CUARTA CLASE
EL ARTE HIPOCRÁTICO
El arte, la techne, es algo así como la combinación de práctica y conocimiento puro, es,
según Aristóteles, el hacer algo sabiendo por qué se hace lo que se hace; de acuerdo con
Platón, el arte examina las causas de lo que realiza y es capaz de dar explicaciones. Es
capaz, por lo tanto, no sólo de producir determinados efectos previstos por sus reglas,
sino también de dar razón del proceso y de sus causas. Estas son las ideas de la filosofía
tradicional sobre el arte. Pero a mi juicio, puede agregarse que el arte tiene siempre un
elemento subjetivo, intuitivo y de creación. Y lo tiene en medicina porque el enfermo, el
fenómeno que se intenta aprehender, es tan complejo que no puede reducirse
enteramente, a lo menos por ahora, a un sistema deductivo. La medicina es por eso en
parte arte, en parte ciencia.
Para hacer este arte el médico hipocrático actuaba en estrecha relación con el paciente.
El enfermo, sus familiares e incluso el medio ambiente, debían todos cooperar con la
acción del médico.
Para ejercer su arte el médico hipocrático debía hacerse una representación mental de la
enfermedad del paciente en todo el curso temporal: en el pasado, presente y futuro. Esta
representación es en verdad el pronóstico, la prognosis. El acceso al pasado lo buscaba
interrogando al paciente en su recuerdo de los comienzos de su afección, esto es, lo
buscaba a través de la anamnesis, la anámnesis. El estado presente, el diagnóstico, la
diágnosis, lo establecía usando todos sus medios de percepción de los seméix, es decir,
de los signos y síntomas de enfermedad, cuyo estudio es la semiología. Veamos, por
ejemplo, la descripción de la facies hipocrática, que se observa generalmente en un
cuadro disentérico:
En las enfermedades agudas hay que observar atentamente esto: en primer lugar, el
rostro del paciente, si es parecido al de las personas sanas, y sobre todo si se parece a
sí mismo. Esto sería lo mejor, y lo contrario de su aspecto normal, lo más peligroso.
Puede presentar el aspecto siguiente: nariz afilada, ojos hundidos, sienes deprimidas,
orejas frías y contraídas, y los lóbulos de las orejas desviados; la piel de la frente,
dura, tensa y reseca, y la tez de todo el rostro, amarillenta u oscura (Pronóstico, 2)
Consecuente con la idea de que la naturaleza del hombre encerraba una fuerza curativa,
el médico dirigía el tratamiento desde luego a eliminar la causa y a ayudar a que esa
fuerza se pusiera en acción. Con este fin debía tratar, ante todo, de servirse de medios
naturales. En segunda instancia usaba substancias extrañas. Un tercer recurso era actuar
manualmente. De este modo se desarrollan, según los medios terapéuticos empleados,
las tres ramas de la medicina clásica: la dietética, la farmacéutica y la cirugía.
La palabra cirugía viene de chéir, que significa mano y de érgon, que quiere decir
trabajo. Para el médico hipocrático era muy importante tener habilidad manual. Había
una cirugía puramente manual y una instrumental. A la primera pertenecía, por ejemplo,
la reducción de fracturas; a la segunda, el uso del bisturí, por ejemplo, para vaciar
abscesos o para la flebotomía para realizar una sangría. A pesar de que la dietética era la
rama más estimada, la que tuvo mayor desarrollo fue la cirugía.
Lo que los medicamentos no curan, lo cura el hierro; lo que el hierro no cura, lo cura
el fuego; lo que el fuego no cura, hay que considerarlo incurable
Sólo las grandes comunidades tenían un médico municipal permanente que recibía un
salario. De regla, el médico tenía que viajar buscando trabajo. Llegado a un sitio
adecuado, arrendaba un lugar que se convertía en iatreion, consulta con sala quirúrgica.
Los que tenían dinero podían pagar al médico para ser atendidos en casa. La norma era
no decirle al paciente qué afección tenía, a lo menos si era grave. También era norma la
consulta entre colegas. No había nada parecido a una licencia médica. La profesión se
ejercía bajo dura competencia. La mejor manera de asegurarse el futuro era adquirir
prestigio, y ello se lograba especialmente formulando pronósticos acertados. De ahí que
el pronóstico haya tenido mucha importancia no sólo en la doctrina sino también en la
práctica médica.
La mujer de la sociedad griega clásica en lo médico estaba desamparada: por una parte,
rara vez recibía atención de un médico, y, por otra, tenía prohibición de realizar
actividad médica. Según una anécdota relatada por Herófilo, existía una mujer con
nobles afanes, llamada Agnódice, ansiosa de poder asistir a mujeres en las horas del
parto, y para lograr tal propósito se vestía de hombre para recibir clases de Herófilo. De
esta manera se convirtió en matrona y pudo asistir a muchas parturientas. Pero los
médicos envidiosos de sus éxitos la denunciaron ante el Areópago, pero las distinguidas
atenienses a que había asistido, se pusieron de su lado, y fue absuelta y la ley fue
derogada.
ASPECTO ETICO
Este es uno de los aspectos más relevantes del arte hipócratico, en el que la profesión
médica alcanza una alta dignidad. El médico, en su quehacer, debía estar guiado por dos
principios: el amor al hombre y el amor a su arte. En el ejercicio de su profesión el
médico ha de cumplir deberes frente al enfermo, frente a sus colegas y frente a la pólis.
La idea moral culmina con la exigencia de que el médico debe ser bello y bueno, calós
cagathós, y al lograrlo, él se convierte en áristos, es decir, en noble. Con ello se da
cumplimiento al juicio valórico de Homero según el cual el médico es un hombre que
vale por muchos otros.
Las exigencias se referían, por supuesto, también a lo formal. Aparte el gozar de buena
salud para inspirar confianza en el enfermo, el médico debía cuidar de que su presencia
le fuera agradable al paciente. Debía ofrecer un aspecto aseado, estar bien vestido y
perfumado y era menester que hablara con corrección, serenidad y moderación.
Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higiea y Panacea, así como por todos los dioses
y diosas, poniéndolos por testigos, dar cumplimiento en la medida de mis fuerzas y de
acuerdo con mi criterio, a este juramento y compromiso:
Tener al que me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitores, compartir con
él mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si le hiciera falta; considerar a sus
hijos como hermanos míos y enseñarles este arte, si es que tuvieran necesidad de
aprenderlo, de forma gratuita y sin contrato; impartir los preceptos, la instrucción oral
y todas las demás enseñanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discípulos que
hayan suscrito el compromiso y estén sometidos por juramento a la ley médica, pero a
nadie más.
Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto
entender: del daño y la injusticia lo preservaré.
No haré uso del bisturí ni aun con los que sufren el mal de piedra: dejaré esa práctica
a los que la realizan.
A cualquier casa que entrare acudiré para asistencia del enfermo, fuera de todo
agravio intencionado o corrupción, en especial de prácticas sexuales con las personas,
ya sean hombres o mujeres, esclavos o libres.
Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de
los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré teniéndolo por secreto.
Los críticos fechan el Juramento a fines del siglo V o en la primera mitad del IV a.C, es
decir, lo sitúan en la época de Hipócrates.
En todo caso, para algunos historiadores la gran enseñanza del Juramento es que la
medicina es un arte inseparable de las más altas exigencias éticas y del amor al hombre.
El autor de los Preceptos dice: Donde hay amor por el hombre también hay amor por el
arte. Por eso el verdadero médico es vir bonus sanandi peritus.