando la dimensión religiosa de la vida, y distinguiendo
los falsos caminos de un teísmo difuso, espejos de nuestras propias
insatisfacciones, miedos y autosuficiencias.

3.- Que la Propuesta curricular se abra hacia una transmisión sólida y


crítica de la herencia cultural de la humanidad, desde un horizonte de
sabiduría. La sabiduría es sapientia , es decir ciencia sabrosa,
gustosa, no ciencia seca, fáctica o fríamente nocional. Y ese sabor
proviene del sentido, de su valor. Las criaturas llevan en si el valor
y el amor de su Creador. Re-ligar los estudios con la admiración de la
creación de Dios esta en lo profundo de nuestra propuesta.
Lo contrario es la insipidez, la superficialidad, la estupidez
bíblica, que como dice M.F. Sciacca, no es falta de información, de
erudición, de conocimientos técnicos sino de sabiduría, de incapacidad
de leer en hondura, leer adentro.
El peligro, sin un sentido de sabiduría, es caer en el hombre
gnóstico, poseedor de información, ciencia y conocimientos pero falto
de unidad, de sentidos y por tanto proclive a lo esotérico o a
concepciones auto-referenciadas en si mismas.

4. - Que las instituciones educativas puedan ser centros de


reconstrucción de la sociedad civil como comunidades de aprendizajes y
solidaridad, promoviendo los valores de organización social, justicia,
reconstrucción del tejido social, construcción del nosotros. Esto
implica descentrarnos, salir de nosotros mismos para los demás, romper
narcisismos personales e institucionales.

5. - Que podamos formar liderazgos evangelizadores y competentes -


otra vez guías para estos tiempos- , con sentido misional y de
servicio eficaz en el marco de la formación ciudadana y solidaria de
los alumnos y sus familias, duramente afectados por una doble crisis:
de supervivencia y de sentido.

Para finalizar dos citas. Una de nuestro cancionero popular. Es la


chacarera Camino al amor de Peteco Carabajal:
“Hay caminos que se cruzan como los hay paralelos, por si alguien me
necesita, los que se cruzan prefiero, al encontrarse los nuestros
pudimos fundar un sueño”.
Se trata de renovar nuestra identidad aprendiendo a cruzar caminos, a
salir de nuestras rutinas paralelas y autosuficientes para
encontrarnos, en los pequeños gestos de cada día y en las grandes
planificaciones y proyectos, con el otro, nuestros alumnos, la
comunidad, la cultura actual y posibilitar el encuentro con el
absolutamente Otro.

La otra de Juan Pablo II. En Laborem Exercens nos enseña a comprender


al trabajo humano como un encuentro de espíritus. Lo aplicamos al
trabajo educativo. El humano, ya que educar supone para todo educador
una presencia total de si mismo y busca llevar a cada discípulo a
buscar en lo profundo de su propio ser. Pero también encuentro con el
espíritu de Dios en la obra más grata: hacer crecer en el corazón, la
libertad de los hijos de Dios y en el mundo y en la historia, la
construcción del Reino.

Pidamos a María Santísima que nos ayude para que, en el momento de la


oración como educadores podamos acompañar el gozo de Dios al evaluar
cada día la obra realizada: Y DIOS VIO QUE ERA BUENO, como gozo
compartido de nuestras comunidades educativas con y para los demás.

Lic. Ricardo Moscato.

Anda mungkin juga menyukai