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ESPACIOS DE CONCIENCIA

CLAVES CIERTAS DE UNA VIDA

Luis E. Orellana

Primera edición. Marzo 2005


(c) Luis E. Orellana
Dedicatoria

A mi familia, un acorde musical compuesto por tonos diferentes,


que produce el efecto de conjunto del campo unificado de mi vida y
desde ese campo de manera especial: A mis padres, amor eterno,
quienes viven ahora juntos otra vez en aquel lugar sin tiempo ni
espacio. A Cecilia, mi compañera de viaje al infinito, razón de amor
y vida. A mis hijos Josefina, Luis Eduardo y Xavier, frutos de ese
amor. A mis nietos Ariel, Xavier, Nicole, Belén Camila, Cecilia y los
que vendrán, explosiones de alegría y de ternura, y a sus padres,
Pilar, Cicerón, Valerie y Lisa, a quienes mis hijos eligieron en su
momento como compañeros de su propios viajes. A mis hermanas
Norma y Luz María y mi sobrina Lucerito, nexos inquebrantables
de ese hogar en el cual se inició mi vida terrenal. A mis suegros,
quienes sin proponérselo me proveyeron de la principal fuente de
mis dichas. A los demás miembros de mi familia ampliada. Y
finalmente, a mis amigos de la esfera, que me acompañan desde
siempre.
A manera de introducción

En el transcurso de una vida las observaciones pueden conducir al


acopio de unas certezas que se juzgan importantes y que se desea
trasmitir. Las que se expresan a continuación son aquellas que han
surgido no sólo del análisis racional y lógico de las convicciones
conquistadas a fuerza de estudio y observaciones propias por los
otros muchos que sobre ellas han escrito a lo largo de la historia
humana. Podría decir así que estas certezas se han construido en
mi espíritu caminando sobre hombros de gigantes para poder
apreciar mejor el horizonte de las verdades eternas. Pero no se
han construido sólo de ese modo, también son el producto de
experiencias y vivencias personales con los suyos de este ser
humano que ha vivido todo lo vivido, y que aun vive, en una
permanente confrontación con fuerzas del espíritu.

Somos pensamientos del Padre, ondas de inteligencia del Espíritu


vibrando, que han sido condensadas y particularizadas en materia
viviente al ser percibidas por El.

Cuando El desea conocerse a si mismo, lo hace a través de


nosotros, para lo cual nos dota de conciencia. Esta conciencia es
la que le permite al Padre conocerse, y por tanto son a su vez
nuestros pensamientos, nuestras ondas vibratorias, quienes nos
ligan a El en una relación espiritual que nos confirma ser sus hijos.

Nosotros podemos convertirnos así, también con nuestros


pensamientos, en coautores creadores con El, de una realidad total
que se expande, paradójicamente, hacia ese punto convergente de
conciencia superior constituida por lo que Es .

Cuando pensamos lo somos, cuando emitimos esas ondas de


inteligencia vibrantes que son manifestaciones de amor, de belleza,
de música, de bondad, cuando nos preguntamos acerca de El, e
inclusive hasta cuando pensamos con maldad.

Cuando pensamos con maldad impulsamos aquella fuerza que


trata de destruir, de desordenar lo creado o por crear, que trata de
alimentar la entropía, de la misma manera que lo hace quien crea
al virus que trata de destruir todo el sistema y que vuelve necesario
que otros creen nuevas formas para equilibrarlo, así de alguna
manera quien trata de destruir o pervertir la creación, sin embargo
paradójicamente impulsa nuevas creaciones, por lo cual hasta los
auténticos malvados sobreviven en el equilibrio necesario del
sistema.

El rol que deseemos cumplir, y lo sabemos en lo más profundo de


nuestra conciencia, es lo que califica nuestra libertad como
creadora o destructiva.

En consecuencia, dejamos de ser creadores, cuando olvidamos la


trascendencia que podríamos darle a nuestros actos en este
mundo de las cosas y tan solo actuamos sin propósito o, cuando
olvidamos el Ser y optamos por el Tener, y en esas situaciones nos
vamos acercando al momento en que dejaremos de ser
pensamientos de Dios y nos convertiremos en no seres habitantes
del Reino de la Nada, no por ser malvados sino por inútiles.

Los actos realizados sobre la materia se destruyen en el tiempo y


en el espacio, se pierden, fenecen, mueren, pero los pensamientos
perduran por siempre. Los amantes pueden llegar incluso a
perderse, pero el amor que alguna vez pensaron y sintieron
perdurará por siempre. La belleza y armonía que hicimos vibrar al
crear la obra de arte jamás muere aunque la obra material se
consuma en el fuego, el tiempo o la barbarie. El odio y el desamor
también permanecen aunque el asesino, el asesinato, el traidor y la
traición desaparezcan.

Por eso de tanta importancia como lo es la definición como tal del


pensamiento trascendente, también lo son el arrepentimiento y el
perdón, pues sólo estos pensamientos pueden borrar aquellos
otros pensamientos que ya fueron y alimentaron la insaciable
hambre de la nada.

En el afán de compartir aquellas experiencias personales que


contribuyeron a definir las certezas antes expresadas hago
realidad este relato que se inició como una manera personal de
entenderme a mi mismo.

Luis E. Orellana.
Marzo, 2005
1
do, re, mi ...

Esa mañana el sol brillaba de un modo inusitado. Una melodía


pugnaba por salir del interior de su cerebro, extraída de entre la
infinidad de notas que el nuevo día le ofrecía a través del trino de
las aves que revoloteaban incansables entre las ramas de los
árboles, del fluir del agua por entre las piedras del riachuelo
artificial que conducía hacia la fuente y del tintinear de las gotas
que el rocío había formado y que las hojas entregaban generosas
aquí y allá a la tierra cubierta por el verde intenso de la grama. Do,
re, mi... mi, la, si... Todo el ambiente derramaba música. Sería una
melodía muy bonita, vibrante, cantándole a la vida...

Se había levantado muy temprano, optimista. ¡Quién podría no


serlo en un momento como ese! La frescura del viento acariciaba
sus mejillas y sin mayores reflexiones intuía en esa caricia que el
Padre también estaba allí, no sólo en su corazón sino fuera de él.
Por un instante tuvo la percepción del equilibrio que trasciende la
dinámica de lo espacio-temporal y vislumbró la luz eterna. Sabía
que estaba listo, pues siempre se sentía así momentos antes de
plasmar sus actos creativos. La melodía jugueteaba por entre sus
neuronas excitadas y oscilantes vibrando al unísono. Que alegría,
las notas se venían como en cascada y pensó que esta vez su
canción sería diferente, alegre y sin la tristeza siempre implícita en
la música nacional de la cual le resultaba a veces un tanto difícil
escapar.

Abandonó el jardín y se dirigió entusiasmado hacia la puerta del


garaje para abrirla. Retiró el candado que pendía de ella y corrió
las dos pesadas hojas de metal, lo que de inmediato le permitió
observar a Juan, el guardián del barrio que algunos vecinos habían
contratado para que cuidara sus casas. El hombre vestía una
camiseta interior y pantalones raídos, y aún dormitaba en una silla
colocada en la vereda de enfrente. Un poco más allá, decenas de
vehículos se agolpaban al pie del centro educativo que en forma
inexplicable aún continuaba establecido en ese barrio residencial y
cada mañana recibía a centenares de alumnos. Esa mañana,
como tantas otras, los vehículos conducidos por los padres de
familia se detenían en cualquier lugar e interrumpían el tráfico
normal.

Volvió al interior del garaje y retiró el bastón trancapalanca del


timón. Giró la llave de encendido echando a andar a la vieja
furgoneta modelo 81 que detuvo unos pocos metros más adelante
para volver a asegurar la puerta del garaje. Una vez que lo hizo
retornó al vehículo y reanudó la marcha. Esquivando chiquillos y
vehículos desparramados por doquier, atravesó por entre la
muchedumbre que ocupaba la calle y puso rumbo a su oficina.

Do, re mi, plum, plam, tracatán... Las notas disonantes no le


harían perder la melodía... Continuó tarareando y avanzando.

Tres cuadras más y debió detenerse frente al rojo intenso del


semáforo. Dos minutos de espera fueron suficientes para observar
en seguidilla unas cuantas estampas cotidianas.
Vio así al cuatro por cuatro insolente que al otro lado de la
bocacalle hacía caso omiso de la señal en rojo y viraba furibundo
hacia su izquierda mientras los conductores de dos pequeños
vehículos chirriaban los frenos para evitar la colisión.

En el parterre se acomodaba un grupo de personas. Todas con


diferentes propósitos aparentemente pero en realidad con un solo
objetivo, este es, obtener el diario sustento. Unas vendían
aguacates, otras ofrecían paracaídas de juguete, y algunas se
acercaban a las ventanillas introduciendo casi en las narices de los
conductores, accesorios para teléfonos celulares y muchas otras
chucherías.

En una de las esquinas una joven mujer empujaba a un


desgarbado individuo tirado sobre una silla de ruedas. El hombre
de edad mediana semejaba a aquellos futbolistas que al parecer
casi agonizan frente al arbitro hasta que éste le ha sacado tarjeta
roja al jugador contrario, y luego se levantan muy orondos. Era la
viveza criolla jugando el juego de la vida.

Un lujoso carro parqueado sobre la acera era pulido con esmero


por el chofer mientras aguardaba a su jefe. El vehículo portaba
ostentosamente una placa con letras en relieve identificando a uno
de los juzgados del distrito. En la placa reluciente, el cóndor del
escudo del país parecía que sonreía con desprecio.

Luz verde, la marcha continuó... Unas pocas cuadras más y el


disco “Pare” lo obligó a detenerse. El conductor del vehículo que
venía detrás expresó su disconformidad con la maniobra
apresurándolo con su pito estridente una y otra vez. La melodía
alegre que jugueteaba en sus neuronas sintió el impacto de este
nuevo tracatán, pero orgullosamente resistió el agravio. Aguardó
con paciencia que pasara el último vehículo antes de reanudar la
marcha y doblar rumbo a la zona central de la ciudad. Se unió así
al flujo de conductores presurosos por llegar a tiempo a sus
lugares de trabajo y escuchó el rugir de los motores y la estridencia
de los golpes de válvulas de las máquinas forzadas sin sentido,
pero el ruido perdió importancia ante el golpe a la vista propiciado
por una doble fila que se había formado más adelante creada por
los padres de familia que habían detenido sus vehículos para
entregar a sus pequeños en la puerta de un jardín de infantes
renombrado, donde tres hermosas y sonrientes muchachas los
recibían. Esquivó el bulto con cautela y continuó...

Poco más adelante una larga fila de personas, cien o más, se


armaba y desarmaba. Cada persona en la fila se desesperaba por
entrar a las oficinas consulares y obtener la visa necesaria para
marcharse a ese país europeo. Por un momento esas personas le
parecieron cascabeles a los que le hubieran sustituido el pedacito
de metal interior por un trocito de madera y por ello vibraban
lentamente en un mismo tono de un bajo profundo y lastimero. Una
melodía de pobreza, tristeza y aburrimiento se percibía en el
ambiente.

Siguió en su rumbo algo pensativo pero de inmediato un bus


repleto de pasajeros lo obligó a orillarse a la derecha para no ser
embestido y un ¡mierda! surgió con fuerza desde lo profundo de
sus vísceras. Se vio forzado a abandonar el carril que le
correspondía y a esperar pacientemente que se dieran las
condiciones para retomarlo. Esperó inútilmente ya que el bus
montado por sobre la mal pintada línea separadora de los carriles,
bailoteaba a derecha e izquierda, presto a detenerse en cualquier
parte, una y otra vez, para recoger a los estudiantes universitarios
que a esa hora de la mañana pululaban, y tuvo muy a su pesar que
continuar por largo trecho tras el bus de intermitentes paradas que
ya empezaba a encaramarse al paso elevado por el cual tiene
prohibido transitar. En un momento, cuando el bus comenzó a
descender y él estaba ya en medio del paso elevado, un agradable
paisaje de mil colores le mostró la ciudad desde aquel lugar,
aliviando así en algo su mal rato.

Otra vez do, re, mi... volvía la armonía.


Continuó... Faltaban pocas cuadras para llegar a su destino. Pero
antes tenía que pasar por aquel lugar ¡qué pestilencia! Era el fuerte
olor que emanaba de las dos pequeñas villas recientemente
desocupadas, que los transeúntes habían convertido en lugar de
uso público para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Aceleró la
marcha, mas el último semáforo lo detuvo, momento que
aprovechó la joven indígena con bebé al pecho y un pequeño de
unos tres años jugando junto a ella, para demandar con mano
extendida y un “dame” lastimero en los labios “una caridad por
amor de Dios, patroncito”. Después de un firme ¡No! - que hasta
puso en tentación a sus creencias y estremeció su corazón -
avanzó los pocos metros que faltaban y estacionó el vehículo.
Como escapando, cruzó la calle y se dirigió a paso firme a su
oficina. Un sentimiento de frustración lo invadía. Ya no estaba tan
seguro del ritmo que tomaría la melodía que momentos antes
brincaba alegremente en el interior de su cabeza. Es que como
dicen los que saben, tan sólo hace falta cambiar una nota para
transformar de alegro a triste el sentido de una melodía.

Toda esa mañana se tornó una batalla de emociones, de


recuerdos, de pensamientos que se agitaban en su mente y en su
corazón. Sintió necesidad de expresar aquello que lo atormentaba,
sintió necesidad de organizar sus pensamientos e intentar una vez
más entender lo profundo de las cosas. ¿Una melodía hecha
canción? ¿Unas palabras que expresaran su sentir? ¿Tal vez un
¡Carajo! bastaría, pero no... no sería suficiente, el sentimiento era
muy potente, lo envolvía, tendría que escribir... y hacerlo ahora. Y
empezó...

2
remembranzas

El sentimiento que había invadido su alma y que lo obligaba a


escribir no tenía la pretensión de dejar una huella que en el futuro
explicara a alguien el por qué de su sentir. Era solamente una
manera de limpiar aquello que en su alma habían ensuciado los
acontecimientos.

El nunca había podido dejar de observar -siempre estaba obligado


a hacerlo aunque a veces hubiera deseado poder escapar a esa
compulsión y perderse en la inconsciencia- y al observar tenía que
juzgar, pues hay una racionalidad que siempre está allí en su
mente, más allá de su voluntad. No puede aceptar nada sin
preguntarse antes hasta los últimos ¿Por qué?. Y aún esta forma
de pensar, de sentir, de ser, está sujeta a juicio y piensa: ¿Por
qué? ¿Por qué siempre reacciono así? ¿Cuáles son las claves
ciertas de mi vida? Las preguntas lo transportan entonces al
pasado.

Recuerda muy claramente el viejo poema, el primero que salió de


su mente allá por aquellos tiempos en que apenas tenía once o
doce años, lo denominó entonces “Mi más allá, un rincón en el
centro del infinito...”. Los versos aún resuenan en su mente:
“Hoy siento que mi cuerpo se desmaterializa.
Las pequeñas partículas que componen mi física sustancia,
En incesante evolución,
Emprenden un misterioso viaje hacia lo desconocido.
Voy desapareciendo;
A mi cuerpo lo invade lentamente un sopor extraño;
Me veo rodeado de densas brumas;
Luego sombras, más sombras y oscuridad total...
Ahora estoy en mi más allá...
Desde aquí observo, en perpetuo movimiento,
A los miembros de la Integral Escena.
Desde aquí miro el constante desfilar de la maldad humana
Y el breve y bellísimo manar de la bondad terrena.
Y es que estoy aquí por un caprichoso y extraño juego del destino.
Es que estoy aquí convertido en Supremo Juez;
En inconmensurable Espacio, en Sublime Voluntad,
En Infinita Inteligencia: Soy el Pensamiento.
Si, yo, formidable esfuerzo de un alma que interroga:
Hoy etéreo personaje
Habitante de un Cosmos Infinito,
Poseedor de la verdad absoluta
-que sublimiza y engrandece-
siendo lo que soy:
tan sólo un hombre”.

Y al recordar el poema, otros recuerdos de su infancia ya lejana


llegaron a su mente, por ejemplo la esfera...
3
la esfera

La tenía... Estaba allí entre sus cosas de niño. A veces hasta


jugaba con ella, pues cuando lo hacía le resultaba divertido. No
recordaba desde cuando la tenía, siempre había estado allí. Sin
embargo, no siempre pensaba que era un don poseerla y más bien
la mayoría de las veces sentía que tenerla era como si tuviera que
cargar un pesado fardo sobre sí. Tenerla lo hacía distinto, especial,
y serlo le volvía difícil sus relaciones con otros. Era ella la culpable
de que sus pequeños amigos lo consideraran muchas veces un
poco extraño cuando él no lograba disimular que estaba jugando
con ella. ¿Cómo podría explicarlo? si en ocasiones hasta los
adultos le decían “olvídate de eso que está muy complicado y eres
tan sólo un niño, mejor vete a jugar con tus amigos”. Pero ¿Cómo
hacerlo? Si cada vez que él intentaba simplemente jugar, surgía sin
que pudiera evitarlo uno u otro de los tantos seres que habitaban
en su particular “esfera” y en esos momentos sentía que se
trasladaba a un mundo más interesante y sin límites y desde luego
el juego con sus amigos se convertía de inmediato en un total
aburrimiento, aunque no siempre llegaran a notarlo debido al
esfuerzo que él hacía por adaptarse a la simpleza de ellos.
En una ocasión mientras jugaba con algunos de sus amigos, al
observar el bailoteo de su trompo y el de los trompos de ellos,
pudo prever que el suyo ganaría pues continuaría girando mucho
después que los otros se hubieran detenido. Tendría pues que
cobrar el castigo convenido. No le proporcionaba placer tener que
hacerlo. Le habría agradado que junto con sus amigos hubiera
podido invitar a los habitantes de su esfera mientras la
competencia aun estaba en pie y no hubiera existido necesidad
alguna de castigo, sino más bien el disfrute y el regocijo que éstos
sabían proporcionar con sus extraños interrogantes. Bien habrían
podido jugar a responder todo aquello que los singulares
habitantes de la esfera deseaban saber. Pero no, esta vez como
en otras ocasiones que jugaban, ninguno se interesó en otra cosa
que no fuera jugar como siempre lo hacían, sencillamente como lo
que eran, unos niños y sólo eso, y la competencia prosiguió como
era lo usual. Pasó lo que él ya sabía por anticipado, ganó y tendría
que tomar a los trompos perdedores, ubicarlos en lugar apropiado
y descargarles veinte golpes a cada uno con la punta del suyo.
Sus amigos no estaban preocupados pues unos pocos huequitos
más en el cuerpo de madera de sus trompos sólo servirían para
confirmar que no eran “aniñados” y que habían estado en “mil
batallas”.

Entonces, mientras él buscaba el lugar apropiado para el castigo,


como le sucedía continuamente en una u otra circunstancia, los
habitantes de la esfera surgieron y ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
¿Dónde? ¿Por qué? ¿Para qué? y esos otros varios personajes
cuyo nombre no había podido conocer todavía, bailaron
nuevamente en su mente intentando saber siempre más. Tal como
cuando salieron para averiguar sobre él mismo, sobre su propia
persona, esta vez comenzaron a averiguar sobre el juego con
trompos.
¿Qué?, como siempre fue el primero e inquirió sobre la naturaleza
de aquel juego y de sus elementos. El se apresuró a explicarle que
el trompo era un juguete que se hace bailar con una cuerda
arrollada a él. Que el juego consistía en que varios niños lanzaran
a bailar cada uno a su trompo, al mismo tiempo, y que el que
permanecía bailando más que los demás ganaba y, por tanto,
debía cobrar un castigo a los perdedores, que consistía en dar 20
golpes con la punta del trompo ganador en el cuerpo de cada uno
de los trompos perdedores.

“No me has dicho de qué material están hechos los trompos. Me


has hablado de una cuerda y no me has dicho nada de ella, del
material del cual está hecha, del largo que tiene, tampoco me has
explicado qué es un juego” – le dijo ¿Qué?.

“Creí que ya lo sabías”.

“Eso no importa, yo se lo que se, pero eres tu quien debe saberlo.


Dímelo”.

“Ya, ya, no te impacientes. Un trompo está hecho preferentemente


de una madera dura, tiene la forma de un cono con una bola de
helado pues su parte más ancha termina en una especie de
sombrero en forma de una media esfera. Podríamos decir que es
como un cono con una bola de helado, un poco bajito y gordito. Su
parte delgada termina en una punta metálica, una especie de clavo
que está incrustado en la madera, a lo mejor es un clavo
realmente. La punta está algo roma pues uno la gasta raspándola
contra superficies duras para que luego pueda bailar mejor”.

Tenía que describirle el trompo de la mejor forma que pudiera pues


de otra manera ¿Qué? no lo dejaría en paz, pero su vocabulario
de niño a veces no era suficientemente amplio para expresar lo
que quería decir.

“¿Te lo dibujo?” le dijo y, sin esperar respuesta, echó mano de ese


personaje que otras veces lo había ayudado. Hizo salir de la
esfera a “Pizarrón”, así le había puesto de nombre a una blanca
pantalla que se proyectaba mentalmente delante de sus ojos. En
ella dibujó hasta con sus más pequeños detalles a un trompo ideal
y como Pizarrón era una pantalla mental hasta pudo hacerlo girar
para que ¿Qué? entendiera. Le agradeció a Pizarrón, le pidió que
volviera a la esfera y continuó explicando: “La cuerda es de piola
de trompo”. Ah caray, no podía decirlo así pues eso sería motivo
de otra discusión con ¿Qué?, pues él no le permitiría explicarle
algo utilizando aquello que estaba explicando. Volvió a empezar
escogiendo las palabras con sumo cuidado. “La cuerda es una
trenza de hilos de algodón, de algo más de un metro de largo, no
muy gruesa, que se arrolla alrededor del cuerpo del trompo
partiendo desde la punta hacia arriba. Al lanzar el trompo contra el
piso se mantiene fija en la mano una punta de la cuerda la cual se
desenrolla produciendo el giro del trompo sobre el piso”. Ya, lo
había explicado de la mejor manera que podía hacerlo, pero le
faltaba explicar qué era un juguete. “Mira ¿Qué?, un juguete es un
algo que sirve para que uno se divierta”. ¡Oh!, había metido la pata
nuevamente y ya era tarde para dar marcha atrás. ¿Qué? le salió
al paso de inmediato con una nueva interrogante:

“¿Entonces tus amigos son tus juguetes pues veo que te estás
divirtiendo con ellos? “.

“No ¿Qué?, las personas no son juguetes, son compañeros de


juegos. Los juguetes son cosas sin conciencia, ya sabes, objetos
de tres dimensiones en el espacio que una persona o varias
utilizamos para entretenernos y divertirnos”. Lo dijo orgulloso pues
eso era lo que le habían enseñado en la escuela.

“¿Acaso no puedes jugar sino con las cosas? ¿Acaso no puedes


jugar con tus pensamientos, con tus recuerdos, con tus futuros?
¿Acaso no estás jugando conmigo?”.

“Ya, ya , contigo no estoy jugando, estoy aprendiendo” –se lo dijo


como queriendo callarlo, pero ¿Qué? no deseaba callarse.

“Y ¿Qué es aprender? ¿Acaso no puedes entretenerte y divertirte


cuando estás aprendiendo? ¿Acaso aprender no es jugar a
recordar cada vez más lo que ya sabes?”.

“Tienes razón, a veces me divierto más jugando con ustedes que


con mis amigos, pero debes admitir que no siempre es divertido
porque muchas ocasiones ustedes se ponen cargosos y no se qué
responderles, al fin y al cabo sólo soy un niño y no tengo todas las
respuestas”.

“Quisiera que entendieras que las respuestas suelen ser muy


importantes, pero mucho más lo son las preguntas. Las respuestas
siempre pueden variar pero las preguntas, al menos las que
realmente valen la pena, siempre son las mismas. Cierto que eres
un niño y precisamente porque lo eres debes ser fiel a tu
naturaleza, eres un ser que debe aprender y por tanto siempre
debe haber en tu mente preguntas y más preguntas. ¿Te sientes
feliz ahora que has intentado explicar lo que es un trompo?”.

“Por supuesto que si, pero ¿por qué dices que he intentado
explicarlo y no admites que lo hice?” -contestó el niño.
“Al parecer tu te sientes satisfecho con la respuesta que me diste,
yo no. Creo que existen más preguntas que hacer y por tanto más
respuestas que dar. ¿Acaso no puedes situarte en otras
perspectivas? ¿Acaso el trompo no es un arma, no es una puerta a
la amistad, no es una de las tantas visualizaciones que el ser
humano hace para aprender acerca del mundo de las cosas? Todo
siempre depende del ángulo desde el cual lo miras. ¿Acaso con tu
trompo no puedes causar daño y herir? ¿Acaso con él no ha
crecido la amistad con los otros pequeños que juegan contigo?
¿Acaso no hay ...?”. ¿Qué? no pudo continuar pues el niño
interrumpió sus palabras.

“¿Un arma?”, en ese instante pensó en el castigo que tendría que


imponer a los otros trompos y susurró: “Una víctima también”.

“¿Dijiste algo? No te escuché muy bien”.

“Dije que también un trompo podría ser una víctima. Tenías razón,
todo depende del ángulo desde el cual miras. ¿Una puerta a la
amistad? Si, pero también al odio, ya verás cuando cobre el
castigo. En cuanto a eso de las visualizaciones, eso si no lo
entiendo bien”.

“¿Me ves? ¿Estoy aquí? ¿Existo?”

“Por supuesto que si y este “si” vale para las tres preguntas, pero
¿Cuál es el punto que tratas de probar?”.

“Que soy tan real como lo es el trompo o que el trompo es tan real
como lo soy yo aquí y ahora. Los dos somos visualizaciones tuyas.
¿Diferencias? Cuando visualizas al trompo lo ubicas en el mundo
al que llamas real y a mi ¿En que mundo me ubicas? ¿Mi mundo
de la esfera no es real? No tienes todas las respuestas todavía
puesto que eres un niño, ahora tienes sin embargo las preguntas.
Pero de algo si estamos claros, la realidad es mucho más que ese
mundo que tu llamas real ¿Verdad que si? Pues de otra manera no
podríamos conversar como lo hacemos. Deseas aprender y has
visualizado la esfera en la que vivimos tus preguntas más
profundas e inquietantes, pero ¿acaso el trompo no podría ser
también otra especie de esfera que te permita descubrir y aprender
ciertas leyes acerca de cómo funciona este mundo de las cosas?
¿Por qué se calienta la punta del trompo cuando gira sobre el
piso? ¿Qué es la fricción? ¿Qué es una resistencia? ¿Qué es el
calor? ¿Por qué el trompo se mantiene en equilibrio durante un
tiempo y luego se detiene y cae? ¿Qué es la gravedad? ¿Qué
hace que el trompo gire? ¿Qué es un impulso? ¿Qué es una
causa y un efecto? ¿Existen efectos sin causa? ¿Cuántas
interrogantes hay por resolver en este mundo de las cosas,
verdad? ¿Te has puesto a pensar cuántas cosas hay en este
mundo que llamas real? Cada una es como una esfera llena de
montones de interrogantes que finalmente te conducen a unas
pocas que son siempre las mismas”.

¿Qué? iba a continuar pero una vez más fue violentamente


interrumpido...

“Ah, ¿Estás diciendo que tu y los otros son creados por mi pero
que son tan reales como lo son las cosas que puedo tocar? ¿Estás
diciendo que los pongo a ustedes fuera de mi para poder verme a
mi mismo y conocerme? ¿Eso que son ustedes para mi es lo
mismo que somos los seres humanos para Dios? ¿El nos ha
creado, o visualizado si así deseas llamarlo, para poder conversar
con nosotros y poder verse desde afuera? Son muchas
interrogantes para un niño ¿No lo crees? Me va a doler la cabeza.
¿Por qué ahora no me dejas jugar simplemente?”.
De repente ¿Por qué? dejó de bailar y se metió de lleno en la
conversación.

“He escuchado mi nombre ya muchas veces mientras ustedes


hablaban, y yo mismo lo volveré a repetir : ¿Por qué?”.

“Es que ¿Qué? no me deja en paz y tengo que cobrar un castigo.


Es él quien repite tu nombre, ya una ocasión me dijo que estaba
muy ligado a ti, que eras como su hermano. ¿Eso es verdad?”.

“Pues sí, es verdad, y tenemos muchos otros también. Ya los


conoces y de eso hablaremos después, ahora me quitaré los
signos, dejaré de ser interrogativo para convertirme en afirmativo y
te dejaremos en paz por esta vez, “porque” tienes que ir a cobrar
un castigo”. ¿Ves que también yo puedo ser de dos maneras
distintas con un simple y sencillo cambio?

Sacudió su cabeza rápidamente como queriendo desembarazarse


de los dos, y mientras ellos desaparecían dentro de la esfera, tomó
los tres trompos en sus pequeñas manos, los examinó
rápidamente, vio las vetas de la madera de sus cuerpos y detectó
en ellas las líneas de fractura que de modo imperceptible
marcaban el camino que debían seguir los golpes para provocar
que los trompos se partieran. Pensó que un castigo era para
cumplirse, pensó también en la cierta soberbia que sus amigos
exhibían al decir que sus trompos no eran “aniñados y que unos
cuantos puntazos nada más marcarían su participación en mil
batallas”, pensó que les había ofrecido la oportunidad de jugar a
algo más divertido, a encontrar respuestas a tantas preguntas que
tiene un niño en su mente, y que no les había interesado y
finalmente su corazón ya latía muy fuertemente por emociones
encontradas que él no sabía explicar. ¿Coraje, compasión,
amistad, revancha, ira...? Sintió su cuerpo envolverse en muchos
colores, más que los del mismo arco-iris, pero no era momento
para más reflexiones.

Colocó los tres trompos en tres huecos contiguos que había en el


piso de cemento de la terraza donde jugaban y empezó a asestar
uno a uno los golpes con la punta de su trompo sobre las líneas de
fractura. No tuvo que asestar todos los golpes que estaban
previstos pues mucho antes de descargar los veinte, uno a uno,
dos de los trompos se abrieron totalmente y el otro quedó medio
abierto. Parecían dos nísperos rajados medio a medio. Todo fue
tan rápido que nadie pudo hacer nada. Sus amigos en ese instante
al ver lo que él había hecho, lo odiaron.

El reafirmó entonces en su mente aquello que momentos antes le


había dicho a ¿Qué?: un trompo puede ser un arma y también una
víctima, un trompo puede ser una puerta abierta a la amistad y
también al odio. ¡Qué curioso! Los contrarios están tan cerca...
Tendría que meditarlo y analizarlo más profunda y detenidamente
en alguna otra ocasión.

Tomó su trompo y su piola y lentamente se alejó... sintió tristeza


por él y sus amigos, ellos jamás comprenderían...
4
Soledad

Todo fue una sorpresa desde el instante mismo en que pisó la


entrada del viejo edificio de la escuela. Había inusitados
movimientos. Observó el sube y baja de inspectores y maestros
mientras ascendía por la rechinante escalera para dirigirse a su
aula de clases. Se sentó en la banqueta justo en el momento en
que la maestra del segundo grado que cursaba, con ojos llorosos y
voz entrecortada, les comunicaba que su compañerita Soledad
había partido anticipadamente para hacerles compañía a los
ángeles en el cielo, que se prepararan, que irían junto con ella para
presentar las condolencias a los padres de la niña en la casa del
velorio que quedaba a media cuadra de la escuela. Fue así como
empezó, esa mañana lluviosa y triste del martes aquel entre la
navidad y el fin de año, su primera entrevista con la muerte.

Las que primero llamaron su atención fueron las blancas cortinas


de duelo desplegadas a la entrada de la casa. Eran blancas si,
pues se trataba de una menor y no esas negras que alguna vez
había visto en otras casas y acerca de las cuales había preguntado
por qué estaban allí sin que alguien le hubiera dado respuesta
alguna. Esta vez preguntó por qué blancas y no negras. Uno de
los compañeritos le dijo que se trataba de una niña y que ella no
tenía pecados, que se ponen las negras cuando se mueren los
grandes que si los tienen. “¿Y quien te lo ha dicho”, preguntó y la
respuesta no se hizo esperar: “Me lo dijo el cura en el catecismo”.
Ah, bueno una respuesta al fin, pero no entendió por qué el blanco
es sin pecado y el negro tiene pecado. A él siempre le había
gustado el negro, “es muy bonito”, sabía decir. El grupo continuó
avanzando. Junto a su maestra y sus compañeritos subió la
desvencijada escalera que permitía el acceso al lugar del velorio.

Un hálito de tristeza se percibía en el ambiente. No tenía claro el


por qué todos estaban tristes, ¿Acaso eran unos egoístas?, y el
por qué de presentar condolencias, que es una manera de
expresar pesar, si su amiga había partido para estar con los
ángeles en el cielo. Pensaba que todos debían estar felices por el
hecho, aunque claro que la extrañaría, sobre todo a su risa
contagiosa y a sus bailes locos, con los brazos elevados y las
manos retorcidas, que ella decía eran “españoles o flamencos”.

Se le había encargado sea él quien expresara las condolencias del


grupo de compañeritos y se topó de golpe y porrazo con la madre
bañada en lágrimas a quien en su confusión de pensamientos sólo
atinó a decirle quedamente “felicitaciones” y no todo el discurso
que se suponía debía expresar acompañándola en su dolor por la
pérdida sufrida. La señora también sumergida en sus propios
pensamientos no prestó atención a lo que había dicho el niño y
solamente lo abrazó con ternura y lloró con él entre sus brazos.

La maestra y algunos de sus compañeritos que si lo habían


escuchado sin embargo, luego le recriminaron con un “¿Cómo
pudiste haberle dicho eso?” y grabaron en su mente las palabras
“¿No comprendes que está muerta y nunca más podrás jugar con
ella?”. De esto último él no podía estar seguro, tendría que
pensarlo, pero de algo si lo estaba, él no sabría nunca como
consolar a alguien por la muerte de un ser querido, ¿Cómo
hacerlo? si él mismo no entendía el por qué la muerte podría ser
una pérdida o un mal por el cual hay que llorar.

Continuó avanzando hacia el ataúd que estaba colocado sobre una


plataforma, rodeado de flores y cirios encendidos. Casi no podía
observar el cuerpo de su amiga, tendría que llegar muy cerca para
verla. Llegó. El rostro de la niña tenía la misma dulzura de siempre.
Tan solamente parecía dormida. ¿Es distinto el sueño de la muerte
que el sueño de todos los días? Ya no pudo, entonces, impedir que
surgieran ellos como desesperados, estaban nuevamente allí,
interrogando...

Esta vez ¿Por qué? fue quien primero interrogó: “¿Por qué tanto
alboroto? “. “Soledad ha muerto” –respondió el niño-. “¿Y eso
qué?”. “Y bien, es que por mi confusión no he podido dar las
condolencias correctamente a la mamá de Soledad y, además,
todos dicen que yo debía estar muy triste porque ya no podré jugar
nunca más con mi amiga y sin embargo no me siento triste”. “¿Y
por qué estás confundido?”. “¿Te parece poco? No entiendo. Me
han dicho que ella ha ido al cielo y está con los ángeles, yo diría
que eso es fabuloso, a mi me gustaría también estar con ellos.
Pienso que Soledad es afortunada y sin embargo su mamá llora y
todos ponen caras de compungidos, es como si todos hubieran
comprado una máscara de tristeza. ¿La muerte es algo triste?”. “Tu
pregunta es pertinente. Creo que ¿Qué? podrá ayudarte a
entender mejor que yo”.

¿Qué?, que no necesitaba mucha invitación para intervenir, hizo su


aparición una vez más con una interrogante: “¿Qué es morir?”.
“Y yo no lo se exactamente” –contestó el niño-. “Cada vez que he
preguntado me dicen cosas que no me parecen lógicas y me
confundo. Mi maestra dice que es irse al cielo con los ángeles. He
escuchado también que hay gente que se va al infierno porque se
porta mal, ya sabes, ese lugar donde dicen que hay llamas por
siempre y uno se quema y que además allá está el diablo. Nadie
me ha dado una explicación que yo comprenda y me deje sin
preguntas que hacer. Pienso que todos tienen miedo de hablar
sobre la muerte. Aquí está Soledad como dormida ¿Cuánto tiempo
permanecerá así? ¿Despertará pronto? ¿Y si no vuelve a
despertar? Dicen que no podré jugar más con ella ¿Significa que
no va a volver? ¿Y si ha ido al cielo, por qué su cuerpo está aquí?
¿Estar muerto es ya no ser? Pero si su cuerpo es todavía y dicen
que ella ha muerto ¿Quién es que ha muerto? ¿Quién era
Soledad? Si ella al morir se fue, entonces su cuerpo no era ella, su
cuerpo era como un vestido que llevaba puesto. ¿Entonces quien
era Soledad?”. “¿Quién era ese algo que se había ido?” -continuó
diciendo el niño mientras un torrente de preguntas seguían
surgiendo en su mente......

“¿Por qué te preocupa tanto la muerte de Soledad?”

“¿Qué te sucede? Precisamente tú que siempre me atormentas


con tus ¿Por qué? ahora me lo dices de este modo tan simple
como si no valiera la pena aclararlo. Soledad es mi amiga, lo será
siempre, al menos mientras yo sea yo, ¿Qué es lo que estoy
diciendo? ¿Alguna vez no seré yo? Ella está en mis pensamientos
y no se habrá ido aunque su cuerpo esté dormido o se lo lleven de
aquí a no se donde. Además, y es lo que más me hace pensar, si
no tengo respuestas que valgan para ella no tengo respuestas que
valgan para mi ¿No es lógico acaso lo que estoy diciendo ahora?
¿No entiendes acaso que hay una pregunta rondando mi cabeza?
Decir ¿Quién era Soledad? es como decir ¿Quién soy yo? ¿No
crees que es una pregunta importante?”.

De pronto se hizo un profundo silencio. Las preguntas se fueron,


todas las palabras también, se fueron hasta los susurros de los
mayores –en esta ocasión susurraban acerca de Soledad- que
inevitablemente se escuchan en todos los velorios comentando lo
especial que era la persona fallecida. Sus propios recuerdos
comenzaron a esfumarse, sus pensamientos también. Ya no había
emociones, se habían ido. No sentía su cuerpo, sólo un creciente
vacío estaba allí y en ese vacío él era. Tenía conciencia de sí,
sabía que era él aunque no había distinción alguna entre él y el
vacío. Repentinamente una abertura irradiante estaba allí frente a
él. Se sintió atraído por ella y penetró en una infinitud de luz donde
observó oleadas de otras vibraciones que ondulaban en diversas
frecuencias. Se sintió envuelto por ellas y por un instante se
percibió a sí mismo igual que lo hizo cuando aún no nacía, estando
aún en el vientre materno, en aquella ocasión cuando sus padres
tomados de las manos durante una tormenta eléctrica vieron
estupefactos precipitarse la descarga a pocos pasos de ellos. El
vio la luz del rayo atravesar el líquido amniótico y depositarse en lo
profundo de lo que más tarde sería su instrumento para tener
percepciones, su cerebro ¿O sería que las terminales nerviosas del
cuerpo de su madre que llegaban hasta él, fundidos ella y él como
en una sola carne, captaron las impresiones que las retinas de ella
habían percibido? También ahora, como siempre, habían una
infinidad de preguntas y posibles respuestas sobre aquel hecho, lo
cierto era que ahora, al igual que en aquella ocasión, se percibió a
sí mismo como un ser dentro de un vientre, pero esta vez él estaba
dentro del vientre desde donde nacía todo. Todo era energía y en
esa energía él vibraba. El era él, pero también era el todo. A lo
lejos percibió una vibración especial que no supo definir al principio
pero igual sintió que su ser era atraído hacia allá y al dejarse ir
pudo observar la sonrisa de Soledad y en su conciencia de niño
resonaron aquellas que le parecieron palabras de ella “¿Siempre
podremos jugar, verdad?”. No alcanzó a contestarle, pues su
mente condensó la pregunta “¿Es esto morir?”. Y entonces se
rompió el silencio....

Desde ese momento ya nunca jamás podría llegar a temer a la


muerte, había comprendido que la realidad era mucho más que
esto que todos llamaban vida, él jamás dejaría de ser. Sintió sin
embargo que estaba vivo aquí y ahora, y debía vivir. Descendió la
crujiente escalera de la casa del duelo y al cruzar el umbral con
sus blancos cortinajes, muy quedamente, con un “hasta pronto”, se
despidió de Soledad.

Mientras caminaba un pensamiento se repetía en su mente:


“Puedo volver allí las veces que quiera, puedo hacerlo si no pienso,
si hago silencio dentro de mi...”.
5
Nadie

Ocho de la noche. La cena había terminado. La familia ya reunida


en la salita familiar contigua al comedor, prolongaba una vez más
la infaltable sobremesa. Se habló de muchas cosas esa noche
como siempre se lo hacía, los consejos no faltaron, los principios
rectores que toda persona de bien debía seguir fueron traídos de
una u otra manera a colación, las ideas nuevas, la correcta
utilización de las palabras para que la expresión de los conceptos
fuera fiel, las perspectivas diferentes que podían darse a uno u otro
de los asuntos conversados, todo ello siempre era orientado por su
padre y confirmados por su madre. Alguien en algún momento
sugirió oír algo de música y finalmente la radiola alemana comenzó
a funcionar. Agustín Lara primero, Toña La Negra después, Los
Tres Diamantes, Mario Lanza y Daniel Santos también, le daban un
tono muy romántico a la velada. Era la música que agradaba a
sus padres. Tal vez sea que este tipo de música sintoniza a los
humanos con una vibración especial que trae a la mente
pensamientos que están allí latentes y que con el barullo de las
actividades cotidianas están como adormiladas, pero buscando el
momento de salir. Sea lo que fuere, de pronto él percibió que se
prendía y apagaba ante los ojos de su mente -igual como lo hacía
el letrero luminoso de las llantas Michelín que se erguía llamativo
en la avenida principal de la ciudad- la pregunta que se había
formulado tantas veces: ¿Quién soy yo?. Otro luminoso letrero
surgió destellante entonces en su mente -aquel que destacaba la
gasolinera de la misma avenida pero más hacia el oeste, muy
cercana al brazo de mar que por aquel tiempo era el deleite de los
chicos en edad escolar, era aquel letrero luminoso del perro que
perseguía al gato sin que jamás pudiera alcanzarlo-. ¿Sería que
pasaría el resto de su vida así, persiguiendo la respuesta a su
pregunta, eterna e inútilmente, puesto que era inalcanzable? Su
padre interrumpió sus pensamientos y le pidió que fuera a la otra
ala del hogar, donde estaba la biblioteca, y trajese el diccionario
para comprobar una de las palabras empleadas durante la tertulia
y cuyo concepto no había sido aclarado de modo definitivo, no le
sorprendió la petición puesto que era una práctica usual, tanto que
había pensado muchas veces en tener el diccionario ubicado
permanentemente en la salita familiar, sin embargo había
aprendido también que cada cosa debía estar siempre en su lugar
y el lugar correcto para un libro era la biblioteca. Se dirigió hacia
allá. Todo estaba en penumbra pero no había necesidad de
encender las luces puesto que él sabía y re-contra sabía donde
estaba ubicado el diccionario que siempre consultaba. Dio unos
cuantos pasos para acercarse al libro y fue en ese instante cuando
frente a él distinguió algo muy extraño, algo que no debía estar allí,
una especie de negrura extrema interrumpiendo lo que era parte
del ambiente, no podría decir que era una figura semejante a la
humana, y sin embargo sintió que algo o alguien que no era le
decía imperativamente: “¿Vas a pasarte tu vida que es tan corta
empeñado en saber quién eres? ¿Estás seguro que eres algo más
que ese cuerpo que va a destruirse en cualquier momento? De lo
único que puedes estar seguro es que necesitas obtener todo
aquello que te da poder sobre los otros. Olvida eso de buscarte a ti
mismo, eso que has oído sobre que tienes un alma es un cuento
de la gente que no sabe, lo cierto es la riqueza, la fama, el éxito
ante los ojos de los demás. El ser no es lo importante, lo es el
tener. El tener te da poder, riquezas, placeres, te da libertad... ”
¿Quién o qué eres? -interrumpió el niño-. “Soy Nadie”, le contestó
la voz que le hablaba. El cuerpo del niño comenzó a vibrar y fueron
sus piernas las que primero empezaron a temblar y sin embargo
permaneció allí firmemente parado sobre el piso sobreponiéndose
al impacto de estar frente a algo que era Nadie y que su lógica de
niño no podía explicar. Se aventuró a preguntar “¿Un Nadie que
me habla? ¿Cómo puede eso ser posible? ¿Y, lo que dijiste es todo
lo que tienes que decirme?” La respuesta fue cortante: “Es todo por
ahora, pero nunca olvides que siempre estaré muy cerca, muy
cerca de ti”. El diálogo se cortó de raíz y la biblioteca volvió a ser el
lugar habitual sin nada extraño en ella, pudo sentir nuevamente el
característico olor a naftalina y un estremecimiento recorrió todo su
cuerpo. Comprendió en ese instante con quien había sido su
diálogo. El miedo se le vino de golpe, y deseó correr hasta donde
estaba reunida la familia, pero pudo dominarlo, tomó el libro que
había ido a buscar y se encaminó lentamente de vuelta a la salita
familiar. Con el diccionario en su mano se acercó y lo ofreció a su
padre. Este al tomarlo observó el rostro demacrado del niño con
una palidez que invadía hasta sus labios que siempre estaban tan
rojos, el temblor de su cuerpo tampoco escapó a la escrutadora
mirada del padre que le preguntó “¿Qué te ha pasado? ¿Por qué te
has puesto así?”. “Nada, nada papá –dijo el niño- sólo que me he
encontrado con el diablo”. Todos quedaron estupefactos ante la
respuesta, sobre todo por la manera tan simple y sencilla como
había sido expresada.

“Estás temblando, le temes y debes volver a enfrentarlo – le dijo el


padre – Ve ahora, que todo temor debe ser enfrentado y vencido
en el mismo momento que llega a nosotros”.
El niño, un poco renuente en un primer instante es verdad, se
dirigió nuevamente hacia la biblioteca, con paso lento pero firme,
mientras se decía a si mismo: “Yo no le temo... Es lo que me ha
dicho: ¿Ser o Tener? Lo que me da miedo es que tengo el poder
de elegir. ¿Será que al tenerlo ya he escogido?” .

“Vaya imaginación que tiene este chico, voy a ayudarlo a vencer


sus temores”, -dijo el padre unos segundos antes de levantarse e ir
tras él-. Cuando llegó a la biblioteca lo encontró distendidamente
parado, ya no temblaba. Le preguntó de inmediato “¿Y bien, que
sucedió?”. El niño respondió: “Nada encontré, eso ya se había ido”.

“¿Y que has aprendido con este encuentro que dices has tenido
hace un instante?”, –insistió el padre-.

“Siempre se aprende, papá. Ahora he aprendido que hay preguntas


en mí, para las cuales aún no tengo respuestas... las tendré
cuando llegué el momento apropiado”, -respondió el niño-.

Muy dentro de sí, en ese momento como en tantos otros, se sintió


plenamente protegido. No era tiempo aún para que tuviera que
tomar una decisión respecto a la disyuntiva que le había sido
planteada, su padre estaba allí junto a él, como tantas otras veces
cuando necesitó de su presencia.
6
de héroes y medallas

“Murió en Pichincha, pero vive en nuestros corazones” decía la


maestra inflamada de patriotismo al inicio de su clase. Cercano
estaba ya el día de conmemoración de aquella gesta libertaria que
por aquellas épocas formaba parte de los mitos, leyendas y
exageraciones con las que se pretendía estructurar una visión
nacional, y la maestra sentía como retrocedía en el tiempo y casi
vivía el momento de la batalla misma al relatar los hechos.

“Y una bala silbó –continuó- y arrancó de tajo el brazo izquierdo en


el que llevaba la bandera, la recogió el héroe niño y puso el asta en
su boca, mientras continuaba avanzando. Otra bala cruzó el aire y
arrancó una pierna primero y otra bala destrozó luego la otra pierna
y el héroe trastabilló, se levantó impulsado por el amor a su patria y
continuó corriendo a enfrentar al enemigo con la espada que
blandía en su mano derecha mientras gritaba Viva la Patria. Una
nueva bala silbó y terminó con la vida del ilustre niño ecuatoriano
que cayó exánime en el mismo campo de batalla” concluía la joven
maestra.
Los chicos del segundo grado sintieron penetrar la corriente de
fervor patrio por sus venas y mas de uno hubiera deseado ser en
ese instante Abdón Calderón, el niño héroe, que había muerto en
Pichincha en procura de la libertad nacional y cuyo heroísmo había
conmovido de tal manera hasta al propio Libertador de Naciones,
Simón Bolívar, quien había ordenado que al tomar la lista de los
presentes en el batallón, todos contestaran con la misma frase con
la que la maestra había iniciado la clase esa mañana para
explicarles cómo había sido ese día de Mayo de 1822.

¿Quién podría creer cuanto le costaba tenerla? Lo metía ella en


toda clase de problemas. El no quería decir nada, quizás hasta
podría dejar pasar el asunto y punto. Su maestra era una jovencita
de unos veintitantos, era dulce con él y por su ternura le recordaba
a su mamá. ¿Para que buscar problemas? Sin embargo allí estaba
su esfera y de ella saltaba alborozado ¿Cómo?.

“¿Cómo es eso?“ dijo de inmediato y casi, casi, que el niño


empezó a sentir que se convertía en un confrontador durante el
diálogo que forzó con su maestra. “¿Cómo puede ser? Eso no es
posible”.

“¿Qué es lo imposible?” replicó la maestra al niño.

“Varias cosas que usted ha dicho no pueden ser verdad. No se


puede correr sin piernas, y mucho menos gritar Viva la Patria o
cualquier otra cosa, cuando se tiene el asta de una bandera
sostenida por la boca”.

Era evidente para él que su maestra había dicho mentiras y no


podría aceptarlas, tenía que decirlo, y lo hizo sin medir las
consecuencias.
La maestra sintió que se había dejado llevar por su entusiasmo o
quizás así lo había leído en alguna parte y no se había detenido a
reflexionar en la lógica de lo relatado, pero todos los demás niños
estaban llenos del sentido patrio que ella deseaba inculcar. Mala
hora que este chiquillo la estaba poniendo en esta situación. Sus
pensamientos fueron interrumpidos...

“Y hay más” –dijo el niño-. “He leído que Abdón Calderón no murió
durante la batalla sino después, en otro día y en un hospital”.

El niño la comenzaba a exasperar. “¿Dónde y cómo leíste eso?”.

“En la biblioteca de mi casa. Me agrada leer y comprender. Papá


siempre me compra libros y jugamos a aprender”.

“¿Y que lees?”.

“Todo lo que puedo. De los astros, de Julio Verne, de los vikingos,


de Marco Polo y sus viajes, de cuando Guayaquil fue una república
independiente, del Canto a Bolívar ¿Lo sabe? El que dice: “El
trueno horrendo que en fragor revienta y sordo retumbando se
dilata por la inflamada esfera, al Dios anuncia que en el cielo
impera...”, mejor se lo diré completo otro día”.

El niño continuó diciendo: “Con mi papá todos los meses tenemos


una competencia con ayuda de la revista Selecciones. Allí hay una
sección que se llama “Enriquezca su vocabulario”. Trato de ganarle
pero él siempre obtiene más puntaje que yo, se que algún día
podré ganarle, además a mi gusta aprender y por eso trato de
entender cómo son las cosas de verdad. Además tengo una
esfera...” , iba a contarle de su esfera pero se interrumpió pues a lo
mejor pensaría ella que él estaba loco y ya de por si estaba metido
en problemas en ese momento. Se calló del todo, menos mal que
no siguió, pues su maestra cada vez más alterada por lo que
comenzó a percibir como una insolencia del niño, dejó caer un frío
comentario:

“Pero en esto no te estás portando bien pues no dejas que tus


compañeritos aprendan a querer al Ecuador que es tu patria y la de
ellos”.

“Pero usted nos ha dicho no una sino varias mentiras, es usted


quien se está portando mal” –replicó el niño-.

“Me estás faltando el respeto, me estás diciendo mentirosa y tu


eres sólo un niño y yo tu maestra. Además puede que haya una
confusión con lo de Abdón Calderón pero no con lo del amor a
Ecuador, tu patria”.

“Pues si lo hay, pues también he leído que Ecuador es Ecuador


desde 1830 y la batalla de Pichincha fue en 1822 y allí el Ecuador
no había nacido. No me estoy portando mal por decir la verdad,
usted es quien se porta mal al decir mentiras. Yo amo a mi patria,
pues aquí nací, es mi tierra, y eso nunca cambiará”.

Pensó en ese momento en aquel lugar en el que había estado


durante el velorio de su amiga Soledad. Amaba ese lugar ¿Era un
lugar? Se sentía pertenecer allí pero también sentía que pertenecía
acá. ¿Cuál era su Patria? ¿Era allá o acá en Ecuador? ¿Por qué
estaba acá? Empezó a recordar entonces el lugar donde nació no
en completa desnudez sino envuelto en la radiante energía del
hogar cósmico del cual provenía y ...

Sus pensamientos fueron interrumpidos. La maestra que le tenía


mucha simpatía porque siempre hacía interesantes preguntas que
le facilitaban su clase, aunque a veces esas preguntas eran muy
inquietantes, sintió que esta vez el niño había sobrepasado los
límites y no podía permitir que sus palabras fuesen puestas en tela
de duda.

“Vas a tener que ir a la Dirección. Ve y cuéntale al Director que te


he expulsado de clase y dile por qué. Yo hablaré más tarde con él”.

Obedeció sin rechistar, sabía que él se lo había buscado. El


Director al enterarse de lo sucedido le ordenó permanecer allí en la
Dirección. “Esperaremos que venga tu padre”. El niño replicó que
estaba previsto que ese día él iba a regresar solo caminando las
tres cuadras de distancia que lo separaban del negocio familiar. “El
vendrá cuando tu no regreses a tiempo” le contestó el Director.

La mañana se le hizo larga pues esta vez pensó que no era


momento para echar mano de su esfera y simplemente esperó
tratando de dominar su impaciencia. En efecto el padre al notar su
retraso fue por el niño a la escuela y allí se enteró de lo sucedido.

Mientras su padre hablaba con el Director, una charla que él no


pudo escuchar, percibió sin embargo una familiaridad inusual y
notó el cariñoso estrechón de manos que se dieron los dos al
concluir la misma, al tiempo que alcanzaba a escuchar las palabras
del Director: “Salió como tu, inteligente y respondón. Quien lo
hereda no lo hurta. No seas duro con él, es un buen chico, tiene
notas excelentes y un desempeño estupendo en clases, te vas a
llevar una agradable sorpresa este año”.

El padre sonrió, como recordando sus viejos tiempos cuando él fue


alumno del ahora viejo Director.

Salieron juntos con rumbo a casa. El padre reafirmó lo que ya le


había enseñado. “Hay que defender la verdad sobre todo y no
debes aceptar aquello que no es lógico, sin embargo debiste tener
prudencia y pensar en los otros, no todos saben o comprenden lo
que para ti es evidente, podías haber aclarado esos puntos con tu
maestra cuando ella y tu estuvieren solos”. Así terminó este
asunto, pero el niño no dejó de pensar que este grado le estaba
resultando interesante y nada aburrido.

Transcurrieron varios días antes que llegara la carta a su casa. La


Sociedad Filantrópica del Guayas le había otorgado una medalla
de reconocimiento por su condición de mejor alumno del Instituto
en el cual estudiaba. Eso constituía un altísimo honor y una
elevada distinción y ahora comprendía a qué se refería el Director
cuando le habló a su padre de una agradable sorpresa.

Los siguientes días nadie en el hogar mencionó el asunto de la


medalla y el niño hasta lo había olvidado ya. En una de aquellas
conversaciones de sobremesa sin embargo surgió aquello de que
habría un evento en el que se entregarían las medallas. El padre
como quien no dice nada expresó que los reconocimientos, sobre
todo en materia de saber, solamente deben servir para recordar
que hay mucho más por aprender. “Cuanto más sabes, más
comprendes cuánto ignoras” –dijo- “Hiciste un buen trabajo en la
escuela este año, cumpliste con tu deber de estudiar y aprender, y
espero que sigas así siempre en tu vida”.

La conversación de sobremesa continuó un rato más pero el


asunto de la medalla ya estaba en la perspectiva que
correspondía: el reconocimiento y la fama no era lo importante, lo
importante era saber y la vida entera puede ser muy corta para
todo lo que hay que aprender.
7
El dedo de Fulgencio

Sábado al mediodía. Las puertas del negocio familiar se cerraban.


El almuerzo fue rápido y sin sobremesa. Irían a la pequeña finca de
50 hectáreas o un poquito más, el tamaño no era relevante, pues
no era la distante hacienda bananera y cacaotera de 1500
hectáreas a la que se iba por vacaciones largas. Esta vez se
trataba del corto viaje de casi todos los sábados, al menos por un
buen tiempo de su infancia, tan solamente a 49 kilómetros de la
ciudad.

Abuelos, tías, tíos, primas, primos, amigos propios y amigos de sus


padres y claro, muchos familiares más disfrutaban del paseo. Para
los “menudos”, como sabían decirles a los niños los adultos, ese
paseo era como ir al paraíso.

Caballos, entre ellos “Infernal” el favorito suyo por rebelde, burros,


chanchos, conejos, gallos y gallinas, pavos reales, perros, patos y
hasta gansos se cruzaban con los chicos en sus mil y una
correrías. Loras y papagayos, pajaritos y palomas de varios tipos,
tierreras y santacruces entre ellas, había a montones. También
había melones y sandías, badeas, papayas, chirimoyas, caimitos,
ciruelas y grosellas.

Choclos tiernos tomados de las matas, prontamente desgranados y


tostados en una lata, sobre el fuego de una improvisada fogata,
calmaban el despertar del apetito y el hambre de aventuras.

Coles y lechugas, tomates, picantes ajíes, yucas y tantos otros


productos de la tierra sembrados al pie de la albarrada eran
cosechadas por los juguetones colectores y llevados a la cocina
de la casa principal para preparar la cena de esa noche. La casa
era de dos plantas y tenía en la parte baja dos o tres hamacas y
algunos utensilios agrícolas que los chicos usaban para divertirse
siempre estaban al alcance pues los peones de la finca no eran
precisamente ordenados pues nunca quisieron aprender que hay
un lugar para cada cosa. Garabatos, sogas entrenzadas y muchas
cosas más dejaban de ser lo que supuestamente eran, para
convertirse en juguetes en las manos infantiles.

Algodoneros y árboles de ceibo, algarrobos, árboles de mangos y


ciruelos, acacias, veraneras, palos santos, guayacanes y algunos
otros con flores amarillas preferidos de los venados, que en la
madrugada bajaban de los montes a beber en la albarrada,
poblaban el lugar y le daban un toque de multicolor belleza a la
finca. Las matas de piñuela por su parte, delimitando zonas de
plantíos, pintaban la tierra como si fuese una colcha de bregué.

Para un niño citadino, acostumbrado a la regularidad y dureza del


cemento que expandía sus dominios en la pujante urbe, el
contacto con la tierra, cultivada en algunos tramos es cierto pero la
mayor parte virgen sin olor a humanos, era toda una aventura.
Hasta los insectos y pequeños animalitos que encontraba en los
árboles o los gusanillos en la tierra fueron llave que abría la puerta
de su curiosidad. Las “maría palito”, los “tarantantanes”, los
gusanos pachones, todos ellos impregnaban sus retinas y se
adentraban en su memoria, mientras le gritaban que en la tierra
estaba la Vida manifestándose de mil maneras.

El día siguiente empezó la actividad como era lo usual en el


campo, muy temprano, y su padre le tendría una sorpresa. Lo
llevó a unas sesenta varas distante de la casa principal y allí le dijo:
“Es tuyo, puedes hacer con él lo que tu quieras.” Le señaló un
pedazo de terreno que formaba un cuadrado imaginario delimitado
por las cuatro pequeñas estacas que habían sido clavadas en los
ángulos. El terreno de unos veinte metros por lado estaba plagado
de maleza y uno que otro arbusto. El padre continuó: “Pienso que
podrías sembrar sandías o quizás rábanos que a ti tanto te gustan
¿Qué decides?, de cualquier manera vas a tener que trabajar duro,
tienes que desbrozarlo y preparar la tierra. La tierra es generosa y
buena como una madre lo es con sus hijos, pero debes respetarla,
y cuidarla”.

El padre en realidad no era un agricultor, más bien era un hombre


de ciudad, un citadino en toda la regla, más siempre había tenido
en perspectiva que la tierra, toda ella, el planeta entero era una
sola heredad para el hombre y que los recursos que ella ofrecía
sólo podían convertirse en riqueza con trabajo y habilidad, y quería
trasmitir esa manera de pensar y sentir a su pequeño hijo.

“¿Y bien, que decides. Sandías o rábanos?”. “Rábanos, papá, más


no se qué debo hacer ni cómo comenzar”. “Ya lo se, por eso le he
pedido a Fulgencio que te enseñe”.

Fulgencio era el viejo campesino que estaba a cargo de la finca y


el chico siempre conversaba con él cuando le surgían inquietudes
por saber cosas del campo. Entre las cacerías acompañando a su
padre y las mil preguntas a Fulgencio, había conocido de guantas y
guatusas, de sajinos, pacharacas, pericos ligeros, tigrillos,
venados, culebras y otros tantos animales. Ahora aprendería
aquello de sembrar.

Vino el viejo y quedaron solos ya, arrancando malezas pequeñas,


él con sus manos, y Fulgencio con su machete tirando abajo los
arbustos y pedaceando sus ramas para hacerlas montón. El
machete cortó el viento pero esta vez con tan mala fortuna para
Fulgencio que descargó el golpe sobre el dedo gordo de su pie
izquierdo. La sangre manó a borbotones y el niño asustado quiso
correr a la casa principal para avisar a su papá. “Hay que llevarte a
un doctor “ –le dijo, mientras observaba que el dedo estaba casi
desprendido a la altura de su primera coyuntura. “Tranquilo chico,
espera”. El viejo se dirigió hacia un lugar donde la tierra era de un
color amarillo ocre donde estaban adheridos unas protuberancias
parecidas a los hongos, el chico tras él lo vio todo. El viejo escupió
sobre esa tierra varias veces y preparó un emplasto con el que
cubrió el dedo lastimado, tomó unas cuantas pequeñas hojas de
una plantita que el chico diría que era maleza y con ella envolvió al
dedo que estaba medio desprendido mientras lo sujetaba
fuertemente en el lugar preciso, rasgó luego un pedazo de tela de
su camisa y con ella apretada fuertemente sobre el emplasto y
hojas envolvió su dedo lastimado. “Volvamos al trabajo” dijo y no
hubo “pero....” que valiera. Ese día dejaron listo el lugar para
realizar la siembra de los rábanos. La siguiente semana lo hicieron
mientras conversaban sobre cómo estaba el dedo aunque ya había
visto que aunque tenía un vendaje muy pequeño, Fulgencio no
daba señales de que tuviera algún problema. ¿Qué te pusiste allí?
preguntó el niño. “Bueno pues es un remedio para las cortadas”.
“¿Y cómo supiste...? “Y yo que se, alguien me enseñó alguna vez.
En la vida se aprende muchas cosas y la tierra sirve para mucho”.
Al fin de esa temporada el chico cosechó suficientes rábanos, para
comerlos en grandes cantidades pues le encantaban, y mucho
más, tanto que, con la ayuda de su padre, vendió casi toda la
cosecha y pudo meter un buen poco de dinero en sus bolsillos que
le sirvió para comprar un montón de libros y revistas.

Uno de esos días en que se dedicaban a conversar, su padre le


preguntó acerca de lo que había aprendido esa temporada allí en
la finca.

“Quizás la mejor manera de expresarlo sea –le contestó-, que he


encontrado allí como si hubiera una melodía esparciéndose en el
aire. Siento que allí hay vida en todas partes y que esa vida está
entrelazada una con otra en armonía”.

“Eres afortunado al poder captar el sonido de los campos, es


verdad, allí hay música. La sensación de armonía y paz que tu has
percibido es como si hubieras escuchado la canción que Dios
canta a sus criaturas. ¿Ves por qué es que siempre digo que si El
cuida de sus pajarillos por qué no va a cuidar de este gusano
pachón que soy yo? Creo que pronto tendrás que aprender algo
de música, ya veré qué hacer acerca de eso, pero dime ¿Qué más
aprendiste?”.

“Aprendí muchas cosas más pero sobretodo me llamó la atención


algo que pasó con el dedo de Fulgencio”. Le relató entonces lo que
había sucedido y la manera casi milagrosa con la que el viejo
campesino había curado la terrible lastimadura. “¿Crees que se
trata de un milagro?”. “Por supuesto que no –dijo el niño- pero me
mostró que hay conocimientos que se obtienen incluso sin saber
leer o escribir, Fulgencio es analfabeto, y sin embargo sabe
secretos que la vida le ha enseñado”.
“Claro que si, él ha aprendido porque ha sabido observar y
seguramente lo aprendió de alguien. Tu ahora lo sabes porque
observaste y le preguntaste, como ves esa es también otra manera
de aprender lo que no conoces, tienes que estar siempre atento. Te
voy a explicar sin embargo que, es probable que la tierra que
Fulgencio escogió sea aquella de donde proviene el producto
químico con el cual se fabrican los antibióticos, aquellos que a
veces cuando te enfermas te ponen en forma de inyecciones, y, las
hojas tal vez contenían algún producto que desinflamaría su
herida. Cómo ves no hay nada de mágico en esa curación, más
bien hay magia en la capacidad de aprender que todos tenemos.
Por otra parte, Fulgencio está viejo pero es un hombre sano, fuerte
y bien alimentado. Su cuerpo respondió bien ante la emergencia
que sufrió y regeneró la parte dañada. ¿Ves por qué siempre te
insisto en que debes comer de todo? ¿Ves por que siempre insisto
en casa que nuestra mesa debe estar bien provista? Una buena
alimentación es una necesidad para todo ser humano. Tampoco
comer en demasía es bueno pues eso sería gula y todo exceso
hace daño. En todo caso, nunca alguien debería pasar hambre en
su vida y se por qué te lo digo. Si puedes en tu vida evitar el
hambre de alguien, hazlo.

Algo más quisiera que tuvieras siempre presente en tu mente, un


ser humano es como un árbol, sus raíces se adentran en la tierra y
crece bien cuando la tierra es fértil y con cuidados muy prolijos de
quien lo ha plantado; tiene que ser apartado de la broza, de toda
hierba mala , de toda mala influencia, tiene que ser regado y
fertilizado para que reciba el alimento que necesita para ser
fortalecido en su crecimiento, ni mucho ni poco, mucha agua puede
pudrirlo, poca puede secarlo; cuando va creciendo, los vientos
pueden torcerlo y hacerlo crecer mal, tienes que ayudarlo a
permanecer recto, ¿Has visto esos palitos que se colocan a su
lado por un tiempo hasta que su tronco sea fuerte y pueda seguir
creciendo por si solo?, en el ser humano esos son los principios
que lo ayudan a resistir los impactos de todo tipo de tentaciones
que la vida le presenta. Cuando el tiempo pasa, el árbol logra ser lo
suficientemente fuerte para construir su propio modo de intentar
llegar hasta las estrellas que a ti tanto te deslumbran y puede
también dar sus propios frutos según su naturaleza, en el hombre
es igual, habrá un momento en tu vida que podrás ser del modo
que tu quieras ser, hasta tanto trataré de ayudarte a crecer bien. ”.
Estos eran los momentos en que se sentía tan íntimamente unido a
su padre.
8
Infancia y política

Era cerca de la una de la tarde, la clase había terminado, tenía


hambre y deseos de retornar rápidamente a casa. Vio al automóvil
de su padre que lo aguardaba estacionado a la puerta del instituto.
El chofer que lo conducía, Camilo, se acercó para indicarle que lo
estaban aguardando. En la fila posterior estaban sentados un
hombre y una mujer. Subió a la parte delantera, saludó y respondió
a las preguntas que siempre le hacían sobre cómo había sido la
mañana de clases y, cómo siempre, también él les preguntó alguna
duda que ellos podrían aclararle sobre las tantas cosas que a su
edad se le tornaban interesantes, relacionadas con las actividades
políticas que se desarrollaban en su cercano entorno. El y ella,
pareja de políticos, casados, líderes y esperanza de “un pueblo
luchando contra las trincas”, como en otras tantas ocasiones, lo
recogían de su escuela en el automóvil y con el chofer que su
padre ponía a disposición de ellos para trasladarlos desde la
central política ubicada al lado del negocio familiar en uno de los
dos inmuebles de su propiedad, hasta el hogar de la pareja
ubicado en el sur de la ciudad.
Su padre había puesto, sin límite alguno, la fortuna acumulada en
años de trabajo familiar, su tiempo, su talento como organizador y
sus mejores virtudes, al servicio de una causa imprescindible para
el país de aquellos días. Nunca pidió nada a cambio de su entrega.
Era necesario fortalecer la expresión política de una fuerza social
emergente, conformada especialmente por aquellos profesionales,
comerciantes y una amplia base popular que anhelaba consolidar
un sector productivo medio, básico para promover el desarrollo y la
modernidad en el país que era asolado por intereses de grupos
económicos a los cuales se los ha denominado siempre como “las
oligarquías”. Esa particular circunstancia, desde su infancia, le
permitió vivir experiencias muy especiales.

Sus años de infancia transcurrieron así, matizados por el contacto


muy cercano con dirigencias intermedias y personajes políticos que
en el tiempo –algunos ya lo eran- se fueron convirtiendo en míticos
líderes de las angustias y anhelos de un pueblo que se sentía
oprimido desde siempre y que buscaba con afán pero de modo
inconsciente quien los representara en su lucha. Pudo percibir así,
y conocer sus virtudes y flaquezas, de directa observación y sin
intermediarios -dada su condición de niño que pasaba
desapercibido-, a estos personajes políticos en circunstancias en
las que estaban medianamente despojados de la imagen que ante
los demás, seguidores o enemigos, usualmente presentaban.

Aprendió a reconocer que los dirigentes jamás se despojan


totalmente de la imagen que intentan proyectar, siempre actúan, y
lo aprendió de muchos modos. Uno de ellos fue cuando en una de
aquellas recogidas de la escuela preguntó con inocencia al líder
cómo podía saborear y comer con tantas ganas los ricos platos
que comía en la casa de su padre y en su propia casa cuando al
pie de la Central había gente que tenía nada o muy poco de comer
en su mesa cada día, puesto que él no podía hacerlo ya que
cuando veía esas angustias perdía el apetito. La respuesta que le
dio se fue por la tangente. “Había que cambiar las cosas para que
todos pudieran comer bien”, le dijo el líder.

Pocos días después de una visita que su padre hiciera al líder que
pasaba un fin de semana en su casa de playa en la Milina, barrio
por aquella época muy distinguido, situado entre Salinas y La
Libertad, escuchó cómo su padre conmovido comentaba en casa,
que lo había encontrado comiendo un arroz con menestra “pues no
sentía apetito para más sabiendo que el pueblo no tenía qué
comer”. Pensó entonces si su pregunta inocente había provocado
ese cambio de actitud o simplemente se había tratado de una
actuación para la visita que el líder ya esperaba, el padre del chico
que le había hecho tal observación. Los acontecimientos con el
paso de los años pusieron todo en la perspectiva adecuada. El
líder en mención le falló al pueblo y fue finalmente despojado del
partido político que tantas expectativas y esperanzas creó.

Aprendió también, que en las actividades partidistas la traición


siempre está presente. Aún en aquella época en la que todavía
mucha gente se jugaba la vida por sus convicciones, las
deslealtades se dieron y sirvieron para crear falsos liderazgos,
vacíos de ideales, malignos y perversos, que luego construyeron
las dinastías de supuestos redentores populares que aún perduran
y se alimentan de los más caros anhelos de la gente que aún
espera – y lo hará inútilmente- que un día surja el líder, éste sí,
que va a salvarlos de la miseria. ¡Ah, si este pueblo tan sólo
pudiera pensar racionalmente y no por los apetitos de sus vísceras!
Vivió emociones indescriptibles al participar desde privilegiados
lugares en los mítines y las concentraciones populares que en
aquellos tiempos aún eran impulsadas por el fervor que una causa
llena de ideales producía y no por el pago que en la actualidad
hacen las dirigencias interesadas a sus convocados. La gente aún
creía que la causa por la que luchaba valía la sangre que
literalmente derramaba, en las refriegas y enfrentamientos que las
circunstancias en no pocas ocasiones provocaban.

Escuchó entusiasmado los discursos enardecidos convocando a la


lucha del pueblo contra las trincas. Aprendió las técnicas más
rudimentarias para la producción de afiches y pancartas y percibió
las angustias que pasaban los encargados de llevar los boletines
de prensa y remitidos a los periódicos. Estuvo presente en
reuniones con personas de las más variadas condiciones y para
los fines más diversos. Visitó muchos rincones de la patria donde
siempre observó cómo su padre era de conocido y apreciado,
sobretodo por la gente de los estratos más humildes, quizás
porque muchos de ellos habían compartido en alguna u otra
ocasión, un desayuno, un almuerzo o una cena en la mesa familiar.

Sus experiencias de aquellos días le permitieron desmitificar las


imágenes de gente superior que creaban fatuamente los liderazgos
de unos y otros bandos, total siempre resultaban ser mediocres e
incapaces de dar una respuesta apropiada para que haya felicidad
entre la gente en este mundo de las cosas y para que sembraran
sus mentes de ideas trascendentes. ¿Acaso no podían educar,
enseñar, hacer qué piensen con sentido más profundo? Lo que
hacían le decía que eran tan comunes como lo era el resto de la
gente, y quizás eran menos porque teniendo todo a su favor no
enfocaban como deberían. Esa visión acerca de la política influiría
de modo inevitable en muchas de sus acciones posteriores de su
vida.
9
energías y visiones

Tenía una sensibilidad innata y la facultad de responder


intuitivamente ante situaciones o acontecimientos imprevistos. De
ello empezó a ser consciente de forma muy precoz, eso lo sabía y
sin embargo había cosas sobre él que no las discernía como un
algo especial, aunque si lo eran. Desde siempre habían estado con
él y por eso las reconocía como algo muy normal y creía que todos
las tenían.

Su sentido de “espacialidad” era una de estas cosas. Cuando


caminaba por los pasillos siempre ocupaba el centro del mismo y
no tenía esa tendencia, que había observado en muchos, de
apegarse a las paredes. Le parecía extraño que así lo hicieran e
incluso que pusieran sus manos sobre ellas, como queriendo evitar
caerse ellos o que éstas se cayeran, más siempre pensó que no
tenía mucha importancia aquello más allá de que ensuciaban las
paredes, pero esta facultad era una clara muestra de la perfecta
armonía de la cual gozaba, entre su orientación en el espacio y su
inteligencia que lo impulsaba al orden, y es por eso que le
resultaba sumamente fácil transitar entre líneas paralelas pues
siempre supo distinguir su cuerpo del resto del entorno, ello le
enseñó que el orden debería ser parte de si, que la disciplina y la
armonía tendrían que ser una guía en sus actitudes y
comportamiento puesto que eran inherentes a su persona y,
además, que los otros tenían su propio espacio que debía ser
considerado y respetado.

Le era muy satisfactorio y cómodo permanecer en campos


abiertos, mucho mejor sin obstáculos para percibir el horizonte, por
ello disfrutaba de estar sobre un monte, en la playa, pescando o
mucho mejor si estaba solo y en la terraza de su casa, observando
y pensando.

Percibía como un gran motivo de alegría que su sueño fuese


interrumpido en la madrugada por su padre o su madre, cuando
aún era penumbra, para presurosos embarcarse en el pequeño
yate familiar en busca de pesca y aventuras. Aprendió así, de
robalos, bacalaos, pargos, pámpanos, caritas, corvinas, tiburones y
cazones, cangrejos, jaibas, ostiones y mejillones, bagres y tantas
otras especies que llenan de vida nuestros ríos, nuestros esteros y
nuestro mar; aprendió de mareas y aguajes, de la luna y su
influencia, de anclas, sedales, cebos, anzuelos y de mil cosas mas.
Las lisas que saltaban del agua en pos de la luz brillante de las
velas encendidas en el interior de las canoas que algunas
ocasiones acompañaban a la embarcación de mayor calado en
que navegaban, eran realmente fascinantes para él, y lo ponían a
pensar en cómo aquellas especies morían en busca de una luz que
siempre terminaba siéndoles esquiva. En esos momentos de
esparcimiento y aprendizaje, la imagen de su madre se agigantaba
ante su ojos, pues allí percibía más claramente en ella el modelo
de lo que significaba ser la perfecta compañera de un padre, pues
junto al suyo estuvo en todo momento ayudándolo a enseñarle a
crecer, sin disputarle jamás liderazgo alguno y poniendo además
siempre su generosa dosis de ternura al servicio de toda su familia.
Cuando concurría a lugares atestados de personas, en muchas
ocasiones sentía como que lo estropeaban, aun cuando notaba
que las personas no llegaban a toparlo. De a poco fue
percatándose que en realidad su cuerpo no terminaba con su piel,
cada vez le resultaba más evidente que, cuando alguien se le
acercaba a más de unos treinta o cuarenta centímetros, ese
alguien estaba invadiendo “su espacio”. Era como si una “descarga
eléctrica” lo cruzara de lado a lado y “le dolía”. Quizás esa fuera la
razón por la que no era muy proclive a los abrazos y otras
manifestaciones de ese tipo.

Con su madre era con una de las pocas personas en su mundo


con las que sentía que el abrazo no le “dolía”. ¿Sería entonces,
que la ternura y el amor de madre, y el de él para con ella, eran
una poción mágica que diluía las fronteras corporales?

Con su padre le sucedía diferente. Aunque había un amor inmenso


entre ellos, las distancias corporales solamente se acortaban en
contadas ocasiones; por ejemplo, cuando desde muy pequeño
comenzó a darle masajes a su padre en su espalda y jugaban al
“quien podía más”. Se enfrentaban así los músculos del padre y las
pequeñas manos del chiquillo queriendo arrancar unos cuantos
“ay” de dolor para sentirse triunfador, era algo así como el retozo
de dos leones en la pradera, el mayor enseñando al cachorro
mediante zarpazos controlados .

Desde siempre supo que los afectos entre hombres se expresan


con un estrechón de manos que abre el corazón a los acuerdos y a
las voluntades compartidas o cuando más con una mano sobre el
hombro en fraternal comprensión, cualquier otra manifestación
física estaba fuera de lugar. Tal vez por eso había una distancia
corporal en la expresión de sus afectos. La conexión íntima con su
padre era otra, era a nivel mental, era la energía del pensamiento
fluyendo entre los dos. Tal era esa fluidez, que cada uno sabía lo
que al otro le ocurría cuando la intensidad de los problemas se
desbordaba, aunque estuvieran lejos y sin indicios ciertos de que
algo estuviera sucediendo.

Muchos principios rectores de su vida se fueron consolidando


gracias a esa conexión. El padre supo siempre el momento y el
lugar que eran apropiados para convertir un instante cotidiano en
momento especial para que dos conciencias dialogaran y la
experiencia vivida se volviera trascendente.

Así aprendió a “esperar lo inesperado”, cuando subido en un árbol


a dos metros o un poquito más del suelo de la finca, se lanzó a los
brazos de su padre sin dudar ni un instante en que éste detendría
la caída, más el padre abrió sus brazos para que la madre tierra lo
acogiera. Todavía un tanto atarantado, más por la sorpresa que por
los golpes recibidos , escuchó que siempre debería tener confianza
en los demás a pesar de que hasta su padre aparentemente ahora
le había fallado, que sin embargo lo había dejado caer porque
quería que aprendiera que todo puede suceder, aún aquello que no
se espera.

Aprendió también así, que las drogas o el alcohol, como cualquier


otro instrumento de escape a las elecciones que la vida plantea a
los humanos, siempre terminan degradando hasta límites
insospechados. Tomado de la mano por su padre, observó al
drogadicto callejero, perdida la noción de este mundo, convertido
en “superman”, hablando de tu a tu con Dios e invitándolo a luchar;
también espectó la triste escena del alcohólico lamiendo un
gargajo del mismo piso en que un grupo de desalmados se
agolpaba para estimularlo a que lo haga a cambio de la botella de
licor que le esperaba como premio. En momentos así su conexión
era más fuerte y el diálogo de sus conciencias analizaba los
extremos pervertidos a los cuales podía llegar la naturaleza
humana en determinadas circunstancias.

Tenía cierta facilidad para captar las emociones de las personas


con las que entraba en contacto. Le parecía muy normal poder
percibir las emociones con tan sólo un ligero desplazamiento de su
foco de atención visual, del centro que usualmente utilizaba, hacia
esa especie de niebla que envolvía el cuerpo de la persona que
observaba. Sabía distinguir el rojo brillante y fuerte que le
anunciaba la cólera, la furia y el descontrol que invadía a la
persona; el rosa pálido que le indicaba afectos, simpatías y amor;
el azul oscuro le decía que estaba frente a una persona que en ese
instante estaba decidida y con fuerte voluntad de lograr algo; vio a
muchos que trabajaban arduamente y con decisión, envueltos en
verde; captaba también el gris de quienes estaba profundamente
tristes y había logrado detectar que las actitudes egoístas tornaban
marrón el vaporoso traje de quienes así sentían. Las actitudes
reflexivas, lógicas y de entendimiento le permitían percibir un cierto
hálito dorado que se esparcía por todo el lugar y que incluso
franqueaba las fronteras corporales. Al principio todo era como un
juego. Le divertía descubrir que las personas aparentaban
emociones distintas a las que realmente estaban sintiendo. Con el
paso del tiempo aquello que para él era normal fue comprendido
por él como un don muy especial que no debía ser discutido con
nadie que no fuese su padre. Por algún caprichoso juego del
destino podía percibir algo más de los rangos del espectro
electromagnético y eso no era lo usual, había que mantenerlo en
reserva no fuera que lo incomprendido se convirtiera en fuente de
problemas. De a poco fue comprendiendo que el sonido y la luz
son formas de energía radiante que tienen distintas longitudes de
onda y los humanos solo podemos percibir ciertos rangos cuando
disponemos de los instrumentos necesarios para detectarlos. Su
cerebro al parecer era un instrumento que rebasaba los rangos
usuales. Sin embargo de esta facultad que poseía, no le ocurría lo
mismo con la captación de los sonidos, puesto que desde los seis
o siete años sintió disminuir sus facultades auditivas lo cual fue
clínicamente comprobado al iniciar su adolescencia. Había ciertos
sonidos muy agudos que podía percibir, aún cuando el volumen
fuera bajo, en tanto que los sonidos graves requerían un volumen
mayor para ser percibidos. Su olfato era, por otra parte, muy
desarrollado, una gota de perfume la percibía en el otro extremo de
la casa y cuando las mujeres en su hogar limpiaban el esmalte
viejo de sus uñas, tenía que alejarse a gran distancia pues el olor
del acetato de etilo le resultaba insoportable.

Muchas veces observó que su cuerpo respondía con rapidez


inusual a las lastimaduras que sus curiosidades, travesuras y
búsqueda de intensas emociones, le provocaban. Pequeñas
heridas en la piel , ligeros traumatismos, torceduras, moretones y
hasta las comunes enfermedades de todo niño, casi no duraban y
en muy corto lapso cicatrizaban o se curaban, y eso que él no
usaba ningún secreto como el del viejo Fulgencio. Al parecer su
sistema inmunológico era especialmente fuerte en si mismo y
capaz de restaurar muy rápidamente el orden de sus sistemas
corporales. Una ocasión jugando a ser arquero de fútbol se lanzó
al piso con tal mala fortuna que una filosa piedrecilla produjo un
pequeño corte en su piel y hasta alcanzó a perforar una de las
venas de su antebrazo muy cerca a su muñeca. De ese corte brotó
un fuerte chorro de sangre que se elevaba cincuenta o sesenta
centímetros. Lo mostró a sus familiares reunidos en la salita
familiar provocando que como en tropel concurrieran al doctor y a
la farmacia que quedaba frente a la casa, en tanto que el niño
tapaba la herida con su dedo. Se preparó la inyección de vitamina
K previa a la intervención quirúrgica que parecía inminente para
dar unas cuantas puntadas que cerraran la perforación, y cuando
iban a ponérsela, en ese instante retiró su dedo de la herida y la
sorpresa de todos fue mayúscula pues el chorro había cesado y la
herida casi había desaparecido. Así trabajaba su cuerpo,
regenerándose rápidamente cuando era necesario. Hubo muchos
otros episodios similares durante su vida que confirmaron que esa
era su normalidad pero no era la usual.

Respecto de su sentido gustativo, él era capaz de percibir un


abanico amplio de sabores como respuesta a la combinación de
las varias situaciones estimulantes con las que le agradaba
experimentar, entre ellos textura, temperatura, olor y gusto. Los
cuatro sabores básicos: dulce, salado, ácido y amargo, y todas sus
variantes, le resultaban de fácil detección y ello contribuía a que
muchas ocasiones se metiera en problemas, puesto que una vez
registrado en sus neuronas el sabor de algo, en cualquier diferente
situación lo podía percibir y él tenía muy definidas sus preferencias
y sus rechazos.

El sabor de la cebolla roja no le agradaba pero una vez cometió el


error de expresar su desagrado por el sabor que ésta tenía y ello
fue realmente un problema, puesto que su padre durante algo más
de una semana insistió que se sirviera en cada comida lo suficiente
para que él aprendiera a dominar sus desagrados, le resultó claro
entonces que había una conexión insospechada entre su lengua y
su carácter.
10
¿Qué miras niño?

Era una de aquellas tardes en las que sus amigos brillaban por su
ausencia. Decidió ir al parque, a los columpios, y quizás entonces
a hacer silencio en su mente y jugar con Soledad. De su casa al
Centenario tan sólo había dos cuadras de por medio y las caminó
de prisa. Antes de llegar a los columpios observó, sentada sobre
una de las bancas, a una viejecita que le pareció muy simpática
aunque su facha era como si estuviera vestida de pobreza. “¿Qué
miras, niño?”, le dijo la viejecita al pasar, y antes que él pudiera al
menos esbozar un intento de respuesta, ella prosiguió: ¿Acaso
llama tu atención mi feo rostro lleno de arrugas, mi nariz torcida por
el tiempo y los golpes que he sufrido en mis caídas deambulando
por este parque? ¿Acaso lo hacen mis ojos tristes por la pena o es
la suciedad y pobreza de mis ropas? ¿Vas a burlarte de mi ahora?
El, que ya había disminuido el ritmo de sus pasos, se detuvo y le
contestó casi como en un susurro: “No señora, tan sólo me llamó la
atención su soledad porque es como la que yo sentí hace un
momento antes de venir acá con el propósito de entretenerme un
poco. De cualquier manera me parece extraño que usted esté tan
sola aquí cuando después de un rato la noche va a empezar con
su oscuridad”. La viejecita cambió de actitud ante sus palabras
amistosas, ella momentos antes seguramente había temido que
fuera uno de aquellos chicos que de ella se burlaban por su
aspecto, y ahora comenzó a contarle la razón por la cual ella
siempre andaba deambulando por la calles y en la pobreza
material más absoluta. Se enteró así que cuando ella enviudó sin
tener precisamente una gran fortuna, sin embargo tenía bienes
suficientes para vivir una vida tranquila y sin zozobras, también
tenía dos hijos, una mujer y un varón, adultos, de alrededor de
unos veintiocho y treinta, con hogares ya formados, los cuales
impulsados por sus ambiciones y las de sus parejas respectivas, la
habían convencido de poner todos los bienes que ella poseía a
nombre de ellos, puesto que esos bienes les correspondía por
“herencia”. ¿Cómo podía oponerse a tal solicitud?, eran sus hijos,
ellos cuidarían de ella, a ella los bienes no le importaban realmente
aunque junto a su marido fallecido había trabajado mucho para
lograrlos. Lo hizo y casi, casi, de inmediato, cuando todo estaba ya
“legalizado” sus hijos le voltearon la espalda y tras discusiones que
forjaron para que su vida se tornara más difícil cada día, llegaron a
decirle que lo mejor sería que ella se fuera de la casa que antes le
pertenecía. Así de tumbo en tumbo llegó a convertir los parques en
su hogar alimentada por la caridad de la gente ante la cual
extendía su mano. En la medida que él se adentraba en el
conocimiento de las dificultades que en su vida había soportado la
viejecita y observando que en el corazón de ella no había odio
acumulado o reproches para las acciones de sus hijos sino más
bien una entrega de amor a ellos y una súplica no dicha por el
amor que ellos le negaban, el rostro de la anciana fue adquiriendo
una belleza que sus ojos no habían captado de principio en
plenitud, pero estaba seguro que la respuesta a la pregunta de la
anciana estaba en que la miraba por haber visto de pasada una
incoherencia entre la aparente fealdad de su estampa con una
belleza eterna que pugnaba por expresarse y era esa la razón
cierta que lo obligó a fijar en ella su mirada. Pero ahora estaba
cerca, tenía a esa viejecita junto a él y podía observarla más allá
de los andrajos, su mirada había cambiado de enfoque y percibió
toda la energía de amor que ese cuerpo maltrecho emanaba y
captó en esa luz dorada una belleza eterna que nunca olvidaría.
Pudo ver entonces la bella mujer que ella había sido en su
juventud, sus andrajos se convirtieron en ropaje de hadas y sintió
vibrar su corazón y el de ella en una frecuencia inusitada. Pensó
en la belleza que se puede encontrar detrás de una imagen
maltrecha, pensó en la necesidad de que alguien ayudara a que se
hiciera justicia en casos como éste y sintió que sus interrogativos
amigos ya querían salir de su esfera para provocarle mil y una
reflexiones. No se sentía con el ánimo predispuesto para ello.
Debo irme le dijo rápidamente, ya es tarde y tengo que volver a
casa, y él que nunca daba besos, en un impulso que no pudo
contener, depositó uno en la frente arrugada de esa viejecita a la
que nunca más volvió a ver.
11
música, piano y solfeo

Volvía de la escuela al mediodía, cursaba el tercer grado, y todo


era agitación en su casa. Había gente extraña en la sala. Un par de
hombres acababan de colocar el pequeño piano que su padre
había adquirido y ya se retiraban. Al parecer su padre no había
olvidado la mención que oportunamente hiciere en una de sus
conversaciones, acerca de que debía conocer algo de música.

Pocos días más tarde vino a casa el joven profesor de piano que
rápidamente estaba ganando prestigio en la ciudad como un buen
intérprete de música clásica y también de la popular de aquella
época. Oswaldo, que así se llamaba el profesor, era muy riguroso
en lo que se refería a la comprensión de la teoría musical y no se
diga respecto de la ejecución de una pieza. Algunos miembros de
la familia podían ensayar interpretaciones “de oídas” cuando el
profesor no estaba, pero a él no le estaba permitido. Debió
aprender notación musical para poder leer las canciones en los
pentagramas, tal cual como las había ideado el compositor.
Muchas para su gusto fueron también las horas aprendiendo el
solfeo. Tenía que cantar marcando el compás y reconociendo las
notas. Pero, si él ya las conocía, si en toda la vida había música, y
solamente en determinados momentos se encontraba con una
disonancia que rompiera la armonía. Además el tenía su propio
ritmo. ¿Para qué tantos ejercicios? El profesor insistía y a
regañadientes el solfeaba y aprendía. Había otros ejercicios que le
agradaban menos y eran aquellos mediante los que repetidamente
debía sacar las notas y formar acordes con las teclas blancas y
negras, las cuales le recordaban el juego de ajedrez que prefería.

La música estaba allí en su mente, en la realidad de la vida, y


hasta había descubierto que la más perfecta armonía y las notas
mejor ejecutadas estaban sin pentagrama alguno en el lugar aquel
al que llegaba cuando su mente y su corazón estaban en total y
absoluto silencio. Cuando deseara era sólo cuestión de sacarlas de
aquel lugar y traerlas acá, convertidas en melodía. Tenía eso si la
dificultad que sus dedos no respondían con habilidad a las
instrucciones de su mente, al menos frente al piano no podía, pues
cualquier otra cosa si le resultaba fácil de hacer con sus manos. El
profesor pensaba que era cuestión de darle flexibilidad a los dedos
del chiquillo y no encontró mejor manera de hacerlo que dándole
frecuentemente encima de ellos con la regla que portaba. Así fue
que se convenció que, aparte de las tres o cuatro canciones
regularmente logradas que podía ejecutar, no podría llegar a más y
ni de lejos convertirse en un virtuoso del teclado. Unos cuantos
meses duró la aventura como pretendiente a pianista y luego
fueron otros los miembros de la familia a quienes se les reconoció
talento musical aunque con otros instrumentos. Pero para él,
estaba claro que muy dentro de si había música, pues dentro de si
había ritmo y armonía, además estaba aquel lugar donde la música
era. Aprendió a conservar eso para sí y nadie más, no era
necesario disputar con alguien algo que era suyo y no requería
confirmación de alguien más.
12
una idolatría que nacía

Los vio llegar uno a uno. A Romo, el arquero. Al “pibe” Sánchez, al


“ratón sabido” Enrique “Pajarito” Cantos , a Chuchuca, a Vargas ...
y a tantos otros cuyos nombres ya no recuerda porque para él
todos eran uno solo, eran Barcelona, “el equipo”, el que poco
tiempo atrás había vencido a Millonarios, cuando eso era una tarea
casi imposible. La mesa de su hogar estaba llena de todo cuanto
alguien podía imaginar para tener una cena de celebración, estaba
también el conjunto “No me acuerdo” que su padre había
contratado en la lagartera para animar la fiesta. El motivo de
celebración era que el equipo, como siempre, esta vez también
había ganado el partido que se había jugado esa noche en el
Capwell, en ese estadio donde estaba construyendo su idolatría
entre la gente. Como aquella noche hubo muchas, pues su padre
era uno de aquellos que “apoyaban” al equipo de mil maneras,
entre ellas con aportes económicos al club y las más de las veces
con celebraciones y resolviendo problemas personales y
económicos de los jugadores.

A ese estadio concurrió innumerables veces, las primeras asido de


las manos de su padre y su madre, inseparables compañeros de
diversiones, esfuerzos y locuras, y muchas otras, con primos y
amigos. Espectó en más de una vez, agazapado entre las sillas de
madera de los palcos y tribunas, los enfrentamientos entre
aficionados rivales cuando éstos se producían, y también participó
en la monolítica unidad de todos los espectadores con sus
ensordecedores gritos en arengas incansables en pro de un
Barcelona que doblegaba rivales linajudos con las diabluras de sus
“cholos” nacionales.

Todos ellos, el equipo entero, eran un grito popular diciendo que lo


imposible no existe si existe la actitud, si existe la garra, esa garra
que permitía estar serenos en los graderíos aunque se perdiera
con dos o tres goles de diferencia hasta pocos minutos antes de
que finalizara el partido, porque los muchachos remontarían lo
imposible y harían suya la victoria... y lo hacían.

Fue en esos años donde se le metió en la sangre Barcelona. Su


emoción nunca fue un “anti” alguien, pues no cabía en su espíritu
otro sentimiento que aquel de idolatría que lo ligaba a su equipo.
Los demás simplemente eran nada, sólo eran el rival de turno al
que su equipo vencería. Y cuando perdía, bueno siempre había
“razones” que eran razones del corazón que la razón de la mente
jamás intentaría entender.

Las camisetas oro y grana y las pantalonetas y polines negros


eran como una bandera que simbolizaba el fervor de un pueblo por
construir una identidad mediante su idolatría al equipo de sus
amores. Eran tiempos de inocencia en que el espíritu amateur aún
tenía vigencia en los estadios. Se jugaba y se divertía, se lo hacía
por amor a la camiseta.

Por aquella época no había descubierto aún con su mente lo que


el fútbol puede ser, un reflejo de la vida misma. Su sentimiento era
sólo eso, un sentimiento, una pasión, tal vez la única que se
escapaba a las interrogantes que los habitantes de su esfera le
planteaban en diversos momentos de su vida. ¿En esa pasión
desmedida estaría Nadie echando leña?... vaya uno a saberlo.

13
al colegio

Se diría que para él no existió aquella transición que muchos han


dado en llamar “la edad del burro”. No hubo punto de ruptura o de
inflexión que se pudiera notar. Lo relevante fue una decisión,
aparentemente inexplicable, por parte de su padre. De muchas
maneras esa decisión influyó muy grandemente en su vida. Era
principios de enero cuando le fue comunicado por su padre y su
madre que había sido matriculado en un colegio muy reputado de
la ciudad por su nivel de enseñanza y por ser regentado por
sacerdotes jesuitas, al igual que el San Gabriel de la ciudad capital
donde había estudiado su padre durante algunos años de su niñez
y adolescencia. Su padre podía dar fe de que los jesuitas
enseñaban a conciencia y con disciplina, también era previsible
que entre sus compañeros de clase habrían muchos
pertenecientes a familias pudientes y que serían escasos, o habría
ninguno, provenientes de esos hogares en que la lucha cotidiana
por la vida era probablemente toda su preocupación. El período de
vacaciones tuvo que convertirse en una mixtura entre las
despreocupaciones usuales y la preparación extra en los estudios
e investigaciones para aprender cosas nuevas, estimulado por el
hecho de la nueva etapa de estudios que la vida en su normal
desarrollo le planteaba.
Un día muy cercano al comienzo de clases, su padre en una de las
conversaciones de sobremesa comunicó a todos y en especial a él
que había cambiado de opinión y que ya no realizaría sus estudios
secundarios en el colegio religioso en el cual estaba matriculado.
Había tomado tal decisión porque consideraba que era necesario
que el chiquillo estudiara en un colegio nacional y tuviera contacto
cercano con otras realidades de la vida en sociedad y con otras
maneras de pensar. Había comunicado su decisión a las
autoridades del colegio religioso y los valores entregados por
matricula y pensiones adelantadas de un año de estudio no fueron
retirados para que fueran considerados como una donación para el
desarrollo de la institución, quedaba claro así para todos y en
especial para él, que la decisión paterna no estaba motivada de
manera alguna por razones económicas.

Por aquella época eran dos los colegios nacionales entre los
cuales habría que escoger para los propósitos mencionados por su
padre. El tradicional, caracterizado por ser el más grande en
cantidad de alumnado y por su cierta tendencia a intervenir en
acciones políticas y bullangas extra-colegio, y, ciertamente,
generalmente triunfador en las presentaciones culturales y
deportivas intercolegiales. Había un colegio nacional más pequeño
en alumnado, con un viejo edificio establecido en la zona céntrica
de la ciudad, el cual luego de una huelga realizada por sus
estudiantes el año anterior había sido reestructurado, y logrado
reunir un grupo muy selecto de profesores para cumplir una nueva
etapa de vida institucional. Su padre había decidido que era en
éste último donde debía realizar sus estudios secundarios. “Serás
un pionero, serás tu quien colabore para hacer grande a tu colegio,
casi nada está hecho, todo está por construir, tu papel es dedicarte
a aprender, respetar a tus profesores y obtener de ellos cuanto
conocimiento puedas, tienes un oportunidad muy especial”.
Se iniciaron las clases, y, las maderas crujientes de las escaleras y
pasamanos del viejo edificio le recordaron lo que su padre había
mencionado, en ese colegio había muchas cosas por hacer y la
mayoría de sus compañeros provenían de un mundo al cual debía
conocer. Los años venideros, aun aquellos que se desenvolvieron
en el nuevo edificio de cemento que cuatro años más tarde fuera
puesto en funcionamiento, fueron años singulares por la
oportunidad que le dieron de acercarse a realidades que no
conocía a plenitud.

En esos años tan especiales tantas cosas fueron logradas y hasta


se habló de una “época de oro” por la conjunción de factores que
hizo de aquel colegio un referente de la ciudad. Sus directivos, sus
profesores, sus alumnos, todos estaban férreamente unidos en una
sola tarea: sentirse orgullosos de ser parte de él... y desde luego,
lo lograron, construyeron motivos para que ese orgullo tuviera un
fundamento real.

En cuanto a él, recuerda ahora que fue un tiempo en el que


adquirió certezas, alimentó dudas, compartió los panes con queso
que para ellos llevaba en sus bolsillos, con aquellos compañeros
que llegaban caminando desde los barrios apartados, cuyas casas
eran construidas sobre cuatro palos enclavados en el manglar, sin
que hubieran puesto alimento alguno en sus estómagos. Los
ruidos del Tener coquetearon con su espíritu y se peleó con Dios
hasta negarlo. Pudo escuchar los gritos de la vanidad, del orgullo,
de la sensualidad, la fama y la moda, sintió las tentaciones de su
cuerpo, percibió la tibieza del sentimiento que sólo es ilusión
tempranera y que a veces se confunde con amor, escribió sus
primeros versos, preguntó hasta cansarse y sobrevivió.
Algunas de esas experiencias vuelven ahora a recrearse en su
memoria....

14
un guapito de barrio

Era uno de esos días de la corta vacación que el colegio concedía


por la semana del estudiante durante el primer año de sus estudios
secundarios.

“Ven y sígueme, quiero que observes algo, ¡aprisa! que sino no lo


alcanzamos”. Seguir el tranco largo de su padre, para él que
todavía era un chiquillo, no le era fácil pero allí fue tras él haciendo
su mejor esfuerzo

Al parecer por alguna causa su padre había regresado del negocio


familiar a la casa y había visto al llegar a ella algo que quería
compartir con su hijo.

Caminaron un poco retirados, unos ocho metros detrás de un chico


de unos catorce años que él aún no alcanzaba a distinguir bien
quien era. Mantuvieron la distancia mientras le preguntaba a su
padre de qué se trataba todo esto. El padre respondió que debía
tener paciencia y continuaron así tras el chico por unas cuantas
cuadras hasta que penetró en el local de una vidriería, era la
vidriería que casi todo chico de esa época conocía donde estaba
ubicada y a la que era mejor no acercarse mucho pues allí el
dueño que la atendía era un conocido homosexual que disfrutaba
sus placeres pervertidos con chicos adolescentes.

Sólo un instante antes de que el chico penetrara en el local él pudo


distinguir claramente su figura de cuerpo entero y su sorpresa fue
mayúscula pues se trataba de quien en el barrio en que vivía tenía
fama de ser “bien macho”. Era el clásico guapito del barrio,
adelantado en los trucos de la vida y orgulloso de ello porque tenía
siempre como premio a dos o tres enamoradas a la vez, con las
cuales siempre se pavoneaba de aquí y allá en el cine o en
cualquiera de los tantos espectáculos que por aquella época
llegaban a la ciudad.

“¿Sabes por qué ha ido allí?” -le preguntó el padre.

”Pues no lo se, pero pienso que no debía ir, ya que todos van a
pensar que él es un maricón” –le contestó.

“Esperaremos un rato”

La espera fue de algo más de media hora. El guapito salió de prisa


y guardaba algo en uno de los bolsillos de su pantalón. Se alejó
rápidamente con su cabeza agachada.

“¿Qué crees que pasó allí adentro?” –pregunto su padre esta vez.

“No lo se, supongo que nada bueno”.

“Tuvo sexo con ese pervertido pues a eso vino, eso es lo que
pasó”.
“Pero él es un hombre y el otro también, y el sexo debe ser entre
un hombre y una mujer, es lo natural, lo contrario es repugnante” –
replicó el chico.

“Tu lo has dicho, ¡debe ser!, pero en este caso no lo es, no es lo


natural y por tanto es una perversión del orden de las cosas”.

“Nunca me hubiera imaginado que... él tiene fama de ser tan


macho y dicen que tiene enamoradas con las que hace cosas”.

“Pues ya ves cómo son las cosas, él viene acá en busca del dinero
que el vidriero le da a cambio del disfrute que obtiene por permitirle
adueñarse de su cuerpo, es el mismo dinero que el chico usa para
invitar al cine a sus enamoradas, tomar helados y tantas cosas
más con ellas y sus amigos. ¿Qué ironía, no lo crees? Para
mantener su fama de macho él entrega su virilidad y el precio que
paga por esa fama es sumamente alto ya lo ves. Quizás en este
caso, el padre de ese muchacho tiene mucha responsabilidad en lo
que le sucede, pues no solamente no ha sabido enseñarle lo
correcto y por otra parte he conocido que jamás se ha preocupado
de poner algún dinero en el bolsillo de su hijo y eso es un error. Te
lo dije ya alguna vez, en todo debe haber un equilibrio. Muchas
veces te he mencionado que el dinero que te doy para ti cada
semana es el justo y tan sólo un poquito más de lo que necesitas.
Siempre evito que tengas mucho o que nada tengas. Si nada
tuvieras te estaría exponiendo a riesgos similares a los que este
chico sufre y si te doy demasiado lo probable es que no tendrías
amigos verdaderos sino adulones que sólo te apreciarían por lo
que puedas invitarlos. Se de cualquier manera que aunque a ti el
dinero te faltara, al menos en este tipo de perversiones no caerías
puesto que siempre reflexionas sobre todo y sabrías que esto
estaría mal, de todos modos he querido que sepas lo que le pasa a
éste como a otros tantos chicos que no piensan en lo que hacen.
Además, sino ahora, en algún momento de tu vida tendrás frente a
ti diversas formas de ser tentado con mil y una perversiones. Todos
podemos ser débiles en algún momento de nuestras vidas, debes
recordar eso siempre y tratar de evitar estar en dónde no debes
pues allí es cuando eres más vulnerable. Ese chico, por ejemplo,
¿Lo has visto de qué manera demuestra la importancia que
concede a la imagen de su persona? El se cree un chico “lindo” , lo
he visto entrar al gimnasio, parece que levanta pesas y tiene sus
músculos tan bien formados como si fuera a competir en algún
torneo y es tan sólo un chico que aún no termina de crecer.
¿Observaste que cuando caminaba a la vidriería se peinaba a
cada instante y que cada vez que su imagen se reflejaba en las
vitrinas de los almacenes él volteaba para verse? El adora a la
imagen de su cuerpo lo cual me hace pensar que su lado femenino
ha tomado control sobre su vida o al menos la conciencia de su
virilidad la tiene en duda. No quisiera que pienses que cuidar del
cuerpo, de su limpieza y pulcritud, de su desarrollo y bienestar sea
algo malo, no lo es, es la actitud que tengas y la importancia que le
des a eso lo que puede convertirse en una perversión, pues todo
en demasía está mal, aún lo que en principio es bueno. Todos los
placeres de la vida comienzan por mostrarte una fase agradable,
pero si los extremas entonces te perviertes y trastocas el orden de
las cosas. Y bueno, creo que ya he hablado mucho, dejémoslo allí
y acompáñame que quisiera que pruebes un sabrosísimo
escabeche de corvina que preparan aquí a la vuelta”.
15
Estoy aquí: sexo...

Y bueno ¿Vas a venir o no? . Tenia entre quince y dieciséis. Quien


se lo preguntaba era uno de sus amigos más cercanos, ¿O es que
tienes miedo? Ven para que te hagas hombre de una vez. Tenía
curiosidad pues una cosa es conocer acerca de algo porque se lo
ha estudiado en los libros y otra es sentirlo. Pero no, no iría y así
se lo dijo a su amigo. ¿Por qué no vienes, acaso no te gustan la
mujeres? No te va a costar nada, es un regalo que queremos
hacerte tus amigos, en tu casa nadie va a saberlo.

La casualidad vino en su ayuda ¿Era una coincidencia? ¿Existen


éstas? Lo cierto es que estaban parados en la puerta del taller
donde siempre se reunían los muchachos vecinos del barrio y un
perro se acercaba a una perra que se encontraba echada a pocos
pasos del lugar. Cómo siempre pasa en esos casos, el perro
comenzó a olfatear el trasero de la perra y en un dos por tres se
montó encima de ella e inició el acto sexual que su instinto le
ordenaba, no pasó mucho rato que ya quedaban pegados sin
poderse desprender. Los dos amigos se miraron y rieron a
carcajadas.
¿Ves por qué no voy? No soy un perro, no actúo por instinto. La
razón guía mis conductas y no tengo que probar nada a nadie. Me
agradan las mujeres, es más, ellas me fascinan, pero no tengo que
tener sexo para convertirme en un hombre, ya lo soy. Su amigo
comprendió que el momento de iniciarse le correspondía a él y que
no habría presión alguna que pudiera ejercer para obligarlo a
actuar de manera que no quisiera, ya lo conocía y sabía que si
quería ser su amigo tendría que respetar su modo de ser.

No sólo era curiosidad lo que sentía, sentía mucho más que eso
pues la fuerza de la atracción sexual es muy poderosa. En no
pocas ocasiones sus sueños se habían convertido en verdaderas
torturas porque el sexo en ellos le parecía ser tan placentero y sin
embargo su razón consciente le decía que la pasión que erizaba su
piel y lo estremecía de deseos debía ser en el contexto de un
hogar y no repartido sin sentido a las damiselas que deambulaban
por las calles o que proveían sus servicios en los burdeles por
todos conocidos.

Tal vez no se trataba sólo de los reparos de su razonamiento, es


que siempre estaba la barrera de energía que se proyectaba un
poco más allá de su cuerpo físico y sentía cierta repugnancia y
dolor cuando ésta era violentada, sabía además que sólo la ternura
del amor diluía esa frontera que la naturaleza le había
proporcionado. Entonces le resultaba claro que el sexo sin amor no
saciaría las urgencias que sentía. Había aprendido que los
momentos llegan cuando deben y aunque la paciencia no era
precisamente una de sus virtudes, comprendía que tendría que
esperar.

¡Tener un cuerpo femenino entre sus manos para su placer! Por


mucho que bailara esta idea entre sus sueños se asemejaba tanto
a la disyuntiva que hacía ya varios años le había planteado ese
extraño personaje llamado “Nadie” en aquel inolvidable diálogo en
la biblioteca de su hogar. ¡Ser o Tener! ¡Tener o Ser! Vaya dilema.
El personaje había cumplido su promesa, siempre estaría allí
cerca de él, o más bien dentro de él, y allí estaba ahora diciéndole
todo el placer que podía obtener si tan sólo olvidaba la fuerza del
amor que es la que alimenta al ser.

Le resultaba difícil enfrentar la tentación pues se sabía vulnerable y


luchaba contra una fuerza realmente poderosa tanto que era la
fuerza que promovía la proliferación de la vida en el mundo de las
cosas. Lo que sentía no era malo en si, era completamente natural,
lo sabía, pero era su poder de escoger, la manera en que
resolviera el dilema, lo que calificaría su apetito como bueno o
malo.

Su conciencia era su guía y él la escuchaba atentamente para


saber lo que realmente su espíritu quería que su vida fuera. Había
imaginado que alguna vez tendría un hogar, formado con una
mujer capaz de compartir anhelos y esperanzas, de vibrar juntos
en frecuencias aun por nadie descubiertas y crecer juntos como
personas felices procreando hijos nacidos del amor... Debía
proteger de los impulsos momentáneos de su cuerpo aquello que
en realidad deseaba su espíritu

Debía entonces hacer que su inteligencia funcionara en sus niveles


más elevados para enfrentar la situación que avizoraba sería cada
vez más incitante y peligrosa en la medida que creciera. Tendría
que diseñar barreras adicionales para protegerse. Optaría por
evitar colocarse en situaciones donde hubieran muchachas
alocadas carentes de inocencia y trataría que siempre sus amigas
fuesen chicas con quienes si llegaba a enamorarse pudiere sin
reparos pensar en un hogar. La decisión era lógica - “no puedes
andar entre el lodo sin que llegues a embarrarte” sabía decir su
padre- pues estaba muy seguro que este tipo de lodo le resultaba
fascinante.

Otra acción tendría que tomar también para evitar peligros no


deseados pues un hombre y una mujer juntos y en solitario podía
convertirse, sin desearlo o percibirlo hasta que fuera ya tarde, en
una situación muy embarazosa, independientemente que se tratara
de una chica inocente. Había escuchado que ”la mujer es fuego y
el hombre estopa, luego viene el diablo y sopla...” peor aún, él era
una estopa que tenía su propio fuego, evitaría pues estar a solas
aún con las chicas inocentes.

Sabía que podría resistir los embates en esta lucha en la que nadie
podría ayudarle, estaba solo pero se sentía fuerte porque sus
convicciones lo protegían y porque en lo profundo de esos sueños
tormentosos también se deslizaba ya la presencia de aquella mujer
compañera de viaje al infinito que en el momento oportuno
aparecería en su vida. La presentía aunque no podía visualizarla
todavía, sabía que estaba ahí, en algún lugar esperando por él,
más tarde o más temprano se produciría el encuentro.
16
los caminos de la vida

Al colegio prefería ir a pie, nunca quiso trasladarse en el reluciente


“Impala” de su padre y mucho menos conducido por un chofer. El
viejo edificio quedaba a relativamente a pocas cuadras de su casa
y cuando le tocó la hora de ir al nuevo edificio mucho más distante,
prefería levantarse más temprano e iniciar la caminata larga que
tomar el colectivo, puesto que le resultaban como siempre
intolerables los apretujones inevitables en ese tipo de transporte.
En sólo una ocasión que duró unas pocas semanas decidió ir en
colectivo y fue después que sus ojos cruzaron miradas con los de
una bella chica cuatro o cinco años mayor que él que se dirigía a la
parada. La siguió y así comenzó una amistad que sin saber por
qué culminó en una relación que se suponía era de enamorados y
que nunca podía prosperar, puesto que no tenían nada en común y
le significaba a él tener que abrir sus fronteras energéticas a una
invasión que no deseaba, y ella desde luego no era la mujer que
esperaba para compartir su vida. Aquello terminó rápidamente y
continuaron sus caminatas de ida y vuelta al colegio.

La bicicleta fue el motivo para su primer ingreso a la Universidad,


es que fue allí frente a la Facultad de Jurisprudencia, en la
ciudadela de la estatal, aún con calles vestidas de cascajo, donde
aprendió a montarla, cuando aún frisaba los siete u ocho años. Tal
vez por esa remembranza es que cuando obtuvo su título de
bachiller pensó que ese era el lugar adecuado para aprender a
montarse en los códigos y utilizarlos para procurar justicia en el
país.

Le agradaba montar su bicicleta de paseo marca Raleigh pues


hacerlo le recordaba siempre que para no caer era necesario
mantener el equilibrio, ese equilibrio que debía empezar dentro de
si mismo. Con ella aprendió cosas que no sospechaba pudieran
existir, por ejemplo que toda una familia viviera por las bicicletas
que tanta alegría proporcionaban a los chicos de su edad. Esa
familia en un pequeño local, las alquilaba, las reparaba, las
embellecía y servía de sitio de reunión donde se podía escuchar
conversaciones simples de los pequeños y también, de cuando en
cuando, las interesantes reflexiones de los mas variados tipos que
hacían los adultos que allí concurrían. Aprendió luego, a los once
años, que la honradez de los demás no existe, cuando se comete
la tontería de dejar la bicicleta en el portal y se sube a una casa en
busca de algo o alguien. Volver y encontrar nada donde debía
estar su bicicleta fue un impacto que produjo una fisura en su
inocencia. ¿Será en momentos así cuando las personas
comienzan a coquetear con un cinismo que de a poco intenta
establecerse en sus corazones? ¿Estaba allí Nadie otra vez
alimentando el odio que sentía por la pérdida sufrida?. Su padre
tenía otra vez razón: “había que esperar lo inesperado”. No era eso
razón para perder la confianza en la bondad de las personas. Vade
retro ...

A los doce su padre juzgó apropiado dotarlo de una moto alemana,


Griztner era su marca y el modelo era Monza. Con ella recorrió de
arriba abajo la ciudad. El viento en su cara a velocidades que le
parecían exorbitantes en esos tiempos le daba una sensación de
una libertad muy especial puesto que ésta lo fusionaba con la
naturaleza aunque estuviera en la ciudad. Conducir bajo la lluvia
no tenía parangón, era algo inigualable, era como si la naturaleza
le recordara que su cuerpo era parte de ella, una gota más entre
las otras que se juntaban para limpiar todas las impurezas que en
la tierra hubieran y luego arrobado por el paisaje ver al arco iris
pintar de colores el cielo despejado y al sol radiante otra vez brillar.

A los catorce apareció en su vida “el pichirilo”. Tal vez era una
locura que su padre haya puesto en sus manos un carro siendo
todavía un chiquillo en realidad, incluso no podría conducirlo
legalmente sino con permiso otorgado para manejar acompañado
por conductor con brevet profesional y licencia para hacerlo. Su
padre argumentó en ese entonces que “si desde hace más de siete
años este chico tiene una carabina de repetición calibre 22 en sus
manos y la usa responsablemente, me acompaña a las cacerías y
es capaz de comportarse como adulto, entonces es confiable para
tener y conducir un vehículo, se que no me defraudará y esta
experiencia será parte de su crecimiento” Tal vez el argumento era
expuesto para convencerse a si mismo que estaba haciendo lo
correcto pues ¿quién iba a objetarlo? El chiquillo, desde luego, no.

El pichirilo era un viejo Hillman que su padre había mandado a


retocar carrocería, pintura y motor. Funcionaba de modo impecable
y tenía el señorío de un inglés. Su padre se encargó de enseñarle
a manejarlo para lo cual no fue necesario más que unos cuantos
momentos de un domingo en la mañana, después de todo desde
muy niño había observado y comprendido la relación que existía
entre los pedales, el timón y el motor de un vehículo, no había
pues que hacerse bolas por aquello del embrague y los cambios
que había que efectuar con la palanca que estaba a lado del
asiento.
Se lo guardaba en un garaje de a la vuelta de su casa desde
donde partió cada tarde a ser manejado por el chiquillo, con la
compañía de Camilo el chofer. Luego de unos pocos meses los
paseos se hicieron más frecuentes y sin compañía que no fuera la
de sus amigos. Cuando cumplió los dieciséis, nunca supo cómo
fue realmente, aunque lo sospechaba, pero a alguien se le deslizó
un “error” respecto al año de su nacimiento en su solicitud para
poder manejar legalmente sin compañía alguna y lo cierto es que
de golpe y porrazo pasó a tener dieciocho a pesar de estar en
quinto curso de la secundaria y ello le permitió concurrir a los
exámenes escritos y prácticos para obtener su brevet y licencia
para conducir vehículos particulares.

El pichirilo le dio también la oportunidad de acercarse a mundos


que él desconocía.

Lo hizo compartir muchos momentos especialmente interesantes


en el garaje en que se lo guardaba pues allí funcionaba un taller
automotriz a cargo de quien se volvería un amigo entrañable.
Carlín que así se llamaba éste hombre, o así quería que lo llamen,
era un indígena que se había venido a la ciudad después de haber
trabajado durante algunos años con mecánicos que reparaban los
daños de la maquinaria pesada en las carreteras de las elevadas
montañas y páramos de la serranía ecuatoriana. Cuando lo
conoció allí en el garaje, aún entrelazaba la coleta de su cabello
largo conocido como “guango”, pero como no deseaba recibir
desprecios por ser de su raza, lo cual era muy común aquella
época, aceptó la sugerencia, casi una imposición, de todos los
muchachos del barrio y se lo cortó. Aprendió a reconocer así la
estupidez del discrimen pues en ese hombre vio atributos de un ser
humano que deseaba crecer y ser mejor, en mayor medida que en
los muchos que sin reconocer su mestizaje se burlaban de una
raza que había sido vencida en la historia pero que no se
doblegaba.

Como lo hacían otros muchachos del barrio, quizás él más que


otros, permanecía largas horas aprendiendo los secretos de los
vehículos y de los motores que los impulsaban.

Aprendió que al igual que muchas otras cosas en la vida, el


vehículo era una unidad y tenía muchos sistemas funcionando para
que pudiera cumplir su cometido, en este caso de transporte y
diversión.

Los sistemas, del combustible, eléctrico, hidráulico y de frenado, y


así como otros tantos que estaban entrelazados en la unidad le
hicieron comprender que muchas veces un simple desperfecto en
uno de los sistemas producían como efecto que se pensara en un
daño grandioso en apariencia cuando tan sólo se trataba de un
pequeño ajuste de carburador, aprendió así cuánto una parte
puede afectar al todo.

El cuerpo humano reaccionaba muchas veces de modo similar que


un vehículo, por ejemplo al recibir alimentos que no debía, como si
se le metiera azúcar en el sistema de combustible del vehículo, se
producirían daños que más tarde o temprano acabarían con la
unidad.

En ese aprendizaje hizo tareas que no todos estaban dispuestos a


desempeñar, él si, pues deseaba aprender, aunque no era un
“oficial”, ni tenía obligación de hacerlo. Asentar válvulas era una de
esas tareas y en ella pasaba muchas horas dando vuelta al palillo
que terminaba en una ventosa que sujetaba a la válvula que debía
asentar. Aprovechaba la rutina de esas horas de interminables
giros producidos por sus manos para preguntar y aprender acerca
de los torques, las medidas de calibración, empaquetaduras,
rodamientos y de tantas otras inquietudes que acudían a su mente,
y, hasta usó esas horas para hacer silencio en su mente y visitar
aquel lugar que se abría dentro de sí de cuando en cuando.

Como punto de encuentro en el que se había convertido ese taller,


conoció a muchachos y adultos de diversos temperamentos y
caracteres provenientes de hogares y realidades diferentes que le
hicieron ampliar sus perspectivas para poder entender mejor los
motivos y las conductas de las personas y en esa tarea los
habitantes de su esfera le ayudaron con singular interés, en
especial aquellas entidades que se llamaban a si mismas, analogía
e intuición.

“No soy mágica ni mucho menos” sabía decirle ella, la intuición. “Lo
único que hago es enseñarte a que hagas una aprehensión directa
de la realidad no interferida por tus pensamientos, no por ello soy
menos lógica o menos inteligente. Tu captas mucha información de
la cual a veces ni siquiera eres consciente, déjame que yo te la
procese pues soy más veloz que tus razonamientos. Te concedo
que no siempre soy útil pero eso ya es cosa tuya, aprende a
utilizarme”.

La analogía por su parte le insistía que era un buen método para


aprender, captar el fondo de las cosas y predecir comportamientos
y conductas. “Si alguno de éstos camina como pato, habla como si
graznara un pato y se comporta como uno ¿No crees que
terminará “embarrándola” como lo hacen ellos?” No estuvo
siempre del todo convencido pues era firme creyente de la
capacidad del ser humano para romper tendencias en cualquier
momento de su vida, y sin embargo debió reconocer que muchas
ocasiones podía llegar a predecir comportamientos comparando y
hallando similitudes y utilizando el método analógico, el cual
también le servía muchas veces para intentar explicar a otros
situaciones similares a aquellas que ellos si entendían

El pichirilo, en uno de esos días que sin rumbo fijo rodaba, lo


condujo directamente tras las rejas como si fuese un avezado
criminal. Conducía ya con su licencia y sin embargo la había
olvidado en casa. Lo acompañaba un primo de su padre,
compañero de correrías durante algún tiempo, mayor con más de
diez y sin embargo tan sediento de aventuras como él. El policía de
tránsito le obligó a conducir el vehículo hasta la Comisión de
Tránsito y lo invitó a explicar la situación ante el encargado de la
prevención de la institución. En menos de lo que se persigna un
cura ñato él vio cerrarse la reja y convertirse en obligado
compañero de otros contraventores. La sensación de prisionero fue
realmente horrible e inolvidable para un muchacho que apreciaba
como una característica de su ser, la libertad. Más demoró el
tiempo de cerrar la reja que el que tardó el mismo policía en abrirla
puesto que la orden de su liberación venía junto con la de su
detención. El primo de su padre era muy amigo del hombre en
prevención y habían convenido en darle una lección para que no
volviera a olvidar portar sus documentos. Aprendió en aquella
ocasión que la Ley debe ser cumplida y también que en nuestro
medio quien tiene padrino se bautiza. Luego del incidente
reconvino a su compañero diciéndole que con la libertad de un
hombre no se juega. Sólo escuchó por respuesta una sonora
carcajada.
17
jugando ajedrez

El intercolegial de ajedrez estaba en su momento final y su colegio


era protagonista de una semifinal.

Había escogido ser el último de la lista en el equipo, es decir ser el


segundo suplente. El equipo estaba conformado por seis
posiciones, los cuatro tableros principales y los dos suplentes. El
primer tablero estaba a cargo de un chico del primer año -él estaba
en sexto- quien era una revelación en este juego ciencia por
aquella época. Para este chiquillo no existía otro objetivo que jugar
ajedrez y como él era uno de sus amigos más cercanos pasaban
muchos momentos jugando juntos en casa, en el colegio o en el
Círculo de Ajedrez de la ciudad.

A este chiquillo, que incluso jugaba de tu a tu con el profesor del


colegio, se le llamaba el Bobby Fischer ecuatoriano por su juventud
y destreza en el juego y jamás alguien pensó en disputarle su
posición en el equipo; sin embargo, a partir de la segunda posición
las destrezas eran más o menos parejas, aunque al decir del
profesor quien debía ocupar la posición de segundo tablero era él
pues su juego era más equilibrado, entendía la noción de proceso
y era además lo suficiente agresivo para intimidar al contrario y
pensar en soluciones no previstas. El sin embargo convenció al
profesor de la conveniencia de dar oportunidad a los otros
compañeros para ocupar las posiciones principales y de reservarlo
a él para la última posición. Su argumento es que ellos sentían
verdadera pasión por jugarlo y que para él, el ajedrez era tan sólo
un instrumento para aprender muchas otras cosas.

La situación estaba dada, las partidas debían jugarse, el colegio


religioso era el favorito y sin embargo lo inesperado sucede. El
segundo tablero del equipo enfermó, al menos es lo que dijo para
justificarse, los demás no querían enfrentarse al primer tablero
pues sabían que para ellos la partida estaría perdida. Le pidieron a
él que aceptara ser inscrito para cubrir la posición vacante y que
los demás mantuvieran sus posiciones. Las partidas jugadas por
el primero y el tercero del equipo fueron ganadas, la que jugó el
cuarto tablero fue una derrota, faltaba jugarse la suya. Se
posicionó rápidamente del centro del tablero con unas cuantas
jugadas agresivas, percibió con un cambio de enfoque en su
mirada el color de la ansiedad y el temor en su adversario y el
resto fue preparar la emboscada para el jaque mate que ya había
previsto en su mente catorce o quince jugadas atrás, pues allí
estaban todas frente a él -las suyas propias, las del adversario del
momento- como si estuviera deslizándose en el entre tejido infinito
de todos los futuros posibles de un mundo cuántico al que había
logrado acceder como en otras tantos momentos en que produjo
un profundo silencio dentro de él. El adversario volteo su propio rey
contra el piso del tablero para que probara el sabor de su derrota.
Fue rotundo el triunfo, su equipo ganó 3 a 1, pero la alegría duró
poco, el reclamo del punto logrado en la lid frente al tablero fue
aceptado por haberse violado una disposición reglamentaria ya
que el suplente no debía haber saltado a los principales. El empate
a 2 que fuera decretado le negó la victoria al colegio pero todos
estuvieron de acuerdo que el trofeo del triunfo no era importante
realmente pues en el ámbito intercolegial todos sabían quienes
eran realmente los vencedores.

El ajedrez lo había aprendido a edad temprana en su hogar viendo


a su padre y su compadre -amigo, hermano, abogado- sentarse
por largas horas frente al tablero en animadas disputas y estaba
familiarizado con sus reglas y algunas ideas sugestivas acerca de
todo lo adicional que podía subyacer en él, pero fue en el colegio
donde se dio con más intensidad su comprensión acerca de este
juego que podía divertir a la vez que enseñar.

El profesor de matemáticas del colegio tenía el raro privilegio de


ser uno de los pocos que, en una de las simultáneas que en el
mundo había compartido Bobby Fischer con centenares de rivales
de ocasión, había derrotado a ese personaje extraordinario que en
el mundo puso de cabeza la manera de jugar el ajedrez y cuando
quiso rompió la exclusividad del triunfo que les pertenecía casi por
definición a los maestros rusos.

Este profesor de matemáticas era también el maestro de ajedrez y


sentía verdadera pasión por enseñar a comprender a fondo los
misterios de este juego ciencia a quienes entre sus alumnos
estuvieren interesados. De él aprendió muchas cosas, entre ellas,
que debía posicionarse del centro, que los laterales lo volvían
vulnerable, que debía pensar veinte o treinta jugadas adelante, que
no hacerlo le haría pagar las consecuencias, que muchas veces
era apropiado ceder una o varias piezas para estar en posición de
vencer pues el objetivo final era el jaque mate.

¡Cuantos consejos de técnicas de juego él aprendió! No pudo


dejar de pensar que esos consejos podían ser aplicados a la vida
misma. ¿Acaso ganar el centro y no ir por los laterales no
significaba mantener el equilibrio de la conciencia y evitar los
desvíos que lo hacían vulnerable? ¿Acaso pensar y adelantarse a
las jugadas del contrario no era saber desenredar el entretejido de
los futuros posibles y escoger el destino deseado? ¿Acaso el
triunfo no se obtiene al final, cuando el objetivo pensado es logrado
luego de haber seguido un proceso que a veces parece que no te
es favorable?

Estas analogías, y muchas otras que hay en el juego, -blancas y


negras contrarios de un mismo tablero, ceder y ganar, retroceder
para adelantarse, el rey y su reina, por ejemplo- ¿Se las dio su
maestro de ajedrez, las recibió de su padre o las pensó él mismo?
¿Que importa eso realmente? Las tenía en su mente y él estaba
jugando el ajedrez de su propia vida .... ¿Podría dar el jaque mate
a Nadie al final?
18
la pelota no debe ser de trapo

Los deportes en el colegio le proporcionaron muchos momentos de


alegría y la oportunidad de aprender sobre el mundo de las cosas y
sobre su propio espíritu, y sin embargo también fueron un motivo
de contrariedades.

Practicó con buena disposición, y con buenos resultados


reconocidos, casi todos los que se enseñan en la secundaria.
Basketball, béisbol, tenis, atletismo, natación, billar, entre ellos,
pero el de su predilección era el fútbol. Entendía mejor este
deporte que lo vinculaba al motivo de esa idolatría que seguía
creciendo en su corazón. Todos los conceptos que estaban
implícitos en él los conocía y por eso siempre disputaba con sus
compañeros cuando estos preferían jugar en las calles el mal
llamado “indoor” fútbol. Jugar con una pelota pequeña y dura que
se golpeaba contra los bordillos de acera, en espacios pequeños,
un deporte que privilegiaba el “chichecito” del engolosinado de
turno, sólo estimulaba según él, el individualismo de un jugador y
no permitía aprender a usar la inteligencia de modo colectivo.

Para él, el fútbol era como el ajedrez, un juego de estrategia e


inteligencia. Podía ser simple y muy eficaz, si tan sólo se
entendiera que es una práctica colectiva, como los danzantes en
una obra que de modo intuitivo ejecutan el movimiento preciso en
armonía con el que los otros realizan, y si se aplicara luego de
conocerlas algunas de las leyes físicas más elementales.

“¿Patear una pelota? ¡Qué no sea de trapo pues no rebota bien y


no coge efectos fácilmente! ¿Por qué al hacerlo no piensas que los
efectos son los mismos que un jugador de billar fácilmente
comprende cuando con su taco golpea la bola? ¿Acaso en el fútbol
el pie no es como el taco en el billar? ¿Acaso la trayectoria de la
bola no sigue los mismos principios? ¿Cómo se puede jugar bien si
no conoces el tamaño de la cancha en la que juegas y el del arco
donde debes introducir la pelota para hacer el gol? ¿Sabes cuánto
tiempo empleas para correr una determinada distancia? ¿Por qué
siempre pides que te pasen la pelota al pie cuando tu compañero y
tu podrían saber cuantos metros puedes desplazarte en
determinado tiempo y el pase te lo puede hacer al espacio vacío
que tu marcador ha descuidado?”.

Todas éstas eran preguntas que hacía a sus compañeros de


equipo que de reflexiones nada querían saber y sólo lo
escuchaban porque reconocían que él siempre estaba en el lugar
y el momento oportuno para introducir la pelota en el arco
contrario... era un goleador y eso era bastante.

“Ya lo verán, alguna día el fútbol dejará de ser el del chichecito, el


de los pases cortitos, el de potreros. Alguna vez el fútbol será de
los inteligentes y de quienes sean verdaderos atletas y no de los
“barriga de cerveza” que vemos jugar indoor en nuestras calles”,
sabía decirles sin que sus compañeros le hicieran mucho caso.

“No me agrada perder, eso está dentro de lo posible porque el


equipo contrario está jugando también, pero si puedo evitarlo lo
hago. La actitud también cuenta y cuenta mucho. Quien no espera
ganar ya ha perdido, juega entonces con garra, mira que
defendemos a nuestra divisa” sabía decirles a sus compañeros,
pero la mayoría de ellos jugaban simplemente porque les agradaba
patear una pelota y nada más.

Y bueno, por mucho que a él le agradara el fútbol, aquel no era


toda su vida ... había tantas otras cosas por aprender.

19
en las calles

No era un chiquillo callejero y peleón. Entre sus algunos años de


observar las prácticas de boxeo que realizaba su padre con un
profesional, combinados con las técnicas de defensa personal que
aprendía de algunos de sus amigos, quienes a tales técnicas las
llamaban judo y alardeaban de ellas con cinturones de colores, y
sumadas también a las conversaciones y prácticas que realizaba
con un sencillo hombrecito de nacionalidad china del cual se había
hecho amigo, -y a quien había observado, luego de que éste
guardara sus lentes en el bolsillo de su camisa, derribar en un
santiamén a seis o siete abusadores estibadores de banano que
por aquellos años deambulaban por el Malecón de la ciudad-,
había logrado acumular un buen conjunto de técnicas de defensa
personal para evitar las agresiones que pudieran presentarse por
parte de los abusadores que nunca faltarían.

De cualquier manera, su amigo chino siempre le insistía en algo


que él ya conocía por otros medios y esto es que “la fuerza mayor
de un hombre radica siempre en el equilibrio y en el control de si
mismo... aunque también hay otras fuerzas que pueden llevarte por
el camino equivocado u oponerse a ti”. Por todo ello siempre trató
de evitar verse envuelto en peleas o altercados que pudieran
conducir a enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Sin embargo, aunque
trates de seguir las pautas que has marcado para tu vida, siempre
hay que esperar lo inesperado...

Allí estaba, haciendo columna junto a uno de sus primos para


comprar los boletos e ingresar al cine. De modo inesperado un
muchacho de unos veinte, tal vez un poco más, algo grande de
cuerpo y con facha de matoncillo de barrio, irrumpió en la columna
colocándose detrás de él. Ninguna persona de las que estaba en la
columna protestó y también él decidió no hacerlo, suponiendo que
todos habían pensado que no valía la pena aumentar el mal
momento con un probable conflicto. La permisiva decisión tomada
por la larga columna envalentonó al abusador que se sintió ahora
alentado a molestar a quien estaba delante suyo, que era él,
comenzó a palmotearle la cabeza, a empujarlo y finalmente a
quitarle la gorra que portaba. Su primera reacción fue evitar la
gresca y tan sólo se volvió con una sonrisa en el rostro para de la
manera más amigable decirle “devuélvemela, mantente tranquilo
que ya mismo entramos, ten paciencia y deja de molestar que así
todos nos sentiremos menos fastidiados”. El golpe fue la respuesta
del bravucón. Un puñetazo bien pegado en su pómulo lo arrojó
contra el piso y junto con su cuerpo aporreado cayó también todo
su control para evitar la refriega. En aquel momento ya nada fue
claro en su mente, la esfera y sus habitantes quien sabe donde
irían, ya no surgieron las preguntas y mucho menos las
respuestas, la armonía y el equilibrio se perdieron maltrechas entre
las piernas de los encolumnados. Ya no vio nada más, perdió la
conciencia de si hasta el momento en que sintió que muchas
manos trataban de retirarlo de la posición en que se encontraba,
montado sobre el cuerpo tendido del muchacho bravucón a quien
tenía agarrado por las orejas estrellando su cabeza contra el suelo
una y otra vez, hilillos de sangre fresca manaban de los labios y del
rostro y sin embargo nada le importaba, él seguía propinándole
castigo. “Déjalo ya que vas a matarlo” . La frase que escuchó tuvo
la virtud de volverlo a ser la persona que siempre era... y lo soltó.
Al bravucón golpeado lo pararon y le preguntaron cómo se sentía.
El muchacho respondió que aturdido pero que estaba bien y
comenzó a alejarse tambaleando como perro con el rabo entre las
piernas mientras alguno le gritaba “bien hecho que te hayan metido
esta pisa para que no seas abusivo”. El por su parte le dijo a su
primo como una sentencia final: “No soy yo cuando me enojo y la
ira me hace perder el control” . Así terminó el incidente, él y su
primo ya no entraron a ver la película y volvieron a la casa.

Desde aquel momento siempre ha evitado con particular cuidado


que situaciones así se produzcan en su vida. Sabe que un
momento de descontrol y el “poder” que se tiene dentro de si
puede tornarse muy oscuro y obnubilar la mente. Nadie siempre
está rondando...
20
farras, bailes y tiempos de disfraces

La adolescencia, a pesar de la sentencia familiar de su poca


habilidad instrumental para la música, le daría la oportunidad de
incursionar con algo de más suerte en el tema de la ejecución
musical. Los profesores, para lograr este propósito oculto en los
rincones más íntimos de su espíritu, fueron sus amigos, y así
intentó tocar el saxo y la guitarra. No es que obtuviera logros
espectaculares pero en todo caso fue mucho más feliz que con la
experiencia del piano ... y ni sus labios ni sus dedos tuvieron que
soportar el castigo de la regla.

El saxo le sirvió para aprender a gustar del jazz, cuyas


interpretaciones siempre estaban impulsadas por los estados de
ánimo muy personales del ejecutor, eran los tiempos en que Big
Sam hacía furor con Harlem Nocturno y Sonidos en la Noche. La
guitarra por su parte lo acercó aún más al romanticismo con el cual
Lucho Gatica con sus canciones impregnó a toda su generación y
también lo acercó al mundo de las farras y las serenatas. Nunca
pudo, sin embargo, aprender a tocarla muy bien como era su
anhelo, a esta esquiva con cuerpo de mujer, que algunos de sus
amigos manejaban a la perfección, más de cualquier manera con
el tiempo ella sería quien le serviría de instrumento para definir las
composiciones musicales que se alborotaban en su mente.
Las serenatas fueron maneras despreocupadas de cantarle a la
alegría de vivir. Ni siquiera las ventanas de las monjitas que vivían
en la parte de atrás del colegio de niñas y señoritas se salvaron en
algunas noches de esas de juerga atolondrada. Seguramente las
canciones cantadas eran muy románticas o quizás alguna vocación
no estaba tan bien cimentada que hasta aplausos de cuando en
cuando se llegaban a escuchar.

También por aquella época tuvo lugar un episodio de esos que algo
enseñan. Empezó declamando aquel poema con el cual iniciaría la
proclamación de la reina en el evento programado en el colegio: “Si
Dios un día cegara toda fuente de luz, el universo se alumbraría
con esos ojos que tienes tu. Pero si lleno de agrios enojos por tal
blasfemia, tus lindos ojos Dios te arrancase, para que el mundo
con la alborada de tus pupilas no se alumbrase, aunque quisiera
Dios no podría tender la noche sobre la nada, pues aún el universo
se alumbraría, con el recuerdo de tu mirada”.
Concluyó el poema y debía entonces continuar con el discurso. No
pudo hacerlo pues su mente quedó en blanco. Era uno de
aquellos instantes en que el silencio irrumpía en su mente y las
vibraciones de su conciencia lo llevaban a aquel lugar. Había un
mensaje que él deseaba expresar, una exaltación de la belleza de
la corporalidad femenina y, naturalmente, su mente lo quería
trasladar al lugar donde estaban los conceptos, los valores,
eternos. Volvió a la realidad, sin que alguien se percatara de lo que
le había ocurrido y fue lo más natural que tomara su ayuda
memoria y dijera el discurso que previamente había concebido. Los
presentes aplaudieron, más él supo que la palabra lanzada a las
multitudes o en los auditorios no sería el instrumento que él usaría
posteriormente en su vida para expresar lo que sentía. Es que las
palabras “cosifican”, vuelven cosas a las ideas y a los conceptos, y
las cosas en que han sido convertidas y en ocasiones hasta
tergiversadas, son insuficientes para expresar las realidades más
profundamente captadas por la mente. El modo de hacerlo sería
entonces proyectando su energía libremente y envolviendo con ella
a quien él quisiera trasmitirle su mensaje y si alguna vez querría
hacerlo mediante las palabras, éstas tendrían que ser escritas y
puestas en papel.

El baile llegó a gustarle por la oportunidad que le brindaba de


compartir en las casas de sus amistades momentos de disfrute y
alegría. Por aquella época no existían discotecas o lugares de
baile, salvo aquellos que más que nada eran sitios no muy santos
impropios para jóvenes bien formados y de los cuales él
particularmente deseaba alejarse. Sabía que el baile era más un
abrazo disfrazado que cualquier otra cosa, puesto que
generalmente se lo hacía entre parejas que tenían una relación o la
estaban construyendo. De cualquier manera, y aunque era una
molestia para él sentir pegado a su cuerpo otro cuerpo, eso no le
impidió también bailar, aunque mal lo hacía, en la múltiples
ocasiones en las que participó de las fiestas colegiales
organizadas por motivo de la muy esperada semana del estudiante
que se celebraba cada año.

La nausea que en muchas ocasiones llegó a sentir no era aquella


de la que escribía Jean Paul Sartre, por aquella época guía de sus
pensamientos y análisis filosóficos que lo habían trasladado hasta
el ateismo. ¡No! se trataba de esa nausea más prosaica, la que
producen los tragos de licor bebidos en demasía. De cualquier
manera nunca llegó a perder la conciencia y sus mareos pudieron
ser disimulados al llegar a casa en las noches de juerga que nunca
terminaban más allá de las doce, es que eran los tiempos en que
se respetaba la tradición de Cenicienta.

Por aquella época era tradicional también el baile de disfraces el


28 de Diciembre, y, en una ocasión se le ocurrió burlarse de la
religión institucionalizada para lo cual planeó vestirse de prelado.
Usaría el mismo traje guardado en su hogar, que antes había
usado, para pasar desapercibido entre la gente, aquel líder, a su
regreso al país desde su exilio. Sería un obispo y así concurrió a la
fiesta donde disfrutó como el que más entre sus amigos al ponerse
a bailar con la sotana alzada hasta su hombro y su pareja del
momento las canciones con ritmo de salsa que por aquella época
se llamaban guaracha, merengue o merecumbé. Cuando ya el
calor se tornó insoportable dentro de casa, salió con un grupo de
sus amigos y amigas a beber colas y cervezas en una despensa
de barrio cercana al lugar de la fiesta y fue cuando, el sorprendido
y avergonzado fue él, al detenerse algunas personas a increparlo
por ser un cura que no respetaba su condición y estaba bebiendo
cerveza en “media calle” y cuando otras se acercaron a intentar
besarle el anillo de su mano y rogarle sus bendiciones. ¿Cómo
explicarles que era tan sólo un muchacho atolondrado intentando
divertirse? Decidió que nunca más haría algo que pusiera burla en
las creencias de las personas, ya que aunque no las compartiera,
todas ellas son respetables.
21
A la Universidad

Después de un infructuoso intento de ingresar a la universidad


pública de la ciudad, se vio forzado a la única alternativa que le
quedaba: ingresar a la naciente institución privada que abría sus
puertas ese año bajo el nombre de Católica y que obviamente
había sido concebida como una universidad para las elites
citadinas -si tal propósito se cumplió o no depende en última
instancia de la visión que uno tenga sobre la naturaleza de las
elites-.

La Católica no ponía la objeción que la otra universidad había


esgrimido, el hecho de que aún no cumplía los dieciocho años.
Pensó que era una estupidez tal objeción cuando en otros países
las puertas universitarias se le hubieran abierto fácilmente a un
aspirante que tenía una hoja estudiantil llena de logros incluyendo
el mismo hecho de la edad. Pensó además que el verse en tal
situación era un precio que debía pagar por haber decidido ser un
abogado ecuatoriano, puesto que esa profesión no era posible
estudiarla en el exterior, sin embargo la justicia había que tratar de
lograrla en su país y la decisión fue tomada.

Llegó a la Católica con su existencialismo ateo bajo el brazo y


dispuesto a debatir sus argumentos con los especialistas, al fin y al
cabo se suponía que eran para eso las asignaturas Cultura
Superior Religiosa, Metodología y Filosofía del Derecho.
Encontró a cargo de la Secretaría de la institución a quien había
sido en el colegio su profesor de Derecho Territorial y que ahora
sería catedrático de Sociología y Gramática Superior. El tiempo
haría que la vida de este profesor se entrelazara de modos
diversos con la suya en una relación especial de mutuo respeto y
afectos.

Los subsiguientes años universitarios fueron fuente generosa de


experiencias diversas que aparecían a borbotones y que no
terminaron con la obtención de sus ampulosos títulos de
Licenciado en Ciencias Sociales y Políticas y de Abogado de los
Tribunales y Juzgados de la República.

Durante esos años construyó amistades, dejó de lado su ateísmo y


retornó a su unión personal con el Padre, se produjo su primera
incursión en la actividad política, tuvo el primer encuentro con
quien sería la compañera de su vida, se casó con ella, procreó y
vio nacer a sus hijos, se convirtió en autoridad de la Universidad,
sufrió decepciones vitales respecto de la institución de la cual era
uno de sus fundadores y la vio morir finalmente.

No hubo alguno que no fuera su compañero muy querido, todos lo


fueron, y con ellos compartió momentos singulares, sin embargo la
amistad es un algo mucho más profundo que une para siempre y
de un modo especial. Es el descubrimiento de virtudes y defectos
que se aceptan en el otro pero que no impiden valorar a la persona
total, en la plenitud de su integridad, creando lazos que perduran
más allá del tiempo y sin importar la frecuencia con la que los ojos
de uno y otro se encuentren. La amistad es un afecto no sujeto a la
temporalidad y por ello no es fácil de construir.
En realidad fueron pocos aquellos a quienes pudo definir como sus
amigos entrañables. Hubo una persona con quien creó una
relación de amistad muy especial, imposible de medir porque
rebasa toda medida. Una compañera, aquella con la que sus lazos
se fueron construyendo mediante la afinidad intelectual y la
fidelidad a principios y valores eternos así como por su disposición
de ánimo que impedía que aceptaran cualquier forma de tiranía o
dictadura a las que combatieron con activismo puro sin otro interés
que el de defender esa libertad que tanto amaban. Juntos forjaron
también el primer y único libro que escribieron en conjunto después
de una investigación de campo de varios meses en el hospital
psiquiátrico de la ciudad, investigación que involucraba las
relaciones entre las psiquis desquiciadas y las responsabilidades
que permanecían intactas en ese tipo de personas. Su trabajo
interesante desde luego y absolutamente académico serviría para
demostrarle al profesor -quien expresó jactancioso en un momento
de confrontaciones colectivas que dudaba que alguno de sus
alumnos pudiera realizar una investigación que pudiera calificar de
académica- que la voluntad y la inteligencia podían remontar hasta
las barreras que algunos consideraban imposibles de vencer.
Estuvo junto a ella todo el tiempo que duró la enfermedad
repentina que culminó en el doloroso momento en que el padre de
ella dijo adiós a este mundo de las cosas y compartió la tristeza de
la partida prematura de un hombre de valor, de aquellos que
mucha falta han hecho para reordenar el desconcierto y las
confusiones que se viven en nuestro país.

Su conversión, en el ámbito religioso, fue la consecuencia


inevitable de horas y horas polemizando con los maestros
sacerdotes y tardó varios años en producirse. Las polémicas se
fueron centrando en el nivel que él deseaba, en el de las
interrogantes más profundas y no en la simplicidad del catecismo.
Descubrió en sus maestros aristas de convencimiento genuino, de
convicciones surgidas muchas veces de situaciones vitales por las
que tuvieron que pasar esos maestros, y también argumentos y
razones lógicas que remecían sus propias convicciones. En uno de
ellos, más que en los otros, encontró sinceridad, inteligencia y
coherencia entre sus actos y sus convicciones. Sobre él pudo decir
en algún momento que “era el mejor cantante pero que su canción
no lograba convencerlo del todo” . Finalmente este sacerdote
josefino, nacido entre la Francia y la Italia sin que se sintiera ni de
la una ni de la otra, y quien más bien lejos de su tierra había
dialogado con el Padre directamente durante los muchos años que
vivió en la majestuosidad de la selva amazónica ecuatoriana, pudo
ayudarlo en su conversión aceptando que era una conversión
desde su ateismo existencial hacia el Padre y no hacia una
institución tan llena de contradicciones y tan falta de respuestas.
Este sacerdote, maestro y amigo, fue quien en su momento
oficiaría su matrimonio espiritual, quien entendió el amor que él
sentía por la mujer que había escogido como compañera de viaje
hacia el infinito, quien comprendió la autenticidad de la promesa
que haría ante el Padre y por ello entregó el símbolo sagrado de
una comunión que percibía en esas almas que se unían, todo ello
sin que importaran los membretes, porque la filiación era respecto
del Padre y no de una iglesia.

Su primera incursión en la política partidista fue cuando contribuyó


al nacimiento de una fuerza emergente, la Democracia Cristiana,
forjada por gente joven que deseaba dar contenido ideológico a
una actividad que se ejecutaba por aquellos tiempos impulsada por
empresas electorales estimuladas por apetitos prosaicos y no por
el deseo de servir al desarrollo del país.

En el desenvolvimiento de esa actividad fue compañero de partido


de antiguos profesores y de quien unos pocos años más tarde
desempeñaría la función de Presidente Constitucional de la
República. Ya a los veinticuatro años, y por diversas circunstancias
entrelazadas y creadas a partir de esa primera incursión política,
comenzaba a ejercer importantes funciones de poder político que
él entendía como oportunidades de servicio al país y no como era
tan común, la ocasión de enriquecerse de modo personal. Era
claro que la opción que él había escogido en su vida era la del Ser
y no la del Tener. En ese lapso encontró y cimentó lazos con quien
a través de su vida sería de aquellos pocos que ni el tiempo ni las
distancias impedirían llamarlo “amigo”, con alborozo y sin
reticencia alguna. Con él compartió experiencias singulares en el
centro mismo del poder político, caminaron juntos entre el lodo sin
embarrase de modo alguno y eso es mucho decir cuando se vive
diariamente rodeado de las apetencias del Tener que inundan a los
espíritus groseros.

Si hay un campo fértil para las truculencias de Nadie es la política


ecuatoriana, y lo es con mayor fuerza en la capital del país, donde
desde siempre se han concentrado el poder y las alfombras rojas
que lo representan, con todos sus anexos. Observó y desdeñó las
tentaciones que se presentaban a raudales en una ciudad experta
en labores cortesanas y aprendió a distinguir rápidamente a las
personas con apetitos del Tener y pudo comprobar en las
traiciones más grotescas que observó de cerca, la indeseable
presencia de un Nadie que se solazaba en la miseria en la que
sumergía a un pueblo que, paradójicamente, había sido
consagrado a una divinidad y a su iglesia.

De la barbarie del poder político regresó a la civilidad del


pensamiento. La universidad en la que se había graduado, le abría
sus puertas ya no para que fuera su alumno como en pasados
tiempos sino para que ejerciera ahora función de autoridad como
Prosecretario General y Secretario Adjunto del Cuerpo de
Gobierno. ¡Cuántas ilusiones! Habría tanto por hacer en el que
debía ser el campo más excelso de un país, el educativo. ¡Cuántas
decepciones! Le correspondió verlo, sin poderlo impedir, como
desaforados ambiciosos de poder político asaltaron, no sólo el
recinto universitario –asalto en el que violentaron todo y hasta
robaron- sino también la Casa Arzobispal, acción durante la cual se
atrevieron hasta a cachetear las mejillas del pastor mayor de la
comunidad religiosa a la que decían pertenecer. Consecuencia de
aquellos desafueros, y poquísimo tiempo después de su retirada
de la institución, la vio morir, pues aunque conservó en lo sucesivo
un membrete más o menos parecido al de su fundación, el hecho
cierto es que esa universidad que intentó ser luz del pensamiento
se convirtió, merced a un cambio total en sus estatutos y la
invasión de ambiciones, en una entidad pervertida por la política,
siempre tan llena de apetencias y traiciones. Se dio de esta
manera en esa entidad una suerte de metamorfosis de la mariposa
pero siguiendo un proceso inverso, esto es, pasando de bello
ejemplar con alas que al cielo lo transportan a ser gusano que
deambula apegado a la tierra.
22
encuentro y vida con la mujer amada

Por aquellos días, cuando concluía ya su primer año en la


Universidad, caminaba en solitario por las calles de la ilusión
romántica. Habían quedado en el baúl de los recuerdos los
hermosos ojos verdes de la niña meciéndose en el columpio de la
villa que tantas veces visitó, cuando apenas tenía quince o
dieciséis, disfrazado de amigo y no como el aprendiz de
enamorado que fue sin que ella lo supiera. También habían sido
guardados en el mismo baúl los incitantes atardeceres en que junto
a él ondeaban al viento los cabellos rojos fulgurantes y la
voluptuosa belleza de su joven enamorada de los diecisiete,
mientras paseaban en su Fiat deportivo, y con la cual aprendió que
las promesas no valen cuando los amores son de estudiantes. “La
vida es un tango” le había escuchado decir alguna vez a su padre y
¡si!, “los amores de estudiante flores de un día son”.

Se sentía otra vez centrado, aguardando el momento del encuentro


tan ansiado con aquella que vivía y perduraba en sus sueños
desde hacía ya mucho tiempo, a pesar de sus devaneos de la
adolescencia, y ese momento llegaría de improviso.

La vio venir sutilmente como si la dinámica del mundo de las


cosas, el tiempo y el espacio, se hubieran detenido. Su figura grácil
avanzaba lentamente dirigiéndose a la puerta de su casa dónde él
junto a su amigo aguardaban. Supo que era ella en ese mismo
instante, era ella a quien había estado esperando por años, quizás
desde antes de venir al mundo de las cosas. El enfoque de sus
ojos captó fulgurante, por un breve instante, la totalidad de su
belleza interior en todo su esplendor, y su espíritu vibró entonces
en una tonalidad sin igual. Era el amor, el amor verdadero que
llamaba a la puerta de su ser. Su mirada volvió a su enfoque
normal y se encontró con unos ojos extraordinariamente hermosos
y unas larguísimas y entornadas pestañas que expresaban la
inocencia de su alma, entonces surgió su sonrisa y su voz. Pero no
hacían falta las palabras. Todo estaba ya consumado, era ella y ya
nada podría apartarla de él, ni su amigo quien lo había llevado a
visitar a dos hermanas, sus amigas, con la idea de que tal vez
podrían hacer parejas. ¿Y si su amigo la había escogido ya? En el
primer aparte que tuvo con él le dijo que había encontrado a la
mujer compañera de su vida y que ya todo estaba dicho, que no se
le ocurriera estorbar a su destino.

Su amigo realmente lo apreciaba, además según se lo aclaró en el


momento, lo de hacer parejas era sólo un pretexto para extraerlo
de aquella soledad en la que estaba y al parecer la misión se había
cumplido. Por un tiempo más lo acompañó en sus visitas que se
volvieron diarias y en ese lapso aprovechó para acercarse a cuanta
chica pudo, vecinas de aquel barrio. Es que su amigo era como un
picaflor en un jardín.

Quienes pretenden describir las fases que sigue el desarrollo del


amor en una pareja dicen que todo empieza con la atracción. En
este amor que desde el principio fue tan especial, no se trató de
una atracción simplemente, ni de una sublimación de las
substancias químicas producidas por los cuerpos, fue una
experiencia espiritual, un reconocimiento de un algo superior que
se espera sin referencia al espacio y al tiempo.
Manuel Alejandro en su canción “Te conozco desde siempre”, que
de tan hermosa manera la canta José Luis Rodríguez, lo resume:
“Yo no tuve que buscarte, tu ya estabas escondida en las esquinas
de mi alma, desde niño, desde entonces, desde siempre. Yo sabía
cómo eras aún sin verte. Yo no tuve que buscarte por las calles, ni
en la escuela, ni en las playas, ni en el aire. Tu ya estabas en las
hojas de mis libros, en mis juegos y en mi vida desde niño. Te
conozco desde siempre, te esperaba, como espera ver la flor la luz
del alba. Cada día al caminar, al dormir y al despertar, presentía tu
existencia, tu llegada. Te conozco desde siempre y yo sentía hasta
el eco de tu voz que me llamaba. Yo sentía hasta tu piel, como era,
como es. Te conozco desde siempre vida mía”.

Ella sin embargo no lo reconoció a la primera mirada, no sabía


quien era él. No lo amaba. Tenía pues que quitar el velo de sus
ojos bellos, ese velo que quizás se lo puso la muerte cuando en
ocasiones varias buscó despojarla de su vida.

Lo logró a fuerza de irradiar su energía y así expresar su ser tal


como era, desnudó su alma y su inocencia y proyectó su amor
como si repitiera los versos que Felipe Pirela decía tiernamente en
su canción: “Te adoro con suprema idolatría que quisiera el poder
omnipotente del divino creador en este día para vivir contigo
eternamente; y ser uno del otro imprescindible en la muda
elocuencia de los besos; y tener nuestro amor en lo intangible
donde nadie perturbe su secreto. De todos tus amores tengo celos.
Te amo como nunca te han amado y para darte todo lo que anhelo
inventaré un placer en el pecado. Cuando la vida eterna se
desprenda y el infinito muera en el olvido, quedara nuestro amor
como la ofrenda, de dos que aunque pecaron han vivido”

Nada puede contener la fuerza del amor y poco tiempo transcurrió


para que junto a Lucho Gatica pudiera él cantar: “Amor mío, tu
rostro querido no sabe guardar secretos de amor, ya me dijo que
estoy en la gloria de tu intimidad. No hace falta decir que me
quieres, no me vuelvas loco con esa verdad, no lo digas, no me
hagas que llore de felicidad. Cuanta envidia se va a despertar,
cuantos ojos nos van a mirar, la alegría de todas mis horas quisiera
pasarlas en la intimidad. Y olvidaba decir que te amo con toda la
fuerza que el alma me da. Quien no ha amado, que no diga nunca,
que vivió jamás”.

Y así transcurrieron casi cuatro años en que trataron de ajustar los


modelos vitales que los acompañaban. Rosas con espinas
describirían correctamente esos momentos en los que descubrirían
fundamentalmente que, en una relación que intentaba ser
permanente, eran más que válidos los versos de Antonio Prieto en
su canción: “El amor es algo más que una cara bonita, algo más,
mucho más. He descubierto también que hay un viejo secreto para
hallar la felicidad. Hoy comprendí que en el amor, más que pedir
hay que dar. Hazlo y verás que así te amarán, más, pero mucho
más”.

Se amaban y la consecuencia lógica de ese amor fue una promesa


compartida para toda la vida, dicha ante la Ley terrenal y ante el
Padre. La primera se estampa ante un papel, y hasta se puede
romper, pero la otra se graba en el espíritu y no muere jamás,
como jamás muere el amor.

Compartir vidas, aún para los amores cuyas raíces están


enclavadas más allá del mundo de las cosas, no es fácil. Es vencer
el ego y dejar aflorar el yo verdadero para construir el nosotros en
comunión de espíritus. Y ahí en ese proceso está Nadie acechando
y actuando cada vez que se le da la oportunidad ... y aunque no se
la den. Surge, entonces, hasta encubierto en los disfraces que
brindan los principios y las costumbres que se traen enraizados en
los modelos vitales de cada uno, y se desliza en los egoísmos
propios de miembros de la familia, amigos y personas que los
quieren y pretenden imponer, “para bien de los dos”, sus propias y
particulares perspectivas.

Tal vez por ello, el irse juntos fuera del país con sus tres hijos, a los
cinco años de su matrimonio, llevando decepciones profundas en
su espíritu como consecuencia de los acontecimientos frustrantes
vividos en torno a la política y a la universidad, en una ausencia
que duró algo más de cuatro años, les significó la oportunidad de
consolidar ese “nuestro” tan imprescindible con menor grado de
interferencia.

Esos años también fueron para él y su familia un cúmulo de


experiencias singulares en distintos niveles y en ámbitos cuya
naturaleza no vienen al caso pero que marcaron sus vidas de
modo indeleble. Entre ellas, la ampliación de una visión geopolítica
planetaria que le permitiría en adelante captar de mejor manera los
nuevos tiempos por venir en este mundo de las cosas.

El regreso, impulsados por la necesidad de trasmitir vitalmente a


sus hijos el concepto de familia ampliada, los expuso sin embargo
nuevamente a los embates de Nadie, que nunca habían cesado, y
que aún ahora continúan persistiendo, pero que los encontró cada
vez más protegidos por todo cuanto iban construyendo.

Cada día eran más fuertes en su amor, cada día construían con
sus actos y en conjunto la estructura de un hogar basado en el
concepto que no reconoce existencia a “lo tuyo y lo mío” y da
cabida tan sólo a “lo nuestro”. Convirtieron así, sin estridencias,
en una realidad de sus vidas aquello que les permite finalmente a
un hombre y una mujer reflejar el amor del Padre en su mutuo
amor.
23
Beta, Alfa, Theta, Delta

El recurrente regreso, a veces voluntario y otras no, a aquel lugar


de vibraciones ondulantes, durante todas las etapas de su vida,
incluso ahora como adulto, lo impulsaron a investigar de manera
lógica aquel hecho que había formado parte de su desarrollo
personal. Era algo no común entre las personas de su entorno, al
menos así lo percibía, pero reconocía que no se trataba de algo
mágico en él. Sus lecturas lo condujeron a comprobar que la
ciencia desde hace mucho tiempo ya había descubierto que el
cerebro humano posee actividad eléctrica que produce ondas
registrables mediante la utilización de un electroencefalógrafo. Los
registros habían demostrado también que la fisiología cerebral
puede ser analizada por los ritmos o modelos que mantienen las
descargas eléctricas producidas al formular nuestros pensamientos
y que la frecuencia de estos ritmos configuran el nivel de los
mismos. Normalmente en su diaria actividad conciente el cerebro
de las personas funciona en un ritmo llamado Beta que se produce
a una frecuencia de 14 a 30 ciclos por segundo. Cuando la
frecuencia desciende al rango de entre 8 a 13 ciclos denominado
ritmo Alfa, se produce un estado alterado de la conciencia en el
cual la persona se siente profundamente relajada, conciente pero
en un estado especial de ensoñación que le permite utilizar mayor
porcentaje de su total capacidad cerebral, con lo cual su
imaginación, su visualización, su razonamiento, su intuición y otras
facultades se incrementan de manera notable. Este ritmo se da
también durante el sueño de una persona pero no como un ritmo
exclusivo pues otros ritmos también se hacen presentes. Si
continua descendiendo la frecuencia a un rango de entre 4 a 7
ciclos por segundo, el ritmo se denomina Theta y si la frecuencia
desciende aún más a un rango de entre 0,5 a 3,5 ciclos, se
denomina Delta. A mayor descenso en los ritmos es posible que la
persona pueda percibir aquello que sintió en el momento mismo de
nacer y que se prolongó por unas cuantas semanas, esto es que
era uno entrelazado con el todo de la realidad, envuelto en un mar
de visiones, sonidos, sabores, texturas y olores aun no
discriminados por su experiencia posterior en el mundo de las
cosas.

Ahora lo comprendía todo, por alguna extraña circunstancia, quizás


la de la descarga eléctrica percibida en el vientre materno, aun
ahora ya de adulto, la cantidad de las dendritas emergiendo de las
neuronas de su cerebro era mayor que lo común –casi tanta como
había sido al nacer- y lo sería hasta su muerte física. En algún
sentido seguía siendo un niño, el mismo niño que fue y que sintió
al nacer estar envuelto en esa energía proveniente del hogar
espiritual del cual venía a este mundo de las cosas. Su ADN
espiritual podía ser captado entonces sin renunciar a la lógica y su
filiación con el Padre era tan real como la que sus propios hijos
tendrían, con todas sus consecuencias, respecto de él en el plano
físico.

Todo estaba claro ahora, él podía descender muy fácilmente a


aquellos niveles y ritmos de pensamiento que para otros se
constituían en barreras difíciles de superar.
24
Los frutos del amor

Un amor como el que los unía sólo podía dar frutos especiales.
Cuando nacieron los tres, en cada ocasión, sintió como si el
paraíso viniera a la tierra, como si aquel hogar de su espíritu se
abriera ante sus ojos, sin tener que provocar el absoluto silencio en
su mente, ¡No! ese hogar estaba allí en ese momento, a pesar del
ruido y de la algarabía que retumbaba en la familia.

¿Proyecciones de si mismo? ¡Si y no! Si en cuanto eran


procreados como su mejor obra realizada en comunión con la
compañera de su vida, sangre de su sangre, carne de su carne,
nacían también con su ADN espiritual pero, y precisamente por
ello, eran y siempre lo serían, seres libres con opciones frente a si.
Conocedores de esa verdad imprescriptible serían desde sus
primeros pasos, tal como él lo fue desde siempre. Tendría que
crear con cada uno de estos frutos del amor, con equilibrio entre la
autoridad paternal que ejercía y con el respeto a esa libertad que
ellos poseían, lazos eternos que los mantuviera juntos en todo su
peregrinaje hacia el infinito.

Eran tiempos diferentes esos cuando nacieron, tiempos de


cucharas y tenedores para la prueba doméstica jugando a la
adivinanza respecto del sexo de la vida por nacer, no existían las
ecografías de ahora que revelando la incógnita antes del momento
restan tiempo a la alegría de esperar. Se esperaba simplemente y
sin angustia, pues varón o mujer, mujer o varón, era una vida
nueva, un pensamiento del Padre, que venía con el pan del amor
bajo el brazo.

No faltó de cualquier manera quien le endilgó a él la primera vez,


una supuesta preferencia por un varón y le regaló un disco con la
canción “mi niña bonita” al nacer su primer hijo: una niña.

“Yo creo que a todos los hombres les debe pasar lo mismo, que
cuando van a ser padres, quisieran tener un niño, luego les nace
una niña y sufren una decepción, y después la quieren tanto que
hasta cambian de opinión. Es mi niña bonita, con su carita de rosa,
es mi niña bonita, cada día más preciosa, ay, es mi niña bonita,
hecha de nardo y clavel, es mi niña bonita, es mi niña bonita,
cuando la llegue a querer. Si un día se casa mi niña, vestida de
blanco armiño, me acordaré que soñaba con que al nacer fuera un
niño, por eso rezo y le pido al Señor del Gran Poder que el hombre
que se la lleve, la sepa siempre querer. Mi niña bonita”.

Su niña bonita nació así con esta canción regalada y cuando ella
se casó recibió de él otra canción, aquélla que le compuso
especialmente para expresarle el amor que sintió por ella desde el
mismo instante en que fue concebida... y quizás desde antes. “No
quiero un vals” la llamó.

“En este día, no quiero un vals, hija querida, para bailar. Sólo un
bolero, este bolero, dulce caricia que te hará soñar. De un gran
amor del más allá, tu eres retoño que hoy va a volar. Vuela más,
vuela ya, ve a tu luna de felicidad. Ve a tu luna pero no olvides que
Winnie Puh (el amor inocente) en ti siempre vivirá. En tus ojitos
lágrimas hay, hoy no llores niña que se debe amar. De un gran
amor del más allá tu eres retoño que hoy va a volar. Vuela más,
vuela ya, ve a tu luna de felicidad”.
Ella creció Inteligente, hermosa, libre, rebelde y confrontadora, en
la plenitud de su género, y, después de haberse demostrado que
podía ser lo que hubiera deseado en el plano profesional, se
convirtió en madre de dos maravillosas niñas a la manera que todo
padre anhela, dando y recibiendo amor en el contexto de un hogar

Un hijo, el primero de su genero, el travieso, el que pondría años


más tarde en sus manos la herramienta justa que necesitaba,
segundos antes que él se la pidiera, cuando juntos compartían
tareas y reparaciones familiares. El que sentía en su precoz
adolescencia los mismos embates que a él lo atormentaron por sus
apetencias de libertad y por la fascinación que les provocaba la
sensualidad de las mujeres. El hijo que se fue en busca de
espejismos de amor a lejanas tierras extranjeras y en ellas procreó
dos bellas hijas envueltas en sus alegrías y tristezas. El que más
que los otros dos ha tenido que enfrentarse a las durezas de la
vida y sonreírles con paciencia como una prueba más para su
generoso corazón.

Otro hijo, el último de la serie, el que nació enredado en el cordón


umbilical peleando con la furia que a veces lo domina. El que
desde el principio deslumbró con las facultades de su mente que
rompían los estándares, el que desesperado al salir de las aulas
del preescolar sacaba de entre sus manos, su dedo gordo, para
convertirlo en botellita de jerez para darse un chupetín. El que se
enamoró de los voluptuosos senos de Rocío Jurado cuando
iniciaba su adolescencia. El que le recuerda a si mismo, a aquel
que “No soy yo cuando me enojo...” y sufre de la misma idolatría y
hasta las lágrimas por el mismo equipo de fútbol. Aquel que por los
deportes casi delira y quien, como él lo hizo en su momento,
construye junto a su compañera un hogar, con persistencia y amor
sobreponiéndose a las tentaciones del Tener. Dos bellos frutos
también ha producido esta semilla. Un varón y una niña.
25
Aquel día

“Es domingo de Ascensión y el Señor lo ha llamado en este día tan


especial, ahora estará a su lado como uno de sus hijos más
queridos”, decía Juan Ignacio, el amigo sacerdote que oficiaba
misa esa tarde un poco antes de llevar los restos de su padre a la
última morada.

Permaneció fuerte en apariencia aunque en su interior algo se


había quebrado. La expresión empleada por el amigo sacerdote la
sintió sincera y la aceptó sin entrar a analizarla. No cabía en esos
momentos abrir la puerta para que sus amigos interrogativos
entraran cuando él pocos momentos más tarde tendría que llevar
los restos de su padre a la bóveda que guardaría de las miradas el
proceso de descomposición que sigue el cuerpo humano en su
inevitable tránsito hacia el polvo de la muerte y sobre el cual tantas
veces su padre y él habían conversado.

¡La muerte de su padre! La supo el mismo instante en que dirigía


presuroso el vehículo junto a la compañera de su vida y sus hijos
hacia la casa paternal. La llamada de su hermana, inusual por la
hora en que llamaba, diciéndole que vaya urgentemente, pues algo
malo estaba pasando con su padre, esa mañana de domingo, no
podía de ninguna manera hacerle sospechar que amanecía uno de
los día más aciagos de su vida. Pero, ¡Si tan sólo ayer se habían
visto y compartido momentos en familia! Tal vez se trataba tan sólo
de uno de esos tantos sustos que uno pasa cuando algún miembro
de la familia tiene alguna que otra rotura de la rutina. ¿Qué cosa
grave podía ocurrirle a un hombre tan activo que aun no llegaba a
cumplir sesenta y cuatro?. El vehículo ya estaba a relativamente
pocas cuadras de llegar a su destino, justo atravesando el paso
elevado frente a la que finalmente sería la última morada de los
restos de su padre, cuando dentro de sí algo se quebró, sintió que
parte de su vida se escapaba, y supo en ese mismo instante que
su padre había muerto. “Mi padre ha muerto este momento” le dijo
a su compañera quien le reconvino por expresar unas palabras
que no deseaba escuchar. Pocos minutos después comprobaron
que en ese mismo instante había fallecido. “Hijo, la última palabra
de tu padre fue tu nombre”, le dijo su madre. Se acercó al cuerpo
inerte que aún permanecía con sus ojos abiertos pues aunque
habían intentado cerrarlos, ni los internistas médicos ni su madre o
sus hermanas, habían logrado hacerlo. Miró a lo profundo de esos
ojos que ya no fulguraban esa vida tan estrechamente unida a la
suya, abrazó ese cuerpo, bajó suavemente los párpados que se
habían negado a cubrir para siempre aquellos ojos que anhelaban
captar la imagen que faltaba y esta vez cedieron obedientes ante el
que quizás haya sido el más dulce gesto de ternura que él hubiera
entregado al cuerpo de su padre alguna vez.

Sólo dos o tres días más tarde pudo dar libertad a los sentimientos
que afloraban desde lo más profundo de su ser. El sabía que la
muerte no derrotaría al amor creado en esa relación singular que
había sido la de padre a hijo, la de hijo a padre. La muerte no era
temida, eso lo había aprendido desde los lejanos días de su
infancia. Su padre estaría allí al alcance de su mano cuantas veces
lo deseara, produciendo el silencio que lo levara a aquel lugar sin
tiempo ni espacio , a aquel estado de su mente que lo entretejía
con las vibraciones ondulantes de la Conciencia. Eso sin embargo,
no lo consolaba, lo había perdido aquí en el mundo de las cosas y
el egoísmo puede surgir incluso hasta escudándose en el amor.
¡Que sensación de impotencia! Querría poder despojarse de la
carne de su cuerpo y convertirse en el poder que le permitiera decir
y convertir en sentencia inapelable el “levántate y anda”. Lloró
inconsolable en el que fuera el momento más triste de su vida. El,
poseedor de esa soberbia sensación que lo hacía estar seguro que
todo lo que verdaderamente deseaba lo podía, tenía que rendirse
ahora ante lo imposible y aceptar que habían cosas que le estaban
vedadas en este mundo de las cosas.

Su compañera estaba ahí, junto a él, ella estrechó su cuerpo con


el suyo, y fueron un solo cuerpo una vez más, pero esta vez ese
abrazo no fue como aquellos que tantas veces habían antes
compartido y que se dan entre las parejas que se aman, esta vez
fue eterno porque ya jamás podría morir. Fue tan lleno de ternura,
de entrega generosa y sin medida, de ilusión, de sensualidad, tan
lleno de todo, y se convirtió en expresión inequívoca de esa fuerza
que integra la realidad total y que se llama Amor. Estaba ella ahí
diciéndole sin palabras que recordara lo que ya sabía, que su amor
era el mismo amor que antes lo ligaba a su padre terrenal, que era
el amor del Padre Eterno envolviéndolo, ahora a través del abrazo
de su amada, con el poder de aquella energía infinita ante la cual
la muerte nada podía. Su padre terrenal no estaba ahí en cuerpo
ya, pero no había muerto, perduraría también aquí en este mundo
de las cosas formando parte inseparable de ese amor que lo ligaba
tan estrechamente a ella.
26
Tentaciones

A veces envidiaba a Jesús, quien sólo había tenido que pasar


cuarenta días y cuarenta noches de su vida en el desierto hasta
vencer las tentaciones de Nadie. Para si mismo la situación era
distinta, tenía que vivir toda su vida acechado, no podía darse el
lujo de decir “te vencí” pues si eso hacía sabía que Nadie habría
ganado. Escondido entre las íntimas fibras de su ser, durante algún
tiempo intentaba pasar desapercibido, para desde “el no existo”
volver a clavar a descuido su ponzoña. Lo sabía. Sabía que estaba
ahí, escondido también en las acciones de otros, incluso cercanos
a su vida. Es que él no estaba en el desierto, compartía el mundo
de las cosas con personas que libraban sus propias batallas
espirituales e incluso con aquellas que se entregaban a Nadie sin
pensar siquiera en lo que hacían.

Fue acechado y hasta cayó varias veces envuelto en las


falsedades y truculencias de aquel “no ser” mensajero de la nada.
Lo hizo en aquellos momentos cuando dejó que el amor de su vida
cayera en la rutina y adormiló a la pasión, cuando permitió que las
interferencias egoístas penetraran en su hogar y llenaran de
reproches sus pensamientos, cuando hizo surgir lágrimas de los
bellos ojos que tanto ama poniendo dudas de su amor en las
entrañas de su alma; cuando su corazón sintió dolor por las masas
y no lloró por el indigente que frente él extendía su mano; cuando
dejó que su mente sintiera vanidad por los conocimientos
atesorados, en su memoria y en los más de tres mil libros que
había logrado leer y reunir, olvidando la magnitud de todo lo que
ignoraba y permitiendo que la humildad se le escapara entre las
rendijas de la soberbia intelectual; cuando no tuvo la habilidad para
lograr envolver a todos cuanto se acercaron a su vida con la
energía que emanaba de ese hogar espiritual al cual pertenecía.

Nunca podrá dejar de reprocharse por las caídas que permitió que
sucedieran y sin embargo confía en que el amor es más fuerte que
la nada y que quizás incluso cuando el espacio-tiempo ya no sea,
su intención de ser mejor contribuya a que, en la excelsa
generosidad del Padre, hasta Nadie pueda salvarse volviendo a la
Luz y al Ser.
27
Explosiones de alegría

Una llamada telefónica del exterior. Su hijo el mayor de los dos


varones les confirmaba que la pequeña sirenita, su “niña lejana” –a
la que habría de escribirle una canción de igual nombre- había
nacido. ¡Cuanta alegría!, era la primera vez que se convertía en
abuelo; ¡Cuanta tristeza!, las circunstancias le impedían poder
estrechar esa nueva vida entre su brazos, tendría que pasar más
de seis meses para que pudiera hacerlo. Una vez más, la vida le
demostraba que alegría y tristeza eran caras opuestas de un
mismo hecho. En el ajedrez de la vida cuya partida él jugaba, ya
había conocido de antemano esta jugada, la había previsto cuando
su hijo hizo la movida que lo llevó a tierras lejanas. Había
aprendido que le estaban vedadas ciertas acciones en el mundo de
las cosas, y una de éstas era atentar contra la libertad de sus hijos
para tomar sus propias decisiones, los había criado como espíritus
libres, por sobre el orden y la disciplina que les había inculcado.

Luego vino aquel día, el del nacimiento de su primer y único nieto


varón hasta ahora, el día aquel en el que un ruiseñor le habló para
decirle de la enorme bondad que encontró en el corazón de ese
pequeño que vencía las dificultades dialogando. Ese mismo niño
extraordinario que había convencido al tumor, surgido en el ovario
de su madre al crearlo, que era mejor para todos que no hiciera
daño, el que dialogó con la muerte cara a cara y la convenció de
que lo dejara vivir porque tenía muchas tareas por cumplir en el
mundo de las cosas, el que llenaba de colores con sus pinturas los
momentos grises que a veces surgen en la vida, el que tiene tanto
amor e inocencia en su corazón que puede irradiarlo sin que
alguien pueda resistirse.

Esta vez no permitiría que sucediera nuevamente. Estaría en el


mismo día del nacimiento de su segunda nieta norteamericana.
Fue así, no más de una hora de su nacimiento y ya la tenía entre
sus brazos. Era un niña que aún en sus pañales ya mostraba su
belleza de valquiria y su alegría de vivir. Su hijo nuevamente
estaba allí compartiendo con él uno más de sus generosos nexos
de amor, le entregaba otra vez como lo hacía en su infancia la
herramienta justa para ir apretando las tuercas de la vida. Era claro
ya que las distancias nada importan, son tan flexibles, pues cuando
hay amor esas distancias se acortan y ya no existen los imposibles
que impidan verla disfrutar ahora con su amigo Shrek y bailar al
“poto loco”.

Había que volver a encontrarse con una nueva alegría. Y allí


estaba ella, preciosa, glamorosa y encantadora en su inocencia,
surgiendo a la vida para convertirse en una especial de entre las
voces que entonan a su manera las más bellas melodías en el
otoño de su vida en el mundo de las cosas. Ella y él son ahora
Migo y Tigo, Tigo y Migo, en roles que se cambian a voluntad,
unidos y estrechados como sólo ellos dos saben hacerlo, mediante
un “con” que los vuelve inseparables. Ella es ahora la que le
entrega todo su amor inocente y tierno ... y un poquito más. Se lo
entrega en “su colchita” que nadie más puede tocar, en los besos,
los abrazos o las pícaras y coquetas miradas que le regala al niño
preferido de sus juegos compartidos, a ese abuelo con el que baila
o canta ante el micrófono o con el que disfruta viendo juntos en la
televisión a esos divertidos personajes llamados Bob esponja,
hermanos Koala, Barney y sus amigos o Caillou, hasta que llega la
hora de despedirse para entregarse en los brazos de aquel señor
llamado sueño.
Eran dos, pero no pudo ser y en el camino se dijeron “hasta el
final de los tiempos”, se tornó así sobreviviente. Quizás sea por
ese motivo que nació delgadita y argumentadora pero rodeada
de amor sin límites. Ella es ahora su quinta nieta - la primera
hija de su “niña bonita”- la de la dulce sonrisa que encanta y la
de la mano alzada que espanta. ”A mi abuelo ¡No! porque nos
amamos mucho y es quien me hace reír con las cosquillitas que
me hace en mi barriguita y cuando me regañan él es quien me
abraza.” Es preciosa e impredecible como un hada. Curiosa,
inteligente, independiente, sensible y dulce, pero se enfada muy
rápido y con mucha facilidad, por lo que se la debe tratar con
mucho tino y ternura o con un eres malo” a flor de labios se
alejará.

Ella, la que lleva el nombre de su amada, es la que nació más


experimentada, no por eso rodeada de menor alegría o amor.
Cuando se es la sexta personita en llegar no queda otro remedio
que hacerlo todo fácil, aunque les jugó una bromita a todos. Dijeron
que iba a ser varón y no quiso posar para las cámaras y sólo al
final dijo “aquí estoy y soy una dulce y linda mujercita, aunque
cuidado, no se engañen que tengo más temperamento que
cualquiera”. Es también la última...¡por ahora!, porque vienen más.
28
Aquella madrugada

Cuando recibió la llamada de su hermana diciéndole que su mamá


había sufrido un desmayo luego de quejarse de un fuerte dolor en
su cabeza, casi diecisiete años se habían cumplido desde la
llamada anterior relacionada con la muerte de su padre. Temió lo
peor y sin embargo su corazón no sentía que ella hubiera muerto.
Llegó, ella estaba como durmiendo pero no respondió a su llamado
y consideró lo apropiado internarla en la clínica cercana a la casa.
Al llegar a la clínica una crisis detuvo su corazón y fue devuelta a la
vida. Médicos, van, médicos vienen, exámenes, análisis v todo
estaba dicho, había sufrido un derrame de sangre masivo en su
cerebro quizás producto de una rotura por presión excesiva. Ella
estaba por cumplir los ochenta en su vida y remontar los efectos de
ese derrame sería poco menos que lograr un milagro.

Su madre era vida a plenitud, desde niña había mostrado ya su


alegría de vivir y su ternura y ahora a los ochenta casi, era un
motorcito en actividad que provocaba la envidia de la gente joven
incapaz de seguir su ritmo.
Creciendo entre mimos, encajes y criadas destinadas a cada
hermana y siendo parte de una familia numerosa y bien formada
entre aquella aristocracia de esa “Tierra hermosa de mis sueños
donde vi la luz primera, donde ardió la inmensa hoguera de mi
ardiente frenesí. De tus placidas comarcas de tus fuentes y
boscajes, de tus vívidos paisajes no me olvido Manabí. Son tus
ríos los espejos de tus carmeles risueños que retratan halagüeños
el espléndido turquí de tu cielo en esas tardes en que el sol es una
pira mientras la brisa suspira en tus frondas Manabí. Tierra
hermosa de mis ansias, de mi goces y placeres, el pénsil de las
mujeres más hermosas que hay en ti, por la gracia de tus hijos, por
tus valles, por tus montes, por tus amplios horizontes te recuerdo
Manabí. Tierra bella cual ninguna, cual ninguna hospitalaria para el
alma solitaria para el yerto corazón, vivir lejos ya no puedo de tus
mágicas riberas Manabí de mis quimeras Manabí de mi ilusión”,
tuvo ella que, sin embargo -cuando los injustos tiempos llegaron al
hogar de sus padres y fueron exilados, perseguidos por una
política que puso a la familia en una oprobiosa lista negra sólo
porque su padre administraba una exportadora de productos
ecuatorianos hacia la Alemania de aquellos años- dejar su querido
Manabí y vivir la estrechez de recursos en tierra extraña. Allí
surgió su espíritu indomable y su orgullo aristocrático fue
doblegado por la nobleza de su alma y por el trabajo imprescindible
para ayudar a la familia.

Lejanos ya los tiempos en los que en esa tierra encontró al hombre


de su vida y procreó a su primer hijo, a ese hijo surgido de sus
entrañas en el Guayaquil que tanto amó y que ahora frente a su
cuerpo maltrecho por el golpe inesperado contradecía su razón
que le decía que la vida de su madre se escapaba sin remedio y le
pedía luchar contra la muerte. Pero no era cuestión de disposición
para lograr lo imposible, es que quizás ella estaba ya ansiando el
encuentro allá en ese estado de amor sin dimensión ni tiempo
donde forjó sus utopías con su amado que había antes partido
presuroso.

La llamada temida llegó inexorable, aquella madrugada su madre


había muerto no mucho tiempo después que él se retirara de su
lado creyendo que la lucha estaba ya ganada. Volvió a su lado y
como siempre junto a él estaba su compañera, su otra parte del
“nosotros”, para darle aliento de vida en otro de los momentos en
que esa vida se le escapaba. Sólo quien ha perdido a sus padres
en este mundo de las cosas puede llegar a comprender el dolor
que él sintió en ese instante y el sentimiento de desarraigo que lo
abrumaba al perder la última de las raíces de su carne. La
orfandad total le cayó como un peso casi insoportable, alivianado
tan solamente por la rapidez de los acontecimientos en secuencia
que necesariamente deben producirse en los momentos
posteriores a una muerte física y también de otros acontecimientos
que no son usuales pero que en este caso tenían que ser. El y sus
hermanas habían decidido que los restos de su madre fallecida
debían ser depositados en la misma bóveda donde reposaban los
restos de su padre y para ello era necesario exhumar previamente
los de su padre. Concurrieron su compañera y él a tal acto, del cual
habían escuchado prevenciones sobre lo angustiante que podía
ser observarlo, y contra todo lo esperado fue un momento de una
paz extraordinaria y quizás uno más de esos espacios de
conciencia de los que había disfrutado con su padre, ahora
convertido ya en polvo. Percibió como si un sentimiento de alegría
brotara de aquella tumba al prepararse a recibir los restos de quien
fuera su compañera de aventuras y locuras. La vida puede enredar
a las personas en vericuetos y laberintos y sin embargo así como
en vida no existió momento en que no estuvieran juntos, ahora
cuando ya sólo eran despojos terrenales lo estarían igualmente. En
su otro hogar, en la tierra de sus utopías, ya lo estaban.
Sus padres vivían ahora en ese otro lugar poblado de todas las
conciencias donde podía visitarlos cada día y aquí en este mundo
vivían los dos en el amor que se profesaban uno a otro con su
compañera de viaje al infinito. Ya no había desespero, había paz y
equilibrio en su vida.

El dolor de sus hermanas le preocupaba. Percibía su soledad y no


sólo la orfandad, sentimiento común que los unía a los tres, había
algo más, la cabeza de ese hogar de los últimos diecisiete años se
había marchado para siempre.

¿Cómo olvidar a su hermana compañera de muchas travesuras


infantiles? ¿Cómo olvidar a aquella triunfadora de su primera
campaña en una elección que él dirigió y que la convirtió en
Princesita de Navidad en el instituto educativo al cual asistían?
¿Cómo olvidar los varios años en que ella se convirtió en soporte
de su madre cuando su padre ya no vivía?

¿Cómo olvidar a su hermana la más pequeña ahora ya mujer y


madre de una hija que por derecho propio y esfuerzos compartidos
se ha convertido en alegría y sano orgullo de ese hogar, y a la cual
hay que proteger y enseñar? ¿Cómo olvidar a esa hermana que
surgió a la vida cuando el tenía ya once años? ¿Puede un niño de
once dejar de ver a una hermana recién nacida de otro modo que
no sea como “su pequeñita” que de cuando en cuando hace
travesuras y que hasta se enoja porque se le llama la atención?
¿Puede acaso olvidar a quien fuera compañera de momento
asistiendo a retirar juntos las medallas otorgadas por la Filantrópica
por los sendos premios obtenidos cuando era ella estudiante de
colegio y él estaba en el quinto de la universidad?

Han transcurrido ya cuatro años desde esos días de dolor


compartido entre las ramas de un mismo tronco y de unas raíces
que se cortaron para siempre en este mundo de las cosas pero
que están allí entrelazadas en el hogar espiritual al que
pertenecen, y que no podrán romperse porque no están arraigadas
en obras materiales que “ludibrio son del tiempo que con su ala
débil las toca y las derriba al suelo” sino en el espíritu.

29
un dilema

Le resultaba realmente imposible continuar recordando todos los


momentos que había vivido hasta ahora, y que habían dejado
improntas indelebles en su espíritu, eran tantos, que debía
entonces cesar en sus remembranzas y retornar al hogar
sintiéndose agradecido por la posesión de las certezas logradas.

Esa tarde, sin embargo, volvía a su hogar con su cuerpo envuelto


con el color gris pintado por su emoción más intensa: se sentía
profundamente frustrado y deprimido. No lograba desconectar su
mente de lo observado en el trayecto matutino a su oficina, ni de
las cuartillas escritas en su intento de resolver su dilema personal
plasmando su descontento en una melodía o en un relato que
ordenara sus pensamientos. Una vez más, entonces, aparecieron
en su mente aquellos versos:

“Desde aquí observo, en perpetuo movimiento,


A los miembros de la Integral Escena.
Desde aquí miro el constante desfilar de la maldad humana
Y el breve y bellísimo manar de la bondad terrena”.
Y como por obra y gracia de un raro sortilegio se hizo el silencio en
su mente, y, como en otras tantas ocasiones le había sucedido en
su vida desde niño, se sintió transportado a aquel extraño lugar
donde todo era. No había pasado ni futuro, solamente vibraciones
ondulantes y un presente eterno de posibilidades. Un lugar donde
todas conciencias son aspectos distintos de todas las conciencias
porque la Conciencia es una. Un lugar donde la luz se dobla, el
espacio se curva, y donde si lo deseas puedes jugar con el gato de
Schrödinger.

Tal vez los pensamientos previos, ya que ahora él no pensaba, lo


acercaron a una especie de ventana que le permitió observar
circunstancias de las vidas que hace muy poco había percibido en
su trayecto matutino . No podría juzgar, sólo aceptar aquello que
formaba parte de la realidad total. Había comprendido ya hace
tiempo que en la realidad total aún los contrarios están tan cerca,
que hay un equilibrio que conforma el orden de las cosas, que .... y
allí estaba él observando con los ojos del espíritu.
30
El hijo de Marcela

Enfocó su mirada al ya tradicional barrio, el suyo propio, el cual


para muchos estaba supuestamente habitado por gente rica y de
elevado nivel social, lo cual no era totalmente cierto. Observó
entonces como el lugar retumbaba ante los gritos de la vecina que
estentóreamente llamaba a Juan. “No seas vago despiértate ya y
ve a comprarme el pan, que aún no he desayunado” dijo la señora,
que vestía camisón y zapatillas de cama, a la par que arrojaba
desde la ventana unas cuantas monedas al guardián. “Sí señora,
enseguida”, contestó humildemente Juan y se dirigió presuroso a la
tienda del barrio que, una cuadra más allá, se había convertido en
lugar de reunión de estudiantes y de empleadas domésticas en
busca de chismes que contar.

Juan era un hombre viejo, frisaba los setenta años, y ya hace algún
tiempo había venido a la ciudad, proveniente del extenso y cada
vez más abandonado campo litoral ecuatoriano, haciéndole un
quite a la miseria en esa época cuando las inundaciones habían
destruido los pocos sembríos que tenía en la pequeña parcela que
aún era de su propiedad, esto es a menos que alguien al saberla
ahora abandonada ya se la hubiere arrebatado y tomado para sí.

Ya no tenía a nadie. Tanto que él mismo sabía decir a veces, como


muchos otros, “ya no tengo ni perro que me ladre”, aunque si tenía,
porque junto a él, al pie de la caseta, dormía un perro esmirriado y
pulgoso que de cuando en cuando emitía un ladrido como para
decirle “aquí estoy, no he muerto”. Su mujer había fallecido varios
años atrás mal atendida en uno de esos centros de salud rurales
donde hasta hoy no hay ninguna medicina ni para curar picadas de
culebra. No habían tenido hijos y los parientes quién sabe en qué
barrio popular de qué ciudad, engrosarían las extensas invasiones
que las acordonaban. Ya una vez en la ciudad y a fuerza de tocar
puertas había logrado que una de las vecinas del barrio le diera el
trabajo de guardián, cuyo sueldo se lo pagaba una especie de
colecta quincenal que hacían algunos de los vecinos.

Juan tenía tal facha de viejo, desgarbado y mal vestido que el


último fin de año, algún chiquillo irrespetuoso, una tarde cuando
estaba dormitando sentado en su silla, le había colocado al pie un
tarrito y un letrero que decía “una caridad para el año viejo”.

Algunos se preguntaban qué seguridad podría ofrecer Juan frente


a la creciente ola delictiva que asolaba la ciudad. Lo más seguro
sería que al término del estruche los ladrones le dejaran algo de
propina al pie de la caseta. Y por otro lado si estuviese despierto
en el momento de la incursión de los amigos de lo ajeno, qué
podría hacer él frente a esa gente desalmada y generalmente bien
armada. Lo cierto es que en su zona, que se sepa, hasta ahora
nadie ha robado, y un poco más allá, en la zona de otros guardias,
si lo han hecho. ¿Será que alguien desde muy arriba se siente
solidario con este viejo de buena voluntad? ¿O será tal vez que
algunos guardianes en vez de cuidar las propiedades que a ellos
les confían sus empleadores, sirven de informadores y “campanas”
a los ladrones?

Juan, medio chismoso y cuentero como es, nunca resiste la


oportunidad de enterarse de las novedades del barrio, por lo que
jamás reclama cuando los vecinos lo utilizan como muchacho de
mandados aunque eso no esté bien. Vaya para allá, venga para
acá... ese es su andar de todo el día. Justo ahora llegaba a la
tienda para hacerle el mandado a doña Vicky la gritona.

“Hola Rosita, ¿Qué te cuentas hoy? Se te nota disgustada...”. “Es


que hay problemas en la casa y como siempre yo pago los platos
rotos” contestó la cocinera de los Romero. “Venga, venga y
cuénteme con detalles, no se contenga, desahóguese”, replicó
Juan al instante.

Rosita, como si le hubieran dado cuerda comenzó a aflojar la


lengua, después de todo para eso mismo es que había ido a la
tienda y no exclusivamente en busca de los plátanos maduros que
tanto gustan a sus patrones. “Esa casa está hecha un manicomio.
En ese hogar ya no se ríe. La mujer culpa al marido y el marido a
la mujer. Es que la chica está embarazada y recién cumplidos los
dieciocho. Y qué querían, si el marido nunca estaba en casa,
dizque porque estaba trabajando haciendo plata, y la mujer sólo
paseando con las amigas. La chica estaba sola en realidad y
siempre con los pelados farreros con los que se besuqueaba a
toda hora”. “¿Y qué dice el padre a todo esto?”. “Él quiere que
Marcela se lo saque y la chica llora porque ella tiene la esperanza
que él se case, pero no dice quién es. A la madre lo que más le
preocupa es el qué dirán. Pobre chica”. “Yo no sé por qué tanta
tragedia hacen de esto sí a cada rato sucede con las chicas del
barrio donde vivo. Lo que sucede es que para esta gente lo que a
otros les ocurre no les importa, pero tu ya sabes que para el
arrumaco no hay distingo y lo mismo es Chana que Juana,
especialmente ahora que hasta las peladitas están adelantadas y
sino mira lo que sale todos los días en esos programas de
televisión. Cuanta movedera de las chiquillas, cuanto apretujón a la
entrada de los canales y todo el mundo muy contento. Qué te lo
pongo, qué te lo pongo... qué pechito con pechito... qué el baile de
la botella o del trencito, que el mueve el culo del General o quizás
debía decir del Coronel porque ese tiranuelo si que lo mueve
donde puede, y qué sé yo más. ¿Te has fijado?”.

Cierto era el quemimportismo frente a los demás y el egoísmo de


esa gente, pero Rosita en su interior no compartió la crítica a los
bailes, pues a ella como a las chiquillas también le encantaba la
movedera y lo que pensó es “este viejo está anticuado y no
comprende la alegría de la juventud que menos mal ahora ya no le
gusta la música tristona”, sin embargo no lo contradijo y contestó:
“Si Don Juan, pero lo cierto es que la chica está sufriendo y todo
anda muy alborotado y conmigo se desquitan como si yo no
supiera guardar un secreto de familia. Mire que sólo a usted le
cuento porque es de confianza”.

Juan sonrió en forma picaresca, pagó la cuenta de los panes y


tomó rumbo a la casa de Vicky la gritona que aún esperaba
asomada en la ventana. El viaje a la tienda había valido la pena,
ahora ya tenía mucho que comentar...

Miguel Romero, por su parte, estaba como diablo en botella con


ese asunto dándole vueltas en la cabeza, por lo que no podía
concentrarse en su trabajo y optó por acercarse a la cafetería del
Banco a ver si se tranquilizaba. Vio a Roberto Santamaría sentado
junto a una mesa que daba al ventanal. Tenía las dos manos
sosteniendo su cabeza. Era evidente que rumiaba algún problema.
“¿Qué té pasa? Estás peor que yo”. Roberto palideció y se puso
muy nervioso. “Nada, hermano, nada que no se pueda solucionar”,
alcanzó a balbucear. “Tu problema es de faldas, pues bien que te
conozco. Anda dime. ¿En qué lío estás metido?”.

Roberto no podía articular palabra alguna. ¿Cómo decirle...?

Por un instante Miguel olvidó el problema que momentos antes lo


tenía de cabeza y se interesó en el de su amigo y compañero de
trabajo. Al fin y al cabo había que disipar la mente de aquel asunto
propio tan estresante, e insistió: “Vamos, Beto, cuenta”. Como
pudo, Roberto, se sacó el bulto sin responder, como tantas veces
en el pasado lo había hecho.

Miguel Y Roberto eran compañeros en el Banco desde hace rato.


Estaban recién pasados los cuarenta y cinco y habían estrechado
tanto su amistad al punto que se habían vuelto inseparables. Iban
juntos a la playa, iban aquí y allá. Roberto se había convertido en
asiduo visitante de la casa de Miguel. Todo se contaban o más bien
casi todo, porque claro, Roberto a pesar de la insistencia de Miguel
jamás hablaba de sus conquistas amorosas. Sobre ese tema era
verdaderamente una tumba, que al fin y al cabo un caballero no
comenta de sus damas.

Todo había comenzado esa tarde que Roberto fue a la casa de


Miguel y él no estaba. Maritza, como siempre, divertida en alguna
reunión fuera de su hogar. Llegó cuando Marcela despedía al
último de sus amigos con un beso zalamero, más allá de lo debido
entre amigos. Pensó que la chica estaba media descocada.

“Hola Beto, ¿Y esa cara?”. “Nada, nada, viniendo a esperar a tu


padre. ¿Y tú cómo estás?”. “ Aquí pasando el rato con esta bola de
pesados que menos mal que ya se fueron. Nada nuevo. Aburrida,
tomando coca cola”. Y Marcela pensó en las tediosas
conversaciones con los amigos de su edad. Ella deseaba algo más
que no sabía definir. Roberto fijó su mirada en la chica y por vez
primera reparó en que era hermosa, con esa belleza prepotente de
la adolescente que comienza a ser mujer.

“¿Quieres algo de beber? Ya está, te sirvo un vino que está


buenísimo”. “Venga, pero si me acompañas”.

La conversación prosiguió mientras vino viene y vino va. Ella


estaba exaltada y contenta, con su padre nunca había conversado
así, de música, de artistas, de cómo estaba la situación del país,
de los locos y sin propósitos que eran sus amigos, y de mil temas
más. “Qué interesante es Beto y pensar que tiene la misma edad
de mi papá que es un viejo”, dijo Marcela quedamente para sí.

Sentados uno junto a otro en la sala solitaria, él le dijo que el vino


estaba realmente muy sabroso y que no había probado nada igual.
Ella, sin saber por qué, le dijo desafiante que el mejor vino del
mundo es el que se bebe de su boca y tomando un sorbo le ofreció
sus labios sedientos de aventura. Beso a beso, con el sabor de lo
nuevo y lo prohibido, esa tarde, ellos iniciaron la construcción de su
secreto...

Roberto era en realidad un hombre solitario. Desde ya hace cuatro


años en que se produjo la separación forzada de su mujer, quien
ya no estuvo dispuesta a soportarle sus devaneos, no se había
interesado en construirse nuevas ataduras. Picaba aquí y allá.
Nada serio. Tal vez por eso la familia de Miguel le había llenado el
vacío que sentía. Pero ahora todo se volvía tan distinto.

Muchas tardes, desde aquella, volvieron a encontrarse. Su


departamento de hombre solitario tomó el color lila de la poesía y
el ensueño. Marcela tornaba realidad para él las traviesas
fantasías que ella elaboraba en su mente impulsada por las mil y
una explícitas caricias de las que está llena la pantalla chica a toda
hora, y él se dejaba llevar hasta cierto límite. En realidad fue ella
quien como jugando lo sedujo hasta que poco a poco se le metió
en la sangre. Pero ella era casi una niña y de paso hija de su
amigo. La situación lo tenía nervioso y preocupado pues los besos
y las caricias siempre llevan más allá y él ya caminaba al borde del
precipicio.

Nadie nunca supo. Marcela continuaba zalamera con sus amigos,


muchas veces hasta en presencia de Roberto, dizque para que
nadie sospechara. Roberto tragaba celos que lo envenenaban,
pero hasta eso en el fondo era estimulante para él pues volvía a
recrear emociones hace mucho tiempo olvidadas. Qué compleja es
la mente humana. Las situaciones se tornan fascinantes cuando
surgen tentaciones que incitan, aunque lastimen. Es algo así como
cuando el ave inmóvil, frente a una lengua de serpiente, se
mantiene extasiada hasta morir. Vaya, vaya... Nadie nunca
descansa.

Una tarde de reclamos, por esa reiterada coquetería de la chiquilla,


se volvió tan violenta que los amantes hasta entonces limitados por
las barreras auto impuestas se enfrentaron sin tapujos y, ya
desbocadas las pasiones, se liberaron a sí mismos de la prudencia
que habían mantenido hasta ese momento y se lanzaron por la
avenida del placer para recorrerla ya sin medida alguna.

Él la recorrió de arriba abajo, de abajo arriba. Escaló sus montañas


y descendió a sus valles y cañadas y así perdido en la aventura de
su piel juvenil y anhelante se adentró en los rincones de su alma.
Ella respondió con el fuego desbordante de un volcán que
aguardaba el momento de explotar. Derramó su lava para que no
continuara quemando sus entrañas y se entregó totalmente, como
lo hace la tierra fértil cuando la semilla es depositada. Lo hecho,
hecho estaba.

Ella se sentía enamorada y plena. No pensaba en nada más que


en repetir aquella tarde entre sus brazos. Él, atrapado por la rara
mezcla de inocencia y pasión que ella le entregara, la dejó
zambullirse entre sus manos insaciables y así juntos surcaron, con
vela al viento y sin testigos, los océanos del placer. El por su parte
cabalgó desbocado por todas las praderas del deseo, como diría el
poeta, montado sobre potra de nácar sin bridas y sin estribos, y
comprendió por vez primera el total significado que le otorgó el
autor a la canción “Caballo Viejo”.

Siete semanas, tiempo en que las puertas del cielo se les abrieron,
duraron lo que un suspiro para quienes estaban embelesados,
pero no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague.
Tres semanas más y la sospecha de la chiquilla, de incertidumbre
pasó a inevitable. El resultado del examen realizado a escondidas
lo confirmaba: estaba embarazada. Se lo diría a Roberto. “Él me
quiere. Ahora tendrá que pedirle el divorcio a su mujer. Nos
casaremos y seremos felices por siempre, como en los cuentos”,
pensó.

Estaba rozagante, brillaba como un lucero de la mañana surgiendo


entre nubes con el color de la alborada. Le hubiera gritado al
mundo que en sus entrañas estaba creciendo el hijo de quien la
amaba. Ese si era un hombre, no como la caterva de sus amigos y
pretendientes que creen que es en la farra y las discotecas, entre
humo de cigarrillos, bailes de fantasía, besuqueos y bebidas
interminables, donde se toca los sentimientos de una mujer. Ese
si era un hombre, aquel que entre sábanas, edredones y el aroma
de violetas surgiendo de los palillos de incienso que se quemaban,
con pasión desenfrenada primero y luego con la paciencia infinita
de la ternura, había llegado allí a donde llegan los triunfadores, a
poner su huella imborrable en su piel y en su alma.

“Beto, tengo que contarte algo, te tengo un notición que te va a


encantar”, le dijo al paso sin que alguien más la oyera. “Mañana a
la hora de siempre donde ya sabes”, le respondió Roberto,
anhelante y sin sospechar que el mundo se le vendría encima con
la noticia.

Esa noche casi no pudo conciliar el sueño, estaba desesperada,


quería que ya fuera mañana. Hizo mil planes. En su mente hasta
decoró el dormitorio para su bebé. ¿Qué sería? ¿Niño o niña? No
importaría, a uno u otra igual adoraría. Tendría que comenzar a
comprar ropita, una cunita, donde bañarlo. ¿Por qué siempre lo
pensaba como un varón? Es que en realidad quería que fuera igual
a Roberto, un hombre, un hombre capaz de conquistar con su
pasión a una mujer inconquistable como ella.

Juan, Rosita, Roberto, Miguel, Maritza, Marcela, vidas


desenvolviéndose despreocupadamente y sin sentido, en el país
del “¡Qué me importa!”... Una vida por venir. ¿Alegría? ¿Tristeza?
No quiso continuar observando aquella parte del mundo de las
cosas, de esa realidad parcial. Aquellos seres habían optado y
todo estaba bien, los desenlaces de esas vidas cabrían dentro del
equilibrio necesario. Si dejaba de observar ahora, no podría llegar
a conocer cómo había reaccionado Miguel Romero al saber que su
amigo Roberto había embarazado a su hija. ¿Qué pensaría
Maritza? ¿Se culparía a si misma por la poca importancia que daba
a la conducción de su hogar? En todo caso, si seguía observando
terminaría juzgando y no debía... sin embargo no pudo evitar sentir
que si la vida que estaba por venir llegara a ser vivida, de seguro
no sería tan feliz como lo había sido la suya.
Cambió el enfoque de su mirada y sintió como si se erizara su piel,
aunque desde luego, donde era no había piel, ni frontera corporal,
sólo era una conciencia observando a otras en la unidad de la
Conciencia total...

31
la nueva educación

Juan Carlos esquivó a los tres o cuatro vehículos que se le venían


encima y como penetrando en un laberinto, conformado por las
decenas de carros mal estacionados, dando cabriolas en busca de
una salida se dirigió a la puerta del instituto donde había sido
matriculado por sus padres.

El referido instituto era una de esas unidades educativas que han


proliferado en los últimos tiempos como tréboles en el campo, en
cantidades mayores y entre los cuales de cuando en cuando se
encuentra alguno con cuatro hojas que al decir de los antiguos son
de la buena suerte. Era evidente que éste no era uno de los
tréboles de cuatro hojas pues se podría decir que era una unidad
educativa concebida no para contribuir a mejorar los niveles
educacionales sino más bien como un negocio cuya exclusiva
preocupación estaba centrada en la última línea del balance al final
de cada ejercicio económico.

Así concebido el instituto vendía su imagen al público y en especial


a los padres de familia como la de una entidad moderna que podía
ofrecer las mejores enseñanzas en computación y disponer de los
equipos más actualizados para tal propósito, sumándose así a la
larga lista de centros educativos que supuestamente apuestan a la
tecnología como la clave de todo progreso, olvidando que ésta es
una herramienta útil cuando está al servicio de las ideas y que el
progreso se produce cuando la ideas están sujetas a nobles
propósitos y no a la novelería. Como resultado de esta eficaz
acción de mercadeo sus propietarios habían logrado incorporar un
número de alumnos que superaba en gran medida las capacidades
instaladas sobretodo porque estaba ubicado en un barrio
residencial, pero eso no importaba ya que cuando un alumno
ingresa es poco probable que luego desee desvincularse. Los
padres, por su parte, en los tiempos actuales, se encuentran más
que satisfechos con su labor de padres cuando pueden cumplir con
pagar a tiempo las pensiones en la entidad que les ofrece una
educación “actualizada” y la oportunidad que su hijos tengan
compañeros que serán “buenos contactos” en el futuro.

Juan Carlos se introducía así diariamente en ese enclave donde


junto con la adoración por las computadoras y las diversas
facilidades que éstas le otorgaban le programaban en su mente
una neutralidad perniciosa respecto de los valores a los que la
moderna educación, al menos la de nuestro país, le concede sólo
una relativa importancia.

A sus catorce años apenas se enfrentaba ya a un poderoso lavado


cerebral que lo convertiría en un consumidor de materialidades
curiosamente estimulado por una avalancha de conocimientos que
se ponía a su disposición en las modernas autopistas y mediante
los desarrollos técnicos de la comunicación.

Todo se le venía encima, el Internet que le facilitaba hacer o más


bien plagiar “investigaciones” y visitar aquellas “web” que “sin
querer queriendo” le robaban su inocencia, los celulares con los
que estaba permanentemente “en contacto” con sus amistades
para intercambiar trivialidades y hasta sus profesores más
chapados a la antigua quienes deseando introducir en sus mentes
al menos algunos conceptos cívicos lo obligaban a escuchar largas
disertaciones todas confusas acerca del rescate de valores y de
amor a la bandera o a las fiestas patrias efectuadas no a voz en
cuello sino a voz de megáfonos para que pudieran ser escuchadas
a diez o doce cuadras a la redonda cuando recién empieza la
mañana.

¿Donde estaban aquellos espacios de conciencia, de reflexiones


importantes, realizados en compañía de sus padres o maestros?
¿Habían quedado reducidos tan sólo al tan cacareado “rescate de
valores” que nada significa? No son los valores a quienes hay que
rescatar, ellos siempre están ahí, es a más de una persona a la
que hay que rescatar de las estupideces que comenten cuando
eligen mal que de paso lo hacen muy seguido. ¿Cómo pueden
elegir correctamente si en sus años formativos no surgen guías
que los orienten en su elección?

Decidir qué hacer no es fácil para quien está en la alborada de la


tempranera mañana de su vida. Escucha que existen “valores” que
nadie le explica cuales son y se convierten en lugares comunes de
las tertulias sociales. Palabras dichas para un auditorio que no está
interesado en escuchar sino en presentar una imagen según sea
su interés particular. No se reflexiona en que el fondo de la
decisión de una persona está en la jerarquía que otorga a esos
valores a los que deberá enraizar en su espíritu, pues no es lo
mismo priorizar la sabiduría entendida como el apego al
conocimiento de las verdades más profundas que priorizar otro
valor por más importante que éste sea. No hay conflicto entre
valores cuando hay una estructura jerarquizada para ellos que los
ubica en el lugar que corresponde reconociendo la naturaleza del
ser humano y por tanto su propósito, al menos no debería haberlo
en la conciencia de cualquier ser humano pues cada uno nace con
la facultad discernir y elegir correctamente, sin embargo los padres
y maestros debían reconocer por su parte que las truculencias de
Nadie siempre están presentes.

No quiso seguir observando desde aquélla ventana abierta que le


mostraba algunas realidades del mundo de las cosas. Su espíritu
se sentía dolorido, se retiró de allí, tal vez habría otras realidades
menos tristes que observar.
32
Los sueños de Manuel

Cambió su enfoque y de pronto había penetrado en el hogar de


Manuel y Carmela.

El había recolectado de aquí y allá algo más de doscientas bolsas


plásticas de supermercado. Tenía pues asegurado el material para
varios días de trabajo. Cada paracaídas requería al menos dos de
esas bolsas.

Manuel, Carmela y sus tres hijos, ocho la mujercita y diez y doce


los dos varones, se habían dividido el trabajo. Carmela y Sonia
María unían las bolsas de dos en dos y las recortaban en forma
circular. José Manuel y Leonardo se encargaban de pegar al
plástico circular los tramos de piola de algodón que previamente
habían recortado a un mismo largo. Los tramos serían los tirantes
del paracaídas que Manuel amarraba a un pequeño muñeco
plástico. Terminados los amarres de los paracaídas con los
muñecos los guardaba en pequeñas bolsas plásticas transparentes
que extraía del paquete de cien unidades que junto con los
muñecos había tenido que comprar en uno de los almacenes de
junto al mercado central. “Vamos chicos, apúrense que barco
parado no gana flete y mañana tengo que salir a vender”. “Lo que
pasa es que Leonardo está jugando y no se apura”, dijo José
Manuel, con una forzada ronquedad, como queriendo hacer voz de
hombre, y rogando que no le salieran de la garganta aquellos
gallos que a su edad lo tenían a mal traer. “Habla bien, habla bien,
que pareces charro mejicano con tanto falsete a cada rato”, le soltó
Leonardo, mientras reía de buena gana, pues aunque mucho
quería a su hermano, no perdía la oportunidad de molestarlo.
Manuel se dirigió a Carmela. “Mira mija, de esta nota de los
paracaídas ya me estoy cansando y no es por el trabajo de
hacerlos y venderlos. Tu sabes que a ratos hasta se pasa
divertido”. “Entonces ¿Qué mismo es?”. “Yo no sé si estoy loco o
que sé yo pero es que siento que en esto es como venirse para
abajo. Me entran cosas que no puedo ni explicarlas. ¿Sabes qué?
Sería distinto si fueran aviones como los que vende el mancito de
tres cuadras más allá. ¿Tú los viste? Son de palo’e balsa y cómo
vuelan”. “No te entiendo Manuel, no sé cuál es tu nota”. “Es que
mira, los aviones vuelan, vuelan como mis sueños, y tú en ellos
puedes ver desde arriba. Nunca he volado en un avión pero estoy
seguro que debe ser como entrar al cielo de verdad. A veces
cuando duermo siento que vuelo entre las ráfagas del viento y no
me caigo, ni tengo paracaídas puesto, porque siempre voy
subiendo hasta llegar a las estrellas y camino entre ellas. ¿Tu
crees que eso algo signifique? Un día de estos me voy donde la
bruja de a la vuelta para que me explique, ¿ no es que sabe mucho
de los sueños?”. “Si no conociera que tu nunca bebes te diría que
estás borracho. Sin embargo lo que dices pueda que tenga algún
sentido. Yo si quisiera que los chicos suban, suban siempre en su
vida. Que no sólo vuelen en avión, que sean más, siempre más.
Tal vez eso es lo que quieren decir tus sueños”.

Manuel, Carmela y sus hijos rieron de buena gana.

No pudo evitar sentir simpatía por los sueños de Manuel mientras


cambiaba nuevamente el enfoque de su observación.
33
los vampiros

Buena farra la de anoche -dijo Antonio para sí- un tanto adormilado


todavía. Tengo que apurarme, se decía mientras viraba a la
izquierda del semáforo con luz roja encendida.

Conducía un cuatro por cuatro de esos que constituyen una


provocación por su tamaño y que meten miedo al que se les pone
por delante. Claro que no era necesario tenerlo porque jamás
realizaría actividad alguna a campo traviesa, entre montañas y
fuera de una carretera. ¿Para qué quería un cuatro por cuatro en
una ciudad? Era muy simple, era cuestión de “status” , de decirle a
todo aquel que lo observara, “me va muy bien, estoy emparentado
con el éxito”.

Es que ahora el éxito se mide por las materialidades que puedes


obtener y el poder que eso te proporciona, por cuántas veces
puedes salir en los canales de televisión o en los periódicos para
reafirmar una fama que no importa de qué manera llegues a
obtenerla. ¿Y la luz roja del semáforo? No importaba que esté allí
ordenándole que se detenga y aguarde unos segundos con
paciencia. ¿Paciencia por qué? El estaba apurado y además eso
de los semáforos es para los cojudos, él está por encima de eso,
cuando está de buen humor o pensando en quien sabe qué
amarre, puede pararse y detenerse cuánto tiempo se le antoje..., y
pobre aquel que se moleste, una sarta de improperios bastará para
ponerlo en su lugar, él es chévere.

Ahora, cuando por enésima vez violentaba la señal, estaba


realmente apurado pues se había quedado dormido y tenía una
cita de cosas “importantes”, una reunión de esas que duran horas
sin que nada se resuelva porque hay que hacer “lobby” para
cosechar frutos en este país en que lo que cuenta es el amarre y
los contactos.

Pero cómo no se iba a haber quedado dormido si noche tras noche


se va de juerga o de contactos y permanece despierto hasta altas
horas más bien hasta cuando el sol clarea, como si la vida se
hiciera realmente en la oscuridad y la noche no fuese para
descansar. Era en realidad como un vampiro, despierto en las
noches y medio adormilado en el día, y no lo era sólo por eso, lo
era también porque le “chupaba la sangre” al que entrara a jugar
con él ese juego de lograr el “éxito” tan ansiado en los actuales
tiempos.

Bueno, no había nada más que observar aquí, la infracción


grotesca y el chirrido estridente de las llantas sobre el pavimento
era por si mismas una señal clara de que Nadie estaba involucrado
en ese juego, mejor miraba otros hechos del mundo de las cosas,
siempre queda la esperanza...
34
La justicia maltrecha

Alberto pulía el último tramo del capot. Lo estaba dejando


reluciente. La verdad es que a él le agradaba conducir el coche
dorado de su jefe pues, cuando andaba solo sin “el Juez” y su
familia, eran muchas las peladas que se le iban de bolas
entusiasmadas por la “nave” último modelo. El Juez lo había
comprado... -más bien lo había “conseguido”- hace muy poquito,
producto de uno de esos “favores” concedidos al dictar el
sobreseimiento provisional de no sabía quien.

El juez estaba realmente preocupado pues se hablaba por aquellos


días de la inminente reorganización de los tribunales y juzgados en
su jurisdicción. El ya había pasado momentos similares en varias
oportunidades y sabía que cuando la Suprema era removida, más
tarde o más temprano acabarían tratando de echar mano a las
distintas posiciones. No es que no pudiera defenderse en casos
como esos, al fin y al cabo ahí estaba todavía, lo que le
preocupaba es el problema de los palanqueos y acomodos, el
tener que alinearse y entrar en el juego de los dame que te doy
para no perder la fuente de los ingresos con los que pagaba la
buena vida que llevaba. Hacerlo era el problema porque de un
modo u otro entrar en el jueguito tenía su precio. No era ninguna
preocupación por la “justicia” ni que ocho cuartos, aunque cuando
hacía declaraciones a la prensa por alguno que otro caso que
llegaba a trascender como noticia, él con mucha ampulosidad y
poniendo cara de “magistrado” impoluto y serio, citaba la palabra
muchas veces antes de escudarse en la imposibilidad de dar más
detalles para no prevaricar.

Estaba convencido que cualquier cambio que se hiciera, nada


cambiaría pues el sistema judicial siempre seguiría igual. La
corrupción imperante, de la cual era el parte activa, solamente era
el resultado de la corrupción total que envolvía a toda la sociedad.

Seguir observando aquello sería como llover sobre mojado, hace


tiempo ya que se había convencido que su profesión de abogado
era poco menos que imposible de ejercer en los tribunales de
justicia y en los términos que había concebido cuando estudiaba
en la Universidad. Para que servía la Filosofía del Derecho y el
conocimiento profundo de la Ley si aquí en el país se hacía la Ley
para violarla y los jueces y abogados, con muy escasas y
honrosísimas excepciones, eran quienes les abrían y sostenían las
extremidades de ella para permitir la introducción de las groserías
más insospechadas a fin que no se concibiera la justicia como un
fruto de amor esperado por la sociedad.

Era mejor no seguir... cambió de enfoque acompañado de la


secreta esperanza de encontrar realidades que no hirieran tan
profundamente su espíritu.
35
viveza criolla

Cristina misma se había puesto la soga al cuello, pues al fin de


cuentas era ella quien la había conseguido "baratieri” en la Pedro
Pablo Gómez -feria pueblerina de millones de vejeces y objetos
mal habidos que algo ya ahora había cambiado por la acción
municipal- aquel domingo en que se le ocurrió darle el empleo al
vago del marido que siempre andaba con el tufo de borracho o
tirado al pie de la covacha sin más oficio que espantar las moscas
que se le venían en oleadas. La silla de ruedas no era nueva ni
mucho menos pero serviría bien para el cometido que se había
propuesto.

“Muchos desgraciados ni mirarán porque a esos no les importa el


mal ajeno, pero si habrá mucha gente que se caerá con las
monedas a cuenta de lisiado y este pendejo es como si lo fuera”.
“Pero mija mira que...”. “Ningún qué ni qué ocho cuartos, la
pasarás muy bien pues soy yo la que va a empujar y tu... sólo vas
a estar echado sin hacer nada, como siempre, además en serio
que tienes cara de murichento. Y nada de sapadas que yo soy la
que guardaré la plata”.

Una vez más quedaba en claro que el machismo que dizque hay
en la ciudad no siempre funciona en realidad, porque al menos en
los barrios populares muchas veces la que pega es la mujer, que al
fin y al cabo es la que prepara la comida, cuida a los hijos, y si no
le gusta a él, peor pues se rompe el “compromiso” y ella busca
hasta encontrar a su nuevo “machuchín”.

El paso estaba dado y escogieron esa esquina pues era “barrio de


ricos” y pasaba mucha gente para el trabajo. Eso sí, había que
levantarse muy en la mañana para que a las ocho ya estuvieren
instalados pues había mucha gente en el lugar vendiendo de todo.

Vio de este modo como se ejecutaba el atentado contra los


sinceros sentimientos de compasión que brotaban en algunos
corazones de entre los que transitaban por ahí. Esos dos se
montaban sobre esos sentimientos para perpetrar su fechoría
amparándose también en que a los “ricos” hay que quitarles la
plata de cualquier manera y si podían, como aquel político malvado
había sugerido alguna vez, había que rayarles el vehículo desde
donde habían obtenido las monedas compasivas con un clavo o la
tapa de cerveza.

No había duda alguna, también Nadie andaba haciendo sus


fechorías por allí. Mejor sería dirigir el enfoque de su mirada hacía
aquel lugar de niños pequeñitos.
36
payasitos

María Sol era hermosa y su sonrisa, cuando espontánea, relucía


como sus nombres, inocente y brillante. Mas esta vez su sonrisa
era fingida pues ya estaba realmente harta de tener que soportar la
prepotencia de tanta gente a la puerta del renombrado Jardín.
Tanto estudio en la Escuela de Párvulos de la Universidad. Y ¿Para
qué? Lo que estaba aprendiendo allí era para enseñar a los
pequeños y, en su trabajo, eran los padres de familia a quienes
había que encauzar. ¡Qué relajo! - dijo para sí – mientras se
encaminaba al vehículo mal estacionado en doble fila, de donde,
dejando la puerta abierta, había descendido una madre de familia
llevando a su niño tomado de la mano.

“María Sol, por favor vigílalo que este chico está realmente
insoportable. Hoy no quiso ni tomar el desayuno y anoche se pasó
a nuestra cama varias veces. El padre quería matarlo esta mañana
pues fíjate que se orinó en la cama. Allí te lo dejo que tengo que
correr a mi trabajo”. María Sol no tuvo tiempo para articular
respuesta alguna pues ya Alba Elena estaba sentada y al volante
tratando de salir del atolladero de vehículos que ella había
contribuido a formar al parquearse en doble fila.

Carlitos, con dos ojeras impresionantes demacrando su rostro de


pequeñín, como arrastrándose penetró por la puerta de acceso a la
villa en donde funcionaba el Jardín de Infantes “Payasitos”. María
Sol se prometió hablar con Carlitos apenas tuviera un tiempito, y
continuó junto a sus dos compañeras recibiendo “payasitos”,
paradas en la vereda.

Eran ya las once de la mañana, juegos van, juegos vienen, la


algarabía de los chiquitines envolvía el ambiente. Mas en un
rincón, Carlitos sollozaba quedamente casi de modo imperceptible.
María Sol se sentó muy junto a él, acarició delicadamente sus
cabellos y como presintiendo susurró: “Carlitos mi vida, ¿Qué té
pasa hoy? ¿Tienes problemas con tu mamy? Dime...”. El chico se
vino en llanto y temblando se apretujó contra las piernas de María
Sol. Ella conmovida lo tomó en su regazo y tiernamente lo consoló.

De a poquito fue surgiendo la razón del llanto. El niño pese a su


corta edad y a su inocencia sabía que algo con él estaba mal. Se
sentía culpable. Y sin embargo se resistía y se negaba a expresar
lo que María Sol creyó al principio se trataba tan solamente de una
travesura infantil. A tanto ruego de María Sol, con voz quedita el
pequeñín musitó: “Yo no quería pero Paty me dijo que eso era
bueno y que estaba bien”. “Pero mi vida, dime que es “eso” que
tanto té molesta, dímelo que nadie más lo va a saber”. “Es que
Paty me toca mi pipí, me lo acaricia y dice que cuando yo sea
grande se lo voy a agradecer porque lo voy a tener bien grandote.
También me besa, me abraza y dice que soy su enamorado
chiquito”.

Carlitos una vez que comenzó ya no podía parar y continuó como


un desesperado describiendo sus obligadas experiencias y
preocupaciones. Necesitaba sacarlo todo. “Me hace que le toque
ahí abajo y que dizque tome leche de su pecho, como si yo fuera
un bebé y ella mi mamá. “Chupa bebé, chupa, toma tu lechita”, me
dice siempre, pero es mentira porque no sale nada. Me desviste y
me mete en la bañera, me enjabona y luego entra ella desnudita y
me abraza. Luego quiere jugar al caballito y se frota con mi pipí su
cosita. Dice que si no juego con ella o si le cuento a alguien lo que
hacemos me va a cortar mi pipí y me convertiré en mujer. Yo no
quiero, yo no quiero... . Siempre tengo miedo aunque es tan rico
cuando ella me acaricia que algunas veces le digo que me haga
más. Soy un niño malo y el diablo me va a llevar. Tengo mucho
miedo, por eso todas las noches me despierto y me paso a la cama
de mis papis. Sueño que el diablo viene y que es el novio de la
Paty, y juntos me toman de las manos y me llevan al infierno a
quemarme. Por eso lloro y no me gusta acercarme a los otros
niños. Creo que ellos saben qué me pasa y no les gusta jugar
conmigo, soy un niño malo”.

María Sol estaba estupefacta. Cuánto daño se había hecho ya en


esa mente inocente. Cuánto daño. Consoló al niño como pudo y en
ese momento no atinó a decirle otra cosa que, los niños siempre
están protegidos por los angelitos que los cuidan y que no temiera,
que él era un niño bueno, que otros eran los malvados. María Sol
tendría que hablar con la mamá de Carlitos sobre todo esto que
había descubierto.

Carolina y Juan Manuel se habían casado hace un poco menos de


cinco años. Con gran ilusión, propia de los 20 años y de un
enamoramiento relativamente corto, ella había entrado a la vida de
casada. Continuó con su trabajo de ejecutiva en la compañía en la
que dos años atrás había iniciado su carrera laboral. Es que ahora
los matrimonios, y si ellos son jóvenes con mayor razón, requieren
el doble ingreso para financiar el presupuesto familiar tan lleno de
expectativas muchas veces tan sólo exigentes por el consumismo
que se respira en el ambiente. Juan Manuel tenía 22 años cuando
asumió el mando como jefe del hogar, aunque claro ese mando
siempre ha sido muy relativo.

Paty, la niñera, era una chica simpática y tenía el arte de saber


ganarse la voluntad de quien la conocía. Parecía seria y no se le
veían pretendientes. Ella decía que cuando de un hombre se
enamorara éste sería alguien especial. Quizás tenía diecinueve o
veinte, no se sabía exactamente por aquello de que en el campo,
de donde ella provenía, la fecha de nacimiento que consta en la
inscripción en el Registro Civil y en la partida, generalmente no es
la del nacimiento real.

Paty no conoció nunca a su papá. Desde que recordaba, en su


mente estaba clara la imagen de ese hombre que era el nuevo
compromiso de su mamá pero lo odiaba con todas sus fuerzas y
motivos tenía, ya que una vez que su madre tuvo que ir hacia el
poblado cercano a la parcela donde tenían su casita y los
sembríos, allá por la zona de Palestina, su padrastro que ya le
había puesto el ojo y siempre la estaba sobajeando, aprovechando
la ocasión la metió a la fuerza a la casa y la violó. Sólo ocho años
tenía y desde entonces cada vez que el quería, en la casa solitaria
o en medio monte, entraba en ella como entra Pedro en su casa, y
con machete en mano amenazaba que la cortaría a ella y a su
madre si algo a alguien le contaba. Ahora ella cuidaba a Carlitos...
y Nadie estaba en su salsa haciendo tantos de sus trucos como se
los permitían la irreflexión de tanta gente.

No quería juzgar, cambió su enfoque nuevamente y la vio alterada


tratando de entrar en la columna, la que forcejeaba era Marilyn...
37
razones para una despedida

Marilyn estaba decidida a viajar. Su vida era un infierno. El nuevo


marido de su madre la observaba con esas miradas que no puedes
definir del todo pero traspasan e intentan hurgar en la intimidad de
tu cuerpo. En no pocas ocasiones había despertado y lo había
encontrado en la penumbra de su habitación observándola y con la
respiración agitada. Realmente estaba preocupada y no sabía en
qué iba a parar todo este asunto. Su madre no veía más que por
los ojos de ese hombre.

Una de las media hermanas de su padre, que vivía en España le


había contestado sus cartas dispuesta a facilitarle las cosas para
que encontrara una nueva vida. Su trabajo como “has de todo” en
la imprenta en la que había sido contratada ya hace mas de cuatro
años no le ofrecía ninguna perspectiva. En realidad ya nada la
ataba al país. Ni enamorado tenía y eso que sin ser una belleza
tampoco estaba del todo mal, y ya tenía veinticuatro cumplidos.
Sus pocos ahorros que había logrado colocar en una póliza
seguían congelados. “Malditos Gobiernos que sólo para esto
sirven, para encontrar la manera de robarse la plata de la gente”.

Ahora estaba allí haciendo columna -o intentando hacerla porque


todos eran tan desordenados, abusivos y poco les interesaba los
anhelos y las prisas de los demás que sin embargo eran como los
suyos- para enterarse si estaba en el listado que el consulado
exhibía haciendo constar el nombre de aquellos a quienes se les
había negado o aprobado la tan ansiada visa.

Tenía tantos deseos de largarse que no le importaba ya más nada,


aquí ya todas sus ilusiones estaban muertas, allá existía al menos
la esperanza. ¿Cómo sería allá realmente? ¿A lo mejor era tan
malo como aquí? Y sin embargo ¿Si era malo allá cómo es que
podían los que se habían ido enviar tanto dinero al país? Que más
de dos mil millones de dólares enviaban cada año los inmigrantes,
decían los periódicos, no ha de resultar muy difícil pues hacer plata
allá y si le tocaba hacer cosas que aquí no se las permitiría, allá
podría hacerlas, pues de cualquier manera no habría alguien que
la conociera pues su media hermana la ayudaría al principio y
después estaría sola. ¿Sus amistades? Que tristeza tener que
dejarlas, pero ya hasta algunas de ellas se habían largado. A lo
mejor allá encontraría alguien decente que llegara a amarla.
Cuantos deseos cabían en su mente, eran cada uno insatisfechos
aquí y se transformaban en razones para una despedida. Se iría
con una idea metida en su cabeza: el país se va a quedar vacío un
día de éstos.

No cabía ya continuar mirando, todo estaba dicho ya por ella


aunque claro si sacaba de su esfera a sus amigos para conversar
encontraría más de una pregunta que formular y no era momento
para eso, prefirió cambiar de enfoque y allí estaba ese joven
llamado Antonio.
38
buscando el cartón

Por causa de las algazaras que muchas veces se producen en el


interior de la Universidad la clase se había prolongado y Antonio
salía despavorido a su trabajo pues su jefe era medio cascarrabias
y podía pegarle su requinteada si llegaba tarde.. Se desprendió de
uno de los grupos que esperaban ansiosos y subió “al vuelo” al
bus, sin esperar que éste se detuviera en la parada y tras de él,
así con el bus a medio andar, subieron los restantes compañeros
universitarios. Pensó que trabajar y estudiar era una jodienda pero
que no había más remedio. En realidad lo de estudiar era un decir
pues allí casi no se lo hacía, el profesorado era en general una
mamarrachada y los pocos que intentaban enseñar tenían que
andar con cuidado no sea que los propios alumnos y la política los
pusieran en dificultades si se volvían exigentes. Las cosas
estaban así y había que aceptarlas pues ¿Quién iba a cambiarlas?
A él lo único que le interesaba es obtener su cartón, aquel que
dijera que se había graduado, que ya era un profesional, pues
tenía la esperanza que con el cartón a cuestas se le haría más
sencillo obtener un mejor empleo donde no tuviera que soportar
más las exigencias de su jefe. ¿Aprender? Algo aprendería en
todos esos años pero no sería mucho, con que aprendiera a
escribir ya sería bastante pues en el colegio no le habían enseñado
más allá de doscientas palabras y a veces muchas de ellas mal
formadas y así tenía que escribir sus exámenes. Y bueno , su
caligrafía y su sintaxis a nadie le importaba, ni aún a él. Continuó
así sentado dentro del bus, pensando en su futuro, el cual de modo
inevitable lo trasladaba a una vida opaca y sin sentido.

Para que observar más, ese futuro estaba escrito como que a este
joven la vida le daría el jaque mate en su momento. La negrura de
un anaco llamó su atención y enfocó...
39
hacia el Guayas

Allá el frío le calaba los huesos mismos y sus dos hijos


amenazaban crecer como crecían los borreguitos pastando en el
páramo. Su marido estaba las más de la veces tan borracho que
para lo único que servía era para hacerle los hijos.

Los más de tres mil metros sobre el mar, donde estaba la pequeña
vivienda de adobe en la que se refugiaba de la ventisca helada, la
acercaban a ese cielo estrellado en las noches y quemante en el
día, pero ahora estaba lleno de neblina como lo estaba su futuro y
el de sus hijos.

Fue en uno de esos desesperantes días cuando decidió decir adiós


a esa Pachamama yerta llena de kikuyos y venirse dejando atrás
los viajes hacia los sueños inducidos por los chamanes hombres-
pájaros a los que dejó bailando alrededor de los dos postes
dorados cruzados sobre el piso mientras que sonaban los
tambores, las flautas y los rondadores, y los tragos se apuraban.

La “civilización” de los descendientes de aquellos hombres blancos


y barbados que como castigo les había enviado antaño Viracocha
a la gente de su pueblo, la llamaba ahora con su grito de
materialidades y la vencía finalmente.

Ahora, Yolanda portaba sobre su pecho al bebé, recién de dos


meses de nacido, y a su alrededor correteaba siempre el Telmito
de tres. Se había venido ya hace unos meses, desde las
altiplanicies del Chimborazo hacia el llano, con sus primos quienes
le habían dicho que en el Guayas se ganaba buena plata. Su mano
extendida y de cuando en cuando la de su hijo también, quien ya
aprendía los secretos del pedido lastimero, eran ahora su nueva
realidad.

Se abrasaba por calor de la tierra tropical impregnado en su anaco


y pensó que apenas pudiera lo cambiaría por una tela más liviana.
No le iba tan mal o al menos sentía que aquí tenía un futuro
aunque su vida se desenvolviera por ahora entre los mercados,
que emanan siempre el embriagante olor de los frutos de la
Pachamama, y las calles donde imploraba “una caridad por el
amor de Dios”.

Esta ciudad tenía un “no se qué” que abrazaba hospitalaria a


cualquiera que llegara aunque esos llegados la ensuciaran y no la
respetaran, sin embargo como todo inmigrante ella no dejaba de
añorar las raíces de su vida anterior.

El miedo y el desamparo en el que estaba la agobiaban. ¿Qué


jugarretas le prepararían los malos espíritus? Estaba preparada
para eso, sin embargo, y ella y sus hijos en su muñeca portaban la
sencilla pulsera de chaquiras color “sangre de toro” que a esos
espíritus espantaba. Además aquí habían tantas luces, tanto ruido
y sobre todo tantas cosas que llamaban su atención y que algún
día serían suyas. La ‘civilización” estaba ya consolidando su
victoria.
40
triste melodía

El coro se venía “in crescendo” desde lejos y resonaba en su


mente:

“Niño ven, niño ven.


Ven aquí, te espera tu destino”

Y como entrando por uno de esos raros vericuetos que la mente a


veces toma, creyó ver formarse como en fantasmal visión el
cuerpito sin rostro del hijo aún no nacido de Marcela. En ese
instante el círculo armónico de mi menor se le aclaró y hasta
alcanzó a visualizar los dedos de su mano izquierda moviéndose
en los trastes de la guitarra y formando los acordes. Lentamente
comenzaron a surgir las palabras que le recordaron su niñez feliz
en contraste con los hechos de estos días, y sin querer los versos
y la melodía adoptaron ritmo de lamento:

“Nací con la luz de la posguerra


brillando cercana en el futuro
y crecí con esa fuerza que nos da
el amor a la existencia”

Percibió en sí, en ese momento más que nunca, una sensación de


pertenencia a una generación y a una época que pusieron su fe en
un futuro diferente, en el cual los valores superiores del espíritu
guiando a la humanidad volverían posible lo imposible: la fuerza
del amor sometiendo a los demonios implícitos en la naturaleza
humana para el cumplimiento de un propósito que trasciende las
estrellas.
De inmediato recordó a sus padres. No se le volvió difícil
imaginarlos viniendo ellos desde aquel lugar donde habían
encontrado su madurez; dimensión sin espacio ni tiempo, estado
de amor que forjó sus utopías. Los versos surgieron entonces
fácilmente:

“Amé desde temprano


la tierra de mis padres,
una gota de utopías,
en un mar de realidades”

Y los vio claramente en mil y un momentos de su vida formando su


carácter. Los recuerdos escribieron nuevos versos”

“Ellos me enseñaron que en su tierra


la grandeza se construye con los actos,
que las riquezas, las armas y las palabras sin verdad,
no hacen grandes ni a personas ni a naciones.
Grandes son, cuando nuestro amor irradia y crece
como crecen las flores en el campo, en la hermosa primavera”

Se explicó a sí mismo el último por qué de sus acciones, que no


siempre fueron bien comprendidas aún por sus más cercanos
afectos, y por qué dio más importancia a los sentimientos y no al
dinero, al Ser que al Tener, y entendió también la permanente
frustración que lacera su alma. Vio su patria desmembrada,
fraccionada a corto plazo, fragmentada en mil pedazos y la vio
desaparecida, como un “ya no es”, grabada en un recuerdo. Los
acordes continuaron:

“Por ello siempre busqué sembrar ese amor que fructifica


y expandirlo así en los confines de las almas.
Mas los líderes de mi pueblo, desde ha mucho,
se robaron el alma de mi gente
y sembraron semillas de odio en sus gargantas.

Pobre tierra mía, herida por doquier,


su gente ya no sueña,
le robaron su inocencia,
sólo anhelan todo, sin esfuerzo,
nada tienen, sólo penas...”

Sintió ahora el peso de los años y una sed de libertad abrasando


sus entrañas y tristemente sentenció:

“Por eso, hoy que ya mis sienes pintan canas


y mis sueños saben
que aquí en mi tierra ya no hay nada,
yo buscaré la tierra de mis padres,
allá a lo lejos,
donde brillan las estrellas.”

El coro volvió a repetirse como muriendo”

“Niño ven, niño ven.


Ven aquí, te espera tu destino.”
41
donde brillan las estrellas...

La canción estaba bien, reflejaba su sentir, pues los años por venir
desde ya lanzaban sus ¡ay! lastimeros y sus lágrimas, en forma de
nuevos niños pedigüeños descalzos y semidesnudos deambulando
por las calles de la ciudad inundando el presente, pero...

¿Por qué? saltó entonces de la esfera y cómo en los lejanos días


de su infancia con decidida voz le preguntó: “¿Por qué las estrellas
no podrían brillar también aquí?”.

“Porque para convertir la utopía en realidad haría falta lograr un


imposible. ¿No lo crees?”, le contestó.

“Pero las estrellas en realidad no brillan en ningún lugar sino en el


corazón del hombre. Brillan donde hay amor. Brillan en donde hay
sonrisas a pesar de los dolores, donde hay paz a pesar de la
violencia, donde hay coraje para sobreponerse a las flaquezas. Por
eso a pesar de las miserias y quizás precisamente por ellas es que
tu andar debe ser aquí, tratando de impulsar hacia el infinito tu
propio corazón, tratando que tu gente pueda alcanzar esas
estrellas finalmente. Estás ligado de modo indisoluble a esta tierra,
trata que al menos algunos, los más cercanos, comprendan el
sendero que tu has descubierto para ir”, replicó ¿Por qué?

Pensó entonces que aunque la música es un puente dimensional a


otras realidades es también el reflejo de una cultura y ésta es un
conjunto, de actitudes, instituciones, propósitos, sueños, que ha
sido construido a través de iniciaciones y procesos. ¿Cómo
entonces cambiar todo aquello con una simple canción? Tal vez se
requería aportar con algo mas.
El libro que había escrito para si, para comprenderlo todo
finalmente develando las claves ciertas de su vida y reviviendo
aquellos espacios de conciencia, estaba aún sin concluir, las
páginas se habían llenado espontáneas con el impulso de su
sentir, pero ... hay una libertad entre sus manos, la suya misma, la
que al igual que la de los demás fecunda el vientre de la creación y
crea y expande la realidad. ¿Por qué?, aquel sabio personaje de
su vida, tenía razón una vez más. Decidió entonces que aunque el
libro de su vida en el mundo de las cosas aún no había concluido,
al menos estas páginas debían llegar a ti, con la secreta esperanza
que sus observaciones te sirvieran quizás para también poder
llegar al vientre de la creación y al Padre. El resto será tu
decisión...

FIN
INDICE

a Dedicatoria
b A manera de introducción
1 Do re mi
2 Remembranzas
3 La esfera
4 Soledad
5 Nadie
6 De héroes y medallas
7 El dedo de Fulgencio
8 Infancia y Política
9 Energías y visiones
10 ¿Qué miras, niño?
11 Música, piano y solfeo
12 Una idolatría que nacía
13 Al colegio
14 Un guapito de barrio
15 Estoy aquí: sexo
16 Los caminos de la vida
17 Jugando ajedrez
18 La pelota no debe ser de trapo
19 En las calles
20 Farras, bailes y tiempo de disfraces
21 A la universidad
22 El encuentro con ella
23. Beta, Alfa, Theta, Delta
24. Los frutos del amor
25. Aquel día
26. Tentaciones
27 Explosiones de alegría
28 Aquella madrugada
29 Un dilema
30 El hijo de Marcela
31 La nueva educación
32 Los sueños de Manuel
33 Los vampiros
34 La justicia maltrecha
35 Viveza criolla
36 Payasitos
37 Razones para una despedida
xxxviii. Buscando el cartón
xxxix. Hacia el Guayas
xl. Triste melodía
xli. Donde brillan las estrellas

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