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Política de Competencia en Tiempos de Globalización

Por: Oscar García Cardoze

Sobre el proceso de globalización hay tan variadas opiniones como distintos son los autores
que han tratado el tema. Aquí intentaremos hacer una caracterización muy rápida de cómo
entendemos esta realidad, lo que nos servirá para revisar las posibilidades que tendría la
aplicación de una política de competencia en un entorno donde cada vez más se distancian
los lugares donde se originan versus los mercados donde tienen sus efectos algunas
prácticas comerciales anticompetitivas.

Lo que se ha venido a llamar la Aldea Global tiene unos elementos muy notables que
caracterizan y diferencian este proceso de otros episodios de crecimiento de la economía
mundial. Así, en el ámbito de la producción se puede señalar que estamos frente al
concepto de fábrica mundial, donde la producción en masa y realizada casi
exclusivamente en una locación específica ha venido cediendo espacio a una producción
flexible y personalizada que atienda de mejor manera los gustos de los diversos grupos de
consumidores, a la vez que cada vez es más difícil determinar el origen de un producto ya
que generalmente aunque se ensamble en un país específico esto se hace a partir de una
serie de componentes que fueron elaborados en muchos lugares distintos. Adicionalmente
se han desarrollado nuevas formas de asociación empresarial, sobresaliendo las de la
subcontratación a nivel internacional.

En la esfera del comercio, lo distintivo en estos momentos, frente a la antigua primacía en


el comercio marítimo de una de las antiguas potencias, ha sido el surgimiento y
consolidación de acuerdos y bloques regionales. Aunque la experiencia europea que a
todas luces ha sido la más exitosa se remonta a finales de la década de l950 con la creación
de la Comunidad Económica del Carbón y el Acero, no es sino hasta inicios de la década de
1990 cuando con las negociaciones entre Estados Unidos y Canadá, y algunos años más
tarde con la inclusión de México en lo que se conoce como el Acuerdo de Libre Comercio
de Norteamérica (NAFTA, por sus siglas en inglés) es que se difunde ampliamente esta idea
de ir liberalizando el comercio mundial por medio de un creciente regionalismo. En estos
momentos, nos encontramos en un franco proceso de negociación que tendería a crear el
bloque comercial más grande del mundo una vez se concretice el Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA). Para Panamá esto reviste de singular importancia, especialmente
porque a partir del próximo año nuestro país será la sede temporal de estas negociaciones
comerciales a nivel hemisférico.

En materia de Política de Competencia, las negociaciones en el foro del ALCA pudieran ser
un punto de inflexión importante ya que está formalmente constituido un grupo de
negociación sobre este tema que tiene como objetivo general garantizar que los beneficios
del proceso de liberalización regional no se vean socavados por prácticas comerciales
anticompetitivas, lo que pudiera lograrse a través del establecimiento de una cobertura
jurídica e institucional a nivel nacional y regional que prohiba este tipo de prácticas. El
alcance potencial de las recomendaciones que puede hacer este grupo van mucho más allá
de lo que sería dable esperar del grupo que estudia, al amparo de la Organización Mundial
del Comercio (OMC), la interacción entre política de competencia y comercio
internacional.

En el campo de la información, este proceso globalizador se caracteriza por la omnipresente


economía digital. Existe un cambio dramático: antes el problema estribaba en la escasez de
la información, mientras que ahora se hace muy difícil manejar los grandes volúmenes de
información, que aunque generalmente están adecuadamente categorizados, implica un
esfuerzo de revisión importante si no se quiere dejar al simple azar la búsqueda del dato
más pertinente. El cada vez más extendido comercio electrónico (e-commerce), al menos
en productos de fácil manipulación como libros y revistas, música, medicamentos,
software, juguetes, computadoras y equipos electrónicos, y en otros no tan sencillos como
pudieran ser los automóviles, equipo de construcción, etc., representa una forma de
competencia no tradicional, que algunos podrían catalogar como desleal en la medida que
pueden eludir algunas cargas fiscales y de responsabilidad civil. No obstante el nuevo
perfil de este tipo de actividades, en su naturaleza no parecen existir razones para pensar
que estos nuevos sectores no podrían ser sujetos de la aplicación de las leyes de
competencia.

En el área de las finanzas es destacable el surgimiento del dinero electrónico. El comercio


ya no es clásico intercambio de productos concretos a cambio de alguna contraprestación
monetaria o en especie, sino el comercio de invisibles como son las voluminosas,
repentinas y casi instantáneas transferencias de dinero entre diversas plazas financieras.
Este tipo de comercio es portador de una especie de virus especulativo donde estos flujos
de capital no guardan relación con los de las inversiones extranjeras directas ni tampoco
con los flujos comerciales de bienes y servicios, afectando principalmente a economías con
desequilibrios externos y altamente dependientes del ahorro externo.

Parece claro claro, por otra parte, que un elemento que da soporte a este tipo de
desequilibrios financieros lo constituye la ausencia o insuficiencia de marcos
regulatorios, que han llevado a plantear la necesidad de un cambio en el perfil de la
regulación y supervisión de los sistemas financieros nacionales, además de empezar a
sugerir de hecho un nuevo rol del Fondo Monetario Internacional, que haga frente de forma
más efectivas a las cada vez más recurrentes crisis monetarias de sus países miembros.

Por extensión podemos plantear la conveniencia que se definan nuevos marcos regulatorios
que trasciendan el ámbito financiero e incursionen en la esfera comercial, específicamente
en lo relativo al desestímulo y eventual sanción de prácticas anticompetitivas, que
signifiquen un complemento importante a los diferentes Acuerdos de la OMC que norman
el comercio de bienes, servicios y propiedad intelectual.

La necesidad de esta nueva institucionalidad resulta clara cuando personas como George
Soros, reconocido filántropo muy vinculado a fondos de inversión-especulación a nivel
internacional, reconoce que una de las deficiencias del Capitalismo en esta etapa de
Globalización lo constituye el riesgo de la consolidación de monopolios y oligopolios de
alcance mundial. No se está dando solamente un cambio de la competencia oligopolística
hacia las alianzas estratégicas oligopolísticas (v. gr. el caso de los programas de códigos
compartidos entre aerolíneas), sino que surgen con aún mayor fuerza esa tendencia del
capitalismo hacia la concentración y centralización del capital que a comienzos del siglo
pasado llevara a Lenin a plantear la figura del imperialismo.

Las fusiones y adquisiciones, incluso hostiles, sobre todo en el mundo de los laboratorios
farmacéuticos y de los mass-media están de moda, erigiéndose en un reto importante para
la política de competencia actual.

La economía de este siglo ha cambiado radicalmente su perfil, lo que debiería llevarnos al


menos a reflexionar sobre el diseño y aplicación de una política de competencia cuyos
orígenes se remontan a las legislaciones antitrust de Norteamérica de finales del siglo XIX.

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