Dos problemas: el Problema del Mal. Y, el Sentido del Dolor. Necesitamos resolverlos
para poder entender bien nuestra relación personal con Dios.
I – EL MAL EXISTE.
Y quien sufre, es la gente normal. No los malos. No los santos. También ellos por
supuesto, pero no por ser o malos o santos: sufren, porque son humanos. Quien sufre es
la gente como Usted y como yo: la gente común y corriente.
Que quede claro: no sufrimos debido a nuestras malas acciones; los males no son
castigo de Dios; el sufrimiento no proviene de un injusto Todopoderoso, que, primero
nos crea imperfectos para luego castigarnos por nuestras fallas. No olvidemos que Dios
es Amor. El dolor, simplemente, existe.
Dios no le da a cada quien lo que merece. No por ser yo bueno dejaré de sufrir. Como
tampoco fallamos por ser pecadores: Adán y Eva lo hicieron antes de cometer su primer
pecado. Así que no se vaya a culpar si está padeciendo un sufrimiento inexplicable.
Tampoco afirme que Dios le da a cada quien lo que merece: esta es una de tantas frases
consagradas que, a fuerza de repetirlas, pierden su valor y dejan de ser verdaderas.
Pero si tú, en tu trabajo tanatológico, enseñas esto a tus pacientes, además de lograr que
se sientan culpables, les podrá nacer un tremendo odio hacia ese Dios tan injusto. He
platicado con Ministros Religiosos que explican el sufrimiento de alguien conocido
“porque se apartó de Dios”. Un Dios castigador, justiciero, o peor, vengativo, ¿será
nuestro Dios?
Tenemos la tendencia de echarla la culpa a Dios de todo lo que sucede: bueno y malo:
todo es Voluntad Suya, o al menos es permisión divina. Lo que nos lleva a tomar
posturas poco humanas.
El dolor existe. Es parte de la vida. De esta vida. Y no depende de qué tan buenos o
malos seamos, qué tan culpables o no. Existe. Simplemente existe. ¿Por qué? Porque
somos imperfectos; y todo lo imperfecto – nuestro cuerpo y nuestra naturaleza – tiene
que fallar.
Pero, por otra parte, sabemos que todo lo que existe, existe por algo trascendente. Así, si
el Dolor existe, debe tener una razón más allá que ser simple síntoma; si la enfermedad
existe, si la Muerte existe, deben tener un por qué. Mejor dicho: un para qué.
Ni siquiera deberemos de sufrir para alcanzar a Dios: Dios es Amor y todo lo que es
Amor es gratuidad. Hasta nosotros, cuando amamos de verdad nos entregamos
gratuitamente al ser ama y perdonamos sus fallas sin pensar en castigarlo. Y no somos
mejores que Dios.
Dios ama a su creación y a sus criaturas, pero no puede quitar el problema del mal,
resultado mismo de la limitación del Hombre, ni el de la libertad humana: tiene que
dejar fluir la vida con respeto a las leyes de la naturaleza y a los cauces de la libertad.
Sólo la concepción de un Dios lleno de amor será lo que haga que el hombre supere su
orgullo ante lo incomprensible y su complejo de víctima ante el dolor.
1.- La amargura. Quienes se amargan se vuelven malignos, odian, hieren, tienen rabia,
se desesperan. Con lo que magnifican su dolor. Y sólo les quedará el vacío interior.
3.- Huir del sufrimiento. Esconderlo donde no se vea, rodearse de murallas internas para
que no hiera. En este caso el dolor se transformará y crecerá, porque se convirtió en un
sufrimiento reprimido.
4.- Empequeñecerse. Significa que, quien lo padece y responde así, solamente está
dando vueltas y vueltas sobre lo mismo. Vivirá para su pena y la impondrá a los demás.
Su actitud, no siempre consciente, es la de Autocompasión.
5.- Crecer ante el sufrimiento. El dolor o destruye o hace crecer, o debilita o fortifica.
Ante el sufrimiento, quienes tienen esta respuesta, se enfrentan, se recuperan y maduran.
Y abren una nueva visión de la vida, más honda, más comprensiva, más humilde, más
auténtica, y siempre alegre.
Además tendremos que entenderlo ante la luz de la fe. San Pablo: Somos cuerpo místico
de Cristo. Él la Cabeza, nosotros los miembros. Suplimos en nosotros lo que faltó a la
Pasión de Cristo.
Finalmente: Paa aquellos que aman a Dios, todo lo que suceda es para su bien. Iis qui
diligunt Deum, omnia cooperantur in bonum.