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Baraka, el Perdón de las Brujas
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Baraka, el Perdón de las Brujas

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Siglo XVII: Casi toda Europa achicharra a millares de mujeres acusadas de brujas. Un grupo de ellas, con poderosos portentos, intenta escapar hacia el Nuevo Mundo, siendo perseguidas no sólo por la Inquisición sino por el mismísimo diablo, quien cree que tienen unas reliquias sagradas con las cuales pueden eliminarlo según la visión del Profeta Isaías. No será de ninguna manera un viaje agradable, que se extenderá en el tiempo hasta el siglo XX. Novela enmarcada en hechos históricos como los primeros viajes a América, piratas, comercio negrero, tribunales inquisidores, la Alemania nazi, sucesos extraños en un pueblo suramericano, hechizos, pactos con demonios, romances, acción, aventuras, en una interesante investigación del periodista venezolano Eddy León Barreto. Baraka es una historia apasionante de principio a fin, con una conclusión sorprendente.

LanguageEspañol
Release dateSep 16, 2020
ISBN9781005844448
Baraka, el Perdón de las Brujas
Author

Eddy León Barreto

Eddy León Barreto es un periodista venezolano con una larga experiencia en medios de prensa y audiovisuales de su país. En los últimos años se ha dedicado a escribir sobre temas de actualidad y novelas enmarcadas en la ficción histórica y en la ciencia ficción. De estas últimas ha escrito Baraka, el perdón de las brujas, Lucía No Debe Morir, El Proyeccionista de Películas, Por Un Venao Caramerudo, La Túnica Inconsútil de Jesús, y Aquellos Perros Inolvidables. En ensayos, suyos son Perdona Todo, No Importa Qué ( sobre Un Curso de Milagros) y Amar y Sufrir en Grande

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    Baraka, el Perdón de las Brujas - Eddy León Barreto

    Dedico esta novela a mis hijos Eddy, Terry, Melissa y Yeniré;

    y a mis once nietos y un bisnieto. Con un muy especial recuerdo a

    mi abuela Dieguita Acevedo de Barreto, quien

    antes de yo conocer las de «HABÍA UNA VEZ…»

    de niño me contó sobre brujas buenas y reales.

    BARAKA,EL PERDÓN DE LAS BRUJAS, llevó más de un año de investigación para que sus personajes pudieran actuar en dos marcos históricos importantes: el siglo XVII, el de la Inquisición, viajes de descubrimientos, comercio negrero, piratas, etc.; y la década de los años 30, en el siglo XX, la Europa pre Segunda Guerra Mundial, y una apacible población de Venezuela, donde ocurren hechos, sucesos, que para el momento fueron extraordinarios y que hoy se han perdido en la memoria de sus habitantes. Es más, la existencia de brujas fue un relato de mi abuela y el cual convertí en pequeña crónica en la década de los 80 en una sección del diario El Nacional, de Caracas, que prácticamente fue el germen de lo que ahora es esta novela.

    Resultó interesante adentrarse en esa etapa negra de la historia de la humanidad o de la iglesia católica, en la que millares de mujeres fueron achicharradas acusadas de mantener pactos con el demonio. Por siglos se corrió, se enmascaró, este también holocausto, que se unió al de los millones de negros sacados del África para explotar las nuevas tierras americanas, donde ya los conquistadores habían exterminado a un número grande e indeterminado de los indígenas. Estos tres hechos de por sí, son suficientes para interesar en una novela, y es lo que he escrito, sumando además la afrenta de la Alemania nazi, y algunos sucesos de mi ciudad natal. No hay que negar que los seres humanos somos tan especiales que podemos estar del lado del mal o del bien, y en cada una de estas partes se requiere de portentos, de poderes, o simplemente de deseos. Por lo que les cuento acá, esta novela de ficción histórica, creo que tendrá cierta atracción para el público en general, pero sin duda, a los jóvenes les encantará. Y esto lo digo porque mi correctora y apoyadora, la colega, docente universitaria y amiga Carolina González (carolinagonzalezarias@gmail.com), muy analítica y controvertida (¡no sabes cuánto te agradezco tu tiempo y paciencia!) la ha calificado simplemente de BUENÍSIMA, y si ella lo dice…

    Y mi agradecimiento a quienes tuvieron el aguante de leer algunas veces, o escuchar de mi propia voz, los entretelones de lo que escribía, y me dieron ánimos para terminarla. Mi hijo mayor, el Junior, fue uno de ellos y, además, diseñó la portada. Y también gracias a los que no se sintieron atraídos por su lectura, pero que obligó a realizar acertados desvíos argumentales.

    Barcelona, Anzoátegui, Venezuela, agosto 2020.

    ALEJANDRÍA 1600 Y TANTOS D.C

    La punta del alfanje penetró casi hasta el hueso y le fue cortando la piel de la frente de una sien a la otra, pero Al Kalil ni cerró los ojos ni exclamó un susurro siquiera. Sentía que su sangre le bruñía el rostro ya cubierto de arena del desierto y, bajando los ojos, veía cómo se desparramaba raudamente en su chilaba blanca que cambiaba rápidamente de color, pero atado de pies y manos como estaba y obligado sobre una silla, nada ganaba con gritar. Se había acostumbrado a largas jornadas de ayuno y oración para enfrentarse a los demonios, que la de ahora no sería tan diferente salvo por el tormento físico. Y seguro que lo seguirán trozando. Ahora su trinchante movió la hoja de acero que resplandeció a la luz de una lamparilla dejando ver tracerías muy bien labradas y comenzó a hundirla en los carrillos y prosiguió tasajeando los brazos; luego la bajó hasta el pecho para cortarlo en cruz, de lado a lado, arriba y abajo, y con este último movimiento tocando con dureza, como si re-amolara la ya afilada hoja, el ternilloso esternón, incrementando así el dolor que ya resultaba insoportable. Pero Al Kalil creía estar en mejor posición que Esteban al que apedrearon hasta morir, el primer mártir del cristianismo, y por lo menos no lo estaban desollando vivo como habían amenazado sus captores cuando lo sorprendieron saliendo del templo de Alejandría y lo llevaron a la cueva donde lo tenían ahora para que dijera dónde guardaba las cuartetas de Isaías que poseían el secreto para enterrar las legiones del Abaddón, sencillamente al propio Exterminador, a la cola del dragón de las criaturas infernales. Y una de ellas lo tenía en esta situación, en ese querer morir antes de traicionar, en ese llorar de dolor pero sin gritar, y lo buscado, lo largamente preguntado desde que se apoderaron de su cuerpo, para alegría de su ascendencia, estaba enterrado en otro lugar, en las nuevas tierras del cristianismo más allá de las Columnas de Hércules. Las habían asegurado en hojillas de plomo y guardado en arcón de plata, con el dedo con el cual Juan el Bautista mostró al Salvador del mundo, medallas de Munda y tierra sagrada del pie de la Cruz del Gólgota, por mil quinientos años, pasando de generación en generación hasta llegar a los Enríquez, de España. Ahora, Al Kalil, a punto de morir, encomendó su alma al Señor y declamó a Isaías con voz agonizante, dirigiéndola a la presencia, a lo que sabía que estaba allí, en la semioscuridad, percibiendo sin miedo los dos carbones encendidos que por ojos tenía la figura infernal que miraba al frente: « ¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! ¡Cómo te has venido al suelo, tú que debilitaste a las naciones! Pues te dijiste en tu corazón, me elevaré a los cielos, exaltaré mi trono por encima de las estrellas de Dios: me sentaré también en el monte de la asamblea, en la parte del norte; subiré más allá de las alturas de las nubes; seré igual que el Altísimo. Sin embargo, serás arrojado al infierno, a lo profundo del abismo».

    Y sin perturbarse por lo escuchado, Satanás, porque tenía poder para matar, consumió en fuego el cuerpo de Al Kalil antes de que pudiera despedir su último aliento.

    —Hay que convertir a otro más débil que lo que era éste para que me traiga esa arquilla ―dijo―, y con solo un gesto, enseguida sepultó la cueva. Las cenizas del nuevo mártir se unieron con la tierra.

    ―«Polvo eres y en polvo te convertirás»

    HISTORIA I

    EN UN LUGAR DE ESPAÑA, SIGLO XVII

    «No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar y

    escribir de ellos»

    Alonso de Salazar y Frías, Gran Inquisidor español, siglo XVII.

    «No hay que creer que existan; no hay que decir que no existen»

    Dicho español.

    «A la hechicera no dejarás que viva»

    Éxodo, 22.18

    «…no hay libro tan malo que no tenga algo bueno…»

    Plinio el Joven

    1

    —«A lo mejor estabas vivo cuando te echaron al candelero y consciente porque te sentí. ¿Cómo hace uno para saber el dolor que soportaste? Ni imaginándoselo puede uno saberlo. Te arrancaron de mi vida y no pude hacer nada. Euclides, mi amor, perdóname por no poder ayudarte…».

    —«Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mí; Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mí; Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mí».

    No era una letanía colectiva, ni un mantra para liberar el alma de sus miedos, pero la larga fila de caminantes la repetía individualmente, pausadamente, como la mejor manera de comprender que, ante la insaciable persecución de los inquisidores de la Iglesia Católica, podían contar con tener una esperanza invisible como la mejor protección para sus vidas.

    Y Juana Enríquez, yendo a la cabeza, también la decía sin dejar de pensar en cómo fue asesinado su amado.

    —«Y a sus viejos también los quemaron. Gente inocente. ¡¿Por qué Dios mío, por qué?! Absurdo que esto ocurra. La maldad no tiene límites».―seguía pensando.

    Morir por creer en Cristo era la mejor opción ante las acusaciones de mantener pactos con el demonio.

    Podían muchos de los que huían exteriorizar sus supuestos grandes poderes para por lo menos defenderse honestamente, pero era dejar al descubierto lo que ahora intentaban guardar para no ser precisamente conocidos por los perseguidores que no tenían contemplación para asesinar de las formas más despiadadas que imaginación pudiera concebir, aunque achicharrar a las hechiceras fue lo más común que por varios siglos se vivió en la Europa que ya pasaba lo medieval y más allá.

    ¿Qué si podían transformarse algunas de las mujeres de la larga fila de andantes en grandes pájaros alados y así huir hacia otras tierras para iniciar una nueva vida? Sería lo más fácil de hacer pero el costo en vidas no lo justificaría, porque al volar algunas las que no podían hacerlo serían muertas por los inquisidores que dirían que si una voló las otras que quedaron también deberían hacerlo y al no poder, el martirio sería el castigo final.

    Se entiende así por qué prefirieron caminar y caminar, y los viejos y niños montados en carromatos, venciendo dificultades cien por ciento humanas, hasta llegar a un puerto donde podían, como cualquier común mortal, abordar un barco que las llevara a otras tierras, lejos de su patria, porque sólo por ser las mujeres sospechosas de ser brujas «corrían peligro de ser linchadas por las masas: se les tiraba piedras, encendían hogueras alrededor de sus casas y ya a algunas les destruyeron la casa con ellas dentro».

    Ni recordar lo que un tribunal inquisidor discutió para argumentar la realidad de las brujas:

    —«¿Cómo poder documentar que una persona, en cualquier momento, vuele por el aire y recorra 125 leguas en una hora; que una mujer pueda salir por un agujero por el que no cabe una mosca; que otra persona pueda hacerse invisible a los ojos de los presentes o sumergirse en el río o en el mar y no mojarse; o que pueda a la vez estar durmiendo en la cama y asistiendo al aquelarre... o que una bruja sea capaz de metamorfosearse en tal o cual animal que se le antoje, ya sea cuervo o mosca?»

    ―«Estas cosas son tan contrarias a toda sana razón que, incluso, muchas de ellas sobrepasan los límites puestos al poder del demonio», pero, sin embargo, hay quienes lo creen como decir que Dios sí existe.

    Hay que añadir, además, que «ciertas mujeres criminales, convertidas a Satán, seducidas por las ilusiones y los fantasmas del demonio, creen y profesan que durante las noches, con Diana, diosa de los paganos e innumerable multitud de mujeres, cabalgan sobre ciertas bestias y atraviesan los espacios en la calma nocturna, obedeciendo a sus órdenes como a las de una dueña absoluta».

    Juana Enríquez, blanca y hermosa, alta y fuerte, sin exceder el grosor de sus carnes, por lo que no se le podía definir de rolliza sino que lo aparentaba porque ahora estaba pasando por una situación de transformación física muy interesante, era prácticamente la guía de aquellos hombres y mujeres que huían para salvar no sus vidas como motivo principal, sino sus creencias, su fe, el saber que como dijo Jesús «todo aquel que haga milagros en mi nombre tendrá mi bendición», porque la mayoría lo que hacía era llevarle a los más necesitados la curación de sus males físicos y espirituales, bien con el calor que emanaba de sus manos, con el conocimiento ancestral de lo que pueden hacer las plantas y los minerales y, por supuesto, con dones maravillosos muy parecidos a los que tenía el propio Cristo pero nunca, por lo menos en lo que ella conocía, utilizando los también grandes poderes del maligno.

    Aún escuchaba lo que decían en esos juicios contra la gente que sólo se dedicaba a curar a sus semejantes golpeados por la llegada de grandes plagas. Acusaciones que, aunque nunca fueron comprobadas, sí volaron como polvo de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de aldea en aldea:

    ―«Que los bruxos y bruxas las conoscía en que miravan alborotado y tenían en uno de los ojos una señal negra y no podían llorar, y que los que tenían la señal que el demonio les ponía, aunque picassen muy resio en la dicha señal no lo sentían... tienen en el ojo izquierdo en el blanco dél una señal pequeña negra como lenteja que les pone el demonio, y que el demonio les pone la dicha señal, les dize que es del Angel de la bellaguarda... y la ponía el demonio con una varita que parescía de oro».

    ―«Que muy a menudo, y siempre en la noche del viernes al sábado, han asistido al sabbat, que se celebraba ora en un lugar, ora en otro. Que allí, en compañía de hombres y mujeres sacrílegos como ellas, se libraban a toda clase de excesos, cuyos detalles causan horror... allí adoraba al macho cabrío y se daba a él, así como a todos los presentes en aquella fiesta infame. Se comían en ella cadáveres de niños recién nacidos, quitados a sus nodrizas durante la noche; se bebían toda clase de licores desagradables y la sal faltaba en todos los alimentos. Se cocía en las calderas, sobre un fuego maldito, hierbas envenenadas, sustancias extraídas bien de los animales, bien de cuerpos humanos, que, por una profanación horrible, iba a levantar del reposo de la tierra santa de los cementerios para servirse de ellos en los encantamientos; merodeaban durante la noche alrededor de las horcas patibularias, sea para quitar jirones a las vestiduras de los ahorcados, sea para robar la cuerda que los colgaba, o para apoderarse de sus cabellos, uñas o grasa».

    Pero, de verdad verdad, todo eran mentiras, si mentiras, porque «humana cosa es apiadarse de los afligidos...". Y eso era lo que Juana Enríquez y sus amigos hacían. Por primera vez la iglesia estaba viendo en la mujer sabiduría y en un mundo de hombres, donde lo femenino era secundario, la Trinidad no podía tener mujer: solo Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    2

    Juana llevaba un vestido que casi le llegaba a los pies y, debajo de éste, unas enaguas con muchos bolsillos en los que guardaba hojas, raíces y frutos secos de plantas comunes y desconocidas: era su herbario particular, su farmacopea no escrita en la que también escondía polvillos minerales y un sinfín de metales raros.

    Su pelo negrísimo se ocultaba debajo de una toca, cuyo pañuelo de seda pura de oriente, regalo de su padre, como un «hiyab» se envolvía alrededor de la cabeza y del cuello hasta el mentón, destacando así su rostro enigmático y, sin duda, de gran belleza.

    Así como ella, otras traían consigo similares guarniciones. Con estas no sólo se alimentaban con la elaboración de brebajes e infusiones, sino que curaban a enfermos que encontraban en el ya largo camino iniciado meses atrás cuando la soldadesca española irrumpió en sus hogares en busca de los supuestos brujos y brujas, más a estas últimas que a los primeros, a quienes por cierto no le tenían tanta aversión.

    Caminaban uno detrás de otro, moviendo sus carretas por senderos abiertos entre lodazales y en serranías, para no seguir los caminos reales más transitados, andando desde madrugada hasta caer el sol. Había niños, jóvenes y ancianos, y casi se acercaban al medio centenar.

    Mucha gente para pasar desapercibida. Viajeros con toda la realidad de los que huyen y, por eso, Juana alentaba a todos a no desmayar para llegar pronto a la próxima ciudad portuaria, donde se dividirían en grupos para simplemente salir hacia otras tierras. Si tropezaban con otros viandantes decían que estaban en busca de nuevos horizontes para sus vidas, pero a pesar de sus semblantes cansados no daban muestras de ser unos andrajosos, ni de formar parte de una caravana de mendigos y hasta de gitanos, también otra minoría que no las llevaba todas consigo.

    Sola y huérfana, no tenía a nadie en este mundo, salvo las muchas amigas de la comunidad. Era una mujer muy inteligente y estudiosa, que viajó mucho con sus padres por Tierra Santa y que desde pequeña mostró talentos que a su entender solo puede conceder un Ser Superior o el propio Espíritu Santo, en directa comunicación con su creación; y unos portentos muy especiales que le enseñaron a utilizar con moderación, porque siendo cristiana no entendía cómo los superiores católicos se aferraban a su verdad y se empeñaban en negar que otros podían hacer cosas asombrosas sin que se les pudiera acusar de mantener pactos con el maligno.

    Cuando era niña, en Jerusalén, supo que sus ascendientes habían formado parte de los setenta y dos apóstoles que Jesús envió a propagar su doctrina. Uno de ellos acompañaría a Saulo de Tarso en su frustrado viaje a la Hispania y de él conocieron sus descendientes muchas ágrafas de Cristo que no aparecen en los Evangelios conocidos pero que se difundieron de forma oral; una de sus preferidas era «Mas bienaventurado es dar que recibir», y la tenía como guía de su actuación diaria, porque servía a todos y a nadie negaba una asistencia.

    Entendía que la creencia en Dios no estaba supeditada a los milagros. No hay que hacer fenómenos y maravillas para decir a la gente que tienen que creer, porque Dios tiene tanto o más poder como lo puede tener el maligno, porque el mal y el bien siempre están purgando por el dominio, por el poder total, pero es en el corazón de la gente donde se produce el desvío de la balanza.

    Esa era su guía de acción en la vida, su manera sencilla de pensar, y por eso creía que el bien, así como hacen los que están con el mal, se transmite en dones maravillosos que serán buenos cuando se usen para llevar paz y felicidad. Porque pócimas, amuletos o imposición de manos son instrumentos para hacer el bien y también podrían servir para lastimar, pero en definitiva todo está centrado en el corazón y la mente de los que verdaderamente creen en lo que predican y en lo que hacen, porque «algo que no cambiará nunca es la diferencia entre el bien y el mal».

    Para ella todas estas mujeres que ahora huían eran sabias y los hombres, místicos. Y lo que hacía la Iglesia era obligarlos a todos a ocultarse del mundo acusándolos de herejes y, al no comprender, por desconocimiento o quién sabe por cuáles intereses, que sus talentos eran innatos, dados quizás por una Inteligencia Suprema, y muchos de ellos como consecuencia de un largo aprendizaje de conocimientos transmitidos de padres a hijos, de generación en generación, procedían a condenarlos, con o sin juicios previos llegando hasta el exterminio. Temían que algunos podrían tener secretos tan peligrosos que si los daban a conocer, el mundo podría estar en peligro, la religión católica podría sucumbir, el poder de la Iglesia podría desaparecer. Así extinguieron a los cátaros y por eso se ocultaron los esenios.

    ¿Qué razón hay que asustarse porque algunos pueden transmutar metales y otros conocer el futuro por las señales que el mismo mundo deja por todas partes? Hasta Saulo de Tarso (San Pablo) decía que fue llevado en cuerpo o en espíritu a un lugar que era el paraíso, donde escuchó palabras tan secretas que a ningún hombre se le permite pronunciarlas. Y el mismo Cristo afirmó que «Ay de aquellos que pueden saber que va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo o va a llover porque está rojo y nublado y no saben interpretar las señales de estos tiempos, las que guían hacia el reino de Dios».

    —«No tenemos culpa de ser como somos, pero algún día nos entenderán. Creo que todos fuimos bendecidos con dones y habilidades increíbles».

    Se lo decía su padre y se lo repetían los últimos hombres y mujeres druidas que había conocido, los que afirmaban «que nos escuchan como sabios porque entendemos el lenguaje de lo secreto».

    3

    La huida era encubierta, pero Juana no dejaba de recordar lo que su padre le contó sobre la expulsión de los judíos de España, ejecutada por el gran inquisidor general Tomás de Torquemada, que los acusaba de herejes y les obligaba a la conversión, a hacerse católicos, por lo que le preocupaba que pudieran hacer lo mismo con ellos.

    Inventaron todas las excusas posibles: que renegaban de Cristo, que eran culpables de su muerte, que tenían sus propias leyes, que prestaban dinero a ratas especulativas. Pero lo cierto del caso es que desde las juderías comenzaron a salir miles y miles de familias al extranjero y sus bienes fueron incautados por el Imperio; el éxodo proseguirá por siglos y siglos, porque el edicto de expulsión de la reina Isabel y su esposo, Fernando II, los Reyes Católicos, tendrá vigencia más allá de la muerte de los Soberanos. Conversión o muerte.

    —«Salieron estos judíos de las tierras de sus nacimientos, chicos y grandes, viejos y niños, a pie y caballeros en asnos y otras bestias y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que habían de ir, e iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos y siempre por donde iban los convidaban al bautismo, y algunos con la cuita se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabinos los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y así salieron de Castilla».

    Ya habían pasado doscientos años de ese edicto de los Reyes Católicos, aplicado funestamente después contra mudéjares, primero, luego moriscos, y cualquier minoría étnica no conversa.

    E igual número de años de la promesa de una nueva vida en nueva tierra: la América, y para que Juana y su gente no lo olvidaran. También doscientos años desde que Sevilla consumó su primer auto de fe ejecutando a seis personas en la hoguera, que al cabo de una década ya sumaban dos mil herejes asesinados¬; era la visión extrema del poder que empezaría a tener la Inquisición en el mundo conocido como advirtiendo que desde ahora solo hay una sola fe que profesar.

    Muchísimos años de persecución y matanzas de brujas y los que faltarían; muchísimo odio en el nombre de Dios, y lo que habría que seguir sumando; muchísimos inocentes que nunca recibirán el perdón de sus verdugos; muchísimos crímenes para una misma mano. Persecuciones, masacres, cacería de herejes, prisiones para matar y torturar, mazmorras, odio a la ciencia, odio a la libertad, ¡y todo para el sostenimiento de la esclavitud espiritual!

    Dijeron que España se hundiría en la miseria y el oscurantismo, que se convertiría en una leyenda negra de la historia con todo lo que estaba haciendo, sin incluir el haber diezmado a los indígenas americanos no solo por la ferocidad de los conquistadores sino también por la viruela, el sarampión y otras enfermedades que llevaron los exploradores y los colonos europeos. Pero para Juana muy poco podían hacer para detener la continuación de ese deicidio, porque para ellos sólo existía un ahora, esa ruta de los judíos que estaban siguiendo para llegar a Portugal y de allí salir hacia el Nuevo Mundo, hacia la nueva tierra descubierta que podría ser para todos la tierra prometida del pacto bíblico, la que desde 1511 Fernando el Católico otorgó en libre acceso a todos los naturales de sus reinos sin pedirles información.

    ―Juana, ¿cuándo llegaremos? ya la gente está cansada.

    La que preguntaba era Margielles, su ayudante y aprendiz, una joven de tez aceitunada, con aires de gitana, de ojos muy verdes que destacaban con la lumbrera de la fogata, sobre la cual un gran tarro guardaba una infusión que Juana estaba preparando.

    Huérfana como ella y con un rostro tan atractivo como el suyo, la muchacha destacaba por su inteligencia y la manera como podía esconder sus talentos, cada día más notorios en cuanto a lo sorprendente de los mismos.

    Le había prometido a sus padres que estaría bajo su protección y lo estaba cumpliendo. Sabía que los poderes de Margielles eran tan extraordinarios que sorprendían y maravillaban, lo que la hacía muy importante para la comunidad. Casi le doblaba en edad. Tenía dieciocho años, pero su hermosura, candor e inocencia la convertían en lo que se imaginaba debe ser una persona angelical.

    Para Juana era la propia personificación de Hypatía, la científica de la biblioteca de Alejandría, junto al Mediterráneo, que acusada de bruja fue muerta por una turba de encapuchados cristianos que la vituperó, la desnudó, y la despedazó cortando sus carnes y miembros con conchas de ostras afiladas y finalmente quemó sus restos. Todo esto en una revuelta cristiana en el 415 después de Cristo, propiciada por el Obispo Cirilo, ocho siglos antes que el Santo Oficio hiciera común hechos similares en casi toda Europa.

    Y Juana haría todo lo que estuviera a su alcance para protegerla porque creía en los poderes espirituales e intelectuales de la profecía, la adivinación, la muerte, la transformación y la resurrección que la acompañaban, todos dones maravillosos que hay que bendecir por tenerlos.

    ―No te preocupes, en dos o tres amaneceres estaremos en el puerto, ya pronto llegaremos; estamos rodeando a Onuba y el mar de Portugal nos bañará los pies —le respondió haciéndole un ademán para invitarla a que se sentara frente a la fogata.

    Eran numerosos los fuegos que se veían en el entorno en una noche muy estrellada, que invitaba a la serenidad de las almas y a la conversación pausada sobre temas de interés para una gente perseguida. Aullidos de animales feroces y movimientos nerviosos y sorpresivos de otros asustaban a los chavales, quienes buscaban protección en los mayores, que sólo los consolaban con un «duérmete mi niño, pronto veremos el mar».

    Bajar de la montaña a la costa abriendo caminos nuevos y rodeando humedales no era cosa fácil, y, al morir la luz del día, descansar para luego reiniciar la marcha era tan importante como mantener la vigilia, la cual, aunque era tarea de todos, recaía en jóvenes de grandes condiciones físicas y que reportaban las novedades directamente a Juana y a Margarita, la segunda mujer, si se quiere, con poderes demasiados increíbles.

    Los últimos informes no eran muy alentadores. Los perseguidores estaban cerca y algo pronto debían hacer si querían llegar a su destino.

    ― ¿Y por qué privarnos de… nuestros… dones?— le preguntó Margielles, lentamente, casi contando las palabras. Si eran brujas podían obviar muchas dificultades.

    Juana saboreó un sorbo del contenido de la taza que se llevaba a la boca, antes de responder.

    ―Somos muchos y entre nosotros también hay gente que apenas sólo nos conoce, que no tiene afinidad con nuestra fe, con nuestras creencias, y la Inquisición paga muy bien la delación, es por eso que he prohibido los portentos —le aclaró.

    ― ¡¿Cómo este?! —Y Margielles con cantarina risa que terminó en un pequeño eco y, como un verdadero magus, desapareció frente a Juana.

    ―Sí, como ese y todos— le increpó y, pronunciando unas extrañas palabras, hizo que la joven volviera a aparecer.

    ―Y toma— agregó sonriente, ofreciéndole una manzana que había sacado prácticamente del aire.

    ―Esto sí está bueno, porque ansiaba comerme una fruta así tan especial, ¿cómo lo hiciste, Juana?

    —El viaje hacia América será largo y tendrás tiempo suficiente para aprender.

    Margielles mordió la manzana, masticó y volvió a preguntar.

    ―Juana, ¿por qué de dónde venimos la gente corría el rumor de que nos persiguen porque también somos cátaros y nos decían cosas ofensivas?, ¿qué es un cátaro?

    ―Papá contaba ―comenzó a responder― que entre sus ascendientes habían esenios y cátaros, distintas maneras de tener otra visión sobre el bien y el mal; estos últimos, decían que la Tierra fue creada por el demonio por lo que debía seguirse el camino de la pureza para ganar el cielo. Esto se oponía a la doctrina católica, y todos sus seguidores fueron exterminados en lo que podría considerarse la primera cruzada de la historia, porque además se les consideraban creaturas ciegas, perros mudos, que no merecían vivir.

    ―Yo pienso que de alguna manera se les veía como hechiceros y, después de que los exterminaron, la Inquisición buscó otros chivos expiatorios, las brujas y brujos, pero hay quien dice que algunos cátaros sobrevivieron al sitio de Béziers, donde la leyenda sostiene que fueron asesinadas miles de personas. Cuando los jefes militares preguntaron al jerarca católico cómo distinguir a los inocentes de los cátaros, este les respondió: «Matadlos a todos: Dios reconocerá a los suyos,» por lo que estaba convencido que había que acabar con estos otros pretendidos herejes.

    «De la campaña católica contra aquellos sectarios se recuerda sobre todo el asedio y la toma de Béziers, en julio de 1209. Arnaldo Amalrico, abad de Citeaux y asistente espiritual de los cruzados, a los barones que le preguntaban qué tenían que hacer con la ciudad conquistada: Matadlos a todos, Dios los reconocerá A la cual siguió una masacre que alcanzó los 40.000 muertos».

    ― ¿Y por qué si nosotras nunca hemos tenido relación con los cátaros ahora nos persiguen por brujas, siendo también cristianas?― volvió a preguntar.

    ―No habíamos nacido cuando empezaron a perseguirnos trescientos o cuatrocientos años atrás, no solamente a los que mostraban señales o fenómenos maravillosos, sino hasta los que habían nacido con impedimentos físicos. Había una obsesión por todo lo que para ellos oliera a anormalidad, fuera de lo común, excepciones, y no se salvaban los enfermos mentales ni los minusválidos, quienes recibían un trato inhumano. Nos persiguen simplemente porque creen que hemos hecho pactos con el maligno, que ciertos ángeles cayeron del cielo y ahora son demonios, y que son capaces de hacer cosas que nosotros no podemos, que son simplemente brujas las personas en quienes esos demonios han obrado cosas extraordinarias, que existen brujos y hechiceros que por el poder del diablo son capaces de producir efectos reales y asombrosos, y que éstos no son imaginarios.

    «San Agustín había acuñado la frase: Los sordomudos de nacimiento jamás pueden recibir la fe, pues ésta viene de la predicación, de lo que uno oye. Este defecto (la condición de sordomudo) impide (impedit) también la fe misma, como atestigua el Apóstol con las palabras: la fe viene de lo escuchado» (Romanos 10, 17)

    ― ¿Pero por qué perseguirnos hasta la muerte?― insistió.

    ― ¡Hay tantas versiones! No dudo que hay gente mala que está unida al maligno, pero no hubo diferenciación. Todo se conectaba, hasta el sexo era la vinculación más corriente: sostenían que había hechiceras que con encantamientos y pociones influían para que las parejas no pudieran sostener buenas relaciones y lo más importante, no concebir, no tener hijos, por lo que empezaron los matrimonios secretos para que esos brujos o brujas no estuvieran presentes, y las iglesias se fueron quedando solas.

    ―Se acusó a las comadronas de pactar con el diablo y de matar los recién nacidos para utilizarlos en sus prácticas y hasta se buscó en la Biblia el Libro de Tobías para decirle a los católicos que el fin del matrimonio es la procreación y no el placer, y muchos sostienen que para imponer esto falsearon las palabras bíblicas, y nos matan porque...

    «En el libro de Tobías se habla de la boda del joven Tobías con su pariente Sara, que había sido confiada ya a siete esposos, a los que el diablo Asmodeo había asesinado en la noche de la boda. El arcángel Rafael dijo al joven Tobías «El demonio tiene poder sobre aquellos esposos que excluyen a Dios y se entregan a su lascivia como los caballos o los mulos, que carecen de razón. Pero tú contente durante tres días de ella y ora durante ese tiempo juntamente con ella ... Cuando la tercera noche haya quedado atrás, toma a la virgen, en el temor del Señor, más por amor a la prole que por placer». Después de tres días y noches, dice Tobías: «Ahora, ¡oh Señor!, sabes que tomo a mi hermana como esposa no por lascivia, sino sólo por amor a la descendencia. » (Tob 6,14-22; 8,9)

    ― ¡Pero nosotros no actuamos así! ―afirmó con convicción, sin dejarle terminar la frase.

    ― ¡Claro! Y ellos creo que lo saben, pero no quieren perder a sus feligreses que nos buscan, pobres y ricos, para que curemos sus enfermedades y solucionemos sus problemas; también dicen que somos contrarios a la doctrina de la Santa Madre Iglesia.

    ―Piensan los prelados católicos que somos las mujeres las causantes de todos los males, que embrujamos hasta con los cabellos, que encantamos y que por no ser nada valiosas hay que exterminarnos; por eso se nos persigue, y por tener portentos nos acusan de brujas.

    «Dios ha dado al demonio mayor poder embrujador sobre la cópula que sobre otras actividades humanas». Inquisidores dominicos alemanes Jakob Sprenger (profesor de teología en Colonia) y a Heinrich Institoris, autores del Martillo de Brujas, 1487.

    «Las comadronas brujas superan en infamias a todas las brujas restantes… Como brujas arrepentidas han confesado con frecuencia a nosotros y a otros cuando decían: nadie hace más daño a la fe católica que las comadronas» Martillo de Brujas, 1487.

    «Si proseguimos nuestras investigaciones, comprobaremos que casi todos los imperios de la tierra fueron destruidos por medio de las mujeres. En efecto, el primer reino dichoso fue el de Troya... si no existieran las maldades de las féminas, por no hablar de las brujas, el mundo permanecería libre aún de innumerables peligros»

    «Mencionemos aún otra propiedad, la voz. Como la mujer es mentirosa por naturaleza, también lo es al hablar, pues ella pincha y deleita a la vez. De ahí que se compare su voz con el canto de las sirenas, que atraen con su dulce melodía a los transeúntes y luego los matan. Las mujeres matan porque vacían la bolsa del dinero, roban las fuerzas y obligan a despreciar a Dios...". Proverbios 5: «Su paladar (su forma de hablar) es más suave que el aceite; pero al fin es amargo como el ajenjo». (I, q. 6).Martillo de Brujas, 1487.

    «No sin gran preocupación ha llegado recientemente a nuestros oídos que en algunas partes de la Alemania septentrional, así como en provincias, ciudades, comarcas, localidades y diócesis de Maguncia, Colonia, Tréveris y Salzburgo un gran número de personas de ambos sexos, descuidando su propia salvación y alejándose de la fe católica, tienen relaciones carnales con el diablo en figura de varón (incubus) o de mujer (succubus)... » Bula sobre brujas, «Summis desiderantes» del Papa Inocencio VIII (5 de diciembre de 1484).

    —Y todavía hay más, la Iglesia española falsificó el texto sagrado del sexto mandamiento que hablaba de no cometer adulterio, por el de no fornicarás, para así perseguir a los que mantuvieran relaciones íntimas no estando casados.

    ―Y hasta las ofensas de palabras a Dios y el humor contra la Iglesia también son blanco de castigos severos; San Agustín (+430) enumera ochenta y siete formas de herejías, por eso es que exponernos a quedarnos en nuestra querida tierra es vivir en la oscuridad, como escondidos para no arriesgarnos a morir.

    — ¿Y los cátaros desaparecieron? ―preguntó la joven.

    ―Como ya te dije, algunos aseguran que fueron exterminados pero otros viven, siguen en su fe y he escuchado que muchos de sus descendientes abrazaron el calvinismo para vengarse de Roma.

    ― ¿Podemos pelear contra los inquisidores, defendernos?

    —No, no creo que eso deba llegar porque nosotros también somos cristianos pero no estamos concibiendo ninguna acción violenta contra nuestros perseguidores, más bien buscamos vivir en paz, y que haya más tolerancia. Esto debe llegar, no sé cuándo pero llegará. Los religiosos católicos no pueden pretender ser dueños de la verdad, pero insisten en que sus inquisidores son casi sagrados y que nadie puede contrariarlos, ni ser molestados u obstaculizados por autoridad ninguna, y a todos los que se les opongan, cualesquiera fuere su rango, fortuna, posición, preeminencia, dignidad o condición, podrán ser excomulgados, eliminados sus privilegios de exención que puedan reclamar, y sufrir penalidades, censuras y castigos aun más terribles, todo según lo ordenado por la Bula del Papa Inocencio VIII, y que sigue vigente.

    ―Dime, ¿los cátaros creían en Jesús?

    Juana mostraba paciencia para continuar respondiendo sobre algo que estaba marcado en el tiempo doscientos años atrás. La noche era fría y ya quería analizar en detalle la situación. Bosques de coníferas de lado a lado del camino conformaban una amurallada barrera que les impedía ver lo cerca que estaba el mar al seguir bajando desde las montañas. Y parecía que todo el firmamento se sostenía en las puntas de los altos árboles, tan cerca que se veía. Pájaros raros, lobos que aullaban y animales más mansos estaban muy cerca de ellas; solo el mirar la imparcial belleza de las estrellas hacía que Juana corriera sus pensamientos hacia instantes de grata recordación vividos con los seres queridos, con los padres que ya no están,

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