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Mi encuentro con los Tarahumara en la Leadville 100

Por Micah True (alias “Caballo Blanco”).

Traducido por Mayayo para Carrerasdemontana.com

El verano de 1993:

Me desperté en el “Boulder Community Hospital” después de un grave accidente de bicicleta. Mi casco se


había partido en dos y tenía numerosos cortes alrededor de los ojos que habían requerido muchos
puntos. Lo último que recordaba era sentirme salir volando sobre el manillar de la bici mientras aceleraba
hacia abajo a casi 60 km/h, cuando en el largo descenso pavimentado me encontré un inesperado parche
de gravilla.
No podía dejar que el personal del hospital me dejara ingresado, pues no tenía seguro alguno de salud ¡Y
todo caballo tiene que comer! Hice que llamaran a mi buena amiga Robin, quien llegó al hospital para
llevarme a casa y cuidarme. Ella me diría más tarde que había estado delirando, y cómo estuvo a punto de
llevarme de vuelta al lugar que había decidido tan firmemente dejar!

Después de una semana o así, ya podía moverme sin mucho dolor, por lo que decidí celebrar el hecho
de estar vivo apuntándome en la Leadville 100 Miles. Ya la había corrido seis años antes, y con una
marca de 22h30 entré en 10º lugar pese a hacerlo con mucha cautela debido a que en los dos meses
que van de la Western States 100 Miles a Leadville no había podido correr. Había tropezado en una curva
en los primeros tramos de la Western, sufriendo un serio esguince de tobillo. Pero seguí corriendo hasta
que el doctor me hizo parar en el control de las 85 millas, cuando apenas podía mover lo que ya era un pie
hinchado como el de un elefante. Al año siguiente, había estado en las mejores condiciones aeróbicas de
mi vida, tras haber completado varias semanas de 240km de entrenos y ganar un par de carreras de 50
Millas

Asi pues fui entonces a Leadville a por todas, sólo para sufrir una fractura por estrés en la tibia y en el
tendón de Aquiles por los daños causados al correr demasiado cargando sobre el tobillo izquierdo,
teniendo que retirarme a mitad de camino. Después de padecer una variedad de lesiones en los pies y de
las decepciones asociadas, había dejado de luchar contra los elementos. Corté en seco la competición y
había reducido mucho incluso mis kilómetros de correr por correr.

Y allí estaba yo, cinco años después, con un buen mes para entrenar, listo para celebrar mi buena fortuna
de estar vivo.

Aquella carrera de Leadville 1.993 fue el momento en que tres Tarahumaras de la Sierra Madre de
México habían llegado desde los profundos cañones de su país hacia el norte para correr,
literalmente, por comida. Había habido una grave sequía en su tierra, las personas tenían hambre, la
desnutrición era rampante entre los niños, se morían de hambre. El pueblo Tarahumara sufría la maldición
de una altísima mortalidad infantil. Los corredores tarahumaras recibieron la promesa de traer alimentos
abundantes para sus pueblos si aceptaban viajar con un patrocinador "gringo" a los Estados Unidos para
competir. Así lo hicieron.

Mientras disputaba ese año las 100 millas de carrera en las montañas de Colorado, corriendo con mucha
cautela y sin problemas en su mayor parte, tuve ocasión de charlar en la pista con el viejo Victoriano, el
rarámuri de 55 años que había arrancado lentamente y poco a poco fue ganando terreno. Sus
movimientos eran tan suaves y elegantes como las nubes de tormenta deslizándose por la tarde en un
típico día de verano de las Montañas Rocosas. Victoriano fue pasando al resto de los corredores
hasta ganar la carrera. Cirrildo, que era del mismo pueblo, terminó en segundo lugar y Manuel Luna
terminó en quinto lugar. Yo mismo entré en el puesto 28º, en un tiempo nada malo de poco más de 24
horas. Estaba bastante contento teniendo en cuenta lo que había sentido apenas un mes antes.

Leadville 1.994:

Al año siguiente estaba listo para mejorar en gran medida mi rendimiento en Leadville, después de haber
estado muy bien de salud y entrenando a ritmo durante todo el año. Estaba listo para rodar. El único
problema era que las inscripciones para la carrera se habían agotado en apenas una semana tras abrirse
al público, mientras yo había estado en Chiapas y Guatemala. Pasaba una temporada conviviendo con los
revolucionarios Maya-Chamula tras haber tenido una colisión con una vaca en una carretera de montaña
apenas unos días antes del 1 de enero del 1994 en que se produjo el levantamiento zapatista.

Los felices espectadores indígenas habían rematado y despedazado de inmediato al desafortunado animal
en la misma cuneta, mientras algunos de ellos me ayudaban a reparar mi coche lo suficiente como para
huir antes de que llegara la policía o el ejército que estaban estacionados allí cerca, o los propios
ganaderos dueños de la vaca. Tuvimos que enderezar las aspas del ventilador lo justo para evitar que se
golpearan contra el machacado radiador, que echaba agua fuera más rápido de lo que yo lograba verter
en él. Entonces me dijo que había mucha agua en un arroyo cercano a su aldea. Cargamos un poco de
carne y a los indios en la parte trasera de la camioneta y tres de los Chamula se amontonaron en los
asientos delanteros conmigo.

El moreno Chamula, normalmente tan serio, no podía dejar de reír cuando me oyó maldecir al animal:
"Pinche vaca; No bueno para nada" "Buena para comer" – me contestaron a coro. Entonces nos llevaron
cerca de su aldea de montaña donde festejaron y me trataron como a una especie de héroe, más bien un
agotado caballo heroico, llenando todos mis contenedores de mi agua, y algunos más, antes de salir y
conducir mi destartalado camión de vuelta al campamento en las afueras de la ciudad de San Cristóbal De
Las Casas, donde llegó en una nube de vapor, con los silbidos del radiador y los gritos del motor cantando
en total falta de armonía. Había sentido la urgencia de sacar mi camioneta fuera de las montañas de
Chiapas, para conducirlo en cinco horas hasta a la costa y al parque de la plantación de coco de mi
amigo. Trabajé de firme en el camión un par de días antes de conducirlo fuera de allí en la mañana del día
de Año Nuevo. A mi llegada a la localidad costera de Puerto Arista, el pueblo entero se había reunido
frente al televisor ¡Viendo la revolución zapatista que se producía en las calles de San Cristóbal !

"Bueno, caramba, realmente quiero correr esta carrera. Soy un viejo y leal amigo de este evento ¿No me
dejas entrar?" Le supliqué al director de carrera, que ni siquiera recordaba mi nombre o quién era yo, a
pesar de que había formado parte de la “gran familia de la carrera'', cuatro veces. Ninguna posibilidad. La
carrera había crecido mucho ahora, y los dorsales estaban muy cotizados. El "New York Times" y varias
publicaciones habían difundido la historia del indio mejicano de 55 años vencedor de la carrera. ¡Leadville
ahora era un punto destacado en el mapa ultra! La carrera y su patrocinador corporativo, una empresa de
calzado, se habían beneficiado considerablemente de toda la publicidad, la sensacional historia de los
indios pobres corriendo para llevar comida a la aldea, y no sólo corriendo sino GANANDO, y todo ello
obra de un hombre de 55 años en sandalias. Se cerró un nuevo trato en que se hizo un trato con el
promotor "gringo" que había conducido al norte a los Tarahumara, para traer otro equipo de de siete
Rarámuris a la carrera del 94. Creo que parte del trato era el uso por los indios de las zapatillas del
patrocinador en carrera, para las fotos correspondientes.

Un día recibí una llamada telefónica del promotor gringo del equipo Rarámuri. Buscaba la ayuda de
alguien que conociera el trazado y pudiera correr la vuelta al ritmo de algunos de "sus" corredores. "Claro,
voy a hacerlo, siempre puedo correr las r 50 millas de vuelta con el corredor de mi elección." "Ellos tienden
a correr más rápido a medida que avanzan ¿Seguro que puedes seguir el ritmo?", me desafió. "Si no
puedo mantener el ritmo, entonces no me necesita",
le confirmé.

Por supuesto ¡Casi todo el mundo puede correr al ritmo de alguien que ya ha completado antes 50
millas a una altitud media de más de 3.200 metros!

Había llevado mi infame camioneta matavacas desde mi cabaña en las montañas cerca de Nederland,
Colorado, hasta Leadville para cumplir con los siete corredores tarahumaras y su patrocinador. Nada más
conocernos, un atractivo Rarámuri [se parecía un poco a mí] me miró a los ojos y a cada uno nos brotó
una enorme sonrisa, reconociéndonos mutuamente como pareja para la carrera. El patrocinador gringo
quedó sorprendido por la inmediata comunicación entre Martimiano y yo, sobre todo porque el "gringo"
había mostrado un desdén evidente hacia mí al principio. Más tarde se abriría considerablemente, siendo
mucho más amigable y me respetaría mucho más como el otro "loco" gringo que se había presentado a los
Tarahumara por el apodo de "Caballo Blanco".

Este apodo me fue dado por los mayas que habitaban las sierras de Guatemala, donde como corredor de
montaña había surcado las laderas de muchos de los altos volcanes del país, mezclándome con los
sonrientes habitantes de cada aldea a lo largo del camino, y los -no tan sonrientes- militares durante los
tiempos de la guerra civil. Mientras pasé unos pocos inviernos en los alrededores del lago del cráter
volcánico de Attitlan, entraba corriendo en un pueblo, saludaba a los nativos, les compraba tortillas y
plátanos, y a continuación seguía avanzando de esta manera de pueblo en pueblo. Cuando me cansaba,
me buscaba una habitación por alrededor de un dólar, dar un salto en el lago para bañarme, relajarme y
comer a base de frutas tropicales y variedad de otras golosinas durante el resto de la noche. ¡Una vida
dura! Después de un tiempo, solían recibirme al llegar a las afueras de cada pueblo, las mujeres y los
niños se alineaban en la calle gritando "El Caballo Blanco", y los niños me seguían, riendo. Me resultó un
dulce detalle, así que me llevé este nombre conmigo a lo largo de mis viajes por América Latina, y creo
que la imagen de un caballo blanco debe ser algo muy querido por la gente de América y los pueblos
indígenas porque siempre he sido recibido calurosamente con una sonrisa cuando me presento a mí
mismo de esta forma.

Mientras estábamos en la cabaña de montaña donde los indios, patrocinador gringo y yo nos alojamos, me
dirigí a los corredores, "Hay una mujer muy especial que va a correr la carrera, una corredora que
tiene grandes poderes, como una bruja”. ¡Tiene muy buenas oportunidades de ganar esta carrera! Los
Rarámuri empezaron a hablar entre sí frenéticamente, "¿Ganar una mujer?". En ese momento, el gringo
puso los ojos en blanco y frunció el ceño. La única palabra que entendí de los Rarámuri durante su rápido
y discreta conversación, era "bruja", esta palabra se repetía en voz baja por todos ellos, "bruja bruja .... .....
"..... como bruja, ya lo escuchaste eso? bruja! "La mejor manera de correr esta carrera…" continué en
mi spanglish de caballo "...es no pasar a la bruja hasta cerca del final, hay que montearla como a
un venado” Los Rarámuri estaban charlando muy rápidamente, su lenguaje suena como una bandada de
pájaros, con tal vez un poco de jerga marciana entre medias. El padrino gringo me fulminó con una intensa
mirada. Parece que los Tarahumaras creer tanto en brujas como en los hombres del espacio.

Era demasiado tarde para que el patrocinador se me quitara de encima. Los Rarámuri ya me habían
aceptado, a este pobre caballo loco. Y además, él me necesitaba para funcionar y correr con los Rarámuri
en cabeza, ya que les gustaba y confiaban en mí.

El Señor Promotor trató de mantenerlos tan aislados como le fue posible, al menos aislados de alguien
cuando él no estaba allí para protegerles del mundo exterior al que les había llevado. Un equipo de
televisión estaba en Leadville para retransmitir la carrera, la ciudad bullía animada con su habitual
entusiasmo antes de la carrera, y más aún este año. "La Bruja" - Ann Trason, era ampliamente
conocido en los círculos del mudillo como la mejor ultrafondista del planeta, habiendo ganado
muchas carreras venciendo a todas las mujeres… y a TODOS LOS HOMBRES en competición, una
leyenda viviente. Habría una muy fuerte lista de inscritos para esta carrera, en un año decisivo para
Leadville. Muchos de los corredores americanos habían comenzado a quejarse de la presencia de los
Rarámuri. Sin embargo, otros muchos de los corredores americanos estaban encantados con el regreso
de este pueblo hermoso y único. Había un poco de todo. El Señor Promotor cruzaba la ciudad con "sus"
corredores a remolque, asegurándose de que nadie se acercara demasiado. Me pareció que, aunque
tímidos, los Rarámuri también disfrutaban conviviendo con gente amable. ¿Quién no aprecia una cara
sonriente mostrando amabilidad y respeto? Aunque ciertamente, no todos los rostros que nos rodeaban
eran sonrientes.

Hubo una progresiva acumulación de tensión entre el promotor, los organizadores de carrera, y el
patrocinador. Parecía que el promotor de los Rarámuri iba a empacarlos a todos ellos a su camioneta y
los llevaría de vuelta a la frontera. Parecía que había una discusión sobre algún tipo de pago. No sé, me
estaba divirtiendo de visita con los Rarámuri en la cabaña, mientras les contaba historias y mostraba las
calcomanías de los animales pegados en mi infame camioneta, del Oso, del Puma, y del Pescado [en
realidad, un salmón grande que no creo que alguna vez hayan visto o para el que tengan una palabra
autóctona]. La noche antes de la carrera, parecía que el promotor gringo iba a tomar sus indios y dejarlo..
qué lástima. Luego, en el último momento al parecer, se alcanzó un acuerdo entre todos los interesados
que habían estado discutiendo.

No creo que nadie preguntara a los Rarámuri lo que ellos querían hacer.

¡Guadajuko! [palabra Tarahumara que significa algo así como: ¡Guay!] Vamos a Correr

4 a.m: Que empiecen Los Juegos.


Más de 400 corredores se alinean en el cruce de la calle sexta y la principal para iniciar la carrera de las
cien millas de Leadville. La mayoría estaban estirando y sacudiéndose el nerviosismo pre-carrera. Un
grupo de siete corredores envueltos en blusas de colores y faldas, calzados con sandalias hechas de tiras
de neumáticos de fabricación casera estaban de pie a un lado. Totalmente relajados, realizaban su rutina
de estiramiento Tarahumara, que consistía en no hacer nada. Hacía demasiado frío en las montañas a
3.200 metros, y no había grandes rocas cerca de la calle para dar cabida a la habitual práctica pre-carrera
de tumbarse por ahí en alguna gran losa, de modo que los Rarámuri se quedaron allí, sin mostrar signos
de que estaban a punto de embarcarse en una carrera de 100 millas a través de las montañas de
Colorado, compitiendo con algunos de los mejores corredores ultra de los Estados Unidos.

El rifle marcó el comienzo de la carrera.

Este año, había algunos rarámuris más jóvenes, incluyendo alguno de 25 años de edad, Juan Herrera, que
salieron mucho más rápido de lo que arrancó el equipo de mayores Tarahumara que había llegado a
Leadville el año anterior. Había muchos corredores más de lo habitual en carrera este año, se había
llenado hasta el límite más allá de la entrada, en gran parte debido a la presencia de los Rarámuri. Las
primeras seis o siete millas de carrera fueron sobre pista forestal antes de convertirse en un estrecho
sendero que rodeaba todo el Lago Turquesa. Para los corredores que quieren estar entre los líderes, una
estrategia segura es comenzar lo suficientemente rápido como para no estar detrás de muchas personas
cuando se aborda ese caminillo en las horas oscuras de la madrugada. De los siete Rarámuri que corrían
este año, cinco eran todos de la misma aldea de montaña de unos 500 habitantes. El promotor gringo los
había encontrado simplemente preguntando alrededor de la Sierra Madre, ¿Dónde viven los mejores
corredores?. Juan Herrera y mi amigo Martimiano Cervantes eran los favoritos entre los rarámuri para
ganar. Juan me había dicho que a sus 41 años de edad, Martimiano era el mejor corredor en su
pueblo. Juan estaba muy seguro de sí mismo, casi arrogante. Martimiano se limitó a sonreír, estaba a
gusto y confiado.

Durante las primeras etapas de la carrera, yo estaba pasando el rato en nuestra cabaña de la montaña,
leyendo y descansando. Me encontraría con los corredores y promotores en Twin Lakes, en la línea de las
40 millas. A los escuderos se les permite comenzar a correr en Winfield, en la marca de 50 millas, apenas
unas duras millas tras descender de las montañas pasando el punto más alto de la carrera, cruzando Hope
Pass a 3.800 metros.

Los primeros corredores que desembocaron desde la Colorado Trail en el pueblo de Twin Lakes, en
las 40 millas, fueron "La Bruja" - Ann Trason y Martimiano, quien había cometido el error de pasar a la
Bruja, y otro corredor Tarahumara que había pasado también la Bruja. Juan acababa de llegar después del
grupo de cabeza. Todos en el grupo de cabeza estaban marcando un ritmo increíblemente rápido en este
día soleado de las Montañas Rocosas.. Justo antes de entrar al puesto de control en Twin Lakes, Ann
había vuelto a ponerse por delante de Martimiano y los otros Rarámuri otros que la habían pasado
antes. "¡Pregúntales cómo se sienten al pasados por una mujer!", Gruñó la Bruja. "Aprende español y
díselo tu misma" le sonreí. Era intensamente competitiva. "Los odio", cuentan que le oyeron decir.

Salté en la furgoneta del promotor y dimos un rodeo a las montañas para reunirnos después con los
corredores en el punto en que alcanzaban la pista de grava tras haber corrido por lo alto de las montañas y
cruzar Hope Pass. Aquí llegaron, descendiendo de la montaña, casi en el mismo orden en que habían
llegado a la última vez que los vi, la Bruja en primer lugar, esta vez seguida por Juan, Martimiano y el resto
de los Rarámuri a continuación, y luego una gran distancia antes de que los siguientes estadounidenses
comenzaran a aparecer. Mi hombre, Martimiano, llegó a la pista como de costumbre, con una gran sonrisa
de comedor de peyote en su rostro. Me devolvió la sonrisa, y un espectador le entregó una botella fría de
Coca-Cola. Martimiano vació la botella en un segundo, luego empezó a correr los cinco kilómetros de pista
a Winfield, el paso de ecuador para este trazado de ida y vuelta. Yo trotaba al otro lado de la calzada,
emocionado por empezar a correr ya juntos a partir de su vuelta desde Winfield. Sabía que con
Martimiano, íbamos a meternos una buena carrera de 50 millas! A mitad de camino a Winfield, el indio se
dobló en dos, sosteniendo su vientre, gimiendo. Los carbónicos de la Coca-Cola le habían provocado una
enorme bolsa de gases y dolor de estómago; Martimiano se dolía. Cojeó el último par de kilómetros hasta
Winfield, viendo pasar a la Bruja y a Juan corriendo fuerte ya en su viaje de regreso a la pista que los
llevaría hacia arriba y sobre el puerto de nuevo, en las primeras etapas de su viaje de regreso a Leadville.

En el giro de las 50 millas en Winfield, Martimiano se estaba tomando su tiempo, tratando de vomitar,
incapaz de sacar nada más que un fuerte y musical "buuurrrrp”. No pintaba bien para el tranquilo
Rarámuri fresco con las atractivas facciones cinceladas, el cuerpo de magro músculo y una gran sonrisa
casi perpetua. ¡Ahora no sonreía! Le hice comer una banana, le tomé de la mano y dije "¡Andale
huevón!" Se echó a reír y de mala gana me acompañó, caminando de regreso por la carreterilla de tierra
hasta que logré que pasara al trote y al fin a la carrera. De camino al sendero de montaña a continuación,
vimos a un puñado de corredores que se dirigían al giro, más cerca de nosotros. Lo drogué verbalmente
por toda la empinada trocha que nos conducía hacia el siniestro “Paso de la Esperanza”; diciéndole que
aquí es donde yo siempre había querido también abandonar, sintiéndome también miserable. Le dije que
cuando llegáramos a la montaña madre de "Esperanza", mamá Esperanza nos iba a premiar
bendiciéndonos con su fuerza, y nos enviaría con velocidad y gracia en nuestro camino por su vertiente
más suave. ¡Y efectivamente, así lo hizo! Martimiano se había recuperado. Habíamos perdido una gran
cantidad de tiempo luchando contra su enfermedad, pero había regresado de estar semimuerto en carrera,
y ahora volábamos con la gracia de Esperanza, bailando sobre las rocas en el largo descenso hacia el
control de Twin-Lakes, todavía en tercer puesto, con nadie próximo por detrás de nosotros, y La Bruja con
Juan al acecho, por delante de nosotros.

Por delante, a partir de su llegada de vuelta a Twin Lakes, Juan Herrera iba ya acompañado de su
escudero, un talentoso corredor de fondo de San Diego llamado Jamie Williams. Iban a rebufo de la
Bruja y su ayudante. Cada vez que la Bruja se detenía para atarse un zapato, orinar o lo que fuera, Juan
se detenía hasta que ella estaba de nuevo lista para continuar, asegurándose de seguir mi consejo: "No
adelantes a la Bruja" Más tarde leí la crónica de la carrera por La Bruja, Ann Trason. En su relato, confesó
como de enervante le resultó que Juan no se esforzara nunca en pasarla, como si con ello le demostrara
que podía pasarla en el momento que el quisiera.

Martimiano y yo estábamos disfrutando de la suave zona de toboganes, que traza la Colorado Trail en el
tramo comprendido entre Twin Lakes y el campamento de Half-Moon. Le dije que íbamos a CAMINAR por
las subidas más empinadas, y correr por los llanosc y los descensos. Cuando llegábamos al pie de una
colina, Martimiano diría "Arriba, caminamos". "¿A eso le llamas un arriba? ¡Andale huevón!", Le soltaba un
latigazo verbal a mi perezoso y risueño indio, y corríamos juntos colina arriba.

Seguimos corriendo, por el sube-baja que sale de la pista del bosque y llegamos al puesto de control de
Half-Moon, donde un equipo de filmación estaba esperando. Mientras el cámara plantaba su aparato con
rudeza ante la cara de un incómodo Martimiano, el comentarista anunciaba: "Saliendo de la pista en el
tercer lugar, al paso de las 70 millas, el corredor Tarahumara Martimiano Cervantes, y su escudero
americano, desde Colorado, Micah True. “Micah, nos puedes decir si hay algún tipo de secreto de la
resistencia increíble de los Tarahumara… ¿Qué comen?" No quería demorarme mucho, pues
Martimiano estaba claramente a disgusto, pero atendí la pregunta: "Pues…sí, debería ser por las
tres P. El Rarámuri come las tres P cada vez que puede" El comentarista estaba muy emocionado ante
tal revelación. "¡Señoras y señores, están a punto de escuchar, en exclusiva en esta cadena la fórmula
nutricional que es el secreto de los Tarahumara! Micah, ¿Cuáles son las tres P?" "Las tres P, son:
Pinole, pisto, y Pinocha". Nos dimos la vuelta para huir mientras el comentarista repetía en voz alta a
cámara la fórmula secreta de nutrición de los Tarahumara. Como tenía una sonrisa aún más grande que
lo normal en mi cara, Martimiano quería saber qué me hacía tanta gracia. Quería saber lo que había dicho
el comentarista de televisión. Las tres P, de acuerdo con Caballo Blanco, son las siguientes: Pinole
[maíz molido] - Pisto [alcohol duro local] – Pinocha [los genitales femeninos]. Ruego me disculpen.
Tuve que levantar al indio después de que se cayera riendo al suelo. ¡Andale!

Seguimos corriendo a un ritmo suficientemente rápido para cubrir el tramo de larga pista entre el
campamento de Half-Moon y el puesto de socorro de la Piscifactoría a la luz del día. Después de criadero
de peces, que implica un rápido chequeo médico, comienza un largo ascenso por el monte hasta coronar
el puerto de Sugarloaf, que parece interminable. Cada vez que veía a Martimiano demasiado serio, le
recordaba que volviera a comer algo más de sus tres P. Nos reíamos y así hacíamos más amena la larga
subida.

Fue después de coronar al fin este último puerto y correr ya en descenso hacia el otro lado, que
Martimiano y yo iniciamos una larga conversación acerca de "La Bruja". Mi español era limitado,
definitivamente; y también el de Martimiano, pues él es un Rarámuri muy tradicional que habla su lengua
propia y muy poco español. Sin embargo, la comunicación bajo la luna llena, y durante toda la carrera
había sido muy bueno. Nos entendíamos por completo. A veces, la risa habla con mucha más claridad que
las palabras. Hablamos del enorme respeto que sentíamos por La Bruja y su asombroso rendimiento, y de
qué le íbamos a decir más tarde, después de la carrera. Deseábamos hacerle entrega de un "Korima"
[regalo].

Durante el descenso desde Sugarloaf y antes de llegar al campamento de Mayqueen, nos enteramos de
que aquí Juan había decidido finalmente pasar a La Bruja, dejando escapar un fuerte grito de guerra al
pasar disparado por delante de ella en la noche con su escudero, Jamie. Este apenas podía mantenerse a
la par de un Juan encendido, que siguió subiendo el ritmo sin parar hasta la meta. Juan Herrera llegó a
Leadville, como ganador y nuevo hombre récord de la carrera, rebajando en casi 30 minutos la
marca anterior, con un crono de 17:30. Ann Trason llegó segunda absoluta, y además logró la
tercera o cuarta marca más rápida en los más de 20 años de Leadville 100 miles, con un
asombroso tiempo de 18:04. No solo destrozó cualquier record femenino anterior, sino que creo
que aún se mantiene. Y lo más probable es que lo haga para siempre.

Martimiano Cervantes terminó 3 º en un tiempo de 19:40.


4 de los 5 primeros clasificados fueron Rarámuri.
Hubo 7 Rarámuri que entraron dentro del top 11.

En la entrega de premios, que pronunció un discurso en honor al gran corredor, Ann Trason, diciendo
cómo Martimiano había quedado muy impresionado con ella, y le había hecho un regalo [korima]. "En
nombre de mis amigos Tarahumara, nos gustaría presentar Ann Trason con este regalo." El atleta
patrocinado por Nike se acercó a recibir su regalo, un par de huaraches hechos a mano,.

Los Tarahumara nunca fueron invitados a volver a correr Leadville, a pesar de que la política
habitual de la carrera es que TODOS los campeones del pasado son invitados
automáticamente. Esta regla no parece aplicarse a los Rarámuri.

Que los rarámuri y todos nosotros sigamos corriendo libres.

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Más información sobre la Leadville 100 Miles (1983-2011) y otros ultratrails aquí

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