La noción de la garantía.
Hay un viejo refrán que reza “lo prometido es deuda”. La obligación es promesa de una
conducta por parte del deudor que, llegado el caso, puede cumplirse o no. Ante ello, el acreedor
acude a toda clase de procedimientos y mecanismos para garantizarse o asegurarse en la medida de
lo posible, la satisfacción de su derecho de crédito.
La expresión doctrinal “garantías del crédito” es utilizada por lo común con un significado
enormemente amplio, comprensivo de cualquier medio por el cual el acreedor puede asegurarse el
cumplimiento de la obligación o agravar la responsabilidad del deudor en el supuesto de
incumplimiento. Es indiferente, a tal efecto, que los mecanismos o procedimientos de garantía
procedan de la voluntad o acuerdo de las partes cuanto de la propia ley, aunque obviamente, de
acuerdo con su origen, las garantías pueden clasificarse como legales o, por el contrario,
convencionales.
3º.El derecho de retención otorgado a quien haya ejecutado una obra en cosa mueble
mientras no le sea abonada.
4º.La facultad de retener correspondiente a mandatarios y depositarios en tanto no se les
abone cuanto se les deba a causa del mandato o depósito.
5º.El derecho de retención otorgado al acreedor pignoraticio
Sin embargo, estos casos no son los únicos posibles.
acarrear al acreedor. Se trata de considerar una cantidad de dinero bastante elevada que cumpla la
función propia de este tipo concreto de cláusula penal:
De una parte, disuadir al deudor del posible incumplimiento.
De otra, que el acreedor, en caso de incumplimiento efectivo y dado que reclama ya el
cumplimiento, se vea suficientemente resarcido sin tener que probar los daños sufridos.
En tenor literal del artículo 1.152 (si otra cosa no se hubiere pactado) y, de otra parte, su
confrontación con el artículo siguiente manifiestan que para la legislador la pena sustitutiva
constituye la regla general en la materia, salvo pacto en contrario.
Pena cumulativa.
En determinados supuestos es posible que el acreedor, una vez incumplida la obligación,
reclame simultáneamente la pena fijada por las partes y, además, el cumplimiento de la obligación.
En tales casos, se habla de pena cumulativa en cuanto la reclamación del acreedor acumula,
adiciona o agrega la pena y el cumplimiento.
Requiere el Código que la naturaleza cumulativa de la cláusula penal “haya sido claramente
otorgada”. Pese a ello, no es necesario que la pena cumulativa haya sido objeto de contemplación
expresa en el contrato o de una mención concreta en su clausulado, pues en muchos casos puede
deducirse de la propia obligación principal.
Ahora bien, en caso de que el carácter cumulativo no se desprenda claramente de la relación
obligatoria, existiendo duda al respecto, primará el carácter sustitutivo de la cláusula penal.
Un subtipo particular de la pena cumulativa de especial interés es la pena moratoria,
frecuentísima en el tráfico cotidiano, sobre todo en los contratos de obra. La pena moratoria suele
consistir en la fijación de un tanto alzado por periodos temporales de demora que se fija como
valoración anticipada de los daños ocasionados por el retraso y que es exigible, por principio, junto
con el cumplimiento de la obligación.
Multa penitencial.
El artículo 1.153 reconoce la posibilidad de que la fijación de la pena (o multa) se lleve a
cabo para permitir a una de las partes desentenderse de una relación obligatoria constituida. Lo hace
de forma negativa: “El deudor no podrá eximirse de cumplir la obligación pagando la pena, sino en
el caso de que expresamente le hubiese sido reservado este derecho”.
La fijación de la pena en este caso desempeña una función contraria a la finalidad propia de
la cláusula penal correctamente entendida: en vez de estimular o incitar el cumplimiento de la
obligación, la multa penitencial permite al deudor liberarse de la obligación constituida mediante el
abono de la pena o multa establecida.
Noelia María Barrameda García Página 6
Moderación de la pena.
Por lo general, la previsión convencional de la cláusula penal está referida al
incumplimiento de la obligación principal. Ello plantea un grave problema cuando el
incumplimiento no ha sido total, sino parcial o defectuoso.
Para atender a dicho problema dispone el artículo 1.154 que “El Juez modificará
equitativamente la pena cuando la obligación principal hubiera sido en parte o irregularmente
cumplida por el deudor
La moderación judicial sólo entrará en juego cuando las partes no hayan previsto el supuesto
de incumplimiento parcial, defectuoso o extemporáneo que, realmente, haya tenido lugar, llegado el
momento del cumplimiento.
La cláusula penal como obligación accesoria y subsidiaria (no viene en el programa de la
asignatura)
En general, la cláusula penal sólo tiene sentido en cuanto garantía complementaria del
cumplimiento de la obligación principal. Consiguientemente es característica fundamental de la
cláusula penal la de ser una obligación accesoria cuya existencia y dinámica depende de la
obligación principal, por tanto:
Su subsistencia depende de la validez de la obligación principal.
La extinción de la obligación principal o su imposibilidad de cumplimiento por causas no
imputables al deudor comprota igualmente la extinción de la cláusula penal.
La cláusula penal seguirá la suerte del crédito o de la deuda propios de la obligación
principal en caso de novación meramente modificativa.
Finalmente la cláusula penal es una obligación subsidiaria, en cuanto sólo es exigible por el
acreedor en caso de incumplimiento de la obligación principal.
de algún modo la existencia del contrato o a constituir un principio de ejecución del mismo. Se
habla en tales casos de arras confirmatorias para poner de manifiesto que su entrega desempeña
básicamente un papel probatorio de la celebración de un determinado contrato.
El Código Civil no se ocupa de ellas, ni siquiera las menciona.
Las arras penitenciales consisten igualmente en la entrega de una cantidad de dinero por uno
de los contratantes, pero en el entendido de que cualquiera de las partes contratantes puede
desistirse del contrato celebrado, perdiendo las arras el que las haya entregado o devolviendo el
doble de las mimas el que las haya recibido.
Dado que permiten a las partes desistir del contrato, generalmente se las denomina también
arras de desistimiento.
Se encuentran reguladas en el artículo 1.454 del Código Civil: “Si hubiesen mediado arras o
señal en el contrato de compra y venta, podrá rescindirse el contrato allanándose el comprador a
perderlas, o el vendedor a devolverlas duplicadas”
El Código Civil regulas las arras en sede de compraventa, pero ello, no significa que el
contenido normativo de este artículo no sea aplicable a supuestos contractuales diversos a la
compraventa.
Las arras desempeñan una función estrictamente penal en el caso de que la entrega dineraria
realizada tenga por objeto definir un quantum indemnizatorio que, establecido para el caso de
incumplimiento del contrato, retendrá quien las haya recibido.
El Código Civil no las regula ni hace la menor alusión al así mismas, pero doctrina y
jurisprudencia consideran que pueden nacer de la autonomía contractual, al igual que cualquier tipo
de arras.
Este tipo de arras son posiblemente las de mayor indefinición, pues en toda su medida
dependen del pacto establecido por las partes. Se requiere, sin embargo, como presupuesto de la
categoría que esté excluido el pacto de desistimiento, pues en tal caso serían penitenciales, y que en
consecuencia, las partes puedan reclamar el cumplimiento de las respectivas obligaciones.
En caso de incumplimiento, las arras penales desempeñarán el mismo papel que las
confirmatorias, esto es, habrán de considerarse como parte del precio. Por el contrario, existiendo
incumplimiento, las arras (ya entregadas) operan de forma muy parecida a la cláusula penal
sustitutiva, si bien se discute si la cantidad entregada como arras supone el techo máximo de la
indemnización.
8.6 El artículo 1.911 del CC: la responsabilidad patrimonial universal y sus caracteres
Dispone este precepto que “del cumplimiento de las obligaciones responde el deudor con
todos sus bienes, presentes y futuros”. Es lo que se conoce habitualmente con el nombre de
responsabilidad patrimonial universal.
En primer término esta norma dispone que una consecuencia que puede operar en todas las
obligaciones, asegurando su cumplimiento. Por eso, se dice que la responsabilidad patrimonial
universal es un medio general de protección del derecho de crédito. La responsabilidad
patrimonial universal entra en juego en caso de incumplimiento de la obligación, mientras el
incumplimiento no se produzca queda en mera potencialidad.
En segundo termino el artículo 1.911 del Código Civil hace hincapié en que el deudor
responde. Responder por algo o de algo significa que el sujeto responsable debe estar a las
consecuencias, especialmente a las adversas, que dimanen de los acontecimientos cuya
responsabilidad se le impute.
Luego la responsabilidad patrimonial universal es una consecuencia que se produce como
efecto del incumplimiento de la obligación y que recae sobre el deudor. No obstante, esta es una de
las posibles consecuencias dimanantes del incumplimiento, pero no la única.
En tercer término, cuando se dice que es el deudor quien responde se indica el sujeto
responsable. El artículo 1.911 precisa que el sujeto responsable, que es el deudor, responde “con
todos sus bienes, presentes y futuros”. El objeto de la responsabilidad es el patrimonio del
deudor.
La responsabilidad patrimonial universal es calificada como responsabilidad personal, para
diferenciarla de la responsabilidad real, término con el cual se designan supuestos de
responsabilidad de bienes específicos, con independencia de la persona que sea su titular.
Se afirma que la responsabilidad patrimonial universal, además de personal, es patrimonial.
Pues con este adjetivo se designa el objeto sobre el cual recae esa responsabilidad: el patrimonio del
deudor. Sin que en ningún caso la propia persona o los valores de la personalidad del deudor
(dignidad, libertad, etc.) queden comprometidos jurídicamente.
Insistir sobre este extremo en la actualidad puede parecer superfluo, más téngase en cuenta
que hasta hace poco más de un siglo existía la prisión por deudas.
Noelia María Barrameda García Página 9
Junto a esta razón histórica, hay otro motivo para insistir que la responsabilidad patrimonial
universal es exclusivamente patrimonial. Se trata de la tendencia observable en el ambiente social y
económico que propugna endurecer la posición de los deudores incumplidores, como manera de
general el temor de padecer graves sanciones en el caso de incumplimiento de obligaciones y así
compeler a los deudores al cumplimiento puntual y exacto de sus deudas.
La caracterización general de la responsabilidad patrimonial universa debe concluir
subrayando lo expresado por este último adjetivo: la responsabilidad es universal.
La universalidad sirve para precisar que es todo el patrimonio del deudor el que
potencialmente se puede encontrar afecto a hacer frente a las responsabilidades en que incurra su
titular, de una parte, de otra, la universalidad se refiere a que cualquier elemento del patrimonio del
deudor puede ser agredido por los acreedores en la exigencia de esa responsabilidad.
No obstante, esto no significa que todo el patrimonio del deudor sea ejecutable, hasta dejar a
éste en la más absoluta indigencia. La ley determina que los bienes imprescindibles para la
supervivencia del deudor sean inembargables, esto es, no ejecutables ni sometibles a la
responsabilidad. Se trata del denominado mínimo inembargable (lecho cotidiano, ropas, mobiliario,
instrumentos de trabajo, sueldo en la cuantía del salario mínimo interprofesional, etc.)
Por otra parte y en sentido contrario, también funcionan en el Ordenamiento jurídico los
llamados beneficios de orden y exclusión real. De acuerdo con ellos, la ley clasifica los posibles
bienes integrantes del patrimonio del deudor en diferentes categorías atendiendo a su más fácil
realizabilidad (esto es, convertibilidad en dinero mediante su enajenación) y menor importancia
para el titular, disponiendo que primero serán agredidos los más fácilmente realizables y menos
importantes o imprescindibles (dinero, efectos públicos, valores cotizables en Bolsa, joya, bienes
muebles, inmuebles, sueldos y pensiones, etc.)
Más con todas esas atenuaciones, la regla enunciada en el artículo 1.911 del Código Civil es
que todos los elementos patrimoniales del deudor se encuentran o pueden encontrar afectos como
objeto de la responsabilidad por incumplimiento de las obligaciones. Y como el patrimonio del
deudor pudiera resultar en un determinado momento insuficiente para cubrir las responsabilidades
en que aquél hubiere incurrido, previene expresamente el Código Civil que la responsabilidad pesa
tanto los bienes que actualmente tenga el deudor, cuanto sobre los bienes que ingresen en su
patrimonio futuro.
Presupuestos.
La responsabilidad patrimonial universal regulada por el artículo 1.911 se encuentra
presente, actual o potencialmente, en todas las obligaciones. En la fase inicial de vida de la relación
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Cuantía de la responsabilidad.
Regla elemental de nuestro sistema vigente de responsabilidad patrimonial es que se
responde en la cuantía del montante de la obligación a indemnizar.
No todo el patrimonio del deudor tiene por qué padecer la agresión de los acreedores en un
caso concreto, sino que solamente podrán ejecutarse los bienes suficientes para cubrir la
responsabilidad, pues bien, la suma a cubrir mediante la ejecución forzosa dineraria o genérica es la
que se determine al cifrar la indemnización.
Efectividad de la responsabilidad.
La responsabilidad patrimonial universal implica, pues, que los bienes del deudor se
encuentran sometidos a la posibilidad de agresión por parte del acreedor o acreedores, para hacer
efectiva la indemnización dineraria que se les debe como consecuencia del incumplimiento de la
obligación. Esa posibilidad de agresión ha de hacerse fundamentalmente efectiva a través del
concurso de la autoridad judicial. Los particulares carecen del poder de agredir directa y
personalmente el patrimonio del deudor, no pudiendo adoptar más medidas de fuerza o presión
directa que las autorizadas por el Ordenamiento jurídico.
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derechos que le correspondan o trasmite a terceras personas, tanto a título gratuito como a título
oneroso, créditos o bienes fácilmente perseguibles por el acreedor o los acreedores, con la clara
intención de burlar el correspondiente derecho de crédito.
En el primer caso estaríamos ante un deudor inactivo que no procura su propio saneamiento
patrimonial. En el segundo supuesto el deudor asume una conducta activa dirigida a sustraer de la
acción de los acreedores una serie de bienes o derechos. La gravedad de tal conducta fraudulenta y
engañosa hace que exista un tipo de delito denominado alzamiento de bienes, regulado en el Código
Penal, con independencia de las normas civiles.
Frente a la inactividad del deudor, el Derecho concede a los acreedores con carácter general,
la facultad de reclamar en nombre de su deudor los bienes o derechos que éste no llega a ejercitar. A
esta facultad se le conoce con el nombre de acción subrogatoria, indirecta u oblicua.
En otros casos, limitados y tasados el acreedor puede dirigirse directamente contra el deudor
de su deudor para evitar la pasividad de este último, ejercitando la denominada acción directa.
La reacción contra la actividad positiva y fraudulenta del deudor se concreta en la
posibilidad de que el acreedor consiga la ineficacia de los actos fraudulentos llevados a cabo por
aquél, con la finalidad de que los bienes o derechos transmitidos a terceros se reintegren al
patrimonio del deudor. A semejante finalidad atiende la llamada acción revocatoria o paulina.
Mediante las acciones subrogatoria y directa, el acreedor se dirige contra los bienes y
derechos “presentes” del deudor, aunque por su voluntad se encuentren privados de ejercicio.
A través de la acción subrogatoria, el acreedor procura reintegrar al patrimonio del deudor
bienes o derechos que le pertenecieron (“pasados”), pero que serían “presentes” de no haber
realizado el deudor las transmisiones fraudulentas.
El Código Civil se refiere a las denominadas acciones subrogatoria y paulina, aunque sin
utilizar dichas denominaciones, en el artículo 1.111: “Los acreedores, después de haber perseguido
los bienes de que esté en posesión el deudor para realizar cuanto se les debe, pueden ejercitar todos
los derechos y acciones de éste con el mismo fin, exceptuando los que sean inherentes a su persona;
pueden también impugnar los actos que el deudor haya realizado en fraude de su derecho”.
Por el contrario, la acción directa no es contemplada por el Código Civil con carácter
general, sino sólo en supuestos particulares.
Ejercicio y efectos.
El acreedor, al ejercitar un derecho del deudor inactivo no tiene por qué limitarse a reclamar
la tercero cuanto a él le debe el deudor, sino la totalidad del crédito o derecho que el deudor tenga
contra un tercero.
Mediante el ejercicio de la acción subrogatoria, el crédito habrá de considerarse integrado en
el patrimonio del deudor y por tanto, beneficiará también a todos los demás acreedores, y acaso
alguno de ellos ostente un derecho de crédito preferente al del acreedor litigante.
Esta entrada o ingreso de lo obtenido en el patrimonio del deudor inactivo justifica la
denominación de indirecta u oblicua que se aplica también a la acción subrogatoria: el acreedor que
ha litigado no cobra directamente del tercero, sino del deudor.
Así resulta que el acreedor que ejercita la acción subrogatoria no tiene un derecho de
prelación o preferencia sobre los eventuales restantes acreedores del deudor. Las reglas de prelación
aplicables serán las generales, y en consecuencia, la acción subrogatoria presenta un escaso
atractivo par el acreedor.
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Supuestos:
La facultad concedida a los trabajadores o suministradores de materiales, en un contrato de
obras, de dirigirse directamente contra el dueño de la obra por la cantidad que éste adeude al
contratista (quien, a su vez, será deudor de los trabajadores o suministradores de material).
La posibilidad de que el mandante se dirija, directamente, contra el sustituto del
mandatario.
La acción directa atribuida por la Ley de Arrendamientos Urbanos al arrendador para
exigir al subarrendatario “el abono directo de la renta y de su participación en el precio del
subarriendo”, así como “la reparación de los deterioros que éste hubiera causado dolosa o
negligentemente en la vivienda”.
La posibilidad de dirigirse directamente contra el asegurador concedida a la víctima de
accidente automovilístico, en relación con el seguro obligatorio.
Presupuestos.
El presupuesto fundamental de la acción revocatoria es la actuación fraudulenta del deudor,
dato subjetivo que requiere que el deudor haya tenido conciencia o, al menos, conocimiento, de que
la enajenación realizada supone, además, un perjuicio para sus acreedores.
La prueba de la conducta fraudulenta del deudor es enormemente difícil en la práctica. Ante
ello, el Código Civil sienta en el artículo 1.297 dos presunciones al respecto, dirigidas a reforzar la
posición del acreedor:
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Se presumen celebrados en fraude de acreedores todos aquellos contratos por virtud de los
cuales el deudor enajenare bienes a título gratuito.
También se presumen fraudulentas las enajenaciones a título oneroso, hechas por aquellas
personas contra las cuales se hubiese pronunciado antes sentencia condenatoria en cualquier
instancia o expedido mandamiento de embargo de bienes.
Plazos de ejercicio.
En cuanto acción rescisoria, resulta aplicable a la pauliana lo dispuesto en el artículo
1.299,1: “la acción para pedir la rescisión dura cuatro años”.
El plazo señalada es en este caso de caducidad y comenzará a computarse desde el día de la
enajenación fraudulenta.
La concurrencia de acreedores
Sin embargo, la par conditio creditorum es simplemente un principio, una regla general, que
choca frontalmente con la secular organización del Derecho patrimonial y, en particular, con la
diversificación entre los derechos reales de garantía y los simples derechos de crédito.
En otros casos, el carácter preferente del crédito deriva de la previa existencia de garantías
reales: fundamentalmente, prenda o hipoteca, una de cuyas características es precisamente el
denominado derecho de prelación. En estos supuestos, la preferencia atribuida al derecho de crédito
no la reconoce la ley propiamente dicha a éste, al crédito, sino al derecho real de garantía que lo
asegura.
c) La preferencia documental.
Reconoce igualmente el Código Civil un cierto grado de preferencia a los créditos que, pese
a no ser privilegiados ni estar garantizados por derecho real alguno, consten en escritura pública o
hayan sido reconocidos en sentencia firme.
En este caso el carácter preferente se fundamenta única y exclusivamente en el hecho de
constar en un documento público de cuya fecha no cabe dudar. Puede hablarse, en consecuencia, de
preferencia documental (créditos escriturarios o quirografarios).
d) Los créditos comunes o no preferentes.
Todos los demás créditos habrán de ser considerados no preferentes.
La inexistencia de un concepto legal de privilegio: la preferencia como categoría.
La generalidad de la doctrina prefiere seguir hablando genéricamente de “créditos
privilegiados” para referirse a la verdadera categoría general, que no obstante, se encuentra
representada por los “créditos preferentes”. El planteamiento aceptado por la generalidad de los
autores es francamente criticable.
En primer lugar, se asienta en una aceptación indiscriminada de categorías históricas (en este
caso, la del privilegio) que fueron abandonadas conscientemente por nuestros legisladores.
La noción de privilegio es un concepto meramente descriptivo de ciertas opciones legales
históricas que, no tienen fundamento común, ni un régimen jurídico propio. Nuestro Ordenamiento
jurídico no eleva a categoría legal la idea histórica de los llamados privilegios. Por tanto, es vano
reconstruir una categoría histórica que no ha sido recibida por nuestro Código Civil, y pretender
seguidamente convertirla en el eje de la explicación de la ruptura del principio de la par condictio
cretitorum. La existencia de créditos preferentes es una decisión del legislador.
No obstante, esta línea argumentativa resulta frontalmente contradicha y, en consecuencia,
radicalmente debilitada por los términos literales utilizados en las disposiciones propias de la Ley
Concursal de 2003 pues conforme a ella, los créditos a efectos de concursos deben ser incluidos en
cualquiera de los siguientes grupos de la clasificación entre créditos privilegiados, ordinarios y
subordinados:
Créditos con privilegio especial (artículo 90)
Créditos con privilegio general (artículo 91)
Créditos ordinarios (artículo 158) y
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Enumeración de supuestos.
Según el artículo 1.922 del Código Civil son preferentes, respecto de los correspondientes
bienes muebles, los créditos siguientes:
1.º Los créditos por construcción, reparación, conservación o precio de venta de bienes
muebles que estén en poder del deudor, hasta donde alcance el valor de los mismos.
Agrupa este número dos tipos de créditos distintos: los procedentes del contrato de obras u
otros similares, de una parte, y, de otra, a los originados por la venta de bienes muebles a plazos o
con precio aplazado. Respecto de ambos tipos de créditos se requiere que los muebles “estén en
posesión del deudor”.
2.º Los garantizados con prenda que se halle en poder del acreedor, sobre la cosa empeñada
y hasta donde alcance su valor.
El derecho real de prenda conlleva la preferencia de forma connatural. Dicha preferencia se
mantiene incluso en el caso de que el bien mueble pignorado, por voluntad de las partes o por
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decisión judicial, se encuentre en posesión de un tercero como mero depositario. En este número
han de integrarse también los créditos garantizados con hipoteca mobiliaria o prenda sin
desplazamiento.
3.º Los garantizados con fianza de efectos o valores, constituida en establecimiento público
o mercantil, sobre la fianza y por el valor de los efectos de la misma.
Aunque el Código hable de fianza, se trata evidente e indiscutiblemente de un crédito
pignoraticio.
4.º Los créditos por transporte, sobre los efectos transportados, por el precio del mismo,
gastos y derechos de conducción y conservación, hasta la entrega y durante treinta días después de
ésta.
Se exige que los muebles transportados se encuentren en manos del propio transportista o
del consignatario (quien recibe la entrega)
5.º Los de hospedaje, sobre los muebles del deudor existentes en la posada.
Los créditos por hospedaje de quienes profesionalmente se dediquen a la actividad hotelera
constituyen un privilegio tradicional de indiscutible fundamento y de relativa aplicación práctica.
Debe estimarse que una vez se encuentre fuera del establecimiento hotelero la afección debe
considerarse decaída.
6.º Los créditos por semillas y gastos de cultivo y recolección anticipados al deudor, sobre
los frutos de la cosecha para que sirvieron.
7.º Los créditos por alquileres y rentas de un año, sobre los bienes muebles del arrendatario
existentes en la finca arrendada y sobre los frutos de la misma.
Si los bienes muebles sobre que recae la preferencia hubieren sido sustraídos, el acreedor
podrá reclamarlos de quien los tuviese, dentro del término de treinta días contados desde que
ocurrió la sustracción.
La preferencia otorgada a los arrendadores se refiere tanto a las fincas urbanas cuanto a las
rústicas.
1.ª El crédito pignoraticio común u ordinario (así como los créditos garantizados con
hipoteca mobiliaria o prenda sin desplazamiento) excluye a los demás hasta donde alcance el valor
de la cosa dada en prenda.
2.ª En el caso de fianza, si estuviere ésta legítimamente constituida a favor de más de un
acreedor, la prelación entre ellos se determinará por el orden de fechas de la prestación de la
garantía.
3.ª Los créditos por anticipo de semillas, gastos de cultivo y recolección, serán preferidos a
los de alquileres y rentas sobre los frutos de la cosecha para que aquéllos sirvieron.
4.ª En los demás casos el precio de los muebles se distribuirá a prorrata entre los créditos
que gocen de especial preferencia con relación a los mismos.
Enumeración de supuestos.
Conforme al artículo 1.923 del Código Civil, respecto del bien inmueble al que afecte, tiene
la condición de preferentes los créditos que:
1.º Los créditos a favor del Estado, sobre los bienes de los contribuyentes, por el importe de
la última anualidad, vencida y no pagada, de los impuestos que graviten sobre ellos.
La vigencia de este número es, hoy día, dudosa.
2.º Los créditos de los aseguradores, sobre los bienes asegurados, por los premios del seguro
de dos años; y, si fuere el seguro mutuo, por los dos últimos dividendos que se hubiesen repartido.
El carácter preferente de los créditos de los aseguradores tradicionalmente se ha justificado
aludiendo al riesgo asumido por aquéllos y a la aleatoriedad propia del contrato de seguro.
3.º Los créditos hipotecarios y los refaccionarios, anotados e inscritos en el Registro de la
Propiedad, sobre los bienes hipotecados o que hubiesen sido objeto de la refacción.
El carácter preferente de los créditos hipotecarios nace de la constitución de la hipoteca,
garantía real que afecta especialmente a los bienes sobre los que recae y que se encuentra gobernada
por la Ley Hipotecaria. Se denominan créditos refaccionarios a los nacidos a consecuencia de
préstamos concedidos para la realización de una obra, ya sea de construcción, reparación o
conservación del inmueble. Por extensión se consideran también créditos refaccionarios al importe
debido por los materiales empleados en la obra, la cantidad adeudada por tales obras o conceptos
similares.
4.º Los créditos preventivamente anotados en el Registro de la Propiedad en virtud de
mandamiento judicial, por embargos, secuestros o ejecución de sentencias, sobre los bienes
anotados, y sólo en cuanto a créditos posteriores.
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5.º Los refaccionarios no anotados ni inscritos, sobre los inmuebles a que la refacción se
refiera, y sólo respecto a otros créditos distintos de los expresados en los cuatro números anteriores.