HACIA LA AUTOTRASCENDENCIA
¿Qué hace tan inspiradores al Principio de la Entropía
Cosmológica o a la Hipótesis Gaia? Una cosa simple:
Ambos nos recuerdan, en lenguaje moderno, algo que
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hace mucho hemos sospechado, que hemos proyectado largamente en nuestros mitos
olvidados y que quizás, como arquetipo, yace durmiente en el interior de nuestro ser. Es decir,
darnos cuenta que nuestro ser está aferrado al mundo y al universo, tomar conciencia de que
no estamos aislados ni que es sólo para nosotros mismos, sino que formamos parte integral
de una entidad mayor y misteriosa contra la que no es aconsejable blasfemar. Esta olvidada
creencia se encuentra codificada en todas las religiones. Todas las culturas la anticipan en
diversas formas. Es una de las ideas que forman la base del conocimiento humano, de sí
mismo, de su lugar en el mundo y, por último, del mundo como tal. Un filósofo moderno dijo
una vez: “Ahora sólo un Dios puede salvarnos.” Sí, la única esperanza real de la gente de hoy
es, probablemente, la renovación de nuestra certidumbre de que estamos enraizados en la
tierra y, al mismo tiempo, en el cosmos. Tomar conciencia de ello nos dota de la capacidad
para la auto-trascendencia.
En los foros internacionales los políticos pueden reiterar miles de veces que la base del
nuevo orden mundial debe ser universal en cuanto a los derechos humanos, pero ello puede
no significar nada en tanto ese imperativo no derive del respeto al milagro del Ser, al milagro
del universo, al milagro de la naturaleza, al milagro de nuestra propia existencia. Sólo alguien
que se someta a la autoridad del orden universal y de la creación, que valorice el derecho a
ser parte y participante de ellas, puede de forma genuina valorarse a sí mismo, a sus vecinos
y honrar también sus derechos. Lógicamente se sigue que en el actual mundo multicultural, la
verdadera vía de coexistencia pacífica y de cooperación creativa debe comenzar en aquello
que constituye la raíz de todas las culturas y que yace infinitamente inmerso en la profundidad
de los corazones y mentes humanas y que, más que en opiniones, convicciones, antipatías o
simpatías políticas, debe estar enraizado en la auto-trascendencia.
Trascendencia como mano tendida a aquellos cercanos a nosotros, a los extraños, a la
comunidad humana, a todas las criaturas vivientes, a la naturaleza, al universo.
Trascendencia como necesidad profunda y gozosa experimentada al estar en armonía aun
con aquello con lo que nosotros no estamos, con lo que no
comprendemos, con lo que parece distante de nosotros en el tiempo
y el espacio y con lo que, no obstante, nos sentimos
misteriosamente ligados y unidos, constituyendo todos un único
mundo.
Trascendencia como la única alternativa a la extinción. La
Declaración de la independencia establece que el Creador dio al
hombre el derecho a la libertad. Parece que el hombre puede
alcanzar esa libertad sólo si no olvida a Aquel que lo dotó con ella.