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LA ÉTICA DE LA SOCIEDAD CIVIL

Adela Cortina
Catedrática de Ética y Filosofía Política
Universidad de Valencia

1. Voluntad de progreso
Hablar de progreso en sociedades "postutópicas" resulta especialmente difícil.
Convencidas las gentes de que las "utopías reales" no producen sino injusticia
y frustración, abominan también de la idea, mucho más modesta, de progreso:
es -dicen- una reliquia de ese pasado moderno que creyó en un progreso
indefinido y que ha quedado sobradamente desenmascarada. La
postmodernidad -continúan- no cree en los grandes metarrelatos del progreso
indefinido, ni en los que tienen por sujeto a la humanidad, ni en los que
conceden el protagonismo al hegeliano espíritu absoluto. Y probable-mente
tenga razón. Pero -como dice Karl-Otto Apel-una cosa es diseñar utopías, muy
otra, obrar con intención utópica. Una cosa es -añadiría yo- creer en que la
historia marcha en la línea de un progreso indefinido, bien otra actuar con
voluntad de progreso o, lo que es idéntico, con intención progresista, que es la
que aquí tomamos ya como punto de partida.
Asumida, pues, esta intención, ¿qué realidades de nuestro presente urge
potenciar para ir marcando una dirección de progreso? Dos me parecen
centrales, sin perjuicio de que otras también lo sean: el surgimiento de un
nuevo modo de articular la relación entre sociedad civil y Estado, que intenta
reconocer a la primera el protagonis-mo que le corresponde, y el irrenunciable
empeño por satisfacer las exigencias de justicia que se esforzaba en colmar el
Estado del bienestar en una noción de ciudadanía plena. Del protagonismo de
la sociedad civil trataremos en esta ponencia, del protagonismo de los
ciudadanos en la segunda .

2. Insuficiencias del Estado para construir una sociedad justa


En la década de los ochenta, cuando algunos agoreros anunciaban el fin de la
historia, quienes no creían que hubiera terminado ni querían verla acabada por
parecerles radicalmente injusta, dirigieron la mirada hacia la sociedad civil, por
ver si su colaboración es imprescindible para llevar adelante la tarea transfor-
madora de la sociedad que el Estado parecía incapaz de realizar.
Ciertamente, no todos los que dicen valorar la sociedad civil entienden de igual
modo el vocablo, con lo cual se producen confusiones considera-bles. Consiste
la más grave en equiparar la defensa que de la sociedad civil hacen quienes ven
en ella una fuente de solidaridad con la de aquellos que la entienden como el
lugar privilegiado para defender los derechos de propiedad, como si de
derechos naturales se tratara, frente a cualquier proyecto igualador de redistri-
bución de la riqueza.
Solidaristas convenci-dos, decepciona-dos ante las actuaciones bien poco
solidarias del Estado, tratan de encontrar en las organizaciones cívicas (mal
llamadas "Organizaciones no guberna-mentales", como si una entidad debiera
definirse por lo que no es), en la familia, en las iglesias y en el mundo vecinal
una solidaridad universalista que no encuentran en la vida política. Pero
también, en la vertiente contraria, quienes desean llevar adelante sus asuntos
económicos sin atender en modo alguno a la justicia social se alzan en defensa
de una sociedad civil, de la que valoran ante todo la libertad de propiedad y de
mercado.
El hecho de que hoy en día la sociedad civil se caracterice sobre todo por ser la
dimensión de la sociedad no sometida directamente a la coacción estatal hace
que algunos sectores de la sociedad la valoren por sus posibilida-des de
solidaridad universa-lista libremente elegida, otros, porque entienden que en
ella puede ejercerse sin trabas la libertad económica (neolibera-lismo), o
incluso librarse de los afanes redistribuiti-vos de una incómoda justicia social
(anarcoca-pitalis-mo, neoliber-taris-mo) . Conviene, pues, atender a las razones
de quienes defienden la sociedad civil antes de formular juicios de valor sobre
sus posibilidades para propiciar un mundo más justo y feliz, que es a fin de
cuentas a lo que debe aspirar toda sociedad que se pretenda humana.
3. Una nueva noción de sociedad civil
Caracterizar expresiones políticas cargadas de diversas connotaciones
históricas, como la que nos ocupa, no es tarea sencilla . Pero podemos recurrir,
en principio, a una doble acepción del término "sociedad civil" que presenta
Víctor Pérez Díaz y que puede resultar de gran utilidad. Distingue Pérez Díaz
entre un sentido amplio y uno restringido, y caracteri-za el primero como "un
entramado de instituciones sociopolíticas, que incluye un gobierno (o Estado)
limitado, que opera bajo el imperio de la ley; un conjunto de instituciones
sociales tales como mercados (u otros órdenes espontáneos extensos) y
asociacio-nes basadas en acuerdos volunta-rios entre agentes autónomos, y una
esfera pública, en la que estos agentes debaten entre sí y con el Estado asuntos
de interés público y se comprometen en actividades públicas" .
Éste sería el tipo de sociedad civil al que se refieren los filósofos escoceses
como Ferguson, y el sentido interno de esta denominación consisti-ría en que
se trata de una sociedad ya civilizada y además compuesta por ciudadanos
(cives), no por súbditos, lo cual exige que sean autónomos y que el Estado
respete su autonomía. Un Estado limitado, capaz de respetar la independen-cia
de los ciudadanos, es imprescindible para asegurar la civilidad, y de ahí que
Pérez Díaz afirme que ya en este concepto de sociedad civil se van marcando
las fronteras entre el Estado y el resto de las realidades sociales, que
compondrán la sociedad civil entendida en sentido restringido.
Este sentido -el restringido- es el habitual hoy y se refiere a las instituciones
sociales que están fuera del control directo del Estado, tales como mercados,
asociaciones voluntarias y mundo de la opinión pública. Aunque no todos los
expertos en el tema concuerden en incluir todas estas realidades sociales en la
noción de sociedad civil, importa destacar que la mayoría la contrapone al
Estado, de suerte que la dimensión civil de una sociedad se diferencia de la
política, aunque obviamente estén estrechamente conectadas, como todas las
realidades sociales.
En lo que respecta a los siglos XVII y XVIII, con el surgimiento y desarrollo
del capitalismo, la sociedad civil que se configura es la "sociedad civil
burguesa", la "bürger-liche Gesellschaft", cuyo núcleo es el individuo, con sus
derechos, libertades e intereses, que deben defenderse sin interferencias a
través de la competen-cia y de la cooperación, en una esfera cuya subsistencia
y autonomía deben venir garantizadas por una institución pública llamada
"Estado", que ha de guardarse de intervenir en la vida interna de esa esfera.
Características de una sociedad civil semejante serían, en principio, el
individua-lismo, la defensa de la privacidad, el mercado, la existencia de clases
sociales, el pluralismo, la poliarquía y sobre todo la espontaneidad.
Éste es el tipo de sociedad en la que Hegel considera que "cada uno es fin para
sí mismo y todos los demás no son nada para él" , de suerte que los ciudadanos
aceptan algunos organismos universa-les, pero por defender sus intereses
egoístas. Los universales, por contra, sólo podría defenderlos un auténtico
Estado, que sería el lugar de lo universal.
Ciertamente, si la idea que tenemos de la sociedad civil es la de la hegeliana
"bürgerliche Gesellschaft", poco protagonismo podemos concederle en la
realización de lo universal. Sin embargo, dos siglos más tarde no cabe ya
caracterizar a la sociedad civil de igual modo porque ha evolucio-nado
conside-rablemente. Por eso sería bueno referirse a la sociedad civil de los
siglos XVII, XVIII y XIX con la expresión "sociedad civil burguesa" y a la
actual, con la expresión "sociedad civil" a secas o "sociedad cívica",
"Zivilgesellschaft".
Y, en este sentido, podríamos caracterizar la sociedad civil hodierna con
Michael Walzer como un "espacio de asociación humana sin coerción y el
conjunto de la trama de relaciones que llena este espacio".
Y podríamos recordar con él que cualquier ser humano, "antes" que miembro
de una comunidad política, "antes" que productor de riqueza material, "antes"
que participante en un mercado, "antes" que componente de una nación, es
miembro de una sociedad civil, en la que se ha socializado convirtiéndose en
persona. La ideologías que reducen a la persona a ser parte de la comunidad
política (cierto republicanismo), del proceso productivo (marxismo), del
mercado (capitalismo), de la nación (nacionalis-mo), han olvidado la dimensión
originiaria de esa persona, por la que forma parte de esa sociedad civil, que es
"el reino de la fragmentación y la lucha, pero también de solidaridades
concretas y auténticas" .

4. El "contenido" de la sociedad civil


Ahora bien, una vez dicho esto debemos determinar qué relaciones pueden
considerarse incluídas en ese espacio civil, porque hasta ahora hemos tenido en
cuenta tres tipos de relacio-nes: 1) mercados; 2) asociaciones voluntarias,
dentro de las cuales tenemos que considerar tanto las comunidades adscriptivas
(que son aquellas en las que se nace, como la familia de nacimien-to), como
las comunidades en las que voluntariamente ingresamos (como la familia de
creación o la comunidad religio-sa) o las diversas asociacio-nes cívicas; 3) una
esfera de opinión pública en la que los ciudadanos pueden expresar-se
libremente, deliberar y recibir informa-ción. ¿Puede decirse que estos tres tipos
de reali-dades sociales forman parte de la sociedad civil, porque son las que no
están directa-mente controla-das por el Estado?
Ante esta cuestión las posiciones de los expertos se dividen, al menos en tres
grupos. Algunos autores, como es el caso de A. Black, subrayan hasta tal punto
la dimensión de mercado que caracteriza a la sociedad civil, que terminan casi
por reducirla a él . A mi juicio, es ésta una concepción restric-tiva, que olvida
todo un mundo de espontanei-dad, extremada-mente rico socialmente: la
familia, la vecindad, las asociaciones sin ánimo de lucro, una opinión pública
movida por intereses no económicos.
En las antípodas de esta primera posición se sitúa la de autores como
Habermas, que excluyen de la sociedad civil, no sólo al poder político, sino
también al económico, de forma que la configuran asociaciones volunta-rias,
no estatales y no económicas, que arraigan las estructuras comunicativas de la
opinión pública en el mundo de la vida, tales como familia, movimientos
sociales o asocia-ciones cívicas, que expresan opiniones e intereses a través del
espacio de una esfera pública autónoma.
A mi juicio, sin embargo, también esta concepción de la sociedad civil resulta
demasiado estrecha y excesiva-mente deseosa de encontrar en la sociedad
actual un equivalente funcional para el proletariado, que en parte de la tradición
marxista encarnaba una "clase universal", y para el "resto de Yahvé" de la
tradición bíblica, que en todo tiempo representa la levadura que puede hacer
crecer la masa. ¿No hacemos algo semejante al reducir la sociedad civil al
mundo de las solidaridades inmediatas, excluyendo cuanto suponga
competencia y estrate-gia, es decir, Estado y mercado?
Considero, por tanto, que la sociedad civil viene constituida por tres tipos al
menos de realidades sociales: las organizaciones e institucio-nes del mundo
económico, las asociacio-nes volunta-rias, tanto comunidades adscriptivas y
volunta-rias como asociacio-nes cívicas), y la esfera de la opinión pública. De
estas tres realidades cabe potenciar sobre todo la primera, como hace la
propuesta neoliberal conservadora, que sigue entendiendo la sociedad civil en
el sentido hegeliano de la sociedad burguesa y pide el fortalecimiento del
neoliberalismo económico, y cabe, en segundo lugar, empeñarse en desarrollar
el potencial ético universalizador que se encuentra en determinados sectores de
la sociedad civil, aspirando a una democra-cia más auténtica.
En esta línea, autores como John Keane, André Gorz, Jürgen Habermas o
Michael Walzer, tratan de redefinir la sociedad civil y de proponer una forma
de articulación con el Estado, que ni prive a éste de sus obligaciones con el
pueblo, ni le permita absorber a la sociedad civil, privándole de todo
protagonismo, arrancándole toda capacidad de iniciativa y creatividad .
Hace algún tiempo proponía el profesor Elías Díaz un "nuevo pacto social" con
los movimientos sociales, para llevar adelante un socialismo democrático
atento a la nueva realidad . Por mi parte considero que tal pacto debe, no sólo
profundizarse, sino tomar un cariz nuevo, porque las instituciones políticas
deberían emplearse en la tarea de ayudar a mantener la autonomía de la
sociedad civil, viendo en ella más un aliado con el que cooperar que un
enemigo al que hay que engullir.
En principio, porque el poder político sólo se legitima comunicativamente, de
donde se infiere que sin una sociedad civil autónoma, capaz de generar
procesos de comunicación sin coacción, falta uno de los elementos esenciales a
la legitimación política. Pero, por otra parte, porque es preciso recuperar los
valores de pluralismo, inciativa y solidaridad sin coerción que son propios de
una sociedad civil viva. Si el megaestado y el estatismo acostumbran a los
ciudadanos a la pasividad; si un Estado débil deja a la ciudadanía en manos de
los poderes fácticos, es urgente revitalizar la creatividad, la autonomía y la
solidaridad de una sociedad civil capaz de universalidad, capaz de ayudar al
Estado a realizar las tareas que le competen.
Por otra parte, conviene decir aquí lo mismo que en ética de la empresa,
porque cualquier actividad humana es en definitiva una empresa: que en la
cuenta de resultados, a medio y largo plazo, es bastante más rentable potenciar
los niveles éticos de relación (corresponsabilidad, participación, ceratividad),
que buscar un máximo de beneficio a corto plazo, abaratando los costes desde
la reducción del salario y la baja calidad del producto . En la cuenta política de
resultados reconocer a la sociedad civil el protago-nismo que le corresponde es
apostar por el medio y por el largo plazo .

5. El potencial transformador de la sociedad civil


De lo dicho se deduce que no parece estar la sociedad civil tan por sus
intereses egoístas, sino que hay mucho en ella de libertad y de solidaridad, no
parece estar tanto el Estado por intereses universalistas, sino que hay mucho en
él de mezquindad y egoísmo. De ahí que muchos ojos se vuelvan hacia la
sociedad civil, y no sólo hacia la sociedad del mercado libre, sino también
hacia una nueva sociedad distinta a la burguesa, en la que pueden cifrarse
muchas esperanzas. ¿Que "prestacio-nes" puede ofrecer esta realidad social tan
poco estructu-rada para transformar la sociedad en su conjunto en una línea de
progreso?
Del conjunto de expectativas que la sociedad civil ofrece tomaremos las líneas
centrales, como parece razonable y las expondremos de forma ordenada.

1) ¿Escuela de civilidad?.
En los años ochenta un grupo de filósofos comunitaristas, encabezados por
Walzer, reciben el nombre de "teóricos de la sociedad civil" por sostener que
los ciudadanos no pueden aprender la civilidad necesaria para llevar adelante
una democra-cia sana ni en el mercado ni en la política, sino sólo en las
organizaciones voluntarias de la sociedad civil (familia, amistad, vecindad,
iglesias, cooperati-vas, asociaciones cívicas o movimien-tos sociales) . La
razón de fondo para tal argumento es que, así como la vida política no puede
sancionar las conductas desviadas sino por medio de castigos infligidos por
extraños, es en la trama de relaciones interpersonales donde nos son más
dolorosos los castigos por las malas actuaciones, ya que vienen de nuestros
seres queridos. Por desgra-cia -afirman quienes esto defienden-, hemos despre-
cia-do la trama de relacio-nes de esa originaria dimensión social, que es la que
produce el espíritu cívico, la solidaridad y la confianza.
Tal vez el argumento sea desmesurado, pero, a mi juicio, conviene no
despreciar su buena parte de razón y potenciar la tarea educativa de la sociedad
civil.

2) Transformación de la economía
Sin duda el mundo de la economía genera mucha menos libertad de la que
pretenden los defensores del neoliberalismo, desde M. Friedman, von Hayek o
R. Nozick, hasta posiciones más matizadas como las de R. Termes o P.
Koslowski. Pero también es verdad que una reflexión profunda sobre la
actividad económica, sobre su sentido y sobre las metas que le prestan
legitimidad, obliga a transformarla en la línea de una economía social, capaz de
asumir sus responsabilidades . En caso contrario, queda socialmente
deslegitimada y pierde la rentabilidad que se genera desde la trama social de
confianza. Ésta es la razón por la que hoy se produce un potente movi-miento
de ética de la economía y de la empresa, que exige una transformación de la
racionalidad económica por fidelidad a las peculiaridades de la actividad
económica misma y, en el mismo sentido, la de la actividad empresarial. Se
multiplican en este sentido las publicaciones sobre la ética de la empresa, como
también el número de asociacio-nes que reflexiona sobre este asunto.
No dejar la economía en manos de la racionalidad estratégica, como hace
Habermas, sino rehabilitar en ella el uso de la racionalidad comunicativa que
resulta indispensable para que funcione, es una de las grandes tareas de nuestro
tiempo. Tanto más urgente cuanto más imparable el proceso de globalización.
3) Revitalizar la cultura social
El pluralismo de concepciones de vida es uno de los haberes irrenunciables de
la sociedad civil desde sus orígenes, y en este sentido lleva razón Rawls
cuando afirma que un pluralis-mo razonable es insuperable en cuantas
sociedades gocen de liber-tad . Sin embargo, no se trata sólo -creo yo- de que
sea insupe-ra-ble, sino también de que un auténtico pluralismo social es una
fuente de riqueza y la única forma de garantizar una existencia común vigorosa.
En efecto, "pluralismo" significa que en una sociedad distintos grupos
proponen distintos modelos de felicidad -lo que yo llamo distintas "éticas de
máximos"- y comparten unos mínimos de justicia. Sin los mínimos
compartidos es imposible construir la vida conjuntamente, pero -a mi juicio-
los mínimos no tienen una existencia autónoma, sino que se nutren de los
máximos . Por eso considero que se equivoca Rawls cuando en la relación
entre la cultura política y la cultura social de una sociedad concede la iniciativa
en exclusiva a la primera.
La cultura política -siguiendo sus indicaciones- consiste en el conjunto de
valores que respaldan tanto una constitu-ción democrá-tica como las
instituciones esenciales correspondientes. La cultura social, por su parte,
procedería de la trama de relaciones de la sociedad civil, en la que se conjugan
tradiciones religio-sas, filosóficas y cuantas proceden del mundo vital. La
conexión entre ambos tipos de cultura es innegable, ya que históricamente se
dan juntas, pero Rawls concede un protagonismo a la cultura política liberal
que resulta injustificado porque, bien miradas las cosas, la cultura política sólo
se sostiene racional y "sentien-temente" -es decir, personal-mente- si viene
respaldada por tradiciones religiosas, filosóficas y culturales verdaderamente
encarna-das en la sociedad. Por eso el pluralismo es una fuente de rique-za, y
urge ocuparse, no sólo de prevenir posibles conflictos, sino también de reforzar
los mínimos y revitalizar los máximos religisoso, filosóficos y culturales.

4) Sociedades interculturales
Uno de los grandes temas de debate, que ha vuelto a ponerse sobre el tapate en
los últimos tiempos, aunque tiene una larga historia, es el del
"multiculturalismo", es decir, el debate sobre cómo organizar una convivencia
justa en sociedades cuyo pluralismo consiste en la convivencia de una
pluralidad de culturas. Ante este problema, que se presenta en casi todas las
sociedades actuales y también en el nivel mundial, las medidas jurídicas y
políticas son necesarias, pero insuficientes. Como en otros puntos de conflicto
social las "medidas éticas" -el cambio de hábitos y convicciones- son
indispensables para construir desde la sociedad civil un mundo intercultural .

5) ¿Nuevos Movimientos Sociales?


En la década de los ochenta surgen en la sociedad civil un conjunto de
movimientos a los que se denominó "Nuevos Movimientos Sociales" para
distinguirlos del movimiento social tradicio-nal, el movimiento obrero. Se
trataba de movimientos intercla-sistas, desestructurados, que pugnaban por un
cambio radical en puntos como la superación del patriarcalismo y el
militarismo o la defensa de la ecosfera; un cambio que, de producirse,
supondría una transformación de la sociedad en su conjunto. Por eso muchas
esperanzas se cifraron en ellos, a pesar de algunas de sus ambigüedades.
De ellos cabe esperar -a mi juicio- que pugnen por una superior calidad de
vida, proponiendo alternati-vas a la estupidez del aumento cuantitativo, y que
incrementen la poli-arquía, la multiplicidad de centros de poder. Los monopo-
lios en cualquier ámbito frenan la iniciativa, matan la creativi-dad, reducen las
posibilidades vitales, destruyen la vida.

6) El "Tercer Sector"
En la actual bibliografía acerca de las cuestiones sociales proliferan los trabajos
preocupados por aclarar el concepto y las funciones de un sector en apariencia
emergente, el llamado "tercer sector" o también "sector social". En principio, el
tercer sector es aquél en el que se realizan actividades sin ánimo de lucro, que
son aquéllas en las que ninguna parte de los beneficios netos va a parar a
ningún accionista individual o persona particular, sino que tienen como meta
acrecen-tar de forma desinteresada la calidad de vida de las personas.
Ante la globalización de la economía, la creciente impotencia de los Estados
nacionales, el incremento del poder de los grandes bancos y las grandes
multinacionales, los sectores político y empresarial parecen incapaces de
garantizar la satisfacción de algunas necesidades básicas de las personas. De
ahí que los ciudadanos hayan de cuidar de sí mismos, restableciendo comunida-
des habitables, que amortigüen los golpes recibidos en virtud de la tercera
revolución industrial.
Ahora bien, a mi juicio, para que el Tercer Sector lleve a cabo su tarea es
preciso evitar la falsa distinción realizada por buen número de autores entre
sector público (gobier-no), sector privado (empresas) y sector social , y
rechazar -en consecuencia- una división del trabajo en la que al gobierno
compete lo público, a las empresas, lo privado, y al "sector social", un espacio
extraño, allende lo privado y lo público. Por contra, hay que decir que al
Estado compete asumir responsabi-lidades públicas básicas y que también las
empresas han de asumir su cuota de responsabilidad pública, de igual modo
que el sector social tiene su tarea en la cosa pública. En consecuencia, la
relación entre unos y otros debe ser de complementación y cooperación .

7) La esfera de la opinión pública


Una sociedad libre precisa una esfera de opinión pública, autónoma con
respecto al Estado, dispuesta a deliberar sobre los problemas comunes. Ya Kant
urgía la creación de una esfera en la que los ciudada-nos ilustra-dos debían
hacer "uso público de su razón". La libertad de la pluma -entendía Kant- es el
paladín de los derechos del pueblo, la "publicidad razonante" es la forma de
concien-cia que media entre la esfera privada y la pública, entre la sociedad
civil y el poder político.
Esta tradición de la publicidad se mantiene en modelos de filosofía política
como el liberalismo político o la teoría deliberativa de la democracia. Pero no
son ya sólo los sabios ilustra-dos quienes deben hacer uso público de su razón,
sino cualesquiera ciudadanos que deseen llevar a publicidad asuntos que a
todos importen, expresando el sentir del público. Por eso la opinión pública no
debe confundirse con la opinión publicada, y la segunda debería estar al
servicio de la primera. Por otra parte, el sentido de la esfera pública no es ya
criticar a la política, sino dejar un espacio libre para la expresión, y sobre todo
ir creando conciencia de sociedad, al debatir aquellos problemas que a todos
importan. Todas las sociedades se enfrentan a retos comunes y, para ser justas,
conjuntamente han de encontrar las respuestas.

8) Revitalización de la vida corriente


Frente a las grandes utopías y a las grandes hazañas, introdujo también la
Modernidad el aprecio por la vida corrien-te . La crisis de las ideologías
políticas y de los grandes metarrela-tos refuerza el interés por esa vida
cotidiana que es, no sólo la de la familia y las asociaciones del Sector Social,
sino también la de las profesiones. Revitalizar las profesiones, recordar qué
fines persiguen y qué hábitos son precisos para alcanzarlos es una de las tareas
encomendadas a la sociedad civil .

9) Solidaridad voluntaria
Los mundos familiar y vecinal son los de las solidaridades primarias sin las
que las personas apenas pueden llevar su vida adelante con bien. Sin embargo,
también en la sociedad civil se conforman asociaciones que llevan la
solidaridad a su rango universalista, empeñándose en defender a los débiles de
los Mundos Tercero y Cuarto, sentando las Bases de una Sociedad Civil
Cosmopolita. El Derecho Internacional y la política mundial les van a la zaga
porque la solidaridad lúcida de las asociaciones civiles es descubridora, es
pionera.
Ha sido esta sociedad civil la que ha exigido que la Europa de los Mercaderes
y los Políticos se convierta en una Europa Social, capaz de incluir en el
Tratado de Maastricht la Carta Social, que contempla los derechos económicos,
sociales y culturales de los ciudadanos europeos. Ampliar estas exigencias a la
humanidad toda es el gran reto de estas asociaciones civiles.
10) Sociedad justa
Si la sociedad civil burguesa consideraba que las cuestiones de justicia no le
atañían y las dejaba en manos del Estado, como si a ella sólo le competiera la
libertad, la universalización de la libertad es imposible sin justicia y sin
solidaridad. Sólo que la solidaridad es virtud a la que no puede obligarse,
mientras que la justicia es la primera virtud de las sociedades. Y no sólo del
Estado, como han creído determinadas tradiciones, sino de la sociedad en su
conjunto: también de esa sociedad civil en la que tantas esperanzas se han
cifrado.

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