Descubrieron los sabios un buen día a los niños, unos seres imprevisibles
que acampaban a las afueras de la Historia. Tras considerar con detalle la
cuestión decidieron propiciarles un escarmiento: inventaron un armario llamado
escuela. Diseñaron el pupitre, la pizarra y un domador de murmullos con una
larga vara de avellano.
Pasaron felizmente los siglos y el invento vino a ser criticado por otros
sabios muy modernos. Es cosa aburrida, autoritaria y alejada de la vida,
dictaminaron. Y pasaron del negro al blanco en buena lógica binaria.
Cambiaron el decorado. Ardieron en hoguera festiva los viejos pupitres
con nombres de amores esculpidos en furtiva madera. Luz y bolígrafo, nuevas
sillitas y mesas de plástico relucientes; abajo las tiránicas tarimas. Troquelaron al
nuevo servidor del invento, el maestroamigo, funcionario permisivo que pasea
por el aula con sonrisa afable. Los alumnos, sin embargo, continuaban
bostezando ostensiblemente, aun en presencia del mismísimo inspector.
Cambiaron también los contenidos; tras un celebrado cónclave de curri
cólogos se editaron hermosos libros con fotos de Lenin y hasta de Lennon. Pero
el sistema rechinaba, a pesar del hilo musical. ¿Era acaso la entropía?
Dictaminaron otra vez los sabios: cambiar los métodos. Se produjeron en
serie metodologías activas, creativas, divertidas y persuasivas... La escuela era
una agitada fiesta, pero el bostezo amenazaba en mudar en aullido, lamento o
dentellada. ¿Qué hacer con el armario? ¿Qué queda entonces por cambiar, si
todo lo secundario ya ha sido transformado?
Detenerse a considerar con algún detalle precisamente lo esencial. Pero,
¿recuerda alguien qué demonios es lo esencial en todo este maldito embrollo?
FABRICIO CAIVANO
FRANCESCO TONUCCI
Trabajo en grupo.
¬ ¿qué es fundamental y qué secundario en la educación?
¬ ¿cual es nuestro papel como educadores para conseguir que la escuela
pueda “salir del armario” y centrarse en lo esencial?
El porqué de la vida. Un texto de José Antonio García Monge.
El hombre, porqué de Dios:
Solemos presentar a Dios como el más absoluto, el único absoluto y definitivo porqué del
hombre pero la buena noticia que transciende el crecimiento humano y a la vez lo impregna
y lo esperanza es que el hombre es un porqué para Dios. Ese hombre se supera infinitamente
a sí mismo y se abre a una mirada liberadora que corre todos los riesgos de lo humano para
que ese hombre tenga un hogar, para que ese hombre tenga una causa por la que vivir, morir
y resucitar. El hombre porqué de Dios nos revela la grandeza de Dios y la del hombre. El ser
humano merece un porqué. Las causas que acarrean felicidad al hombre han, por así
decirlo, desde la Revelación cristiana, "motivado" a Dios que se hace hombre a través de un
porqué aceptando hasta la situación límite del cómo de la cruz. Desde entonces lo humano
será don y tarea, motivación y razón de la existencia liberada.
Soy un porqué para Dios significa: soy valioso, intereso, soy amado, una Vida vale mi
vida, mi libertad, mi capacidad de esperar, amar, y realizar el sueño de Dios sobre mí.
Viktor E. Frankl (El sentido de la vida, p. 115) escribe:
"Este sentido último excede y sobrepasa, necesariamente, la capacidad intelectual
del hombre; en Logoterapia, empleamos para este contexto el término suprasentido.
Lo que se le pide al hombre no es, que soporte la insensatez de la vida, sino más
bien que asuma racionalmente su propia capacidad para aprehender toda la
sensatez incondicional de esta vida. Logos es más profundo que lógica".
El otro, porqué del hombre
Si el hombre es porqué de Dios nos enseña que el otro, con minúscula o mayúscula, ha de
ser porqué del hombre. La autorrealización es plena cuando nos introduce en la relación
interpersonal que nos constituye yo tú. El porqué verdadero y último nunca es algo, siempre
es alguien. Un alguien plural, un alguien vivo al que sacamos del anonimato por el amor, al
que damos identidad llamándole por su nombre. Más exactamente respondiendo a su
llamada, a su grito, en el que nos pide una mirada y nos ofrece un porqué.
Nietzsche afirma “que quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”.
Muchos pobres así nos lo demuestran.
La ausencia del sentido de la vida produce el vacío existencial, donde el hombre no vive, sólo
funciona; más que existir pretende durar, se da una confusión entre el bienestar y el bienser.
Escoger un porqué es un acto arriesgado. El escoger no hipoteca mi libertad sino que me permite
ejercitarla.
Escoger conlleva percibir, valorar, establecer prioridades, renunciar, elegir y comprometerse con
lo elegido.