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Música: “Nere Herriko Neskatxa Maite”

Benito Lertxundi

No acabaron ahí los acontecimientos.

Una tarde que Carlos paseaba su


perrita por la Vuelta del Castillo, ésta
depositó en el césped un montoncito
verdoso y perfumado. Como no llevaba
bolsa, miró alrededor y descubrió un par
de papeles. Los cogió con disimulo y con
uno de ellos limpió la ¡mierrrrda!, como
buen ciudadano.
Cuando al siguiente día se disponía a lavar la ropa de la familia, su
tarea aquella semana, miró los bolsillos antes de echar el pantalón a la
lavadora y descubrió el papel que había cogido la tarde anterior.
Al verlo, sus ojos empezaron a bailar. Solía aparentar no saber leer
para que no le hicieran trabajar. Aquellas tres palabras, “Plano del Tesoro”,
se grabaron en su retina.
Como todas las tardes, pero más nervioso, a las cinco y media se
reunió con Nieves, Mari Mar, Leire, Elena y Noemí en la puerta del Corte
Inglés. Carlos no había acabado de extender su papel cuando Nieves
exclamó:
—¡Ahí va, un plano!
—¡Qué cotilla! —protestó Leire cariñosamente.
Efectivamente, se trataba de un plano. Se distinguía claramente una
señal al pie de un árbol de gigantescos frutos situado a la izquierda de la
boca de una cueva bajo una roca redondeada.
—Tenemos que avisar a todos —afirmó contundente Noemí
—¡Puestos a largarnos, pillamos el tesoro! —concluyó Mari Mar.

Al día siguiente se reunieron todos en


torno al ordenador de nueva generación que
había tocado a Dámaris en la tómbola, en
Granada.

Miguel que había vuelto de un


prolongado retiro, tras sus pesquisas en la Web, aseguraba que tenía que
tratarse de un país tropical. Leire e Itziar que acababan de llegar, la
primera de dorar su ombligo en la Magdalena y la segunda de bailar con
delfines en Valencia, aseguraban que se trataba de un país del lejano
Oriente. A última hora de la tarde, concluían que el tipo de montaña rocosa
que aparecía en el dibujo era similar al que podía contemplarse en imágenes
de algunas islas de Oceanía.
Aquella misma noche lo decidieron. A partir de entonces contaban con
un doble motivo para salir zumbando: la fuga del instituto y la búsqueda del
tesoro. Darían con él, aunque para ello tuviesen que cruzar el mundo entero.
Aprenderían mogollón, se harían ricos y, además, se librarían de Marisa,
Manolo y Javier.
—¿Qué más se puede pedir a la vida? —chillaba Dámaris con voz grave
arrancándose por bulerías.
—¡Ez errez! —se adelantaba a contestar Miguel en euskera. Todos le
coreaban— ¡Nada!
El 13 de septiembre trajo el inicio del curso. Tal como habían
planeado, se comieron a besos a sus profesores y aseguraron a éstos que
tenían inmensas ganas de empezar a trabajar. Javier, cuando oía semejantes
afirmaciones, no se fiaba y observaba atentamente a Carlos, a Leire, a
Ekaitz. Éstos, como actores profesionales de teatro, lo aseguraban
categóricamente.
Dejaron pasar unos días antes de proponer a Marisa hacer una salida
a Bilbao. De esa manera, afirmaban, celebrarían la dicha de estar todos
juntos este nuevo curso. Además, escucharían euskera, rezarían en Begoña,
reunirían recetas de marmitako, viajarían en metro, admirarían el Gugenhein
y se postrarían, incluido Ekaitz, en la catedral de Sanmamés.
Marisa, tierna, cayó en la trampa. Y no sólo cayó, sino que convenció a
los otros terneros... ¡perdón!, tiernos, de Manolo y Javier. Consuelo, la nueva
profesora, estaba encandilada con aquellos alumnos tan agradables.

Al siguiente jueves, quince culos se


acomodaron en quince asientos de la Burundesa
camino de Bilbao. Una vez allí, se dirigieron al
Gughenhein. Javier, que seguía igual de pelma, les
hizo una foto ante el perro floreado, antes de
situarse en la cola, no del perro, sino de la taquilla.

Los cuatro profes contemplaban embobados la


estructura de titanio. El estupor envolvió sus caretos
cuando, al llegar a la ventanilla, descubrieron que sus
alumnos, los once, se habían esfumado como por
encanto. También como por encanto y al mismo tiempo,
había desaparecido una furgoneta roja del
aparcamiento contiguo.
Marisa y Consuelo pararon toda la circulación.
Manolo dio aviso a los cocineros del entorno y Javier
buceó por la ría. En un momento el museo estaba rodeado de televisiones,
ambulancias y bomberos. Arzak, Subijana, Berasategi y Argiñano buscaron
inútilmente a los futuros restauradores.
En la bodega de un ferrys que hacía sonar su sirena mientras
abandonaba el superpuerto de Bilbao, Itziar echaba el freno de una
furgoneta roja y los once ascendían a cubierta dispuestos a disfrutar de la
puesta de sol y la travesía que los llevaría al Reino Unido.
RETRATOS:

FORMAS DE VIDA

COMIDAS
RECETA DE MARMITAKO

MARMITAKO DE BONITO.

INGREDIENTES ( 6 pax. ).

½ kilo de cebollas.
1’3 Kg. de patatas.
1 cabeza de ajos.
3 pimientos verdes.
¼ kg. de tomates maduros.
2 hojas de laurel.
1’2 kg. de bonito.
1’5 dl. de aceite de oliva.
1 poco de perejil

ELABORACION.

1.-.Poner en una cazuela el aceite y rehogar a fuego suave la cebolla y los


ajos picados en Brunoise, junto con el laurel y el perejil.

2.- Se añade los tomates troceados y los pimientos troceados y limpios y los
dejamos rehogar por espacio de unos minutos.
3.- Añadir las patatas, mezclar bien y añadir el agua ó caldo caliente
suficiente para cubrir las patatas. Dejar cocer todo a fuego lento por
espacio de unos diez minutos y se le da punto de sal.

4.- Repartir el bonitro troceado y limpio por la superficie del marmitako y


se deja cocer todo el conjunto a fuego suave hasta ver que las patatas
resulten tiernas. El tiempo aproximado de cocción será de una media hora
aproximadamente.

NOTA: Si el caldo resultará poco espeso, lo engordaremos machacando unas


patatas.
El bonito deberá de ser fresco e irá sin piel ni espinas.

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