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Desde que se recibió de abogado (1984, Universidad Nacional de Córdoba), Martín

Carranza Torres siempre soñó con atender casos relacionados con el mundo de la
tecnología, más que nada, “por admiración o envidia, porque para mi, lo que hace la
gente que hace tecnología es magia. Al mismo tiempo, me produce una sensación de
impotencia, porque yo soy incapaz de hacer lo que hace esta gente. Por eso, al menos
quería acompañar vocacionalmente a los desarrolladores de tecnología”.

Hoy, a sus 42 años, y autoproclamado “demasiado viejo para la industria”, Martín tiene
su estudio de abogados (Carranza Torres & Asociados) en la zona del Microcentro, a
metros de la Legislatura. Desde allí atiende a grandes clientes, como Microsoft, Bull,
Motorola, etc, hasta Pymes locales, desarrolladoras de incipientes tecnologías o que
tratan de expresar alguna idea a través del software.

¿Por qué la especialización del estudio en tecnología? ¿Ustedes supieron prever lo


que vendría en términos del desarrollo de la industria?

Ya hacía esto en Córdoba, donde el mercado es muy pequeño. Por eso, fue recién
después de abrir el estudio en Buenos Aires que tuvimos un mercado lo bastante amplio
como para poder vivir de esto, que no es fácil. Cuando uno se recibe, hace lo que puede.
Como dije, siempre me gustó, pero había que comer. Además, me casé joven, y tuve mi
primer hijo a los 24, y el siguiente a los 25. Hacía lo que podía. Después me fui
encaminando, medio de casualidad, trabajando en estudios jurídicos y tratando de
focalizarme en el área de tecnología.

En 2002, cuando decido independizarme y poner mi propio estudio, decido que


estratégicamente no íbamos a hacer otra cosa que tecnología. Tengo el triste récord de
ser el único estudio jurídico de Argentina que no hizo un solo amparo por el corralito.
En 2002, suponer que se podía hacer tecnología era casi una locura. Mis socios se
fueron yendo, porque lo veían como algo bastante difícil de lograr. Sin embargo, con lo
que era la Argentina de 2002, ser abogado de cualquier cosa era un sueño, y encima
focalizarse en un solo sector era completamente inviable.

Una de las características de este negocio es que se envejece muy rápido, y llega un
momento en que no entendés de qué te están hablando. Justamente, una de nuestras
especialidades como estudio, al menos en lo comercial, fue entender de qué hablaban
nuestros clientes. Ese fue nuestro secreto. Éramos como una especie de programa API
entre los jueces anquilosados y atrasados, los libros de derecho y los estudios jurídicos.

Ahora, hay una generación de abogados muy inquietos, y hay muchos trabajando en
tecnología. Pero la generación que nos precedió fue, creo, bastante oscurantista: sabían
mucho, eran los que habían estudiado, son los que armaron la doctrina, etc. Pero no
había docentes, no escribían, no publicaban. A estos pioneros les fue muy bien,
trabajaron muy bien, cumplieron con la función social de un abogado, que era generar
jurisprudencia, generar doctrina, y de algún modo lo hicieron. Pero se lo guardaron para
sí mismos, y me parece que eso no ayudó a expandir el mercado. Ahora, los abogados
más jóvenes entienden mejor el problema. Hasta ahora, estábamos trabajando de
abogados que hicieron la mitad de su carrera sin saber qué es una PC. Cuando yo
empiezo, la única función de la computadora era escribir más rápido lo que antes se
hacía manualmente. Mi hijo tiene 17 años, y desde que tengo uso de razón está colgado
en Internet. Es decir, lo tienen incorporado a la vida, y es por eso que entienden los
problemas de otra manera.

Martín Carranza Torres (segundo desde la izquierda), junto al staff de Carranza Torres y Asociados.

Ahora, no sólo estamos hablando de abogados, sino de toda la estructura judicial,


que no creció a la par del cambio tecnológico y que debe necesariamente
amoldarse.

¡Ni hablar! La justicia tiene características de institución conservadora y rígida, a nivel


mundial, no solo en Argentina. La justicia es conservadora por definición, porque debe
de algún modo conservar los valores y principios de una comunidad, y por eso tarda
mucho en adaptarse. Creo que Argentina está tardando mucho más que el resto,
fundamentalmente porque no son usuarios de la tecnología sobre la cual después tienen
que decidir. Hay una resistencia cultural del Poder Judicial a incorporar tecnología para
resolver en un par de horas problemas que normalmente llevan varias semanas.

Pero se supone que la mayoría de esa gente usa correo electrónico o procesadores
de texto, es decir, son usuarios de tecnología, al menos a un nivel básico.

Si, es cierto, pero, ¿cuántos poderes judiciales en Argentina pueden ver en tiempo real
todos los fallos que han sacado sus colegas en un momento dado? ¿Cuántos utilizan las
herramientas de comunicación de una PC para comunicar los fallos que van sacando?

Un juez que está redactando un fallo en una computadora es tan celoso del secreto de
ese fallo, que le teme a cualquier conexión que pueda tener. Tiene una visión casi
mágica de la tecnología: “como yo no se de esto, así que me lo pueden cambiar y hacer
que gane el demandado”. Hay un temor reverencial hacia esto que impide utilizar las
herramientas como corresponde. Concretamente, si quiero hacer un escrito para llevar a
Tribunales, el procedimiento no me permite usar correo electrónico. Tengo que
imprimirlo, lo llevo, le ponen un sello, y lo ponen en un expediente que después se cose.
Lo único válido como documento es eso, no el archivo en mi computadora. Y la verdad
es que no hay ningún impedimento tecnológico hoy para darle absoluta certeza a la
presentación del escrito en un momento determinado, y que yo no necesite estar en
Capital, sino que se lo puedo mandar desde la Isla de Pascua con la condición de que
me asegure tener una conexión de Internet acá.
Como usuario, ¿como le voy a explicar a un juez qué fenómeno se produce cuando un
compilador cambia el lenguaje humano al lenguaje de máquina? ¿Cómo se lo explico si
no sabe ni cómo funciona? Por eso digo que las generaciones nuevas, habituadas al uso
de esta tecnología, no tienen ninguna sensación de incertidumbre o amenaza, porque es
parte de su vida. Un juez me decía que su computadora es ¡una cruza entre una máquina
de escribir y el televisor!

En los Tribunales de Córdoba todavía tomamos audiencia con máquinas manuales. No


eléctricas: manuales. Cinta y carbónico. Y esas costumbres son muy difíciles de
erradicar. Te invito a recorrer los juzgados del interior, e incluso los de Capital Federal,
y no se puede creer el atraso tecnológico. La mayor virtud del empleado es tener buenas
piernas para sacar los expedientes y llevarlos de un lado a otro. Pongamos gente que
piense como resolver una situación, escribirlo en una computadora y publicarlo en un
sitio para que sirva de justificación. ¿Sabés lo que es el trámite de presentar una
demanda? Entre que presento y me la contestan, pueden pasar tres o cuatro meses,
porque en el medio hay papel involucrado. ¿Por qué no puedo presentar la demanda,
hacerlo comparecer al señor por Internet, sin importarme si está de viaje o lo que sea, y
el juez publicarlo y mandarlo por e-mail? ¿Por qué no? Hay tecnología para hacer todo
eso. La cantidad de costos y tiempos que nos ahorraríamos si aplicamos tecnología es
enorme.

Te pregunto sobre la legislación sobre software en la Argentina. Cuánto ha


avanzado, en que estado está, qué falta, etc.

En general, estamos muy atrasados. Hay un montón de cabos sueltos, que se debatieron
jurídicamente en todo el mundo durante quince años, y acá todavía no llegaron. Hay un
fallo llamado Jujuy.com, donde el juez no entendió de qué se trataba, entonces compara
a la informática ¡con la electricidad! Hay una pobreza importante. Ese fallo,
absolutamente deplorable, es un ejemplo; pero no es tanto por culpa del juez, porque no
hay un desarrollo tecnológico que haga que eso sea susceptible de ser protegido, y en
segundo lugar, no hay cultura ni conciencia de la importancia de esto. Tenemos mucha
más legislación para la tecnología en la agro-industria, pero no para el software.

¿Cuál es el estado de las disposiciones sobre piratería digital en la Argentina?

En software, estamos con un índice altísimo del 74%, lo cual habla a las claras de
nuestra falta de cultura y de respeto a las instituciones. En un país donde no se cumplen
las normas de tránsito o las normas jurídicas, no debe sorprender a nadie que no se
cumpla la ley de propiedad intelectual.

El software protegido con derecho de autor es un tremendo accidente histórico que


algún día tendremos que rectificar, pero que, en mi opinión, está originado en que los
abogados no entendían de qué se trataba, y por eso pusieron lo que tuvieron a mano y lo
hicieron similar a otra cosa. Similar a la música, a la literatura, pero no lo era, o por lo
menos no evolucionó de esa manera. Es altamente probable que nuestros predecesores,
y nosotros mismos, estemos cometiendo errores históricos similares porque no
alcanzamos a entender el problema sobre el cual estamos trabajando. Si para el año
1970 se empezó a hablar de proteger el software con copyright, si esos que querían
protegerlo con copyright hubieran sabido cómo evolucionaría, seguramente no lo
hubieran protegido con copyright y hubieran buscado algo parecido a una patente.
Entonces, el derecho evolucionó basado en ese accidente histórico, y hoy sufrimos las
consecuencias de ese accidente histórico, porque el software no está bien en ningún
lado. Dentro de los derechos de autor, el software es como un vecino raro, de esos que
andan con pelo largo mientras el resto anda de saco y corbata. En ese barrio no los
quieren, ni ellos quieren estar en ese barrio. Por eso, el software está protegido por
secretos más que por copyright o derechos de autor. Windows no vale lo que vale por
las leyes de derechos de autor, sino porque mantienen en secreto el código. Por lo tanto,
creo que la capacidad de entender los problemas es la base fundamental para poder
resolverlos jurídicamente. Y nuestros predecesores, por razones obvias, no podían
imaginarse a qué iba a llegar todo esto, ni a qué va a llegar.

En la historia de la humanidad, siempre está permitido hacer las cosas sin cobrarlas, o
hacer las cosas y no protegerlas. Lo que no está permitido es entrar en las reglas de
juego y después querer cambiarlas porque dejaron de convenir. Sí es cierto que el
software ha sido más eficiente en su forma de licenciar el producto, a diferencia de las
discográficas o los productores de cine, que tiene modelos muy estrictos. El software
tiene infinidad de licencias. La industria ha sido mucho más hábil, más maleable, para
resolver ese problema. La industria discográfica, forzada por las circunstancias, está
obligada a ser más creativa, y no creo que llegue a tanto. En cualquier caso, las reglas de
juego están, y las presiones para modificarlas son lícitas bajo determinadas
circunstancias.

Patentes de software: ¿por qué en Argentina no puedo patentar un software? ¿Me


conviene patentarlo en EE UU?

Cuando fue la discusión en Europa sobre patentamiento de software, vos ponías en


Google “patentes de software” y te salían todos los argumentos en contra. Si, en
cambio, ponías “patentamiento de invenciones implementadas en ordenador”, que es el
nombre técnico, te salían todos los argumentos a favor. La Ley Argentina de Derechos
de Autor –la ley de patentes- expresamente excluye al software como susceptible de
patentamiento. La ley americana también: no se puede patentar el software como tal. En
Europa, menos. Lo que se patenta son invenciones que cumplan todas las características
de tales, en las cuales está incluido el software. El software forma parte de ese invento.

En Argentina, técnicamente se podría patentar, tal vez por vía jurisprudencial, porque
los organismos administrativos no lo van a permitir –así nació en los EE UU, fueron los
jueces los que hicieron patentar y después se modificaron las leyes.

Eso es lo que me lleva a mí a calificar a la protección de accidente histórico. Soy muy


consciente de que el software protegido por copyright no está protegido, y las empresas
no la ven como protección. Entonces, las empresas hacen otras cosas: buscan patentes,
buscan cualquier otra manera de resolver el problema que no sea copyright, porque,
ciertamente, el copyright depende de la voluntad del pirata para que sea pirateado o no,
y esa no es una buena manera de protegerlo.

¿Por qué existen tantas licencias de software, y por qué son tan complejas?

La verdadera guerra del software libre no es software libre contra Microsoft ni contra
las empresas de software propietario, sino entre Free Software Foundation y la Open
Source Initiative. Leyendo hace unos días la discusión entre Linus Torvalds y Richard
Stallman por la GPL3, la atribución que hace Torvalds es absolutamente fundada y
atendible. Dice “vos querés incorporar tus principios morales en el derecho positivo, y
yo no tengo por qué compartir tus principios morales, aunque los comparta. Vos no
podés imponer tus creencias o tu modo de ver la vida, el mundo o la tecnología”, y eso
es lo que, según Torvalds, hace la GPL 3.

En la literatura del software libre, uno ve un montón de promesas, muchas de las cuales
no se han cumplido todavía, y otras que no se van a cumplir nunca: que con el software
libre se solucionarán problemas de salud, de educación, de la discriminación de la
mujer, de las minorías raciales… ¡Con el software libre se puede hacer todo!

La verdad es que el software libre es un movimiento interesante. La licencia GPL es la


traslación de una ideología a un control de licencia, lo cual es muy ingenioso, y desde el
punto de vista jurídico muy admirable. Pero no comparto los principios, porque creo
que el incentivo de la propiedad intelectual es lo que nos permite tener hoy el nivel de
desarrollo que tenemos. No comparto sus valores. No creo que sea más valioso
éticamente tener como incentivo hacerte famoso o colaborar que ganar plata. Ese es el
principio que me niego a comprar. Sobre todo, no tengo por qué creer que lo que me
dice un determinado personaje que hace pública ostentación de su condición de orate,
que está obsesionado con dos o tres cuestiones, cuando la vida es mucho más que eso,
cuando la tecnología nos facilita la vida en vez de complicarla. Pretende defenderse de
enemigos que no son reales. De lo que no tengo ninguna duda, es que si algo permite
que haya masividad en la tecnología, que hoy tengamos dispositivos cada vez más
baratos y con mayor capacidad de procesamiento, ha sido la propiedad intelectual.

El principal incentivo ha sido económico, lo cual no quiere decir que yo no crea que
existen otros incentivos, que existen. Si no existiera la propiedad intelectual, habría
innovación, pero lo que no habría es el aceleramiento en los procesos de innovación. La
propiedad intelectual es generadora de innovación por si misma, y si no, que venga
Richard Stallman y me explique por qué en las esquinas de Argentina los chicos que
limpian vidrios no tienen para comer, no tienen para educarse, pero pueden acceder a un
teléfono celular y contestan mensajes de texto. El problema verdadero para solucionar
es mucho más antiguo que la propiedad intelectual, que no es la responsable.

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